Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 5 de octubre de 2011

JED RUBENFELD. LA INTERPRETACIÓN DEL ASESINATO

Hola, buenos días. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Como todos los miércoles os invitamos desde aquí, desde Radio Universidad de Salamanca, a leer un libro con nosotros, un libro que siempre escojo con criterios de calidad, un libro que creo que pueda interesaros, entreteneros, enseñaros, divertiros, apasionaros, emocionaros; en definitiva… un libro con el que podáis disfrutar. Hoy quiero presentaros una estupenda novela que tiene ya cuatro o cinco años, pero ya sabéis que dar cuenta de la inmediata actualidad no es uno de los fines de esta sección; La interpretación del asesinato es su título. Su autor, el primerizo en este género aunque reconocido escritor de temas jurídicos, el norteamericano Jed Rubenfeld. La novela ha sido publicada por la editorial Anagrama en traducción de Jaime Zulaika, al que una vez más -y pese a ser un excelente traductor- debemos desde aquí, y muy modestamente, hacer alguna ligera reconvención, aunque quizá no sea él el responsable y sí la editorial: en la página 80 de la novela aparece un hay del verbo haber, cuando se quiere decir ahí, en la 309 una concordancia mal resuelta: una de las puntas del cuello de la camisa disparado hacia arriba, y así, en fin, algunas otras deficiencias menores que, aunque chirrían en un traductor y una editorial que se suponen rigurosos, no perturban -más que esporádicamente- la lectura feliz del texto.

Y una lectura feliz y extraordinariamente agradable es la que se desarrolla a medida que avanzamos en las páginas de esta envolvente La interpretación del asesinato. Se trata de una novela policíaca, pero no de una intriga detectivesca al uso. Por ejemplo, los personajes principales no son siempre los que habitualmente nos encontramos cuando penetramos en una novela de este género. Baste con decir, para que os hagáis cargo de lo novedoso de esta propuesta literaria, que Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, es uno de los protagonistas principales de la obra, y que sus perspicaces deducciones, deudoras de su innovador método científico, resultan esenciales y contribuyen al avance de la investigación de los crímenes. Porque, claro, hay crímenes y criminales, y policías y periodistas, y detectives y forenses y damas de la alta sociedad, y potentados sin escrúpulos, y peligrosos dementes, y chicas de vida fácil, y hasta chinos siniestros y algunos otros motivos comunes del género, pero hay más, hay mucho más, y, sobre todo, lo que hay está contado a partir de un planteamiento singular y muy sugestivo. Rubenfeld no se limita a una historia principal, no se constriñe a las rígidas fronteras de un relato lineal sino que enriquece la narración y obsequia al lector con múltiples tramas paralelas y aun concurrentes, con infinidad de matices, con una gran variedad de planos, de enfoques, con perspectivas que se abren, que se solapan, que se entremezclan, que distorsionan la realidad, hasta el punto de que nunca sabemos cuál de las sucesivas versiones que se nos ofrecen es cierta, cuál la definitiva, cuál la verdad. Pero será mejor que os anticipe algunos detalles de esa trama huidiza, envolvente y fascinante más allá de tanto preámbulo abstracto.

El 29 de agosto de 1909 Sigmund Freud, acompañado de algunos de sus discípulos, singularmente los conocidos Ferenczy y Jung, llega a Nueva York para dar unas conferencias en una universidad local. Simultáneamente a su arribada a la metrópoli norteamericana se producen una serie de sorprendentes asesinatos de jóvenes aristócratas locales, si es que en un mundo tan nuevo como el norteamericano, carente de pasado, podemos hablar de aristocracia, los blasones históricos sustituidos por el brillo del dinero. A partir de aquí se desarrolla la pesquisa, la indagación, la búsqueda del autor o los autores de los crímenes. El viejo coroner Charles Huger, funcionario del ayuntamiento encargado de la investigación en las causas por muertes violentas, el novato detective Littlemore, sagaz y voluntarioso, el alcalde de Nueva York, el muy influyente George McClellan, que quiere asegurarse su reelección al frente de la ciudad, y, sobre todo, el doctor Stratham Younger, licenciado en Harvard y seguidor de Freud, implicado en el caso por ser el psicoanalista de una joven víctima de una tentativa de asesinato; todos ellos se lanzan al descubrimiento del culpable e intentan desentrañar la autoría de los crímenes en un relato que a cada página ofrece nuevos alicientes, descubrimientos insospechados, alternativas desconcertantes.

Y envolviendo esta trama básica, una infinidad de detalles que enriquecen la novela. La recreación magnífica del Nueva York de principios del siglo XX, sus edificios emblemáticos, que se levantan entonces, sus puentes, sus majestuosos hoteles, el Balmoral y el Waldorf Astoria; los grandes nombres que encumbraron la ciudad en la cima del mundo, los Rotschild y los Vanderbilt, los Astor y los Roosevelt; la dura vida de los miles de inmigrantes que inundan la ciudad desde todas las partes del mundo, las inhumanas condiciones de trabajo de quienes construyeron ese sueño. Pero como os digo hay más, hay mucho más. Están las teorías psicoanalíticas, muy documentadas, que Jung, Ferenczy, y sobre todo el propio Freud, exponen con naturalidad, y que hacen avanzar la trama y nos ayudan en la investigación, en la interpretación del asesinato. Y hay citas literarias, y están las disputas intelectuales entre las diversas ‘capillitas’ de la iglesia freudiana, y hay una historia de amor, y está también, y resulta esencial en el libro, por lo que debéis disculparme por haberla dejado para el final, la presencia de Shakespeare y su Hamlet, objeto de muy variadas especulaciones.

En fin, no hay tiempo para más. Estupenda novela esta La interpretación del asesinato de Jed Rubenfeld, publicada por la editorial Anagrama. Espero que os decidáis a disfrutarla. Os dejo como siempre con un fragmento del libro, en particular su muy sugestivo comienzo. Tras él, una canción relacionada con el escenario último de la obra, Frontier psychiatrist, del grupo The Avalanches.


No hay misterio en la felicidad. Los hombres infelices son todos parecidos. Alguna herida de hace mucho tiempo, algún deseo denegado, algún golpe al orgullo, algún incipiente destello de amor sofocado por el desdén -o peor aún, por la indiferencia-, se aferra a ellos, o ellos a lo que les hizo daño, y así viven cada día en un sudario de ayeres. El hombre feliz no mira hacia atrás. Vive en el presente.

Y ahí está el problema. El presente nunca puede darnos una cosa: sentido. Los caminos de la felicidad y del sentido no son los mismos. Para encontrar la felicidad, un hombre sólo necesita vivir en el instante; sólo necesita vivir para el instante. Pero si quiere sentido -el sentido de sus sueños, de sus secretos, de su vida-, deberá rehabitar el pasado, por oscuro que fuere, y vivir para el futuro, por incierto que sea. Así, la naturaleza pone a bailar delante de nuestros ojos la felicidad y el sentido, y se limita a urgirnos a que elijamos una de las dos cosas.

En cuanto a mí, siempre he elegido el sentido. Lo cual, supongo, explicaría cómo di en esperar aquel domingo por la tarde del 29 de agosto de 1909, entre la turba sofocante del puerto de Hoboken, la llegada del barco George Washington, de la Nordeustche Lloyd, que había zarpado de Bremen y que traía hasta nuestras costas al hombre que yo más deseaba conocer en el mundo.


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