Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 26 de junio de 2024

LARRY MCMURTRY. LONESOME DOVE

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca que hoy llega a su última entrega por este curso 2023-2024, con la que ponemos fin a nuestra décimo cuarta temporada en la emisora universitaria salmantina. Desde el año 2001, en que apareció el programa en Onda Cero Salamanca, se han ido sucediendo, con variaciones en el ámbito, la duración, el formato y la estructura, las emisiones (camino ya de las seiscientas, solo en Radio Universidad) de una propuesta radiofónica -ahora también accesible en Youtube- cuyo propósito principal, y declarado desde nuestros remotos comienzos, consiste en proponeros cada semana de manera apasionada la lectura de libros que a mí mismo, Alberto San Segundo, responsable único de la idea, me han, en la mayor parte de los casos, entusiasmado. 

Y esos términos -pasión, entusiasmo- son especialmente pertinentes en el caso de esta tarde, pues he querido que nuestra despedida hasta el mes de septiembre se centre en un libro excepcional, una obra maestra, aclamada por lectores y críticos, una novela épica, cautivadora, inolvidable, emocionante, dramática, profunda, que rezuma sensibilidad, conocimiento de la naturaleza humana, hondura psicológica, amor por la vida, humor, talento narrativo y belleza; sin duda uno de los libros que más me ha impactado -si no el que más- de los que he leído en este último año. Lonesome Dove, que puede traducirse como Paloma solitaria si fuera necesario hacerlo (algo que, a mi juicio, no tiene demasiado sentido, pues el título hace referencia al nombre de una pequeña ciudad texana al que, más allá de encerrar, quizá, una ligera “pista” metafórica -la soledad está muy presente en la novela-, le basta con su eufónica denominación originaria para trasladar al lector al ámbito en que se desenvolverá la acción), es la obra mayor de su autor, un Larry McMurtry que ha estado presente en nuestro espacio con otras dos novelas, La última película y Hud, el salvaje, con las que Lonesome dove comparte “espíritu” -no así época ni temática- y que hace poco más de un mes protagonizaron una emisión en la serie de literatura y cine que os ofrecí en los meses de abril y mayo. Por lo demás, esta reseña del excepcional western que es Lonesome dove ya había sido anticipada cuando os hablé aquí de A lo lejos, de Hernán Díaz, en un programa de diciembre de 2023, y, hace solo quince días, de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, libros, de diferente entidad y planteamientos diversos, que, sin embargo, guardan bastantes concomitancias y hasta, en cierto modo, tienen como referente la monumental obra con la que ahora cerramos la presente temporada. También, y en cursos anteriores, han aparecido en Todos los libros un libro otras notables muestras de un género considerado durante mucho tiempo como menor y hoy justamente reivindicado: los dos volúmenes de relatos de Dorothy M. Johnson, la gran autora de títulos mayores en esta categoría literaria como El hombre que mató a Liberty Valance, El árbol del ahorcado, Un hombre llamado caballo, todos con espléndidas recreaciones cinematográficas; Oeste, la estupenda novela de Carys Davis; Butcher's Crossing, de John Williams, con tantas conexiones con el libro que protagoniza el espacio esta tarde; Ahora me rindo y eso es todo, del mexicano Álvaro Enrigue, entre otros. Debo deciros, además, que si mis comentarios sobre Lonesome dove enlazan, mirando al pasado, con estas referencias en la mayor parte de los casos magistrales, se vincularán también, anticipando el futuro, con algunas otras emisiones que a lo largo del curso que viene dedicaré al género del Oeste en Todos los libros un libro. Pero de ello hablaremos dentro de unos meses. 

Lonesome Dove apareció en Estados Unidos en 1985, convirtiéndose desde entonces en un extraordinario éxito de ventas y obteniendo un año después el prestigioso premio Pulitzer. Sin embargo, la consagración absoluta del título y de su autor, que ya había sido nominado al Oscar en 1972 por su guion de The last picture show, llegó con la traslación de la novela a la pantalla televisiva. En febrero de 1989 la cadena de televisión CBS empezó a emitir en Estados Unidos una serie de cuatro largos capítulos que recogía fielmente el espíritu de la obra literaria, convirtiéndose en un inusitado -por un cierto olvido en el que yacía el género en aquellas décadas- suceso de audiencia y crítica, hasta el punto de ser calificada como la mejor serie western de televisión de todos los tiempos. Desde ese momento, el “universo Lonesome Dove” ha crecido y se ha extendido, inabarcable, hasta completar cinco miniseries para televisión, dos temporadas de series “regulares”, que alcanzan entre ambas los cuarenta y tres capítulos, y cuatro largas novelas, esta que hoy comento, la primera y principal de la saga, y otras tres, Streets of Laredo, de 1993, Dead Man’s Walk, de 1995, y Comanche Moon, de 1997, de las que luego os hablaré. Además, el libro y la serie originarios han generado un fenómeno desbordante que ha fraguado en centenares de estudios críticos, entrevistas, artículos periodísticos y reportajes gráficos, múltiples clubs de fervientes fans y hasta recreación de escenarios y ambientes con finalidad turística. 

El libro ya había sido publicado en nuestro país en 1990, en una añeja edición de Plaza y Janés, con traducción de Rosa S. de Naveira y que hoy solo puede encontrarse en librerías de viejo. En noviembre de 2022, la editorial Valdemar, en su excepcional colección Frontera, en la que han aparecido los grandes clásicos del género, treinta títulos hasta el momento, presentó la colosal novela, en un cuidado y voluminoso tomo -más de mil cien páginas-, que mantiene, actualizada, la traducción de la edición de Plaza y Janés. El libro cuenta con un prólogo, iluminador y excelente, de Alfredo Lara, máximo responsable del sello. Hace unas semanas, en mayo de este mismo año, la editorial ha dado a la luz La jornada del muerto, como se ha traducido Dead Man’s Walk, que siendo la tercera novela del ciclo, es la primera del itinerario cronológico de sus protagonistas, al retrotraerse en su acción a 1840 y presentar los antecedentes de los personajes, entonces muy jóvenes, que en Lonesome Dove se desenvuelven en la segunda mitad de la década de 1870. La jornada del muerto, que acabo de leer hace unos días, es también excelente (aunque algo más violenta que la que hoy reseño y con una mayor presencia de los indios; con dos figuras terroríficas, el jefe comanche Joroba de Búfalo y el guerrero apache Lobo Pateador, ambos de crueldad desaforada) y mi optimismo natural me lleva a pensar que el placer que me ha acompañado -y lo hace aún- en la lectura de ambos títulos se prolongará con la aparición -espero que próxima- de las dos últimas novelas de la serie, que estoy seguro Valdemar tendrá “en cartera” (al menos así puede deducirse de las palabras del editor en el preámbulo a esta segunda obra). 

Como puede imaginarse, intentar un mero resumen argumental de una novela de una extensión y una envergadura tan inabarcables es tarea imposible, pues como toda gran obra literaria en sus páginas -muchas, en esta ocasión- se encierra la vida entera, con los afanes y los anhelos, las peripecias y los golpes de fortuna, las búsquedas y los incidentes, las fatalidades y las expectativas, las frustraciones, los sueños, las pérdidas, los encantamientos, la belleza y el dolor, la ventura y el fracaso, las derrotas y los logros que siempre, inevitablemente, conlleva. Intentaré, no obstante, un breve esbozo de los aspectos más generales de su trama. 

Estamos en unos años no precisados de la década de 1870, en la pequeña población de Lonesome Dove, al sur de Texas, lindando con México, un territorio, como quizá recuerden los que siguieron mis comentarios sobre La última película y Hud, muy cercano y muy querido para Larry McMurtry, nacido en Archer City, pueblo también texano que en aquellas dos obras aparecía bajo el nombre ficticio de Thalia. Sin mencionarse de modo expreso, en la novela están presentes la entonces aún reciente Guerra de Secesión norteamericana y las disputas fronterizas entre México y su vecino del norte a causa, precisamente, de los territorios de Texas. En un pequeño rancho en la localidad, ven pasar la vida, aburrida y algo anodina, dos rangers retirados de bien avanzada madurez, Augustus «Gus» McCrae y el capitán Woodrow E. Call, responsables ahora de la enfáticamente denominada Compañía ganadera y Emporio caballar de Hat Creek (la pomposa rúbrica encubre un negocio muy próspero y no tan tedioso como aparenta, una singular “venta” de ganado: cuando llega un cliente, cruzan la frontera que delimita el Río Grande, roban los caballos y las reses en México y los venden luego a sus inocentes compradores texanos; un avispado antecedente de la “producción” bajo demanda). Los Rangers de Texas fueron un grupo de agentes de la ley voluntarios, fuertemente armados, que, a lo largo de las tres décadas anteriores al comienzo del relato, patrullaban las fronteras y los pueblos del territorio mexicano, protegiendo a los colonos y persiguiendo a los delincuentes, en actuaciones policiales de mantenimiento del orden y garantía de la seguridad, que no siempre se movían dentro de los límites de la legalidad, en acciones a menudo no del todo ejemplares que incluían el ahorcamiento fulminante de los ladrones de caballos cogidos in fraganti, la expulsión de los nativos indígenas y hasta, en ocasiones, los asesinatos de mexicanos en las mencionadas guerras de frontera. Call y McRae -dos construcciones literarias poderosísimas, principal foco de atracción del libro-, de personalidades y temperamentos casi opuestos, tienen un pasado legendario -rozando lo mítico- de éxitos en la región y su trayectoria (cuyos inicios constituyen, permítaseme el inciso, el núcleo argumental de La jornada del muerto) es recordada y sus figuras veneradas por todos los que los tratan. 

Condenados ya -al menos en apariencia- a una existencia crepuscular, sobreviven en el tedio, confortable pero frustrante para quienes han sido hombres de acción, de sus plácidos pero limitados días en el secarral texano (La mayor parte de las horas del día, y la mayor parte de los meses del año, el sol tenía al pueblo intensamente atrapado en el polvo, hasta más allá de las llanuras de chaparral, un paraíso para las serpientes y los sapos cornudos, correcaminos y lagartos, pero un infierno para los cerdos y la gente de Tennessee), sin más alicientes que los difusos recuerdos de sus gestas pasadas, las borracheras constantes en el Dry Bean, el único saloon del pueblo, y las fugaces expansiones sexuales con Lorena Wood, la joven prostituta, deslumbrante y preciosa, a cuyos encantos compran el acceso, noche tras noche, la tropa de vaqueros, trabajadores, ganaderos, jugadores y buscavidas que frecuentan el bar, encandilados y enamorados de la belleza de la chica, que alimenta inútilmente su sueño de otra vida en San Francisco. Al comienzo de la historia llega al pueblo Jake Spoon -con él se completa el póker de personajes principales de una obra coral, que cuenta con una larga decena de secundarios de personalidad bien perfilada y psicología magistralmente definida por el talento del autor-, otro antiguo ranger, algo más joven que sus dos respetables y respetados colegas, a cuyas órdenes había servido en el pasado, y que huye de la ley al haber matado -a su juicio accidentalmente- en Fort City, en la vecina Arkansas, a un dentista, por lo demás hermano del sheriff local, el jovencísimo, inexperto y tímido July Johnson. Jake, cuya agitada existencia lo ha llevado a conocer “mundo”, llega al pueblo aún deslumbrado por la riqueza y las oportunidades que encierra la lejana, inexplorada, casi virgen y muy fértil Montana, de altas hierbas, pastos frondosos y grandes manadas de búfalos, hasta el punto de intentar persuadir a McCrae y Call, en el fondo insatisfechos con su insustancial comodidad de ganaderos forzados (Ni siquiera eran policías: dirigían unas cuadras, comerciaban con caballos y reses cuando podían encontrar un comprador. El trabajo que realizaban era algo que podía hacer dormido y, no obstante, aunque sus obligaciones cotidianas se habían ido reduciendo a lo largo de diez años, la vida no parecía más fácil. Parecía solo más pequeña, y bastante más aburrida), de llevar un gran rebaño de reses desde Texas a Montana, creando allí, en el frío norte colindante con Canadá, el primer rancho ganadero de aquellas regiones perdidas y fecundas, y propiciando su enriquecimiento y su feliz vejez como grandes propietarios de tierras. El proyecto, disparatado y absurdo, está plagado de obstáculos: nadie, nunca, ha acometido una empresa de ese calibre; apenas cuentan con unas pocas cabezas de ganado; carecen de vaqueros con experiencia para tan ambiciosa misión; los indios constituyen aún, en esas regiones sin “civilizar”, un peligro mortal; la distancia -cinco mil kilómetros- hace imposible el traslado de una cantidad suficiente de animales para que el negocio sea rentable; y, sobre todo, ambos son ya personajes de otra época, en declive vital, asomándose al abismo del olvido y la muerte. Sin embargo, y en diferentes grados de ilusión y escepticismo, la mecha de la aventura prende en ellos (—¿Por qué no vamos al Norte? —preguntó Call, cogiendo a Augustus por sorpresa. —Pues, no lo sé. Nunca lo he pensado y hasta ahora tampoco tú lo habías pensado. Creo que somos algo viejos para ir a luchar contra los indios), por lo que, no sin reticencias (Pero yo no iría a Montana. Demasiado lejos y demasiado frío. Además está lleno de osos y de indios. Puede que estén dominados, pero yo no me fiaría de ello. Podrían hacerles un buen regalo de carne), aunque finalmente decididos (Cuando Augustus reflexionaba sobre ello comprendía que habían vagabundeado demasiado. Eran gente de a caballo, no de ciudad; en eso se parecían más a los comanches de lo que Call hubiera querido admitir. Llevaban más de diez años en Lonesome Dove y lo poco que habían adquirido tenía tan poco valor que a ninguno de los dos le hubiera dolido nada ensillar y largarse), cruzarán al cercano México para robar tres mil cabezas de ganado, captarán a una cuadrilla de vaqueros circunstanciales que acompañarán a los siete hombres del equipo original de Hat Creek, harán acopio de provisiones y material de intendencia e iniciarán su descabellado periplo cruzado por una serie de desafíos, lances, incidentes, muertes, encuentros, tramas intercaladas, enfrentamientos con forajidos, tribus indígenas hostiles y condiciones climáticas extremas, acontecimientos y episodios dramáticos, emocionantes, trágicos, violentos, épicos, románticos, tiernos, filosóficos; en un relato de viaje, que el lector vive sumido durante muchas horas en un arrebato, en una fruición apasionantes, impregnado de la nostalgia del pasado y la lucha por sobrevivir en un mundo cambiante de unos personajes que se ven obligados a enfrentar sus propias debilidades y demonios internos mientras luchan por alcanzar sus sueños en la frontera. Quiero apuntar aquí que en la mente de McMurtry el libro nació como un proyecto de guion -a la postre frustrado como tal- que iban a protagonizar, en sus tres papeles masculinos más destacados,… ¡¡James Stewart, Henry Fonda y John Wayne!! La imaginación se dispara pensando en qué gran película hubiera llegado a ser. 

La novela se estructura en tres grandes partes. En la primera de ellas, que ocupa las trescientas páginas iniciales, se nos presentan, sin que la “acción” se mueva demasiado, a los principales personajes en su ordinaria cotidianidad en Lonesome Dove. Esta sección -“introductoria”, podríamos decir, pese a su extensión- es formidable, pues, a pesar de la aparente inactividad, e, incluso, de lo insustancial del día a día en el pueblo, el talento narrativo de McMurtry atrapa al lector ofreciéndole una profunda y subyugante indagación en las personalidades de la decena de individuos que centrarán la novela, en un acercamiento delicado, minucioso, agudo, perspicaz, conmovedor, comprensivo, espléndido y muy atractivo a un puñado de seres humanos inolvidables, complejos y multifacéticos que irán evolucionando a lo largo de la historia, haciendo que el lector se familiarice con ellos (en el sentido casi literal del término, pues durante los largos días de ”convivencia” con esas muy ricas y convincentes creaciones literarias, se llega a olvidar su naturaleza ficticia y se conecta emocionalmente con sus existencias que, en cierto modo, pasan a formar parte de la propia experiencia vital de quien avanza por las páginas del libro). En particular, la caracterización de los dos protagonistas, McRae y Call, es memorable. Augustus «Gus» McCrae es expansivo, inquieto -y, paradójicamente, indolente-, inteligente, capaz, bregado en mil batallas, inseparable de su jarra de whisky, amante de la buena vida (Gus amaba la vida y no estaba dispuesto a dejar que nadie le arrebatara ninguno de sus placeres) y de las mujeres, recurrente frecuentador de prostitutas, refinado aunque monotemático cocinero (su única especialidad, los bollos, son célebres en la región), valiente y corajudo (Trataba el peligro con cierto despego o abierto desprecio), extraordinariamente hábil con las armas, pretendidamente culto (Augustus había pasado un año en la Universidad, por algún lugar de Virginia, y pretendía haber aprendido griego y algo de latín. Nunca dejaba de recordarlo a todos; pero en La jornada del muerto la realidad de esos estudios aparece muy difuminada, siendo eufemístico), extraordinario conocedor de la naturaleza humana, filosófico, aparentemente despreocupado e informal, pero comprometido y responsable, irreverente, ingenioso y bromista, divertido y burlón, alegre, encantador y carismático … y también gruñón, discutidor e insoportablemente locuaz (sus constantes porfías verbales con el capitán Call -en realidad con cualquiera que se atreva a ejercer de interlocutor ante él- son gloriosas, llenas de retranca, de agudezas, de humoradas, de réplicas talentosas y ocurrencias sagaces, de contestaciones punzantes, de relampagueantes sarcasmos, en otra de las dimensiones, la del humor, que hacen atractivo el libro). 

Call es su opuesto, silencioso, independiente y solitario, escasamente sociable. Responsable y trabajador hasta la obsesión, firme, severo, rígido y distante, reservado e inaccesible. Frente a la comicidad que de continuo aflora en la presencia de Gus, el capitán personifica la disciplina y el deber, y su determinación, su exigente dedicación al trabajo, su insuperable experiencia, su pasado legendario como ranger casi heroico lo convierten en una figura de autoridad indiscutible, un líder cuya presencia tutelar necesita el resto de los hombres para llevar a cabo la menor de sus tareas. A la vez, su dolorosa soledad, sus conflictos internos, su incapacidad para expresar sus emociones hacen de él un personaje complejo y a veces trágico (Durante años Call había contemplado la vida como si ya hubiera terminado. Call jamás había sido un hombre que pudiera pensar en muchas razones para ser feliz, pero había sido alguien que sabía lo que quería), en cierto modo incapacitado para una vida “normal” (El problema que tienes, es que no sabes vivir, le espetará su compañero).

La relación entre Gus y Call, delineada en esta primera parte del libro, pero desarrollada en el resto de la obra, constituye el eje central de la novela, en una suerte (un vínculo lejano, pero plausible) de Quijote y Sancho del Lejano Oeste. Su amistad, no exenta de anfractuosidades, dado lo antagónico de sus personalidades, perdura, conmovedora y emotiva, a lo largo de los años y los retos. Gus desafía constantemente a Call a abrirse, a romper sus barreras psicológicas, a implicarse intensamente en la vida y a disfrutar más de ella, mientras que Call ofrece a Gus una figura de estabilidad, de orden, de propósito frente a su propia volatilidad. Ambos comparten viejos códigos del Oeste, o más exactamente, de la “frontera”, la lealtad inquebrantable hacia los suyos, el respeto, un profundo sentido del honor, del deber, de la ética personal, de la responsabilidad, de la justicia. Tienen en común también la presencia de una mujer que los marcó en el pasado: Maggie, una prostituta fallecida años atrás en Lonesome Dove, que fue la única muestra de “vida plena” en la sobria y ascética existencia de Call, y Clara Allen, una mujer formidable, el gran amor, presente aún en su memoria, de Gus; cada una de las cuales tiene un lugar destacado a medida que avanza la trama (en diferente grado: menor y como mero recuerdo la primera, y más intenso y de presencia viva la segunda).

Y está también Lorena Wood, la bella prostituta atrapada en la polvorienta Lonesome Dove, con sus anhelos de independencia y libertad, soñando desencantada un ilusorio futuro, feliz, en San Francisco. Su atractivo físico, que la convierte en objeto de deseo de todos los hombres que la rodean, contrasta con su vulnerabilidad emocional, su enternecedora íntima fragilidad. Pero, a la vez, su determinación, su esperanza, su fuerza, su capacidad para salir adelante, su lucha por la supervivencia, su irreductible dignidad, hacen de ella uno de los motores de la trama, que la tiene como centro tanto en la descripción de su evolución personal como en las repercusiones de su figura en los demás personajes de la novela. Una mujer inolvidable que deja también su huella en el lector y que incorpora al planteamiento del libro la reflexión acerca de la fortaleza femenina (las mujeres en Lonesome Dove -además de Lorena, Clara, lúcida e inteligente, Elmira, insatisfecha y cruel, la joven Janey, valiente y salvaje- son todas creaciones literarias poderosísimas), otro de los temas subyacentes a una novela abierta a infinidad de frentes. Como lo hacen también, dejar su impronta en quien los “conoce”, en menor medida pero de un modo igualmente indeleble, muchos de los demás miembros del equipo de Hat Creek, sobre todo el joven Newt Dobbs, hijo de Maggie, muerta siendo él muy pequeño, y de padre inicialmente desconocido; un chico inocente, con apenas diecisiete años al comienzo del libro, ingenuo, carente de experiencia, ansioso de reconocimiento, de identidad y sentido de pertenencia, que busca, sin ser consciente de ello, una figura paterna y que se abre al mundo, lleno de sueños y aspiraciones, valiente y atrevido, a través de un durísimo rito de paso, el iniciático -para él- viaje a Montana. En su caracterización pueden verse rasgos del Sonny Crawford de The last picture show, del Lonnie Bannon de Hud, el salvaje, y, pienso -en una pirueta que tiene mucho de intuición y atrevimiento personal-, del adolescente que debió ser el propio Larry McMurtry en sus vivencias texanas. Pero, igualmente, cómo olvidar al egoísta, imprudente y jugador Jack Spoon; a Deets, el avezado explorador negro; a su ayudante y fiel Pea Eye Parker; a Dish Bogget, perdidamente enamorado de Lorena; al cocinero mexicano Bolívar, simultáneamente desapegado y añorante de su abandonada y lejana esposa; al viejo Lippy Jones, sentimental pianista del Dry Bean, sus ojos con frecuencia humedecidos por la nostalgia (Recordaba cuándo había habido otro saloon, uno que tenía cinco putas mejicanas. Había ido con frecuencia y se había divertido de lo lindo en aquellos días, antes de que le hirieran en el vientre. Nunca había olvidado aquellas alegres putas; se le sentaban siempre en las rodillas. Una de ellas, una joven llamada María se acostaba con él solo por su forma de tocar el piano. ¡Aquellos sí que eran tiempos!); a los dos infelices y desubicados irlandeses O'Brien; a los hermanos Spettle, apenas unos niños, bisoños e inexpertos; a Jasper Fant, temiendo morir ahogado en uno de los múltiples ríos que deberán cruzar en su arriesgada aventura; a Soupy Jones, el mejor jinete de la partida; o a Needle Nelson, un tipo raro, delgado como un alambre, con una nuez como un huevo de pava, entre otros muchos de los que no resulta difícil encariñarse y que, aun en los casos en los que su presencia es episódica, se nos presentan con sus rasgos específicos, en el físico, en el carácter, en el temperamento, en el habla. 

La segunda parte del libro, una vez delimitado el marco de referencia, deja atrás Lonesome Dove para seguir a la expedición en su camino a Montana. En el relato de sus andanzas se intercalan tramas paralelas y personajes nuevos: el muy joven sheriff July Johnson que deja Fort City tras los pasos de Jack Spoon, asesino de su hermano; su mujer Elmira, que lo abandona a su vez en busca de un antiguo amor; Janey, una chiquilla entrañable, desvalida y tímida, pero arrojada y sagaz, capaz de enfrentarse a la ferocidad de indios y bandidos sin más armas que las piedras que, de modo muy certero, les arroja; Po Campo, un algo esotérico pero cordial cocinero que se incorpora a la expedición; el sanguinario Blue Duck, un indio temible, que Gus y Call conocen desde sus tiempos de rangers, y que robaba niños blancos y los regalaba a los comanches. Arrancaba cabelleras, violaba a mujeres y descuartizaba a los hombres, protagonizando los pasajes más terriblemente violentos de la novela. 

Pero estas nuevas peripecias se entrelazan con el hilo principal, esa travesía épica, con connotaciones de leyenda, en la que ese puñado de arriesgados hombres trasladan el ganado atravesando Estados Unidos de sur a norte, en un relato que recoge toda la mitología clásica del western, con sus figuras icónicas -vaqueros heroicos, forajidos despiadados, cuatreros, colonos indefensos, sheriffs más o menos valientes, nativos americanos (kiowas, comanches, apaches), borrachines de saloon, cazadores de búfalos, damiselas en apuros (aunque en este caso McMurtry rompe con todos los arquetipos consabidos, ya he hablado de la entereza femenina en Lonesome Dove)- y sus escenarios tan reconocibles a través del cine: las carretas que avanzan en su tortuoso camino hacia el oeste; los fuertes de frontera; los pueblos polvorientos; los grandes rebaños de ganado; la captura a lazo y el marcado de las reses; la doma de animales; el entorno hostil; las inclemencias de un clima impredecible, que alterna -en ocasiones en solo pocas horas- el calor implacable, el frío helador, las tormentas eléctricas, la lluvia diluvial, la sequía sofocante; el paisaje árido y vasto, las interminables e inhóspitas llanuras, los extenuantes terrenos montañosos y escarpados; los muchos animales salvajes -serpientes venenosas, osos asesinos, lobos, búfalos declinantes al borde de la extinción-; también las espléndidas puestas de sol, los cielos estrellados, el silencio estremecedor, los bosques frondosos, los lagos de aguas transparentes. Y los ríos, innumerables y ambiguos, de caudales tortuosos y corrientes traicioneras de peligro mortal pero con remansos plácidos y reposados, refugio salvífico tras las ásperas cabalgadas de semanas; ríos de nombres evocadores, llenos de resonancias históricas, literarias y cinematográficas: el Bravo -el Río Grande-, frontera entre Estados Unidos y México, presencia constante en los conflictos en la zona, el Nueces, el Yellowstone, el Canadian, el Brazos, el Pecos, que deberán cruzar, siempre con riesgo, los expedicionarios. 

En la tercera parte del libro siguen desarrollándose -sin que, obviamente, vaya a desentrañar su desenlace- las tramas que se imbrican, se entrelazan, confluyen, se mezclan: el progreso del viaje y el desenlace de la empresa “viajera”, los distintos acontecimientos -algunos abandonos, muchas muertes- que aportan dolor a los aventureros, la trayectoria de los personajes y la evolución de sus conflictos internos, con un especial protagonismo de una Clara Allen “presente” ahora, tras haber comparecido hasta entonces solo en los recuerdos melancólicos de Gus. 

¿Por qué es tan buena Lonesome Dove?, escribe Alfredo Lara en su interesante prólogo al libro; para, acto seguido, contestarse: Es una pregunta un tanto difícil de responder en los dos renglones habituales de un prontuario. Yo no dispongo ya de mucho más que de dos renglones pero, en cualquier caso, y al margen de lo hasta aquí referido -espero que la sola descripción general de las líneas maestras de la trama argumental de la obra os haya resultado suficientemente alentadora-, quiero dejaros, para terminar esta muy larga reseña, media docena de razones adicionales para adentrarse en una novela (novelas, en plural; La jornada del muerto es también espléndida) de, insisto, lectura inolvidable. 

A los ya mencionados -la potencia narrativa de la historia, que subyuga y atrapa, la soberbia caracterización psicológica de los personajes, la excepcional descripción del entorno y la convincente recreación de los tópicos del western- se unen también otros aspectos remarcables como las referencias históricas que salpican el texto, los temas universales que trata, los aspectos estrictamente literarios, en particular el estilo y el carácter simbólico y metafórico que da profundidad al relato. En lo que tiene que ver con los componentes históricos, en Lonesome Dove, al estar ambientada en los años posteriores a la guerra civil norteamericana y en el contexto de las guerra de frontera entre México y los Estados Unidos, están presentes tanto acontecimientos como personajes que formaron parte de la historia “real”, documentada y constatable de esos hechos, más allá de la verosímil ambientación, rica y fidedigna, que se plasma en los detalles de las costumbres, los hábitos sociales y la cotidianidad de la vida de los vaqueros, las rutas del ganado y los conflictos con las tribus nativas en esos territorios y en aquella época. De este modo, por la novela “pasan” elementos históricos como el auge de la ganadería y las rutas del ganado, que en aquellos tiempos atravesaban el país, desde el árido sur a los pastizales del norte, en largas travesías por senderos ya trazados y conocidos aunque no exentos de peligros y expuestos a las difíciles inclemencias de la naturaleza. En la novela es constatable también, en un discreto pero notorio segundo plano, la “cultura” dominante de expansión y conquista, la creencia de que los pioneros “hacedores” de la nueva nación estaban destinados a ocupar y dominar el continente norteamericano, una ideología -el “Destino Manifiesto”- que justificaría los excesos, los abusos y los despojos, la aniquilación y el exterminio de seres humanos -los indios- y animales -los bisontes-. También los Rangers de Texas, de cuya icónica trascendencia en la historia norteamericana McRae y Call son, como se ha dicho, un exponente destacado. El editor, Alfredo Lara, apunta en su estudio preliminar -vuelve a recordarlo en el prólogo a La jornada del muerto- que ambos estarían inspirados, probablemente, en una pareja de rancheros, Oliver Loving y Charles Goodnight, que consiguieron llevar un gran arreo de ganado desde Texas a Montana (de hecho, Goodnight aparece en algunos pasajes del libro y también de su precuela). Históricos son también otros personajes de la novela, como el terrorífico Blue Duck, el asesino y bandido cherokee; y lo son también, singularizados en él, los enfrentamientos con las tribus nativas, reflejo de las constantes guerras indias -que desde la llegada de los primeros colonos europeos se extendieron hasta finales del siglo XIX- que en la novela se hacen presentes en el miedo atroz, la tensión constante, la permanente amenaza que sufren los expedicionarios y, en ocasiones, los cruentos combates en los que se ven envueltos. El conflicto racial, aún vivo pese a la finalización, reciente en el tiempo novelístico, de la guerra entre Norte y Sur, aflora también en el personaje del entrañable Deets, y en alguna de las menciones al difuso pasado de Jack Spoon. 

Como toda gran obra artística, el valor de Lonesome Dove reside también en su capacidad para tratar temas universales, que conciernen a cualquier lector, sea cual sea su cultura, su raza, su origen o sus particulares circunstancias. En este sentido, en Lonesome Dove están la complejidad de las relaciones humanas, la lucha por la supervivencia, la búsqueda de identidad, de propósito, de sentido; están la amistad y la lealtad, el compañerismo y el compromiso, el honor, la integridad y la justicia; están el amor, la nobleza, la inocencia y, a la vez, la crueldad, el mal, la culpabilidad y la redención; están la búsqueda y la exploración, externas -la apertura a nuevos territorios en que consiste el viaje- e internas -la indagación en los ámbitos más íntimos de la personalidad, en los profundos conflictos que envuelven a algunos personajes, Call, Newt, Lorena, también McCrae. 

Desde el punto de vista estrictamente literario, no quiero dejar de mencionar, el detalle en la narración, la prosa evocadora, el carácter vívido de las descripciones, que nos transportan al salvaje Oeste y nos hacen compartir las emociones y los sentimientos de los protagonistas. Interesante es igualmente, y ya mencionada de pasada, la compleja estructura narrativa, con diferentes “focos” de acción que “rodean” a la aventura principal y que acaban por imbricarse en ella, entrelazando múltiples hilos de la trama y diversas perspectivas de los distintos personajes. Además, McMurtry destaca en la construcción de los diálogos, llenos de humor, reflexiones filosóficas y un enfoque personal y específico -coloquial a veces, filosófico otras, dramático más de una vez, humorístico o hasta surrealista si está Gus por medio- para cada uno de los hablantes, todo lo cual contribuye al carácter realista de la novela y a la sensación de autenticidad que llega al lector. Por último, y en este ámbito puramente literario, llama la atención la profusión de metáforas, que propicia una lectura simbólica de la novela, que va más allá de la simple, aunque en sí misma muy poderosa y atractiva, narración. Una lectura metafórica cabe, sin duda, en relación con el viaje, que opera como trasunto de la aventura vital: con los desafíos, las pérdidas, las decepciones, los momentos de autodescubrimiento, los obstáculos, la búsqueda del sentido, los sueños y los ideales y su confrontación con la áspera y tantas veces frustrante realidad. Lonesome Dove es, así, una “road novel”, en donde los personajes -sobre todo Call, McRae, Lorena, Newt- a medida que avanzan en las peripecias de la trama, van creciendo en su madurez, en su comprensión de la vida, en su entendimiento del mundo y de su propia identidad. Metafóricos son también -más allá de su indudable y crucial importancia “real”- los ríos que los expedicionarios deben atravesar, símbolos del paso del tiempo, de las fronteras entre las distintas fases de la vida, punto de inflexión entre el pasado y el futuro, imagen patente del límite entre lo conocido y lo aún por venir. Por otro lado, el pueblo de Lonesome Dove y su relativa, pacífica calma plasmada en las trescientas primeras páginas representa la estabilidad, la identidad, el sentido de pertenencia, el hogar, el refugio, la civilización que, en ocasiones a lo largo de su muy esforzada experiencia, los personajes añoran. Además, la ya comentada minuciosidad en las descripciones de la naturaleza y del paisaje, interminable, abierto, sin horizontes, permiten interpretarlo -al margen de su evidente literalidad- como símbolo plural de la libertad, la aventura, el ansia de descubrimiento, la conquista de lo desconocido y, a la vez, como representación de la soledad, el aislamiento, la desolación, el sufrimiento; belleza y dolor, en suma. Y, del mismo modo, la vertiente animal de esa naturaleza -el ganado, especialmente los caballos- significan la fuerza de la vida, de nuevo la libertad, el espíritu insubordinado y rebelde. Por último, algunos de los personajes encierran también una evidente carga metafórica: Call y McRae -en distinta medida- aparecen como símbolo de la nostalgia y el conflicto entre el pasado y el presente, también como emblemas del deber y la dignidad, de los viejos valores; Gus es, además, el amor por la vida y sus placeres; en Call vemos la responsabilidad y el deber; el joven Newt es la existencia que comienza, los proyectos por hacer, el crecimiento y la evolución de una vida que madura y busca su identidad; en Lorena están los sueños, la capacidad de sobrevivir, la superación de las adversidades, la vulnerabilidad y, en paradoja feliz, la resistencia; en todos ellos está la vida humana, plena, verdadera, con sus contradicciones, sus debilidades, sus fortalezas, sus anhelos, sus fracasos. 

En fin, como se ve, por tantos motivos, Lonesome Dove es una obra maestra que, en sus mil doscientas páginas, prolongadas en las también excepcionales más de quinientas de La jornada del muerto, os aseguran muchas jornadas de placentera e interesante lectura en estas semanas veraniegas que nos esperan a partir de hoy. Con su entusiasta recomendación os dejo hasta el mes de septiembre, en concreto hasta el miércoles día 4 en que Todos los libros un libro volverá a encontrarse con su reducida pero fiel audiencia con nuevas y espero que sugestivas propuestas de lectura. 

Antes de mi despedida final, quedan aquí un texto muy revelador sobre los convulsos cambios de la época en que se desarrolla la novela, y una de las canciones que se citan en ella, My Bonnie Lies Over the Ocean, una tonada escocesa, traída por los colonos a América, que Lippy aporreaba al piano y que fue muy popular -fuente, la Wikipedia- en la década de 1870, contexto temporal del libro. De la infinidad de versiones del tema, he elegido una muy íntima y llena de melancolía, interpretada al piano por un para mí totalmente desconocido Barrie Carson Turner. Pasad un muy feliz verano. 



Recordó cuándo había venido por primera vez a las llanuras altas, muchos años atrás. Durante dos días él, Call y los rangers habían cabalgado paralelamente a la gran manada de búfalos del Sur…, centenares de miles de animales pastando despacio en dirección norte. Por las noches les resultaba difícil dormir porque los caballos estaban nerviosos con tanto animal cerca, y el ruido del rebaño era constante. Habían cabalgado cerca de ciento sesenta kilómetros y nunca habían perdido de vista a los búfalos. 

Por supuesto que habían oído decir que se estaba eliminando a los búfalos, pero el recuerdo de aquel rebaño sureño estaba tan vivo que apenas habían dado crédito a la noticia. Cuando hablaron de ello en Lonesome Dove llegaron a la conclusión de que aquellos informes eran exagerados. Tal vez hubieran sido reducidos, pero no eliminados. Por eso le produjo tanto impacto la visión de aquel camino de huesos a lo largo de la llanura. Quizá lo único que quedaba de ellos eran los caminos de huesos. Aquella idea daba un sentido diferente al vacío de los llanos. Con aquellos millones de animales desaparecidos, y también la mayoría de los indios, las grandes llanuras estaban realmente vacías, despobladas. 

Naturalmente, pronto llegarían los blancos, pero lo que estaba viendo era el momento intermedio; no los llanos como habían estado o como estarían, sino un momento de verdadero vacío, con miles de kilómetros de hierba sin utilizar, ocupados solo por los restos de los búfalos, de los indios, de los cazadores. 

Videoconferencia

Larry McMurtry. Lonesome Dove

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