ORHAN PAMUK. ME LLAMO ROJO
Hola, buenos días, bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, la cita habitual con la lectura que todas las semanas os ofrecemos aquí, en Radio Universidad de Salamanca. Esta mañana os traigo una novela de un autor que, pese a su extraordinario interés, su enorme prestigio y su muy reconocido nombre, no en vano ha sido un reciente premio Nobel, nunca había aparecido entre nuestras sugerencias, aunque sí en mi otro programa en esta emisora, Buscando leones en las nubes, en el que dedicamos una edición a El Museo de la inocencia, otra obra mayor -junto a la que ahora os presento- de nuestro escritor invitado. Quiero paliar hoy esta carencia hablándoos de la que, quizá, sea su mejor novela y, en cualquier caso, la que, sin duda, es la más traducida y difundida. Se trata de Me llamo Rojo, su autor es el turco Orhan Pamuk y fue publicada por primera vez en nuestro país en el año 2003 por la editorial Alfaguara en traducción de Rafael Carpintero.
La editorial presenta el libro bajo la rúbrica de “novela total”. La calificación, que podría parecer excesiva proviniendo de la propia editora, se ajusta, sin embargo, a lo que es realmente Me llamo Rojo. Porque estamos, en efecto, ante lo que en primer lugar puede aparecer como una novela histórica que nos traslada al Estambul del siglo XVI, pero que es, además, una historia de amor, llena de sucesos deliciosos, rezumando pasión, ternura y sensibilidad, también dobles intenciones, celadas y ocultamientos; es también una intriga detectivesca, con un asesinato que se revela en las primeras páginas y para el que hay varios sospechosos y una investigación y móviles y pistas y testigos como en cualquier novela negra al uso; es, a la vez, una novela de aventuras, con peripecias sin cuento y leyendas y mitos y relatos intercalados; admite igualmente una lectura filosófica sobre las diferencias en el modo de sentir, de entender el mundo, de concebir la existencia entre Oriente y Occidente; es, sin duda, una magnífica descripción del mundo islámico, no ya el de la época histórica recreada en la novela, que se describe con minuciosidad y precisión, sino, por extensión, del actual, con las tensiones internas, las contradicciones, las expectativas y las amenazas que las modernas sociedades de raíz musulmana albergan en su seno; es también un interesante y documentado estudio sobre el arte, en particular las formas de representación pictóricas, que puede ser extrapolado al ámbito de la literatura, por lo que cabe su lectura, además, como una novela “metaliteraria”; puede ser entendida, igualmente, en clave política pues contiene profundas y enjundiosas reflexiones sobre el ejercicio de las libertades individuales en sociedades cerradas, sobre las relaciones del artista o del simple ciudadano con el poder, sobre la tolerancia y los fanatismos, sobre las sociedades laicas y las religiones totalitarias, en una metáfora evidente del dilema que asalta hoy día a la sociedad turca, debatiéndose entre una Europa moderna y secularizada y la regresión que representa un Islam tantas veces fanático y anacrónico, en un conflicto que aquí tan bien conocemos.
Transcurre el siglo XVI. El Sultán turco, fascinado por los motivos, por los estilos, por los modos de la pintura de los ‘francos’, de los cristianos occidentales, por su modo de reflejar la realidad, por la fidelidad de sus retratos, por las insólitas combinaciones de la perspectiva, y movido también por el ansia de inmortalidad que es, al parecer, inseparable atributo del poder, de todos los poderes, decide pasar a la Historia -e impresionar a sus enemigos cristianos- en un libro, un singular libro bellamente ilustrado, que narre sus hazañas, los logros de su sultanato, los prodigios alcanzados por el imperio otomano bajo su mando y que -el orgullo del poderoso- incluya una representación de su figura, una imagen de su persona. Encarga el proyecto al reputado ‘taller’ del Maestro Osmán, en el que trabajan los cuatro mejores ilustradores de la época: los maestros Aceituna, Cigüeña, Mariposa y Donoso, en las denominaciones que les atribuye su maestro. Pero el proyecto del Sultán no está exento de problemas: la representación figurativa contraviene el espíritu, y hasta la letra, del Corán, que prohíbe la presencia en los libros de la imagen humana por considerarla un desafío al poder divino, una intolerable arrogancia del hombre que se atribuye poderes alejados de su mísera condición terrenal, un soberbio reto de las criaturas contra su creador que conduce a la adoración de ídolos, un peligroso primer paso de un proceso que, de tolerarse, llevaría a subvertir todos los valores que el Islam inspira, a hacer peligrar los fundamentos del estilo de vida musulmán. El libro, pues, debe hacerse en secreto. Un buen día, y aquí se pone en marcha la novela, el Maestro Donoso aparece brutalmente asesinado, y su muerte parece tener que ver con el libro y sus ilustraciones.
A partir de este hecho inaugural, se suceden los diversos capítulos, narrados por distintos personajes, fundamentalmente dos, Negro y Seküre, protagonistas de los desconcertantes vaivenes de la historia de amor a la que aludí anteriormente, pero también podemos oír la voz del Maestro Osmán, de los cuatro ilustradores, y de otros muchos personajes, la correveidile judía Ester, el también maestro Tío, anciano ilustrador, tío efectivamente de Negro y padre de Seküre, e incluso hablan en primera persona los motivos pictóricos de las ilustraciones del libro: el árbol, el perro, dos derviches, y hasta el rojo de la sangre y de la pintura.
El resultado de todo de ello, de la multiplicidad de perspectivas, de la variedad de planos, de la diversidad de voces, de la pluralidad de enfoques, es un fascinante mosaico, un desbordante rompecabezas que, desde la primera línea, nos atrapa y seduce, nos divierte y entretiene, nos interroga, nos cuestiona y nos hace pensar, nos subyuga y entusiasma.
Hacedme caso, leed este Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk, publicado por la editorial Alfaguara, y no sólo lo disfrutaréis, sino como tantas otras veces con las lecturas que nos apasionan, querréis acercaros -y no deberíais dejar de hacerlo- al resto de la obra del autor.
Música turca, cómo no, para completar esta reseña. Arto Tunçboyaciyan, uno de los grandes nombres de la música de aquel país, interpreta la envolvente Zetuni Zar.
Entré como un sonámbulo en Estambul, la ciudad en la que había nacido y crecido, tras doce años de ausencia. Dicen de los agonizantes que les llama la tierra, a mí me llamaba la muerte. Al principio creí que en la ciudad sólo había muerte, luego me encontré con el amor. Pero por aquel entonces, mientras entraba en la ciudad, el amor era algo tan olvidado y lejano como mis recuerdos de ella. Doce años atrás, en Estambul, me había enamorado de mi prima, aún una niña.
Apenas cuatro años después de abandonar Estambul, mientras erraba por las infinitas estepas del país de los persas, por sus montañas nevadas y sus tristes ciudades llevando cartas y recaudando impuestos, me di cuenta de que iba olvidando lentamente el rostro de la amada niña que se había quedado atrás. Inquieto, me esforcé por recordarlo pero comprendí que el ser humano acaba por olvidar una cara que nunca ve por muy querida que le sea. En el sexto año de los que pasé en el este viajando o ejerciendo de secretario al servicio de los bajás, ya sabía que la cara que me representaba en mi imaginación no era la de mi amada en Estambul. Sé que en el octavo año volví a olvidar el rostro que había recordado de manera errónea en el sexto y que volví a recordarlo como algo por completo distinto. Así pues, cuando regresé a mi ciudad doce años después, ya con treinta y cinco cumplidos, era amargamente consciente de que hacía mucho que había olvidado la cara de mi amada.
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