Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 8 de julio de 2015

NATSUME SOSEKI. KOKORO

Hola, buenos días, bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Mi propuesta de esta tarde vuelve a llevarnos al Japón, un país cuya literatura ya ha aparecido en otras ocasiones en nuestro programa. Hoy mi sugerencia se centra en un autor clásico, Natsume Soseki, cuyo Kokoro, la novela que quiero comentaros, pasa por ser una obra maestra de la literatura nipona. Más allá de las clasificaciones, siempre opinables, siempre discutibles, Kokoro es un libro muy interesante y muy ilustrativo también sobre los ámbitos más recónditos del alma humana, y es por ello por lo que os aconsejo su lectura. La novela, publicada originariamente en Japón en 1914, vio la luz en España por primera vez en la editorial Gredos en 2003, y desde entonces ha conocido distintas reediciones e, incluso, una nueva edición, en RBA, grupo empresarial al que pertenece ahora Gredos, en el pasado 2011. A propósito de esta doble oferta editorial, debo indicaros, por si dudáis a la hora de inclinaros por una u otra, que en realidad no se trata de dos versiones distintas, sino que ambas comparten la misma traducción, las mismas notas y el mismo exhaustivo y muy completo estudio aclaratorio de Carlos Rubio (que en un caso, el de Gredos, se plantea como introducción, y en otro, el de RBA, aparece tras el texto del Soseki; aunque creo que estos análisis minuciosos sobre una obra deben abordarse tras la lectura del libro y nunca antes, pues sólo así resultan verdaderamente ilustrativos, ampliando, sin condicionarla, la profundidad de nuestra mirada).
 
Kokoro cuenta una historia no demasiado especial, su trama, el hilo temático que conduce la narración, no revela nada llamativo o singular. Un joven estudiante conoce a un hombre mayor al que respeta por su sabiduría y su conocimiento, un intelectual, un maestro, un sensei, con el término japonés que designa la figura de alguien que merece admiración y respeto. Progresivamente va a adentrándose en su vida y convirtiéndolo en un referente espiritual y humano. Y poco más, no podría describir el núcleo esencial del libro con muchas más palabras, lo que, como podréis concluir, es prueba de que los valores fundamentales de la obra no residen en la escasamente apasionante vida de sus protagonistas, ni en las aventuras y peripecias que experimentan en sus existencias por lo demás comunes y hasta anodinas.
 
Esta aparentemente plana línea argumental se articula en torno a tres grandes capítulos. En el primero, de título Sensei y yo, el joven narrador describe la evolución de su relación con el maestro y la mujer de éste, sus paseos por Tokio, sus visitas a la casa de ambos, las enseñanzas que recibe, su crecimiento personal. En la segunda parte, Mis padres y yo su título, el muchacho visita a sus padres en el hogar familiar, e inevitablemente compara la figura del padre, enfermo, al borde de la muerte, con la de su tutor espiritual. En la tercera parte, El testamento de Sensei, el muchacho, de vuelta a Tokio desde la casa familiar, pues ha recibido una extraña carta de su mentor, lee en el tren dicha carta, una extensa misiva que se constituye en el legado final del maestro y en el que éste, también en primera persona, relata su oscuro pasado.
 
Pero tan leve, y a priori poco interesante, relato, encierra muchas otras lecturas -y todas muy sugestivas- en su seno. Al desvelamiento y la profundización de esas claves no explícitas, o al menos no abiertamente mostradas, del texto, contribuyen los espléndidos y profundos e ilustrativos comentarios que Carlos Rubio hace en su introducción. Un prólogo, extensísimo, de más de cincuenta páginas, que enriquece la lectura y nos permite ampliar el horizonte de nuestra con toda seguridad más roma mirada. Yendo de lo general a lo particular, del contexto en que se desenvuelve la novela hasta su interior, hasta el texto en sí, el fecundo preámbulo nos habla del Japón del último tercio del siglo XIX (la historia local con el suicidio del general Nogi, traumático para la sociedad japonesa, tiene un peso relevante -aunque escondido- en la novela), de la literatura nipona de la época y en particular de la novelística del país del sol naciente, de la trayectoria personal y literaria de Natsume Soseki y, por fin, de Kokoro, de la que se estudia su estructura (con la división en capítulos que acabo de comentaros), sus personajes (tanto los dos principales, el joven narrador y sensei, como los magníficos secundarios), su peculiar técnica narrativa (el doble relato en primera persona -del joven primero y del maestro, en su carta, después- que dota de intimismo y profundidad a la historia), sus temas más destacados (singularmente el amor y el sentido de la vida, pero también la muerte, la traición, la culpa, la soledad, el individualismo, el paso de la sociedad tradicional a la moderna), el estilo (sencillo y claro, pleno de lirismo, muy japonés) y, cómo no, los criterios de la traducción, siempre complicada cuando se trata de verter al español no ya una lengua sino una realidad tan distintas de las nuestras como lo son el idioma y el universo japoneses. De entre estos numerosos focos de interés del libro, quiero detenerme ahora en algunos detalles que me han parecido especialmente relevantes.
 
En primer lugar, tras la lectura de Kokoro resalta, por encima de todo, la intensa y subyugante personalidad de Sensei, del maestro. Una persona introspectiva -Sensei pertenecía a esa clase de hombres que se sientan para pensar, dice de él su discípulo-, dotado de una poderosísima fuerza interior, un referente intelectual y moral, un hombre íntegro y ejemplar, que estimula y orienta: sus ideas eran vivas -y de nuevo habla el joven estudiante- nacidas de la experiencia. Eran distintas a una casa de piedra calcinada por el fuego pero con sus muros fríos. Para mi, sensei era indudablemente un pensador, me parecía un hombre formado a partir de experiencias muy reales, experiencias o hechos no de otra persona, sino saboreados por sí mismo y en su sangre con dolor y con calor, y que en su alma se habían ido superponiendo en capas.
 
El influjo de la deslumbrante personalidad del maestro cambiará la vida del joven, cuya evolución interior se convierte en otra de las claves de la obra. Con sensei -afirma el chico- no tenía ningún recuerdo de haber compartido juegos, pero aun más que cualquier relación de ese tipo, él estaba influyendo intelectualmente en mí sin darme yo cuenta. Si digo “intelectualmente”, parece algo frío, así que diré mejor “espiritualmente”. Por eso, no me parece nada exagerado afirmar que la fuerza de sensei estaba en mi carne y que su espíritu corría por mi sangre. El maestro percibe el entusiasmo de su discípulo y quiere refrenarlo: El ardor de la fiebre -le dice- te hace flotar. Cuando te baje la fiebre sufrirás una decepción. Yo sufro al verme tan apreciado por ti. Pero, a la vez, desea transmitirle su legado y por ello piensa en el joven como destinatario de su testamento espiritual: Tengo ganas de escribir. Aparte de la obligación, deseo escribir mi pasado. Este pasado no es nada más que mi experiencia, es decir, es exclusivamente mío. La gente dirá que es una pena morirse sin pasar esa experiencia a otra persona. Yo también pienso un poco así. Pese a eso, es mejor morirse con ella que pasar esa experiencia a alguien que no la comprende. Si no hubiera existido alguien como tú, de ningún modo yo habría revelado mi pasado y no me pondría a merced de miradas ajenas. Únicamente a ti, entre millones de habitantes de mi país, deseo contar mi pasado. Porque eres sincero. Porque me dijiste que querías recibir seriamente una lección viva de la vida.
 
Por otro lado, en el relato de la relación entre ambos personajes aparecen, de continuo, las alusiones a una verdad más íntima de la existencia, que estaría, según la tesis defendida de modo implícito por el autor, por debajo de las circunstancias externas que los personajes viven o, más exactamente, en su interior. El término japonés Kokoro alberga infinidad de acepciones, como corazón, mente, espíritu, alma, pero también voluntad, sentimiento, intención, sensibilidad. Y la atmósfera del libro está impregnada de esas nociones. Tenía la impresión -vuelve a señalar el joven estudiante, a propósito de la mujer de sensei- de que a ella le importaba más lo que está sumergido dentro del corazón de las cosas.
 
Y esta aparición de lo inefable, de esa realidad más profunda que esconde la más tangible, se hace a través de un lenguaje alusivo, cargado de veladuras, de simbolismo, con una importante presencia de la naturaleza, las flores, los pájaros, en un juego permanente de metáforas, de manera que el texto fluye al modo de un larguísimo haiku, repleto de evocaciones, de sugerencias, de insinuaciones, de tenues detalles nimios pero, a la postre, significativos. Como por ejemplo en este fragmento: Cuando me libré de todo, ya habían caído los pétalos del yaezakura -un cerezo de doble flor que florece tres semanas más tarde que los ordinarios- y sus ramas habían empezado a echar hojas verdes. Era el principio del verano. Me sentía con el corazón de un pajarito escapado de su jaula y que, a la vista del cielo y la tierra, aletea gozosa y libremente. Fui a casa de sensei enseguida. En el camino, me llamó la atención el seto de mandarino silvestre con sus oscuras ramas ya echando brotes y las hojas lustrosas y marrones que salían del viejo tronco del granado reflejando suavemente la luz del sol. Sentí la curiosidad del que ve todo esto por primera vez en su vida.
 
En fin, muy atractiva novela, con muchos planos de lectura, con innumerables focos de interés, esta Kokoro de Natsume Soseki que publican Gredos y RBA. Espero que os decidáis a leerla y pueda complaceros. Os dejo, como correlato musical al libro, con Keiko Matsui, una compositora y pianista japonesa, creadora de atmósferas algo etéreas y envolventes, y también algo cursis, en su música, muchas veces cercana a la para mí deleznable “new age”. Water Lily es el título de la pieza que cierra esta entrada.
 
 
Desde que conocí a sensei hasta su muerte yo había estado en contacto con sus ideas o sentimientos por diversas razones, pero de su situación cuando se casaron no me había contado nada. A veces, eso lo atribuía a una buena intención por parte de él. Pensaba yo que, como sensei era una persona mayor, tal vez por decoro no le gustaba hablar de recuerdos sentimentales a un jovenzuelo como yo. Otras veces, lo atribuía a razones opuestas. No solamente sensei y su esposa, sino todos los de su generación, por haberse criado en las viejas costumbres de antes, no tenían el valor de expresarse con libertad sobre temas amorosos. Pero todo esto no eran más que suposiciones mías que, de una u otra forma, me permitían presentir la existencia de una brillante historia de amor en torno a su casamiento.
 
No me había equivocado en mi presentimiento, aunque lo que podía haber imaginado sobre su amor era sólo una cara de la moneda. En la otra cara, detrás de esa bella historia de amor, existía una terrible tragedia. Además, su mujer no sabía nada acerca del grado de infelicidad padecida por su esposo a causa de esto. Tampoco lo sabe ahora. Sensei murió habiéndoselo ocultado. Antes de destruir la felicidad de su esposa, prefirió destruir su vida. No voy a contar ahora nada de esa tragedia, una tragedia nacida del amor entre los dos. Tampoco ellos me contaron casi nada de ese amor. Ella por pudor y él por razones mucho más profundas.
 
Pero hay algo que recuerdo bien. Un día, en la época en que florecen los cerezos, fui al parque de Ueno con sensei. Allí nos fijamos en una atractiva pareja. Iban caminando tiernamente juntos bajo los cerezos en flor. Como el lugar era público había más gente mirándolos a ellos que a las flores.
 
-Parecen recién casados -dijo sensei.
 
-Y que se quieren mucho -añadí yo.
 
Sensei ni siquiera sonrió con amargura. Seguimos andando hasta perder de vista a aquella pareja. Entonces me preguntó:
 
-¿Alguna vez te has enamorado?
 
Yo le contesté que no.
 
-¿Y no te gustaría enamorarte?
 
No contesté nada.
 
-No me digas que no te gustaría...
 
-Pues sí -dije yo.
 
-Acabas de burlarte de esa pareja, ¿no? En tu burla había una vocecilla que se quejaba de no poder conseguir a nadie a quien amar, ¿a que sí?
 
-¿Ha oído usted esa voz?
 
-Sí, la he oído decir eso. La persona que ha saboreado la satisfacción del amor se habría referido a ellos en un tono más cálido. Sin embargo, el amor es un delito. ¿Entiendes esto?
 
De repente, me asusté y no contesté nada.

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