ANTONIO FONTANA. PLANO DETALLADO DEL INFIERNO
Hola, buenos días. Bienvenidos de nuevo, un miércoles más, a Todos los libros un libro. Como sabéis, todas las semanas, desde este espacio de Radio Universidad de Salamanca os ofrezco una propuesta de lectura, una recomendación de un libro que creo puede interesaros de entre la multitud de ellos que se publican regularmente en nuestro país. En España salen al mercado cada año cerca de setenta mil nuevos títulos, por lo que ante tamaña desmesura mi modesta pretensión es desbrozaros el camino, ayudaros a abriros paso en ese maremágnum para orientaros hacia algún libro que, partiendo de mi propia experiencia lectora y de mi intuición, pueda gustaros.
Hoy os traigo un libro excelente, una novela magnífica pero, os aviso de antemano, muy dura, pues sus temas principales son la muerte, la enfermedad, la vejez, la desesperanza, la soledad, el miedo, la locura. Su título, ya muy representativo de lo que vais a encontraros si os decidís a abordarla -y deberíais hacerlo pues es un libro extraordinario-, es Plano detallado del infierno. Se trata de una novela corta, poco más de cien páginas, escrita por Antonio Fontana y publicada por Ediciones DVD.
Plano detallado del infierno se estructura en torno a tres monólogos, aparentemente independientes pero que contienen un elemento común, un hilo tenue que los enlaza y les da una unidad, ya no estilística o temática, que sin duda existe pues la novela mantiene una homogeneidad y una coherencia impecables, sino argumental, pues los personajes principales de cada uno de los tres relatos aparecerán vinculados en la trama por un suceso, un desgraciado y azaroso acontecimiento que, sin que ellos lo sepan, los une.
En el primer capítulo, un hombre, un anciano, Matías, asiste en el hospital a la agonía de su mujer, Isabel, gravemente herida tras un accidente de tráfico. Isabel salió despedida del coche en el que ambos viajaban cuando, tras atropellar a una niña que se cruzó en su camino, el vehículo se estrelló violentamente. En el sanatorio, Matías rememora las rutinas, las miserias de su larga vida en común con Isabel, el aburrimiento, la desgana, el hastío y la desidia de un matrimonio como tantos otros; también aflora el amor que ahora, ante la inminencia de la muerte de su mujer, parece redescubrir. Dice Matías: Descubrir que te quiero me sorprende, creía que mi cariño había ido encogiendo hasta volverse indiferencia. Si me hubieran preguntado, habría contestado que lo que sentía por ti era lo más parecido a un roce, a un hábito, a una costumbre, pero ¿amor?... En las largas horas de espera, Matías también dialoga con la Muerte que teje paciente su labor, sentada ante la cama de Isabel.
En el segundo capítulo, el protagonista es Gaspar, un viejo jubilado, viudo, a quien su familia, su hijo, ha encerrado -a traición, con mentiras y engaños- en una deprimente residencia de ancianos. Gaspar rumia las circunstancias que provocaron su abandono, recuerda a su hijo, la infancia más o menos feliz, su adolescencia problemática, su progresivo alejamiento, su boda, su nuera -una extraña-, el nacimiento de su nieto, el cada vez más acentuado desapego del hijo. Gaspar comparte habitación con un callado compañero, que pasa sus días sumido en sus delirios, Matías.
En el tercer y último capítulo, del que en un instante os leeré un fragmento, Ana, la madre de Teté, la niña atropellada, cuenta las desgracias de su vida conyugal, su tristeza, su desesperación, la incomunicación de la vida con su marido, la tristeza de unos años vividos a dos pero, sin embargo, en la más absoluta soledad. Ana recuerda la isla de ilusión y felicidad, también de remordimiento y culpa, que supuso, años atrás, una aventura fugaz con un vecino con el que se topaba regularmente en las escaleras de su casa, Gaspar.
No hay tiempo para más, ni tampoco voluntad por mi parte de desvelar más aspectos de una trama que, con las escasas pinceladas que acabo de ofreceros, puedo haber en parte destripado. No obstante, como casi siempre comento en estos casos, no es la peripecia argumental, el aspecto más superficial de un libro, la que revela su importancia. Es su esencia, lo inefable, lo que la obra nos transmite al adentrarnos en su escritura, lo que constituye su, en definitiva, último valor. Y creedme, es muy alto, muy estimable, más que notable el que encierra este Plano detallado del infierno de Antonio Fontana.
Os dejo con una canción que sirve de espejo al texto, pues habla de la incomunicación de la pareja. Whatever you say, de Martina McBride.
Una mañana te despiertas junto a un hombre que no te da los buenos días y te preguntas: ¿De qué me suena a mí la cara de este señor? Hasta que caes en la cuenta. Tu marido. Es tu marido.
¿Cómo puedes haberte olvidado de que tenías -de que tenías no, Ana: de que tienes- marido? ¿Cómo has podido olvidarte de que estabas -de que estabas no, Ana: de que estás- casada con esa sombra que te gruñe cada vez que os tropezáis entre las sombras del pasillo? Ese extraño que pone la mesa -la cuchara a la izquierda del plato, por más que le repitas que a la derecha; el tenedor a la derecha del plato, por más que le repitas que a la izquierda- mientras el pisto hierve en la cocina. Ese desconocido que se sienta delante de la tele cuando tú te sientas delante de la tele. Que comparte contigo la cama, siempre y cuando estar separados cada noche por miles de kilómetros de sábanas e incomprensión sea compartir la cama. La vida.
Sobre la cómoda del dormitorio, la fotografía de vuestra boda no miente: dentro del marco de plata, él de chaqué; dentro de un escote palabra de honor, tú. Así que tiene que ser verdad. Así que no puede no ser verdad: ese tipo del que te habías -del que te habías no, Ana: del que te has- olvidado es tu marido. Con más arrugas. Con más canas. Reducido a un morse de carraspeos y gruñidos. Claro que la culpa no es sólo de él: tampoco tú tienes nada que decirle. En realidad, ninguno de los dos tenéis nada que deciros ahora que, por no haber, no hay nada que os mantenga unidos. Ni siquiera un hijo.
Te despiertas una mañana junto a un desconocido y lo primero que te viene a la cabeza es gritarle: Oiga, salga de mi cama, ¿por quién me ha tomado? Hasta que reparas en la foto de vuestra boda: el desconocido de chaqué, tú de palabra de honor. De blanco. De tul ilusión. Ilusión, menuda palabra.
¿Mi marido?, piensas angustiada. ¿Éste es mi marido? Y en lugar de Oiga, salga de mi cama, ¿por quién me ha tomado?, le dices Así no podemos continuar. Él asiente despacio, se levanta de la cama y dice: De acuerdo. Dice: Se acabó. Dice: Me voy. Tres maneras distintas de decir lo mismo.
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