IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN (EDITOR). PARTES DE GUERRA
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, como de costumbre en las tardes de los miércoles en Radio Universidad de Salamanca. Hoy nuestra semanal recomendación de lectura se adentra en un género que hacía semanas, incluso meses que no aparecía por esta sección, los cuentos. Os traigo una antología de cuentos, aunque, como veréis dentro de un rato, hay tanta coherencia en los relatos del libro del que os hablo, están tan bien elegidos, es tanta la continuidad entre ellos, están tan imbricadas sus tramas que, en cierto modo, podríamos decir que nos encontramos ante una novela. Pero vayamos por partes, no adelantemos acontecimientos, empecemos por presentar el libro. Se trata de Partes de guerra; su editor, el responsable de la selección de los relatos y de un breve prólogo introductorio, es el novelista zaragozano Ignacio Martínez de Pisón, y el libro ha sido publicado por la editorial RBA en invierno de un ya muy lejano, en términos relativos a la edición, 2009.
Lo que primero que debéis saber si os decidís a acercarse a esta muy interesante antología es que la guerra a la que se refiere el título es la española, la guerra civil de cuyo término se cumplían setenta años en las fechas de presentación del volumen. Partes de guerra es una recopilación de treinta y cinco cuentos, debidos a treinta y un escritores españoles distintos (cuatro de ellos repiten), que tienen a la contienda civil española como eje central, como motivo principal de su trama. Desde posiciones ideológicas diversas y hasta opuestas, con temáticas variadas, con enfoques diferentes, con planteamientos literarios, propuestas de escritura y registros estilísticos, muy variopintos, los cuentos seleccionados permiten al lector interesado tener una panorámica muy completa de lo que significó aquella lucha fratricida, una panorámica que recoge casi todos los ángulos de la vida de nuestro país en aquellos tres interminables años.
Así, las distintas narraciones del libro nos acercan a la vida cotidiana del Madrid asediado, a la austera existencia en los pueblos que atraviesan las tropas, al sufrimiento, la ansiedad y también el aburrimiento de los frentes de guerra, al duro penar en las trincheras, a las tantas veces mezquinas intrigas en los cuarteles, en los comités centrales, en las oficinas en las que se decidían las acciones de guerra. Por el libro desfilan militares facciosos, fanáticos falangistas, despóticos dirigentes republicanos, milicianos inhumanos, aristócratas corrompidos y crueles, curas cobardes, obreros sanguinarios, pero también políticos honestos, izquierdistas convencidos, derechistas por convicción, y, sobre todo, aparecen en los distintos cuentos decenas de personas humildes, de hermanas, madres e hijos de los combatientes, de pobres gentes del común que, sin adscripción teórica o partidista alguna, sin ‘ideologización’ apreciable, sin una especial afiliación a uno u otro bando, sufrieron en sus carnes, en muchas ocasiones por el más cruel de los azares, la terrible tragedia, pagando, a veces incluso con su muerte, su condición de seres cualesquiera, de ciudadanos anónimos, de personas normales. Como casi siempre, los débiles, los nobles, los mansos, los pobres ciudadanos sin nombre, sin cargos, sin poder, son aquellos a los que la vorágine y la locura de las guerras arrastran a la desolación, a la miseria, a la soledad, al dolor, a la muerte.
El libro se organiza a partir de una estructura muy sencilla y pedagógica que sigue la cronología de la propia guerra, de modo que el primer relato, el conocido La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas, que fue la base de una película del mismo título, con el genial Fernán Gómez en aquel papel de maestro republicano que seguro que recordaréis bien, sitúa la acción en los momentos iniciales del estallido del conflicto, y el último, Campo de los almendros, de Jorge Campos, nos permite acompañar a las desoladas columnas de los derrotados, vagando en retirada por las tierras levantinas al final de la contienda. Entre medias, la guerra entera, con sus múltiples registros: el recuerdo de un mal sueño, como en el tratamiento onírico del cuento de Fernando Quiñones; la excusa bélica como ocasión para reanudar los enfrentamientos de siglos en la saga familiar de Ramiro Pinilla; las explosiones y los disparos como ruido de fondo en la escuela infantil del relato de Ignacio Aldecoa; las atrocidades de la Escuadrilla Venganza en el terrible ¡Masacre, masacre! de Manuel Chaves Nogales; la explícita hagiografía fascista en el cuento más militante, a mi juicio, de todos los escogidos, Las muchachas de Brunete, de Edgar Neville; los conflictos de conciencia del sargento republicano obligado a ejercer de defensor de dos desertores a los que, ante el mero paripé del juicio, sabe ya condenados, en un estupendo cuento de Max Aub; la descripción del Madrid vencido, todo ruinas y miedo, en un magnífico relato de Juan Eduardo Zúñiga. En fin, treinta y cinco espléndidas aproximaciones a un acontecimiento esencial para la historia de España y, sobre todo, para las vidas de unas cuantas generaciones de seres humanos marcados para siempre por la terrible experiencia.
No dejéis de leer este Partes de guerra, en la edición que publica RBA a cargo de Ignacio Martínez de Pisón: excelente literatura y, sobre todo, mucha verdad, mucha emoción, mucho sentimiento, mucha vida, mucha vida auténtica. Os dejo con un fragmento de uno de los cuentos, también de Chaves Nogales, que recoge de un modo ejemplar, uno de los aspectos esenciales de la guerra, de cualquier guerra.
Como complemento musical a mi reseña, os ofrezco Red River Valley, la canción tradicional del folklore norteamericano, que ha conocido innumerables versiones, algunas memorables, como la que suena en Las uvas de la ira, el clásico de John Ford. El tema lo cantaban en la guerra civil los miembros de las Brigadas Internacionales, adaptado como El valle del Jarama. Aquí suena en la interpretación de Woody Guthrie.
Cautamente fueron aproximándose hacia el lugar de la lucha. El tableteo de las ametralladoras les indicaba la posición que ocupaban las tropas. Entre ellas y los restos del escuadrón de caballistas estaban los rojos atrincherados en las últimas casas del pueblo y en los accidentes del terreno que les favorecían. Había que atacarles por la espalda antes de que reaccionasen contra ellos al advertir que habían roto el débil cerco que les dejaron puesto. En aquel instante, destacándose del estruendo de las explosiones, llegó hasta los caballistas un confuso rumor de lejana algarabía. Unos gritos inarticulados que recordaban el aullido de las fieras dominaban todos los ruidos del combate. Aquella marea creciente de rugidos amenazadores era inconfundible. Los moros se lanzaban cuerpo a cuerpo para desalojar a los rojos de sus posiciones.
Era el instante crítico. Los hombres del marqués atacaron simultáneamente y se produjo una confusión espantosa. La batalla tomó en aquel punto ese ritmo de vértigo que hace imposible al combatiente advertir nada de lo que ocurre alrededor. Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de su resultado. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar y a un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla, no hay cobardes ni valientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho de su energía vital, los que están mejor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida.
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