UMBERTO ECO Y JEAN CLAUDE-CARRIÉRE. NADIE ACABARÁ CON LOS LIBROS. JESÚS GARCÍA SÁNCHEZ. FILOBIBLÓN. MARÇAL FONT, MARÍA HERNÁNDEZ Y JÚLIA IBARZ. LIBROPESÍA Y OTRAS ADICCIONES
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a un Todos los libros un libro que en la edición de hoy y en la de dentro de siete días va a hacer honor a su nombre de un modo especialmente literal. Y es que esta semana y la que viene, coincidiendo con la ya cercana celebración del día del Libro, el 23 de abril próximo, vamos a dedicar nuestro espacio a festejar la lectura y los libros, a homenajear a los lectores y a las librerías, con sendas emisiones que tienen como centro al libro, a la vez que sirven de manifestación de mi agradecimiento y admiración a dos destacados protagonistas -uno esta semana y otro en la próxima- de su universo, el mundo libresco.
Así ocurrirá, de entrada, con el programa de hoy, en que, por un lado, os traigo varios títulos que tienen en el libro su motivo principal; volúmenes de muy variados propósito e intención, de planteamientos y enfoques muy distintos, pertenecientes a géneros también diversos y que aparecen bajo formatos y presentaciones formales ciertamente diferentes. Como es natural, al ser varios los textos a comentar, me contentaré con una breve mención a cada uno de ellos, con el fin, espero que logrado, de despertar vuestra atención y estimular vuestro interés por unos textos que, cada uno en su estilo, resultan muy atractivos. Por otro, quiero aprovechar la excusa que proporciona nuestro tema principal para recordar desde aquí a un escritor, Umberto Eco, recientemente fallecido y que, entre su importante y prolífica obra -reseñada en alguna otra ocasión estas páginas-, tiene algún título, como el que a continuación quiero presentaros, dedicado a la lectura y los libros.
En primer lugar, y empezando por esta última referencia, que a mi juicio es la que aparece revestida de una mayor entidad de entre todas mis propuestas de hoy, aunque solo sea por el prestigio, por el nombre de sus responsables, quiero recomendaros Nadie acabará con los libros, publicado por la Editorial Lumen en abril de 2010, en traducción de Helena Lozano Miralles. El libro, ilustrado con las magníficas imágenes de un fotógrafo clásico, André Kertész, recoge una larga conversación entre el conocido ensayista y narrador Umberto Eco y el guionista y hombre de teatro, Jean-Claude Carriére. Ambos mantuvieron diversas charlas con el también escritor y periodista francés Jean Philippe de Tonnac en sus respectivas residencias, la parisina del dramaturgo galo y la de Montecerignone del ilustrado toscano. Horas de eruditas y distendidas tertulias con un tema monográfico, el libro, y sus derivados, podríamos decir, las diversas vertientes de la cultura libresca, lo que desde Gutemberg es tanto como decir cultura a secas. Por entre los infinitos meandros de las conversaciones y las sabias digresiones a las que se entregan los dos cultos interlocutores afloran todas las manifestaciones imaginables del universo del libro: la agorera anunciación de la muerte del libro; su al parecer irremediable sustitución por los soportes electrónicos; la insensata pasión coleccionista; el irracional frenesí que conlleva la bibliofilia, de la que ambos contertulios son destacados exponentes; la abundancia de información en nuestros días, la inflación de palabra escrita en estos tiempos de internet y sus consecuencias sobre el acto de leer; el libro como privilegiado recipiente en que se encierra el pasado, nuestra historia, la vida entera de la humanidad, condenado todo ello al olvido frente a la efímera actualidad; los criterios con los que analizar la valía de los libros, los presuntuosos catálogos, los absurdos listados de obras maestras; las censuras que los libros han sufrido en épocas y geografías muy distintas, prueba inequívoca de la estupidez humana, así como ejemplificación reiterada de los intentos del poder por acallar la voz de la gente de a pie; las actuales manifestaciones de esas represiones librescas: el control sobre Google en China o las reacciones frente a la difusión de los papeles de Wikileaks, que no se citan expresamente en la obra, al ser ésta anterior a su divulgación, pero que sobrevuelan en espíritu algunas de las intervenciones de sus protagonistas; los libros que no se han leído, pero que, casi por ósmosis, impregnan nuestra cultura; las religiones del libro, el destino de las bibliotecas, el olvido y la memoria. A esta última se refiere, precisamente, el texto con el que cerraré por hoy nuestra sección.
La segunda de mis recomendaciones de esta tarde se desenvuelve en el territorio de la poesía. Jesús García Sánchez, factótum de la Editorial Visor, celebró los 700 números de la Colección Visor de Poesía con Filobiblón, un compendio, una magnífica antología de poemas de autores en lengua española en los que el libro constituye el elemento central. Por el estupendo volumen desfilan Quevedo, Bécquer y Rubén Darío, Lope, Góngora y Juan Ramón, Machado, Lorca y Cernuda, Borges y Neruda, José Hierro y Mario Benedetti, Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes, Félix Grande, José Agustín Goytisolo, Carlos Marzal o ‘nuestro’ Juan Antonio González Iglesias. Decenas de versos espléndidos pueblan un volumen que ofrece una aproximación insólita pero muy atractiva al mundo de los libros y de la lectura, y una fantástica forma de homenajear al libro e, indirectamente, a la propia editorial que tantas joyas nos ha ofrecido en estos sus primeros setecientos títulos.
Con la misma pretensión compilatoria aparece una tercera obra titulada Libropesía y otras adicciones y publicada por la editorial Libros del silencio. Se trata de una recopilación de textos, esta vez de ficción y pequeños ensayos, aunque se incluye también alguna poesía, en concreto dos sonetos de Quevedo que ya estaban en el anterior compendio de Visor, que vuelven recrear el placer de la lectura, las manías de los lectores, la magia que casi siempre emana del acto de leer. En el breve librito se dan cita un enjundioso prólogo de Alberto Manguel, con el significativo título de ¿Por qué leer?, un prefacio explicativo de Marçal Font, María Hernández y Júlia Ibarz, autores de la antología, y, por fin, siete curiosos textos, que constituyen la esencia de la obra: Contra el ignorante que compraba muchos libros, de Luciano de Samosata; La fuente del Potrillo, un diálogo sobre el arte de los libreros escrito por Niccolò Franco, escritor satírico del cinquecento italiano; los dos sonetos mencionados de Francisco de Quevedo; Bibliomanía, un cuentecito espléndido de Gustave Flaubert, el primero que, al parecer, escribió, ambientado en Barcelona; otro cuento, La Biblioteca universal, debido a Kart Lasswitz, un escritor alemán del siglo XIX; un pequeño artículo del argentino Leopoldo Lugones sobre las Bibliotecas vivas; y por último, un breve pero interesantísimo ensayo de Virginia Woolf con otro título explícito: ¿Cómo hay que leer un libro? Pese a la unidad temática, la variedad de enfoques, estilos y géneros ofrece muchos motivos de interés para cualquier lector preocupado por reflexionar acerca de la lectura y sus temas adyacentes.
En fin, aquí terminamos ya por esta tarde, leed cualquiera de estos libros sobre libros, o si ninguno os despierta hoy vuestra atención, leed otros, o preparaos para visitar los puestos que el próximo Día del Libro nos esperan en la Plaza Mayor; seguro que en ella encontraréis alguno que os complazca.
La ilustración musical de hoy la ponen Belle & Sebastian con su Wrapped up in books.
Obviamente, aprender las tablas de multiplicar en una época en la que las máquinas pueden contar mejor que nadie, parece tener poco sentido. Pero queda el problema de nuestra capacidad gimnástica. Es obvio que en coche puedo ir más deprisa que a pie. Sin embargo, hay que caminar un poco todos los días, o hacer jogging, para no convertirse en una ameba. Supongo que usted conoce ese buen relato de ciencia ficción que cuenta cómo, el siglo que viene, en una sociedad en la que los ordenadores ya piensan por nosotros, el Pentágono descubre a alguien que todavía sabe de memoria las tablas de multiplicar. Los militares lo secuestran considerándolo un genio de un valor inestimable en tiempos de guerra, ante la eventualidad de que el mundo sufra un apagón global.
Hay una segunda objeción. En ciertos casos, el hecho de saber algunas cosas de memoria, te da capacidades intelectivas superiores. Estoy completamente de acuerdo en decir que la cultura no reside en saber la fecha exacta de la muerte de Napoleón. Basta saber dónde encontrarla en tres minutos. Pero no hay duda de que todo lo que sabemos de forma autónoma, incluida la fecha de la muerte de Napoleón, el 5 de mayo de 1821, nos da cierta autonomía intelectual.
Este problema no es nuevo. La invención de la imprenta representa ya una posibilidad de apartar la cultura con la que no queremos cargar metiéndola en el congelador, en los libros, sabiendo simplemente dónde encontrar la información necesaria en el momento adecuado. Se delega, por tanto, una parte de la memoria a los libros, a las máquinas, pero seguimos teniendo un deber: intentar hacer todo lo posible con nuestros propios instrumentos. Por consiguiente, ejercitando nuestra memoria.
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