SHAUN USHER. CARTAS MEMORABLES
Estimado lector:
El bello libro que tiene en sus manos es la culminación de un viaje inesperado, pero absolutamente placentero, de cuatro años a través de las cartas, informes y telegramas de personas de buena, mala o escasa fama, un proyecto tremendamente gratificante que en un primer momento se materializó en un sitio web, pero que ahora, gracias a la abrumadora acogida de su encarnación on-line, adopta un formato palpable: un museo de cartas en forma de libro de cuidada factura, capaz de fascinar, de transportarnos de una emoción a otra, de instruir en algún caso incluso al más informado y, ojalá, de ilustrar a la perfección la importancia y el encanto incomparable de la correspondencia a la antigua usanza justo cuando el mundo entero se digitaliza y el arte de escribir cartas se desvanece.
Algo que no ha cambiado desde que Cartas memorables comenzó su andadura es su objetivo principal: sacar a la luz una correspondencia que merece mayor audiencia. Si digo que estoy encantado con la ecléctica selección de la que está a punto de enamorarse, me quedo muy corto. Contiene innumerables momentos estelares, pero permítame escoger del saco un puñado para abrirle el apetito. Tenemos una carta de Mick Jagger a Andy Warhol con información deliciosamente relajada para el diseño de una portada de los Rolling Stones; una nota manuscrita de la reina Isabel II al presidente Eisenhower, acompañada de la receta personal de los scones, una especie de bollitos, de la dama; una réplica notable y magistral de un esclavo a su antiguo amo que hará levantar muchos puños en señal de victoria; la última carta de Virginia Woolf a su marido, desgarradora, escrita poco antes de quitarse la vida; una carta bella y delicada de Iggy Pop para aconsejar a una joven seguidora atribulada, que podría caldear al más frío de los corazones; una misiva absolutamente increíble escrita por el científico Francis Crick a su hijo para anunciarle es descubrimiento de la estructura del ADN; el impactante relato de una mastectomía sin anestesia, escrito por una paciente de sesenta años a su hija; y una extraordinaria solicitud de empleo de uno de los cerebros más ilustres de la historia: Leonardo da Vinci. En este viaje, usted leerá cartas de amor, de rechazo, de admiración, de disculpa; sentirá tristeza, rabia, deleite y asombro. Una de las cartas, grabada en una tablilla de arcilla, se remonta nada menos que al siglo XIV antes de Cristo; la más reciente es de hace apenas unos años. Con todo, más allá de su distinta naturaleza, espero que todas ellas lo cautiven como me han cautivado a mí y lo trasladen a un punto en el tiempo con mucha más eficacia que el clásico libro de historia; a decir verdad, no se me ocurre ningún modo mejor para aprender cosas del pasado que a través de la correspondencia, a menudo sincera, de quienes lo vivieron.
También era importante hacer justicia a estas inestimables cápsulas del tiempo desde el punto de vista estético; lograr que el libro fuese un regalo para los ojos. Esto se consiguió trabajando en estrecha colaboración con los mejores diseñadores para presentar todas y cada una de las cartas con respeto y pleno desarrollo de su potencial. En la medida de lo posible, hemos localizado los documentos originales y conseguido permiso para reproducir facsímiles de los mismos, ofreciéndole así la oportunidad de ver en qué clase de material se escribieron, mecanografiaron o incluso grabaron estos mensajes, sin olvidar los diversos borrones, pliegues y demás imperfecciones que tanto carácter confieren a estos escritos. Cuando lo anterior no era posible, hemos buscado unas fotografías estupendas para acompañar y complementar las cartas, algunas de las cuales nunca se habían publicado. El resultado final es un libro del que no me podría sentir más orgulloso. Sólo espero que ocupe un lugar de honor en su estantería y pase a manos de sus seres más próximos y queridos. Quizá, sólo quizá, inspire a unos pocos lectores al menos a tomar pluma y papel, o incluso a desempolvar una vieja máquina de escribir y mecanografiar sus propias cartas memorables.
Epistolarmente suyo,
Shaun Usher
Hola, buenas tardes. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Como sin duda recordaréis, el miércoles pasado, coincidiendo con la festividad de Reyes y con la excusa de la costumbre, tradicional en estas fechas, de enviar cartas -reales o metafóricas- a los Magos de Oriente solicitándoles regalos que mejoren nuestras vidas en estos días inaugurales de un nuevo año, que se abre con sus consabidas promesas de renovación y prosperidad, iniciamos aquí una serie, que estamos desarrollando a lo largo de las cuatro emisiones de enero, dedicada a las cartas, esas “antiguallas” que a duras penas sobreviven en un mundo tecnologizado hecho de inmediatez y prisas, de instantaneidad y rapidez, nociones todas muy alejadas de la demora y el sosiego, de la tranquilidad y la calma que normalmente acompañan a la casi extinta redacción de misivas.
Y si hace siete días os ofrecíamos una aproximación sobre todo “teórica” al asunto, con mi reseña de Postdata, la atractiva historia de la correspondencia escrita por Simon Garfield, hoy nuestro acercamiento, como puede deducirse del largo y sustancioso texto que antecede, es fundamentalmente práctico, con un libro que -sin comentarios ni glosas, sin explicaciones ni análisis- se limita a presentar, de un modo formalmente muy brillante, ciento veinticinco cartas elegidas, tal y como se subraya en ese fragmento inicial, a partir de criterios muy variados aunque coincidentes en su común interés literario, histórico, cultural o, lo que es más importante, humano.
Hace ahora un año, a finales de 2014, Shaun Usher, un joven publicista británico con aficiones literarias algo excéntricas, presentó en España Cartas Memorables, su primera obra, publicada en su país un año antes y convertida al poco tiempo en un best-seller mundial. En 2009, Usher había empezado a recopilar cartas de personajes famosos (y de otros anónimos) desde la biblioteca de su Wilmslow natal, en Reino Unido. Abrió también una página web, www.lettersofnote.com, en la que mostraba a sus cada vez más abundantes seguidores los frutos de sus investigaciones. Los buenos resultados de su página junto a la voluntad -que se menciona en la introducción leída- de presentar de manera tangible los logros de sus apasionantes pesquisas, le llevaron a publicar en papel el libro que ahora os recomiendo, que apareció en nuestro país gracias a la editorial Salamandra, en una edición primorosa, con traducción de Mª José Díez y Enrique de Hériz y con un llamativo subtítulo que nos atrapa desde su portada: (Cartas memorables) Curiosas y divertidas, reveladoras y trascendentes. Más de cien misivas de gente anónima y personajes célebres de la Historia. En estos días, y también en Salamandra, aparece Listas memorables, el segundo libro de Usher, otras ciento veinticinco muestras, también altamente recomendables, de listas, clasificaciones e inventarios variopintos, debidos también a muchos personajes conocidos y a algunos ciudadanos anónimos. Y además, al parecer, y según he podido leer en su web, ya está en imprenta un segundo volumen de Cartas memorables que promete ampliar las posibilidades de gozo y disfrute que ya ofrece este primero que paso brevemente a comentar.
El preámbulo del libro, explícito y significativo, y que os he transcrito íntegro al comienzo de esta reseña, hace casi innecesaria cualquier otra explicación. Quiero, no obstante, daros cuenta somera de algunas de las cartas -más allá de las ya mencionadas en ese prólogo- que podréis encontraros si os decidís a adentraros en esta magnífica recopilación. En el elenco que nos presenta Usher hay de todo: cartas triviales y otras de extraordinaria importancia histórica; muchas cartas de grandes nombres de la literatura y la política, de la ciencia y la investigación, del arte y la música y algunas de individuos anónimos sin especial relevancia pública; cartas de reyes y de asesinos; cartas de padres a hijos, cartas entre hermanos, entre esposos, entre amantes; cartas de niños, de ancianos, de adultos, de jóvenes; cartas rescatadas de un pasado remoto y cartas de una muy vigente actualidad de hace solo escasos años; cartas pulcras y educadas y otras abruptas o torpes o repletas de faltas de ortografía; cartas de rico léxico y pulida expresión y desastrados balbuceos plagados de incorrecciones y anacolutos; cartas de cuidada caligrafía o de desmañada presentación; cartas escritas a mano y a máquina, a pluma, lápiz, bolígrafo o rotulador, con soportes muy diversos -blancos folios normales o rayadas hojas de bloc, sobres y cuadernos, documentos oficiales, telegramas, recibos y notas de compra, papel de carta de hoteles, líneas aéreas o instituciones varias con sus membretes impresos, tablillas y papiros, telas y carteles-; cartas con esquemas y con gráficos, con dibujos y fórmulas y recortes y monigotes; cartas de reclamación y de queja, de petición y de auxilio, de reproche y reivindicación; cartas de presentación y de despedida, de petición de empleo y de agradecimiento por los favores recibidos; cálidas y hasta febriles cartas de amor y frías y despechadas cartas de ruptura; cartas que contienen reflexiones filosóficas, profundos análisis de la condición humana y lúcidas recomendaciones o esclarecedores consejos para desenvolverse en la vida y cartas que se ocupan de aspectos cotidianos; cartas banales, conmovedoras, simpáticas, divertidísimas, intensas, felices, sustanciosas, anodinas, desgarradoras, tristes, curiosas, valientes, íntimas, enamoradas, reveladoras, deslumbrantes, absurdas, sorprendentes, solícitas, ingenuas, entusiastas, atrevidas, dolorosas, deprimidas, nostálgicas, dulces, ilusionadas, melancólicas, geniales.
Por citar sólo algunas de ellas -todas, sin excepción, son interesantes y merecen la reseña- mencionaré la provocadora carta de Jack el Destripador al Comité de Vigilancia de Whitechapel enviándole la mitad de un riñón de una de sus víctimas (el resto afirmaba habérselo comido) retando a las autoridades a que intenten su captura; la de María Estuardo al hermano de su difunto primer esposo pocas horas antes de su decapitación rogándole, entre otras cosas, que se ocupe del pago de los salarios a sus servidores; la del Director de Marketing de Sopas Campbell a Andy Warhol agradeciéndole la publicidad no “contratada” y comunicándole el regalo de unas cuantas latas de sopa; la enternecedora de un ciudadano anónimo al director de The Times dándole noticia de la existencia de “el hombre elefante”; la desopilante de Groucho Marx a Woody Allen explicando las insensatas razones por las que no había contestado a su última carta (enviada “hace unos cuantos años”); la de un entonces desconocido Mario Puzo a Marlon Brando enviándole su novela -El Padrino- y pidiéndole que ejerciera su influencia ante la Paramount para que se hiciera una película sobre él, con Brando -obviamente- como intérprete principal; la desgarradora del científico Richard Feynman a su esposa muerta; la de Virginia Woolf a su marido semanas antes de que su cuerpo apareciera, con los bolsillos del abrigo llenos de piedras, en las orillas del río Ouse; la muy íntima y romántica de Emily Dickinson a su amiga -y quizá amante- Susan Gilbert; la de un piloto kamikaze japonés en la segunda guerra mundial a sus hijos en las vísperas de su última acción bélica; la muy digna de un esclavo negro en el sur estadounidense, ya liberado, a su antiguo y cruel amo; la muy triste y dulcísima de un Robert Scott, sabedor de su muerte segura y resignado a ella, enviada a su viuda -así la llama, ya, en el encabezamiento- desde los fríos territorios polares en los que dejará la vida tras su fracasada y ejemplar aventura; las de diversas madres a los responsables del Hospicio Foundling en Nueva York explicando las razones por las que se veían obligadas a abandonar a sus hijos; o, por cerrar ya esta somera lista que debiera incluir las ciento veinticinco, la tiernamente inocente de una niña al director de The Sun, inquiriendo sobre la existencia de Santa Claus: Estimado director: Tengo 8 años. Algunos de mis amiguitos dicen que santa Claus no existe. Mi papá dice: “eso será verdad si lo ves en el Sun”. Por favor, dígame la verdad, ¿existe Santa Claus? Virginia O’Hanlon, seguida de la cariñosa, inequívoca, categórica y afirmativa respuesta del director del rotativo.
En una edición, como se ha dicho bellísima, de formato grande, con tapas duras, cinta separadora, papel de calidad y cuidada tipografía, acompañados los textos de las misivas de decenas de fotografías, copias de cartas, facsímiles (con sus respectivas traducciones), grabados, retratos y documentos varios (breves introducciones explicativas del contexto que envuelve a cada carta y que permite su inteligibilidad o un índice final con más de doscientos nombres), este Cartas memorables es un libro magnífico cuya lectura os aconsejo apasionadamente.
Como complemento musical a esta reseña, y pese a que en la selección de la obra aparecen numerosos ejemplos de músicos (Elvis Presley, Nick Cave, Mick Jagger o Iggy Pop, por citar solo referentes del mundo del pop y el rock), he preferido dejaros una espléndida canción ajena al libro, aunque su letra sí se relaciona con el género epistolar. Se trata de Love letters, interpretada por Diana Krall.
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