WILLIAM KOTZWINKLE. EL NADADOR EN EL MAR SECRETO
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Como sabéis aquellos de vosotros que nos seguís habitualmente, en estas últimas semanas otoñales, en las que los días languidecen en jornadas cada vez más breves, he decidido seleccionar para vosotros libros de extensión también más reducida que se acomodan, con sus cortas -aunque intensas y concentradas- páginas, a las escasas horas de luz a las que nos aboca la proximidad del ya inminente solsticio de invierno.
Así ocurre sin duda con mi propuesta de esta tarde, un librito que no llega a las noventa páginas pero que es, como el resto de los aconsejados en estas semanas, excepcional, y que sobresale entre tantas publicaciones “convencionales” que nos invaden desde los expositores de las librerías. Se trata de El nadador en el mar secreto, una novela del norteamericano William Kotzwinkle, que publicó en 2014 la editorial Navona en su estupenda colección Los ineludibles. El libro, bellísimo como objeto en sí, con sus cubiertas enteladas, su atractivo formato, su impecable edición, se presenta en traducción de Enrique de Hériz al que, quizá, le sea achacable un incorrecto “porqué” que se “cuela” en la página 27.
William Kotzwinkle es un para mí desconocido autor de libros infantiles, novelas de género fantástico y de intriga y también guionista cinematográfico. En su momento, al parecer, “noveló” el guión de E. T. El extraterrestre, a raíz del éxito de la película en las salas. El nadador en el mar secreto se había publicado originariamente en 1975 en los Estados Unidos, en donde llegó a ser galardonado con el National Magazine Award Fiction de ese años. Luego, y durante largos años, desapareció “de escena” como ocurre tan a menudo con infinidad libros, perdidos entre el irrefrenable torbellino de publicaciones que nos asaltan por doquier. Casi cuarenta años después, una mención indirecta en Operación Dulce, la penúltima novela de Ian McEwan -la pareja protagonista comparte su admiración por el libro- relanzó el interés por la obra que volvió a ser puesta en el mercado y que, ahora sí, ha empezado a alcanzar un notable éxito, con varias reediciones en España.
La principal dificultad que me asalta al iniciar esta reseña nace del hecho de que resulta casi imposible hablaros del libro sin contar la historia que narra, pero es justamente esa información, la de su -llamémosla- trama argumental, la que, a la vez, pretendo obviar aquí pues creo que daros cuenta de ella, aunque sea someramente, os puede privar del enorme placer -lo ha sido para mí- que se deriva de abordar, sin referentes previos y con crecientes gozo y emoción, un texto sorprendente, insólito por la aparente trivialidad de su núcleo narrativo, pero deslumbrante y hasta sobrecogedor. No obstante, casi todas las críticas -por no decir todas- del libro que han aparecido y he podido leer en periódicos, revistas y suplementos culturales, refieren sin ambages -y en algunos casos con todo lujo de detalles- su núcleo temático. Y aunque siempre he sostenido que en las grandes obras literarias el argumento es en cierto modo irrelevante y conocerlo no impide -ni siquiera limita- el placer de su lectura (y este principio es también cierto en esta ocasión), sin embargo pienso que esta vez una cierta “virginidad” del lector con respecto al motivo central que se relata en la obra puede resultar fecundo, gratificante y enriquecedor.
Así, mencionaré tan solo que El nadador en el mar secreto -el mar y sus metáforas ocupan un lugar central en el planteamiento del libro, lleno de oleadas, mareas, algas, resacas, torbellinos, reflujos, orillas y profundidades- cuenta un hecho como digo muy simple y hasta banal, el nacimiento del primer hijo (el nadador del mar secreto) de una joven pareja desde los momentos inmediatamente anteriores -las primeras contracciones, los iniciales temblores, la rotura de aguas-, pasando por los dolores del parto, la esforzada dificultad que conlleva la entrega a la vida de un nuevo ser, hasta el nacimiento, la casi siempre milagrosa aparición de un niño que desde ese acontecimiento iniciático se enfrentará de manera autónoma al mundo.
Basado en una experiencia personal de su autor, vivida semanas antes de la escritura del libro, el relato, muy sencillo y bellísimo, lleno de ternura y sensibilidad, cargado de poesía y lirismo, emotivo y conmovedor hasta las lágrimas, es una deslumbrante historia de amor narrada por el joven padre, Laski: amor inmenso por su mujer, Diane (Mientras la sostenía -cuenta- su amor se expandía a cada temblor del cuerpo de su mujer), amor desbordante por la presencia sólo presentida de su criatura en camino (El corazón de Laski se convirtió en un océano de amor mientras lo invadían nueve meses de recuerdos y el bebé se volvió real de nuevo, tan real como la noche en que Laski había notado unos piececillos que daban patadas por dentro de Diane. Nuestro bebé, nuestro amiguito, está naciendo), y amor, en fin, por la formidable maravilla de la vida, por la inagotable existencia que fluye, por la naturaleza que se perpetúa (Y ésta, pensó Laski, es la razón de nuestro esfuerzo, que pueda venir el amor al mundo).
Intercalando recuerdos de su enamoramiento de Diane y de sus primeros días juntos, la narración que hace Laski de esas horas inefables en que su hijo llega al mundo, surge dulce y delicadamente entre inspiradas metáforas y nos habla de las grandes verdades de la vida, de la pérdida, del sufrimiento y del dolor, de la entrega y la belleza, de la esperanza y la desesperación, del asombro y del miedo, de la comunión con la naturaleza y de los proyectos compartidos, de los nobles sentimientos y de la paz de espíritu, de la sabiduría y de la experiencia, del deseo y la inocencia, de la fortaleza y la debilidad humanas, de los sueños, de su realización y también de su imposibilidad, de la aceptación del destino y de lo inexorable de la muerte, y sobre todo, como ya se ha dicho, del amor, del dulce amor, del noble amor, del tierno amor, del silencioso y entregado e incondicional amor, del infinito amor entre dos seres a los que la vida ha reunido para crear más vida.
No hay mucho más que decir que pueda aportar algo valioso que añadir a la lectura de este libro memorable. Leedlo, sí, emocionaos con él, apasionaos, enterneceos y entusiasmaos, estremeceos con él, llorad sin freno, sobran mis palabras, como sobran las explicaciones que vanamente intenten dar cuenta de un poema bellísimo.
Eat for two, una espléndida canción de Natalie Merchant con una letra vinculada al embarazo y la maternidad, complementa esta reseña, en un vídeo de hace veinticinco años, con su intérprete jovencísima.
Llegó la contracción y él volvió a levantarla, con el rostro pegado al suyo. La frente arrugada y los ojos apretados conformaban un rostro con el que jamás había soñado. Perdida toda su belleza, la mujer parecía una criatura asexuada que luchaba con todas sus fuerzas, alumbrando con gran esfuerzo el principio del mundo. Sus risas, sus pequeñas alegrías, sus planes, todo lo que alguna vez habían conocido, parecía devorado por aquel esfuerzo, un trabajo que de pronto deseó no haber emprendido nunca, al verla tan reconcentrada, tan distinta a la mujer que él conocía. Tenía la cara roja, un latido en las sienes, y parecía un hombre de mediana edad empeñado en defecar con un dolor mortal. Esto es humanidad, pensó Laski, al tiempo que se replanteaba el sentido de una raza que busca perpetuarse por medio del dolor, pero la contracción llegó a su fin sin darle tiempo a encontrar una respuesta, y se ocupó de apoyar el cuerpo de su mujer de nuevo en la almohada.
Cogió el paño, volvió a empaparlo y le enjugó el rostro sudoroso.
-Ahora, relájate a fondo. Recupera la energía. Estira las piernas, relaja los brazos.
Hablaba con suavidad y le iba acariciando las extremidades, que aún no habían dejado de temblar, hasta que ella quedó al fin quieta, con los ojos cerrados.
Regresó de nuevo la ola para llevárselos al mar del dolor, donde otra vez se preguntó porqué habría llegado la vida al mundo. El encanto de la noche en la carretera, donde le había parecido que todas las estrellas los miraban, estaba ahora ahogado en sudor. El rostro más hermoso que había visto en su vida le parecía ahora una masa bulbosa, roja y feúcha.
La corriente que los había llevado hasta las aguas turbulentas remitió de nuevo y perdió fuerza y les permitió regresar flotando lentamente para descansar en torno a un minuto antes de arrastrarlos de nuevo. Él la sostuvo mientras ella se contraía y empujaba por dentro en un esfuerzo por abrir los pétalos de su cuerpo floreciente. Él había creído que esa apertura tan milagrosa se iba a producir de un modo más espléndido. Pero ahí estaba ella, sudando como el caballo de un leñador después de acarrear troncos una mañana de verano.
La incorporó, como si pudiera liberarla de la carga que tantos esfuerzos le exigía, pero la mujer se estaba dando contra un muro, no avanzaba en ninguna dirección, tenía en los ojos la mirada de un caballo de tiro: perpleja, frustrada, esclavizada. Laski notaba la tensión que latía en sus sienes enrojecidas, igual que la había notado en los caballos de carga cuando le parecían a punto de morir de un infarto, avanzando de aquella manera por el bosque, arrastrando a su paso unos troncos gigantescos que de pronto se atascaban en un tocón, con las riendas a punto de romperse de tan tirantes y su poderosa musculatura llena de nudos por el esfuerzo de superar el obstáculo. ¿Quién escogería eso?, pensó Laski. Ese trabajo, esa desgracia. La vida nos esclaviza, nos hace desear descendencia, nos genera mil ilusiones sobre el amor y lo que haga falta, con tal de lograr reproducirse.
Sintió la supremacía de la vida, supo que la fuerza de la vida era mayor que su propia voluntad. Yo sólo quería estar contigo, Diane, los dos viviendo juntos sin problemas, y aquí nos tienes, tú jugándote la vida.
Ella bajaba la escalera para salir de un edificio de ladrillo visto. Llevaba una capa larga, morada, con cuello vuelto. La capa flameó tras ella cuando salió a la acera y él se quedó clavado y estúpido, incapaz de hablar. Ella debió darse cuenta, porque se volvió para mirar en su dirección.
Volvió a contraer la cara, apretó con fuerza los párpados y curvó la boca en una máscara conformada por el dolor que de nuevo la invadía. Él la sostuvo, sintió la tensión de sus músculos y la fiebre de la piel. Los pequeños rizos de pelo en el cuello estaban empapados y brillaban. Una mancha húmeda se extendía por toda la espalda.
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