Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 16 de diciembre de 2015

PABLO D'ORS. BIOGRAFÍA DEL SILENCIO. ANDANZAS DEL IMPRESOR ZOLLINGER. CONTRA LA JUVENTUD
 
Hola, buenas tardes. Bienvenidos como cada miércoles a nuestro espacio de recomendaciones literarias, aquí, en Radio Universidad de Salamanca. Todos los libros un libro sale a vuestro encuentro en la emisora universitaria salmantina para ofreceros una propuesta de lectura con la intención de despertar vuestro interés y estimular en vosotros la voluntad y aun el deseo de leer un libro que escojo siempre con criterios que pretendo de calidad. Esta tarde, y continuando con la pauta que hemos venido manteniendo en las últimas ediciones y que nos lleva a aprovechar la cortedad de estos días ya casi invernales asociándola a lo sucinto de los libros reseñados, os traigo un par de obras caracterizadas, en efecto, por su brevedad, escritas por un autor español no demasiado conocido pese a que al menos uno de sus libros sí que ha disfrutado de un cierto éxito de ventas.

Yo conocí la literatura de Pablo D’Ors, pues de él quiero hablaros, hace bastantes años, en 2000, cuando presentó su libro de relatos El estreno. En 2003 fue finalista del premio Herralde de novela, con Las ideas puras, un libro, publicado como el anterior en Anagrama, que también leí con agrado. Pese a ello, y sea porque ambos textos no dejaron una especial huella en mí -ahora, quince años después, no recuerdo apenas nada de ellos-, sea porque la abundancia de publicaciones “atractivas” me llevó a escoger otras opciones de lectura, sea por cualquier otra circunstancia de la vida no necesariamente voluntaria o elegida o determinada racionalmente, el caso es que no volví a adentrarme en las numerosas obras, ocho o diez, entre novelas y ensayos, que el escritor dio a la luz en este largo lapso de tiempo. Dejé incluso pasar, aunque en ese caso sí fui consciente de mi omisión, Biografía del silencio, que conoció una extraordinaria acogida entre los lectores (al margen de las ventas, la crítica siempre ha valorado con entusiasmo la singular obra de nuestro invitado de esta tarde), multiplicando sus reediciones desde su presentación originaria en 2012.

Este verano pasado, rompiendo con esta tendencia, y de nuevo sin especial razón para ello, volví a encontrarme con los libros de Pablo D’Ors; y así leí y disfruté con Andanzas del impresor Zollinger, que había reeditado la Editorial Impedimenta en 2013, y decidí “encarar” -y me felicito de ello, pues la experiencia ha sido deslumbrante- ese Biografía del silencio al que me he referido, que Siruela ofreció por primera vez hace tres años y que ahora, a finales de 2015, supera ya las diez ediciones. Son estos dos los libros que quiero presentaros esta tarde, indicándoos también que, llevado de lo satisfactorio de mi feliz reencuentro con D’Ors, acabo de leer Contra la juventud, su última novela, ambientada en Praga y llena de referencias a Kafka y Kundera, que participa de los principales rasgos del universo “d’orsiano” y que también me ha interesado grandemente.

Quiero detenerme un minuto, antes de iniciar mis comentarios sobre las dos obras presentadas, en las peculiaridades de la trayectoria vital y profesional de Pablo D’Ors. Nieto de Eugenio D’Ors, nacido y crecido en un ambiente intelectual y artístico, con una formación vinculada al pensamiento y la cultura alemanes, se gradúa en Nueva York y realiza estudios de Teología y Filosofía en Roma, Praga y Viena. Sacerdote católico, ha ocupado numerosos puestos en misiones varias, ha ejercido como capellán universitario, profesor, crítico literario y, por supuesto, escritor. Recientemente ha aparecido en las páginas de los periódicos por motivos ajenos a la literatura, al haber sido tachado de hereje (¡¡en pleno siglo XXI!!) por dos obispos españoles y también -sin que a priori haya vínculo alguno entre ambos hechos- por su nombramiento como consejero cultural del Vaticano, una designación hecha “directamente” por el papa Francisco. Como puede verse, se trata de una biografía ciertamente inusual, muy distinta de las más convencionales de la mayor parte de escritores, y que he querido resaltar porque, a mi juicio, esos rasgos de espiritualidad -llamémosla así- que se deducen de su itinerario intelectual y personal, afloran en su obra y ayudan a entenderla.

Andanzas del impresor Zollinger apareció por primera vez en 2003. Diez años después, la editorial Impedimenta volvió reeditarla, en una edición, como es habitual en el pulcro sello madrileño, muy cuidada y atractiva. Con un esclarecedor prólogo del también escritor y crítico Andrés Ibáñez, el libro podría parecer una creación de menor entidad, aparentemente ligera y hasta banal; sin embargo en su trasfondo último, en su planteamiento esencial -más allá de su sorprendente trama argumental, que a continuación os referiré-, discurre por cauces muy similares a su intensa obra mayor Biografía del silencio, en la que, a mi juicio, se concentra el núcleo del “ideario” del autor. Podríamos decir que las reflexiones, planteamientos, enfoques, postulados o premisas que constituyen la propuesta literaria, moral y hasta vital de Pablo D’Ors se muestran aquí de una manera tamizada, no abierta, directa y frontal, de manera que tras la lectura del libro quedará en el lector un clima, una atmósfera, un espíritu que aparecerán luego de manera desarrollada, estructurada -su pensamiento en cierto modo sistematizado- en Biografía del silencio. Me atrevería a resumir ese “mensaje” que impregna los libros de D’Ors que he podido leer -un mensaje forzosamente reduccionista, puesto que son muchísimas las vías a las que se abre una obra muy rica y profunda, y que ya habrá ocasión de explicar- con una expresión que él mismo utiliza: la aventura de lo ordinario, una idea que aflora en el fragmento -extraído de Biografía del silencio- que os dejo como cierre a este comentario.

Andanzas del impresor Zollinger es la historia de un ferroviario que, antes de conseguir su sueño, pasa por ser oficinista, zapatero y ermitaño, como define la obra un personaje de Contra la juventud, en un recurso muy típico del autor, que relaciona unos libros y otros, introduce en sus novelas personajes que ya han aparecido en anteriores títulos, se incluye a sí mismo en la trama de sus obras, y mezcla, confunde, cita y alude constantemente -en un atractivo juego autorreferencial- a figuras y hechos de su personalísimo universo literario y personal, el cual acaba así por trascender el mero texto que el lector tiene entre manos en cada caso.

En efecto, August Zollinger decide, a los veintisiete años y sin haber desarrollado ninguna profesión en toda su vida, convertirse en impresor en su pequeño pueblo de Romanshorn. Sin embargo, pasará mucho tiempo hasta que logre conseguir su propósito, pues durante años vagará de un lugar a otro, de un oficio a otro, de una actitud vital a otra, en una sucesión de peripecias algo estrambóticas y casi siempre muy divertidas. El libro nos dará cuenta de esa singular y estrafalaria trayectoria, en la que, sucesivamente, se convierte en ferroviario y se enamora de la voz de la muchacha que escuetamente le transmite por teléfono las instrucciones a seguir para tutelar el infrecuente paso de los trenes por su puesto; en soldado que camina sin sentido en las largas y absurdas marchas e interminables desplazamientos a los que la condición militar le obliga, conociendo simultáneamente el alcohol y la amistad; en ermitaño en un bosque en el que los árboles hablan y le comunican sus inquietantes mensajes; en insulso burócrata condenado a estampar su sello en abstrusos documentos oficiales, en una rutinaria operación que repite durante inacabables jornadas; en excepcional zapatero, admirado y solicitado por las gentes de la región entera por un virtuosismo artesanal que lo hará rico; hasta acabar, por fin, seis años después de su partida, encontrando su verdadero lugar en el mundo. Zollinger será, al término de sus andanzas, un apasionado impresor, y así llegará al final de sus días, con la conciencia de haber cumplido su destino.

Pero esta sucesión de descabaladas vicisitudes (insisto: ferroviario que cambia agujas, bebedor del tercero de caballería, ermitaño que teje cestas en el bosque de St. Heiden, anónimo funcionario de segunda, afamado zapatero e impresor en su pueblo natal) no es más que la apariencia externa -original y entretenida- de una obra en la que lo esencial es el caudal de reflexiones que sustentan un conjunto de valores que, como he señalado, reaparecerán más adelante, estructurados y por así decirlo “racionalizados” sin el soporte de la ficción, en Biografía del silencio. Y de este modo afloran en el libro, entre otras muchas, las nociones básicas en las que a juicio de D’Ors -pienso yo- residiría la “verdad” de una existencia lograda: la lentitud y la morosidad, el silencio, la carencia y el despojamiento, la simplicidad y la errancia, la percepción profunda del fluir del tiempo, el reconocimiento y la valoración de los pequeños detalles, el asombro ante el milagro de la vida, el contento y la alegría que derivan del elemental disfrute de los dones y las maravillas que ella nos ofrece, el agradecimiento ante su belleza y su exuberancia, el amor en cualquiera de su formas -no sólo el romántico o el erótico, sino también el universal a objetos y animales y, claro está, a personas-, la amistad, la sabia acomodación a los dictados del destino, a su “olor” que nos acompaña desde niños, el alto coste que siempre supone aceptar lo más elemental, lo más genuino, la necesidad de la melancolía, la desbordante vida que exhala la naturaleza, la importante presencia de lo sagrado en nuestra, por otro lado, nada anodina existencia.

Todo ello está presente -de un modo más patente que en la novela, como ya he señalado, más “crudo”, más directo- en Biografía del silencio, un ensayo testimonial -en expresión del propio autor- que nace como un intento de describir la experiencia de la meditación, en la que D’Ors se inició años atrás y en la que persiste desde entonces. En cuarenta y nueve muy breves capítulos, el libro nos introduce en los pormenores de ese hábito, pero, más allá de la “técnica”, nos habla -con el sustrato de su propia vivencia- de las muchas e interesantes repercusiones físicas y de índole práctica, pero sobre todo religiosas, filosóficas, espirituales, morales y hasta místicas de la meditación.


Son innumerables los aspectos a destacar en una obra llena de sugerencias y planteamientos muy atractivos, e imposible concentrarlos en esta reseña que, por otro lado, debe llegar ya a su fin. Os enumero a vuela pluma algunos de ellos, invitándoos -para completar la información- a escuchar tres programas que dedicaré al libro el próximo mes de enero en Buscando leones en las nubes, mi otro espacio en Radio Universidad, a los que podréis acceder en buscandoleonesenlasnubes.blogspot.com.

Así, Biografía del silencio, en su radical -y absolutamente contraria al signo de nuestros acelerados tiempos- búsqueda del despojamiento y la quietud, contiene un inteligente alegato contra la abundancia de experiencias que sólo pueden aturdirnos; contra el ofuscante espejismo de los sueños; contra el desmedido afán por poseer; contra la irrefrenable pulsión de los deseos que nos encarcelan; contra esa interminable búsqueda de lo que “nos gusta” que acaba por imponer su dictatorial exigencia a nuestras vidas; contra el exceso paralizante de las “cábalas mentales”; contra nuestro mundo demasiado lleno de palabras, demasiado intelectualizante; contra nuestra cobarde huida del dolor; contra lo caprichoso, lo ilusorio y lo ficticio de nuestro siempre desmesurado ego; contra la compulsiva necesidad de vivencias, de emociones, de experiencias y sobresaltos supuestamente intensos; contra las fantasías, las elucubraciones y los problemas, meras distracciones repletas de miedos, enfados y nervios que nos alejan de lo auténtico y primordial; contra la seriedad enfática y pretenciosa; contra la demasía de pensamientos y sentimientos, de imágenes, conceptos e ideas que nos ocultan la verdad más genuina; contra las quimeras que con frecuencia nos hacen vivir en la impostura; contra la felicidad y los enamoramientos, a menudo engañosos; contra el deseo, las aspiraciones y los proyectos, todos ellos “infectados” de irrealidad, ajenos, falsos; contra el pavor a la muerte; contra la posesión y el apego. Vivimos, sí, pero muy a menudo estamos muertos. Nos hemos sobrevivido a nosotros mismos: hay bio-logía, pero no bio-grafía, escribe D’Ors, apuntando una de las claves del libro.

Podría pensarse, tras este listado de “repulsas”, que Biografía del silencio se lee desde la rebeldía, desde la crítica, desde la destrucción y la negatividad, y nada más alejado de la verdad. Estamos ante un libro luminoso, positivo, entusiasta, optimista, vital, repleto de gozosas afirmaciones de la vida (todo sin excepción puede ser una aventura), como puede deducirse, insisto, del breve texto que acompaña esta reseña. En él -en el libro, y también en el texto- se defienden -se enaltecen- las vertientes más fecundas de la existencia, casi todas alejadas -opuestas- al exceso que caracteriza nuestro mundo occidental: el despojamiento, la quietud, el abandono, el desprendimiento, la introspección, el misterio, el mero “estar”, el sufrimiento creador, la profundización y el conocimiento de uno mismo, la ligereza, la alegría, la aceptación, el dominio de sí, la benevolencia, el cuidado de los demás, la atención, la humildad, la confianza, la serenidad, la paciencia, la solidaridad, la constancia, la lentitud y, por fin, ese océano oscuro y luminoso que es el silencio.

En fin, no hay tiempo para más. Os recomiendo con pasión la obra de Pablo D’Ors, singularmente este excepcional y revelador Biografía del silencio. Vuelvo a remitiros a buscandoleonesenlasnubes.blogspot.com en donde tendréis el mes que viene dos programas centrados en el libro. Os dejo ahora con una pieza instrumental de Keith Jarrett, que ha publicado la mayor parte de sus discos en el sello ECM, cuyo lema, El sonido más bello después del silencio, se acomoda a la perfección al motivo central del libro comentado. Shenandoah, un tema tradicional que aparece en el extraordinario álbum The melody at night with you, despide mi reseña por hoy.


Vivimos vidas que no son las nuestras; respondemos a interrogantes que nadie nos ha formulado; nos quejamos de enfermedades que no padecemos; aspiramos a ideales ajenos y soñamos los sueños de otros. No hay exageración, es así: casi todos nuestros proyectos de felicidad son quiméricos. Las ideas que decimos acariciar no son nuestras; nuestras aspiraciones son las de nuestros padres, y hasta nos enamoramos de personas que en verdad no nos gustan. ¿Qué nos ha pasado para sucumbir a semejante impostura? Persigo algo que en el fondo no deseo. Lucho por algo que me es indiferente. Tengo una casa intercambiable con la de mi vecino. Hago un viaje y no veo nada. Me voy de vacaciones y no descanso. Leo un libro y no me entero. Escucho una frase y soy incapaz de repetirla. ¿Cómo es posible que no me conmueva ante un necesitado, que no responda cuando me preguntan, que siempre mire hacia otra parte y que no esté donde de hecho estoy?

Ante esta absurda situación, yo voy a pararme, voy a pensar, a respirar y a nacer, si es posible, por segunda vez. No estoy dispuesto a no bailar si suena la flauta, o a no comer si me ofrecen un manjar, o a almacenar para mañana cuando hay quien no tiene para hoy. Tampoco estoy dispuesto a creerme el ombligo del mundo, ni a suponer que lo mío es lo mejor, ni a martirizarme con problemas diminutos o dolores imaginarios. Resulta lamentable haber llegado a este punto de inconsciencia, de idiotez, a este punto de insensibilidad, a este extremo de avaricia, de soberbia, de pereza... El mundo no es un pastel que yo me tenga que comer. El otro no es un objeto que yo tenga que utilizar. La Tierra no es un planeta preparado para que yo lo explote. Yo no soy un monstruo depredador. Por eso he decidido ponerme en pie y abrir los ojos. He decidido comer y beber con moderación, dormir lo necesario, escribir únicamente lo que contribuya a hacer mejores a quienes me lean, abstenerme de la codicia y no compararme jamás con mis semejantes. También he decidido regar mis plantas y cuidar de un animal. Visitaré a los enfermos, conversaré con los solitarios y no dejaré que pase mucho tiempo sin jugar con algún niño. De igual modo he decidido recitar mis oraciones todos los días, postrarme varias veces ante lo que considero sagrado, celebrar la eucaristía: escuchar la Palabra, partir el pan y repartir el vino, dar la paz. Cantar al unísono. Y pasear, que para mí es fundamental. Y encender la chimenea, lo que también es fundamental. Y hacer la compra sin prisa; saludar a los vecinos, aunque no me guste su cara; llevar un diario; llamar por teléfono regularmente a mis amigos y hermanos. Y hacer excursiones, y bañarme en el mar al menos una vez al año, y leer solo buenos libros, o releer los que me han gustado.
 

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