Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de marzo de 2013

CLAUDI ALSINA. GEOMETRÍA PARA TURISTAS

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro. Hoy quiero hablaros de un libro muy curioso y divertido aunque con enjundia y profundidad, serio e interesante pero a la vez ligero y ameno. Se trata de Geometría para turistas, su autor es Claudi Alsina y lo publicó, hace ya tres años, la catalana editorial Ariel. La mención al turismo del titulo me hace proponeros su lectura en estos días previos a las vacaciones de Semana Santa, siempre tan propicios para el viaje.
 
Claudi Alsina es Catedrático de Matemáticas de la Escuela superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Barcelona. Aparte de su labor docente, es un conocido y entusiasta divulgador de las matemáticas, tarea que lleva a cabo con un extraordinario sentido del humor en ámbitos diversos, entre ellos el de los libros, con varios publicados sobre la materia, incluido el que hoy quiero presentaros. Os recomiendo también Vitaminas matemáticas y el hilarante Asesinatos matemáticos, una colección de errores matemáticos cometidos por políticos, periodistas, famosos varios e incluso científicos, que si no fueran tan frecuentes serían divertidos, tal y como señala su autor. Ambos están editados también en Ariel.
 
Geometría para turistas es, inicialmente, como su título parece apuntar, una guía de viajes, aunque podemos decir que se trata sin duda, dentro de su género, de una muestra ciertamente singular. En el libro, el autor visita -visita incluso literalmente, pues afirma haberlo hecho en persona en el noventa y cinco por ciento de los casos que menciona en el texto- ciento veinticinco ciudades, monumentos, obras y diseños emblemáticos, conocidos o significativos en el mundo entero. Pero esta visita está marcada por la dedicación profesional del viajero, pues el enfoque elegido le lleva a rastrear en esos espacios y edificios la presencia de la geometría, de las matemáticas. Se trata, pues, más que de una guía al uso, de un recorrido por las claves matemáticas, por los infinitos detalles geométricos escondidos en los edificios más importantes del mundo. No obstante, debo aclarar que, aunque no sea el propósito principal del autor, hay en el libro numerosas informaciones equivalentes a las que contiene una guía más convencional, señalando monumentos y paisajes, atracciones turísticas y museos, con sus correspondientes direcciones y referencias bibliográficas y de internet que permiten profundizar en los datos aportados en la obra e incluso completar con una visita virtual el conocimiento de los espacios descritos en el libro.
 
Este se abre con unos consejos matemáticos básicos para el viaje. Este capítulo preliminar está encabezado por un sencillo test que permitirá calibrar nuestra destreza numérica y saber así si estamos en condiciones de encarar el libro -y las peripecias turísticas- con un mínimo de garantías. Resuelto el cuestionario, nos esperan algunas recomendaciones elementales relativas a aspectos de la experiencia viajera en los que las matemáticas tienen una importancia simple y obvia pero destacada. Por ejemplo, las fechas de las festividades acomodadas a los distintos calendarios que coexisten en el mundo, las husos horarios y las horas oficiales, los desplazamientos, enlaces y precios, el volumen ideal de la maleta perfecta, la temperatura con sus diferentes escalas, el dinero y las divisas. También se presenta el kit matemático del turista, con alusiones a mapas, guías, escalas, sistemas locales de medidas con sus equivalencias, regateos y propinas, y los cambios -de unos países a otros- en la electricidad y los enchufes o en el tráfico y los códigos de la circulación.
 
La guía en sí recorre el mundo a partir de una sección inicial centrada en España, con especial detenimiento en Barcelona, patria chica del autor. A continuación, Europa (con paradas especiales y muy justificadas en Italia), América del norte, América central y del sur, Oriente Medio y África, y el Lejano Oriente, la India y Oceanía. En todas ellas encontramos el análisis minucioso, muy preciso, muy accesible incluso a profanos, en numerosas ocasiones con gráficos y diagramas aclaratorios, de las más destacadas muestras de la arquitectura y el urbanismo, la ingeniería y el arte, el patrimonio cultural civil y religioso, de todas esas partes del mundo. De modo que decidís iros de viaje, por ejemplo, a Pisa y podéis leer en la guía todas las curiosidades aritméticas y las particularidades geométricas que encierra su famosa torre, las implicaciones matemáticas de su construcción, las ocultas reglas numéricas de su inclinación o la escondida presencia de las figuras cíclicas o diedrales, los llamados grupos de Leonardo, una curiosidad geométrica sobre la que el autor nos ilustra. Sin duda, la visita posterior se habrá visto enriquecida por la consulta de la guía y, estoy seguro, disfrutaréis de vuestra peripecia viajera por partida doble. Doble o triple, pues además del viaje en sí y de la nunca sobrante erudición matemática, el humor socarrón y la amable simpatía que rezuma la escritura de Claudi Alsina os habrán hecho pasar unas horas de lectura muy agradables.
 
Dejadme que os dé cuenta de un modo breve de algunas de las visitas que el autor lleva a cabo en el libro y de las curiosidades y los enigmas matemáticos que en ellas nos plantea.
 
Por ejemplo, ¿hacia dónde señala en realidad el dedo de Colón en Barcelona? Tras leer la guía sabemos que en dirección contraria, es decir, a Génova y no a América. ¿Cuál es el número secreto de la Sagrada Familia? El doce, como los campanarios, los poliedros de los pináculos, las puntas de la estrella del cimborio de la Virgen, y tantos otros. ¿Puede una torre de telecomunicación ser un reloj de sol? Lo es la torre olímpica de Santiago Calatrava. ¿Qué enigmáticas funciones debía cumplir el Escorial? El autor nos informa de que el monumental edificio fue concebido para ser, a la vez, jardín, palacio, biblioteca, convento, colegio, basílica y panteón real. ¿Qué misterios envuelven las Meninas del Prado? Hasta ocho describe, sin resolver, obviamente, nuestra sorprendente guía. ¿Cuál es el secreto de las decoraciones de la Alhambra? Entre otros, que contiene las diecisiete formas periódicas posibles de decoración de un plano. ¿Cómo se calculó la fachada del Guggenheim de Bilbao? Mediante el programa Catia de IBM, usado hasta entonces tan sólo para operaciones de supercomputación y el diseño aeronáutico.
 
Y debo pararme, pues no es posible dar cuenta de tantas interesantes cuestiones como se abordan en este sugestivo libro. ¿Es Finisterre el fin del mundo? ¿Por qué los mapas de metro se parecen todos al de Londres? ¿Cómo logran en Dubai que la primera línea de mar crezca cada año? ¿Por qué Brunelleschi hizo una cúpula dentro de otra en Florencia? ¿Qué motivó que se empezasen a construir ciudades con formas de polígonos? ¿Se vive bien dentro de un cubo inclinado? ¿Qué secretos esconde Hagia Sohpia en Estambul? ¿Por qué las grandes cúpulas americanas las hizo el valenciano Guastavino? ¿Cómo son los grandes rascacielos? ¿Cómo lograr un auditorio en el que el sonido sea perfecto? ¿Cómo se aseguraron en los parques Disney de que siempre haya colas de espera? ¿Cómo se numeran las calles en Buenos Aires? ¿Qué nos esconde la Gran Pirámide? ¿Puede un extranjero ir en el metro de Tokio sin perderse? En fin... como veis, muy enjundiosas preguntas y, creedme, mucho más estimulantes respuestas.
 
Leed este Geometría para turistas de Claudi Alsina que publica Ariel y disfrutaréis de unas horas muy agradables de lectura, estudio, esparcimiento y diversión. Además, a partir de su consulta encararéis vuestros viajes, como digo, con otra perspectiva.
 
Interesantes combinaciones matemáticas hay también en el vídeo, un clásico de hace unos años, de una canción muy viajera -Around the world- del grupo francés Daft Punk. 
 
 
Misterios del Park Güell
 
La familia Güell tuvo la visionaria idea de crear una urbanización (¡no de casas adosadas!) donde las diferentes casas a construir estarían integradas en medio de un parque natural, disponiendo de espacios para pasear, jugar, acoger un mercado, etcétera. Y confiaron al genial Antoni Gaudí el diseño de este proyecto. Había nacido el Park Güell, que como urbanización fue un fracaso, pero como legado nos dejó uno de los parques públicos más originales del mundo. En uno de los pocos edificios construidos en el interior del parque vivió el propio Gaudí durante muchos años.
 
Gaudí potencia la naturaleza del lugar y el disfrute de la misma optando por crear sólo dos núcleos espectaculares como son la entrada de la calle Olot y la plaza elevada central. En el resto del proyecto se limita a ordenar bien los caminos o crear algunos nuevos usando los propios materiales del lugar (piedras). La genialidad es que Gaudí con piedras y cemento crea columnas inclinadas que crean pórticos y sostienen sus nuevos caminos elevados.
 
Para sostener la plaza central Gaudí diseña 86 grandes columnas, algunas inclinadas, todas evocando el estilo griego para complacer al conde Güell. Las columnas determinan una cuadrícula, en la que la raíz cuadrada de dos es omnipresente, y con elementos prefabricados forma cuadrados sobre los que sitúa casquetes esféricos invertidos. Luego, la arena compacta lo cubre todo y nace la plaza. ¿Cómo desaguar la lluvia que caiga sobre la arena de la plaza? Aquí el ingenio es preciso: algunas columnas tienen en su centro tuberías que transportan la lluvia filtrada al espacio inferior del columnario donde hay escondida una gran piscina. El agua se puede aprovechar para regar los jardínes adyacentes y una parte circula hacia abajo por el eje central de la escalinata a través de diversos elementos. Y aquí el maravilloso dragón gigante formado de trocitos de cerámica de colores, una salamandra del parque hecha a escala gigante, pasa a ser una gárgola de agua al salir por su boca uno de los tubos que la recibe de la reserva.

miércoles, 20 de marzo de 2013

INMA MONSÓ. UN HOMBRE DE PALABRA

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro. Como cada semana, aquí estamos en Radio Universidad de Salamanca, para ofreceros nuestra particular sugerencia de lectura, lo que hacemos mediante la recomendación de un libro que escojo siempre con la pretensión de que pueda entreteneros, de que pueda interesaros, de que pueda, por qué no, conmoveros, apasionaros, entusiasmaros, incluso emocionaros. Y hablar de emociones es hoy especialmente adecuado dada la propuesta que traigo para vosotros esta mañana, un libro que respira sentimiento y ternura, tristeza y dolor, añoranza y amor. Se trata de Un hombre de palabra, su autora es Imma Monsó, y fue publicado por la Editorial Alfaguara en los últimos meses de 2006.

Un hombre de palabra es una novela, es por lo tanto ficción, pero con una muy fuerte base real hasta el punto de que podemos hablar sin exageración de novela autobiográfica. Es cierto que, como decía Borges, todo lo que uno escribe resulta, a la postre, autobiográfico, tanto si abiertamente afirmamos ‘yo nací en tal sitio en tal fecha’ como si de un modo aparentemente inventado contamos que ‘un rey tenía tres hijas’. Detrás de nuestras frases está, explícita o velada, nuestra vida. Pero en el caso de Un hombre de palabra los puntos de confluencia de la novela con la realidad ‘real’, digámoslo así, son muchísimos, son, de hecho, todos, y constituyen por ello el cuerpo central de la narración. Cuando Imma Monsó contaba cuarenta y tres años, hace ahora algo más de diez, su pareja durante los últimos dieciséis, el hombre con el que vivía, el hombre de su vida, murió repentinamente dejando truncada así no sólo su propia existencia, prematuramente interrumpida, sino también una fecunda relación personal y una extraordinaria historia de amor, hecha de camaradería y pasión, de complicidad y compromiso, de encantamiento, comprensión y cariño. En la novela, Imma Monsó, tomando con eje ordenador el momento, terrible y decisivo, de la muerte de su pareja, nos cuenta su vida con él, sus recuerdos, sus proyectos, las anécdotas de su vida en común, y reconstruye, con una intención en cierta medida también liberadora, catártica para ella, la presencia, esencial en su vida, de este hombre que representó el amor feliz, el amor logrado.

El libro está organizado en dos series alternas de capítulos, los capítulos A y los B, que pueden ser leídos de modo autónomo, como sugiere en la introducción la propia autora. En los capítulos A, A de amante, de afecto, de acurrucarse, la protagonista, que se hace llamar Lot no tanto para encubrir la realidad sino -a mi juicio- para conseguir un distanciamiento literario, habla del pasado, de cómo conoció al que sería su marido, al Cometa, como lo designa en la novela, de cómo fue su vida con él, de los recuerdos, de la añoranza, de los viajes, de la aventura intelectual y existencial vivida a dos. En los capítulos B, Lot nos cuenta el futuro, tras la desaparición del Cometa, el dolor, el recuerdo, la tristeza, los intentos de salir adelante, la nueva vida, a solas con su pequeña hija. Es una B, dice la autora, de bárbaro, de brutal, de broma pesada, de brotar de nuevo.

El resultado de esta conjunción de dos grandes líneas de fuerza es una obra magnífica, intensa, conmovedora, que nos sobrecoge por su cercanía y su sinceridad. Confío en que os decidáis a leerla y que, entonces, pueda emocionaros.

Voy a dejaros -hoy mi comentario es especialmente breve, mis ocupaciones laborales me impiden un mayor detenimiento en el análisis- con un texto extraído de la novela, que refleja algunas de las líneas maestras por las que el libro se desenvuelve. Como cierre musical a mi reseña de hoy, una canción, Sand and water, en la que su autora, Beth Nielsen Chapman, habla de la muerte de su marido.


Desde que le conociste, lo has pensado. Desde que te fundiste con él, has pensado: ‘Si él no está, yo tampoco quiero estar’.

¿Y entonces? ¿A qué esperas? Durante años habéis hablado de ello: hasta que llegó vuestra hija, porque cuando se tienen hijos, uno no puede decir ‘sin ti no quiero vivir’ sin amedrentar al otro de mala manera. En cierto modo, se puede decir que durante años os lo habéis prometido. Pues si no, ¿qué significa ‘no puedo vivir sin ti’? ¿Es una mentira? ¿Es una metáfora? ¿Qué es, exactamente? Quizá es que todo te lo tomas al pie de la letra, es un defecto que siempre has tenido.

Pero ahora es el momento de pensar en ello: ¿cuál es el sentido literal de una frase como ésta? No es una frase rara. Las parejas, cuando llevan un tiempo unidas, acostumbran a pronunciarla como prueba de su entrega mutua: ‘Ya no puedo concebir la vida sin ti’. Anoche, sin ir más lejos, abrí un libro de Saul Bellow y encontré una dedicatoria a su mujer. ‘A Janis, la estrella sin la cual no podría navegar’. Pensé: ¿No? Pensé: Habría que verlo. Si Janis desaparece, ¿seguirá navegando? ¿Qué expresamos cuando decimos esto? ¿La intensidad que de ningún otro modo podríamos expresar? ¿Y hasta que punto se trata solamente de un modo de hablar?


 

miércoles, 13 de marzo de 2013

JORGE IBARGÜENGOITIA. LAS MUERTAS

Hola, buenos días, sed bienvenidos un miércoles más a vuestra cita semanal con la literatura en Todos los libros un libro, el microespacio de Radio Universidad de Salamanca desde el que os proponemos una sugerencia de lectura con la esperanza de acertar, es decir, de descubriros algún libro que pueda llegar a interesaros.
 
Hoy quiero hablaros de una novela magnífica de un autor no demasiado conocido, pese a que publicó en vida numerosos libros y obtuvo por algunos de ellos reconocimiento y premios y extraordinarias críticas, sobre todo en su país, México, pero también entre nosotros. Se trata de Jorge Ibargüengoitia, un escritor mexicano, como os digo, que alguno de vosotros, además, puede recordar, al margen de las consideraciones literarias, por su trágica muerte, ocurrida en Madrid, en aquel horrible accidente aéreo del Boeing 147 de Avianca en Mejorada del Campo, que en noviembre de 1983 abrió todos los telediarios y llenó las portadas de periódicos. Este año se cumplen, pues, los treinta de su muerte, y hace unas semanas, el 22 de enero pasado exactamente, el escritor hubiera cumplido 85 años, razones todas por las que mi recomendación resulta especialmente oportuna. El libro que quiero presentaros se titula Las muertas, pasa por ser la obra maestra de su autor y una de las mejores novelas de la literatura mexicana en general, y ha sido publicado en 2009 por la editorial RBA, siendo la edición original mexicana de 1977.
 
Las muertas parte de un hecho real, desgraciadamente no demasiado inusual en el siempre convulso México contemporáneo, en el cual la violencia constituye uno de los rasgos definitorios de la singular identidad de un país por otro lado hermosísimo y muy interesante, atractivo y acogedor. Un país muy bien descrito en otro libro excelente, del que quizá podamos hablar en otra ocasión, el magistral y revelador El laberinto de la soledad de Octavio Paz, que publicado en 1950 describió con hondura, originalidad, precisión y acierto y rigor extremos el carácter mexicano. Pero volvamos a Jorge Ibargüengoitia y a Las muertas. Os decía que el libro tenía su origen en un suceso verdadero, la aparición en los años sesenta del pasado siglo de varios cadáveres de prostitutas, que mostraban signos evidentes de haber sido asesinadas, enterrados en diversas propiedades de dos hermanas que resultaron, a la postre, las dueñas de tres burdeles en distintos pueblos del interior del país.
 
Sobre estos acontecimientos reales, el escritor mexicano inventa su novela construyendo una decena larga de geniales personajes imaginarios que empezando por las dos hermanas, Serafina y Arcángela y siguiendo por el aprovechado Capitán Bedoya, por el panadero y ex-amante de Serafina, Simón Corona, cuya declaración a la policía constituirá el desencadenante del desvelamiento de la trama, por Tincho, el hombre para todo de las dos mujeres, por la fiel Calavera, al servicio de los burdeles desde su inicio, y acabando en las más episódicas y secundarias apariciones de las prostitutas, los cargos públicos corruptos, los modestos mafiosos locales, los policías e inspectores no menos envilecidos, conforman un mosaico inigualable de la hipocresía, la doble moral, la violencia soterrada, la corrupción generalizada, la ausencia de controles democráticos de la sociedad mexicana en su versión más común y popular. El crimen en una dimensión modesta, a pequeña escala, el crimen cotidiano, desorganizado, espontáneo, artesanal, podríamos decir, para oponerlo a los procesos de delincuencia industrial de las organizaciones “gansteriles" al uso, la Camorra italiana, la Yakuza japonesa o los cárteles del narcotráfico. Dos mujeres normales, sin una especial predisposición al delito, sin una maldad notoria, sin un empecinamiento culpable en las conductas antisociales. Dos mujeres del común que con la mayor naturalidad del mundo, sin conciencia alguna de estar transgrediendo las normas, prueba del grado de embrutecimiento moral de una sociedad, compran, esclavizan y explotan sexualmente a unas pobres chicas que, asumiendo su destino como irremisible -tampoco son demasiado conscientes de la irregularidad de su situación-, compran políticos, sobornan a policías, y con sus ‘mordidas’ consiguen permisos legales, allanan trámites administrativos, facilitan papeleos burocráticos, instan recalificaciones… Y cuando las situaciones se complican y la madeja de los turbios negocios parece enmarañarse, no dudan, con la misma sencillez y ausencia de principios morales, en llegar hasta el asesinato.
 
Lo mejor de la novela, no obstante, más allá de mostrarnos una fotografía muy ajustada de la sociedad mexicana, lo constituyen su estructura y su lenguaje. La estructura es poliédrica, pues la trama se narra desde diferentes puntos de vista y con materiales literarios también diversos: documentos varios, declaraciones de los personajes afectados, informes oficiales, testimonios de implicados, confesiones de arrepentidos, además de la voz de un narrador imparcial que con ironía, distanciamiento, sarcasmo, con mucho humor, cuenta en tercera persona algunos episodios de la historia… El lenguaje es también muy rico y desbordante, Las muertas no está escrita en español, permitidme la exageración, sino en un mexicano muy colorido, muy vivo, lleno de resonancias, lleno de términos que nos resultan desconocidos, que exigen la consulta en el diccionario, pero que son vocablos muy expresivos, muy vinculados -y por ello muy descriptivos- al paisaje, a las costumbres, a los modos de vida locales. El libro es, además, muy entretenido, se lee con facilidad y agrado, por lo que os aseguro unas horas estupendas en su compañía.
 
Como complemento al texto, una canción, Dignificada, en la que Lila Downs canta denunciando las muertes de mujeres en México. 
 
 
Cada año, en el 24 de septiembre, una de las mujeres, María del Carmen Régulez, tenía la costumbre de visitar a su madre que se llamaba Mercedes. En la antevíspera de esta fecha María del Carmen pedía a Serafina permiso para no trabajar en la noche del 24, y a Arcángela le pedía dinero, ya fuera el que ésta le tenía ‘guardado’, o, cuando estaba muy bajo su saldo, prestado. Dice María del Carmen que nunca, hasta el último año, había tenido dificultad: Serafina le daba siempre permiso y Arcángela le entregaba el dinero. El día 23 María del Carmen salía del burdel al mercado, compraba un ramo de flores, de preferencia gladiolas, que llegaban siempre marchitas a los brazos abiertos de la festejada, y una tela para vestido, o un rebozo o unos zapatos. Al día siguiente la jornada empezaba rayando el sol, porque María del Carmen tenía que tomar tres camiones para llegar al rancho donde vivía su familia. Se apeaba del tercero de éstos en una loma pelada y caminaba por una vereda apenas visible hasta llegar a un pitayo. Desde allí se divisaban las casas y la nopalera.
 
Cada año los perros desconocían a María del Carmen; cada año salían la madre y las cuñadas de la cocina a tranquilizarlos; cada año al verse las mujeres otra vez juntas, lloraban; cada año entraban en la cocina, se sentaban alrededor del brasero y hablaban -alguien había muerto, había nacido un niño, la cosecha se había perdido-. Los hombres regresaban del campo a la media tarde, la familia se sentaba a comer, María del Carmen ayudaba a servir la mesa. Sólo la madre sabía el oficio de su hija -como que había sido ella quien la había vendido-, el resto de la familia creía que era criada. En la noche tomaban té de hojas de naranjo con alcohol y se emborrachaban. Al día siguiente, rayando el sol, María del Carmen emprendía su regreso al burdel.

miércoles, 6 de marzo de 2013

STUART HAMPLE. PONTE EN LO PEOR. WOODY ALLEN EN TIRAS CÓMICAS

Hola, buenos días, bienvenidos a Todos los libros un libro, el programa de Radio Universidad de Salamanca en el que semanalmente os ofrecemos una propuesta de lectura que pueda interesaros. Hoy, aprovechando, una semana más, los “flecos” de la reciente celebración de la ceremonia de entrega de los Oscars de Hollywood, os traigo un libro vinculado al universo cinematográfico, por más que el contenido en sí del texto nada tenga que ver estrictamente con el cine. La relación viene dada por el hecho de que se trata de una publicación que tiene como protagonista a Woody Allen, el inteligente y divertido director neoyorquino; pero, más allá de este hecho, el libro no habla de su trayectoria fílmica, ni se centra en las películas ni en el peculiar universo cinematográfico del ingenioso, hipocondríaco, intelectual y neurótico cineasta, sino que nos muestra al popular comediante desde una perspectiva inesperada que a continuación os revelaré. Pero vayamos ya con la referencia de mi recomendación de esta mañana, que con tanto preámbulo corro el riesgo de olvidarla. Ponte en lo peor. Woody Allen en tiras cómicas es el título de una voluminosa y muy cuidada publicación, editada en formato grande y tapas duras por Tusquets el pasado 2012, que recoge -como su inequívoco nombre indica- una serie de viñetas dibujadas por Stuart Hample (Woody Allen aparece, pues, aquí, como un mero dibujo, he ahí lo insólito de la propuesta), que vieron la luz entre 1976 y 1984 en una tira cómica, distribuida por diferentes periódicos, denominada Inside Woody Allen. El libro, que cuenta con un muy ilustrativo prólogo del propio dibujante y con una introducción, presentada también como una suerte de historia gráfica -a mi juicio, nada interesante-, de R. Buckminster Fuller, se ofrece en castellano en la traducción de Juan Manuel Salmerón.
 
El 4 de octubre de 1976, Stuart Hample, con una más que dubitativa carrera a sus espaldas en el mundo de la escritura y de la publicidad, ve publicada por primera vez una historieta con Woody Allen (un Woody Allen juvenil) de protagonista. Aunque, dadas las limitaciones del medio radiofónico, debo prescindir de las imágenes que, obviamente, son decisivas en el género que nos ocupa, no me resisto a trasladaros el “tono” de esa primera tira, dándoos cuenta de lo esencial de su contenido. Un desconocido saluda a Allen en la calle: ¡Vaya, Woody Allen! ¡Tengo que agradecerle lo mucho que me ha hecho reír! A lo que un Woody rebosante de satisfacción contesta: ¿Ha visto mis películas? No, no, apostilla el desconocido, mi ventana está enfrente de su dormitorio.
 
Como podéis observar, sobre todo quienes conocéis la obra del excéntrico director, ya desde ese primer momento se nos ofrece -aunque sea tan sólo como un tenue esbozo- lo esencial del personaje que encarnará Woody Allen en la ficción, una primera aproximación, menor pero relevante, una especie de concentrado, en sólo tres viñetas, en cuatro escasos trazos, de los principales rasgos que definen y hacen reconocible, casi como un estereotipo, al individuo -tan parecido al propio cineasta- que Allen ha protagonizado a lo largo de su extensa y muy fecunda carrera. Y es que el Woody de la tira cómica va a tener mucho que ver con el torpe espécimen con el que nos ha familiarizado en sus películas: un ser angustiado, lleno de defectos y temores, inseguro, acomplejado, pesimista, soltero, algo “salidillo”, siempre rechazado por las mujeres a menudo después de una pedante sesión dialéctica, como señala el propio Stuart Hample en su prólogo al libro. Además, el protagonista de las historietas vive en una riña permanente con sus padres (algo que también aflora en su cine, recordad, entre otros muchos ejemplos, Días de radio), lleva un diario en el que anota de modo siempre ingenioso y excesivo sus pensamientos íntimos y sus miedos existenciales (Diario íntimo. Apunte 7.720. Sigo pensando que tiene que haber una respuesta a la vida… pero seguro que la respuesta está en sueco), acude a la consulta de una psiquiatra que, cuando no lo ningunea, lo maltrata de modo despiadado, y a la que, pese a ello, le cuenta sus muchas obsesiones neuróticas (Hay personas, espeta, sin reparo alguno, descarnada, la terapeuta a un Allen perplejo en el diván durante una de sus sesiones, que se deprimen por lo que consideran que deberían ser. Otras, porque no saben quiénes son. Pero usted es único. Se deprime porque sabe exactamente quién es), y sufre -igual que ocurre en sus películas, pienso, por ejemplo, en Sueños de un seductor- acosos varios, amenazas, humillaciones y maltratos diversos por parte de hombres fornidos que resaltan, con su corpulencia y su poderío físico, la impotencia y la debilidad -un poco exageradas- de nuestro algo alfeñique héroe.
 
En su interesante prólogo, el dibujante nos da cuenta de las vicisitudes por las que pasó el proceso de creación, elaboración y posterior desarrollo de la tira desde ese momento inaugural: la gestación de la idea (a la que se refiere en un texto que os leeré al final de esta reseña), el extraordinario éxito inicial y su difusión en centenares de periódicos -460, la cifra exacta-, los problemas derivados precisamente de esa enorme repercusión, la contratación de guionistas adicionales para cubrir la cada vez más insaciable demanda de chistes para las tiras, los intentos de censura -o al menos de edulcoración de la acidez de ciertas historietas- por parte de la empresa editora, la voluntad de Woody Allen de mantener un cierto control sobre su personaje, preservando el rigor y la calidad que él mismo exigía para su propio trabajo y desechando el ajuste al “gusto corriente” que reclamaban los empresarios que vendían y distribuían las tiras a los distintos medios de comunicación.
 
Pero más allá de toda esta información que recoge el prólogo de la obra, interesante en sí pero en el fondo accesoria, es la completa selección de las historietas publicadas en esos ocho años lo que constituye el núcleo central de libro y, obviamente, su principal motivo de interés. Son trescientas tiras, aproximadamente, las que se seleccionan en este Ponte en lo peor, todas interesantes, muchas geniales y la mayor parte divertidísimas. Presentadas en siete capítulos monográficos, organizadas por temas -coincidentes, en general, con los ejes básicos en los que se desenvuelve la obra de Allen-, y mostradas en sus diferentes estadios de elaboración: bocetos, pruebas de imprenta, correcciones, enmiendas, reproducciones en blanco y negro y en color, a lápiz y con tinta, algunas presentadas en su edición originaria en inglés y la inmensa mayoría en su traducción al castellano, las tiras recogen, como digo, lo esencial del universo woodyalliniano (¿se dirá así?), ése que tan bien reflejan sus películas.
 
Así, en el primer capítulo, Gusanos en un plan cósmico, las historietas giran sobre temas filosóficos, preocupaciones existenciales, Dios, el sentido de la vida, la belleza, el sentimiento de culpa, el azar y el destino, problemas éticos más o menos irresolubles... Pero la ironía escéptica del personaje permite relativizar la muy seria -en apariencia- profundidad de los asuntos tratados. Dice Woody en una de las tiras de esta serie: Las dos cosas más importantes son el sexo y la muerte. Y claro, con la suerte que tengo... la mala es la que dura para siempre. O en otra viñeta: Me gusta leer a Dostoievski. Puedo estar seguro de que no voy a robarle inconscientemente los chistes.
 
El segundo capítulo, Cada vez que ella tenía un orgasmo, le crecía la nariz, recoge decenas de hilarantes episodios protagonizados por Allen con diversas chicas a las que pretende -con resultados casi siempre infructuosos- o con las que, de un modo esporádico, sale. Hasta seis mujeres distintas se disputan, a lo largo de los distintos años de publicación de las historias, el dudoso honor de ser las destinatarias de los intentos de seducción de un permanentemente fracasado Woody que, pese a los muchos desplantes (Me interesa mucho la comida vegetariana. Por eso me gusta salir contigo. Es como salir con un vegetal), abandonos (Has sido muy importante para mí. Me has enseñado tanto, he aprendido tanto..., de hecho, has refinado tanto mi gusto que ahora quiero a un hombre mejor que tú), negativas (¿Casarme contigo? ¿Contigo? ¿Con un pobre bobo, un llorica, un asqueroso, un repelente? Ni lo sueñes. A lo que Woody, risueño, apostilla: Ajá, voy progresando, esta vez no ha añadido: “un pusilánime”) y rechazos recibidos (Siento que me vuelvo viejo y aburrido, dice. Y su chica: Puede que estés volviéndote viejo, pero aburrido lo has sido siempre), continúa intentándolo, inasequible al desaliento (Mi personalidad, se sincera su nueva candidata a la conquista, tiene dos caras, una tímida y dulce, la otra apasionada. A lo que nuestro héroe responde: ¿Qué hace la segunda este sábado por la noche?).
 
El tercer capítulo, de título Mi pasaporte es mi cara, nos muestra los conflictos que vive el personaje con su imagen pública, con el reconocimiento de sus seguidores, con el impacto de sus películas, con su condición de hombre famoso. Y como siempre, el extraordinario ingenio, el inteligentísimo humor, le permiten rebajar las ínfulas de su ego narcisista y situarse en la justa medida de su dimensión humana (menos que humana, dado su pesimismo neurótico). ¿Qué sientes cuando besas a una mujer en una película, Woody, te implicas sentimentalmente?, le pregunta el periodista. Y responde: una vez besé a Jeanne Moreau en la pantalla y ninguno de los dos sentimos nada... Por supuesto, los acomodadores me bajaron de la pantalla y me llevaron a mi butaca...
 
La cuarta sección, Racionalizaciones y narcisismos, recoge fragmentos -casi siempre desopilantes- del diario personal que lleva el personaje. Por ejemplo: Diario íntimo. Apunte 3.174: ¿Por qué todas las mujeres de mi vida dicen que soy un amante pésimo? ¿Cómo pueden formarse una opinión definitiva en sólo tres minutos? O esta otra: Diario íntimo. Apunte 935: Ante la vida, yo no soy un cobarde. Tampoco soy un héroe. Soy algo entremedias... Digamos un bicho rastrero.
 
En El último recurso de Freud, quinto capítulo, comparece la inefable doctora Ilse Fobick, psicoterapeuta de nuestro tímido protagonista, al que fustiga inclemente en cuanto el pobre Woody se tumba en el diván. Su caso es interesantísimo, señala la doctora, lo cual es extraño, dado lo aburrido que es usted. O en otra ocasión cuando Allen, doblemente desesperado por el maltrato de la mordaz psiquiatra y por la ostensible inutilidad de la muy prolongada terapia, la llama para comunicarle: ¡Doctora Fobick, adiós! Voy a buscarme otro psicoanalista, Ah, no, no lo hará, contesta ella, no mientras yo tenga su osito de peluche. En cualquier caso, el Woody Allen paciente es un caso perdido: Los del laboratorio han procesado su test de personalidad, le informa la doctora. ¿Y qué dicen?, pregunta, curioso, él. Nada, temen que los demande usted por difamación.
 
En el mundo del espejo, antepenúltima sección del libro, acoge una miscelánea de historietas heterogéneas que incluye chistes que giran sobre la identidad, las aspiraciones frustradas, las muchas quimeras irrealizables, los sueños imposibles del personaje que topan siempre con la cruda realidad. En ellas vemos a un Woody Allen con su secular complejo de inferioridad, rabioso, abatido, frustrado, compadeciéndose de sí mismo, padeciendo depresiones profundas y sumido en una insatisfacción permanente. Me veo un hombre perfecto…, proclama así, relativamente satisfecho, … en el mundo del espejo. Aunque la realidad es siempre otra cosa: ¡Hombre -dice un Allen alegre asomándose a la ventana- un pájaro azul de la felicidad en mi patio! Aunque -y el dibujo ya ha trocado su expresión y aparece ahora con un gesto amargo- me parecería mucho más esperanzador si estuviera vivo.
 
Por fin, en Todos los días se liaban a tiros, el capítulo postrero del volumen, los protagonistas son los padres de Woody, que, como digo, son una presencia habitual en sus películas, y que no paran de discutir entre ellos y de mostrar sin reparo alguno a su hijo la profunda decepción que les provoca su existencia. Te hemos invitado para celebrar tu cumpleaños, hijo… pero comprenderás que no nos quedemos. O en otra tira, que muestra a la ¿familia? en una de sus incalificables comidas: ¿Por qué nunca llamas?, dice la severa madre. ¿Para qué?, dice el hijo, vengo dos veces por semana. Por eso, espeta la progenitora mientras el padre sigue comiendo impertérrito, podrías llamar en lugar de venir. Allen asume con resignación y un estoico desapego su condición de hijo no querido. Dice una de sus novias, enfurruñada ante la tele: No sabes lo que me molesta que no usen la voz de Billie Holiday en “La vida de Billie Holiday”, a lo que Woody responde: Eso no es nada. A mí mis padres me cambiaban por otro niño cuando filmaban películas caseras.
 
En fin, resulta imposible dar siquiera una mínima cuenta de las cantidades ingentes de humor, ingenio, causticidad, lucidez, agudeza e inteligencia que rezuman las trescientas historietas que nos ofrece este Ponte en lo peor. Woody Allen en tiras cómicas, debido a la pluma de Stuart Hample, que firma los dibujos y los textos, aunque en este último caso con la más que decisiva inspiración del propio personaje. La muy cuidada edición de Tusquets es, igualmente, un regalo para el tacto y la vista, y hace aún más recomendable su lectura.
 
Os dejo, para cerrar mi reseña, y como no puede ser de otra manera, con una pieza musical extraída de la cinematografía de Woody Allen. Se trata de Rhapsody in blue, el clásico de George Gershwin que constituye el motivo recurrente de la banda sonora de la película Manhattan.
 
1975… un buen año. El presidente Nixon se había ido, y algunos de sus pistoleros estaban entre rejas por el escándalo Watergate. Estados Unidos se retiraba de Vietnam. A Charlie Chaplin lo nombraban Sir. Yo había vendido a Field Enterprises una historieta gráfica llamada “Rico y famoso”. Éstas eran las buenas noticias.
Las no tan buenas: “Rico y famoso” no me hizo ni una cosa ni otra. Yo seguía siendo un simple peón en la agencia publicitaria y por la noche dibujaba historietas. Me pasaba días concibiendo anuncios televisivos para una marca de tabaco que furtivamente vendía cánceres. Si hubiera seguido mucho tiempo más en aquel trabajo embrutecedor, me habría derrumbado y me habría convertido en un asesino de masas.
¿Qué podía hacer?
Mi sueño: encontrar otra manera de llevar comida a la mesa, mantener a mi familia bajo un techo y decirle adiós al mundillo publicitario.
¡Zas! Se me encendió la bombilla.
Se me ocurrió que el personaje de Woody -alguien que se siente solo en medio de un universo indiferente, que no se come un rosco, al que sus padres humillan (yo conocía el tema), todo ello con réplicas divertidas a lo Oscar Wilde-, que el personaje de Woody, decía, podía ser el protagonista de una tira cómica estupenda (género que yo conocía también) y sacarme de la servidumbre de la agencia publicitaria.
Pero, ¿cómo reaccionaría Woody, que a sus treinta y nueve años estaba en la cima del éxito? Allen había escrito y actuado en ¿Qué tal, Pussycat?, que entonces fue la comedia más taquillera de la historia del cine; había escrito, dirigido y protagonizado, Toma el dinero y corre, Bananas, Sueños de un seductor, Todo lo que quiso saber siempre sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar, El dormilón y La última noche de Boris Grushenko; había actuado en El testaferro; escrito dos obras teatrales de gran éxito, No te bebas el agua y Sueños de un seductor; estaba editando una película titulada Anhedonia, que luego, con el título de Annie Hall, ganó cuatro Oscars, uno de ellos (y compitiendo con La guerra de las galaxias) a la mejor fotografía… ¿Cómo reaccionaría a mi idea? Probé a imaginar la escena:
YO (hablando por un teléfono imaginario): Woody, se me ha ocurrido una tira cómica sobre ti, ¿qué me dices?
WOODY: Lo siento. Ahora estoy ocupadísimo escribiendo un guión, editando una película, escribiendo un artículo para el New Yorker. No necesito dinero. Llámame el año que viene.
De manera que se lo dije en persona.
Woody se sintió lo bastante intrigado para decirme:
-Enséñame algún boceto.
Yo había inspirado mis dibujos en la apariencia que tenía a los veinte y pico años, cuando lo conocí.
Dio el visto bueno al personaje (incluso lo usó como dibujo animado para una secuencia de la película en la que estaba trabajando, Annie Hall) y me preguntó:
-¿Y los chistes?
Le llevé chistes. Les echó un vistazo y comentó, como de pasada:
-A lo mejor podría echarte una mano con los chistes.
¡Oh, Dios mío! Woody Allen brindándose a ayudarme con los chistes, ¡ayudarme a mí!
Suponiendo que se refería a escribirlos, me entraron ganas de exclamar: “¡ME HAS SALVADO!”. Pero dije, por convencido: “Vale”. Lo cual resultó más apropiado, porque su ayuda consistió en docenas de páginas llenas de chistes y apuntes para chistes que había escrito y reunido a lo largo de los años en que trabajó como humorista. Algunos no eran más que simples observaciones, como “Tienen músculos en el pelo”, o “Atado a la estrella de David: incómoda crucifixión”, otros, anotaciones temáticas aún más breves: “Toreo”, “Astrología” (Algunos de estos apuntes tuvo que ayudarme a descifrarlos él mismo).
También los había más largos: “Soy un ignorante político. Lo único que sé es que dos hombres disputan una carrera y el que gana no es siempre el que más votos saca”.
“Viñeta: un hombre que cuando evoluciona rompe con su pareja mona”.
“Instituto Psicoanalítico de Nueva York: estoy en la lista de los diez más buscados”.
“Película underground: noticiario de Vietnam. Pasan las imágenes hacia atrás y durante hora y media parece que estamos ganando la guerra”.
“Nací siendo judío y demócrata, y no sabía cuál de las dos era mi religión”.
Había también historietas breves:
Freud no podía pedir blintzes, le daba vergüenza decir la palabra. Cuando entraba en una tienda de comestibles decía: “Deme esas crepes rellenas de queso”. Y cuando el vendedor le preguntaba: “¿Se refiere a los blintzes, Herr Profesor?”, él se ponía rojo y echaba a correr por las calles de Viena con la capa flotando. Cabreado, fundó el psicoanálisis y se aseguró de que no funcionara”.
Woody me permitió usar estos apuntes en mis tiras cómicas, así como sus libros, películas, obras de teatro y todo el material que reunió cuando actuaba de humorista en locales.
Como mi historieta gráfica se basaba en Woody Allen, que era un personaje famoso, la agencia King Features aceptó publicarla, y me pidieron una muestra de seis semanas para poder empezar a venderla a la prensa. Valiéndome, a manera de trampolín, de los apuntes del mismo Woody, empecé a dibujar las tiras diarias y dominicales que me pedían. A fin de garantizar la calidad del trabajo, al principio estuve muchos sábados yendo a ver a Woody a su lujoso ático de la Quinta Avenida; él juzgaba el material, me sugería cómo desarrollar personajes y chistes y me rogaba siempre que mantuviera el nivel alto y no me conformara sino con lo mejor.