MEG WOLITZER. LOS INTERESANTES
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Como cada miércoles en Radio Universidad de Salamanca sale al aire nuestro espacio en el que semanalmente os ofrecemos una recomendación de lectura. Hoy os propongo una excelente novela de una autora norteamericana a la que yo no conocía, pese a que cuenta con varias obras en su haber -algunas de las cuales, además, traducidas en nuestro país-, y con un par de ellas habiendo sido, incluso, objeto de traslación al cine. Se trata de Meg Wolitzer, cuya última publicación, la extensa y espléndida Los interesantes, ha visto la luz hace unos meses en la serie Contemporánea de Alba Editorial en traducción de Laura Vidal. Por cierto, y a propósito de la edición, la siempre cuidadosa Alba Editorial -su colección de clásicos es una maravilla, una fuente permanente de disfrute y placer, por la soberbia selección de su catálogo y por el rigor y el esmero con el que se presentan sus libros, objetos todos ellos de una pulcritud en el diseño, un cuidado en los detalles y una belleza general excepcionales-, nos ofrece en este caso una muy desmañada publicación, repleta de fallos formales -varias decenas de ellos he contabilizado en mi lectura, interrumpida de continuo por los enojosos yerros-, numerosas erratas, reiterados desajustes en las concordancias, absurdas repeticiones, constantes errores tipográficos y todo tipo de chirriantes anacolutos. No creo que sea tampoco ajena al descuidado tono general la propia traductora, con, entre otros, dos patinazos destacados, un “Va a ser un día estupendo. Nos le merecemos” o un uso, a mi juicio impreciso y forzado, de “perpetrador” como sinónimo “automático” (no metafórico o alusivo o indirecto, lo que provoca que resulte difícil de entender en una primera instancia) de “asaltante sexual”. En fin, los veinticuatro euros que cuesta el libro bien merecían algo más de celo profesional...
Es ya clásica -¡¡se ha repetido tanto!!- la frase de Stendhal que califica la novela como un espejo al borde del camino (Una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino. Tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino), un espejo que muestra la vida en todos sus aspectos, que recoge todas sus dimensiones, sus innumerables vertientes, sus luces y sus sombras -el cielo y el barro-, los momentos de exaltación y los de recogimiento, las experiencias “abiertas” y expansivas y las más íntimas y recogidas, la profunda riqueza de las emociones humanas y la complejidad de nuestros sentimientos, el brillo de la inteligencia y el horrible abismo del mal, por mostrar tan sólo un somero elenco de algunas de las inquietudes que definen nuestra naturaleza. Y es de ahí, de esa condición de “vida duplicada”, de donde emana la poderosa atracción que el género ejerce sobre los lectores pues leyendo novelas conocemos la vida que en ellas vemos reflejada, aprendemos sobre nuestra propia existencia, crecemos, expandimos nuestros horizontes siempre limitados y que sin el fecundo encantamiento de la ficción se mostrarían aún más romos, más triviales, más inanes.
Viene esta reflexión a cuenta del libro que hoy os presento, pues Los interesantes recoge, con hondura e intensidad, con una notable capacidad de penetración y un brío y un vigor narrativos formidables, la vida -la vida entera, casi podríamos decir, exagerando sólo un poco- de seis personajes neoyorquinos a lo largo de cerca de cuarenta años de su existencia. Julie Jacobson, Alf y Goodman Wolf, Ethan Figman, Jonah Bay y Cathy Kiplinger son unos muchachos que cuentan con quince, dieciséis años cuando en julio de 1974 coinciden en el campamento veraniego de Spirit-in-the-Woods, a las afueras de Manhattan. Desde esos días adolescentes hasta que casi entrados en la sesentena se encaminan a la última etapa de sus vidas, Meg Wolitzer los sigue, en más de seiscientas apasionantes páginas, y nos da cuenta -su novela un fidedigno y detallista espejo- no sólo de los aspectos “externos” de su transcurrir vital (estudios, trabajos, amistades, relaciones sentimentales, familias, enfermedades y muertes, éxitos y fracasos profesionales), sino, principalmente -y sobre el telón de fondo de esa trama argumental que los ve crecer y evolucionar en sus vivencias-, de lo más íntimo de sus personalidades: sus afanes, sus ilusiones, sus decepciones, sus angustias y sus miedos, sus entusiasmos y sus pasiones, su energía, sus amores, sus depresiones, su dolor, sus frustraciones, sus sueños, su desconcierto y su amargura, su rebeldía y su conformismo, su perplejidad y su tristeza, sus alegrías y sus esperanzas, mostrándonos, en definitiva, los más recónditos pliegues de sus almas.
En un primer capítulo deslumbrante, que justifica por sí solo la adquisición y lectura del libro, conocemos a los jóvenes en su germinal aventura veraniega. Spirit-in-the-Woods es un campamento especializado en artes escénicas y visuales. Lo abren, en 1952, Edie y Manny Wunderlich, un matrimonio obsesionado con descubrir y potenciar el talento juvenil, comprometidos ambos con el noble propósito de acercar el arte al mundo generación tras generación, y creando para ello entre bosques, en medio de la naturaleza, su pequeña utopía. Allí, Julie Jacobson, la narradora, la chica tímida e insignificante del extrarradio, la chica anodina, invisible, pánfila, tristona, ignorante, inculta, patosa, la chica de quince años y aspecto inseguro desesperada por llamar la atención, la chica vulgar con el pelo frito por la permanente, se encuentra con un grupo de adolescentes de otra clase social -más elevada-, con otra cultura y otros hábitos -más refinados-, con otra forma de estar en el mundo -más desenvuelta-, que la impresionan: El chico feo y amable, la muchacha hermosa y delicada sentada frente a ella y el extraordinariamente magnético hermano de la muchacha hermosa; también el hijo amable y de voz queda de una cantante de folk famosa y, por último, la bailarina sexualmente segura y de carácter algo difícil con la cortina de pelo rubio. No eran todos más que innumerables células que se habían juntado para conformar aquel grupo en particular, un grupo que Julie Jacobson, una chica sin nada especial que ofrecer, había decidido que adoraba. Que estaba enamorada de él y que así sería durante el resto de su vida. Juntos crean Los Interesantes, una entrañable pandilla -algo más: un exclusivo club, una fratría- de jóvenes con todos los tics de la adolescencia -la importante presencia del sexo, el romanticismo aún algo infantil, las cabezas llenas de sueños, las aspiraciones quiméricas, las inseguridades juveniles, la vivencia de los últimos días de la soledad que a menudo acompaña a la niñez, la sensación de pertenencia e identidad grupales, la pedantería, el ingenio, el atrevimiento, la suficiencia-, pero diferentes de sus coetáneos por el enorme potencial que atesoran, por sus personalidades excepcionales, por su sobresaliente talento (siendo este, el del talento, uno de los ejes principales de libro, como luego comentaré). Son, todos ellos, poco más que niños, niños que disfrutan de las excursiones nocturnas a la luz de las linternas, de los juegos del campamento, de las noches compartidas en los tipis -las tiendas de campaña indias-, de los triviales coqueteos con las drogas, de los primeros indicios de la atracción sexual, incluso de, como indica Ethan, los chistes sobre eructos, aunque su brillante ingenio y su destacada inteligencia los lleven a finalizarlos con una mención a Kierkegaard. Y se encuentran y aprecian afinidades y se entienden y se quieren y se agrupan porque el mundo era insoportable y ellos no. Son los Interesantes: De hoy en adelante y puesto que somos las personas más interesantes que han pasado por este puto mundo -dijo Ethan-, puesto que somos tan irresistibles y tenemos los cerebros a punto de estallar de pensamientos intelectuales, nos vamos a llamar los Interesantes. Y que la gente con la que nos crucemos se caiga muerta de lo interesantes que somos, joder.
Interesantes, encantadores, irresistibles, más que probables “triunfadores” -en la peculiar nomenclatura estadounidense del éxito-, los protagonistas del libro son jóvenes con un excepcional talento, y ese es, en cierto modo, el tema principal de la novela: ¿qué hacemos con los “dones” que los genes o el destino o la naturaleza o las no se sabe si existentes fuerzas primigenias nos han otorgado? La mayoría de las personas no tiene talento, se dice en un momento de la obra. Pero también, el talento podía tomar muchos caminos distintos, dependiendo de las fuerzas que actuaran sobre él y dependiendo de la economía, de la disposición y de la fuerza más abrumadora y determinante de todas: la suerte. La novela entera es un conmovedor relato de lo que todas esas fuerzas hacen de la excepcional capacidad de esos privilegiados jóvenes.
En ese extraordinario capítulo inicial en el que asientan las bases de la novela y en el que se concentran bastantes de sus claves, asistimos a la narración de ese deslumbramiento iniciático de la “normalita” Julie (tener solo un poco de talento -dice la cita de Mary Robinson que abre el libro- era algo horrible, una tortura... ser solo un poco especial te hacía esperar casi siempre demasiado) por sus talentosos y “diferentes” compañeros. La brillantez, el encanto, la soltura, la belleza, la inteligencia, la cultura, la personalidad arrebatadora de los chicos -que para su sorpresa acaban aceptándola en el grupo y reconociéndola como amiga-, tan distintos a lo acostumbrado en su entorno habitual -una madre y una hermana de vidas mediocres y sin alicientes, el padre fallecido, un hombre gris muerto a los cuarenta y dos años- alteran para siempre la sensibilidad de la joven, moldean su carácter, despiertan en ella nuevas inquietudes, la convierten en alguien en cierto modo diferente (Aquel verano le había expandido el alma. Porque ahora estaba abierta a una clase de música que antes no habría escuchado jamás, a novelas difíciles (...) que antes no habría leído y a una clase de personas que antes no habría tenido la oportunidad de conocer). Al acabar el verano Julie será otra; encandilada, cambiará su nombre por el de Jules, más sofisticado. Había llegado allí como Julie y se marchaba como Jules, una persona con criterio.
A partir de esa experiencia inaugural, la autora nos cuenta -como se ha dicho- la vida de los jóvenes y la evolución de su amistad. Había seis personas en aquella construcción cónica de madera -el tipi del campamento- e iluminada por una única bombilla. Se volverían a reunir siempre que pudieran durante el resto del verano y con frecuencia en Nueva York durante el año y medio siguiente. Pasarían un verano más todos juntos. Después, durante los más de treinta años siguientes, solo cuatro de ellos se reunirían siempre que pudieran, pero entonces, claro, sería algo totalmente distinto. La novela describe de un modo magnífico el transcurso de esas tres largas décadas y el desarrollo de esos lazos afectivos juveniles y su conversión en ese “algo totalmente distinto” del que habla el fragmento precedente.
Y así, el libro avanza y el pasado va quedando atrás y llega la juventud y los amigos experimentan los furiosos -y pese a ello a veces casi imperceptibles- embates de la vida y se harán adultos (y los años se acortarían y pasarían volando. Entonces no faltaría mucho para que todos se sintieran perplejos y tristes por haber alcanzado su yo adulto más denso, definitivo, sin apenas posibilidad de reinvención) y aparecerá la decepción (siempre he tenido la sensación de que uno se pasa la vida como... preparándose para los grandes momentos, ¿sabes? Pero cuando llegan, a veces no te sientes nada preparado, o incluso resulta que no son como habías pensado. Y eso es lo que los hace extraños. La realidad es realmente distinta de la fantasía), y la nostalgia por aquellos días de infancia, vividos mucho tiempo antes de la perplejidad, de la tristeza y la irreversibilidad actuales, y los recuerdos melancólicos (lo más emocionante de aquella época era el hecho de que eras joven), y la frustración por los proyectos rotos y por la imposibilidad de estar a la altura a la que apuntaban las capacidades y la ilusión y los sueños que se adivinaban en la infancia: la idea de que uno puede tener grandes sueños que quizá no se cumplan nunca. De que uno, sin darse cuenta, vaya haciéndose cada vez más pequeño. Y la vida los aleja y vuelve a acercarlos y todos se desperdigaban, se dispersaban, continuaban siendo amigos, pero empezaban a familiarizarse con una realidad que tenía un aspecto muy distinto cuando se enfrentaba a solas.
Veinticinco años después los afanes juveniles se atemperan, la vida apaga el entusiasmo, frena los impulsos, rebaja la fuerza, agosta el talento, condena a la mediocre madurez, obliga a la rendición: No hacía falta ser siempre el que deslumbra, el explosivo, el que hace partirse de risa a la gente, con el que todos quieren acostarse o el que escribe e interpreta una obra de arte que todos ovacionan. Podías dejar de obsesionarte con la idea de ser interesante.
Si a la detallada descripción de las existencias de los seis chicos añadimos un telón de fondo salpicado de acontecimientos de la vida norteamericana, con el impeachment de Nixon y Vietnam y la expansión del sida y Reagan y la guerra del Golfo, entre otras muchas referencias; y si además, el universo artístico e intelectualizado de los amigos se desenvuelve entre obras de teatro y citas de escritores y libros e infinidad de canciones que pueblan la banda sonora del libro; y si todo ello rebosa emoción y dulzura, inteligencia y sensibilidad, potencia narrativa y extraordinaria capacidad de penetración en la mente y el alma humanas, el resultado es una novela espléndida que no deberíais dejar de leer y que os recomiendo con entusiasmo.
Los interesantes se abre con una muy apropiada cita de Bob Dylan’s dream, una canción de una álbum clásico de Bob Dylan, The freewheelin’, publicado en 1963: En un tren camino al oeste cerré los ojos para descansar y tuve un sueño que me entristeció sobre mí y los primeros amigos que tuve. La triste pero intensa balada del último premio Nobel de Literatura cierra por hoy nuestro espacio.
Repasó mentalmente lo que había sido de los seis amigos de aquel primer verano, reunidos todos ellos bajo los auspicios del talento. Una se había convertido en una directora teatral ingeniosa y honesta que empezaba a darse a conocer, aunque ¿lo habría logrado de no haber contado con el trampolín del dinero de sus padres primero y de Ethan después? Probablemente no. Otro había renunciado a su talento musical por razones desconocidas y seguía siendo enigmático incluso para las personas que le querían. Otra había nacido con un gran talento para la danza pero, por un accidente biológico, tenía un cuerpo que no se correspondía con ese talento pasada cierta edad. Otro había sido encantador, privilegiado y holgazán, con el potencial de construir cosas pero también con el impulso de destruirlas. Otro -él mismo- había nacido “con talento de verdad” como escribía la gente en reseñas y semblanzas. Aunque Ethan no había nacido con privilegios, se había beneficiado de algún que otro trampolín a lo largo de su vida, aunque el talento que poseía era suyo y de nadie más. Existía antes de que apareciera el trampolín. (...) Luego quedaba la última integrante del grupo de amigos de Ethan, que no había sido lo bastante buena para hacer reír en el escenario y había tenido que cambiar de actividad, desarrollando una aptitud más que un arte.
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