DAI SIJIE. UNA NOCHE SIN LUNA
Hola, buenas tardes, bienvenidos a Todos los libros un libro, el programa de Radio Universidad de Salamanca en el que semanalmente os ofrecemos una recomendación de lectura de entre la infinidad de libros que de modo indiscriminado nos asaltan desde las vitrinas de las librerías. Con mi propuesta de hoy ponemos fin a nuestro espacio por el curso 2014-2015 y cerramos también la breve serie que durante el mes de julio ha querido trasladaros -con la excusa de la pulsión viajera que el verano suele despertar o acentuar- a diferentes y algo exóticos países a través de la literatura, cumpliendo así una doble finalidad: aconsejaros algunos libros interesantes en sí mismos y avivar en vosotros el ansia por conocer los atractivos territorios en los que su trama se desarrolla.
El libro que esta tarde quiero presentaros es una novela muy atractiva, una de las últimas publicadas en nuestro país por el escritor Dai Sijie, un novelista chino, aunque su obra literaria se ha desarrollado en francés, pues vive en París. Quizá recordéis una de sus novelas anteriores a ésta que hoy os traigo, la también muy estimable Balzac y la joven costurera china, que el propio Dai Sijie, que también es realizador cinematográfico, llevó al cine hace no muchos años. La obra que ahora os reseño se titula Una noche sin luna y en traducción del francés de José Antonio Soriano ha sido publicada, como sus dos anteriores novelas, por la editorial Salamandra.
Una noche sin luna es un libro desbordante, desmesurado, lleno de fantasía e imaginación, repleto de historias, de apasionantes digresiones eruditas, de multitud de relatos intercalados, de infinidad de datos y de reflexiones sobre el budismo, el arte y la historia y la cultura de Oriente, con aventuras y escenarios insólitos e incluso improbables, con personajes enigmáticos, con una trama de misterio compleja y algo enrevesada pero arrebatadora.
En 1978, una joven francesa estudiante de lenguas orientales se encuentra en Pekín para ejercer de intérprete en las conversaciones relativas a la elaboración del guión de El último emperador, la conocida y algo ampulosa película que acabaría realizando en 1987 el director italiano Bernardo Bertolucci. En una de las reuniones de trabajo, la chica conoce a un anciano profesor que, con ocasión de las deliberaciones sobre la película, le informa de la existencia de un misterioso manuscrito, una delicada pieza de seda que el último emperador, Puyi, habría rasgado en dos con sus propios dientes y dejado caer desde la carlinga de un avión en pleno vuelo, en un arrebato de locura cuando viajaba hacia Manchuria, detenido y desterrado por los japoneses. Una de las dos mitades de la enigmática reliquia, que contenía un indescifrable texto sagrado budista, escrito en una lengua, el tumchuk, muerta desde siglos atrás, pudo ser salvada en el mismo momento en que iba a ser arrojada al vacío, y se conservaba y se ofrecía a la vista de estudiosos e historiadores, de interesados y curiosos, en el Museo de la Ciudad Prohibida de Pekín. Pero la otra mitad, imprescindible para comprender el profundo sentido de la pieza completa, y que voló desde el avión, descendió girando y aterrizó lentamente, como un regalo del cielo, sobre una duna por la que, al parecer, se paseaban un viejo príncipe y su hijo, y desapareció durante años perdiéndose su rastro.
La joven francesa, atraída por la historia y con ayuda de su amigo Tumchuk, que de un modo no accidental, como podréis comprobar si leéis la novela, lleva el nombre de la lengua muerta inician entonces una búsqueda que durante más de diez años les hará recorrer el mundo, visitando países diversos, como Malí o Laos, en los que acaban encontrando extrañas conexiones con el manuscrito; que les llevará a leer cientos de libros que encierran claves ocultas sobre la peripecia de la tela sagrada; que los hará adentrarse en las distintas fases del acontecer histórico, desde un pasado remoto y mítico hasta la contemporaneidad presente; que los pondrá en contacto con decenas de personajes increíbles, muy singulares, fascinantes; y que, por último, los conducirá a vivir peripecias sin cuento narradas por Dai Sijie con una extraordinaria exuberancia verbal, con una desbordante riqueza de detalles, con una portentosa imaginación, con una deslumbrante capacidad para construir escenarios fantásticos, relatos míticos, historias subyugantes.
Un gran libro, este Una noche sin luna. Debo avisaros, no obstante, de que la multiplicidad de historias y personajes, la variedad y la profundidad de las tramas, el abigarramiento algo barroco, muy cercano, pese a la obvia distancia espacial y cultural, al realismo mágico sudamericano (hay una cita en el libro, que no creo que sea casual, a García Márquez), la enorme cantidad de referencias, las torrenciales descripciones de calles y joyas, de ropajes y manuscritos, de muebles y alimentos, de costumbres y mitos, de leyendas y fábulas, hacen que la lectura, sobre todo en las primeras páginas, hasta que nos adentramos en ese río tumultuoso y nos familiarizamos con su fluir incontenible, pueda resultar algo ardua. Pero creedme, una vez dentro de ese caudal impetuoso, dejaos llevar y disfrutaréis enormemente.
Os dejo con un fragmento del libro que os permitirá, sin duda, haceros una idea de su brillante estilo. Os ofrezco también una pieza musical de origen mongol, en consonancia con la historia narrada en el texto. Se trata de una espléndida interpretación, en el "receptivo" show de David Letterman, de Kongar-ol Ondar, la gran figura de la música vocal de Tuva, una república de la Federación Rusa.
La exposición estaba consagrada al origen del reino de Tumchuq, especialmente mediante la exhibición de páginas enteras de un manuscrito tibetano descubierto en la gruta 1.656 de Dunhuang y conservado en la biblioteca de Pekín, en el que Kanghan Zanbu, un monje viajero del siglo XII, cuenta el origen del reino, sepultado bajo la arena ya en su época: un día, el jefe de una tribu de nómadas encontró en medio del desierto de Gobi a una diosa bajada del cielo, con la que se casó. Poco después de la boda, se marchó a la guerra, y durante su ausencia su mujer vivió una aventura con un viajero extranjero y quedó encinta, pero consiguió ocultar su estado y escondió bajo un árbol al niño que había traído al mundo, como había convenido con su amante. Cuando éste fue a buscarlo, durante una noche sin estrellas, todas las mariposas nocturnas del bosque se abalanzaron sobre las llamas de su antorcha, bailando, revoloteando, arremolinándose y formando una espesa nube a su alrededor. Algunas, empujadas por las otras, se quemaron las alas y murieron. La extraña procesión duró toda la noche. A la mañana siguiente, cuando el bebé despertó, tenía pegada a la frente una mariposa muy bella llamada Thum-Suk debido a los vistosos motivos en forma de pico de pájaro dibujados en sus alas. Así que el padre llamó al niño Thum-Suk Blung (blung significa niebla en mongol). Pasadas unas décadas, Thum-Suk Blung se convirtió en el primer soberano de aquel rincón del mundo y bautizó su reino con su propio nombre, suprimiendo la palabra niebla, para no conservar más que el hermoso nombre de pico de pájaro, que, palatalizándose poco a poco, se transformó en Tumchuq. Su reinado, que fomentó y desarrolló la sericultura, produjo tejidos de seda y satén cuya belleza rivalizaba con las finas escamas de las alas de las mariposas y el plumaje de los pájaros. La historia del primer rey también había dado origen a una arraigada costumbre, respetado por todos los habitantes: la de bautizar a los recién nacidos con el nombre de la primera cosa que había visto la madre tras dar a luz.
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