JAVIER PÉREZ ANDÚJAR. LOS PRÍNCIPES VALIENTES; CATALANES TODOS
Hola, buenas tardes. Como todos los miércoles, aquí estamos en Todos los libros un libro, el programa de recomendaciones de lectura que os ofrece semanalmente Radio Universidad de Salamanca. Hoy os traigo la última novela -aunque como viene siendo costumbre últimamente en nuestro espacio, cada vez estoy menos seguro de la adscripción de una obra a tan dúctil género; en este caso, además, cabe dudar incluso de si se trata, en realidad, de una última obra- de Javier Pérez Andújar, un autor que, pese a presentar un currículum bastante notable con diversas publicaciones literarias y ensayísticas, y múltiples y variadas colaboraciones en los medios de comunicación, era para mí desconocido hasta que en 2008 presentó Los príncipes valientes, editado por Tusquets. Su más reciente obra, Catalanes todos, divertidísima e interesante, continuadora en cierto sentido, como luego explicaré, del espíritu de aquélla, apareció, también en Tusquets, hace unos meses.
Los príncipes valientes es, en una primera instancia y en esencia, una novela de iniciación, de iniciación a la vida y a la literatura, protagonizada por un chico, hijo de emigrantes, en la Cataluña de mitad de los setenta. Un chico, casi un niño, que empieza a dejar atrás su infancia e incorporarse a su juventud, en Sant Adrià, una ciudad industrial en la periferia barcelonesa. Pero en la novela hay muchas más cosas que esa quizá tópica evocación de una infancia perdida que la literatura permite recuperar entre recuerdos nostálgicos y remembranzas poéticas. Permitidme una enumeración apresurada de algunas otras facetas de la novela de Pérez Andújar por las que, sin duda, merece ser leída: la descripción de la áspera vida en los suburbios de aluvión en las grandes ciudades; la fotografía del paisaje industrial de una sociedad que crecía al ritmo frenético y desordenado de un desarrollismo caótico y brutal, con las fábricas grises, las chimeneas humeantes, las autopistas incipientes, las fantasmales torres del tendido eléctrico (el autor ha señalado, en alguna entrevista, que para él, sería más terrible que se desmantelaran las torres de la Fecsa que las de la Sagrada Familia), unas torres que reaparecerán -como mero telón de fondo aparentemente anodino- en un fragmento de Catalanes todos; el homenaje a los emigrantes que desde los años sesenta hicieron crecer a Cataluña, siendo, quizá, olvidados por ella en estos tiempos de nacionalismos rampantes, tan eficaces en la reescritura de la Historia; la recreación de la vida cotidiana en los setenta, con la magia de la televisión, cuando su relativa novedad la dotaba de un aura de misterio y ensoñación, los álbumes de cromos, la inevitable y algo sórdida escuela, los profesores anodinos y mediocres; el nacimiento de la conciencia política, con la alargada, y algo tétrica aún, sombra del franquismo y los mutilados de la guerra y la guardia civil, pero también las actividades clandestinas, las huelgas y las octavillas y las manifestaciones y las ansias de libertad en un barrio, en una ciudad, en una España, definitivamente grises y algo tristes y como cansados…
Y en medio de estos escenarios ‘externos‘ tan fácilmente identificables, pues constituyen también el marco de nuestras propias vidas, se narra la vida interior de este niño, cuyo retrato tiene mucho de la autobiografía del autor, y me atrevo a decir, de las de muchos de los que vivimos nuestra infancia o nuestra adolescencia en aquella época. El fluir de la conciencia interna de ese niño es el principal logro de la novela, más aun, a mi juicio, que la espléndida recreación de esos años y esos territorios urbanos. El relato del protagonista nos pone en contacto con sus sueños, con sus incertidumbres, con sus aspiraciones, con su natural evolución hacia la edad adulta. Y el vehículo a través del cual ese relato se desarrolla nos lleva, de nuevo, a la descripción, lírica y sin embargo fidedigna, de la época. Ese niño despierta a la vida mediante la fascinación de la lectura, de los tebeos, de los libros de quiosco, del cine de barrio, de las series televisivas. Y así, entre las páginas de la novela vemos aparecer, en un recorrido interminable y evocador, a Ivanhoe (Ivanoe, como pronunciábamos entonces), y Tarzán, al Capitán Trueno y King Kong, a Buster Keaton y al Capitán Nemo y a Kojak con su perenne chupa-chup y a Starsky y Hutch y sus coches vertiginosos y al teniente Colombo, sobre todo al Teniente Colombo, con una presencia esencial en la novela, siempre desgalichado y con su gabardina raída… y también a Pinocho y a la familia Ulises y a tantos otros… ¿recordáis aquella genial canción de Jaume Sisa, Qualsavol nit pot surtir el sol? La dejo como cierre a esta reseña para que la disfrutéis los más jóvenes de entre vosotros y para que lloréis un poco los más talludos.
En fin, un gran libro este Los príncipes valientes; cierto que especialmente interesante y conmovedor para aquellos que ya tenemos más de cuarenta años, pero igual de atractivo para cualquiera que desee encontrarse tanto con un magnífico retrato de aquella época previa a la muerte de Franco como con una historia llena de emoción y melancolía sobre el paso a la edad adulta.
Estas connotaciones de sentimiento y poesía, de ternura e introspección de Los príncipes valientes no afloran en Catalanes todos que guarda, sin embargo, muchas semejanzas con la novela hasta aquí comentada, singularmente la espléndida recreación de una época -aunque esta vez poniendo el foco en otros sectores sociales- y la crítica al falaz y desleal y egoísta y cínico y manipulador nacionalismo (Patria es una manera épica de llamar a la caja registradora, puede leerse en el texto). La peripecia editorial del libro merece un comentario previo. Pérez Andújar, encontró -al parecer- hace algún tiempo en Les Encantes -el rastro barcelonés- las colecciones completas correspondientes a los años 40 y 50 de la revista Hola. Repletas de crónicas de sociedad, abundantes en fiestas y celebraciones, bodas e inauguraciones, aniversarios y despedidas, pobladas de los protagonistas de la vida social de la Barcelona de aquellos años del franquismo, todo aquel material pedía a gritos una reelaboración literaria. Y así, publicó en 2002 la primera edición -que era también su primera obra editada- de este Catalanes todos, en donde, con el significativo subtítulo de Las 15 visitas de Franco a Cataluña, glosaba esas frecuentes apariciones del dictador en la capital catalana dando cuenta de una versión de la historia -por desgracia para el actual poder dominador en la comunidad autónoma, cruda y despiadadamente real- muy distinta a la que quiere hacer pasar por auténtica el imperante “movimiento” nacionalista; una historia en la que la burguesía local, los grandes nombres que generación tras generación llevan conformando el “cogollito” de la sociedad catalana y, por supuesto, las enfervorizadas masas -las mismas que hoy se manifiestan multitudinariamente a favor de la independencia-, aclamaban al generalísimo en calles y despachos, fábricas y oficinas, clubes sociales y organismos públicos. Doce años después, en 2014, cuando la desmemoriada soberbia nacionalista monopoliza la opinión pública, Pérez Andújar reescribe -con una no pretendida intención provocadora (y eso que a su juicio el lema del libro podría ser: Si oyes la palabra patriotismo sal corriendo)- aquella obra originaria y nos la ofrece -también en Tusquets- en dos grandes apartados seguida de una algo insólita nueva creación.
El primero de ellos, que conserva el título original, Catalanes todos, se articula sobre aquellas crónicas de las mencionadas visitas de Franco a Cataluña, aunque esta vez sobre una base novelesca, desarrollada en torno a un puñado de personajes de ficción cuya evolución, desde 1939, cuando las tropas franquistas “liberaron” Barcelona (incluso desde antes, desde la represión republicana tras el alzamiento faccioso del 36), hasta 2013, con la gran cadena humana independentista que cruzó la comunidad (en una nueva muestra de la facilidad con la que quien gobierna -sea cual sea su signo- moviliza a las masas), sirve de hilo conductor para “fotografiar” setenta años de la realidad de esa Cataluña aparentemente voluble -o peor aún: supuestamente sojuzgada por una España represora- en la que, sin embargo, las mismas familias llevan detentando el poder, gozando de sus privilegios e imponiendo su voluntad a sus conciudadanos desde hace décadas.
Con una tenue línea argumental y una trama novelística endeble, que parece una mera excusa construida para “colocar” los reportajes sobre las visitas de Franco, engarzándolos de un modo más o menos coherente, esta primera parte del libro resulta, sin embargo, excelente en lo que tiene de documentado retrato de la época -con multitud de referencias, como en Los príncipes valientes, entresacadas de la cultura popular-; de crónica fidedigna de la evolución de la sociedad catalana en aquellos años; de sonrojante constatación de los turbios negocios, del estraperlo, de los fraudes inmobiliarios, de las oscuras -y copiosas- fortunas hechas a partir de la connivencia con el régimen franquista de industriales y empresarios, de aristócratas y menestrales que abrazaron sin vergüenza -“cambiando de chaqueta” en muchos casos- la sangrienta causa del franquismo para medrar y enriquecerse (significativo, a este respecto, y desconocido hasta ahora para mí, el relato del trato de favor que recibió el Barça -cuyos directivos son ahora adalides del “movimiento” catalanista y entonces folklóricamente franquistas- por parte de las autoridades de un Franco que en la novela se nos muestra como un arraigado culé); de revelación de las maniobras que para perpetuarse en el poder acometieron esos mismos destacados representantes de la burguesía hoy día nacionalista y entonces entregada a Franco -los Trías, los Ramoneda, los Vila San Juan, los Samaranch (Samaranch es la escoria de la burguesía catalana, ha manifestado Pérez Andújar, en una entrevista reciente), los Pujol, los Ramonet, los Porcioles, los Godó, los Milá, los Sagnier, los Tusquets, los Rivière, los Senillosa, los Amat, los Sert, entre otros muchos apellidos de persistente reiteración en los actos sociales celebrados en Barcelona durante décadas, inmunes a los cambios de gobierno y aun de régimen-; de desvelamiento de la mixtificación nacionalista y de la falacia de un sobrevenido independentismo fundado en una disparatada lectura de la historia.
El segundo apartado, La dimisión, es una obra de teatro o, más exactamente, al decir del autor, un vodevil, una parodia desopilante que gira sobre el discurso en el que Adolfo Suárez comunica al pueblo español su dimisión en aquel ahora lejanísimo 1980. El propio Suárez y su mujer, Amparo Illana, el Rey, Santiago Carrillo, algunos de los principales ministros de UCD -Arias Salgado, Martín Villa, Fernández Ordóñez, Rodríguez Sahagún, Pío Cabanillas-, personajes “famosos” de la época, caso de Manuel Santana, Félix Rodríguez de la Fuente o Sancho Gracia en su encarnación como Curro Jiménez, así como figuras alegóricas como “El espíritu de la transición”, pululan por un escenario delirante en el que salen a la luz, entre diálogos surrealistas y referencias explícitas a Jardiel Poncela y los hermanos Marx, los conflictos que provocaron la dimisión de Suárez y la “autodestrucción” del partido entonces en el Gobierno. Estamos, obviamente, ante textos humorísticos -con un enfoque más sutil, más escondido en Catalanes todos, y abierto y desbordante en La dimisión- en los que la risa y en muchas ocasiones la carcajada nos obligan a interrumpir la lectura.
En fin, no hay ya tiempo para más comentarios. Os recomiendo francamente -si es que el adverbio es admisible en este caso- la lectura de ambos libros, Los príncipes valientes y Catalanes todos, con la coda de de este último, La dimisión, escritos por Javier Pérez Andújar y publicados por Tusquets. Os dejo, tal y como ya anticipé, con Qualsavol nit pot surtir el sol?, el clásico -al menos para los que eramos jóvenes en los años setenta- de Jaume Sisa.
Junto a la enciclopedia está el Quijote, y tiene las tapas rojas y duras, con el título impreso en letras doradas de un oro popular y de quiosco, y lleva la Q de su título acolchada y dibujando un yelmo o un baciyelmo. Ha llegado a casa dibujado, tebeizado en fascículos y, en el primer fascículo, lo que se ve pintado es a Don Quijote viejo y muy flaco que se pelea a espadazos con sus fantasmas. Es un Quijote muy bien caricaturizado, que ha sabido captar lo que tienen de sutil caricatura los personajes del libro. Desde antes que este Quijote en tebeos, y desde antes que uno mismo, hay en nuestra casa otro Quijote en un volumen, de tapas verdes y surcadas, y que es el Quijote que va a leerme mi madre en voz alta, y en el que va a enseñarme a mí a leer con el apremio de quien cree en la cultura como medio de progreso y prosperidad. Lee los capítulos del Quijote con voz de mujer de pueblo, y también con voz de niña que ha ido a la escuela republicana, y que luego se la han quitado. Mi madre lee el Quijote con la voz de los personajes del Quijote, que es la voz de la gente que conversa con quien le sale al paso en un camino o en un trayecto de autobús, y lo lee también con voz ligera de molino de viento, y con voz pausada de mula con manta, y con voz de queso y carne magra de quien ha pasado mucha hambre de pan, queso y carne, y asimismo con la voz llena de las claras ondas del viento del pueblo que avanza peinando lomas y barrancos, y con voz de azada que tropieza con los terrones y que tropieza con los renglones de cada párrafo, y con voz de serón viajero de quien se ha visto obligado a abandonar para siempre el sitio donde vive, y con voz digna y rústica de albarda, y cuando sale la palabra albarda en el Quijote, mi madre deja de leer y me pregunta: ‘¿Sabes lo que es una albarda?’, y entonces me lo explica, más para que lo vea que para que lo entienda, y prosigue leyendo.
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