Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

JOSÉ ANTONIO MILLÁN. PERDÓN, IMPOSIBLE

Hola, buenas tardes. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Dejade que hoy, para empezar, os haga una pregunta, una pregunta retórica, pues es obvio que no podéis contestarme, pero pese a ello, permitidme que la formule en alta voz y permitidme también que imagine vuestra respuesta. He ahí la pregunta: ¿escribís?, ¿redactáis textos diversos, rellenáis formularios, tomáis notas, copiáis apuntes, lleváis un diario, anotáis vuestros sueños tras despertaros, pergeñáis poemas, escribís cartas, tecleáis “eseemeeses”, mandáis “guasaps”, hacéis la lista de la compra en un papelito recortado, ayudáis a vuestros hijos en sus redacciones escolares, cumplimentáis instancias, esbozáis proyectos de novelas, ponéis por escrito vuestros propósitos cada año nuevo, narráis vuestras impresiones de viaje, castigáis a vuestros parientes con postales desde vuestros destinos turísticos, enviáis correos electrónicos? Anticipo vuestra respuesta afirmativa, por supuesto que sí, claro que escribimos, todo el mundo escribe, con mayores o menores pretensiones, por motivos profesionales y de intendencia o llevados por la emoción y el deseo de comunicación, con voluntad e ilusión y propósito literarios o como desempeño laboral meramente formal... todos escribimos, pues la escritura nos hace seres humanos, la escritura, como el habla, nos aleja de nuestra animalidad más primitiva.

Pues bien, partiendo de esa base indiscutible, la de que vosotros y yo somos, en cierto modo, escritores, el libro del que hoy quiero hablaros os va a interesar especialmente. Se trata de Perdón imposible, su autor es José Antonio Millán y lo publica el sello RBA que ya ha hecho del libro varias ediciones, alguna incluso en bolsillo, lo que es prueba de su relativo éxito. Perdón imposible se presenta con un subtítulo muy elocuente y significativo que os dará pistas de por dónde se desenvuelve su original planteamiento: Guía para una puntuación más rica y consciente.

Y es que en tanto que todos escribimos en algún momento de nuestras vidas, en muchos momentos de nuestras vidas, este librito puede resultarnos de mucha utilidad, pues proporciona numerosas claves, contadas magníficamente y siempre con un poso de humor y mucha amenidad, para que la puntuación de nuestros escritos sea correcta y haga de ellos textos claros, precisos y, sobre todo, de una gran eficacia comunicadora. Y especialmente, en estos tiempos en que los informes internacionales sobre el estado de nuestra educación, con los casos paradigmáticos de PISA para los alumnos de secundaria, y PIACC para adultos, dejan claro que en las competencias matemática y lectora los españoles, adolescentes y mayores, estamos muy atrás con respecto a los países de la OCDE; en estos tiempos de mensajes telefónicos en los que proliferan grafías imposibles, sintaxis desmañadas y léxicos miserables; en estos tiempos en los que en casi cualquier seudo debate televisivo irrumpen desbocadas estas cintas móviles que en la parte inferior de la pantalla nos agreden, salvajes puñetazos a la inteligencia, con su sucesión de anacolutos y errores ortográficos brutales, de exabruptos y redacciones descosidas; en estos tiempos en los que la prosa periodística, el lenguaje de los políticos, los balbuceos expresivos de las figuras públicas, se desenvuelven en un nivel sólo un ligero escalón por encima del sonido gutural de los animales, la consulta de un texto que se detiene en estas cuestiones, sólo aparentemente menores, relativas al cuidado y el rigor en la puntuación puede parecer un lujo algo anacrónico, pero, sin duda, un lujo necesario.

El título del libro hace referencia a una simpática y muy indicativa anécdota vivida por el autor en su infancia. En sus años escolares a José Antonio Millán le contaron una historia atribuida a Carlos V, aunque luego él mismo confiesa que la ha encontrado referida a otros reyes. Al parecer, al emperador se le pasó a la firma una sentencia que afectaba a uno de sus súbditos y que decía así: Perdón imposible, que cumpla su condena. Al monarca le gano su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio, de manera que la frase se convirtió en: Perdón, imposible que cumpla su condena. Y de ese modo, una coma cambió la suerte de algún pobre desgraciado.

A partir de esta historieta trivial pero sin embargo iluminadora de la radical importancia, de la en algunos casos vital trascendencia de una correcta puntuación, José Antonio Millán construye su libro, en el que dedica capítulos autónomos al punto, en todas sus manifestaciones, punto y seguido, punto y aparte, punto final, puntos suspensivos, a la coma, al punto y coma, a los paréntesis, a los signos de interrogación y de admiración, a las comillas, a los guiones, en fin, a otros distintos signos ortográficos. En cada sección aparecen multitud de ejemplos, referencias literarias, citas de periódicos, y todo ello, como os digo, impregnado de una sutil socarronería que nos hace avanzar por el libro de manera gozosa, aprendiendo y divirtiéndonos a la vez. Instruir deleitando, quizá algunos de vosotros recordéis aquel espléndido lema que tanto se repetía en nuestra infancia y que sin duda puede encabezar a modo de síntesis afortunada este magnífico Perdón imposible de José Antonio Millán, editado por RBA, que esta tarde os recomiendo vivamente. Os dejo con un fragmento del libro consagrado a los signos de interrogación que os va a encantar. Igualmente espero que os interese también la canción que he escogido para acompañar mi reseña. Se trata de Mala ortografía un rap -obviamente autobiográfico, a juzgar por algunas de sus “publicaciones” que circulan por internet- de Santa Rm, un “artista” creo que mexicano, incalificable frecuentador del “discursivo” género musical.
 
 

La duda

En este capítulo y el siguiente vamos a tratar algo que, en rigor, no son signos de puntuación (aunque los llamen así), sino de entonación: la exclamación y la interrogación.

Cuando un hispanohablante -o mejor dicho, hispanoleyente- se asoma por primera vez a otras lenguas, siempre se sorprende al comprobar que por ahí fuera los signos de interrogación y de admiración se cierran, pero no se abren.

En español ocurría lo mismo hasta bien entrado el siglo XIX, como en este diálogo humorístico del XVIII, muy extendido en su época:

Rey: Quién eres tú? Cuándo naciste? Y de qué tierra eres?

Bertoldo: Yo soy un hombre, nací cuando mi madre me parió, y mi tierra es este mundo.

¿Cómo saben los ingleses actuales (o los españoles de antaño) cuándo tienen que empezar a admirarse? ¿Cuándo deciden que alguien está preguntando algo? La verdad es que, en lo que respecta a la interrogación, lenguas como el inglés marcan muy bien el comienzo de una frase, mediante partículas o utilizando un verbo auxiliar. En español, sin embargo, una misma frase puede ser perfectamente enunciativa, admirativa o interrogativa sólo con que cambie el tono en que se dice. Por ejemplo: El niño va al colegio solo. ¡El niño va al colegio solo! ¿El niño va al colegio solo?

Este hecho hizo que la Academia en la segunda edición de su Ortografía, en 1754, recomendara la utilización de nuevos símbolos: la apertura de admiración y de interrogación. La elección de qué signo utilizar no fue sencilla. Decía la Academia:

La dificultad ha consistido en la elección de nota o signo; pues emplear en esto las que sirven para los acentos y otros usos daría motivo a equivocaciones, y el inventar nueva nota sería reparable y quizá no bien admitido. Por esto, después de un largo examen ha parecido a la Academia se pueda usar la misma nota de interrogación, poniéndola inversa antes de la palabra en que tiene principio el tono interrogante, además de la que ha de llevar la cláusula al fin de la forma regular.


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