MARTA SALÍS (antóloga). CUENTOS DE NAVIDAD
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a la última emisión radiada de Todos los libros un libro por este año 2018. Con las vacaciones de Pascua a las puertas, hoy os traigo un espléndido libro que tiene precisamente a la Navidad como motivo central. Se trata de Cuentos de Navidad. De los hermanos Grimm a Paul Auster, una muy sustanciosa antología de relatos en los que las celebraciones y el espíritu navideño desempeñan un papel protagonista. El libro, compilado por Marta Salís para Alba Editorial, que lo presenta en su colección Clásica Maior, recoge treinta y ocho cuentos, pertenecientes a tradiciones literarias diversas -la anglosajona, la germánica, la nórdica, la mediterránea o la eslava-, debidos a algunos de los más destacados nombres de la literatura universal. Siguiendo un orden cronológico, y tal y como se apunta en el subtítulo de la obra, nos encontramos con narraciones que van de los hermanos Grimm, que abren el libro con una publicación de 1812, hasta Paul Auster, que lo cierra con un conocido cuento de 1990, en un arco temporal que abarca casi dos siglos y por el que pasan, además de los ya citados, E.T.A. Hoffmann, Nathaniel Hawthorne, Hans Christian Andersen, Fiódor M. Dostoievski, Charles Dickens, Theodor Storm, Bret Harte, Zacharias Topelius, Alphonse Daudet, Anthony Trollope, Guy de Maupassant, August Strindberg, Nikolái S. Leskov, Robert Louis Stevenson, Amalie Skram, Antón P. Chéjov, Thomas Hardy, Gustav Wied, Sarah Orne Jewett, Arthur Conan Doyle, Léon Bloy, Wladyslaw Reymont, Clarín, Saki, Ramón María del Valle Inclán, Grazia Deledda, O. Henry, G. K. Chesterton, James Joyce, Emilia Pardo Bazán, Dylan Thomas, Ray Bradbury, Dino Buzzati y Truman Capote, en un elenco en el que sobresalen muchos grandes nombres de la literatura universal.
El lector que se asome a la recopilación va a encontrarse desde cuentos bien conocidos, clásicos ya en el ámbito de la literatura referida a estas fiestas, como Canción de Navidad de Dickens o La niña de los fósforos de Hans Christian Andersen, hasta piezas inéditas o apenas difundidas en nuestro país, como ocurre con la mayor parte de los relatos seleccionados. Dentro de la temática navideña, son muchos y muy diversos los asuntos tratados. Como señala la antóloga en el breve texto que antecede a la selección, hemos intentado reflejar la alegría, el sentido de comunidad, la excitación espiritual, la nostalgia e incluso el rechazo que estas fechas despiertan en muchos de nosotros, pero entre las interpretaciones a las que se abren los textos están también otros enfoques vinculados al universo de tópicos -en el mejor sentido del término- asociados a la Navidad: las leyendas y las muestras del folklore y la tradición que envuelven los ritos navideños; las historias, algo mágicas, de transformación personal y enseñanzas morales que encuentran su “ambientación” más propicia en estos días jubilosos; las visiones optimistas y esperanzadas de la Navidad como oportunidad para el cambio, la regeneración y el renacimiento moral; el canto al amor y la amistad, la generosidad, la hospitalidad y la tolerancia, la compasión y el perdón que tantas veces van unidos a las celebraciones navideñas; también el pecado, la mezquindad, la tentación del mal, la crueldad, la insensibilidad y el egoísmo que, en sentido contrario, se resaltan a veces en estos festejos supuestamente entrañables; igualmente, la presencia de la infancia como el privilegiado territorio -en la vivencia intensa y, sobre todo, en el recuerdo y la evocación nostálgica- en el que el espíritu de la Navidad ejerce sus más poderosos efectos.
Del mismo modo, son también muy variados los estilos, propósitos y planteamientos de los distintos cuentos: la perspectiva religiosa; la sobrenatural; los episodios mundanos, más “terrenales”; el tratamiento detectivesco de las historias, o el fantástico o, incluso, el de la ciencia ficción; la visión humorística, la complaciente, la escéptica y descreída; la tragedia y la comedia; la anécdota hilarante y el drama; la fábula simbólica; las propuestas ejemplarizantes o vagamente pedagógicas; la crítica social…
La lectura del libro permite transportarnos a escenarios de lo más dispares: gélidos paisajes nórdicos, confortables y cálidas estancias en mansiones decimonónicas, agrestes parajes del Far West, extensos y desolados ranchos en Nueva Zelanda, espacios de leyenda, envueltos en una atmósfera evanescente e irreal, inhóspitos pueblos mineros, acogedoras tabernas, nevados campos en los que arrecia una lluvia o una nieve inclementes, entornos urbanos o rurales, Londres y Berlín, Munich y Estocolmo, Nueva York y Oslo, Finlandia, Polonia, Rusia, también Italia y Francia y España y tantos otros lugares en los que la Navidad se celebra con más o menos parecidos ritos. Por último, en una prueba más de la feliz pluralidad que caracteriza la obra, por sus páginas pasan las distintas festividades navideñas: Nochebuena y Navidad, ciertamente, pero también San Silvestre y el Año Nuevo, San Esteban y los Reyes Magos, en un recorrido completo por el excepcional encantamiento que suscitan las principales efemérides de los días pascuales.
Esta fecunda heterogeneidad de temática, enfoques, estilos, procedencias y épocas, puede apreciarse sin más que apuntar un breve esbozo argumental de algunos de los cuentos más significativos de la antología. Así, Los táleros de las estrellas, de los hermanos Jacob y Wilhem Grimm, el primer relato recopilado, de 1812, es la típica historia navideña, bienintencionada y entrañable, en la que una niña compasiva y angélica hace el bien de modo desprendido, siendo recompensada por una divinidad generosa.
La aventura de la noche de San Silvestre, de E.T.A. Hoffmann, de 1815, es un relato de fantasmas, fantasioso y presumiblemente aterrador, lleno de referencias y símbolos, vinculados a la tradición literaria alemana.
En Las hermanas, un cuento de 1839 de Nathaniel Hawthorne, ofrece, también en clave simbólica, un diálogo entre dos personajes, Año Viejo y Año Nuevo, ambos con personalidad femenina, que se encuentran, la una desesperanzada por el inminente final de su ciclo, marcado por la imposibilidad de alcanzar los logros pretendidos, y la otra llena de ilusión por su vida que comienza, en esas horas fronterizas del Tiempo.
De Charles Dickens se ofrecen dos cuentos. El primero de ellos, ya mencionados, es el clásico Canción de Navidad, escrito en 1843, al que dedicamos un programa en mi otro espacio de Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes, a finales de diciembre de 2012, en una emisión que podéis recuperar en el blog del mismo nombre para disfrutar allí de las peripecias del ya inmortal Mr. Scrooge. El segundo, El cuento del pariente pobre, es de 1852, y resulta conmovedor en su descripción de la esperanza y la ilusión -casi siempre ficticias, construidas en una suerte de mecanismo de bienintencionado autoengaño- que constituyen la esencia del espíritu navideño.
La colección recoge también -no podría no hacerlo- La niña de los fósforos, conocido también como La pequeña cerillera. El tristísimo cuento de Hans Christian Andersen, publicado en 1845, es un motivo recurrente en cualquier Navidad, y su enternecedor personaje forma parte del ambiente de estas épocas en infinidad de países, en los que la tristeza y desolación de su historia tiñe de melancolía los festejos navideños.
Un árbol de Navidad y una boda es un relato, para mí desconocido, de Fiódor M. Dostoievski, escrito en 1848. La historia, terrible, de un mezquino y calculador personaje que se “abalanza”, en un depredador acto de posesión demorado en el tiempo, sobre una inocente niñita heredera de una sustancial dote, es, pese al contexto navideño, desasosegante y hasta turbador.
En Bajo el abeto, los protagonistas, un matrimonio ya maduro, rememora, de manera muy tierna y emotiva, los días de su primer encuentro infantil y el posterior enamoramiento en la juventud, en la noche del 24 de diciembre. El cuento, bellísimo, rezumando nostalgia y sensibilidad, es obra de Theodor Storm y vio la luz por primera vez en 1862.
Un inusual tono humorístico permea las páginas de De cómo Santa Claus visitó Simpson’s Bar. Escrita en 1872 por el legendario escritor y cronista del Oeste americano Bret Harte, la historia, que se desenvuelve en el conocido entorno del Far West que tan de moda pondría el cine décadas después, incorpora un elemento de entrañable cordialidad navideña en ese mundo abrupto y rudo de vaqueros, trabajadores de las minas y obreros del ferrocarril, hecho de pobreza y privaciones, de padecimientos y dificultades.
Zacharias Topelius escribió en 1873 Ojo de estrella, también conmovedor y bellísimo, lleno de magia y calidez, muy dulce, muy tierno, muy triste.
Las notas de comicidad afloran también en Las tres misas rezadas, un cuento de 1875 de Alphonse Daudet en el que un capellán algo glotón “liquida” de modo acelerado las tres misas preceptivas que en el día de Navidad debe celebrar el mismo oficiante, ante la suculenta perspectiva -que le hace salivar de gula durante la ceremonia- de la cena posterior a la que invita el señor del que el reverendo cobra su sueldo. El desenlace, que se desarrolla ante el Juez Supremo en las implacables sesiones del Juicio Final, mantiene la atmósfera jocosa de todo el relato.
Un cuento espléndido, aunque muy poco navideño, es el que firma, en 1878, Anthony Trollope, Catherine Carmichael, o el paso de tres años. Un matrimonio contrariado, un amor secreto y aparentemente imposible, y una mujer de honestidad ejemplar son los ingredientes de una historia que el autor nos narra en tres momentos decisivos correspondientes a tres días de Navidades consecutivos, aunque pudieran haber sido tres diecisiete de febrero o cualquier otra fecha sin vinculación alguna con las festividades del Natal, ajenas absolutamente a la trama del relato.
El Cuento de Navidad de Guy de Maupassant, un autor que constituye una indiscutible referencia en el género cuentístico, es, en el fondo, terrible, en sus connotaciones telúricas y simbólicas. Una mujer se ve poseída por unas fuerzas desconocidas que la arrebatan y desquician, que la enloquecen y enajenan, tras cenar, en una Nochebuena, un extraño huevo que su marido encontró por azar en la nieve, una inexplicable aparición en un paisaje helado desde hacía días. Los intentos de explicaciones vagamente científicas no mitigan el carácter poderosamente perturbador del relato.
Pål y Per es una perturbadora historia de August Strindberg, la figura más destacada de la literatura sueca, que presentó en una antología de relatos de 1882 este cuento, la antítesis del espíritu navideño, en el que dos hermanos, los Pål y Per del título, acomodado burgués urbano el primero y rudo campesino rural el segundo, exteriorizan sus muchas diferencias -su odio incluso-, enquistadas durante años, a partir de una Nochebuena de supuesta reconciliación en la que, además, habría de concertarse el matrimonio de sus respectivos hija e hijo.
Excelente es también La fiera, una narración de Nikolái S. Leskov, publicada en 1883, en la que la figura de un pobre oso, de cualidades casi humanas en su desvalimiento y su docilidad, es el eje sobre el que gira una historia de crueldad y redención, de castigo y arrepentimiento, tan acordes a la esencia de la Navidad.
La muestra escogida de la obra de Robert Louis Stevenson es un relato, Markheim, que entronca con otros textos del escritor de Edimburgo. La eterna lucha entre el bien y el mal, la predestinación y la culpa, protagonizan una pieza que sólo tiene de navideña la fecha en la que se produce el oscuro asesinato que desencadena las reflexiones filosóficas y morales de su perpetrador.
En La Navidad de Karen, escrito por una para mí desconocida Amalie Skram en 1885, aflora la temática social, al mostrarnos la desoladora, terrible, peripecia de una pobre chica y su pequeño hijo, abandonados ambos, sin refugio alguno -no sólo material- al que acudir en una heladora Nochebuena.
Lacrimógeno -dignamente lacrimógeno- y tristísimo es Vanka, el cuento de 1886 de un maestro del relato, Antón Chéjov. En él, un niño, un pobre huérfano que malvive en un régimen de semiesclavitud sometido a la despiadada autoridad de un patrono inhumano, escribe una conmovedora carta a su abuelo en la que imagina la feliz realidad que sería su vida bajo su amparo y le solicita que vaya en sus imposibles búsqueda y rescate.
La Nochebuena de la señora Parkins bebe, casi cincuenta años después, de las fuentes de la Canción de Navidad de Dickens. Lydia Parkins es una viuda avarienta y roñosa que, pese a contar con propiedades y fortuna suficientes, vive de manera austera y mezquina, incapaz de establecer vínculos sólidos con sus allegados, negando su ayuda a los vecinos necesitados y hasta a sus propios familiares, aislada sentimentalmente del mundo por su miseria moral. Al igual que el Scrooge dickensiano, un suceso acontecido en la época navideña -en este caso, la salvación de una casi inevitable muerte por el pastor religioso del pueblo, que la rescatará de la congelación tras perderse en una tormenta de nieve- cambiará su percepción de la existencia y operará en ella una regeneración espiritual que la hará dadivosa y espléndida, caritativa y generosa para con sus semejantes, en la más tópica y ejemplarizante pauta -dicho sea sin connotaciones despectivas- de los relatos de este género.
Thomas Hardy, a cuya obra novelística dedicamos nuestra última entrega, la pasada semana, de Todos los libros un libro, firma El despiste de una orquesta parroquial, un hilarante relato breve de 1891 en el que un grupo de músicos devotos del ron con sidra y con tendencia a la juerga, exhaustos por los muchos festejos a los que se los invita en la semana navideña, acaban por quedarse dormidos cuando, después de encadenar noche tras noche sin pegar ojo por las continuadas parrandas, tienen que interpretar los himnos religiosos en la misa vespertina del día de Navidad. Despertados bruscamente por el párroco y desorientados tras tantas actuaciones en un sitio y otro, se creen en una de las muchas tabernas frecuentadas y entonan, para escándalo de los devotos fieles, El diablo entre los sastres, una enloquecida giga más bien profana y de dudoso carácter sagrado.
El inequívoco título, Noche de paz, noche de amor…, del cuento de Gustave Wied, de 1891, permite anticipar su clima sentimental y navideño, bienintencionado y compasivo. El protagonista, atribulado por una deuda de juego que vence el primero de enero, encontrará en una Nochebuena compartida la generosa solución a sus agobios. Y otro tanto ocurre -la presencia de un espíritu de solidaridad y de comunión entre gentes distintas e incluso enfrentadas y hostiles entre sí- en Navidad prusiana, que escribió Léon Bloy en 1893, aunque en este caso el planteamiento del relato no es tan primario y elemental, presentando en cambio más aristas y ambigüedades. En un pequeño pueblo francés, ocupado por las fuerzas alemanas en la guerra franco-prusiana, el reverendo Courtemanche se ve obligado a celebrar la Misa del Gallo para un regimiento enemigo -violento y sanguinario, responsable de pillaje, incendios, masacres, violaciones, blasfemias y profanaciones- ante la amenaza de su coronel de que, en caso de negarse, a las doce y cinco daré la orden de incendiar el pueblo. La desigual presencia en la en otras circunstancias entrañable ceremonia de los silenciosos y aterrorizados lugareños y las bien alineadas compañías armadas se constituye en la imagen más poderosa de un cuento que suscita muy distintas reflexiones.
En la excelente antología hay un hueco también para Sherlock Holmes, que comparece en un cuento de su creador, Arthur Conan Doyle, ambientado, cómo no, en las fiestas navideñas. La aventura del carbunclo azul es, como siempre en el personaje, una demostración de la displicente agudeza intelectual del detective, en una singular pesquisa -con un ganso y un diamante de por medio- en la que afloran tanto su consabida capacidad analítica y su sorprendente habilidad para encontrar indicios insospechados en donde nada hay en apariencia, como una menos frecuente vena sentimental y compasiva, deudora evidente de la benéfica atmósfera de la Navidad.
De entre los varios Premios Nobel que aparecen en el libro destaca Luigi Pirandello, con un relato, Navidad en el Rin, en el que convergen las previsibles referencias a la armonía, el amor y la bondad de estas fechas y las también comunes evocaciones -más amargas y dramáticas- al paso del tiempo, la desaparición de los seres queridos, la muerte y el inexorable y fatal ciclo de la vida. Nobel también -aunque mucho menos conocido que el italiano- es Wladyslaw Reymont, autor del último cuento del siglo XIX que se recoge en la recopilación. Felices es una historia bellísima en la que la triste soledad de su protagonista, su existencia estéril y anodina, su insustancial aislamiento del mundo, se verán transformados en una Nochebuena emotiva y sentimental, gracias a la promesa y la ilusión encarnadas en una muchacha rebosante de juventud y vitalidad.
El primer cuento del siglo XX seleccionado es, también, el primero de un autor español. El rey Baltasar, escrito por Leopoldo Alas Clarín en 1901, nos pone en contacto con el dilema moral que se le plantea a un honrado y modesto funcionario cuando, para poder comprar el regalo de Reyes a uno de sus hijos, se ve obligado a ceder ante una corruptela menor pero que arruinará su carrera y, aún peor, destruirá irremisiblemente su honra.
Otra para mí desconocida premio Nobel, la sarda Grazia Deledda, firma Mientras sopla el Levante, ambientado en su Cerdeña natal y con muchas referencias locales -el dialecto, las costumbres, los rituales- en un texto que refleja los intentos de dos jóvenes por dar “rienda suelta” a su amor, en un ámbito muy estricto de rígidas y conservadoras tradiciones ancestrales.
O. Henry, uno de los grandes cuentistas norteamericanos, ambienta en el lejano Oeste un cuento de 1903, Un regalo de Navidad en el chaparral. En él, la bondadosa generosidad navideña evita que la enemistad entre dos vaqueros que codician a la misma mujer acabe en tragedia. Del mismo año es Nochebuena, un relato de Ramón María del Valle-Inclán en el que, en un entorno gallego -y por tanto teñido de melancolía- se hace mofa de la libertad de costumbres de un arcipreste, sospechosamente cercano a su sobrina.
El tono irónico -e incluso más: la franca y sarcástica crítica de las costumbres y las convenciones sociales- impregna La fiesta de Navidad de Reginald, debida a Saki, el inclasificable humorista británico de comienzos del siglo XX. Británico también, e igualmente dotado para la agudeza y el ingenio -aunque de menor causticidad-, Gilbert Keith Chesterton es conocido, sobre todo, por su principal creación literaria: el inefable padre Brown, un cura católico, bonachón y candoroso, que resolverá complicados casos policiacos. Uno de los cuentos protagonizados por el personaje, Las Estrellas Voladoras, publicado en 1911, forma parte de la selección que ahora reseño, en un relato en el que, aprovechando la atmósfera navideña, el intuitivo y desconcertante curita, resuelve -como de costumbre de manera casi inexplicable- un enojoso robo de diamantes.
La última contribución española a la antología la aporta Emilia Pardo Bazán. La prolífica escritora gallega ofrece en La estrella blanca una inusual visión, rezumando exotismo y sensualidad, también sentimentalismo y emoción, de la leyenda de los Reyes Magos.
En 1914 se publicó en Londres Dublineses, la magistral colección de quince relatos de James Joyce, de un calibre literario equiparable a su obra mayor, Ulises. De entre todos sobresale Los muertos, un cuento excepcional que dio lugar a una de las mejores películas que yo he visto jamás, la cinta del mismo título de John Huston. Hace años, dediqué una emisión en Buscando leones en las nubes a esta deslumbrante maravilla. Podéis escucharlo en el blog del espacio. Idéntico protagonismo en dicho espacio tuvo cuatro cursos atrás, La Navidad de un niño en Gales, un cuento de Dylan Thomas conmovedor y muy tierno con abundantes elementos autobiográficos, que también podéis recuperar en la página del programa.
Dino Buzzati es el autor de Cuento de Navidad, un relato entrañable, con un enfoque religioso y hasta metafísico, aunque muy tierno, sensible y sentimental. Otro nombre esencial de la literatura del siglo XX, Ray Bradbury, un clásico de la ciencia ficción, con dos títulos fundamentales del género, Crónicas marcianas y Fahrenheit 451, comparece en la antología con El regalo, una narración en donde se ambientan en un futurista 2052 los convencionales rituales de nuestra Navidad.
Los dos cuentos más “contemporáneos” de la antología, los dos últimos recopilados, son Una Navidad, escrito en 1982 por Truman Capote, y el que cierra el libro, El cuento de Navidad de Auggie Wren, de 1990, obra de Paul Auster. En el primero de ellos, un niño acostumbrado a la vida libre y algo salvaje de Alabama, en donde vive con tíos y primos mientras sus padres, separados, rehacen sus existencias en Nueva Orleans y Nueva York, respectivamente, se ve obligado a pasar una Navidad con su progenitor en la ciudad sureña, en donde aquel lleva una vida hecha de riqueza, placeres, diversión y mujeres. El contraste entre la pobreza y la sencillez que definen el cotidiano entorno rural del chico y el lujo y la frivolidad que envuelven la realidad de su casi desconocido padre, marca un relato en el que afloran la inocencia del pequeño y su primer tímido atisbo del mundo adulto, en un episodio con -cómo no- una notoria aunque algo mundana presencia del espíritu navideño. El magnífico cuento de Paul Auster narra una historia emotiva y bellísima que es, además, una suerte de metarrelato que encierra una interesante reflexión sobre la literatura navideña. Un breve fragmento de su texto acompaña a esta reseña. El relato dio origen a una película, también estupenda, de Wayne Wang, Smoke, con un Harvey Keitel magistral. Su texto es la base del programa que el día 24 de diciembre dedicaré a la Navidad en mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes y que, aunque suene petulante, no deberíais dejar de escuchar.
Un clásico villancico de la tradición norteamericana, Christmas song, en la espléndida versión del dúo She & Him, formado por el músico M. Ward y la cantante y actriz Zoey Deschanel, cierra nuestra emisión de esta tarde, con la que nos despedimos ya hasta el próximo 9 de enero. ¡Felices navidades a todos!
A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.
Marta Salís. Cuentos de Navidad
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