ÁLVARO CUNQUEIRO. POR EL CAMINO DE LAS PEREGRINACIONES
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro que comparece de nuevo ante vosotros con una recomendación viajera para este verano. Recordar que nuestras propuestas del mes de julio están centrándose en libros que hablan o inducen (espero que en todos los casos ambos verbos sean “conjugables” de modo simultáneo) al viaje, en la creencia de que las vacaciones escolares, singularmente las veraniegas, son un momento propicio para encarar la experiencia viajera.
Y de experiencia, en el sentido más intenso del término, puede hablarse en relación al Camino de Santiago, aunque son tantos los turistas que actualmente lo frecuentan -ya no me atrevo a llamarles viajeros en sentido estricto-, que esa masiva afluencia ha convertido la ruta, en muchos casos, en una suerte de acto social muy alejado de su sentido primigenio, este sí vinculado al crecimiento personal, a la profunda experiencia íntima, a la aventura existencial, al introspectivo ejercicio de reconocimiento y desarrollo de la propia personalidad.
De modo que hoy, aunque no nos hallemos ante un Año Santo compostelano, hablaremos de la ciudad gallega y de la experiencia del Camino que la tiene como meta. Para ello os traigo un libro, de entre los centenares, y no exagero, publicados con temática jacobea; y de paso os anticipo que la semana que viene mi recomendación será también alusiva al peregrinaje compostelano. Dos libros magníficos, pues, de muy diferentes estilo e intención, en los que os podréis encontrar no sólo unos buenos ratos de solaz y entretenimiento, sino cultura, historia, reportaje, y sobre todo literatura, excelente literatura. El de esta semana es Por el camino de las peregrinaciones, escrito por Álvaro Cunqueiro -al que ya conocéis por os hable de él hace unos años en este mismo espacio-, y que vio la luz en 2004, en edición de Alba Editorial.
No hay mucho tiempo para hablaros en extenso del libro, sobre todo teniendo en cuenta que quiero ofreceros como cierre un amplio fragmento de él -muy significativo, hasta el punto de que resulta claramente ejemplificador de su tono, de su estilo, de su carácter-, de modo que os cuento en un par de pinceladas lo esencial del estupendo volumen y os dejo con esa maravilla final escrita por el gallego.
Por el camino de las peregrinaciones recoge la crónica periodística de un viaje entre Piedrafita do Cebreiro y Santiago de Compostela, el tramo gallego del llamado Camino francés, realizado en 1962 por el propio Cunqueiro acompañado de Magar, un fotógrafo de Vigo, al que yo aún recuerdo de mis días de infancia, dejando huella con su cámara de todos los acontecimientos relevantes de la cotidianidad viguesa, fuera el incendio de un inmueble, la llegada a la ciudad de alguna celebridad o, más frecuentemente, inmortalizando los casi siempre agónicos partidos del Celta. Los textos vieron la luz por primera y única vez en el Faro de Vigo, el periódico local, en octubre de ese mismo 1962, y desde entonces no se habían vuelto a publicar, hasta ese 2004 en que aparecieron en el libro. Aparte del valor periodístico, o más exactamente sociológico, del reportaje, que permite conocer cómo se vivía en la Galicia rural, en el campo de aquella perdida región de España hace cincuenta años, el libro interesa por lo mismo que atrae cualquiera de las obras de Cunqueiro: la erudición nunca pedante y sí muy ilustrativa; la prosa fluida y rezumando lirismo; la historia contada de un modo sugestivo, en una narración que entremezcla sutilmente el dato real con la leyenda, el acontecimiento ocurrido con la anécdota fantaseada; el humor tan galaico, mezcla de sorna inteligente y apacible delicadeza; la riqueza de los personajes, múltiples e inesperados: reyes y condestables y princesas y duques, pero también mitos legendarios, bellas damas literarias y sobre todo paisanos, esos gallegos de a pie, con su retranca secular, que pueblan los caminos del camino, que se acodan en las barras de las tabernas, que salen al encuentro del viajero con sus ovejas o su tabaco de liar, que abandonan la partida vespertina para mostrar al curioso peregrino una iglesuca casi abandonada, o para procurarle unas buenas lonchas de jamón y un vino acogedor. En fin, Cunqueiro en estado puro, sin duda el mejor escritor gallego del siglo XX. El libro se cierra con una decena de artículos, también publicados en el Faro de Vigo entre 1951 y 1974, con los que, con paciente regularidad, cada 25 de julio, el escritor de Mondoñedo, aunque arraigado en Vigo, celebraba la festividad del Santo. En ellos, de nuevo, encontraréis información sobre el Camino que impulse quizá vuestro deseo de recorrerlo, pero sobre todo, o además de ello, os toparéis con la formidable literatura, llena de gracia, cultura, sensibilidad y encanto, del magnífico escritor gallego.
No dejéis de lado mi lectura final, ese deslumbrante texto titulado Retrato de la viuda de Bath y veréis cómo los adjetivos empleados no resultan excesivos. Tras él, Ahí ven o maio, una canción de Luis Emilio Batallán sobre un texto de Curros Enríquez, otro clásico gallego, cierra esta reseña.
Retrato de la viuda de Bath.
Tenía la piel muy blanca. Todas las viudas inglesas de las fábulas y las canciones tienen la piel muy blanca. Se frotaban el cuello con enjundia de gallina, como mistress Ford, la alegre casada de Windsor, y las mejillas con hojas de manzano. La viuda vino embarcada, a la muerte del tercer marido, un honesto tendero que llevaba su bolsa con monedas de oro -ángeles de las ciudades hanseáticas, que valían lo mismo en Medina del Campo que en Constantinopla-, atada con tres cintas al muslo. ¡Ah, qué buen bebedor era! Y todo lo cataba, Burdeos fino, y cuando no tocaban vino, doble cerveza de marzo.
La viuda desembarcó en La Coruña o en Laredo. No nos lo dice el señor de Chaucer. Le grand translateur dice nada más que la viuda de Bath, aprovechando uno de los pocos meses que estaba viuda, vino a Compostela peregrina. La toca marcela, un poco retrasada, dejaría ver el dorado cabello, aunque lo prohibían las ordenanzas reales. El fino tobillo lo enseñaba cuando cabalgaba en su mula hacia Canterbury, a la tumba de Santo Tomás Beckett. ¿Compró mula en Laredo para acercarse a Compostela o vino a pie desde La Coruña? La viuda de Bath chupaba cortezas de citrón para tener blanca la dentadura y rojos los labios, y había oído quién fuera Ovidio amador. Tenía la lengua suelta y era reidora. ¿Se ruborizaba la Priora cuando hablaba la viuda? Quizá no. La Priora es un ángel rubio, con pañuelo para sonarse, que pasa sin romperse ni mancharse por entre Los Cuentos de Canterbury, de Godofredo Chaucer...
La viuda de Bath buscó cómodo alojamiento en Compostela. Esto es seguro. Donde dieran de comer y hubiese vino de calidad. ¿Ulla, Ribadavia? Los dos. La viuda de Bath es carnívora. En La viuda valenciana, de Lope de Vega, se dice que la carne más propicia para comer una viuda es el francolín si tiene intención de pasar a nuevas nupcias, o el pichón si piensa permanecer en soledad. ¿Había francolín asado en Compostela cuando peregrinó la viuda de Bath? La viuda buscaría posada donde hubiese gente de su nación ánglica, que no podía estar sin conversación. E iría a la iglesia a la hora de mayor concurrencia, las manos cruzadas sobre el pecho. ¡Ay, qué bien cantaba! No estaba muy segura de lo que iba a pedirle al Apóstol. ¿Un nuevo marido? ¡Bah, ése se lo agenciaba ella en un santiamén, con asomarse a la ventana de Bath, en la casa que tenía en la calle que llevaba a los baños! Cualquiera de aquellos gordos caballeros reumáticos, o un mercader de la City con ataque de gota, vendrían a su abrazo, si ella quisiera. Le gustaría un letrado. Los letrados bien alimentados, dice Rabelais, dan excelentes y muy puntuales esposos. ¿Qué pedirle al Apóstol? Es mediodía. La viuda se arrodilla junto a una columna. Ha desayunado francolín, lo ha remojado con un jarrillo de Ribadavia. Dormita un poco. No ha pedido nada. ¿Qué pidió en Roma, en Jerusalem? ¿Qué va a pedir en Canterbury? No tiene paciencia para pedir ni para esperar. ¿Qué decía aquel Ovidio romano, maestro del amor? Sí, que una mujer no tome amigo nuevo hasta que se haya olvidado del olor del amigo antiguo. La viuda aspira: huele a incienso y a hierbas de aroma. No, no se acuerda del olor de ninguno de sus maridos. ¡Gracias sean dadas al Apóstol! Su ahora encontrara un letrado que oliese a nardo. En Cambridge, éste era el perfume de los canonistas en el siglo XIV.
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