ANDRÉS TRAPIELLO. LOS CONFINES
Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más, un viernes si nos seguís en redifusión, a Todos los libros un libro, fiel a su cita semanal con todos vosotros, esa cita en la que queremos ofreceros una recomendación de lectura que pueda resultar de vuestro agrado. Esta semana os traigo una novela, la última publicada, de un autor que me gusta mucho, aunque no tanto por sus novelas comoo por su producción en otros géneros literarios. Se trata de Andrés Trapiello, cuyos diarios, de los que han visto la luz ya dieciséis entregas, os aconsejo, además de recomendároslos formalmente en algún programa futuro, pues son magníficos. Pero Trapiello, además de prolífico, es un escritor con una amplia variedad de registros. Es, sobre todo, poeta, pero ha escrito ensayos, colecciones de artículos, relatos, es también editor, traductor y, como os digo, diarista reconocido y, en cierto modo, de éxito, término relativo donde los haya, y más en este resbaladizo y siempre minoritario territorio de la literatura. Y el escritor leonés es, también, claro, autor de novelas, con un buen puñado de ellas publicadas, la última de las cuales, como os acabo de señalar, es esta Los confines de la que hoy quiero hablaros. Los confines fue editada por Destino un poco antes del verano de 2009.
A la hora de encarar esta reseña se me planteó un problema que quiero trasladaros antes de comentar nada de la novela en la que se centra. Los confines gira sobre un hecho central, sobre una situación principal que es el núcleo y la explicación de toda la obra. Sin embargo, esa circunstancia crucial no se desvela hasta más allá de la página ochenta del libro. Es cierto que todas las críticas, todos los comentarios sobre la novela en revistas y suplementos, en su presentación pública, han mencionado abiertamente ese elemento esencial, por lo que yo estaría también en el derecho, pienso honestamente, de hacerlo así. Pero a la vez, y os anticipo que está será la postura que por fin acabe imponiéndose en mí, estoy persuadido de que hacer la reseña sin hablaros de ese dato, ocultándoos esa información, no sólo es más coherente con lo que creo la voluntad del autor, que si hubiera querido darla a conocer no hubiera esperado ochenta páginas ni la habría obviado en la solapa y en la contracubierta del libro, sino que pienso que mi opción es respetuosa, incluso, con el espíritu de Todos los libros un libro. Entendedme, si yo tuviera que hacer una crítica de la obra, tendría que hablaros necesariamente de ese motivo central, no puede hacerse una crítica académica, literaria, de la novela sin referirse inevitablemente a esa clave argumental y estructural del libro, pues ella es la llave que lo justifica y que lo explica. Pero mi intención, la intención última de Todos los libros un libro es despertar el interés por la lectura, contaros de manera sugestiva y sin destripar la obra reseñada, los encantos y el interés que ésta tiene para un lector convencional. De modo que disculpadme si mis palabras anteriores y el breve comentario sobre la novela que esbozaré a continuación os resultan algo enigmáticos y misteriosos, pero sabed que me mueve en todo momento la noble intención de ponderaros el interés y el atractivo del libro, que lo tienen, y mucho, sin revelaros esa esencia prohibida.
Y he dicho prohibida, y ciertamente es una palabra muy adecuada para referirme a Los confines, pues la novela de Andrés Trapiello, muy distinta, por cierto a todo lo que ha escrito hasta ahora, aunque con ciertos elementos estilísticos reconocibles, es una novela de amor prohibido. Una extraordinaria novela de un amor también extraordinario, un amor que se mueve en los límites, en ‘los confines’ de lo que permiten la convención social, la natural moralidad (si es que algo así existe) del ser humano, los hábitos seculares de la vida de los hombres. Max y Claudia se aman en Los confines, se aman libre, torrencial, conmovedoramente, pero también natural, sencilla y muy tiernamente, y con su amor desafiarán todas las normas sociales, todos los principios, todas las reglas, todas las leyes, divinas y humanas. Ambientada en Madrid y, sobre todo, en una tropical y creo que convincentemente inventada Constanza (una búsqueda en internet me ofrece una Constanza en la República Dominicana y algunos blogs hablan de Colombia, pero creo que se trata de un territorio imaginado), Los confines nos habla del Paraíso perdido, ese Paraíso original, inocente y sin pecado, en el que el amor y la libertad se sitúan en un espacio superior, por encima del bien y del mal. Max y Claudia están casados, destruyen sus respectivos matrimonios por ese amor apasionado e imposible, se convierten en adúlteros y arrostran los juicios hirientes de sus familias y amigos, las censuras de sus compañeros de trabajo, el descrédito, el reproche moral y la condena de la sociedad entera, pero viven su amor hasta el final, sin límites en su particular universo primitivo nacido en esa metáfora del jardín edénico que es la exuberante naturaleza del trópico.
La novela ofrece, más allá de su singular línea argumental, una interesante peculiaridad narrativa, pues quien relata todas las peripecias de la historia, en un ángulo también insólito o al menos no muy común y que, desgraciadamente, tampoco puedo desvelar sin estropearos la novela, es la propia Claudia, una Claudia que todo lo ve, que todo lo escucha, que asiste a todas las conversaciones, a todos los encuentros, una narradora omnisciente desde dentro del propio relato, del que da cuenta con minuciosidad y precisión fidedignas.
En fin, debéis disculparme de nuevo por el carácter parcial y fragmentario de mis comentarios. La constricción que me he impuesto de no daros a conocer ninguno de los elementos esenciales de la trama cuyo conocimiento previo os impediría, quizá, disfrutar de la novela, me ha llevado a estos ‘funambulismos’ algo forzados. Espero, no obstante, que haya logrado despertar en vosotros el interés por una novela formidable, muy entretenida y muy interesante además. Leed Los confines, el último libro de Andrés Trapiello publicado por la editorial Destino. Seguro que lo vais a apreciar de veras. Os dejo, tras la lectura de un fragmento de la novela de Trapiello, con una canción de amor prohibido, Forbidden love, de Madonna. Hasta la semana que viene.
No quiero morirme, Max, te lo aseguro, pero tampoco me da miedo la muerte -llegué a decirle-. He conocido algo que la mayor parte de las mujeres se mueren sin haber sospechado que existía. Todos los que se enamoran alguna vez creen conocer algo único. Yo misma había estado enamorada otras veces, y es verdad que se parecen todas en algo. Sólo lo que me ocurrió contigo no se parece a nada, y no tiene que ver sólo contigo o conmigo. Creo que tiene que ver con el hecho de que este amor nos ha obligado a ir más lejos. Podremos marcharnos de aquí un día, pero allá donde vayamos vendrá con nosotros la idea de que no se puede llegar más lejos, nuestro amor estará sucediendo siempre aquí en Constanza, y esto sí que es el confín, por eso hemos vuelto aquí, por eso estamos solos y por eso somos tanto: nadie puede impedirlo. El horizonte somos nosotros y vendrá siempre con nosotros a donde quiera que vayamos.
A la hora de encarar esta reseña se me planteó un problema que quiero trasladaros antes de comentar nada de la novela en la que se centra. Los confines gira sobre un hecho central, sobre una situación principal que es el núcleo y la explicación de toda la obra. Sin embargo, esa circunstancia crucial no se desvela hasta más allá de la página ochenta del libro. Es cierto que todas las críticas, todos los comentarios sobre la novela en revistas y suplementos, en su presentación pública, han mencionado abiertamente ese elemento esencial, por lo que yo estaría también en el derecho, pienso honestamente, de hacerlo así. Pero a la vez, y os anticipo que está será la postura que por fin acabe imponiéndose en mí, estoy persuadido de que hacer la reseña sin hablaros de ese dato, ocultándoos esa información, no sólo es más coherente con lo que creo la voluntad del autor, que si hubiera querido darla a conocer no hubiera esperado ochenta páginas ni la habría obviado en la solapa y en la contracubierta del libro, sino que pienso que mi opción es respetuosa, incluso, con el espíritu de Todos los libros un libro. Entendedme, si yo tuviera que hacer una crítica de la obra, tendría que hablaros necesariamente de ese motivo central, no puede hacerse una crítica académica, literaria, de la novela sin referirse inevitablemente a esa clave argumental y estructural del libro, pues ella es la llave que lo justifica y que lo explica. Pero mi intención, la intención última de Todos los libros un libro es despertar el interés por la lectura, contaros de manera sugestiva y sin destripar la obra reseñada, los encantos y el interés que ésta tiene para un lector convencional. De modo que disculpadme si mis palabras anteriores y el breve comentario sobre la novela que esbozaré a continuación os resultan algo enigmáticos y misteriosos, pero sabed que me mueve en todo momento la noble intención de ponderaros el interés y el atractivo del libro, que lo tienen, y mucho, sin revelaros esa esencia prohibida.
Y he dicho prohibida, y ciertamente es una palabra muy adecuada para referirme a Los confines, pues la novela de Andrés Trapiello, muy distinta, por cierto a todo lo que ha escrito hasta ahora, aunque con ciertos elementos estilísticos reconocibles, es una novela de amor prohibido. Una extraordinaria novela de un amor también extraordinario, un amor que se mueve en los límites, en ‘los confines’ de lo que permiten la convención social, la natural moralidad (si es que algo así existe) del ser humano, los hábitos seculares de la vida de los hombres. Max y Claudia se aman en Los confines, se aman libre, torrencial, conmovedoramente, pero también natural, sencilla y muy tiernamente, y con su amor desafiarán todas las normas sociales, todos los principios, todas las reglas, todas las leyes, divinas y humanas. Ambientada en Madrid y, sobre todo, en una tropical y creo que convincentemente inventada Constanza (una búsqueda en internet me ofrece una Constanza en la República Dominicana y algunos blogs hablan de Colombia, pero creo que se trata de un territorio imaginado), Los confines nos habla del Paraíso perdido, ese Paraíso original, inocente y sin pecado, en el que el amor y la libertad se sitúan en un espacio superior, por encima del bien y del mal. Max y Claudia están casados, destruyen sus respectivos matrimonios por ese amor apasionado e imposible, se convierten en adúlteros y arrostran los juicios hirientes de sus familias y amigos, las censuras de sus compañeros de trabajo, el descrédito, el reproche moral y la condena de la sociedad entera, pero viven su amor hasta el final, sin límites en su particular universo primitivo nacido en esa metáfora del jardín edénico que es la exuberante naturaleza del trópico.
La novela ofrece, más allá de su singular línea argumental, una interesante peculiaridad narrativa, pues quien relata todas las peripecias de la historia, en un ángulo también insólito o al menos no muy común y que, desgraciadamente, tampoco puedo desvelar sin estropearos la novela, es la propia Claudia, una Claudia que todo lo ve, que todo lo escucha, que asiste a todas las conversaciones, a todos los encuentros, una narradora omnisciente desde dentro del propio relato, del que da cuenta con minuciosidad y precisión fidedignas.
En fin, debéis disculparme de nuevo por el carácter parcial y fragmentario de mis comentarios. La constricción que me he impuesto de no daros a conocer ninguno de los elementos esenciales de la trama cuyo conocimiento previo os impediría, quizá, disfrutar de la novela, me ha llevado a estos ‘funambulismos’ algo forzados. Espero, no obstante, que haya logrado despertar en vosotros el interés por una novela formidable, muy entretenida y muy interesante además. Leed Los confines, el último libro de Andrés Trapiello publicado por la editorial Destino. Seguro que lo vais a apreciar de veras. Os dejo, tras la lectura de un fragmento de la novela de Trapiello, con una canción de amor prohibido, Forbidden love, de Madonna. Hasta la semana que viene.
No quiero morirme, Max, te lo aseguro, pero tampoco me da miedo la muerte -llegué a decirle-. He conocido algo que la mayor parte de las mujeres se mueren sin haber sospechado que existía. Todos los que se enamoran alguna vez creen conocer algo único. Yo misma había estado enamorada otras veces, y es verdad que se parecen todas en algo. Sólo lo que me ocurrió contigo no se parece a nada, y no tiene que ver sólo contigo o conmigo. Creo que tiene que ver con el hecho de que este amor nos ha obligado a ir más lejos. Podremos marcharnos de aquí un día, pero allá donde vayamos vendrá con nosotros la idea de que no se puede llegar más lejos, nuestro amor estará sucediendo siempre aquí en Constanza, y esto sí que es el confín, por eso hemos vuelto aquí, por eso estamos solos y por eso somos tanto: nadie puede impedirlo. El horizonte somos nosotros y vendrá siempre con nosotros a donde quiera que vayamos.
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