Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 29 de mayo de 2013

ANTONI MARÍ. EL VASO DE PLATA

Hola, buenos días, bienvenidos a Todos los libros un libro. Como todos los miércoles a esta hora, Radio Universidad de Salamanca os ofrece una nueva recomendación de lectura con la intención de despertar vuestro interés y estimular vuestra curiosidad por algún libro especialmente destacado o significativo. Hoy os traigo una novela, una muy breve novela, aunque al pronunciar esta palabra casi me freno, porque no estoy del todo seguro de que El vaso de plata, pues ése es su título, sea en realidad una novela, pues quizá se trate de un libro de cuentos, o una mera sucesión de fragmentos aislados, claramente relacionados entre sí, con un núcleo común, pero que no pretenden, como probablemente constituya la intención de toda narración novelística, contarnos una historia, un relato en el que destaquemos con cierta nitidez un planteamiento, un nudo y un desenlace. Pero quizás quienes ahora me escuchan podrán decir -y aquellos que así lo hagan tendrán razón- que una concepción tan rígida, tan estrecha de la novela, ya ha pasado a la historia y que hoy se encuadran en este género propuestas muy diversas, con muy diferentes planteamientos y enfoques. Novelas escriben Eduardo Mendoza y Javier Marías, Paul Auster y el alemán Sebald, novelas son las del sudafricano Coetzee, o Rayuela o Soldados de Salamina o tantas otras tan distintas entre sí…
 
En fin, dejemos atrás las estériles discusiones sobre nomenclatura y vayamos con el libro de hoy. Su título es, como os acabo de mencionar, El vaso de plata y su autor, el ibicenco, catedrático de Teoría del Arte, Antoni Marí. El libro, que cuenta con un interesante prólogo de Ignacio Martínez de Pisón, está publicado por la ejemplar editorial Libros del Asteroide, que con este título inauguró, en 2008, una nueva colección, denominada Huellas de ida y vuelta, con la que pretendía recuperar textos que ya habían visto la luz en el pasado (este El vaso de plata apareció por primera vez en 1991 en catalán y un año después en castellano), pero que habían caído en el olvido, pese a su calidad, por lo que la editorial decidió rescatarlos. Como señala el propio editor en una breve nota al final de la obra: Se trata de impulsar una nueva edición de libros que nos han gustado, que recordamos, con los que hemos disfrutado y que deben volver para no marcharse jamás. La iniciativa se complementó con una propuesta paralela, que lleva el nombre de Librerías con huella. Librerías con huella es el resultado de la asociación de unas librerías de España que tienen características similares, que cuentan con un denominador común, en tanto que son librerías independientes, es decir sin vínculos con instituciones o cadenas, y que están dirigidas por sus propietarios, personas con experiencia en el mundo del libro; al mismo tiempo son hoy establecimientos modernos, que comparten una voluntad de ser librerías de vanguardia, activas, con presencia en las ciudades en las que se encuentran y con un compromiso cultural con la sociedad. Valladolid, Málaga, Santander y Oviedo cuentan con algunas de estas librerías que, en palabras de sus creadores, nacen con la intención de poner en común los medios, la experiencia y las energías que permitan añadir al mero concepto de comercio que vende libros unos valores añadidos que han de percibirse tanto en la calidad del servicio que se presta al cliente, como en una aportación efectiva a la cultura, a la educación y al fomento de la lectura.
 
Pero centrémonos en el libro, porque con tantos preliminares hoy apenas voy a poder ofreceros más que algunas pinceladas en esta reseña casi siempre apurada. Sabed pues, en una síntesis muy sucinta del libro, que en El vaso de plata se nos ofrecen, en dos secciones claramente definidas, de siete capítulos cada una de ellas, obras de misericordia corporales la primera (dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento y así sucesivamente) y obras de misericordia espirituales la segunda (enseñar al que no sabe, dar buen consejo a quien lo ha de menester y siguientes), se nos ofrecen, digo, diversos episodios, aparentemente aislados, de la primera juventud, de un personaje, Miguel, trasunto claro del propio autor, y de su vida familiar con sus hermanos y sus progenitores, singularmente el padre, un algo estricto registrador de la propiedad.
 
A través de la experiencia de su personaje, y en cien escasas páginas, Antoni Marí nos traslada, de un modo magistral, lleno de lirismo y poesía, de ternura y sensibilidad, al irrecuperable -salvo en el recuerdo y, por supuesto, en la literatura- territorio de la infancia y la adolescencia, de las de cualquiera de nosotros -he ahí el alcance universal de las obras de arte-, mediante el recordatorio de algunos momentos “privilegiados” que, mientras se producen, y de un modo imperceptible, están forjando nuestro carácter, constituyendo nuestra personalidad, formando nuestro espíritu. Momentos en cierto modo iniciáticos, que todos hemos vivido y que muchos años después, cuando el tiempo ya ha completado su inclemente labor de zapa, irremisiblemente adultos, evocamos con añoranza y melancolía. La nostalgia de las excursiones dominicales, la desolación por la muerte de un amigo, el trastorno de los sentidos al viajar por primera vez lejos de casa, el vértigo que provoca el riesgo de una travesura, la ebriedad de los primeros días de vacaciones, son, como indica la propia editorial en su nota divulgativa, algunas de estas situaciones que, con delicadeza y dulzura, Marí pone ante nuestros ojos forzosamente emocionados. También, el entierro de la abuela, las reuniones familiares, el cuarto de las ratas, las lecturas del abuelo, el descubrimiento de la música clásica, el nacimiento de la amistad...
 
No hay tiempo para más, insisto, pero dejadme deciros, antes de leeros un fragmento del libro en el que podéis encontrar algunas muestras muy significativas, a mi juicio, del estilo, de la atmósfera, de la intención de la novela, que El vaso de plata encierra entre sus breves páginas, grandes dosis de ternura y humor, de sencillez y evocación nostálgica del pasado, de claridad y precisión literarias, de, en definitiva, belleza, en un relato fragmentario pero aun así homogéneo sobre el nacimiento a la edad adulta, la formación de la propia identidad, la construcción de la conciencia moral. Leedlo, no os va a defraudar. Esta evocación nostálgica de la juventud perdida está presente también en Fotograph, la canción de Nickelback en la que las fotografías permiten al narrador recuperar su pasado.
 
 
Siempre me había gustado, sobre todo cuando no había nadie en casa, abrir los cajones de armarios, roperos, cómodas y escritorios y buscar en ellos, encontrar vestigios y establecer analogías. Sólo lo hacía cuando me quedaba solo en casa y tenía la absoluta seguridad de que nadie me importunaría en aquella exploración secreta e inconfesable. En mis pesquisas encontraba fotos de cuando era yo pequeño o de cuando mis padres eran novios, el anillo del bautizo, retratos antiguos, recordatorios, amuletos, mil cosas que me parecían mágicas porque ocupaban lugares mentales, como de otro orden y de otro nivel distinto al de la realidad. A veces cambiaba de lugar aquellos pequeños tesoros para averiguar si alguien más que yo conocía su existencia. En muchas ocasiones permanecían en el mismo lugar que los había dejado; entonces, aquellos objetos adquirían un significado oscuro y un aura enigmática y establecía con ellos una relación de complicidad que me proporcionaba una gran satisfacción. Eran como presencias de otra realidad. Como seres mágicos cargados de reminiscencia.
 
Un día en que estaba solo en casa aproveché para satisfacer aquella íntima curiosidad. Entré en el cuarto del abuelo, abrí el ropero y los dos cajones de la parte inferior del mueble; en uno de ellos había pañuelos, y en el otro, calcetines: nada particular. Todo lo que había olía a detergente y estaba desprovisto de cualquier poder evocador. Cosas encerradas en sí mismas, incapaces de mostrar lo que realmente eran.
 
Cerré el armario decepcionado y reparé en la mesilla de noche. Era alta, de caoba muy oscura, con una minúscula repisa adornada con pequeñas flores modernistas en la que se mezclaban los objetos más dispares: un reloj despertador, un termómetro, un calendario, una novela, un pequeño bloc de notas, una dentadura postiza en una taza con agua… Abrí el cajón superior y una aroma infinitesimal salió de su interior, un olor húmedo, como muy antiguo, de azafrán y linimento, mezclado con otro olor indescifrable, de fruta en descomposición, agrio, dulzón y penetrante. Me gustó aquel olor, que parecía familiar y próximo y a la vez exótico y lejano.


miércoles, 22 de mayo de 2013

MARY ANN SHAFFER Y ANNIE BARROWS. LA SOCIEDAD LITERARIA Y EL PASTEL DE PIEL DE PATATA DE GUERNSEY

Hola, buenos días. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Esta mañana os traigo una novela que no es, ciertamente, una obra maestra de la literatura, aunque, a mi juicio, sí se trata de un libro estimable, original y bien escrito, con un argumento muy interesante, basado en parte en hechos históricos para mí hasta ahora desconocidos, un libro muy entretenido, fácil de leer, y lo digo como elogio, un libro, en suma, mucho más que digno al que merece la pena dedicar nuestra atención. Si a ello le añadimos el que en sus numerosas ediciones en muy diversas lenguas ha cosechado un éxito extraordinario, entenderéis que hoy quiera recomendaros su lectura. El título de la novela es algo extenso y peculiar, de modo que resulta de muy fácil identificación si os acercáis a una librería en su procura. Se trata de La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey, siendo su autora la norteamericana Mary Ann Shaffer, aunque la redacción definitiva del texto correspondió, tras su muerte en 2008, a su sobrina Annie Barrows. El libro, firmado por ambas, ha sido publicado por la editorial RBA en traducción de Sandra Campos. Y girando su trama, como tendréis ocasión de comprobar, sobre la lectura y sus placeres, su presencia en nuestro espacio cuando está tan reciente aún el recuerdo de la Feria del Libro en nuestra ciudad resulta especialmente oportuna.
 
En la segunda guerra mundial, la islas del Canal de la Mancha, entre ellas la de Guernsey en la que se desenvuelve la acción de la novela y que figura en su título, fueron ocupadas por el ejército nazi que, tras conquistar Francia, se disponía al asalto de Gran Bretaña. La circunstancias en las que tuvo lugar la invasión de las pequeñas islas, el territorio británico más cercano al continente europeo, forman parte de esa pequeña historia que no suele ocupar ni siquiera un renglón en los libros de texto, en los tratados de Historia con mayúsculas, en los relatos oficiales sobre las gestas bélicas, sobre los grandes movimientos de tropas, sobre las estrategias militares decisivas, pero que, al igual que cualquier otro acontecimiento que toca a la vida de las gentes, y más cuando se desarrolla en medio de una contienda atroz, son esenciales, al menos para las existencias de quienes las viven, para unas vidas que desde un hecho así, la súbita irrupción en sus rutinas cotidianas de un ejército enemigo, ven cambiadas para siempre las coordenadas a las que se ajustaba su acostumbrado habitar en el mundo.
 
Tras un encuentro casual con los vigilantes del ejército alemán, una noche, en pleno toque de queda, algunos isleños, para huir del más que previsible castigo por no respetar la imposición que les exigía permanecer encerrados en sus casas, inventan sobre la marcha la existencia de un supuesto club de lectura de nombre estrambótico, repentizado espontáneamente entre el nerviosismo del momento: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey. A partir de ese hecho inaugural, y obligados por la necesidad de mantener la ficción urdida en aquella noche aciaga, deciden constituir efectivamente un círculo de lectura. Algunos de los más representativos pobladores del lugar, sin ningún vínculo previo que los uniera a la literatura, sin ninguna capacidad ni hábito lectores, empiezan a adentrarse, de un modo algo estrafalario y singular, autodidacta e improvisado, en el universo de los libros.
 
Terminada la guerra, en 1946 -la novela se desarrolla a lo largo de nueve meses, entre enero y septiembre de ese año-, una escritora de un relativo éxito, Juliet Ashton, entra en contacto por casualidad con algunos de los lugareños de Guernsey, empieza a interesarse por sus personalidades, primero, por la singular sociedad constituida para burlar a los nazis, después, y, más adelante, por la historia, trágica, conmovedora y humanísima que había tenido lugar en la isla durante la terrible contienda mundial.
 
Narrada a través de una estructura epistolar, pues la novela se organiza a partir de una sucesión de cartas que se cruzan los distintos personajes, La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey ofrece muchos puntos de interés: el meramente histórico, que nos permitirá conocer un fragmento casi ignorado de la segunda guerra mundial; el humano, con una serie de personajes entrañables, que rebosan ternura y encanto, a los que inevitablemente se coge cariño; el literario, con la presencia de algunas obras significativas de la literatura universal que, junto a otras de menor calado o directamente paupérrimas, escogen para sus lecturas los miembros de la comunidad ‘ilustrada’ de la isla; el moral, con la reivindicación, siempre en voz baja y sin molestos énfasis, de los valores humanísticos más genuinos, la amistad, la sencillez, la solidaridad, la convivencia pacífica, la entrega a los demás…
 
Leed esta muy agradable novela que, como os digo, no pasará a la historia de la literatura, pero sí os hará reflexionar, enterneceros, disfrutar… Y no es poco, en estos tiempos de basura televisiva, de zafiedad ‘ambiental’, de obsceno dinero y rudo comercio y negocios sucios y crisis… encontrarse una pequeña obrita deliciosa que nos permita alejarnos del ruido mundano y alojarnos, por unas horas, en el territorio espléndido de las buenas intenciones y las historias amables y los personajes positivos.
 
Buscando canciones vinculadas, aunque fuera indirectamente, al universo literario, he encontrado esta Librarian, de My Morning Jacket, en la que el protagonista flirtea entre libros con una atractiva bibliotecaria. Con su escucha nos despedimos hasta dentro de siete días.
 
 
Estimada señorita Ashton. Me llamo Dawsey Adams y vivo en una granja en la parroquia de St. Martin’s Parish en Guernsey. La conozco porque tengo un viejo libro que una vez le perteneció, Ensayos escogidos de Elia, de un autor que en la vida real se llamaba Charles Lamb. Encontré su nombre y dirección escritos en la cubierta interior del libro.
 
Seré claro: me encanta Charles Lamb. El libro dice Ensayos escogidos, así que supongo que debe de haber escrito otras cosas entre las que escoger. Me gustaría leerlo, pero a pesar de que los alemanes ya se han ido, no ha quedado ni una librería en Guernsey.
 
Querría pedirle un favor. ¿Puede mandarme el nombre y la dirección de alguna librería de Londres? Me gustaría pedir por correo más libros de Charles Lamb. También querría preguntar si alguien ha escrito alguna vez la historia de su vida, y si lo han hecho, si me pueden mandar un ejemplar. Debido a su brillante y aguda inteligencia, creo que el señor Lamb debe de haber tenido una vida muy triste.
 
Charles Lamb me hizo reír durante la Ocupación alemana, sobre todo cuando escribió eso del cerdo asado. La Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey nació por un cerdo asado que tuvimos que esconder de los soldados alemanes, así que me siento cercano al señor Lamb.
 
Siento molestarla, pero todavía lo sentiría más si no conociera nada de él, ya que su obra me ha hecho considerarle amigo mío.
 
Espero no haberla molestado. Dawsey Adams

miércoles, 15 de mayo de 2013

HELENE HANFF. 84, CHARING CROSS ROAD


Londres, 10 de septiembre de 1951
 
Querida:
 
¡Es una tiendecita antigua y encantadora, que parece salida directamente de las páginas de una novela de Dickens! ¡Te chiflará cuando la veas!
 
Tienen fuera unos expositores, y me paré a hojear unas cuantas cosas simplemente para asumir la apariencia de una amante de los libros antes de pasar al interior. Dentro está oscuro: hueles los libros antes de poder verlos; un olor de lo más agradable. No soy capaz de describírtelo, pero es una combinación de moho, polvo y vejez, de paredes revestidas de madera y suelo entarimado. Hacia el fondo de la tienda, a la izquierda, hay un escritorio con una lámpara de estudio encima. Frente a él estaba sentado un hombre de unos cincuenta años, con nariz a lo Hogarth. Levantó la mirada al entrar yo, y me saludó diciendo: Buenas tardes. ¿Puedo ayudarla?, con marcado acento del Norte. Le respondí que sólo quería curiosear, y me animó a hacerlo.
 
Hay metros y metros de estantes, inacabables. Llegan hasta el techo y son muy antiguos y de tono agrisado, como de roble viejo que ha absorbido tanto polvo al correr de los años que ya ha perdido su color originario. Tienen una sección dedicada a grabados, que es una gran mesa alargada en la que se exponen grabados de Cruikshank, de Rackham, de Spy y de otros muchos ilustradores y caricaturistas ingleses que no soy capaz de reconocer porque apenas sé nada de ellos. Hay asimismo algunas revistas ilustradas, antiguas y deliciosas.
 
Permanecí dentro como una media hora, esperando que aparecieran por allí tu Frank o alguna de las chicas, pero era alrededor de la una cuando entré, así que supuse que probablemente habrían salido todos a almorzar, y yo tuve que irme porque no disponía de más tiempo.
 
 
Hola, buenos días. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Espero que el sugestivo texto que acabo de leeros os ponga de un modo rápido y fácil en la pista de nuestra recomendación de esta mañana, que como quizá recordéis resulta una continuación de la que os hacía siete días atrás. El miércoles pasado os hablaba de La librería, una novela escrita por la inglesa Penélope Fitzgerald y que como su inequívoco título indica centraba su acción en el atractivo escenario de una tienda de libros. Hoy os traigo un segundo libro, con muchos paralelismos con aquél, ya señalados en mi reseña precedente. Se trata de 84, Charing Cross Road, su autora es la norteamericana Helene Hanff, y su presencia en el mercado español se debe a la editorial Anagrama, bajo cuya rúbrica se han hecho ya unas cuantas reediciones. El libro se presenta con la traducción al castellano de Javier Calzada y con un interesante post scriptum de Thomas Simonnet que aclara y profundiza y completa algunos aspectos de la narración.
 
84, Charing Cross Road era la dirección de un librería londinense, ya desaparecida, la afamada Marks & Co, que es, en cierto modo, la principal protagonista de la obra. De modo que, como hace siete días, nos encontramos con un texto en el que los libros tienen un papel destacado y principal. Celebramos de este modo, una semana más -y así ocurrirá todavía el miércoles próximo-, la insustituible pasión por la lectura en estos días en los que eco de la Feria del libro aún resuena en nuestras calles.
 
Un día de octubre de 1949, Helene Hanff (que es el personaje principal de su propio libro, clara y abiertamente autobiográfico) escribe desde Nueva York una carta a los responsables de la librería Marks & Co de Londres, tras haber leído en una revista literaria un anuncio de la tienda británica en el que los londinenses se daban a conocer como ‘especialistas en libros agotados’. Amante de los libros antiguos e interesada en algunos de imposible acceso, bien por demasiado caros para el exiguo presupuesto de una joven sin notables perspectivas profesionales, bien porque los ejemplares de segunda mano que sí están a su alcance resultan ser, en general, mugrientos y estar repletos de anotaciones escolares, Helene ve en la sorprendente y casi milagrosa aparición del pequeño anuncio un modo cómodo y sencillo de satisfacer sus necesidades de lectura y formación así como una fuente inagotable de placeres librescos.
 
Helene Hanff había nacido en 1916 en Filadelfia, en el seno de una familia de inmigrantes y con muy pocas posibilidades económicas. Iniciada por su padre en la pasión por el teatro, desde muy joven pretendió dedicarse a escribir obras para los escenarios. Instalada en Manhattan, sobrevivió durante décadas, en ocasiones al borde de la miseria, pergeñando piezas teatrales casi nunca representadas, escribiendo guiones televisivos, trabajando como publicista o colaborando en revistas varias. Cuando se decide a escribir esa primera carta a sus corresponsales ingleses, Helene está persuadida de poder suplir sus carencias formativas labrándose una cultura de un modo autodidacta a través de su propia selección de lecturas clásicas. Es por ello que, ante las limitaciones que encuentra en ese ámbito en el Nueva York en el que reside, decide escribir a la librería londinense. A partir de ese contacto inicial, y durante veinte años, Helene se cartea con Marks & Co, a través del librero principal, Frank Doel. En 84, Charing Cross Road se recoge toda esta correspondencia, varias decenas de cartas, que la propia Helene Hanff ha conservado en el desorden de su apartamento neoyorkino.
 
El motivo central de las cartas es, en un principio, meramente comercial: la norteamericana, solitaria, inteligente, maniática y extravagante, reclama, puntillosa y excesiva, libro tras libro con indicaciones muy precisas y a veces intempestivas, aunque siempre repletas de humor y ternura, sobre la encuadernación, la edición, las erratas, el estado de los lomos o las cubiertas, el precio y muchos otros aspectos, como os digo meramente mercantiles, por llamarlos así, de los libros. El bueno de Frank Doel le contesta, siempre educado, bastante circunspecto y formal, y haciendo gala de su muy británico humor, intentando satisfacer las exigencias, algo estrambóticas pero siempre bienintencionadas, de su excéntrica corresponsal estadounidense. A partir de las primeras cartas, y generada ya una tímida confianza mutua -tímida en lo que se refiere al discreto aunque tierno Frank, más atrevida y descarada por parte de la irreverente Helene-, el intercambio epistolar se hace más personal, incluso íntimo, y se abre a la familia de Frank y más tarde a algunos de los restantes dependientes y miembros del personal de la librería. En las primeras etapas de esta correspondencia Londres vive inmersa en la terrible posguerra (otro elemento en común con el libro reseñado hace siete días, La librería), de manera que la magnanimidad de Helene la lleva a aprovechar los envíos postales para proporcionar a sus ya amigos británicos huevos en polvo, carne, medias y otros bienes de casi primera necesidad de los que los londinenses, en su racionamiento obligado, se ven privados. El origen comercial de las cartas, aunque subsiste, se va entreverando, pues, con los lazos amistosos, con un cierto cariño mesurado (no puede ser de otra manera, habiendo ingleses de por medio, perdonadme la generalización tópica), de modo que son ya las vidas, la intimidad, la relativa soledad de ambos personajes principales, las que afloran por entre solicitudes de libros raros, comentarios sobre ediciones perdidas o glosas sobre textos o pasajes o capítulos de algún volumen insospechado (en un itinerario literario por otra parte ciertamente escogido). Y así, mientras vamos leyendo y a medida que pasan los años por nuestros protagonistas, junto a la pasión entusiasta por la lectura y por los libros que rezuman sus cartas, nos va poseyendo la ternura, una cierta melancolía, pues sentimos con ellos su imposible afinidad espiritual, la cercanía de sus almas pese a lo insalvable de la distancia física.
 
El encanto, la humanidad, la delicadeza, la sensibilidad que desprenden esas cartas, lo conmovedor y emocionante de esa correspondencia de años, ha entusiasmado a generaciones de lectores en el mundo entero y ha dado lugar a la traslación del libro a los escenarios teatrales, con numerosas adaptaciones en muy diversos países. Incluso, en 1987, el libro fue llevado al cine, en un enamorado regalo del productor Mel Brooks a su mujer, la actriz Anne Bancroft, que compartió protagonismo con Anthony Hopkins en la encarnación de los dos personajes principales.
 
En fin, leed este espléndido 84, Charing Cross Road de Helene Hanff publicado por Anagrama que sigue siendo, más de cuarenta años después de su publicación primera, una delicada joya literaria y una muy reconfortante experiencia de lectura y de humanidad. El acompañamiento musical al libro reseñado nos lo trae hoy -una vez más- el magnífico Nick Cave con sus Bad Seeds. There she goes, my beautiful world transcurre entre multitud de referencias a escritores, libros, poetas. Con ella os dejo hasta la semana que viene.


miércoles, 8 de mayo de 2013

PENÉLOPE FITZGERALD. LA LIBRERÍA

Hola, buenos días. Esta semana, en Todos los libros un libro hablamos, redundantemente, de libros. Diréis con razón que eso es lo que hacemos todos los miércoles, hablar de libros. Sin embargo, mi recomendación de hoy -recomendaciones, en plural, pues se trata de dos textos distintos, si bien vinculados por un nexo común- es, como veréis, algo especial, y es, además, redundante porque quiero aconsejaros un par de novelas en las que los libros son los protagonistas principales. Os anticipo, no obstante, que de esas dos novelas en cierto modo ‘gemelas’ hablaremos en dos semanas consecutivas, ésta y la próxima. Pero vayamos por partes: en primer lugar os traigo La librería, una breve novelita escrita por la inglesa Penélope Fitzgerald y publicada por la palentina editorial Impedimenta en traducción de Ana Bustelo. El segundo libro, en el que me detendré con detalle el miércoles próximo, se titula 84, Charing Cross Road, su autora es la norteamericana Helene Hanff, y del resto de los detalles de su edición me ocuparé dentro de siete días.
 
Ambas obras presentan muchas concomitancias, y esa sucesión de coincidencias, ese paralelismo, es lo que me ha llevado a haceros esta presentación conjunta. Se trata, en primer lugar, de dos libros no demasiado actuales; en cualquier caso muy alejados de la siempre algo agresiva novedad editorial. La librería vio la luz en Inglaterra en 1978, si bien en nuestro país no se publicó hasta el pasado 2010. 84, Charing Cross Road es aún más antigua, pues fue escrita originariamente en 1970, y editada por primera vez en España en 2002. Por otro lado, sus autoras, ya fallecidas, eran ciertamente maduras al escribir sus obras, 62 años Penélope Fitzgerald, que había nacido en 1916, y 52 Helene Hanff, nacida en 1918, una circunstancia aparentemente banal si no fuera porque la visión de la existencia que traslucen ambas novelas es deudora, yo así lo creo, de una cierta madurez, aún diría más, de un cierto anacronismo de sus creadoras, que muestran e incluso creo que reivindican en sus libros un mundo tranquilo, apacible, sosegado, por desgracia ya casi desaparecido. Además, el título de las respectivas novelas ofrece un elemento común adicional, pues en ambos casos se alude a las tiendas de libros, de un modo patente y notorio en el primero de los volúmenes, La librería, y de manera algo más escondida y disimulada en el segundo, al ser 84, Charing Cross Road la dirección, auténtica, real, de una conocida librería londinense hoy cerrada definitivamente. Por último, y ya podéis suponer que esos títulos son suficientemente indicativos de lo que ahora os apunto, en los dos textos la trama, si es que de trama puede hablarse, gira en torno a los libros, a la pasión lectora, y a una suerte de bibliofilia no compulsiva, no la siempre algo estéril del coleccionista, sino a una sana y estimulante devoción por el libro.
 
Pero vayamos ya con el comentario detallado de nuestra novela de hoy. La librería cuenta la aventura de una mujer madura, Florence Green, que contra toda lógica pretende abrir un pequeño negocio librero en Hardborough, un poblacho dejado de la mano de Dios en la costa este de las Islas Británicas, tan atrasado que en él no hay, como se señala en el texto, ni tintorería, ni cine, ni siquiera la posibilidad de... ¡tomarse una ración de fish and chips! En ese entorno inapropiado la empecinada voluntad librera de Florence se revela, de entrada, como algo absurda e insensata por más de una razón que apreciamos desde el comienzo de la obra. Por un lado, la ubicación del pueblo, alejado de toda ruta comercial, hace casi imposible el suministro de libros y muy dificultoso, por ello, el desarrollo de la incipiente y entusiasta iniciativa. Además estamos en 1959, el Reino Unido aún padece los efectos de la última contienda bélica, por lo que las apreturas y restricciones de la posguerra limitan aún más las posibilidades de los lugareños de efectuar dispendios en la, en esas circunstancias, superflua lectura. Por otro lado, la señora Green, que ha enviudado de su marido hace ocho años y subsiste de modo austero con una pequeña cantidad de dinero dejada por aquel al morir, no tiene recursos para afrontar su negocio. Por si fuera poco, el local en el que ha puesto sus ojos para constituir la sede de su negocio, una vieja casona, Old House, con su cobertizo anexo en primera línea de playa, es, en efecto, un espacio destartalado y casi en ruinas. Un sótano que se inunda con la crecida de las mareas, una estructura antiquísima y lamentable, hecha de paja, tierra, palos y vigas de roble, unas cañerías quejumbrosas, una humedad rezumando por suelos y paredes, por techos y habitaciones, no son, obviamente, las mejores condiciones para el establecimiento de una librería. Y por si no resultara suficiente tal cúmulo de inconveniencias, la casa está embrujada, un poltergeist, el fantasma de una mujer que espera el regreso de su hijo, ahogado hace más de cien años, campa a sus anchas, juguetón, haciendo travesuras por entre las desvencijadas dependencias.
 
Empero, el obstáculo más importante con el que se topará nuestra arriscada heroína en su incipiente y atrevida experiencia empresarial, es el de la oposición primero y la manifiesta hostilidad al fin de las fuerzas vivas del lugar, encabezadas por Violeta Gamart, la esposa del Coronel, la dama de The Stead. The Stead es la mansión principal del lugar y desde allí la distinguida dama dirige los designios de los habitantes del pueblo, controlando a los lugareños, comprando voluntades, manipulando al director del banco y a los abogados locales, influyendo incluso sobre los políticos regionales para lograr la aprobación de las leyes que favorezcan sus intereses. La señora Gamart no desea que la librería se instale en el pueblo, y la novela nos narrará los esfuerzos de la protagonista por persistir en su intento frente a la cerrada animadversión de sus poderosos oponentes. Y con el fondo último del relato de esa lucha a la postre impotente, asistiremos a las bienintencionadas iniciativas culturales de Florence, al trato de ésta con diversos habitantes del lugar, a la conmoción provocada en el pueblo por la aparición en los estantes de la librería de algunos ejemplares de la provocadora Lolita de Nabokov, el mayor éxito de ventas en la historia del modesto negocio, y, entre otras muchas peripecias, a la contratación como improvisada ayudante de la conflictiva niña Christine, con sus escasos pero belicosos diez años. Christine es una niña pálida y delgada, también solitaria y aparentemente indefensa como la señora Green. Su aparición propicia una suerte de frágil comunión de almas sensibles frente a las poderosas fuerzas de sus implacables enemigos. Se dice en el libro, en una situación vinculada a la aparición del fantasma de Old House, pero que, a mi juicio puede extrapolarse a la relación entera entre la mujer y la niña: ninguna de las dos estaba preparada para reconocer que le gustaría proteger a la otra. Habría sido como permitir que el miedo entrara en la habitación.
 
La bondad, la testaruda fragilidad, el coraje, el tenaz amor por los libros de la desvalida señora Green se ponen en cuestión frente a las muchas dificultades que encuentra en su tarea, y su animosa voluntad llegará a flaquear, tal y como se refleja en otro momento del libro: Se había engañado a sí misma al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienden a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden. La fuerza de voluntad es inútil si no se va a ningún lado. Y la suya estaba en unos niveles tan bajos que ya no era capaz de darle las instrucciones necesarias para poder sobrevivir.
 
No quiero desvelaros el desenlace de la valiente experiencia de Florence Green, si su ánimo decaerá por fin o si sus afanes se verán definitivamente recompensados, deberéis leer el libro y dejaros llevar hasta el final por el entusiasta ímpetu de la buena mujer. Os recuerdo ahora, antes de la despedida, que para dentro de siete días tenemos un libro pendiente como corolario y continuación del comentado esta mañana.
 
Put a penny in the slot, del genial Fionn Regan, es una canción que se desenvuelve entre menciones de libros y escritores. Con ella me despido hasta la semana próxima.
 
 
Las camionetas y furgones que traían a los vendedores de las editoriales empezaron a aparecer con más frecuencia por el brillante horizonte de los pantanos, hundiéndose de vez en cuando en el lodo a la altura del cruce, y siempre, sin remedio, cuando intentaban dar la vuelta en la orilla. Incluso en verano se trataba de un viaje complicado. Los que lograban llegar sanos y salvos eran un poco reacios a desprenderse de las novelas románticas y los libros de noviazgos, que eran los que Florence quería realmente, a no ser que accediera a quedarse también con un montón de esas novelas de cubiertas ligeramente envejecidas, que tenían el aire de una mujer a la que nadie ha solicitado nunca su favor. Su solidaridad tanto con los vendedores como con los libros que envejecían irremediablemente, la convertían en una compradora algo imprudente. Además, los vendedores llegaban de tan lejos que ella no tenía más remedio que llevarles a la cocina y ofrecerles un té. Allí, con la esperanza de que tardarían todavía un tiempo en regresar a ese agujero dejado de la mano de Dios, los vendedores se podían permitir el lujo de revolver el azúcar y relajarse un poco.
 
-Una cosa es cierta: la competencia no le supondrá un problema. No hay otro punto de venta entre este páramo y Flintmarket.
 
A todos se les había caído el alma a los pies cuando se dieron cuenta de que no había servicio ferroviario, lo que obligaría a que todos los pedidos tuvieran que llegar por carretera. Para cuando empezaban a sentir que había llegado el momento de ponerse en marcha, se había levantado el viento, y sus furgonetas, sin la carga que las había mantenido estables, se bamboleaban de un lado para otro, incapaces de ceñirse al eje de la carretera. Los jóvenes novillos, los animales más inquisitivos de todos, se acercaban por la hierba para mirarles apaciblemente.


miércoles, 1 de mayo de 2013

JUAN COBOS WILKINS. EL CORAZÓN DE LA TIERRA

Hola, buenos días, bienvenidos a Todos los libros un libro, que esta semana se ofrece en una edición comprometida, podríamos decir, militante incluso, en la que voy a aprovechar la celebración, hoy mismo, de la festividad del uno de mayo, día del trabajo, para recomendaros un libro relacionado con el mundo laboral. Como quizá sabéis, pese a que no soy yo muy dado a las confidencias radiofónicas -esta sección es un espacio de propuestas literarias más o menos objetivas, no demasiado teñidas por mi peripecia personal-, como sabéis, digo, porque quizá ha sido comentado aquí en alguna otra ocasión, mi acontecer profesional no se desarrolla, contra lo que algún desavisado pudiera deducir, en el terreno de la Literatura, que sólo es para mí una afición, aunque importantísima, sino en el del Derecho, y más exactamente en el del Derecho Laboral. Como además soy profesor, y modestamente enseño a serlo, y además me gustan el cine y la literatura, he intentado en mis clases conciliar todos estos ámbitos tan aparentemente -sólo aparentemente- ajenos. De modo que me he interesado por la presencia del trabajo en el cine, y utilizo en mis clases películas que a vosotros os sonarán -otras no tanto- y que reflejan la problemática, las duras condiciones de vida, la lucha por sus derechos de los trabajadores. Desde que los Lumière filmaron a los obreros (título, por cierto, de un libro altamente recomendable del profesor Sánchez Noriega, que recorre la historia entera del séptimo arte rastreando en ella la presencia de lo que en términos genéricos podríamos llamar el mundo del trabajo), desde esa primera película ‘laboral’ que recogía la salida de la fábrica de los obreros el universo cinematográfico ha estado poblado de huelgas, manifestaciones, desempleados, explotación laboral, reivindicaciones obreras, conflictos profesionales, empresarios, sindicatos, accidentes de trabajo, y demás elementos significativos de la realidad social, aunque todo ello no coincida con la versión, obviamente más “glamourosa”, del prototipo cinematográfico hollywoodiense. Tiempos modernos, Germinal, Riff-Raff, Erin Brocovich, Las uvas de la ira, por poner sólo algunos ejemplos, de distinto tipo, de diversas épocas, de diferente calidad, de propósitos y altura y profundidad muy disímiles, son películas estupendas -algunas, auténticos clásicos- con temática laboral. Pues bien, del mismo modo, en la literatura universal existen grandes obras que, aparte de su mayor o menor valor literario, me interesan -interesan, en general- porque constituyen documentos fidedignos para conocer la realidad de las condiciones de vida y de trabajo de las gentes en los últimos cien años. Los escritores realistas y naturalistas franceses del XIX, Galdós o Baroja, la novela social española de principios del siglo XX son algunas destacadas manifestaciones de ese fenómeno tan bien estudiado por Rafael Sastre Ibarreche, Profesor Titular de Derecho del Trabajo en nuestra Universidad y, entre otras muchas destacadas capacidades, excelente conocedor del tema -buscad sus trabajos sobre la materia-, de ese fenómeno, digo, que podemos llamar “el reflejo de la cuestión social u obrera en la literatura”.
 
Desde ese punto de vista hoy quiero hablaros brevemente de un libro relativamente actual, escrito por un autor contemporáneo, que teniendo muy presente ese trasfondo social o laboral es, además, una excelente novela, de una calidad literaria más que estimable, por lo que si os decidís a leerla, aparte de conocer un episodio no demasiado divulgado de la historia de nuestra clase trabajadora y por extensión de la historia de España, disfrutaréis de unas horas de muy placentera lectura... Un libro que, por otro lado, tiene también su correlato cinematográfico, lo que me permite, de este modo, enlazar con mis palabras introductorias sobre el cine.
 
El corazón de la tierra, escrita por el onubense Juan Cobos Wilkins y editada por Plaza y Janés, desarrolla su trama novelística con el telón de fondo de un hecho real, la gran huelga laboral, en realidad una multitudinaria revuelta popular, que tuvo lugar en 1888 en la comarca de Riotinto, en reivindicación de mejoras salariales y de trabajo para los mineros del cobre y en exigencia de unas condiciones de vida digna para la zona entera, envenenada -y no me freno al utilizar con dureza el término- por la impune política industrial, por la asesina calcinación del mineral al aire libre en las llamadas teleras por parte de la Rio Tinto Company Limited, el consorcio británico que en 1873 compró al gobierno español, por tres millones y medio de libras esterlinas, los legendarios yacimientos de cobre, plata y oro del suroeste andaluz, la más impresionante explotación minera en la Europa de finales del XIX, el penúltimo estertor de la Gran Bretaña victoriana, una estampa de la Inglaterra de Dickens en el paupérrimo sur de España.
 
Como en sordina, en un segundo plano, aunque sin ahorrar la nítida toma de postura sobre los dramáticos acontecimientos, saldados con la carga armada y balloneta en ristre de los soldados del Regimiento de Pavía contra una multitud indefensa, en la novela se muestran todos los aspectos destacados del sórdido panorama laboral de la época, las jornadas interminables, los sueldos míseros, el inhumano trabajo de los niños, las tareas accesorias pero igualmente brutales de las mujeres, la deprimente prostitución asociada a la masiva concentración de hombres en el tajo, la precariedad en el trabajo y en la vida de aquellos miles de desheredados, la contaminación tóxica a la que se sometían inexorablemente los obreros y, por extensión, la comarca entera, víctima de los vapores mefíticos de la mina, de las nubes sulfurosas que agostaban la vida, humana, mineral y vegetal en miles de kilómetros cuadrados, la indefensión de la clase trabajadora frente a la abusiva explotación de los patronos, la culpable connivencia de los poderes establecidos con los dirigentes empresariales.
 
Pero como os digo, siendo importante este marco de referencia en el que la novela se desenvuelve, no representa más que un plano subsidario, trascendental pero de segundo orden, con respecto a otros aspectos del libro. Lo esencial de la novela gira en torno a las conversaciones, que se desarrollan en abril de 1952 en la casa de Blanca Bosco, en Riotinto, entre ésta, una frágil y encantadora anciana que cuando sólo era una niña vivió con intensidad los trágicos episodios, y Katherine, la nieta de John Francis White, médico de la Compañía, en aquellos años prestando servicios en las minas andaluzas. Intercalando el diálogo entre ambas mujeres con frecuentes y bien engarzadas calas en los recuerdos de la anciana y los sucesos de la época, con la correspondencia de la joven inglesa, alternando los puntos de vista de una a otra, del presente al pasado, de la memoria a la realidad actual, con el desfile de innumerables personajes: directivos de la Compañía, sus mujeres ociosas, autoridades locales, líderes obreros, anarquistas, mujeres del pueblo, trabajadores, la novela va transcurriendo de un modo fluído y va dando cuenta de los hechos acaecidos con un lenguaje impregnado de lirismo en el que se percibe la condición de excelente poeta del autor; lo que no impide, dicho sea entre paréntesis, la presencia de algunas inconcebibles faltas de ortografía, unas “bravuconerías” con dos bes, un “infringe” por “inflige”, un “granjearse” con dos ges, un “fogueo” sin u, entre otras.
 
Una excelente novela, no obstante estos detalles menores, que habla del amor, de la memoria, de la amistad, de causas nobles, de la justicia, del paso del tiempo, de la ética, de nuestra historia más desconocida y casi oculta. Leed este El corazón de la tierra de Juan Cobos Wilkins publicado por Plaza y Janés, estoy seguro de que os entusiasmará. Hay también, como digo, una versión cinematográfica del libro, la película del mismo título dirigida en 2007 por Antonio Cuadri que, siendo sincero, no he tenido ocasión de ver.
 
Como complemento musical al libro os ofrezco un tema vinculado también al mundo del trabajo. Un clásico de la canción social, Woody Guthrie, intepreta Union burying ground, un combativo alegato en defensa de los derechos de los trabajadores, con un fondo de fotografías significativas de la historia de la lucha y el movimiento obreros.
 
 
Cuando regresé a Riotinto, a morir… no pongas esa cara, sí, hija, a morir. A qué si no. A mis años no hay que tenerle miedo a las palabras: vida, amor, soledad, muerte… pues cuando esa cosa extraña de la que había oído hablar pero en la que no creía, la llamada de la tierra, golpeó con sus nudillos en mi puerta y me dijo “vuelve, vuelve”, y yo, igual que el animal que escucha la voz antigua de la especie y la sigue, sin pensármelo más, obedecí. A mi regreso, el pueblo había cambiado, porque aquí las casas, las calles, como si estuviesen vivas, se desplazan en función de la mina. De los intereses de los dueños y señores de la mina. Y por el temor de todos a quedarse sin trabajo. Preferible es, se piensa, enterrar el alma que el cuerpo. No, yo no lo critico, me hago cargo, lo comprendo, pero me produce una pena profunda, como si me fuesen arrancando trocitos hasta sacarme entero el corazón. Si hay que derribar un barrio porque bajo él las prospecciones anuncian un nuevo filón, la tierra abre su boca y lo succiona. Se levanta uno nuevo en otra parte y santas pascuas. Eso es todo. La memoria va quedando sepultada, soterrada bajo escombros. En 1908, la Corta Sur se tragó el antiguo municipio. El primitivo enclave de Minas de Riotinto, engullido, sin más: casas, calles, el pueblo entero… el viejo león se hundió en una de esas trampas ocultas con ramaje. El banco, la plazoleta, la esquina en la que unos novios se besaron furtivamente por primera vez no la verán sus nietos, acaso ni sus hijos. Aquí los mayores no podemos reconocernos en lo que nos rodea: ¿dónde está aquel algarrobo que alfombraba el suelo con sus vainas oscuras?, ¿y el casino?, ¿y la fuente? Bajo tierra. Todo bajo tierra. Manda la tierra, impone. Se devora a sí misma. A cambio de los brillos ocultos, exige su tributo: desenraíza a los seres. Y señalando, agradeciendo, premiando, castigando, decidiendo, manejando los hilos hay una informe y lejana mano, una mano enguantada: La Compañía.