Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 13 de enero de 2021


MISCELÁNEA ENERO 2021. NOVELAS

Hola, buenas tardes. Bienvenidos un año más, en este 2021 que esperamos sea feliz y apacible para nuestra audiencia, a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca, que esta semana, tras las vacaciones navideñas, cambia radicalmente su esquema, que de costumbre se centra de manera monográfica en un solo libro, para ofreceros una propuesta plural y miscelánea con una larga serie de recomendaciones diversas. Y es que pese a que la temporada de regalos (bien que limitada, quizá, por la triste y dolorosa situación en la que nos ha sumido la extraordinaria propagación del coronavirus) finaliza “naturalmente” tras la “mágica” fecha del seis de enero, quiero prolongar por mi cuenta esta etapa más “dadivosa” de nuestras vidas con un ciclo de emisiones, integrado por cuatro programas consecutivos, en los que os presentaré una amplia variedad de libros -en torno a una veintena- que no solo pueden despertar vuestro interés, sino que, además, quizá os resulten adecuados en la elección del obsequio lector más apropiado para continuar ejerciendo de Reyes Magos, fuera ya de tiempo pero no de espíritu, con familiares, amigos y allegados. 

En esta primera entrega de la serie son seis los libros que quiero presentaros brevemente, todos ellos novelas y todos ellos leídos por mí en los últimos meses. En las restantes ediciones del ciclo os traeré algunos clásicos ahora reeditados, el miércoles próximo; una selección de obras de poesía, dentro de quince días; y una muestra miscelánea de obras de diversos géneros, en el programa que cerrará esta poco habitual propuesta de Todos los libros un libro

De Colson Whitehead ya os hablé aquí hace un par de años a raíz de la publicación en nuestro país de El ferrocarril subterráneo, su exitosa novela de 2017, galardonada con, entre otros premios, el National Book Award y el Pulitzer. Este pasado septiembre vio la luz en España, también en Penguin Random House (aunque en este caso cambia el traductor, Luis Murillo Fort), su última obra, Los chicos de la Nickel, con la que el escritor norteamericano ha ganado su segundo Pulitzer, una circunstancia nada común en la larga historia del prestigioso premio. 

El libro se adentra -en un rasgo sustancial de la obra de Whitehead, que es de raza negra- en el universo de la discriminación racial en Estados Unidos. Si en su anterior novela viajaba al siglo XIX para reflejar la tragedia de la esclavitud, a través de la historia de la huida y la implacable persecución de una muchacha que escapa de una plantación sureña en busca del Norte liberador, aquí nos lleva al estado de Florida en los años sesenta del siglo XX. La Academia Nickel es un reformatorio -con un referente real, Dozier su nombre auténtico- en el que por una desafortunada conjunción de accidentes recala Elwood Curtis, un adolescente negro, aplicado y voluntarioso estudiante, que vive con su tía Harriet (sus padres han desaparecido de su vida), inspirado en su día a día por los combativos discursos de Martin Luther King que escucha en una grabación en disco mientras se esfuerza por superar la previsible limitación de su destino y acceder a la universidad. 

La Nickel es un horror, un lugar espeluznante en el que a los chicos, jóvenes problemáticos (no es el caso de Elwood, cuyo internamiento es fruto, ya se ha dicho, de una infausta sucesión de aciagas casualidades), blancos y negros, aunque segregados en espacios y actividades, se les “reeduca” en un clima de terror, violencia, castigos sangrientos, violaciones y muertes. Solo en 2011 saldrían a la luz las atrocidades del lugar, perpetradas por el personal y los dirigentes de la institución, pero toleradas con la permisividad y hasta la connivencia de las autoridades locales. La novela, intensa, dolorosa, muy bella, nos da cuenta de la barbarie cotidiana y de la espantosa brutalidad gratuita en el centro, en un relato escalofriante, pero interesa, sobre todo, por su profunda penetración en los torturados abismos del alma del chico inocente e ilusionado, cuyo idealismo y cuyos sueños se verán puestos a prueba de continuo, y por mostrarnos, en paralelo, la terrible e injusta discriminación racial que, bien avanzado el siglo XX, seguía siendo la tónica habitual en la vida pública estadounidense. Una novela de lectura apasionante, por cuyas páginas se avanza simultáneamente arrebatado y estremecido. 

En 2016, la editorial Penguin Random House publicó en España Brújula, la novela del francés Mathias Enard que había sido galardonada con el premio Goncourt un año antes. El libro, cuatrocientas cincuenta páginas de escritura abigarrada y estimulante, deslumbrante y alucinada, narraba la biografía del ficticio musicólogo Franz Ritter que, en una noche de insomnio, rememora, en un relato embriagador, una vida que ha alcanzado en la experiencia y la cultura de Oriente su expresión intelectual y sentimental más alta. Con una erudición portentosa, con un estilo a la vez preciso y barroco, musical y elegante, Enard nos traslada a Estambul, Teherán, Alepo, Damasco o Palmira para recorrer la historia entera de su personaje -amigos, amores, artistas, músicos, literatos- e, imbricada en ella, la de ese mundo oriental que conoce bien, pues en su formación se ha especializado en dichas culturas, habiendo vivido en Oriente Medio (entre otros muchos destinos de un escritor cosmopolita), doctorado en persa y enseñado árabe en Barcelona. 

Al menos seis de sus libros han visto la luz en España, todos en la editorial mencionada y todos traducidos por Robert Juan-Cantavella. De ellos quiero comentaros ahora del último que yo he leído, Habladles de batallas, de reyes y elefantes, una novela de 2010, editada en nuestro país en 2011 y que, como digo, yo leí en los meses del primer confinamiento. 

La novela parte de un episodio enigmático, probablemente ficticio, de la vida del artista Miguel Ángel Buonarrotti. En 1506, Miguel Ángel, que ya ha ofrecido al mundo el David y la Pietà y es un escultor reconocido, recibe la invitación del sultán Beyazid II para acudir a Constantinopla y diseñar un puente sobre el Cuerno de Oro (poderosa metáfora, como unión de Oriente y Occidente), en cuyo primer proyecto, a la postre irrealizable por su audacia técnica, había sido rechazado Leonardo da Vinci. El ofrecimiento del sultán le llega al escultor en su Florencia natal, a donde ha huido desde Roma, hastiado de las intrigas que urden en su contra sus competidores Rafael y Bramante y harto del impago del coste de sus trabajos para el papa Julio II. Viendo en la propuesta otomana la triple posibilidad de saldar unas deudas crecientes, de desafiar el poder y la cólera del poco agradecido y mal pagador pontífice y de superar a su rival, el genio da Vinci, viajará a la capital del imperio turco en donde desembarcará, en un episodio efectivamente registrado por los historiadores, el 13 de mayo de 1506. 

El libro se abre con una cita de Kipling que revela de modo inequívoco el propósito y el tono que nos vamos a encontrar en sus páginas: Ya que son niños, habladles de batallas y de reyes, de caballos, de diablos, de elefantes y de ángeles, pero no dejéis de hablarles de amor y de cosas semejantes. La cita, que se explicita de modo aún más claro en un fragmento que os dejaré como cierre a esta reseña, concentra lo esencial, a mi juicio, de la literatura de Enard: un cierto exotismo, la desbordante imaginación, la refinada cultura, la dimensión íntima, sentimental, amorosa, el lirismo y la poesía. A través de la inventada trama de la obra conocemos la personalidad, ambigua y exaltada, vacilante y apasionada, estricta y enardecida, del artista, seducido, enamorado, timorato: Miguel Ángel busca el amor. Miguel Ángel teme al amor como teme al infierno. También conocemos el Estambul de la época, la ciudad acogedora y multicultural, la de la libertad y la cultura, la de las intrigas y las maquinaciones, la misteriosa y tentadora, la del lujo y la miseria, la del deseo y la incitante vida nocturna; una urbe que el genio renacentista recordará con nostalgia al aproximarse su muerte, con cerca de noventa años, pasados sesenta de su inolvidable experiencia: De Estambul, le quedan una luz vaga, una sutil dulzura mezclada con amargura, una música lejana, formas suaves, placeres enmohecidos por el tiempo, por el dolor de la violencia y de la pérdida: el abandono de las manos que la vida no dejó tomar, rostros que ya no serán acariciados, puentes que todavía no se han tendido

Y hay también interesantes reflexiones sobre el arte y la función del creador, sobre la relación entre Oriente y Occidente, sobre la pasión amorosa (Enard nos lleva, en el epílogo a su novela, a esos últimos días de Miguel Ángel, y lo vemos escribiendo sonetos de amor, aferrado al recuerdo de un mechón de cabellos muertos), y sobre, en definitiva, el sentido último de nuestras existencias. Un libro brillante, una joya, refinada y preciosista. 

Richard Powers protagonizó las tres primeras emisiones de Todos los libros un libro por este curso, con sus novelas El tiempo de nuestras canciones, El eco de la memoria y El clamor de los bosques. El relativo éxito en nuestro país de esta última ha llevado, quizá, a la editorial que la publicó, Alianza de Novelas, a presentar ahora una anterior, Orfeo, que había visto la luz en Estados Unidos en 2014. Con traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara, en una experiencia que ha debido resultar complejísima, dado lo específico del lenguaje técnico utilizado por el autor, el libro contiene todos los elementos habituales -en contenido y forma- de la literatura de Powers, tan fácilmente identificable. La trama argumental, como de costumbre tenue, aunque salpicada con las suficientes dosis de peripecias como para subyugar al lector y hacerle avanzar por las más de cuatrocientas páginas de la obra, se resume en pocas frases. Un veterano compositor, Peter Els, de setenta años, que toda su vida se ha dedicado a romper los esquemas convencionales de su disciplina con sus creaciones, amplía hasta tal extremo los límites de su experimentación artística que acaba por levantar en su hogar un artesanal laboratorio de microbiología para, en un trabajo a caballo entre la composición musical y la ingeniería genética, intentar meter archivos musicales en células vivas. Con un planteamiento cuya complejidad técnica excede mi comprensión (convertir una célula en una gramola), Els descodifica un archivo musical y lo corta y empalma en el genoma de una bacteria, la Serratia marcescens, que cultiva en su modesto taller de investigación casero. Son precisamente estas insólitas prácticas domésticas, descubiertas por azar por la policía, que acude a su casa tras una llamada del jubilado, solitario y algo asocial músico, desconcertado por la muerte de su perra, Fidelio, las que, en el clima de paranoia generalizada provocado por los atentados del 11-S, despiertan las sospechas de la Seguridad Nacional. A las pocas horas, cuando vuelve a su hogar tras hacer unas compras, contempla en la distancia una escena de pesadilla, con el lugar tomado por una turbamulta de hombres con capucha envueltos en trajes protectores blancos, policías de paisano, investigadores, técnicos excavando en el jardín y eficientes individuos que van de un lado a otro apilando sus pertenencias en bidones, fotografiándolos, etiquetándolos e introduciéndolos en furgonetas. Desconcertado y temeroso, emprende una huida irracional por diversas ciudades de Estados Unidos, en las que contactará con su exmujer, su hija, una antigua novia y un dramaturgo y compositor amigo, mientras el país entero, los medios de comunicación y, obviamente, las fuerzas de seguridad se ocupan de su caso, que en los noticieros ha pasado a conocerse como el del “Bioterrorista Bach”. 

La novela se desarrolla siguiendo dos líneas complementarias: la narración de la desorientada huida y la implacable persecución, y, entrelazado con ella, el relato retrospectivo de la vida del músico, desde su nacimiento en 1941 hasta ese 2011 en el que se desarrolla el presente de la historia. Y en ambos frentes afloran, ya se ha dicho, los rasgos característicos del “universo Powers”: la desmesurada inteligencia de un escritor insólito; su profundo conocimiento de los temas científicos, entre ellos el interés por el cerebro y los estudios neurológicos; las referencias a internet, las redes sociales y los cambios que introducen en nuestras vidas los avances tecnológicos; la construcción de un escenario para la trama que refleja la realidad de su país y del mundo en la época correspondiente, en Orfeo la Norteamérica convulsionada por los atentados de las Torres Gemelas; la preocupación, aquí en un plano muy secundario, por las cuestiones medioambientales; la presencia -en este caso, primordial- de la música; y las reflexiones, siempre relevantes, sobre el alma humana, nuestro papel en el mundo, el sentido de la vida y, claro está, el amor. 

De una complejidad mucho mayor que las otras tres novelas que he comentado aquí, Orfeo exige un grado de conocimiento de los conceptos teóricos en los que se basa la música que no están al alcance de cualquiera. En mi caso, pese a sentirme más de una vez desbordado por la soberbia erudición del autor, perdido en numerosas ocasiones en la envolvente maraña de tecnicismos, referencias y metáforas musicales, no obstante, la maestría de Powers fue capaz de atraparme y de llevarme, arrebatado, por la larga extensión del libro en una lectura llena de lagunas pero igualmente apasionante. 

Pierre Lemaître es un magnífico escritor francés que ya os presenté en nuestro espacio hace unos años, en los primeros días de diciembre de 2014, a propósito de la publicación en nuestro país de Nos vemos allá arriba, su exitosa novela, galardonada con el Premio Goncourt del año anterior, ambientada en los días finales de la Primera guerra mundial y en los años inmediatamente posteriores a ella. Desde ese mi descubrimiento del autor galo, he leído muchos otros de sus libros, singularmente la serie policiaca centrada en el singular comandante Camille Verhoeven, con cuatro títulos editados, Irène, Alex, Rosy & John y Camille, los cuatro en Alfaguara y que os recomiendo vivamente, a pesar de una a veces casi insoportable crudeza de la narración. En 2019 apareció en nuestro país Los colores del incendio, una novela también excepcional que constituye una suerte de continuación de Nos vemos allá arriba, y que prolonga la fidedigna y apasionante recreación de la sociedad francesa de entreguerras que ya era el título anterior, a través de una trama argumental cuya acción se sitúa entre 1927 y 1933. El ambicioso proyecto de Lemaître con el que ha pretendido mostrarnos un cuarto de siglo decisivo en la historia francesa y europea, se cerró este pasado 2020 con El espejo de nuestras penas, que se adentra en los días de la Segunda guerra mundial y de la ocupación del país vecino por las fuerzas del Reich. Estamos, pues, ante una trilogía, que bajo la rúbrica general de Los hijos del desastre, ahora se completa de manera magistral. Los tres libros pueden encontrarse en la editorial Salamandra con la traducción de José Antonio Soriano Marco. 

El título que ahora os comento gira sobre tres protagonistas principales, Louise Belmont, una joven maestra que vivirá en las primeras páginas del libro un suceso trágico que le mostrará algunos episodios desconocidos de la vida de su familia; Raoul Landrade, un soldado fullero que en su destino en la línea Maginot, el bastión de defensa pretendidamente inexpugnable concebida para frenar el victorioso ataque de los ejércitos alemanes, trapichea con los abastecimientos militares, en un día a día hecho de estafas, chanchullos y oscuros negocios fraudulentos; y, por fin, Désiré Migault (o Mignon o Michard, entre otras muchas denominaciones con las que esconde su cambiante personalidad), un individuo camaleónico y misterioso, de un innegable magnetismo, capaz de seducir a cuantos lo tratan en los distintos escenarios a los que lo conduce su afán de medro. Los tres, y otros en su órbita -el sargento primero Gabriel, superior en jerarquía, aunque sometido y acobardado humanamente por su subordinado Raoul; el guardia móvil Fernand y su enferma mujer Alice; el entrañable señor Jules, propietario de La Petit Bohème, una casa de comidas- acabarán unidos por el destino al coincidir en la apresurada de huida de París por la carretera del sur, hacia Orleans, para atravesar el Loira y poder escapar así de la amenaza nazi (estamos en mayo de 1940, las fuerzas alemanas invaden Holanda, Bélgica, Luxemburgo, ocupan media Francia y se plantan a las puertas de París, que será declarada ciudad abierta en junio de ese mismo año, evitando la masacre destructiva de los bombardeos y provocando la fuga masiva, aterrorizada y angustiosa de sus habitantes). Con una trama muy bien hilada, con aires de thriller, que conecta con ocultos episodios del pasado de algunos de los personajes, la historia desarrolla toda su potencialidad narrativa (que lleva consigo azares, aventuras, lances inesperados, encuentros y despedidas, giros no previstos) en la descripción de esa marea humana (Un inmenso cortejo fúnebre —se dijo Louise—, convertido en el espejo de nuestras penas y nuestras derrotas) que, tras la entrega de su país, atraviesa sus carreteras en un éxodo dramático, descrito por Lemaître con emoción e intensidad, en un relato novelesco, ficción pues, pero con una evidente verosimilitud, al incorporar acontecimientos y sucesos realmente ocurridos y documentados en lecturas, testimonios, archivos y bases de datos de los que se nos da cuenta en la postrera sección del libro. El recuerdo de la magistral Suite francesa, de Irène Némirovsky, que comparte con El espejo de nuestras penas época y entorno, planea en todo momento sobre el texto, una novela muy interesante, aunque, a mi juicio, sin llegar a las muy altas cotas de la obra que abrió el ciclo. 

Julian Barnes es uno de los nombres mayores de la literatura británica contemporánea. En Todos los libros un libro presenté hace unos años Arthur & George, una novela muy estimable en una trayectoria repleta de ellas (El loro de Flaubert, Hablando del asunto, El sentido de un final, entre otras muchas). Barnes publicó en nuestro país, el pasado 2019, en Anagrama, la editorial que acoge la casi total integridad de la obra del inglés, La única historia, la décimo tercera novela de su autor, en traducción de Jaime Zulaika. La acción se enmarca en los años sesenta del pasado siglo, época en la que transcurre la historia de amor, tortuosa y emotiva, entre Paul, un joven de diecinueve años, y Susan Maclead, una mujer que le lleva treinta, casada y con dos hijas, ambas mayores también que el muchacho. Narrada con un estilo aparentemente distante y hasta frío, la larga historia -de décadas- de los amantes, conmueve, sin embargo, pues pone en juego sentimientos, emociones y experiencias universales: el amor, la inocencia, el paso a la madurez, la búsqueda de la felicidad, el deseo, la atracción sexual, la degradación de los sentimientos, el transcurso del tiempo, el dolor, el sexo y el placer, las heridas que nos inflige el trato con los demás. Junto al interés que encierra en sí el desarrollo de la trama argumental, La única historia resulta sobresaliente por la calidad de la prosa de Barnes, por sus recursos estilísticos, por su sencillez y por una muy trabajada apariencia de despojamiento. En mi otro espacio de Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes, os ofreceré, a partir del próximo lunes, dos emisiones con textos entresacados del libro. 

De igual manera, anteayer, 11 de enero, salió al aire en el mismo espacio un programa cuya vertiente literaria estaba integrada por fragmentos de otra excelente novela de un autor también recurrente entre mis recomendaciones, Luis Landero. Lluvia fina fue elegida, en diversos medios de comunicación de nuestro país, como la mejor novela del año 2019. El libro nos presenta a Gabriel que, tras años alejado de su familia, llama a sus hermanas Sonia y Andrea con la intención de proponerles un encuentro para celebrar el octogésimo cumpleaños de su madre e intentar una suerte de reconciliación familiar. Aurora, mujer de Gabriel, se constituirá, en cierto modo, en el núcleo del libro, pues será la confidente de los diversos personajes, en una serie de relatos en los que afloran los recuerdos, los rencores, las frustraciones, las envidias, las confesiones, los agravios y las miserias familiares. Pese a su unánime reconocimiento de lectores y crítica, y pese a tratarse, sin ninguna duda, de una excepcional novela, esta Lluvia fina a mí no me ha entusiasmado como sí lo hicieron otros títulos de Landero, el deslumbrante Juegos de la edad tardía o Caballeros de fortuna, Absolución, Hoy Júpiter o El balcón en invierno, entre otros, algunos de ellos reseñados en este espacio. No obstante, la lectura de cualquier libro de Landero es siempre un placer. 

Para cerrar esta inusual entrega del programa, quiero proponeros otra novela sobresaliente, La fuente, de la escritora francesa Anne-Marie Garat, que vio la luz este pasado 2020 en la editorial Navona con la traducción de José Ramón Monreal. Garat ya había estado presente en Todos los libros un libro hace casi una década, a finales de 2011, con, quizá, su obra mayor, En manos del diablo. Aquel libro, desmesurado y desbordante, comparte con el que ahora os presento su carácter de narración caudalosa, inagotable, repleta de historias, de intrigas, de relatos intercalados, de leyendas, de fantasmas, de apasionantes retazos de la vida humana. La narradora llega al pueblo de Mauduit para obtener del ayuntamiento autorización para que sus alumnos de sociología puedan acceder a los archivos municipales. Su elección del pequeño pueblo no es casual, pues de pequeña había vivido una corta temporada en él, y un cierto enigma familiar -el difuso recuerdo del rechazo de la madre a la estancia en el lugar, el extraño apego del padre- la acompaña desde entonces. Ante la imposibilidad de encontrar un hotel disponible, la narradora aceptará el alojamiento en la desvencijada casa que una anciana algo extravagante ocupa en un paraje solitario al borde un río. El azaroso encuentro entre ambas mujeres es la ocasión para el desenvolvimiento de una narración subyugante en la que la anciana desvela su propia vida, desde un momento iniciático ocurrido en el verano de 1904, cuando la entonces niña Lottie, contando apenas doce años, oculta entre la arboleda cercana, observa cómo un desconocido visitante aprovecha la ausencia de la familia Ardenne, propietaria de la casa, para dejar sobre la mesa de la cocina, antes de abandonar el lugar sin dejar más rastro que una extraña nota, a una recién nacida. Lottie, la única capaz de calmar los llantos de la pequeña, entrará al servicio de la familia, y su historia, que se entremezcla con el relato de las intensas peripecias de los Ardenne, de la propia trayectoria vital de la innominada narradora, de la singular existencia de habitantes del pueblo, inundará las más de quinientas fecundas páginas del libro, en una suerte de Mil y una noches contadas por una sorprendente e infatigable “cronista”. Los grandes acontecimientos del siglo, escenarios exóticos -los canadienses bosques del Yukón, China, África-, secretos familiares, acontecimientos inesperados, amores, alegrías y dramas, recuerdos y confidencias, afloran en un complejo tapiz en el que se cruzan pasado y presente, imaginación y realidad, conformando una novela altamente interesante guiada por una prosa subyugante, magnética, muy rica en detalles, algo densa. 


De Orfeo, el libro de Richard Powers comentado esta tarde, extraigo tanto el texto final (que acompaña al prometido de Enard) como el tema musical con el que cerrar la reseña. Se trata del soneto XCII de Neruda (Amor mío, si muero y tú no mueres), y de su interpretación a cargo de la mezzo-soprano Lorrain Hunt Lieberson con la Boston Symphony Orchestra, dirigida por James Levine. El poema y la canción, compuesta para la cantante por su marido, el músico Peter Lieberson, tienen un papel destacado en la trama de la novela. 


SONETO XCII. Pablo Neruda

Amor mío, si muero y tú no mueres, 
no demos al dolor más territorio: 
amor mío, si mueres y no muero, 
no hay extensión como la que vivimos. 

 Polvo en el trigo, arena en las arenas 
el tiempo, el agua errante, el viento vago 
nos llevó como grano navegante. 
Pudimos no encontrarnos en el tiempo. 

Esta pradera en que nos encontramos, 
Oh pequeño infinito! devolvemos. 
Pero este amor, amor, no ha terminado,

 y así como no tuvo nacimiento 
no tiene muerte, es como un largo río, 
sólo cambia de tierras y de labios.


Tu ebriedad es tan dulce que me aturde. Respiras suavemente. Estás vivo. Me encantaría pasar a tu lado del mundo, ver en tus sueños. ¿Sueñas con un amor blanco, frágil, allá, tan lejos? ¿Con una infancia, con un palacio perdido? Sé que ahí no tengo sitio. Que ninguno de nosotros tendrá sitio. Estás cerrado tras un caparazón. Sin embargo no te costaría abrirte, una grieta minúscula por la que se abismaría la vida. Adivino tu destino. Te quedarás en la luz, te ensalzarán, serás rico. Tu nombre inmenso cual fortaleza nos disimulará en su sombra. Lo que has visto aquí se perderá en el olvido. Estos instantes desaparecerán. Tú mismo olvidarás mi voz, el cuerpo que has deseado, tus temblores, tus titubeos. Me gustaría tanto que conservases algo. Que te llevases una parte de mí. Que mi país lejano calase en ti. No un vago recuerdo ni una imagen, sino la energía de una estrella, su vibración en la oscuridad. Una verdad. Sé que los hombres son niños que ahuyentan su desesperanza con la cólera, su miedo en el amor; en el vacío, al que responden construyendo castillos y templos. Se aferran a los relatos, los ponen por delante como estandartes; cada uno hace suya una historia para inscribirse en la multitud que la comparte. Se los conquista hablándoles de batallas, de reyes, de elefantes y de seres maravillosos; contándoles la bondad que habrá más allá de la muerte, la intensa luz que presidió su nacimiento, los ángeles que lo acompañan, los demonios que lo amenazan, y el amor, el amor, esa promesa de olvido y de saciedad. Habladles de todo eso, y os amarán; harán de ti el igual de un dios. Pero tú sabrás, puesto que estás aquí contra mi cuerpo, tú el franco maloliente que el azar ha arrojado en mis brazos, tú sabrás que todo eso no es más que un velo perfumado que esconde el eterno dolor de la noche. (Habladles de batallas, de reyes y elefantes)

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Miscelánea enero 2021. Novelas

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