LIUDMILA ULÍTSKAIA. DANIEL STEIN, INTÉRPRETE
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Un miércoles más, desde el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca, os ofrecemos algunas propuestas de lectura seleccionadas, en la mayor parte de los casos, con criterios de calidad (aunque algunas veces, sin rebajar en exceso esas exigencias de elevada condición, nos acogemos también a razones de otra índole menos estricta, más prosaicas, como la vinculación con la actualidad o la repercusión mediática de una obra). En el caso de mi consejo de esta tarde no son, por desgracia, lo popular o lo novedoso de mis sugerencias lo que las trae hasta nuestra emisión (ojalá fueran más conocidos autora y libros), sino la indudable calidad literaria, la solidez y el rigor, la valía, la importancia y también la belleza que rezuman las dos novelas de Liudmila Ulítskaia (o Ulítskaya, que de ambas formas aparece transcrito en castellano su apellido, como más adelante os comentaré) que he leído en los últimos meses y que me han interesado grandemente, motivo por el que ahora quiero sugeriros su lectura. Se trata, en el orden en que yo las he “devorado”, no en el cronológico de la fecha de su creación, Daniel Stein, intérprete y Sóniechcka, presentadas respectivamente por Alba Editorial, en su colección Contemporánea, y la Editorial Anagrama, en 2013 y 2007, aunque su publicación originaria en el ruso natal de la autora se remite a 2006, la primera, y 1992, la segunda. Los dos libros, como la mayor parte de la obra conocida en España de Ulítskaya, han sido vertidos al español por Marta Rebón, gran experta en literatura rusa que ya había aparecido en nuestro espacio por su traslación de Vida y destino de Vasili Grossman.
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Un miércoles más, desde el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca, os ofrecemos algunas propuestas de lectura seleccionadas, en la mayor parte de los casos, con criterios de calidad (aunque algunas veces, sin rebajar en exceso esas exigencias de elevada condición, nos acogemos también a razones de otra índole menos estricta, más prosaicas, como la vinculación con la actualidad o la repercusión mediática de una obra). En el caso de mi consejo de esta tarde no son, por desgracia, lo popular o lo novedoso de mis sugerencias lo que las trae hasta nuestra emisión (ojalá fueran más conocidos autora y libros), sino la indudable calidad literaria, la solidez y el rigor, la valía, la importancia y también la belleza que rezuman las dos novelas de Liudmila Ulítskaia (o Ulítskaya, que de ambas formas aparece transcrito en castellano su apellido, como más adelante os comentaré) que he leído en los últimos meses y que me han interesado grandemente, motivo por el que ahora quiero sugeriros su lectura. Se trata, en el orden en que yo las he “devorado”, no en el cronológico de la fecha de su creación, Daniel Stein, intérprete y Sóniechcka, presentadas respectivamente por Alba Editorial, en su colección Contemporánea, y la Editorial Anagrama, en 2013 y 2007, aunque su publicación originaria en el ruso natal de la autora se remite a 2006, la primera, y 1992, la segunda. Los dos libros, como la mayor parte de la obra conocida en España de Ulítskaya, han sido vertidos al español por Marta Rebón, gran experta en literatura rusa que ya había aparecido en nuestro espacio por su traslación de Vida y destino de Vasili Grossman.
A propósito de Marta Rebón, he de decir que ella ha sido la “responsable” de mi acercamiento a la figura de Liudmila Ulítskaia (así se cita en Daniel Stein…) o Ulítskaya (como consta en Sóniechcka). Hace unos meses, la revista Jot Down incluía entre sus páginas una entrevista con Marilena de Chiara, traductora italiana, y la propia Rebón, en la que yo leí por primera vez el nombre de la escritora rusa. El entusiasmo con el que Marta Rebón se refería a Daniel Stein, intérprete, de la que afirmaba: Es una obra grandiosa y compleja, con muchos escenarios y diferentes épocas… Ulítskaya es una de las grandes, me llevó a leerla y, más adelante, a proseguir con Sóniechcka la tarea de conocer el resto de las novelas de una autora que cuenta con un formidable reconocimiento en su país y con una larga sucesión de premios literarios también fuera de él, especialmente en Francia, Italia y Alemania.
Daniel Stein, intérprete es un libro inicialmente insólito -o al menos singular- al centrarse en la vida -de existencia real, aunque la autora la presente “novelada”- de un sacerdote católico, carmelita descalzo, de origen judío, que funda una pequeña congregación en Israel. Aunque mi afirmación pueda denotar un prejuicio absurdo, nuestros oyentes reconocerán que, así descrito, el eje sobre el que gravita la obra no resulta, de entrada, altamente estimulante como núcleo principal de una ficción literaria. Y sin embargo, tal negativa opinión apriorística -si alguien la sostuviera- se muestra muy pronto, en cuanto el lector se adentra en las más de quinientas páginas del libro, absolutamente injustificada, pues el personaje es fascinante y su biografía -aunque el texto es mucho más que una mera semblanza de un individuo, por excepcional que éste sea- ejemplar y altamente aleccionadora.
Daniel Stein es la recreación novelística de Shmuel Oswald Rufeisen, un judío polaco que tras sobrevivir a la invasión nazi de su país y después de numerosas y con frecuencia desgarradoras experiencias en el transcurso de la segunda guerra mundial, entrará en la Orden del Carmelo, ordenándose como sacerdote e instalándose en Haifa, Israel, en donde, siendo conocido como “Padre Daniel” -Hermano Daniel, lo llama la autora en diversas entrevistas-, creará el convento Stella Maris y vivirá en dicha comunidad más de cuarenta años entregado, expresado de una manera sintética que luego desarrollaré, al muy cristiano servicio al prójimo.
Liudmila Ulítskaia, que durante décadas se había interesado y acercado al cristianismo, de modo incluso clandestino en una Unión Soviética muy represora con el ejercicio de las religiones, conoció -lo cuenta al final de su libro- a Daniel Rufeisen, como ella lo denomina, en agosto de 1992, cuando el monje la visitó en su casa de Moscú. Desde ese momento, deslumbrada por su personalidad, indagaría en su vida y en su obra, se entrevistaría con quienes lo conocieron y leería infinidad de libros sobre su figura para acabar, en 2006, tras más de trece años de preparación, publicando la novela de la que ahora os hablo.
La historia resumida del Daniel Stein personaje coincide en lo esencial con la de su referente real. Nacido en 1922 en un pequeño pueblo cercano a Auschwitz, en ese territorio central de Europa que durante el siglo XX cambiaría de manos, en función de los albures de las guerras y el poder y los intereses dominantes, formando parte, en diferentes momentos, de Polonia, Alemania, Ucrania, Bielorusia o la Unión Soviética. Sin haber viajado, hasta los diecisiete años, más allá de cuarenta kilómetros de casa, en 1939 deberá abandonar su país ante la invasión nazi. El libro recoge el relato de las vicisitudes de esa huida atravesando media Europa con las tropas hitlerianas acechando a poca distancia. Entre los episodios más destacados de ese desgarrador periplo se incluyen la dolorosa separación de los padres que, ancianos, son incapaces de mantener el ritmo de la marcha y se ven obligados a retroceder a su domicilio, acabando sus días en un campo de exterminio; su colaboración con la Gestapo, a la que logra ocultar su origen judío, actuando como intérprete -Daniel hablaba varias lenguas- entre la gendarmería alemana, la policía bielorrusa y la población local, condición que aprovecha para salvar de la muerte a centenares de inocentes; su nueva huida, al ser finalmente descubierto por las SS, para acabar escondido en un convento de religiosas, las Hermanas de la Resurrección; su refugio entre los partisanos en los bosques rusos cuando la protección de las monjas se revela insuficiente; su posterior captación, de nuevo en funciones policiales, por la NKVD, antecedente de la KGB, cuando, tras la derrota nazi, la Unión Soviética “libera” las devastadas poblaciones ocupadas en las que los judíos han sido exterminados. Finalizada la guerra, volverá a Polonia en donde ingresará en un monasterio y recibirá las órdenes sagradas para, poco tiempo después, volar por fin a Palestina en donde, como ya he señalado, vivirá más de la mitad de su vida y hasta su muerte.
Pero siendo destacado el mero relato -muy novelesco en sí mismo- de las dificultades padecidas por su protagonista en los años de la guerra, lo más destacado de Daniel Stein, intérprete, no reside en esa narración “bélica” que desperdigada por la obra no ocupa en su conjunto, por otro lado, ni cincuenta páginas del libro, sino en, al menos, otros tres elementos sobresalientes. De entrada, el modo en que esa vida se cuenta, esto es la compleja y bien trabada estructura de la obra; en segundo lugar, su virtualidad divulgativa, podríamos decir, al poner en conocimiento del lector la destacada personalidad de un ser humano admirable y cuyo rastro e influencia son ignorados por la mayor parte de la gente (entre la que, es claro, yo me encontraba antes de leer el libro); y, por último, las muchas materias de interés que se abordan en el transcurso de su largo desarrollo, cuestiones morales, religiosas, metafísicas y hasta teológicas que aflorarán, casi todas, en la larga parte del texto en que se narran los muchos años vividos por el monje en Israel.
Cuenta Liudmila Ulítskaia que en una primera aproximación a la figura de su personaje su planteamiento literario era convencional, un relato lineal en el que los distintos episodios de la vida del sacerdote iban apareciendo de un modo cronológico y con una voz narrativa única. No obstante, la riqueza de la biografía, de la obra y de la personalidad de Rufestein acabó por imponerse exigiendo una “arquitectura” más compleja, más abierta, más poliédrica. Así, el libro se organiza al modo de un rompecabezas muy bien “construido” (No soy una verdadera escritora y este libro no es una novela, sino un collage. Recorto con tijeras pedazos de mi vida y de la vida de otras personas y pego “sin pegamento/una novela viva sobre los jirones de los días”), hecho de recortes, crónicas, diarios, testimonios, cartas, artículos de prensa, transcripciones de conversaciones y charlas, informes y documentos oficiales diversos que se van sucediendo en el texto, engarzados con esmero y muy buen pulso narrativo (El trabajo de montaje es de una complejidad exasperante. Una enorme cantidad de material se agolpa, todos piden la palabra y me resulta difícil decidir a quién dejar emerger a la superficie, a quién hacer esperar y a quién pedirle simplemente que se calle), haciendo de esta manera avanzar una acción que, sin embargo, vuelve una y otra vez hacia atrás y hacia adelante, alternando tiempos y lugares, en una polifonía de voces -muy rica (los “hablantes” sobrepasan la veintena) y eficaz literariamente- que, desde Moscú o Haifa, Berkeley o Cracovia, Vilna o Jerusalén, no se refieren expresamente a Daniel Stein sino que cuentan sus propias trayectorias vitales, sus experiencias, sus pensamientos, sus preocupaciones, sus vivencias, en las que siempre, de algún modo, siquiera residual, menor, acaba apareciendo el personaje que motiva el libro.
Entre ese material heterogéneo -pero, como señalo, hilado con coherencia y criterio- la autora intercala, al final de cada una de las cinco partes del libro, sus propias cartas a una amiga, Elena Kostiukóvich, traductora y ensayista. En ellas -una suerte de metanovela- le da cuenta de los avances y dificultades de su proceso creativo, de los problemas que le surgen en la elaboración de la obra, en su escritura, conteniendo, aparte de noticias personales y familiares, apuntes sobre el enfoque elegido, la estructura u otros asuntos técnicos. Se trata de unos capítulos breves pero altamente ilustrativos para entender la génesis y la realización de la novela. Transcribo a continuación algunas citas extraídas de estos textos (a los que pertenecen también las dos recogidas más arriba), por su interés intrínseco y por su relevancia a la hora de entender cabalmente la propuesta estilística de este espléndido Daniel Stein, intérprete: Había comenzado a escribir una novela, o como quiera que se llame, sobre un hombre de hoy en aquellas circunstancias y enfrentado a los mismos problemas; He estudiado todos los libros, los documentos, las publicaciones y los recuerdos de cientos de personas hasta aprendérmelos de memoria; He llevado a cabo la penosa lectura de todos los libros sobre el exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, de todos los tomos de historia medieval, incluida la historia de las cruzadas y la de los primeros concilios, los padres de la Iglesia desde San Agustín hasta Juan Crisóstomo, todas las disertaciones antisemitas escritas por hombres muy eruditos y santísimos; He renunciado por completo a un enfoque documental; estoy liberándome de la presión de los documentos; Estoy cambiando los nombres, intercalando personajes míos inventados o seiminventados, cambiando el lugar y el tiempo de la acción.
Sin embargo, pese a lo aparentemente artificioso, del -como es obvio- carácter “fabricado” de la novela, por debajo de la técnica resplandece (Solo estoy interesada en la veracidad absoluta de lo que expreso) la inmensa figura humana de Daniel Stein, el motivo principal, sin duda, del interés que el libro suscita en el lector. Sin apenas tiempo ya para recrear la enorme dimensión de su personalidad, su magnitud como ser humano excepcional, baste decir ahora que estamos ante un “santo”, un hombre justo, cuyo itinerario vital, siempre en zonas de conflicto y hecho de confluencias y de mezclas -su padre alemán, su madre polaca, sus vivencias en la Europa convulsa de la primera mitad del siglo pasado, sus “colaboraciones” con el nazismo y el estalinismo, su condición de judío, su conversión al catolicismo, su nacionalización “incompleta” de Israel, disponiendo de los documentos oficiales pero sin poder llamarse judío ante sus conciudadanos por su “cambio” de religión, su contacto con gentes de todo tipo y condición, de creencias y visiones del mundo diversas-, lo convirtieron en la más genuina representación de la tolerancia, la misericordia, el amor al prójimo, la sencillez y la bondad frente a los dogmas, frente al poder y la fuerza y los totalitarismos de todo signo, defendiendo al débil, al desamparado, al que nada tiene, al que sufre -en un “radical” cumplimiento del mensaje cristiano más original y verdadero- por encima de razas, de credos, de ideologías, de iglesias, de reduccionistas “pertenencias”. El fragmento que os dejo como cierre a esta reseña recoge algunas de estas vertientes del pensamiento del monje.
Y ese “dibujo” de Stein como personaje “a contracorriente”, protagonista directo de alguno de los más terribles momentos del siglo pasado, permite a la autora permear su texto de innumerables ideas y motivos de reflexión de índole, como se ha dicho, filosófica, moral, antropológica y, como es natural, religiosa o teológica. Entre otros, en un repaso a vuelapluma, el recurrente tema del mal, de su proliferación y su banalidad, asunto que siempre aflora al hablar del nazismo y su espejo, el estalinismo; la existencia o no de Dios (Por qué Dios, si existe, ha creado el mal, y si no existe, cuál es el sentido de la vida); la necesidad de la memoria, pues si decidimos borrar el pasado de nuestros recuerdos y protegemos la memoria de nuestros hijos de los horrores de esos años, estaremos faltando a nuestro deber para con el futuro; el problema de la identidad de los pueblos y la lacra del nacionalismo; la cuestión judía, en un debate que va desde el deseo que mueve al personaje de escribir una historia de Yiddishland, el sufriente pueblo judío diseminado entre Polonia, Bielorrusia, Ucrania, Rusia, Letonia y Lituania, y el aborrecimiento de todo cuanto suponga un privilegiado “mirarse el ombligo”: ¡Odio la cuestión judía! (…) Es la cuestión más repugnante de la historia de nuestra civilización, preguntándose la autora si es que esa preocupación egocéntrica se debe a que Dios ha maltratado a los judíos más que a otros pueblos; las dificultades y contradicciones inherentes a la creación y el desarrollo del estado de Israel; las absurdas disputas de religión (tantas iglesias, tantos altares); o, en un elenco aportado por la propia autora, el valor de una vida reducida a barro bajo los pies; la libertad que parece necesitar muy poca gente; Dios, que cada vez está más ausente en nuestra vida; los esfuerzos por hacer emerger a Dios con palabras arcaicas, toda la basura eclesiástica y la vida encerrada en sí misma…
Frente al carácter “intelectual” -podría decirse- de Daniel Stein, intérprete, una novela “de pensamiento”, lo que no excluye su notable potencialidad narrativa, Sóniechcka, mi segunda recomendación de esta tarde, sin carecer de estos atributos de reflexión y raciocinio, de análisis de ideas y exposición argumentativa, es, sin embargo, un libro más emotivo, más “sentimental”, presidido por la dulzura, la sensibilidad y una suerte de melancólico romanticismo. La novela, muy breve -escasas cien páginas-, nos cuenta la pequeña historia de una vida, la de una mujer normal, que atraviesa la existencia sin demasiado énfasis, sin momentos o acontecimientos notables, una vida común, como lo son, en último término, casi todas. Conocemos a Sonia Iósifova cuando es una niña grande, feúcha y desgarbada que, desde los siete a los veintisiete años, se refugia en la lectura de modo compulsivo para escapar de la negativa percepción de su propia insignificancia y de su correspondiente incapacidad para desenvolverse con soltura en el mundo. Sóniechcka no parece distinguir entre ficción y realidad, en una huida obstinada al reino de la fantasía donde todo lo que quedaba fuera perdía el sentido y la sustancia. El carácter sagrado que para ella tiene la escritura le permite sobrellevar las humillaciones que los otros adolescentes le infligen a causa de su “rareza”. Obtiene el título de bibliotecaria y empieza a trabajar en la biblioteca de Sverdlovsk (la actual Ekaterimburgo). Allí conocerá a un pintor, bastante mayor que ella, Robert Víktorovich, que ha paseado su condición de artista por la Europa bohemia y que acaba de liberarse de varios años de confinamiento en un campo de reclusión soviético. Y surgirá el improbable amor y se casarán y vivirán en Bashkiria y se instalarán luego en Moscú y tendrán una hijita, Tania, y la joven idealista amante de los libros se transformará en una pragmática ama de casa, y apenas será consciente de su felicidad, y pasarán los años, y Robert se enamorará de una chica joven, y Tania abandonará el hogar, y Robert ha muerto, y la vemos ahora ya vieja, por la noche, colocándose unas ligeras gafas suizas sobre su nariz en forma de pera (mientras) zambulle la cabeza en profundidades deliciosas, alamedas umbrías y aguas primaverales. Por fin, puede volver a los libros.
Como puede verse, nada notable, nada especial, nada demasiado relevante, tan solo una vida. Pero una vida que se nos muestra con enorme sutileza, de un modo tenue y delicado, con meras pinceladas, con atención a los detalles, con lirismo y poesía, en un relato intenso, rebosando emoción y sensibilidad, también una dulce tristeza, que nos habla -entre guiños literarios y con un telón de fondo por el que transcurre la Rusia entera del siglo XX- de la familia, el amor, la infidelidad, la maternidad, la amistad, los sueños, el paso del tiempo, las esperanzas, las decepciones. Un libro altamente recomendable para adentrarse de una manera apacible y encantadora en la obra de Liudmila Ulítskaia.
Os dejo ahora con Lomir Ale Eeynem, una pieza clásica del folklore judío, compuesta en 1911 por el lituano (de Vilna, precisamente) Mordkhe Rivesman. El tema, que se “canta” en Daniel Stein, intérprete, suena aquí en la voz de George Zvyagin, un cantante judío (de Ekaterimburgo, precisamente).
¡Feliz cumpleaños, querido Alon! Has cumplido dieciséis y has realizado tu primer acto adulto yéndote de casa para irte a vivir con tu hermana. Tarde o temprano todo el mundo deja la casa de sus padres, pero tú lo has hecho de una forma un tanto particular, no porque te hayas casado y decidieras formar una familia ni porque fuera preciso por trabajo o estudios. Te has ido porque creías que tus padres no te entienden y porque no compartes la manera en que ellos ven el mundo. ¿En qué situación has puesto a tu hermana? Ella te quiere, por supuesto, te ha dado un lugar donde quedarte, pero se encuentra en una situación incómoda con respecto a tus padres. Parece como si ella te hubiera animado a hacerlo.
¿Sabes una cosa? Tienes razón. Es difícil vivir con una familia que no te comprende. Pero el tema, querido Alon, es que es un proceso mutuo. Ellos no te comprenden a ti y tú no les comprendes a ellos. En nuestro mundo hay muchos problemas debido a la incomprensión. Por lo general, nadie entiende a nadie. Pero incluso diría que muy a menudo las personas no se entienden a sí mismas. ¿Podrías explicar, por ejemplo, por qué dijiste a tu madre que solo era capaz de entender a las gallinas de la granja? ¿Por qué dijiste a tu padre que tenía una comprensión mecánica de la vida, limitada a la estructura de los carburadores y las cajas de cambios? ¿Era necesario decir semejantes tonterías? Sí, Milka entiende a las gallinas. Sí, Milka sabe lo que necesitan. Cuando hubo una epidemia en el distrito murieron todas, ¡pero las suyas sobrevivieron! Durante siglos la gente creyó que solo la brujería podía proteger a los animales de estas epidemias, pero tu madre, gracias a su comprensión, salvó a cinco mil aves. El tipo de comprensión que tiene Milka es un don escaso.
¿Y los carburadores y las cajas de cambios? Son mecanismos complejos y tu padre los conoce en profundidad. Incluso ha inventado gran cantidad de mecanismos pequeños, ¡todos esos dispositivos extraños que instala en sus tractores! Si fuera un comerciante y supiera venderlos, hace tiempo que sería rico. Tiene una mente aguda para las cuestiones técnicas y parece que tú piensas que carece de importancia. Con este entendimiento los humanos nos vinculamos con el mundo de las plantas y de los animales e incluso con el universo. ¡Es una comprensión de primer orden, no de segunda categoría!
Para serte sincero, me has dado donde más me duele. Me he pasado la vida preguntándome por qué hay tanta falta de comprensión en el mundo, a todos los niveles. Los mayores no comprenden a los jóvenes, los jóvenes no comprenden a los mayores, los vecinos no se entienden entre sí, los profesores no comprenden a sus alumnos, los superiores no comprenden a sus subordinados, Estados no comprenden a sus pueblos o los pueblos a sus dirigentes. No hay comprensión entre clases. Fue Karl Marx quien se inventó la idea de que unas clases están destinadas a odiar a las otras. La realidad es que no se entienden. ¡Incluso las personas que hablan el mismo idioma! ¿Y cuándo hablan lenguas distintas? ¿Cómo puede un pueblo comprender a otro? La gente se odia por falta de comprensión. No te pondré ejemplos, me ponen enfermo y estoy cansado de ellos.
El hombre no comprende la naturaleza. (Tu madre es una excepción… ¡Entiende a las gallinas!). El hombre no comprende el lenguaje con el que la naturaleza le está diciendo lo más claramente posible que está lastimando la Tierra, hiriéndola, y antes de que se dé cuenta ya la habrá destruido por completo. Y lo más importante, el hombre no comprende a Dios, no comprende lo que trata de inculcarle mediante los textos que todos conocemos, mediante los milagros, las revelaciones y los desastres naturales que periódicamente azotan a la humanidad.
No sé por qué es así. Tal vez porque al hombre moderno no le importa tanto “comprender” como “conquistar”, “poseer”, “consumir”. Al fin y al cabo, la confusión de las lenguas se produjo cuando los hombres decidieron construir una torre hasta el cielo: a todas luces no habían comprendido que se habían obcecado en una empresa inútil, equivocada e imposible…
Liudmila Ulítskaia. Daniel Stein, intérprete
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