Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 19 de junio de 2013

JONATHAN COE. LA LLUVIA ANTES DE CAER

Hola, buenos días. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el programa de Radio Universidad de Salamanca en el que cada miércoles os ofrecemos una espero que interesante recomendación de lectura. Esta mañana os traigo una excepcional novela, muy intimista y melancólica, que rompe por ello con la trayectoria de su autor, el británico Jonathan Coe, que se ha desenvuelto hasta ahora en unos registros más bien alegres, joviales y humorísticos. La novela, la penúltima de su autor publicada en España por Anagrama, se titula La lluvia antes de caer. La traducción corresponde a un asiduo de la editorial, Jaime Zulaika.

El libro se abre con la triste noticia que recibe en su casa una mujer madura, Gill, casada y con dos hijas. Una llamada telefónica comunica a Gill que su tía Rosamond, hermana de su madre, acaba de morir a los setenta y tres años. Gill se desplaza hasta Oxfordhire, en donde vivía la tía fallecida, para asistir al funeral. Una conversación con la doctora May, que atendía a la tía Rosamond, y una breve estancia en la ahora deshabitada casa de ésta, llevan a Gill a pensar que la mujer, gravemente enferma, ha puesto fin a sus días voluntariamente. En su vivienda, la sobrina encuentra algunas cintas magnetofónicas y una nota póstuma de la muerta: las cintas están destinadas a una casi desconocida, Imogen, una pariente lejana de la que Gill guarda un vago recuerdo, pues más de veinte años atrás, cuando Imogen contaba sólo siete, coincidió con ella en la fiesta del quincuagésimo aniversario de su tía. Desde entonces, la niña, una encantadora niña ciega, había desaparecido de la vida de la familia y sólo ahora, en el legado postrero de tía Rosamond, vuelve a aparecer. Además, el testamento de ésta señala que dos tercios de sus bienes serán para sus dos sobrinos, la propia Gill y su hermano David, y el último tercio para la misteriosa Imogen. El mensaje de su tía encomienda a Gill, además, la búsqueda de la niña hace tanto tiempo desaparecida -que ya no es tan niña, pues han pasado veintitrés años- y la entrega a ésta de las cintas. Gill sólo podrá escucharlas si no encuentra a la joven. Ayudada por sus dos hijas, que aportan sus conocimientos de las modernas herramientas informáticas, Gill intenta dar con el paradero de Imogen, pero su pesquisa resulta infructuosa. Se decide, pues, a escuchar las grabaciones, cuatro cintas de noventa minutos cada una, arropada, para tan trascendente acto, por la cariñosa curiosidad de sus hijas.

El núcleo central de la novela, doscientas páginas de sus doscientas cincuenta totales, lo constituye la transcripción de esas cintas. En ellas, la tía Rosamond describe y comenta una veintena de fotografías, escogidas de entre las más significativas de su propia vida, para que Imogen, que os recuerdo, es ciega y no podrá verlas, pueda conocer los momentos determinantes de la existencia de Rosamond, una existencia que está también profundamente imbricada en la suya propia. Y así, capítulo a capítulo, fotografía a fotografía (hay también alguna postal), Rosamond va dejándose llevar por sus recuerdos, por sus evocaciones, por sus emociones revividas, por su memoria fragmentaria pero a la vez muy precisa y minuciosa, y va casi sin quererlo -y aquí es donde entra la maestría del autor, de Jonathan Coe- desgranando no sólo la historia de una vida, la suya, sino la de distintas mujeres de la familia a lo largo de varias generaciones. Desde la primera foto, de 1938 ó 1939, hasta la última, en los años ochenta del pasado siglo, se desarrolla una existencia singular, la de la tía Rosamond, pero en realidad, la novela da cuenta de toda una saga familiar en la que no faltan afectos, pasiones, frustraciones, tragedias, emociones, dolor, intensidad, debilidades, abandonos. Una saga familiar muy inteligente y sugestivamente narrada, con una escritura que nos aboca a una lectura arrebatadora, apasionante y que nos adentra en las interioridades de unos seres humanos muy poderosamente descritos, unos personajes con carne, con vida, la antítesis de tanto espantapájaros sin profundidad que hoy, por desgracia, puebla infinidad de novelitas sin enjundia. Leyendo La lluvia antes de caer, aprendemos mucho de la naturaleza humana, de la sensibilidad femenina, de las genuinas emociones de las personas, pero conocemos, además, no de modo principal pero sí con bastante detalle, toda una época, la guerra mundial en Inglaterra, la evolución de las costumbres en nuestras sociedades, en fin, el mundo en estos últimos setenta años.

No dejéis de leer La lluvia antes de caer, escrito por Jonathan Coe y publicado por la editorial Anagrama, del que ahora os dejo un fragmento en el que se contiene la esencia de su título. No dejéis de leerlo porque se trata de un libro formidable que os reportará momentos de intensidad y placer extraordinarios.
Aprovechando la excusa de la lluvia, un canción que la tiene como protagonista, real y metafórica. Here comes the rain again, el clásico de Eurythmics.


Me uní a ellas, pero Rebecca no se volvió cuando oyó pasos en el guijarral. Hizo visera con las manos, miró hacia las montañas y dijo: Mira qué nubes. Va a haber tormenta si vienen hacia aquí. Thea escuchó el comentario (siempre se daba cuenta en seguida de los cambios de humor, y a mí nunca dejaba de sorprenderme lo sensible que era, lo pendiente que estaba de los sentimientos de los adultos), y eso la llevó a preguntar: ¿Por eso estás triste? ¿Triste?, dijo Rebecca volviéndose. ¿Yo? No. No me importa que llueva en verano. Hasta me gusta. Es mi lluvia favorita. ¿Tu lluvia favorita?, dijo Thea. Recuerdo que frunció el ceño sopesando aquellas palabras, y luego exclamó: Pues la mía es la lluvia antes de caer. Rebecca se sonrió al oír aquello, pero yo dije (en plan pedante, supongo): Pero, cielo, antes de caer, en realidad no es lluvia. Y Thea me dijo: ¿Y entonces qué es? Y yo le expliqué: Pues es sólo humedad, humedad en las nubes. Thea bajó la vista y se concentró una vez más en escoger los guijarros de la playa; cogió dos y se puso a golpearlos uno contra otro. Parecía que el ruido y la sensación le gustaban. Yo seguí: ¿Entiendes entonces que no existe la lluvia antes de caer? Tiene que caer para que sea lluvia. Era una tontería explicarle aquello a una niña pequeña; casi me arrepentía de haber empezado. Pero, por lo visto, Thea no tenía ningún problema en captar la idea; más bien al revés, porque al poco rato se quedó mirándome y meneó la cabeza con gesto de pena, como si discutir aquellas cosas con una idiota estuviera poniendo a prueba su paciencia. Ya sé que no existe, dijo, por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no? Luego echó a correr hacia el agua sonriendo abiertamente, encantada de haberse salido con la suya gracias a su propia lógica.


No hay comentarios: