ALAN BENNETT. UNA LECTORA NADA COMÚN
Hola, buenas tardes, sed bienvenidos a Todos los libros un libro. Radio Universidad de Salamanca os ofrece todos los miércoles a esta hora de la tarde una particular sugerencia de lectura con el fin de orientaros en el muy profuso mundo de las novedades editoriales. Hoy, coincidiendo con la inminente apertura de la Feria del Libro en nuestra ciudad, os traigo un título centrado en el universo de los libros, una delicia, poco más de cien páginas que se leen en un suspiro, una novela delicada, aparentemente ligera, de lectura arrebatadora y muy agradable. Se trata de Una lectora nada común, su autor es el británico Alan Bennett, y la edita Anagrama en traducción de Jaime Zulaika. Antes de adentrarme en mi comentario del libro quiero referirme brevemente a su autor, cuyo nombre ha aparecido estos días en los medios de comunicación a causa del estreno de una película, La dama de la furgoneta, basada en otra obra suya del mismo título cuya lectura también os recomiendo con entusiasmo. En la novela -la película aún no he podido verla- Bennett cuenta la historia de Miss Shepherd, una enloquecida anciana, indigente y lunática, que se instaló en una furgoneta desvencijada aparcada ante la casa del escritor. La problemática presencia de la mujer en las cercanías de su domicilio, las constantes agresiones sufridas por ella a manos de desaprensivos gamberros y un no del todo nítido impulso benevolente del autor lo llevaron a invitar a la excéntrica abuela a pasar las noches en una caseta de su jardín. Al poco tiempo, la furgoneta y su inquilina estaban instaladas en su muy sucinto patio y allí permanecieron durante quince años hasta la muerte de Miss Shepherd. En ese tiempo, Bennett y quienes lo visitaban debieron acostumbrarse a la inusitada presencia de la desgreñada mujer y de sus cochambrosas pertenencias. Con delicadeza y humor, con sensibilidad e inteligencia, con aparente distanciamiento, extraordinario respeto y evidente compasión, el escritor inglés nos habla de la edad, del paso del tiempo y el deterioro, de la soledad y la decadencia, de los abismos de la existencia y las vicisitudes de la fortuna en la vida humana, en una novela muy tierna y entrañable, que, al igual que mi consejo de esta tarde, tampoco deberíais dejar de leer.
Alan Bennett es un prolífico escritor, dramaturgo, guionista de televisión, actor y novelista, que lleva más de cincuenta años -tiene ahora ochenta y dos- responsabilizándose de decenas de trabajos televisivos, colaborando en programas radiofónicos, escribiendo el guión de numerosas películas -recuerdo ahora, entre las más conocidas, Ábrete de orejas, la transgresora cinta de finales de los ochenta dirigida por Stephen Frears, o la oscarizada y excelente La locura del Rey Jorge, de Nicholas Hytner, adaptación de Bennett de una pieza teatral propia con el mismo título-, publicando infinidad de libros -novelas, ensayos, memorias-, escribiendo y dirigiendo una gran cantidad de obras de teatro, que en ocasiones también ha interpretado (quiero subrayar, también con apasionamiento, The History boys, que dio lugar a otra magnífica película, centrada en el mundo de la educación, que yo he utilizado alguna vez en mis clases), y siendo, en definitiva, una figura muy destacada de la escena cultural británica.
Una lectora nada común parte de una anécdota trivial y, como supondréis en cuanto os la relate, obviamente inventada. Un buen día, en las dependencias del palacio de Buckhingam, la reina de Inglaterra, que persigue a algunos de sus perros especialmente inquietos, se encuentra por azar con el bibliobus municipal de Westminster. Sube a él, y azorada ante el personal de la biblioteca ambulante por lo insólito de la situación, y consciente de su siempre simbólico papel como reina, se ve obligada a escoger un libro, retirarlo, llevarlo a sus aposentos y, como corolario natural de tal concatenación de acontecimientos poco probables, leerlo. A Isabel II, hasta ese momento, dice el narrador, no le había interesado mucho la lectura. Leía, por supuesto, como todo el mundo, pero el gusto por los libros era algo que dejaba a los demás. Era un hobby, y la naturaleza de su trabajo entrañaba no tener hobbies. El jogging, cultivar rosas, el ajedrez o escalar, el aeromodelismo o decorar tartas. No. Las aficiones suponían preferencias y había que evitar las preferencias: excluían a la gente. No tenía preferencias. Su trabajo consistía en mostrar interés, no en interesarse. Y además leer no era hacer algo. Ella hacía cosas. Pero el encuentro fortuito con los libros despertará en ella una desbordante pasión lectora que la llevará a devorar más y más libros y que cambiará gradualmente su vida hasta desembocar en un final desconcertante, imprevisto y divertidísimo que no puedo revelaros pero que sin duda vais a disfrutar como el resto de la novela.
Hay muchos planos superpuestos que despiertan nuestra atención, nuestro asombro, que inducen a la reflexión, muchos niveles de lectura distintos, muchos elementos de interés en la novela, que la hacen, insisto, altamente recomendable. En primer lugar, la propia historia, el relato de los hechos con la evolución del personaje de la Reina (tan de moda estos días por su nonagésimo cumpleaños), nos interesan por sí mismos; la narración es muy fluida y ligera, nos atrapa y nos lleva de un modo imperceptible, depositándonos al término del libro en la soledad de nuestra habitación, con una sonrisa en los labios, tras un par de horas que han pasado de manera fugaz, rapidísima, como un cuento que nos ha encantado, que nos ha entusiasmado y transportado fuera del tiempo.
Además, y sobre todo, Una lectora nada común es una fábula sobre el poder de los libros para cambiar nuestras vidas, sobre la seducción, la magia, la fascinación de la lectura, la capacidad que tiene la literatura para proporcionarnos emoción y conocimiento y alegría y reflexión y felicidad e intensidad y placer y, en definitiva, vida plena. La Reina, a partir del momento en que el ‘veneno’ de la lectura se apodera de ella, cambia su vida, la ve con otros ojos, se aburre en las ceremonias oficiales, le resultan insufribles la banalidad de los políticos, la estupidez de sus ayudantes, lo insustancial de sus fastidiosas obligaciones institucionales, la superficialidad de los dirigentes internacionales (genial y desternillante el banquete oficial con el presidente de Francia, con los desconcertantes intentos de la Reina por introducir al escritor marginal Jean Genet en las conversaciones). Desde su descubrimiento de los libros, la Reina de Alan Bennett se desentiende de sus exigencias reales, que descuida o abandona o lleva a cabo a la ligera, para recaer una y otra vez en los libros, para leer en sus habitaciones, en sus viajes, en los tiempos muertos de las engorrosas celebraciones. Llega incluso a recorrer Londres en el carruaje real saludando con aparente convicción a sus súbditos, mientras sostiene un libro abierto por debajo del nivel de la ventana de la carroza, manteniendo la mirada en el texto y no en la muchedumbre hacia la que mueve su mano con profesional e inadvertida y automática desgana.
Pero hay mucho más, hay una descripción genial del ambiente de Palacio, de los consejeros serviles, de los ministros hipócritas e ignorantes, de la banal aristocracia palaciega. Alan Bennett toma todos los tópicos, reales o inventados, sobre la Reina de Inglaterra, los recrea con maestría y los introduce en la historia con delicadeza y humor, para confeccionar un fresco muy verosímil de la vida íntima de las monarquías, para hablarnos del sentido de su función, de su papel en nuestras sociedades democráticas. Porque Una lectora nada común es también una reflexión sobre el absurdo del Poder, sobre su irracionalidad, sobre la falta de autenticidad, de vida, de conocimiento, de inteligencia en la clase política…
Leed este admirable libro, Una lectora nada común de Alan Bennett, publicado por la Editorial Anagrama, estoy seguro de que, como a mí, os va a entusiasmar. Se trata, además, de una lectura especialmente indicada en estos días en los que la Feria del Libro ilumina nuestras calles con la presencia siempre deslumbrante de la literatura.
Como complemento al libro, una canción que habla también de la Reina de Inglaterra: The Queen is dead, de The Smiths.
Fue por culpa de los perros. Eran unos snobs y, de ordinario, después de haber estado en el jardín, subían a los escalones delanteros, donde un lacayo les abría la puerta.
Pero aquel día, por algún motivo, pasaron como una exhalación por la terraza, ladrando como locos, bajaron otra vez los escalones y rodearon el extremo de la terraza, a lo largo del costado de la casa, donde ella les oyó ladrar a algo en uno de los patios.
Era la biblioteca ambulante del municipio de Westminster, una camioneta grande como un camión de mudanzas, aparcada junto a los cubos de basura, delante de una de las puertas de la cocina. No era una parte de palacio que ella visitase a menudo, y desde luego nunca había visto estacionada allí la biblioteca, y probablemente tampoco los perros, y de ahí el alboroto, y como no logró calmarlos subió la escalerilla de la camioneta para disculparse.
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