NUCCIO ORDINE. LA UTILIDAD DE LO INÚTIL; CLÁSICOS PARA LA VIDA
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el programa de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Hace siete días, y con la innecesaria excusa del convulso comienzo del curso académico, que desde mediados de septiembre ha ido produciéndose sucesivamente en las diferentes etapas educativas, abría en nuestro espacio una serie, que contará con un total de cuatro emisiones -bien que interrumpidas, por muy justificadas razones que por ahora no quiero revelar, por mi propuesta del miércoles próximo-, centrada en libros que, de modo directo y frontal o más oblicuo y tangencial, hablan de la escuela y la educación.
En la emisión precedente os presentaba el muy sugestivo ensayo de Gregorio Luri, La escuela no es un parque de atracciones, en el que se reflexionaba sobre el abandono o la condición subsidiaria a los que las modernas teorías pedagógicas -y lo que es más grave, las prácticas que de ellas se derivan- relegan los contenidos académicos, los conocimientos profundos y rigurosos, para sustituirlos por una especie de simplista e ineficaz ludismo que privilegia las innovaciones metodológicas en sí mismas, al margen de su más que dudosa eficacia, y entroniza las ahora pomposamente llamadas soft skills, las competencias “blandas”, las cuales, como debería resultar evidente para cualquier observador mínimamente informado, acaban por ser absolutamente ineficientes, irrelevantes y estériles si no cuentan con una base sólida -bien hard- de “saberes” sobre las que asentarse.
Pues bien, en esa misma lógica, pero con un enfoque, un propósito y un desarrollo distintos, más generales y no tan específicamente centrados en el ámbito educativo -aunque con una importante incidencia en él-, se inscribe mi doble propuesta de esta tarde. Por un lado, un librito apasionante que se publicó por primera vez en 2013 en Italia, el país del que es originario su autor, y también en España, y que desde esa fecha ha conocido innumerables reediciones, más de veinte en este momento en nuestro país, un logro inusitado para tratarse de un texto filosófico. Se trata de La utilidad de lo inútil, inequívoco título que permite anticipar la tesis que en él se defiende, escrito por el muy sabio Nuccio Ordine y presentado entre nosotros por la editorial Acantilado en traducción de Jordi Bayod y con el acompañamiento final de un pequeño ensayo de Abraham Flexner, La utilidad de los conocimientos inútiles, que complementa el texto del italiano. En segundo lugar, y del mismo autor, quiero hablaros también de Clásicos para la vida, que, publicado en la misma editorial y con idéntico traductor, apareció en 2017 cosechando, al igual que su predecesor, un gran éxito entre los lectores, con varias ediciones desde su presentación.
He calificado a Nuccio Ordine de sabio y el adjetivo es bien pertinente. Nacido en 1958, filósofo, experto en el Renacimiento y en Giordano Bruno, frecuente colaborador en los medios periodísticos, es, y tomo aquí la referencia de la nota biográfica con la que editorial presenta el libro, profesor de Literatura italiana en la Harvard University Center for Italian Renaissance Studies y del Alexander von Humbolt Stiftung, habiendo ejercido también como profesor invitado en diferentes Universidades norteamericanas (Yale, New York University) y europeas (EHESS, Ecole Normale Supérieure Paris, Paris-IV Sorbonne, Paris-III Sorbonne-Nouvelle, CESR of Tours, Institut Universitaire de France, Paris-VIII, Warburg Institute, Eichstätt University). Cuenta además, con un nutrido currículo que incluye infinidad de publicaciones, sobre todo de literatura, filosofía y educación, que han sido traducidas a muy diversos idiomas; con abundantes premios y reconocimientos (entre otros la Orden al Mérito de la República Italiana y la prestigiosa Legión de Honor francesa); y con un buen número de doctorados honoris causa en distintas Universidades de Italia, Francia, Brasil o Chile. Ordine es un pensador con una vastísima cultura, fundamentalmente en lo que se refiere a los clásicos literarios y filosóficos, una circunstancia que puede constatarse de un modo palpable en este La utilidad de lo inútil que ahora os presento.
La excepcional proclama en que el libro consiste -Ordine encabeza su obra con un explícito Manifiesto- parte de una constatación por lo demás evidente para cualquier observador, y en particular para quienes, como yo, se dedican profesionalmente a la enseñanza: la lógica del beneficio mina por la base las instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación, laboratorios, museos, bibliotecas, archivos) y las disciplinas (humanísticas y científicas) cuyo valor debería coincidir con el saber en sí, independientemente de la capacidad de producir ganancias inmediatas o beneficios prácticos. En este mundo productivista y “eficiente”, economicista y utilitario, en el que casi cualquier dimensión de nuestras vidas está, de un modo u otro, subordinada al rendimiento y el dinero, al beneficio y el éxito comercial, al interés y al poder, a lo lucrativo y la rentabilidad, en este brutal contexto que nos asfixia por doquier, resulta necesario -más aún, indispensable- defender la utilidad de los saberes que no producen resultados inmediatos, tangibles, constatables en las cuentas de resultados de gobiernos, empresas e instituciones (en particular las académicas). Y a esa noble tarea se entrega apasionada y rigurosamente el profesor italiano en su ejemplar estudio. Las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la música, el arte, la literatura, la poesía, la cultura, la enseñanza liberadora (no la roma y corta de miras de la repetición funcionarial, ni la atrevida y poco consistente que pretende desarrollar competencias para el mercado), la libre investigación, la imaginación, la curiosidad, la reflexión, el razonamiento y el pensamiento crítico, el profundo saber y el conocimiento verdadero, la filosofía, los nebulosos territorios del espíritu y la emoción, el lento fluir del tiempo, la indagación reposada en los ideales que definen la civilización, la dignidad, la verdad, la libertad, el amor, la amistad, la belleza, todos aquellos valores que no se pueden pesar y medir con instrumentos ajustados para evaluar la quantitas y no la qualitas, han de ser preservados, salvaguardados, defendidos, reivindicados; es más, han de constituir el horizonte último de nuestros afanes en la existencia.
El llamamiento apasionado que encierra La utilidad de lo inútil incorpora, también, una advertencia, un grito de alarma:
Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad.
Porque, sostiene Ordine, son precisamente las actividades que no sirven para nada [las que] podrían ayudarnos a escapar de la prisión, a salvarnos de la asfixia, a transformar una vida plana, una no-vida, en una vida fluida y dinámica, una vida orientada por la curiositas respecto al espíritu y las cosas humanas.
El planteamiento al que se acoge el autor en su breve tratado es fragmentario, hecho de aportaciones diversas, citas, pensamientos, reflexiones recogidas en años de lectura, investigación y docencia. No estamos, pues, ante un texto orgánico. Las tres partes del libro, cuyo contenido y alcance luego detallaré, se organizan en una cincuentena de capítulos muy cortos, alguno de ellos probablemente pensado para -y quizá publicado en- otros contextos; los cuales, en general, giran sobre un determinado autor sobre cuya obra se reflexiona a partir del eje temático principal que unifica el libro: la utilidad de lo inútil. Keynes y Vargas Llosa, Steiner y Foster Wallace, Dante, Petrarca y García Márquez, Stevenson, Baudelaire y Tomás Moro, Platón, Shakespeare y García Lorca… y Neruda y el Quijote y Aristóteles y Dickens y Ionesco y Hegel y Sócrates e Italo Calvino y Cioran y Victor Hugo y Tocqueville y Georges Bataille, entre otros muchos, en un desbordante elenco de destacados representantes de lo mejor de la cultura universal (son doscientas, aproximadamente, las referencias que se recogen en el índice bibliográfico final), pueblan, con una muy bien escogida selección de sus textos, todos muy elocuentes por sí mismos y comentados además con profundidad e inteligencia, un ensayo apasionante.
El libro, que sin contar el apéndice postrero supera apenas las cien cortas páginas, se estructura en tres grandes partes. La primera está dedicada al tema de la útil inutilidad de la literatura y es en ella en la que comparecen la mayor parte de los autores mencionados, en cuya obra ha espigado Ordine las alusiones a la trascendencia que los saberes aparentemente inútiles tienen en la conformación de una vida plena, guiada por los valores de la gratuidad y el desinterés y por el alejamiento del utilitarismo embrutecedor. En los veintiséis sucintos capítulos de esta sección, cada uno de ellos dedicado casi monográficamente a la glosa de un autor a partir de las muy oportunamente escogidas citas de su obra, se defiende con pasión el gozo del conocimiento en sí mismo, del saber sin propósito utilitario ni aspiración al beneficio, ajeno a las leyes del mercado y del lucro, la necesidad de la cultura, la literatura y las humanidades, de todo aquello que permite el desarrollo de las ideas y los valores que, en fin, nos constituyen y representan la verdadera esencia de lo más noble de la humanidad: democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, esos valores, se lamenta el autor, que hoy se consideran contracorriente y pasados de moda.
La segunda parte centra su atención en el campo de la enseñanza, la investigación y la cultura, indagando en los muy dañinos efectos que en esos dominios ocasiona el sometimiento a la lógica del beneficio, denunciando el intolerable declive de los clásicos, del latín y griego, de las disciplinas humanísticas -también de las correspondientes a la ciencia “no aplicada”-, en los estudios escolares y reivindicando su necesaria presencia en los planes de estudio. Rebate Ordine los míseros argumentos de los nuevos gestores de la enseñanza, preocupados -y el interés en sí resulta noble, aunque sea errado el modo de darle satisfacción- por la inserción laboral de nuestros jóvenes, a los que desde el sistema educativo -sostiene la ortodoxia educativa imperante- habría que proporcionarles las competencias -prácticas, eficaces, productivas- que les permitieran encontrar y conservar un trabajo. ¿Para qué enseñar las lenguas clásicas -se pregunta de modo retórico en relación con el latín y el griego- en un mundo en el que ya no se hablan y, sobre todo, no ayudan a encontrar trabajo?, para responder con un texto de Antonio Gramsci de 1932 que no me resisto a transcribir:
En la vieja escuela el estudio gramatical de las lenguas latina y griega, unido al estudio de las literaturas e historias políticas respectivas, era un principio educativo en la medida en que el ideal humanista, que se encarnaba en Atenas y Roma, estaba difundido en toda la sociedad, era un elemento esencial de la vida y la cultura nacional. […] Las nociones aisladas no eran asimiladas para un fin inmediato práctico-profesional: el aprendizaje parecía desinteresado, porque el interés era el desarrollo interior de la personalidad. […] No se aprendía el latín y el griego para hablarlos, para trabajar como camareros, como intérpretes, como agentes comerciales. Se aprendía para conocer directamente la civilización de ambos pueblos, presupuesto necesario de la civilización moderna, o sea, para ser uno mismo y conocerse a uno mismo conscientemente.
En este apartado del libro, formado por diecisiete capítulos, también muy breves, se defiende la necesidad de que en los institutos y centros universitarios se lean íntegros los grandes textos fundacionales de la cultura occidental; se reivindica el carácter vocacional de la enseñanza, vinculado a la consideración de la educación como una forma de seducción; se sostiene la imprescindibilidad de la pasión y el amor por el conocimiento de los profesores; se responde, con ayuda de una divertida anécdota de Euclides, contada por Estobeo, a la engañosa pregunta ¿Qué se gana con un teorema?; entre otras enjundiosas e interesantes cuestiones. Al cierre de esta reseña os ofrezco un texto de esta sección del libro en el que se alerta sobre la preocupante rebaja del nivel de exigencia de la enseñanza y su consiguiente peligrosa infantilización, debidas, entre otras causas al sometimiento de la educación a intereses financieros.
En la tercera y última parte, de menor extensión que las dos anteriores, se da la voz a los clásicos, con sus valiosas aportaciones en tres dominios -la dignitas hominis, el amor y la verdad- en los que el dinero, el sometimiento a las leyes del mercado, la obsesión utilitarista y el afán por el poseer pueden resultar devastadores en tanto que los tres constituyen el vivo y fecundo ejemplo de cómo los saberes, las actitudes y los comportamientos desinteresados revelan de manera ejemplar lo mejor de nuestra naturaleza. Aquí podemos encontrarnos, en textos muy significativos, con Séneca y Pico della Mirandola; con Montaigne y Saint- Exupéry; con la ejemplar historia del caballero Rinaldo recogida por Ariosto en el Orlando furioso y recreada por Cervantes en El curioso impertinente, una de las narraciones intercaladas en el Quijote; con Rilke, Diderot y Platón; con Giordano Bruno y con el Decamerón de Boccaccio; también con Demócrito, cuyo retrato, pintado por Velázquez en torno a 1628, se reproduce en la portada del libro; el relato, extraído de una colección de cartas atribuida a Hipócrates, de la supuesta locura del filósofo griego, en el que se “explica” la recurrente propensión a la risa de Demócrito, resulta ejemplar en lo que tiene de defensa de la dignitas hominis.
Además, y como coda a su exposición, Ordine adjunta un también corto ensayo, de título ya mencionado, La utilidad de los conocimientos inútiles, escrito por Abraham Flexner en 1937 y publicado de nuevo, con retoques, en 1939. Flexner fue un científico y pedagogo, miembro fundador, como Einstein y Oppenheimer, del Institute for Advanced Study de Princeton. En su estudio -muy volcado hacia el ámbito de la ciencia, en una muestra de la absurda oposición entre saberes humanísticos y científicos- explica cómo las grandes investigaciones científicas teóricas, no guiadas por la intención práctica, acaban por derivar en aplicaciones -desde las telecomunicaciones a la electricidad- de fundamental relevancia para el género humano.
Casi sin tiempo ya, quiero recomendaros de modo entusiasta, sin poder detenerme demasiado en la exposición de las muchas razones que justifican mi enfervorizada propuesta, Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal, otra obra de Nuccio Ordine de lectura indispensable. El libro se abre con un estudio preliminar, de apenas cuarenta páginas, en el que se establecen las premisas que lo guían, similares, en lo esencial, a las ya reseñadas a propósito de La utilidad de lo inútil: la fértil pervivencia de los clásicos, lo aconsejable de su presencia en los planes de estudio, el rechazo a los planteamientos mercantilistas que hoy devalúan el sistema educativo, el radical cuestionamiento de la ciega entrega de la escuela a la nueva pedagogía digital, de su deriva empresarial, el valor insuperable de la figura del profesor, del maestro, capaces -si son excelentes y no meros burócratas desapasionados- de cambiar las vidas de su alumnos mostrándoles la infinita multiplicidad del mundo, entre otras poderosas ideas que constituyen el núcleo central del pensamiento de Ordine sobre estos asuntos. Sus palabras, salpicadas, como en el libro anterior, con numerosas citas de escritores y filósofos (son especialmente conmovedores, entre ellas, la transcripción del intercambio epistolar entre Camus, recién premiado con el Nobel, y su maestro de primaria, o las reflexiones sobre el poema Ítaca, de Cavafis), resultan una vez más, esclarecedoras y estimulantes, y, a mi juicio, debieran constituir lectura obligada para cualquier profesional de la enseñanza, especialmente para quienes tienen la exigencia política de gestionarla.
El cuerpo principal de la obra lo constituye la selección, impecable, de cincuenta fragmentos de otros tantos grandes autores clásicos, a los que de manera muy sucinta -un par de páginas en la mayor parte de los casos- el antólogo incorpora algunas notas significativas, profundas glosas, interesantes comentarios, en los que su inteligencia y su sensibilidad resaltan enfoques, ideas, explicaciones, siempre sabias, que amplían los ecos de unos textos ya de por sí cautivadores. Confiesa Ordine en su estudio preliminar que durante más de quince años leía en clase a sus estudiantes, una vez por semana, citas de obras en verso o en prosa no necesariamente vinculadas al programa de la asignatura que imparte. Esa experiencia, muy fructífera, se prolongó, por así decirlo, en una columna, de título ControVerso, en el semanario Sette, del Corriere della Sera, en el que fueron apareciendo algunos de esos fragmentos acompañados de las reflexiones del filósofo y profesor sobre los temas evocados en los textos. Clásicos para la vida compila varias decenas de esos textos, los aparecidos en el suplemento entre septiembre de 2014 y agosto de 2015. Hay páginas memorables, como las dedicadas a Ciudadela, de Antoine de Saint-Exupéry, que se relaciona con el amor, la posesión y la violencia contra las mujeres; El mercader de Venecia, de William Shakespeare, un drama en el que una mención a la música encierra una invitación para buscar la esencia de la vida en las actividades -la cultura- que ennoblecen el espíritu; El mercado de piazza Navona, de Giuseppe Gioachino Belli es la ocasión para hablar de la importancia de los libros; el Banquete, en el que Platón nos habla de la relación “erótica” en la que consiste, en gran parte, la educación, así como de la laboriosa conquista que supone el saber, el conocimiento, en un planteamiento opuesto al infantil hedonismo que propugnan algunas nuevas pedagogías; Los Buddenbrook. Decadencia de una familia, la gran obra de Thomas Mann, con su crítica a los empresarios y políticos corruptos que, ávidos de ganancias, falsean las cuentas y estafan y pisotean la justicia; las Memorias de Adriano, la obra maestra de Marguerite Yourcenar, permite a Ordine hablar de la importancia de las bibliotecas; en el fragmento de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Johann Wolfgang Goethe, aflora una vez más la tesis principal de la utilidad de lo inútil; el conmovedor poema Tal vez mi última carta a Memet, del poeta turco Nazim Hikmet encierra un emotivo mensaje de humanidad.
Y está Mendel el de los libros, de Stefan Zweig; y El hacedor, de Jorge Luis Borges, con el hilarante pasaje del mapa idéntico al territorio que representa; y la archiconocida Canción de Navidad, de Charles Dickens; y de nuevo el Quijote y Las aventuras de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe y otra vez Antoine de Saint-Exupéry, ahora con un evocador pasaje de El principito, y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Y de La cena de las Cenizas, de un Giordano Bruno en el que Ordine es especialista, se recoge un texto que defiende la importancia del esfuerzo, al margen de la meta; la relación entre las palabras y las cosas se analiza en el comentario a las Poesías juveniles, de Rainer Maria Rilke; Si esto es un hombre, de Primo Levi, nos lleva al horror de Auschwitz y a la cotidianidad de las mujeres que se saben condenadas a las cámaras de gas y que, sin embargo, lavan las ropas de sus pequeños y las tienden al sol y siguen dándoles amorosamente de comer…
Y cómo dejar de citar a Boccaccio; y a la excepcional Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; y a Gracián; y a Rabelais y al inevitable Montaigne, tan sabio, tan humano, tan cercano; y a Jonathan Swift y Molière, a Plauto y Homero, a Balzac y Flaubert; y el bellísimo Amor, de Guy de Maupassant; e Italo Calvino y Montesquieu y Pessoa; y el erotismo de El sueño, de John Donne; y Stuart Mill y su precursor texto sobre las mujeres; y el Cyrano de Bergerac, la bien conocida obra de Rostand, de la que se selecciona un magnífico texto sobre el beso; y Campo di Fiori, en el que Czesław Miłosz, evoca, melancólico, la tragedia del gueto de Varsovia; y, por fin, el alegato final de Einstein, Sobre la educación.
Dos libros, pues, La utilidad de lo inútil y Clásicos para la vida, de lectura absolutamente necesaria. No lo dudéis, compradlos y degustar, lenta, demoradamente, la mucha sabiduría que su autor, el maestro Nuccio Ordine, ha logrado encerrar en ellos.
Hay alguna explícita referencia musical en los libros, pero he preferido dejaros aquí, como acompañamiento musical a mi reseña, con un tema ajeno a ellos pero que recrea un pasaje de una obra clásica sí mencionada en ambos textos, la Odisea de Homero. Se trata de Calypso, una canción de Suzanne Vega que tiene como protagonista a la ninfa del mismo nombre que acoge a Ulises en una de las etapas de su viaje.
Antes de pasar a leer algunas páginas de los grandes clásicos de la literatura, quisiera detenerme un momento en los efectos catastróficos que la lógica del beneficio ha producido en el mundo de la enseñanza. Martha Nussbaum, en su hermoso libro Sin fines de lucro, nos ha proporcionado hace poco un elocuente retrato de esta progresiva degradación. En el curso de la última década en buena parte de los países europeos, con alguna excepción como Alemania, las reformas y los continuos recortes de fondos financieros han trastornado —sobre todo en Italia— la escuela y la universidad. De manera progresiva, pero muy preocupante, el Estado ha iniciado un proceso de retirada económica del mundo de la enseñanza y la investigación básica. Un proceso que ha determinado también, en paralelo, la secundarización de las universidades. Se trata de una revolución copernicana que en los próximos años cambiará radicalmente la función de los profesores y la calidad de la enseñanza.
Casi todos los países europeos parecen orientarse hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad, en un intento (ilusorio) de resolver el problema de los que pierden el curso. Para lograr que los estudiantes se gradúen en los plazos establecidos por la ley y para hacer más agradable el aprendizaje no se piden más sacrificios sino, al contrario, se busca atraerlos mediante la perversa reducción progresiva de los programas y la transformación de las clases en un juego interactivo superficial, basado también en la proyección de diapositivas y el suministro de cuestionarios de respuesta múltiple.
Pero hay algo más. En Italia, donde el problema de los que pierden el curso alcanza dimensiones preocupantes, las universidades que logran el objetivo de graduar un estudiante en los años previstos por la ley reciben el premio de una financiación ad hoc. Los centros que, por el contrario, no satisfacen los protocolos ministeriales sufren sanciones. De este modo, si se matriculan mil estudiantes en el año 2012, mil graduados deberán tener su título al final del trienio. Una aspiración noble y legítima si a los legisladores, además de la quantitas, les interesara también la qualitas. Por desgracia, sin embargo, renunciando a evaluar con qué competencias reales concluyen su ciclo de estudios los nuevos titulados, el mecanismo en acto se transforma en una estratagema que empuja a las universidades —cada vez más comprometidas por la penuria de fondos en la búsqueda poco escrupulosa de subvenciones— a hacer lo imposible para producir nuevas hornadas de titulados.
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Nuccio Ordine. La utilidad de lo inútil
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