Hola, buenas tardes. Bienvenidos un miércoles más, un año más, a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca, que os saluda en este comienzo de 2018 deseándoos un feliz año y confiando en que gran parte de esa felicidad proceda de la lectura de muchos y muy interesantes libros.
En lo que depende de mí esa pretensión no va a verse frustrada, pues fiel a mi propósito desde el inicio del espacio -desde octubre de 2001 en Onda Cero Salamanca; desde el mismo mes de 2010 en esta emisora universitaria- voy a seguir ofreciéndoos propuestas de lectura que resulten sugerentes y atractivas. Sin duda lo es esta de hoy, la primera del año, un año en el que espero -sin demasiada convicción, todo sea dicho- que la estupidizante y peligrosa pesadilla independentista en Cataluña deje de ejercer su insidioso influjo sobre la política y, en general, sobre la vida de la sociedad española, cuyas preocupaciones, cuyos intereses, cuyos focos de atención permanecen desde hace años aletargados, suspendidos, bloqueados, encerrados en un aburrido y estéril bucle cuyo movimiento circular y sin salida llevan dictando durante décadas los constructores de esa delirante, disparatada y aberrante utopía que es la independencia catalana. Mi acentuado pesimismo en relación a este asunto no me hace presumir, lamentablemente, que la evolución de la situación tras las supuestamente clarificadoras elecciones de hace unas semanas vaya a mejorar a corto ni a medio plazo, pero, como digo, habrá que esforzarse por mantener una escéptica esperanza...
Precisamente por ello, el libro que he elegido, que explica este algo improcedente exabrupto con el que doy comienzo a mi comentario de hoy, gira en torno a esta recurrente imposición separatista. Y es que así, de un modo inequívoco, Contra los separatismos, se titula la última publicación de Fernando Savater, un alegato furibundo contra la injusta, narcisista, xenófoba, supremacista, antidemocrática, racista, reaccionaria, manipuladora, falaz, desleal y mentirosa ideología separatista y contra las desgraciadas consecuencias de su aplicación práctica en la comunidad autónoma catalana en estas cuatro décadas de -con todas sus carencias- impecable democracia española tras la muerte de Franco.
Antes de entrar a fondo en la presentación de la estructura del libro y de las tesis en él defendidas, quiero hacer una breve mención -un mero recordatorio, más exactamente- a la figura de su autor. Fernando Savater, a quien yo llevo leyendo sin desmayo y con entusiasmo desde su primer y ya revelador libro -¡¡en 1970!!-, es, a mi juicio, uno de los pensadores más profundos, libres, críticos, inteligentes, lúcidos, penetrantes, ejemplares, provocadores, apasionados, estimulantes y… divertidos, de los últimos cincuenta años. Su radical independencia, su agudeza y profundidad, su amplia erudición complementada con un genuino talento divulgativo, su formidable capacidad intelectual y una visión siempre “adelantada” de las cosas, que le han permitido anticipar ideas, líneas de fuerza, pautas de pensamiento que acabarían por ser de “uso común” lustros más tarde, lo han convertido en un referente indispensable -desde mi punto de vista, sin duda el más influyente- de la cultura española de la democracia. Hace ahora algo más de un año ya hice en Todos los libros un libro una extensa glosa de su inabarcable figura, cuando os presenté el libro quizá más entrañable para mí, el inexcusable La infancia recuperada, y ya entonces os hablé de un aspecto de su vida muy apreciable y notorio en sus últimas manifestaciones públicas, también en las bibliográficas. En marzo de 2015 murió su mujer, Sara Torres, sumiendo a su compañero de treinta y cinco años de vida en una tristeza, una aflicción, una desolación y un cierto desánimo muy perceptibles en su vida y en su obra. Incluso en este reciente libro, nada “íntimo” y en apariencia “neutro” emocionalmente, aparece ese dolor, tanto en la dedicatoria (la chica lista de Hospitalet: libre, cosmopolita y española, es, claro, ella), como en el muy emotivo prólogo y en más de uno de sus capítulos, en particular el postrero, la transcripción de su discurso en la conmemoración, a la que el filósofo fue invitado hace escasos meses, de las primeras Cortes democráticas de España, las de Cádiz de 1810, y de su principal fruto, la ejemplar Constitución de 1812. Os remito a esa reseña, que podéis leer en este mismo blog, para completar la información sobre el autor.
El librito -poco más de noventa bien “aireadas” páginas”- se organiza en tres ejes nítidamente diferenciados. Tras un breve y belicoso preámbulo de tono admonitorio -Quedan advertidos-, nos encontramos con el núcleo central de la obra, en el que, también en escasas veinte páginas, se desarrolla el alegato antiseparatista al que alude su título. Por último, en la larga mitad final del libro, bajo la rúbrica de Estocadas -muy nítida e igualmente combativa-, se recoge una decena de artículos -siempre con la misma idea vertebradora: el independentismo y sus inconsistencias- que Savater había publicado con antelación en el periódico mexicano La Crónica de Hoy y en el español El País entre junio y octubre de 2017, más un texto que vio la luz en el diario italiano La Repubblica en agosto de 2016.
El autor no se anda con ambages ni disimula su posición de partida, desde la primera línea deja clara su voluntad beligerante: No se llamen a engaño: esto es un panfleto. Y en su introducción, Savater explica la necesidad de enfrentar al separatismo sin medias tintas y sin condescender a argumentaciones ligeras y políticamente correctas. La cuestión del separatismo no es un tema para escribir una tesis o mostrar que estamos al tanto de la última bibliografía, sino una flecha envenenada que ha hecho diana en el centro mismo de nuestra convivencia nacional, escribe. Y en consecuencia, no cabe oponérsele sólo con tratados, estudios académicos o eruditas refutaciones de sus propuestas (acciones todas que también ha acometido el filósofo en tantas ocasiones). De modo que ante la perturbadora amenaza reivindica -y ejerce- su papel de desahogado provocador presentando -y las “definiciones” son suyas- un libelo difamatorio, un opúsculo de carácter agresivo, las dos acepciones de panfleto en las que se encuentra más cómodo. Cuando algo goza de una fama conseguida por medios inmundos, es lícito difamarlo, justifica.
Y así, desde esa corajuda y desprejuiciada posición, presenta sus tesis que, en esencia, se reducen a la defensa de quienes quieren vivir iguales y libres frente a quienes abogan por proyectos políticos y sociales disgregadores y que provocan el enfrentamiento civil. Savater no reniega al cien por cien del nacionalismo, sino de su versión más intransigente, el separatismo. En su sustanciosa introducción distingue entre ambos “ismos” para admitir las manifestaciones más light del fenómeno nacionalista que no conllevan, necesariamente, la ruptura, la desunión, el desgarro. Así, acepta que un legítimo y pacífico amor por la propia tierra y sus habitantes, por los paisajes y las costumbres, por las peculiaridades y la cultura que nos son más cercanos, más “nuestros”, el “natural” apego por aquello que nos resulta más familiar, constituye incluso un rasgo de estimable sensatez y razonable humanidad (aunque incluso este nacionalismo “civilizado” incurre en lo que Ferlosio -citado por el autor- denomina “moral del pedo”: ese hálito que no nos molesta salvo cuando es ajeno). Nada que objetar, pues, a esa dimensión romántica y algo trasnochada, aunque legítima, de exaltación sentimental de lo propio en la que, en último término, reposa toda argumentación nacionalista.
La arrebatada diatriba “savateriana” se dirige, en cambio, contra quienes hacen del aborrecimiento, el odio, la exclusión, la discordia y la segregación, el núcleo central de su discurso político. En el caso de Cataluña, se trata del aborrecimiento de lo español, el odio a los no nacionalistas, la exclusión de quienes no comparten la “sagrada” visión del “pueblo” catalán, la discordia entre los catalanes a partir de no se sabe qué supuestas diferencias ancestrales -genéticas, históricas, psicológicas, culturales-, y, en definitiva, la segregación entre “nosotros”, los elegidos, los ungidos por una suerte de gracia atemporal y preexistente, y el “otro”, el enemigo, el distinto, el ajeno, el charnego, el botifler, el español… ¡¡¡el franquista!!!
En Contra el separatismo podemos leer una sucinta historia de esa pulsión identitaria, al parecer irrefrenable -tan humana, tan animal-, que nos lleva a preferir lo nuestro, arropándonos en la confortabilidad y la seguridad que proporciona el grupo, la tribu, la etnia, en círculos cada vez menos cercanos, en oposición a la amenaza exterior, de la cual el extranjero siempre ha sido su representación más conspicua. El autor repasa los hitos de ese proceso, que avanza en paralelo a la evolución de la sociedad, de superación progresiva de los límites de la propia colectividad y de apertura hacia formas de organización social más inclusivas, más abiertas, más integradoras y por ello más, consiguientemente, democráticas. La civilización, la democracia, representan así la preterición de las muchas diferencias que nos constituyen -el legado biológico, el origen étnico, la raza, el sexo, la lengua, el nombre, la religión, las creencias, las peculiaridades culturales, las tradiciones, los mitos fundacionales- y la construcción de espacios sociales en los que no es ninguno de esos rasgos sino la condición de ciudadano lo relevante de cara al ejercicio de los derechos cívicos. Es la aceptación de una ley común a todos, que subraye lo que nos une, lo que permite el libre "cultivo” de esas identidades particulares que en ningún caso pueden resquebrajar el consenso general ni permitir que nadie sea discriminado por los elementos que definen su peculiar diversidad.
El separatismo es, así, a juicio de Savater, literalmente diabólico, pues dia-bolum, en su origen etimológico, es el que desune y rompe los lazos establecidos, y eso es lo que ocurre en Cataluña, cuando el independentismo antepone las leyendas ancestrales, el arraigo local, las peculiaridades regionales, la lengua específica, las versiones autónomas de la historia -en su mayor parte inventadas- a la ciudadanía democrática, que no distingue entre orígenes, raigambres, credos o cosmovisiones, idiomas o apellidos. El corolario natural de ese “corte” entre el catalán comme il faut y quien no encaja en ese fantasioso estereotipo es la discriminación y hasta la expulsión de quien no comparte las notas de esa imaginaria “pureza de sangre”.
Como es natural, una tarea de tal amplitud -la construcción de una identidad nacional excluyente- no se lleva a cabo de la noche a la mañana y de un modo sencillo. Savater pone el acento también en el largo proceso -varias décadas- que desde el mesianismo de Jordi Pujol -solo ahora desenmascarado- nos ha conducido a la actual situación. La taimada estrategia nacionalista; las sucesivas concesiones -y por lo tanto la necesaria connivencia- de los gobiernos populares y socialistas que vendieron su apoyo al pujolismo por mezquinos platos de lentejas presupuestarios; la inexplicable tolerancia -y hasta comprensión- de la izquierda de un fenómeno en esencia reaccionario y contrario, por lo tanto, a los postulados progresistas; el control de los medios de comunicación, convertidos en eficaces máquinas de propaganda; el descarado adoctrinamiento escolar; la política de subvenciones y sinecuras diversas para quien abraza, defiende y proclama la causa nacionalista; la asfixiante -y corrupta- red clientelar en los contratos públicos, los cargos de libre designación, las oportunidades de medro político y social; todas esas manifestaciones -supuestamente sutiles pero, a la luz del presente, descaradas- tienen su espacio en la reflexión del autor.
Además de por todos estos motivos ya esbozados, Savater se opone al separatismo por siete razones finales con las que cierra su opúsculo. Es antidemocrático, puesto que los poseedores de derechos son los ciudadanos, no los territorios, por lo que “Cataluña” no es dueña de una parte del territorio español sobre la que reivindicar su soberanía. Es retrógrado, al plantear un regreso al caciquismo hispánico que creíamos arrumbado en los siglos más aciagos del pasado, planteando una ciudadanía basada en la identidad étnica, la lengua única, las “raíces” de dudosa verosimilitud histórica. Es antisocial, pues defiende los privilegios regionales y las prerrogativas locales frente a la solidaridad, la redistribución y la igualdad entre territorios. Es dañino para la economía, como corrobora la generalizada huida de empresas desde el funesto comienzo del procés. Es desestabilizador, pues propicia la inseguridad jurídica e institucional y fomenta el cuestionamiento y la desobediencia a las bases democráticas del Estado de Derecho: leyes, tribunales, fuerzas de orden público. Crea amargura y frustración, pues su potencia disgregadora deshace y traumatiza, enfrenta y desune, crea odio y resentimiento entre conciudadanos, familias, amigos, rompiendo lazos sociales fuertemente consolidados desde hace siglos. Por último, constituye un peligroso precedente que, de ser consentido, alentaría las pretensiones de bretones y corsos, de bávaros y vascos, de padanos, valones y tantos otros (véase el caricaturesco y provocador ejemplo de esa desternillante -si el fenómeno no fuera dramático-Tabarnia tan incómoda -un espejo cruel- al nacionalismo), convirtiendo Europa en una ingobernable amalgama de noventa y ocho estados, como afirmó recientemente Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea.
Siguiendo la estela de su argumentación principal, los artículos seleccionados en la sección postrera del libro reflejan diversos aspectos del problema separatista que han requerido la atención del filósofo en sus colaboraciones periodísticas de los últimos años. La errónea impresión que tienen los corresponsales extranjeros sobre lo que ocurre en Cataluña, los paralelismos -al margen de la violencia, “formalmente” inexistente en el caso catalán- entre el procés y la dramática y asesina imposición etarra en las pasadas décadas del País Vasco, las nefastas consecuencias del problema lingüístico que el independentismo niega, el adoctrinamiento educativo, la manipulación informativa, la cobardía de los intelectuales, el absurdo mantra del diálogo, la interesada apropiación del concepto de democracia por quienes atentan de continuo contra ella, las mentiras sobre la supuesta violencia policial y el cuestionamiento implícito que desde el separatismo se hace del uso legítimo de la fuerza (en un texto que os dejo como cierre a esta reseña), las diversas sandeces proferidas por los “golpistas” y el recordatorio de la actualísima vigencia del espíritu de la Constitución de 1812, son algunos de los temas que afloran en esos artículos, de extraordinario interés, que amplían y completan la visión del asunto de fondo estudiado en el corrosivo panfleto previo.
En fin, no dejéis de leer este estimulante y aleccionador Contra el separatismo, de Fernando Savater. Os aseguro la apertura a muchas y muy sugestivas ideas sobre uno de los fenómenos más relevantes -negativamente relevantes- de estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. Os dejo ahora con un interesante fragmento del libro y con una significativa canción como acompañamiento musical. Cadillac solitario, uno de los grandes himnos de Loquillo, la antítesis de la cortedad de miras separatista, viva representación del carácter cosmopolita de la Cataluña plural, mestiza, abierta e integradora que el independentismo oculta e incluso persigue.
Publicado en La Crónica de Hoy, el 18 de octubre de 2017
(El episodio de la supuesta violencia desproporcionada de policía nacional y Guardia Civil —ante los Mossos contemplativos— en la jornada del 1-O ha sido uno de los casos de manipulación más cruda y desvergonzada de la opinión pública que hemos visto en muchos años. Da idea de hasta dónde pretende llegarse para utilizar el victimismo espurio como instrumento para victimizar a los no nacionalistas y al resto del orden democrático de España).
Horror Story
Si les gusta a ustedes la comedia española del Siglo de Oro, deben ir en Madrid al teatro de Bellas Artes, donde se representa una pieza de Cervantes titulada El Rufián dichoso. Pero si prefieren el esperpento más desabrido, procuren asistir a las Cortes, donde actúa en sesiones de mañana y tarde el dichoso Rufián, que ayer mostraba dos fotografías de rostros ensangrentados, mientras acusaba al Gobierno de haber enviado a Barcelona a “salvajes” de la policía y la Guardia Civil. En la misma jornada, otro diputado catalán sumamente excitado, con muestras preocupantes de alteración psíquica, acusaba a las intervenciones policiales el día del dizque referéndum del 1-O de haber causado 893 heridos. Como la afirmación fue acogida por rumores de incredulidad y alguna risa, repitió a voces la cifra añadiendo luego “¡heridos!” en un berrido de gallo degollado capaz de resucitar a los caídos en la batalla de Maratón. “¡Toda Europa lo sabe ya!” decía, agitando una portada de The Economist, en la que “Spain” perdía su inicial, que resbalaba desmayadamente hacia un toro banderilleado en la parte inferior de la página, dejando sólo “pain” en la parte superior. Impresionante, claro, lástima que fuese de 2012 y se refiriera al plan europeo de austeridad y no a los antidisturbios...
Fotos de otros años y otras situaciones, incluso de otros países, o descaradamente trucadas... Declaraciones de “víctimas” como aquella señora de Esquerra a la que los represores le habían roto uno tras otro todos los dedos de la mano, mientras le manoseaban las tetas. Llevaba un aparatoso vendaje en la extremidad herida... ¡ah, no, en la mano contraria! Vaya con las prisas. Y a los dedos no les pasaba nada, gracias a Dios, salvo uno que tenía una leve contusión. Espero que lo del magreo de tetas resultase al menos verdad, para que no se le fuera de vacío el día... Más de ochocientos heridos pero sin hospitalizados ni partes clínicos alarmantes. Vamos, todo pura trola. Pero en Europa los medios aceptaron con hipocresía el escándalo, como si nunca hubiesen visto utilizar las porras y bastantes métodos coactivos más contundentes en manifestaciones contra el G8, en Francia, en Alemania, en todas partes... De los USA llegó una reconvención sobre los males de la violencia policial. ¡De Estados Unidos, donde la policía mata a un negro por saltarse el semáforo todos los meses! Ah, pero es que en Barcelona se trataba de gente pacífica que sólo quería votar. Aceptemos que la mayoría eran no violentos, aunque no pacíficos: porque la gente pacífica no se moviliza para realizar un simulacro democrático expresamente prohibido, que desafía a leyes fundamentales del país y agrede los derechos de sus conciudadanos. La gente pacífica no desobedece a los jueces ni a la policía y obstaculiza masivamente el orden democrático sólo porque no le gusta, poniendo eso sí a niños y ancianos como escudos para ver si ocurría algo gordo. ¡Y luego atribuirán a Donald Trump la patente miserable de la posverdad!
Fernando Savater. Contra el separatismo
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