Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 7 de junio de 2023

CAL NEWPORT. CÉNTRATE

Hola, buenas tardes. Sed bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de propuestas lectoras de Radio Universidad de Salamanca. Mi recomendación de esta tarde incide en uno de los temas que más me interesan, tanto desde el punto de vista profesional, en relación con mi labor docente, como desde una perspectiva personal, la omnipresencia de la tecnología en nuestras vidas y las consecuencias que conlleva en prácticamente todas las áreas esenciales de la existencia individual y colectiva: la medicina, el transporte, la educación, el comercio, la economía y el trabajo, se están viendo obligadas a una sustancial reformulación como consecuencia de la progresiva digitalización de todos esos ámbitos de la realidad de nuestras sociedades. ¿Te va a sustituir un algoritmo?, La fábrica de cretinos digitales, Superficiales (Qué está haciendo internet con nuestras mentes), La civilización de la memoria de pez, ¡Sálvese quien pueda!, entre otros, son algunos de los libros que han aparecido aquí en los últimos años, en aproximaciones que, sin caer en el tono apocalíptico y sin despreciar los innumerables beneficios que los ingenios electrónicos proporcionan a nuestras existencias, alertaban igualmente sobre sus peligros. Mi propuesta de esta tarde, Céntrate, escrita por Cal Newport y publicada a principios de 2022 por el sello Península, en traducción de María Mercedes Correa, pone también el acento en las repercusiones más negativas de los avances digitales. La constante hiperconexión, la recurrente multitarea, la dependencia de las redes sociales, la insistente abundancia de estímulos que internet ofrece, están afectando a nuestra atención, incrementando la dispersión, debilitando la capacidad de concentración y mermando, en consecuencia, nuestras habilidades cognitivas. El libro, aparecido originariamente en Estados Unidos en 2016, ya conoció otra edición en español, en 2017, en la editorial Paidós, otro sello, como Península, del grupo Planeta, entonces con otro título, Enfócate, aunque la traductora era también María Mercedes Correa. Quiero subrayar además la oportunidad de mi recomendación, en estos días en los que muchos de nuestros estudiantes se encuentran más o menos “abismados” en la vorágine de sus exámenes finales. 

Cal Newport es un brillante experto en ciencias de la computación. Doctorado en la materia en el prestigioso MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, es profesor en la Universidad de Georgetown. En la breve nota biográfica que la editorial aporta en las solapas de Céntrate, se recoge además que es autor de ocho libros y que, en una nota que por lo insólita resulta reveladora, no lo encontraréis en Twitter, Facebook o Instagram, pero sí en casa con su familia, o escribiendo ensayos para su página web. Esta información preliminar apunta ya a uno de los ejes que cruzan un libro que en su edición española presenta el muy explícito subtítulo de Las cuatro reglas para el éxito en la era de la distracción (en la rúbrica original en inglés no se menciona cifra alguna y en la versión de Paidós de 2017 el encabezamiento reza: Consejos para alcanzar el éxito en un mundo disperso). La subrayada mención a la ausencia del autor en las más populares redes sociales está relacionada, claro está, con esa invitación al combate frente a la distracción que en su ensayo se postula (el libro se titula, en inglés, Deep work, “trabajo profundo”, locución que, a mi juicio, hubiera debido ser mantenida en la edición española, al representar más fielmente que la elegida los planteamientos que en él se sostienen). 

Y es que Céntrate es (lo muestran esos “consejos”, “las cuatro reglas”, “el éxito”, el imperativo de ambos títulos, incluso algunos de los paratextos: “El método infalible para ahorrar tiempo, ser más eficiente y tener éxito en un mundo disperso”) un libro de autoayuda; o al menos lo es parcialmente. Resulta curioso, en este sentido, cotejar las presentaciones que hace Planeta de sus dos ediciones de la obra. Enfócate apareció hace cinco años en la colección de “Empresa” de la editorial Paidós y las etiquetas bajo las que entonces se clasificaba el libro por parte de los editores eran “Empresa”, obviamente, y “Recursos humanos”. Sin embargo, la más reciente edición de Céntrate es catalogada con los rótulos de, una vez más, “Empresa”, pero también unos más “vagarosos” (y para mí casi disuasorios) “Desarrollo personal”, “Coaching”, “Crecimiento personal” y, claro está, “Autoayuda”. Quiero, antes de comentar a fondo el libro, dejar aquí un breve apunte sobre este resbaladizo y, sin embargo (o precisamente por ello), exitoso género. 

Dos son mis objeciones principales a este tipo de libros (poderosas pero no categóricas o radicalmente descalificatorias, y la prueba es que hoy os voy a hablar de manera encomiástica -aunque crítica- de uno de ellos): el reduccionismo superficial, en tanto parecen ofrecer soluciones concretas y casi siempre simples a problemas complejos; y, sobre todo, el efecto perverso que producen muy a menudo en el lector, al desplazar sobre él la responsabilidad de la superación de sus dificultades vitales, pues el discurso último de estas propuestas acaba por ser: “si no adelgazas, si no te alimentas de manera adecuada, si no dejas de fumar, si no vences el cáncer, si no educas bien a tus hijos, si no superas el insomnio, si no progresas en tus estudios o en tu trabajo, si no encuentras a tu pareja ideal… es porque no tienes la suficiente fuerza de voluntad, no luchas como es debido, no te atreves, no te esfuerzas, eres cómodo y desganado”. Y siendo ciertos ambos planteamientos, porque, en efecto, pasos pequeños y sencillos pueden contribuir -de hecho lo hacen- a avanzar en la consecución de metas de más largo alcance, y porque, sin duda, la forja del carácter, la voluntad personal, la perseverancia, la valentía, el coraje, la tenacidad, la constancia, el esfuerzo y el arrojo vital son esenciales para sobreponerse a las contrariedades, los conflictos y los problemas que nos asaltan en la existencia, no tiene sentido una aspiración que, en el fondo, pretende hacer desaparecer las dimensiones oscuras, inciertas, difíciles, intrincadas, fatigosas y tantas veces irresolubles de la vida humana: el dolor, la frustración, las limitaciones, la insatisfacción, la tristeza, el aburrimiento, la infelicidad, el hastío, el miedo, la imposibilidad de cumplir las expectativas, el amenazador paso del tiempo, la enfermedad, la muerte como elemento determinante de nuestro paso por el mundo (y ello sin contar con las calamidades que “impone” la organización social: paro, precariedad, desigualdad, injusticias, ausencia de horizonte profesional, conflictos armados, crisis económicas, demográficas, medioambientales), de tal manera que, si alguno de esos elementos “perturbadores” subsiste en tu vida…¡la culpa es tuya! 

Por todo ello, los planteamientos de los libros de crecimiento personal me resultan enojosos; y también por sus habituales ligereza y superficialidad, por sus absurdas promesas de satisfacción y felicidad, por la omisión -casi siempre deliberada- de las causas externas de los problemas (lo que la industria de la autoayuda ofrece, a fin de cuentas, no es más que un montón de trucos, colchones y «consejitos del día» que te enseñan a aguantar más. Todo para que participes mejor en este juego y te olvides de lo incomprensible que es el mundo en realidad. Para que aprendas a gestionar tu ira y tus miedos mientras aguantas lo inaguantable), también por el tono conminatorio de sus propuestas (siete pasos hacia el éxito, diez pasos hacia la felicidad, cien cosas que tienes que hacer, mil cosas que no debes hacer más) y por la creación de una “jerga” evanescente -inspiración, mindfulness, motivación, empoderamiento, zona de confort, espíritu emprendedor, “piensa diferente”, be foolish, be hungry, Just Do It!, Impossible is Nothing- que en su origen pudo resultar novedosa y efectiva pero que en la actualidad suena artificial y vacía, por lo que -y hablo ahora a título personal- no hace más que provocarme repulsa e irritación. A este respecto aprovecho para recomendaros también la lectura del Manifiesto en contra de la autoayuda que, escrito por Marian Donner, escritora y periodista holandesa, con la traducción de Beatriz Jiménez López y el provocador subtítulo de En defensa de la autodestrucción, publicó en 2021 Libros Cúpula, otro sello -¿será casualidad?- del Grupo Planeta. El panfleto -pues de eso se trata, si se exagera un poco- constituye un alegato lúcido, furibundo y contundente contra estas ligeras, algo insustanciales, esotéricas y en tantos casos triviales “filosofías”. De él están extraídas las dos sugerentes citas que anteceden. 

Casi todas estas limitaciones del género están también en Céntrate, acrecentadas además por un enfoque que, de manera expresa en la mayor parte de los capítulos y “subliminalmente” en todos, pone el acento en la vertiente más economicista de nuestras existencias. El éxito que “promete” Newport con sus cuatro reglas para concentrarse encaja en el paradigma de capitalismo exacerbado que caracteriza a la sociedad norteamericana, en la que el beneficio económico, la acumulación de riqueza, el convertirse en millonario se postulan como la última ratio para medir la felicidad de una vida. El texto de Céntrate está surcado por constantes menciones al dinero, lo monetario, el amasar fortuna, las actividades lucrativas, los beneficios, el patrimonio, la cuantificación de los resultados, los profesionales triunfadores y exitosos (que serían quienes, tras poner en práctica las estrategias de trabajo profundo que se exponen en el libro, logran aparecer en las portadas de las revistas científicas más prestigiosas, multiplican sus publicaciones académicas, ultiman operaciones mercantiles de excepcional magnitud y alcanzan la notoriedad en sus profesiones, obteniendo siempre cuantiosas ganancias). Esta última es, también, otra de las debilidades del libro, al menos desde mi perspectiva lectora: esa necesidad -que puede asociarse al proverbial pragmatismo estadounidense- de ejemplificar con casos reales los argumentos teóricos que se defienden, como si la abstracción de un razonamiento resultara por definición elevada o demasiado compleja (¿europea?) y exigiera, por tanto, el hacerla asequible ilustrándola con situaciones o individuos concretos que encarnarían y “fijarían” en la práctica las siempre algo volátiles -y por tanto sospechosas de esterilidad, por inaplicables- ideas. El libro está, así, plagado de referencias a programadores, directivos, filósofos, pensadores, artesanos, escritores, ejecutivos, profesores, periodistas, investigadores, científicos y emprendedores (no queda más remedio que acomodarse a la jerga) cuyos modos de proceder en sus hábitos de trabajo diario encajan en las premisas que expone Newport y son por tanto demostrativos de su eficacia. En este sentido, y acabo aquí con mis reparos al libro, el lector echa en falta una bibliografía final que sistematice la por otro lado ingente cantidad de referencias que se ofrecen en las más de treinta páginas finales de notas. En ellas el autor cita libros, claro está, pero, sobre todo, infinidad de páginas web, blogs, vídeos o artículos en línea, que permitirían complementar y ampliar las ideas esbozadas por Newport de contar el lector con un listado estructurado que ordenara y facilitara esa posible búsqueda posterior. 

Esta fundamentación teórica, ciertamente sustanciosa, resulta, a la vez, uno de los principales argumentos a favor de Céntrate. Más allá de que los hábitos de trabajo que defiende sean eficaces (en mi experiencia personal, casi todas las reglas, estrategias y técnicas que presenta forman parte de mis modos cotidianos de estudiar y trabajar desde, al menos, mis años universitarios; y he de decir que no puedo estar más satisfecho de sus resultados), existe una voluntad en Newport de rastrear en la literatura científica buscando en ella el respaldo y la justificación a sus tesis (por más que, insisto, en último término la confirmación de su pertinencia estaría en los suculentos salarios de sus practicantes; una dimensión que, obviamente, ya no es constatable en mi trayectoria). Ello, el que no se trate tan solo de una mera enumeración de prácticas eficaces basadas en la experiencia subjetiva del autor y de su entorno, refuerza y eleva, a mi juicio, la altura “intelectual” de sus propuestas. 

Vayamos pues, por fin, a la presentación del planteamiento, el propósito y la estructura del libro, y a la explicación de las razones por las que, pese a los apriorismos negativos señalados, Céntrate interesa y resulta “merecedor” de aparecer aquí, en Todos los libros un libro, incorporado a mis semanales sugerencias de lectura. En una sociedad como la actual, marcada por la tecnología, en el que los dispositivos electrónicos constituyen el inevitable medio de contacto con la realidad para la mayor parte de los ciudadanos del mundo desarrollado, y en el que, en consecuencia, la permanente hiperconexión -tabletas, móviles, ordenadores- provoca que nuestra atención se disperse, se fragmente y se reparta a causa de los muchos estímulos que nos asaltan de continuo, se hace indispensable desarrollar la capacidad de concentración evitando las distracciones que imponen la frenética multitarea, los adictivos impulsos que suscitan las pantallas y la compulsiva actividad digital; distracciones que debilitan las potencialidades de nuestra mente, perturban nuestro equilibrio emocional y limitan nuestras posibilidades de crecimiento personal y profesional. Newport pretende persuadir a sus lectores de la importancia del deep work, el trabajo profundo, las tareas cognitivamente exigentes, y de la necesidad de entrenar esa capacidad de concentración resistiendo -el verbo comparece varias veces en el libro- los atrayentes cantos de las seductoras sirenas electrónicas que nos alejarían de la felicidad y el éxito futuros caso de caer rendidos a sus encantadores melismas, cegados por el placer inmediato que prometen (y perdóneseme la, quizá rebuscada, metáfora “odiseica”). 

Partiendo de esta intención previa, el libro se articula en dos grandes partes, “La idea” y “Las reglas”. En la primera de ellas se explica y justifica el porqué de esa decidida y animosa propuesta por el trabajo en profundidad, las razones que sustentan la convicción del autor de que el deep work es esencial para la vida y, sobre todo, el desarrollo profesional en este siglo XXI tecnológico y, por tanto, volátil, incierto, complejo y ambiguo (o quebradizo, ansioso, no lineal e incomprensible; VUCA y BANI, dos acrónimos -en inglés- que han hecho fortuna en la descripción de nuestros impredecibles tiempos); en la segunda, convencido ya el lector de la necesidad de reformular su sin duda problemática relación con las redes sociales y con los medios electrónicos que las posibilitan y de la exigencia de retomar el control de una voluntad y una atención seriamente disminuidas a causa de la esclavitud digital a la que todos, en mayor o menor medida, estamos sometidos, el autor propone una serie de tácticas, estrategias o protocolos de todo punto imprescindibles, aunque no siempre de fácil implementación para el no acostumbrado, con los que ahuyentar las distracciones y recuperar el dominio del propio tiempo. 

Y aquí es en donde sobresalen las virtudes del libro, las mismas que me han hecho, por una vez y sin que sirva de precedente, adentrarme en el nebuloso territorio de la autoayuda. Porque, en efecto, son muchas las personas -y casi me veo obligado a escribir “somos”, pues yo también padezco, cierto que no en gran medida, la “lacra” de la pérdida de concentración- que están “enganchadas” a sus teléfonos inteligentes, que consumen horas y horas de sus vidas ante sus hipnóticas pantallas, que padecen una evidente adicción a los hechizantes dispositivos electrónicos, que experimentan episodios de malestar, irritación y tedio cuando se les desprovee de ellos o se les impide su utilización, que son incapaces de mantener la atención durante períodos de tiempo medianamente extensos, que se muestran absolutamente imposibilitados para el esfuerzo intelectual continuado, para perseverar en cualquier tarea que implique una utilización persistente e intensa de sus aptitudes mentales. Siendo profesor, uno puede comprobar día tras día estas nocivas manifestaciones de la dependencia tecnológica en la mayor parte de sus alumnos, adictos (y no me asusta usar el término, que considero apropiado) a sus móviles, que encienden ansiosos, como impelidos por un resorte, al término de cada clase, y víctimas de las notorias consecuencias de su abuso: dificultad para atender un discurso intelectualmente complejo más allá de diez minutos, dispersión mental, abandono de la lectura, empobrecimiento léxico, dominio de lo superficial y lo irrelevante, incapacidad para el pensamiento riguroso, disminución del umbral de resistencia a la frustración, debilitamiento del carácter, merma del rendimiento escolar y baja “productividad” académica. Son ellos, a mi parecer, los que sacarán mayor provecho del libro (si lo leen con convencimiento y voluntad de cambiar, siquiera ligeramente, de hábitos) y son, por tanto, ellos los que justifican -dada mi deformación profesional como docente: alguien que pretende enseñar en cada minuto de su vida- la presencia de Céntrate entre mis recomendaciones “librescas”. 

Pero no son solo los jóvenes estudiantes quienes podrán beneficiarse del libro; también los profesores, los trabajadores del conocimiento (que representan un porcentaje en auge dados los previsibles cambios en el mundo del trabajo provocados por la tecnología) y, en general, cualquier persona, porque el fenómeno por el que gran parte de nuestros conciudadanos se hallan en trance de convertirse (si no lo han hecho ya) en zombies tecnológicos nos asalta por doquier y es reconocible en nuestro entorno, sea este cual sea: familiar, profesional, social, laboral, etc. 

Y considero interesante y útil el libro tanto en su vertiente declarativa y teórica, como en la propositiva y más práctica (quizá la más provechosa desde el punto de vista de la eficacia en el día a día de las enseñanzas que contiene). En la primera de las dos vertientes Newport explica, con el mencionado recurrente correlato de ejemplos en su mayor parte extraídos de su propia experiencia profesional, que trabajar a fondo es valioso, es escaso y tiene sentido. Es valioso porque vivimos en una economía de la información que se basa en sistemas complejos que cambian rápidamente y ello va a exigir unas competencias intelectuales que, contrariamente a las tendencias dominantes en educación, subyugadas ante las soft skills, privilegien las habilidades cognitivas “fuertes”, los conocimientos sólidos, la capacidad de razonar, de pensar con rigor, de establecer conexiones entre diversos ámbitos del saber, la resolución de problemas, el aprendizaje permanente en entornos complejos. Y el trabajo profundo es estimable y necesario también porque el impacto de la revolución digital en las redes nos va a obligar no solo a desarrollar esas exigentes capacidades de pensamiento consistente, sino que nos va a demandar hacerlo en grados muy altos, para no ser arrastrados y dejados de lado en la vorágine implacable del desarrollo tecnológico. Todas estas destrezas necesitan del trabajo a fondo, definido por Newport como las actividades profesionales que se llevan a cabo en un estado de concentración desprovisto de distracciones, de tal manera que las capacidades cognitivas llegan a su límite máximo. Este esfuerzo crea valor, mejora las habilidades y no es sencillo de replicar. Subrayo este “no es sencillo de replicar”, pues una de las amenazas para el empleo de muchos millones de trabajadores en los próximos años será, precisamente, el que por la simplicidad de sus ocupaciones serán fácilmente sustituibles por las máquinas, la Inteligencia Artificial, los algoritmos. A mayor capacidad cognitiva, mayores posibilidades de sobrevivir y, más aún, de prosperar, en la nueva economía digital. El crecimiento e impacto sin precedentes de la tecnología está creando una reestructuración sustancial de nuestra economía, señala Newport, para añadir, en esta nueva economía, tres grupos tendrán una ventaja particular: los de las personas que puedan trabajar de manera eficiente y creativa con las máquinas inteligentes, aquellas que destacan en lo que hacen y las que tienen acceso al capital. Descartando a quienes puedan disponer de los fondos suficientes para financiar los proyectos y las oportunidades de negocio que brotarán en ese nuevo escenario, pues no resulta fácil enseñar a hacerse con un patrimonio considerable y, además, no es ése el propósito del autor, el libro se centra en los otros dos grupos: quienes quieran y puedan trabajar de manera solvente y productiva en un mundo cambiante y quienes sobresalgan en unas profesiones de desempeño cada vez más complejo. Para ellos las indicaciones de Céntrate resultarán de extraordinaria utilidad. 

El deep work es también escaso, porque, de manera paradójica y sorprendente, las mayor parte de los trabajadores del conocimiento -los jóvenes estudiantes entre ellos- desempeñan su actividad laboral en un universo que privilegia unos modos de comportamiento, una cultura empresarial y unos valores radicalmente opuestos a estos hábitos del trabajo esforzado, concienzudo y centrado. Repasa así el autor, en el segundo capítulo de la primera parte de su libro, cómo las modernas organizaciones fomentan en sus empleados el uso de Twitter, promueven las oficinas abiertas que, se sostiene, generan oportunidades para el trabajo colaborativo, los encuentros fortuitos y la comunicación rápida, y alientan la presencia activa de sus directivos y trabajadores en las redes sociales. Se da por descontado el uso de mensajes en tiempo real y de los correos electrónicos. Sin negar los beneficios que pueden suponer estas prácticas (uno de los aspectos por los que el libro me ha interesado especialmente es porque Newport no se muestra en él como un cascarrabias “apocalíptico” que rehúye cualquier novedad y vive añorando un pasado “pretecnológico” supuestamente idílico; no se olvide que es profesor de Teoría de la computación, que no es un desempeño de “dinosaurio” nostálgico, precisamente), en el libro se enfatiza su condición de colosales máquinas de distracción. Las grandes tendencias en el mundo actual de los negocios disminuyen nuestra capacidad para llevar a cabo un trabajo a fondo, aunque puede decirse que los supuestos beneficios de esas tendencias (…) son menores que los beneficios que se derivan de un compromiso con trabajar a fondo (por ejemplo, la capacidad para aprender rápidamente cosas difíciles y producir a un nivel superior. En cualquier caso, trabajar a fondo se encuentra hoy día en gran desventaja en la moderna sociedad digital, pues se basa en valores -la calidad, el rigor, la profundidad, la destreza, el conocimiento- que son a todas luces anticuados y no tecnológicos. Y ello por diversas razones que se examinan en esta sección del libro: la natural tendencia del ser humano a hacer lo que resulta más fácil; la ausencia de mediciones fiables que demuestren categóricamente cómo estos hábitos distractivos suponen unas pérdidas de tiempo, atención y, consiguientemente, dinero, superiores a las ventajas que proporcionan; el énfasis empresarial en el estado de ocupación como sustituto de la productividad, esto es, en la presencialidad y la visibilidad, en que el empleado haga muchas cosas de una manera visible, al margen del auténtico valor que aporte; la actual vigencia del principio de la menor resistencia que, tanto en un plano individual como colectivo, estimula las culturas laborales que nos evitan la incomodidad a corto plazo de la concentración y la planificación, a expensas de una satisfacción a largo plazo y de la producción real de valor; los mitos sobre la tecnología, esos modos de pensar ya casi universalmente admitidos según los cuales no se reflexiona a fondo sobre el equilibrio entre riesgos y ganancias ni entre nuevas eficiencias y nuevos problemas en torno a las nuevas tecnologías, sino que, en su lugar, se registra un general asentimiento -no exento de papanatismo- hacia todo lo relacionado con las máquinas, la electrónica, la innovación, los avances técnicos (a este respecto, cita Newport a Evgeny Morozov: Esta propensión a considerar “la internet” como una fuente de sabiduría y de asesoría en materia de políticas es lo que la transforma y la lleva a dejar de ser un simple conjunto de cables sin interés para convertirse en una seductora y fascinante ideología: quizá la uberideología contemporánea.) 

En esta escasez de la capacidad para el trabajo profundo, en la miopía de la mayor parte de la gente, empleadores y empleados, que les impide resistirse a los comportamientos distractores, reside una de las grandes ventajas de la profundidad, pues siendo como se ha dicho valiosa y resultando, probablemente, vistas las tendencias actuales, cada vez más improbable, quien domine estas destrezas tendrá asegurado un futuro profesional brillante. 

No obstante, el alegato a favor de la concentración en que consiste el libro no se sustenta exclusivamente -por más que la cultura economicista en la que se desenvuelve Newport así parezca deducirlo- en las oportunidades profesionales y retributivas que el carácter valioso y escaso de trabajar a fondo propicia. Hay también, y de ello se ocupa el capítulo tercero y último de esta sección inicial del libro que se desenvuelve, como estamos viendo, en el terreno teórico y de las ideas, una sólida argumentación a favor de los beneficios “humanistas” que estás prácticas pueden producir. Trabajar a fondo tiene, también, “sentido”, dota de significado relevante a nuestros días, los transforma y los hace rebosantes de satisfacción. A partir del ejemplo de las actividades artesanales, en las que quienes a ellas se dedican -desentendidos de cualquier motivación de lucro, beneficio, interés, utilidad o ganancia- se entregan a sus trabajos con la exclusiva voluntad de realizar de manera pulcra, exigente y rigurosa la tarea en la que se han “embarcado” y manifiestan, por ello, vivir unas existencias plenas y felices, realizadas, el autor sostiene que, también en el ámbito del conocimiento, la conexión entre la profundidad y el sentido puede resultar fundamental y que la práctica del pensamiento profundo puede permitir el desarrollo de nuestros intereses más humanos. Sobre la base de argumentos neurológicos, psicológicos y filosóficos bien documentados, Newport nos persuade de que una vida de concentración es la mejor que existe, y que el estrés, la irritación, la frustración y la trivialidad que rodean nuestros días se verían superados si introducimos en nuestras existencias los hábitos de la concentración, porque, citando al conocido filósofo Mihaly Csikszentmihalyi y su teoría del “estado de flujo”, los mejores momentos ocurren cuando el cuerpo o la mente de una persona va al punto máximo de sus límites, en un esfuerzo voluntario por lograr algo difícil y que merezca la pena. Y todavía más: la sensación de hacer algo de manera profunda es gratificante en sí misma. A nuestra mente le gusta el reto, independientemente del tema del que se ocupe. Con su habitual visión optimista (y quizá ingenua: otro de los elementos ambiguos en la autoayuda es esa mezcla de una lucidez ilusionada y entusiasta, estimulante, y un banal positivismo esperanzado y algo infantil, insulso por irreal), concluye el profesor de Georgetown, cerrando la primera parte de su libro, que asumir el trabajo profundo en nuestra profesión y orientarlo hacia el cultivo de las destrezas es un esfuerzo que puede transformar un trabajo en el área del conocimiento, de tal manera que deje de ser una obligación agotadora y llena de distracciones y se convierta en algo satisfactorio: la puerta de entrada a un mundo lleno de cosas luminosas y extraordinarias

Estas premisas -valioso, escaso, con sentido- del deep work “demostradas” de modo solvente en esa primera parte “conceptual” del libro, son objeto de aplicación práctica en la segunda, que ocupa casi dos tercios de la obra. En ella se explican, con gran minuciosidad, un extremo grado de concreción y la consabida abundancia de ejemplos extraídos de experiencias “reales”, las cuatro reglas que permitirían a sus practicantes adquirir esa indispensable capacidad para trabajar de manera profunda, concentrada y sin distracciones. No hay tiempo para comentarlas en detalle; baste decir que, en esencia, consisten en estrategias que facilitan incorporar el trabajo profundo como parte sustancial de nuestra cotidianidad laboral y personal. Consciente de que la gente lucha contra sus deseos todo el día; de que el bombardeo permanente del deseo de hacer cualquier cosa diferente del trabajo profundo a lo largo del día complica la tarea de reemplazar la distracción por la concentración; de que, a partir de la literatura académica sobre el tema, se sabe que disponemos de una cantidad finita de fuerza de voluntad que disminuye a medida que la usamos, y que la voluntad no es una manifestación del carácter, no es un recurso que se pueda desplegar de manera ilimitada; funciona, más bien, como un músculo, que se cansa, Newport postula la necesidad de crear rutinas y rituales en nuestra vida laboral, rígidos y bien planificados (Las grandes mentes creativas piensan como los artistas pero trabajan como los contadores), que minimicen la cantidad de fuerza de voluntad que uno debe usar para poder “imponerse” a la “hegemónica” dispersión y mantenerse en un estado de concentración ininterrumpida. 

Así, en el análisis de la primera regla, Trabajar con profundidad, nos habla de acomodarse a la “filosofía de la profundidad” más acorde a nuestra personalidad y a nuestras exigencias profesionales de entre las cuatro que expone: la filosofía monástica (que consistiría en la eliminación o la reducción drástica de las obligaciones superficiales), la bimodal (en la que el trabajador divide su tiempo de tal forma que dedica segmentos claramente diferenciados de sus días o semanas a labores profundas, dejando el resto libre de exigencias “profundas”), la rítmica (que supone convertir los momentos de concentración en un hábito que se va ampliando gradualmente, con un “ritmo” constante, de modo que se haga innecesaria la difícil decisión de sobreponerse a las distracciones) y la periodística (inspirada en los profesionales de los medios, capaces de aprovechar cualquier pausa en el fragor de las redacciones para aislarse, siquiera unos minutos, y redactar un suelto, un artículo, una columna, un fragmento de una crónica, en un estado de absoluta concentración). Se menciona también como indispensable el fijar de manera rigurosa dónde trabajar y durante cuánto tiempo, determinar las reglas y los procesos para avanzar en el trabajo una vez iniciado (por ejemplo, puedes fijar la regla de no consultar internet mientras haces trabajo profundo, o puedes imponerte un patrón como el número de palabras escritas en cada intervalo de veinte minutos, para mantener la concentración), concentrarse en lo sustancialmente importante, basarse en los indicadores predictivos (como los registros de las horas dedicadas al trabajo en profundidad), llevar un tablero de resultados (una plantilla o un cuadro que reflejen de manera muy exhaustiva el calendario de actividades a realizar), crear un hábito de rendición de cuentas (diaria o semanalmente, por ejemplo), fijar espacios de desconexión de la tarea profunda -caminando en la naturaleza, haciendo deporte, meditando- para combatir la fatiga de la atención, e implementar un ritual de cierre de la jornada de estudio o trabajo, siendo inflexible en despojar al tiempo restante de cualquier exigencia productiva. 

La segunda regla, Abrir las puertas al aburrimiento, parte de la constatación, avalada por las investigaciones científicas, de que cuando el cerebro se acostumbra a la distracción en todo momento, es difícil que se desprenda de esa adicción, incluso cuando quiere concentrarse. O dicho de otra manera, si en cada momento de potencial aburrimiento en la vida, por ejemplo, cuando tienes que esperar cinco minutos en una fila o cuando estás sentado solo esperando en un restaurante a que llegue tu amigo), uno acude a la estrategia de mirar su smartphone, entonces lo más probable es que el cerebro haya sido cableado de tal forma que (…) ya no sea apto para el trabajo profundo, aunque regularmente dedique tiempo para poner en práctica este tipo de concentración. En consecuencia, en el libro se plantea la radical necesidad de -una vez más- resistir la tentación de “sumergirse” en la realidad paralela, seductora y sugestiva, que ofrecen los dispositivos electrónicos, aceptando el supuesto “aburrimiento” que conllevan los tiempos muertos. Frente a la radical supresión de internet en nuestras vidas, que algunos postulan pero solo resulta factible en quienes -pocos- pueden aislarse totalmente del contacto con el mundo (algo que en el caso de los estudiantes podría producirse, por ejemplo, en épocas de exámenes; aunque estos paréntesis intensivos no son recomendables, a la larga, para la persistencia de los efectos que se pretenden), Newport aboga por otras estrategias más asequibles como programar interrupciones ocasionales en la concentración para ceder a la distracción, planificar con antelación el momento de la jornada laboral (o de estudio) en que se va a usar internet, evitando ese uso fuera de dicho horario, restringir igualmente el uso de correos, mensajes de texto, notas de voz, “wasaps” o consultas en la red en las horas de ocio, resistiendo a la tentación de pasarse a esas distracciones a la menor señal de aburrimiento y entrenando así la concentración también en la vida personal no vinculada al trabajo. Como corolario de esta regla, se defiende la ocupación “activa” de esos aparentes tiempos muertos -las esperas, el ejercicio del deporte, el trayecto hacia o desde el trabajo, las gestiones cotidianas- con ejercicios mentales -repasar un tema, revisar los ejes de una conferencia, apuntalar las ideas de un artículo o completar el esquema de un proyecto (no se olvide que estamos hablando de trabajadores del conocimiento)- que mejoren la destreza de pensar profundamente. 

Muy relacionada con esta segunda regla está la tercera, Alejarse de las redes sociales, que el autor sigue al pie de la letra, como se deducía de la peculiar nota biográfica que nos ofrecía su editorial. Los presupuestos de partida en esta sección del libro son dos, ambos muy evidentes: la presencia en las redes sociales fragmenta nuestro tiempo y reduce nuestra capacidad para concentrarnos; además, cuanto más atractivas sean las herramientas que demandan atención (y estas lo son mucho) más difícil resultará mantenerse concentrado en algo verdaderamente importante. Por lo tanto, para dominar el arte del trabajo profundo, debes recuperar el control del tiempo y la atención, dos cosas que intentan robarte las muchas diversiones que nos rodean. Al reconocer la utilidad, incluso laboral, que la actividad en estas redes tiene en nuestros días, Newport no puede sino estar en contra de quienes propugnan el ausentarse completamente de ellas -lo que, en ciertos círculos viene llamándose tomarse un “año sabático” en internet-, defendiendo por el contrario, la opción, más realista, de su uso controlado, lo que supone que uno debe ser más estricto a la hora de permitir que un sitio web capte su atención y su tiempo (y, de paso, dé acceso a sus datos personales), lo cual implica que debe usar una menor cantidad de dichas herramientas. Se trataría, pues, de ponderar en cada caso las ventajas y los inconvenientes que tiene cada red social de cara al desarrollo personal y profesional propio y graduar la utilización de esa herramienta solo si las primeras superan significativamente a los segundos. Propone así abstenerse del uso de todas las redes durante treinta días, en una suerte de prueba piloto que permita, al cabo de ese tiempo, examinar si lo que se ha “perdido” por ese “anonimato” digital resulta realmente relevante para nuestros fines. Estaríamos, en último término, ante una estrategia para facilitar la reflexión acerca del uso que damos a nuestro tiempo libre, degradado de continuo por lo que, casi siempre, constituye un entretenimiento digital de bajo nivel

De ser así, de llegar a la constatación, como hace el autor (y como debería aceptar cualquiera que no se engañe a sí mismo), de que pasamos mucho tiempo de nuestras vidas -dentro y fuera del trabajo- en actividades insustanciales de muy escasa calidad, movidos como marionetas por empresas que se valen de todos los trucos de la psicología humana para mantener atrapado al usuario, abismados en sitios que funcionan como una muleta cognitiva para eliminar cualquier posibilidad de aburrirse (y que por ello resultan poderosamente adictivos), en unas prácticas peligrosas pues debilitan la capacidad general de nuestra mente de resistirse ante la distracción, y dificultan el trabajo profundo, que se hace más difícil tras su uso, cuando realmente queremos o nos vemos obligados a concentrarnos, no hay más remedio -y este es el sentido de la cuarta regla, Eliminar lo superficial- que proscribir la actividad superficial en los ámbitos de estudio y trabajo. En esta sección final del libro se ponen encima de la mesa cuestiones como la reducción de la jornada de trabajo para optimizar el tiempo de dedicación a la actividad laboral (muy pocas personas trabajan las ocho horas del día de manera constante […] Tener un menor número de horas laborales oficiales contribuye a eliminar la capa de grasa de la semana laboral típica. Cuando se dispone de menos tiempo para hacer el trabajo, se respeta más ese tiempo. La gente se vuelve más avara con su tiempo y eso es algo bueno, porque no lo gasta en cosas sin importancia. Cuando uno tiene menos horas, suele gastarlas con más cuidado); la conveniencia de planificar cada minuto de tu día, acomodando la jornada a una estructura previamente “diseñada”, decidiendo con antelación las actividades a realizar y sin dejar que la dupla del capricho interno y los requerimientos externos gobiernen tu programación diaria; la necesidad de establecer una hora (las cinco y media de la tarde en el caso del autor) a partir de la cual se deja de trabajar sin excusa alguna que lo impida; la utilidad de prácticas como hacer difícil el que puedas ser localizado -y por tanto interrumpido- en el tiempo de trabajo profundo o la del filtro de los remitentes, que “educa” a quienes envían correos o mensajes para que “depuren” el contenido de sus comunicaciones avisando de que, en otro caso, difícilmente recibirán una respuesta; y, en definitiva, la práctica de la productividad con programación fija, un hábito, basado en el orden y la organización, de amplio impacto en el rendimiento. 

En fin, son muchos los motivos por los que este Céntrate puede interesar al lector común y en especial a los jóvenes estudiantes (sobre todo en estos días de exámenes finales) y los trabajadores del conocimiento. Recalca Newport al término de su libro que su propuesta no pretende entrar en el debate entre los gruñones [que] se sienten vagamente incómodos al ver la cantidad de atención que la gente presta a sus smartphones, añorando los días en que la gente se concentraba sin prisas, y los hípsters digitales [que] equiparan esa nostalgia al anacronismo o al aburrimiento. Se trata -y aquí radica el principal atractivo de su ensayo- del reconocimiento pragmático de que la capacidad para concentrarnos es una destreza que permite hacer cosas valiosas. Estoy absolutamente convencido, como lo está el autor, de que alejarse de las masas distraídas y unirse a la minoría de trabajadores concentrados es una experiencia transformadora

Os dejo, tras un significativo fragmento del libro, con un tema musical delicado, recogido, plácido, sosegado, relajante, y por tanto muy propicio para la concentración que se defiende en sus páginas. Se trata de Nuvole bianche, uno de los títulos mayores del pianista italiano Ludovico Einaudi. 


El aumento de la necesidad de trabajar a fondo es nuevo. En las economías industriales había una pequeña clase de trabajadores cualificados y profesionales para los cuales era crucial trabajar a fondo, pero la mayoría de los trabajadores podían desempeñarse bien sin tener que cultivar la aptitud para concentrarse sin distracciones. Recibían un salario por manejar determinadas herramientas y el oficio prácticamente se mantenía sin cambios a lo largo de varias décadas. Sin embargo, al pasar a una economía de la información, un número cada vez mayor de personas son trabajadoras del conocimiento y trabajar a fondo se convierte en un elemento clave, aunque muchos todavía no son conscientes de esta realidad. 

Trabajar a fondo no es una destreza anticuada que se esté volviendo irrelevante. Por el contrario, es una aptitud crucial para cualquier persona que quiera avanzar en una economía de la información globalmente competitiva, que tiende a dejar de lado a aquellos que no ejecutan correctamente la tarea. Las compensaciones jugosas las obtendrán no las personas que se sienten cómodas usando Facebook (una tarea superficial, que se puede replicar fácilmente), sino aquellas que se sienten a gusto creando innovadores sistemas de distribución que rigen el funcionamiento del servicio (una tarea definitivamente profunda y difícil de replicar). Trabajar a fondo es tan importante que podemos considerarlo, parafraseando al autor de textos sobre negocios Eric Barker, «el superpoder del siglo XXI».

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Cal Newport. Céntrate

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