Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 18 de mayo de 2016

C.P.CAVAFIS. POESÍA COMPLETA
 
Hola, buenas tardes. Sed bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias en Radio Universidad de Salamanca. Esta semana, y de un modo ciertamente inusual pues la poesía no suele ocupar un lugar especialmente destacado en esta sección, mi propuesta se centra en un poeta, Constantino Petrou Cavafis, uno de mis preferidos desde hace ya cuarenta años, desde un 1976 en que compré -y leí entusiasmado- Poesías completas. Konstantino Kavafis (esa era la grafía de su nombre en aquella edición, algo heterodoxa, de José María Álvarez para la editorial Hiperión). A partir de ese momento en cierto modo iniciático (para mí, sus versos siempre sonarán con la música de esa irregular traducción), se han multiplicado las antologías, las compilaciones y hasta las “poesías completas” del heleno, toda vez que, por un lado, su obra ha interesado a numerosos especialistas e investigadores que han querido ofrecer sus particulares recreaciones de sus versos y, por otro, en estas cuatro décadas han aparecido nuevos poemas inéditos que han obligado a ampliar el corpus de la obra cavafiana. De entre el amplio universo de libros en torno a Cavafis quiero destacar -y recomendaros- los que yo mismo he frecuentado: la Poesía completa presentada por Pedro Bádenas de la Peña en Alianza Editorial en 1983, los Poemas, edición de Seix Barral en 1994 a cargo de Ramón Irigoyen, y la Poesía completa que, en edición de Rafael Herrera y Anna Pothitou, apareció en Visor en 2003. También, aunque no se trata propiamente de una antología, Carne y tiempo. (Lectura e inquisiciones sobre Constantino Kavafis), el interesante estudio de Luis Antonio de Villena -él mismo un poeta muy “cavafiano”- que vio la luz en el año 1995 en la editorial Planeta. Y, por encima de todos, el monumental número doble de la revista Litoral, un espléndido, sugestivo y -como siempre en la publicación malagueña- muy bello monográfico, inencontrable ya, dedicado al griego en 1999, bajo el somero título de Cavafis, en el que, entre otras muchas estimulantes secciones, se presenta una atractiva propuesta consistente en comparar y contraponer, en enfrentar en un sugerente juego de espejos, hasta ocho versiones en castellano de un mismo poema (denominado Fui, Avancé, Anduve, Me fui, según el criterio del respectivo traductor, entre los que se cuentan Alfredo Silván, Elena Vidal y José Ángel Valente o Juan Ferrater, entre otros, aparte de los ya mencionados), prueba de la "admisibilidad" de los distintos y sucesivos acercamientos a la lírica cavafiana.

En otro orden de cosas y con las inevitables distancia y humildad que imponen mis muchas limitaciones sobre el asunto, me permito proponeros la escucha de un programa de Buscando leones en las nubes, mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca, que con Cavafis como protagonista se emitió el lunes 2 de febrero de 2009. En la emisión -que podéis escuchar en el blog del programa: buscandoleonesenlasnubes.blogspot.com-, se presenta una personal selección de poemas de nuestro autor invitado acompañada de una muestra representativa de canciones e intérpretes mediterráneos (la argelina Souad Massi, el tunecino Anouar Brahem, la israelí Yael Naim, la sarda Franca Masu, el turco Mercan Dede, la palestina Rim Banna, la egipcia Natacha Atlas, la griega Eleftheria Arvanitaki, la catalana Lidia Pujol y el grupo corso A Fileta).
 
Para mi propuesta de esta tarde he escogido la por ahora última aproximación en castellano al universo de Cavafis. Hace unos meses, en octubre de 2015, la valenciana editorial Pre-Textos presentó, en su colección Clásicos contemporáneos y en una muy cuidada edición, formalmente preciosa (tapa dura, formato en octavo de folio, papel biblia, elegantes cintas señaladoras, sobrecubierta con una penetrante fotografía del poeta, con la firma del autor grabada sobre la cubierta original), C.P. Cavafis. Poesía Completa, la compilación “definitiva” -si tal término tiene aquí sentido, vistos los antecedentes- de la obra del alejandrino. Con la traducción y un esclarecedor prólogo de Juan Manuel Macías y un igualmente ilustrativo epílogo de Vicente Fernández González, el libro recoge la totalidad de los poemas del llamado “canon” cavafiano, junto con sus poemas inéditos que incluyen tres en prosa.
 
En los iluminadores estudios inicial y postrero del libro se recogen los más destacados aspectos a considerar en el análisis de la poesía de Cavafis: el “secreto” de su obra (pues no llegó a publicar en vida un libro completo, solo poemas sueltos, cuadernos, carpetas, en ediciones no venales de pequeña tirada), derivado de una concepción de la poesía como “acto de intimidad”; la generosa recepción de su poesía en Inglaterra en 1951, dieciocho años después de su muerte (Cavafis nació y murió el mismo día del año, el 29 de abril, en 1863 y 1933 respectivamente), merced a la entusiasta voluntad de E.M. Forster, amigo del griego; la posterior admiración y apasionado reconocimiento de otros poetas, W.H. Auden o nuestro Luis Cernuda; la extraordinaria sabiduría y hasta erudición del escritor, que aflora en sus versos; la continuidad de su planteamiento poético con lo esencial de la tradición y la cultura y la lengua griegas; el carácter fuertemente local y, simultáneamente -y quizá por ello-, profundamente universal de su mundo estético y lírico; la sucesión de dualismos que constituye el núcleo central de su obra: el cuerpo y el alma; la moral pagana y la nueva concepción del hombre que trazó el cristianismo; la juventud y la devastación de los años; la fuga y lo permanente; la vida y el arte; el mundo griego y el reconocimiento inquietante de la otredad que supone la figura del bárbaro, en palabras de Macías; la presencia en sus poemas de lo real y lo ficticio, de los personajes históricos y los inventados; el protagonismo dado a los individuos marginales, excéntricos, a lo que viven fuera de la norma: perdedores, granujas, traidores, tristes, enamorados, ambiciosos, lascivos, apasionados, cansados o incrédulos -en atinada enumeración debida una vez más al prologuista; o, para terminar, la acertada síntesis con la que Vicente Fernández “define” en el epílogo, lo sustancial de la obra del alejandrino: La poesía de Cavafis -alejada del lirismo, objetiva, fragmentaria, narrativa y prosaica, irónica, a veces dilemática, a veces paródica, compleja, dialógica y polifónica, casi novelesca; tejida, en varios planos, en torno a personas que habitan con su propio discurso en la ficción, sutilmente política- trata de la vanidad del poder y la soledad de las personas, del amor y el placer, del cuerpo y la memoria, de la vida y el arte, de la dignidad de los perdedores. Sus protagonistas, situados en el universo homérico, la antigüedad tardía, en el mundo bizantino o en la sociedad contemporánea, se enfrentan, en lo que pueden elegir, a la misma disyuntiva: ser ellos mismos o entregarse a las convenciones.
 
Y, más allá de la profundidad en el análisis de los expertos responsables de la edición, lo más relevante del libro, como no puede ser de otro modo, es la belleza de los poemas recogidos, unos versos, que como ya escribí en otra ocasión -y lamento la insufrible pedantería de la autocita, pero me puede la pereza- a propósito de su “aparición” en mi existencia cuarenta años atrás (y mis palabras siguen siendo vigentes en la actualidad y sirven para trasladaros ahora mi particular interpretación del universo cavafiano) me resultaron deslumbrantes, conmovedores, emocionantes, me descubrieron aspectos de la vida que yo, a mis pocos años, no alcanzaba a vislumbrar, no podía ni imaginar: la quimera en que siempre convertimos el pasado, la nostalgia de quienes fuimos en otros días, en otras vidas, el desgarro que provocan los sueños rotos, la tristeza y el dolor de la pérdida, la evocación de la juventud desaparecida, la fragilidad de la memoria, la melancolía del recuerdo y el irremisible y quizá salutífero olvido. Además, muchos de sus versos me hablaban de personajes históricos o mitológicos o literarios, habitantes del mundo clásico e igualmente ignorados por mí (o, si conocidos, identificados en otra dimensión diferente -más escolar, más académica, profundamente insustancial- a la que presentaba el poeta), y cuya aparición en aquellos poemas me desconcertaba y atraía a la vez, me sumía en una dolorosa confusión por mi ignorancia culpable y simultáneamente despertaba en mí ansias de conocimiento, de saber: Marco Antonio, Alejandro, Orofernes, Calístrato, Antíoco, Remón, los Ptolomeos, Augusto Constancia… Y me sorprendía también, y me apasionaba, la ambientación en un universo fascinante de evocaciones riquísimas, de referencias cultas, llenas de secretos y sensualidad, puertas abiertas, cada uno de esos poemas, a otros mundos rodeados de misterio, exóticos y desconcertantes, y por ello muy sugestivos y atrayentes: Bizancio, Alejandría, Persia y Roma, Antioquía y Capadocia y Éfeso y Siria y Jonia y tantos otros lugares excitantes y enigmáticos. Y en esos escenarios misteriosos... las calles, la furia y el bullicio de las ciudades comerciales, de la modernidad desbordante, de un Occidente que se imponía por doquier (Cavafis había nacido en 1863, el mundo cambiaba), aunque también la mezcla abigarrada, los aromas penetrantes, los burdeles, la suciedad, el esplendor y la miseria, el brillo y el declive y la magia y el dolor de las urbes orientales. Pero, de un modo principal, Cavafis era para mí, en aquellos días de 1976, el amor, la plenitud y la intensidad del amor, la procura siempre renovada de los cuerpos, la pasión erótica, el deseo, la búsqueda esperanzada, tras cada esquina, en cada recodo, en cada ocasión, del ser amado, el goce de la carne, el éxtasis del placer, la euforizante energía del sexo, el temblor de los encuentros imprevistos, el erotismo incipiente, la sensualidad que se insinúa tras una mirada apenas percibida, la sentimentalidad desbordada, el adolescente enamoramiento del mundo y sus azares, y por encima de todo la decidida apuesta, la terca apuesta, con la fuerza y el ímpetu y el empecinamiento ciegos que son signos distintivos de la juventud, por la belleza, esa aspiración de la belleza que aún está presente en mis deseos de madurez.
 
En fin, no hay tiempo para más. Os dejo con la versión que hace Juan Manuel Macías de Ítaca, uno de los poemas emblemáticos de Cavafis. Os ofrezco también la peculiar recreación musical del poema en la sensible voz de Lluis Llach.
 
 
Ítaca
 
Cuando salgas hacia Ítaca
ruega por que el camino sea largo,
lleno de peripecias y descubrimientos.
A lestrigones y a cíclopes,
o al iracundo Poseidón no temas.
No encontrarás tal cosa en tu camino
si alto es tu pensamiento, y refinada
la emoción que toque tu espíritu y tu cuerpo.
A lestrigones y a cíclopes
o al fiero Poseidón no habrás de hallarlos
a no ser que los lleves en tu corazón,
mientras tu corazón no los ponga frente a ti.
 
Ruega por que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
cuando arribes –¡con qué placer y alegría!–
a puertos nunca vistos.
Detente en los mercados de Fenicia
y compra allí lindos artículos,
madreperla y coral, ámbar y ébano,
y toda clase de perfumes sensuales,
tantos perfumes sensuales como puedas;
acude a muchas ciudades egipcias
para aprender y aprender de los versados.
 
Ten siempre a Ítaca en la mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero en ningún modo apresures el viaje.
Mejor dejar que dure muchos años,
para que llegues, viejo ya, a la isla,
rico con todo lo que has ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te dé riquezas.
 
Ítaca te dio un hermoso viaje,
si no es por ella no habrías emprendido el camino,
pero no te dará más.
 
Y si la encuentras pobre, Ítaca no se ha burlado.
Así de sabio como te volviste, con tanta experiencia,
entenderás entonces qué querían decir las Ítacas.
 

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