YURI HERRERA. TRABAJOS DEL REINO; SEÑALES QUE PRECEDERÁN AL FIN DEL MUNDO
Hola, buenos días. En una reflexión recurrente, yo se la he leído en muy distintos foros, Juan Goytisolo, que no es en lo personal, pese a su excelencia literaria, santo de mi devoción, defiende que la misión de un escritor es ofrecer a la comunidad a la que pertenece su propia lengua, la lengua recibida de esa comunidad, pero renovada, transformada, una lengua ya distinta y enriquecida tras el paso por la escritura del autor. Es decir, con los materiales comunes con los que construye sus obras, el buen escritor, el que quiera perdurar, el que aspire a pertenecer al territorio de la Literatura con mayúsculas, debiera construir, crear una lengua nueva en la que sus contemporáneos se reconocieran, pero que, a la vez, en la que su contemporáneos atisbaran el futuro de su idioma. Algo de ello hay en el autor del que esta tarde quiero hablaros, un joven escritor mexicano, que aún no llega a los cuarenta años, y que con sólo dos novelas publicadas ha sido saludado por la crítica como un nombre mayor de la literatura en castellano. Se trata de Yuri Herrera, sus dos novelas se titulan Trabajos del reino, la primera, y Señales que precederán al fin del mundo, la segunda. Ambas han sido publicadas en España, en 2008 y 2009, respectivamente, por la modesta en su dimensión empresarial, pero enorme si nos fijamos en sus propósitos y sus logros literarios, Editorial Periférica de Cáceres. Recientemente, a finales del pasado 2009, Trabajos del reino recibía el premio ‘Otras voces, otros ámbitos’ a la mejor novela publicada en España en 2008. Se trata de un galardón de reciente creación otorgado por un jurado compuesto por cien personas pertenecientes al mundo literario, entre las que se cuentan editores, críticos, escritores, ensayistas, profesores de literatura, tanto universitarios como de secundaria, periodistas, bibliotecarios, en una muestra que, por lo representativa, nos permite deducir que el premio refleja con mayor nitidez que los que se conceden en otros certámenes, la auténtica valía de una obra.
Conforme a mi latiguillo habitual, no hay tiempo, en el corto espacio de una reseña breve, para hablaros con profusión de los muchos puntos de interés de ambas novelas. Dejadme por tanto, además de recomendaros vivamente su lectura, comentaros tan sólo dos aspectos, los dos que, a mi juicio, resultan más relevantes en la magnífica y muy singular propuesta literaria del mexicano.
El primero tiene que ver con el peculiar universo que se describe en ambas novelas. Pese a que la trama argumental es aparentemente común, el tratamiento literario de las dos narraciones es tan elaborado que dos historias inicialmente reconocibles, lineales, se convierten en algo muy distinto a lo que en un enfoque superficial se puede apreciar. En Trabajos del reino, Lobo, un modesto acordeonista, un pobre hombre marginado, después de un encuentro fortuito en una taberna con un gran capo mafioso, entra a trabajar a su servicio. La novela relata, repito, sólo en apariencia, en una lectura externa, las peripecias de este personaje en la mansión, fortificada y casi inaccesible, del jefe del cártel. En Señales que precederán al fin del mundo, la línea narrativa principal es igualmente sencilla. Makina, una joven también marginal, asume el encargo, familiar y de clan, de cruzar al otro lado -estamos, como en la novela anterior, en El Paso, en la terrible frontera entre México y Estados Unidos-, la difícil misión de atravesar la peligrosa línea divisoria en busca de su hermano, que ha partido tiempo atrás y que, envuelto también en el universo de los cárteles y la droga, no ha dado señales de vida desde hace meses.
Pero estas historias que así contadas pueden parecer más o menos convencionales se desenvuelven en un universo que, gracias a la maestría descriptiva de Yuri Herrera, a su profundo lirismo, a su inmensa capacidad evocadora, resulta ser todo menos real, colindando con lo onírico, lo fabuloso, lo surreal, lo mitológico, lo legendario. Estamos, sin embargo, en escenarios que son identificables pese a su carácter extremo, con las intrigas entre bandas mafiosas rivales, la violencia de los cárteles, la sordidez de las venganzas, el tráfico de mujeres y la prostitución. Pero, como digo, el muy singular tratamiento estilístico del autor los convierte en espacios de leyenda, sinuosos, evanescentes, como irreales.
Y al logro de este efecto de extrañeza y misterio gracias al cual Herrera logra trasladarnos a una especie de insólito inframundo, contribuye decisivamente el segundo elemento que quiero resaltaros en ambas novelas, que tiene que ver con la reflexión de Goytisolo con la que empezaba mi reseña de hoy, y que es, sin ninguna duda, el excepcional lenguaje que en ellas se utiliza. Más allá de que el libro está escrito en mexicano y que, por lo tanto, para un lector español la lectura debe de ser forzosamente pausada, con frecuentes consultas al diccionario, el autor posee una prosa abigarrada, llena de imágenes sorprendentes, de giros inusuales, de términos novedosos, de metáforas memorables; una prosa que aúna algunas descripciones minuciosas y precisas, de corte casi naturalista, con párrafos enteros, los más, poéticos, repletos de inventiva, de fogonazos creativos magistrales. Fijaos por ejemplo en este párrafo: El muchacho más moreno que había visto en su vida le señaló un pasillo a Makina. Caminó por él, hacia la luz. Al fondo, de súbito se le vino encima una hondonada de hermosuras rivales: la sima un hermoso diamante verde que ondulaba en su propio reflejo; arriba, abrazándolo, decenas de miles de asientos negros plegados, como un cerro de obsidiana erizado de pedernales, reluciente y afilado. Deberéis leerlo varias veces para encontrar tras él una memorable descripción de un estadio de béisbol. Como os digo, una realidad prosaica y vulgar que, gracias a la literatura, se convierte en otra cosa, en un universo casi mítico.
En fin, leed estas dos brevísimas y excepcionales novelas del mexicano Yuri Herrera, publicadas por Periférica, Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo. No las olvidaréis. Os dejo con un fragmento de Trabajos del reino en el que se muestran abiertamente la singularidad y la pericia narrativas de su autor. Después de su lectura, una canción mexicana, de frontera y con acordeones para facilitar la ambientación en el mundo de Yuri Herrera. Se trata de Jugo a la vida, una jubilosa apuesta por el disfrute de la existencia a cargo de los singulares Tucanes de Tijuana.
Son. Tantas letras juntas. Suyas. Puestas ahí sin otra cosa que hacer más que fecundar la testa. Son. Muelen la hoja entre rodillos de insomnio, avisan, hurgan la blancura baldía en el papel y en el mirar. ¿Y qué había sido la hoja sino un trasto del jale, como el serrucho si armara mesas, como la fusca si arreglara vidas? Qué, pero nunca este despeñadero de arena con brío y propósitos a saber. Tantas letras ahí. Son. Son un destello. Cómo se empujan y abrevan una de otra y envuelven al ojo en un borlote de razones. Y qué si perfectas, igual rejegas, ya se incriminan con miedo al desarreglo: palabras. Tantas palabras. Suyas. Bronca de signos que se atan. Son una luz constante. Son. Él ya sabía de los libros, pero repelían, como una patria que no invitaba. Y ahora se ha dejado llevar de la mano hasta el acopio de secretos. Una luz constante. Un resplandor diverso cada una, cada una diciendo el nombre verdadero a su modo. Hasta las más mentirosas, hasta las más veleidosas. Ajá. No. No están ahí nomás para fecundar la testa. Son una luz constante. El rumbo a otros cartones, lejos de ahí. El descenso a oídos ocultos, ahí. Como los bichos que lo pueblan. No. No están nomás para entretener la vista ni alimentar la oreja. Son una luz constante. Son un faro que se derrama sobre las piedras a su merced, son una linterna que se pasea, se detiene, acaricia la tierra y le descubre cómo acabalar el servicio que le ha tocado.
Conforme a mi latiguillo habitual, no hay tiempo, en el corto espacio de una reseña breve, para hablaros con profusión de los muchos puntos de interés de ambas novelas. Dejadme por tanto, además de recomendaros vivamente su lectura, comentaros tan sólo dos aspectos, los dos que, a mi juicio, resultan más relevantes en la magnífica y muy singular propuesta literaria del mexicano.
El primero tiene que ver con el peculiar universo que se describe en ambas novelas. Pese a que la trama argumental es aparentemente común, el tratamiento literario de las dos narraciones es tan elaborado que dos historias inicialmente reconocibles, lineales, se convierten en algo muy distinto a lo que en un enfoque superficial se puede apreciar. En Trabajos del reino, Lobo, un modesto acordeonista, un pobre hombre marginado, después de un encuentro fortuito en una taberna con un gran capo mafioso, entra a trabajar a su servicio. La novela relata, repito, sólo en apariencia, en una lectura externa, las peripecias de este personaje en la mansión, fortificada y casi inaccesible, del jefe del cártel. En Señales que precederán al fin del mundo, la línea narrativa principal es igualmente sencilla. Makina, una joven también marginal, asume el encargo, familiar y de clan, de cruzar al otro lado -estamos, como en la novela anterior, en El Paso, en la terrible frontera entre México y Estados Unidos-, la difícil misión de atravesar la peligrosa línea divisoria en busca de su hermano, que ha partido tiempo atrás y que, envuelto también en el universo de los cárteles y la droga, no ha dado señales de vida desde hace meses.
Pero estas historias que así contadas pueden parecer más o menos convencionales se desenvuelven en un universo que, gracias a la maestría descriptiva de Yuri Herrera, a su profundo lirismo, a su inmensa capacidad evocadora, resulta ser todo menos real, colindando con lo onírico, lo fabuloso, lo surreal, lo mitológico, lo legendario. Estamos, sin embargo, en escenarios que son identificables pese a su carácter extremo, con las intrigas entre bandas mafiosas rivales, la violencia de los cárteles, la sordidez de las venganzas, el tráfico de mujeres y la prostitución. Pero, como digo, el muy singular tratamiento estilístico del autor los convierte en espacios de leyenda, sinuosos, evanescentes, como irreales.
Y al logro de este efecto de extrañeza y misterio gracias al cual Herrera logra trasladarnos a una especie de insólito inframundo, contribuye decisivamente el segundo elemento que quiero resaltaros en ambas novelas, que tiene que ver con la reflexión de Goytisolo con la que empezaba mi reseña de hoy, y que es, sin ninguna duda, el excepcional lenguaje que en ellas se utiliza. Más allá de que el libro está escrito en mexicano y que, por lo tanto, para un lector español la lectura debe de ser forzosamente pausada, con frecuentes consultas al diccionario, el autor posee una prosa abigarrada, llena de imágenes sorprendentes, de giros inusuales, de términos novedosos, de metáforas memorables; una prosa que aúna algunas descripciones minuciosas y precisas, de corte casi naturalista, con párrafos enteros, los más, poéticos, repletos de inventiva, de fogonazos creativos magistrales. Fijaos por ejemplo en este párrafo: El muchacho más moreno que había visto en su vida le señaló un pasillo a Makina. Caminó por él, hacia la luz. Al fondo, de súbito se le vino encima una hondonada de hermosuras rivales: la sima un hermoso diamante verde que ondulaba en su propio reflejo; arriba, abrazándolo, decenas de miles de asientos negros plegados, como un cerro de obsidiana erizado de pedernales, reluciente y afilado. Deberéis leerlo varias veces para encontrar tras él una memorable descripción de un estadio de béisbol. Como os digo, una realidad prosaica y vulgar que, gracias a la literatura, se convierte en otra cosa, en un universo casi mítico.
En fin, leed estas dos brevísimas y excepcionales novelas del mexicano Yuri Herrera, publicadas por Periférica, Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo. No las olvidaréis. Os dejo con un fragmento de Trabajos del reino en el que se muestran abiertamente la singularidad y la pericia narrativas de su autor. Después de su lectura, una canción mexicana, de frontera y con acordeones para facilitar la ambientación en el mundo de Yuri Herrera. Se trata de Jugo a la vida, una jubilosa apuesta por el disfrute de la existencia a cargo de los singulares Tucanes de Tijuana.
Son. Tantas letras juntas. Suyas. Puestas ahí sin otra cosa que hacer más que fecundar la testa. Son. Muelen la hoja entre rodillos de insomnio, avisan, hurgan la blancura baldía en el papel y en el mirar. ¿Y qué había sido la hoja sino un trasto del jale, como el serrucho si armara mesas, como la fusca si arreglara vidas? Qué, pero nunca este despeñadero de arena con brío y propósitos a saber. Tantas letras ahí. Son. Son un destello. Cómo se empujan y abrevan una de otra y envuelven al ojo en un borlote de razones. Y qué si perfectas, igual rejegas, ya se incriminan con miedo al desarreglo: palabras. Tantas palabras. Suyas. Bronca de signos que se atan. Son una luz constante. Son. Él ya sabía de los libros, pero repelían, como una patria que no invitaba. Y ahora se ha dejado llevar de la mano hasta el acopio de secretos. Una luz constante. Un resplandor diverso cada una, cada una diciendo el nombre verdadero a su modo. Hasta las más mentirosas, hasta las más veleidosas. Ajá. No. No están ahí nomás para fecundar la testa. Son una luz constante. El rumbo a otros cartones, lejos de ahí. El descenso a oídos ocultos, ahí. Como los bichos que lo pueblan. No. No están nomás para entretener la vista ni alimentar la oreja. Son una luz constante. Son un faro que se derrama sobre las piedras a su merced, son una linterna que se pasea, se detiene, acaricia la tierra y le descubre cómo acabalar el servicio que le ha tocado.
1 comentario:
Al parecer se trata de presentar a los narcos bajo un aspecto amable sin olvidar que estan asociados al homicidio y a la violacion de los derechos humanos.
Publicar un comentario