Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de julio de 2011

LINDSEY DAVIS. LA PLATA DE BRITANIA

Hola, buenos días, bienvenidos a Todos los libros un libro. La habitual recomendación de lectura que todos los miércoles os hacemos aquí, en Radio Universidad de Salamanca, hoy no puede formularse en singular, una recomendación, porque hoy quiero hablaros no de un libro sino ni más ni menos que… de veinte; o más exactamente, de veinte... y uno adicional. Puede pareceros desmesurado un consejo de lectura que tenga un objeto tan amplio, ¿quién va a querer leer, quién va a poder leer -pensaréis- veinte, y aun más, veintiún libros? Sin embargo, si accedéis a mi proposición de esta semana, estoy seguro de que acabaréis cayendo en las garras de esta fascinante serie de novelas -pues se trata de una serie- que ahora os voy a presentar y, dadas las fechas, os entregaréis en cuerpo y alma a un resto de verano lector.

En 1991, la escritora británica Lindsey Davis publicó en España, en la editorial Edhasa, La plata de Britania, una novela policiaca ambientada en la Roma del año 70 después de Cristo, con un personaje principal, Marco Didio Falco, un investigador privado que deberá resolver diversos enigmas en la Roma imperial pero que le llevarán, en esa primera aventura, hasta las minas de plata de Britania. Desde entonces, desde ese lejano 1991, las peripecias de Marco Fidio Falco han ido creciendo y complicándose y Lindsey Davis ha seguido narrándolas hasta completar, como os digo, una serie de veinte novelas. La última publicada en España es Némesis, y acaba de ver la luz en una no demasiado cuidada edición, plagada de errores tipográficos y con una horrorosa traducción de Montse Batista (responsable también de la todavía más deficiente del título anterior de la serie), repleta de giros ‘catalanes’ que chirrían en correcto castellano, además de fallos varios (mesero por camarero -una acepción (disculpable) no permitida por nuestro diccionario-, estipendo por estipendio, o flauta de pan por siringa o flauta de Pan -con mayúscula: el semidios griego, obviamente, y no el alimento-, entre otros). Pese a todo, la novela, como las anteriores de la serie, merece la pena, y es especialmente recomendable, insisto, en estos días veraniegos en los que normalmente todos disponemos de más tiempo para encarar con agrado y placer la lectura de este tipo de libros voluminosos pero extraordinariamente adictivos.

En lo que se refiere a esos veinte libros del detective romano, y como podréis comprender, resulta imposible resumir en unos pocos minutos una obra tan vasta, no sólo en extensión -pues cada novela tiene, normalmente, más de trescientas páginas- sino en alcance, en episodios diversos, en aventuras, en personajes, en referencias. Dejadme por lo tanto resaltar tan sólo dos de los grandes logros de toda la serie, los que para mí son los ejes principales de la creación novelística de Lindsey Davis.

En primer lugar, la saga de Marco Didio Falco destaca por su ambientación. Yo no soy, es claro, un experto en la Roma clásica, pero las descripciones de los lugares, de las calles, de los edificios, de las comidas, de las vestimentas, de las costumbres, del mobiliario, de los juegos infantiles, de los ritos, la atmósfera entera en la que se desarrollan las novelas, nos trasladan a la época narrada con una verosimilitud que no sólo aprecia el lector profano, el lector común, sino que también ha sido muy ponderada por los especialistas. Falco se come un pastelillo en un puesto de la calle mientras vigila a un sospechoso, y Lindsey Davis nos cuenta con naturalidad la composición, y la textura, y hasta el sabor o el olor del dulce; del mismo modo, el detective se deja caer sobre su lecho en una buhardilla decrépita del Aventino, tras una jornada de fatigoso trabajo, y la escritora nos presenta los muebles, los escasos utensilios de cocina, la precaria decoración; igualmente, una persecución en el Foro es la ocasión para que en el relato surjan con precisión los menores detalles de las columnatas de los templos, de las estatuas de los dioses, de la túnica del perseguidor, de los abalorios que adornan a la joven perseguida; y en todos estos casos, la descripción resulta creíble, y parece documentada, y efectivamente nos mete en ambiente, nos transporta a aquel mundo.

Por otro lado, el segundo gran valor de estas novelas es, a mi juicio, el haber aprovechado consciente e inteligentemente el molde de la literatura clásica de la serie negra, las historias que tanto hemos leído en Dashiell Hammet o Raymond Chandler, sus detectives Sam Spade o Philip Marlowe a los que también hemos visto en el cine protagonizados por Humphrey Bogart o Robert Mitchum. Marco Didio Falco encaja perfectamente en el prototipo más ortodoxo de investigador que ha popularizado la novela criminal: duro pero sensible, cínico pero también humano y noble, rebosante de un humor mordaz y sarcástico, perseguidor de las mujeres y dotado de un singular encanto para con ellas, independiente e íntegro, valiente y generoso, inteligente y reflexivo pero, a la vez, esforzado hombre de acción. Fíjense en este párrafo de Raymond Chandler que cita la propia Lindsay Davis a propósito de su obra: Por estas calles miserables tiene que ir un hombre que no es miserable, un hombre sin mácula que no tiene miedo. En este tipo de historia el detective tiene que ser de esta clase de hombres. Él es el héroe, él lo hace todo. Debe ser un hombre completo, un hombre corriente pero al tiempo excepcional. Tiene que ser, por usar una expresión bastante desgastada, un hombre de honor… pero por instinto, por inevitabilidad, sin pensar en ello y, desde luego, sin decirlo. Tiene que ser el mejor hombre del mundo y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. Así es, en efecto, Falco, un hombre honrado y escéptico, comprometido y a la vez lúcido, ejemplar pese a sus contradicciones o precisamente por ello, capaz de un distanciamiento irónico del poder, incluso de aquel que le paga.

Pero no son sólo estos dos innegables logros los elementos destacados de la obra de Lindsey Davis. La inmejorable recreación de un espacio y un tiempo que nos trasladan convincentemente a esa Roma del siglo primero y la invención de un personaje imperfecto pero ejemplar que bebe de la tradición de los grandes modelos del género policiaco, vienen acompañadas de infinidad de otros detalles de interés: las tramas detectivescas, las intrigas palaciegas, los referentes históricos, el agudísimo sentido del humor, la pléyade de personajes secundarios poderosamente construidos, con la bella Helena, mujer de Falco, como heroína inolvidable.

Y aquí, en esta constelación de elementos aparentemente accesorios de los libros, es donde aparece la vigésimo primera recomendación de esta semana. Y es que ahora, con la publicación de la aventura número veinte del detective, se ha presentado (en España también en la editorial Edhasa) un imprescindible manual que con el nombre Marco Didio Falco, la guía oficial constituye una suerte de enciclopedia que contiene todo lo que hay que saber sobre la saga novelesca ‘falquiana’. En cuatrocientas apretadas páginas, como os digo indispensables para cualquier seguidor de la serie, Lindsey Davis nos da cuenta de su propia trayectoria personal y familiar, de su formación académica y su vocación de escritora, de la invención de Falco, de sus rutinas al escribir, de las portadas de los libros, de las peripecias de su página web, del proceso de la escritura, de su estilo e influencias, de sus fuentes y herramientas de investigación. Pero hay, además, un análisis muy completo de cada una de las veinte novelas (y de una previa ajena a las peripecias de Marco Didio); un recorrido pormenorizado por las singularidades de varias decenas de los extraordinarios personajes que pueblan las obras; un estudio exhaustivo de los lugares de la trama, las localizaciones de las novelas, con sus características, su historia y sus curiosidades, con sus planos y sus topónimos modernos; una explicación detallada de la época, con un calendario comparativo de los acontecimientos públicos reales e históricos y los sucesos privados y de ficción de la narración literaria; hay una aproximación divulgativa, que permite disfrutar mejor de los libros, a ciertos elementos habituales de la vida romana: la rutina diaria y las horas del día, las reglas que determinaban la posición social, el papel de las mujeres o los esclavos, o el funcionamiento de la familia y el Imperio, el Derecho Romano, la delincuencia y las labores de policía de vigiles, pretorianos e informantes (trasunto esta figura, la del informante, de nuestro actual espía o detective privado). Hay, por fin, una sección final con comentarios sobre la comida y la bebida en Roma, los nombres, los juegos, la religión, la medicina, la odontología, la contracepción, los baños, el dinero, la música, las fuerzas armadas, las medidas, la ropa, la pronunciación, y tantas otras interesantísimas informaciones más, muy oportunas, por otro lado, para una más provechosa degustación de la serie.

Acercaos pues a esta larga y excelente serie de novelas de intriga detectivesca y a su completa guía escritas por Lindsey Davis. Empezad, como parece natural, por la primera de ellas, pues aunque las historias que se narran en cada una sean independientes, la mejor comprensión y el mejor disfrute de los libros se producirán leyéndolas en orden. Recordad su título: La plata de Britania, publicada como todas las demás de la serie en la editorial Edhasa. Y a partir de ella, estoy seguro, querréis devorar el resto y también su sorprendente e inagotable guía oficial. Os dejo un fragmento, breve pero significativo, de esa primera novela, en donde se reconoce ya el tono general de la irónica escritura de Lindsey Davis y en el que, en pocas líneas, tenemos una idea bastante aproximada del carácter de su personaje.

Para complementar musicalmente la lectura de los libros, y ante la imposibilidad de encontrar una canción que se acomode exactamente al mundo del imperio romano, cojo el tema por los pelos y os dejo a Morcheeba y su Rome wasn’t built in a day, uno de los grandes éxitos del grupo, con una Skye Edwards como siempre magnífica. Con ella nos despedimos hasta el mes de septiembre. ¡Disfrutad de un agosto espléndido!


Me di cuenta de que la muchacha llevaba demasiada ropa cuando la vi subir corriendo los escalones.
El verano tocaba a su fin. Roma se freía como una tortita sobre una plancha. La gente se desataba los zapatos pero se los dejaba puestos, ni siquiera un elefante podría cruzar la calle descalzo. La gente se dejaba caer sobre taburetes en portales a la sombra, con las rodillas descubiertas separadas, y desnuda hasta la cintura… y en las callejuelas del Sector Aventino, donde yo vivía, la gente quería decir las mujeres.
Me encontraba en el Foro. La muchacha corría. Estaba demasiado vestida y peligrosamente acalorada, aunque la insolación o el ahogo aún no habían podido con ella. Estaba brillante y pegajosa como una trenza de pasta glaseada y cuando se precipitó por la escalinata del templo de Saturno en dirección a mí no hice el menor ademán de apartarme. No chocó conmigo por los pelos.
Cuando la vi de cerca seguí pensando que estaría mejor sin tantas túnicas. No quiero que se me entienda mal. Las mujeres me gustan con unos pocos vestigios de tela: me permiten abrigar la esperanza de quitárselos. Si desde el principio no llevan nada suelo deprimirme porque, o acaban de desnudarse para otro o, dado mi oficio, están muertas. Ésta estaba trepidantemente viva.

miércoles, 20 de julio de 2011

DAVE EGGERS. QUÉ ES EL QUÉ  

Hola, buenos días. Sed bienvenidos a Todos los libros un libro. Un miércoles más, y aprovechando la pausa veraniega, quiero ofreceros una sugerencia de lectura con la modesta intención de orientaros en el complicado mundo de la oferta editorial, recomendando algún libro propicio para estos días de presumible asueto estival. Habréis apreciado que hay un tenue hilo conductor entre todos los libros reseñados en estas últimas semanas: el del viaje y la aventura. He escogido títulos que nos lleven a países más o menos exóticos, que nos transmitan la sensación de gozoso extrañamiento, que nos permitan conocer otras formas de vida, otras costumbres, otros modos de encarar la existencia, de acercarse a unas realidades que, si bien distintas en las formas a las nuestras propias -muy distintas en ocasiones-, coinciden sin embargo en lo que de común tenemos todos los seres del mundo: la esencial humanidad de nuestras vidas; relatos, en definitiva, que hablan del alma humana, se ambienten en Afganistán o Etiopía, la China o, como en el libro que hoy os comento, Sudán. Un Sudán que el pasado 9 de julio dejaba de ser el país más grande de África para escindirse en dos, Sudán del norte y Sudán del sur, este último, recién ganada su independencia, el país más joven del mundo. Como quizá sabéis, en Sudán convivían dos grandes mundos claramente antagónicos, un sur católico y animista y un norte musulmán; un sur espacio vital de los dinka, la etnia mayoritaria en el territorio, y un norte hábitat de los misseriya, enfrentados desde hace siglos con la tribu rival; un sur pobre, depauperado y rebelde y un norte poderoso; un sur en cuyas tierras se albergaban riquísimos yacimientos de petróleo, y un norte en el que desde el gobierno se esquilmaban esos recursos petrolíferos; un sur y un norte, en fin, enfrentados desde 1983 en una guerra civil formalmente terminada en 2005, pero que ha mantenido encendidos hasta ahora mismo los rescoldos de una enemistad secular (avivados por la codicia generada por la posesión del oro negro).

Y de esta realidad conflictiva y fascinante, dolorosísima y, sin embargo, muy interesante humanamente, habla el libro que quiero recomendaros. Se trata de una voluminosa novela, de más de quinientas páginas, aunque de lectura muy asequible, con una temática, con un ritmo de escritura, con unos personajes que la hacen muy atractiva y que nos impiden abandonarla, obligándonos a permanecer ‘enganchados’ a su trama. Me refiero a Qué es el Qué, un título ciertamente singular, debido a la pluma del norteamericano Dave Eggers, y publicado en España por la editorial Mondadori en traducción de Toni Hill.

Acabo de señalaros que el libro es una novela y, tras mi afirmación, me entran las dudas. En fin, Qué es el Qué es ciertamente una novela, hay ficción en ella, hay elementos inventados en su trama, pero la base autobiográfica del relato y el carácter real, histórico, de la mayor parte de lo que se cuenta son tan importantes, tienen tanto peso, son tan poderosos y están tan presentes, que durante su lectura uno tiene la impresión de estar asistiendo a la narración de una parte de la vida verdadera, no la ficcionada, de sus protagonistas.

A partir de unas clases en la Facultad de Periodismo de Berkeley, en Estados Unidos, Dave Eggers se incorporó a un proyecto, denominado Voice of Witness (Testimonio en viva voz, como ha sido traducido; La voz de los testigos, más literalmente), pensado para ilustrar las grandes crisis de la humanidad contemporánea a través del relato oral. Dentro de ese proyecto se publicaron libros sobre la tragedia de los afectados por el huracán Katrina, también sobre las víctimas de los errores judiciales norteamericanos, ciudadanos inicial y equivocadamente convictos y acusados y posteriormente exonerados. En el marco de esa serie se inscribe este Qué es el Qué.

El libro se abre con la declaración de Valentino Achak Deng, un joven sudanés que vive en Atlanta, en Norteamérica. En este prefacio, Valentino, que a lo largo del libro será también Achak, el Alejado, África, Dominic, Deng, siendo sus múltiples nombres una manifestación simbólica de las innumerables vicisitudes de su vida, nos anticipa el sentido del libro que vamos a leer. Durante dos años Valentino contó su historia, su dramática, su estremecedora, su triste experiencia vital, oralmente, a Dave Eggers. Valentino era un niño cuando estalló la guerra en Sudán, una guerra que provocó dos millones y medio de muertes y muchos millones de desplazados en un conflicto brutal, salvaje, cruel, inhumano, una guerra atroz -todas lo son- acontecida en esas tierras perdidas del este de África en medio de la indiferencia casi general del mundo. A partir de ese relato, el autor redactó su novela, manteniendo en lo esencial la trama biográfica narrada por el niño sudanés e incorporando algunos elementos de ficción para dar a la obra una consistencia final literaria.

No tengo demasiado tiempo para comentaros la intensa experiencia humana a la que accederéis si leéis esta novela, porque quiero dejaros íntegro un fragmento del libro que explica el sentido de su algo críptico título; dejadme deciros, tan sólo, que en Qué es el Qué se nos coloca cara a cara con una de las grandes tragedias humanas de las últimas décadas, ese conflicto sudanés que ha aparecido esporádicamente en los medios de comunicación en los últimos treinta años, y que ahora, con ocasión de la feliz independencia de Sudán del sur, rememoramos. Valentino, un niño pequeño en la primera mitad de los años ochenta del pasado siglo, ve cómo su pueblo es arrasado, sus familiares asesinados, incendiados los parajes de su infancia, violadas las jóvenes de su poblado, masacrados sus vecinos y allegados, devorados los niños por las fieras, torturados todos por las mil y una facciones que se disputan el poder en un Sudán caótico convulsionado por luchas internas de difícil explicación (de difícil explicación si hacemos abstracción de las oscuridades del alma del ser humano, de aquella faceta de la naturaleza humana vinculada al mal, al mal absoluto, del odio entre hermanos, de la destructiva y ciega y terrible pasión por el dinero). Durante años, Valentino perderá su infancia, y junto a millones de sus conciudadanos, vagará en busca de una vida digna, de la tranquilidad y el sosiego que tan normales nos resultan en nuestras despreocupadas vidas de ciudadanos occidentales, atravesará a pie desiertos y selvas, emigrará a Etiopía y Kenia, deambulará por campos de refugiados, y, al fin, junto a otros cuatro mil Niños Perdidos (ése es el nombre por el que serán conocidos) llegará a los Estados Unidos en donde la promesa de una vida mejor resulta casi tan decepcionante como su dramática peripecia vital en África. Y de todo ello da cuenta Dave Eggers en su libro, en un relato apasionante y durísimo, estremecedor y deslumbrante, muy interesante y conmovedor.

Leed este Qué es el Qué escrito por Dave Eggers y publicado por la editorial Mondadori. Aparte de una magnífica novela, podréis conocer de primera mano, podríamos decir, una de las más terribles tragedias en las que se ha visto envuelta (en las que se ve envuelta, pese a la aparente calma que ha traído la independencia) la humanidad en este por otro lado tan moderno y avanzado y tecnológico y desarrollado siglo XXI. Os dejo con un fragmento del libro que encierra una de sus claves. Os dejo igualmente con una pieza de música africana que habla también de algunos de los muchos problemas de África: Africa remebers, del senegalés Youssou N’dour. Su significativa letra: El ayer ha pasado pero tenemos que recordarlo. Mis antepasados sufrieron la esclavitud. Un árbol crece desde sus raíces y yo jamás dejaré de recordar. Sígueme, si quieres. Sí, ahondo en el pasado. Estoy recordando. En otro tiempo habrían venido a buscarte a casa. Y te habrían llevado lejos con las manos atadas. No hubieras vuelto a ver a tu familia ni tus bienes. Nunca, nunca más. De esta manera, los africanos hemos tenido que esforzarnos, hasta que, por fin, hemos recuperado lo más importante que tenemos: nuestra cultura. No renuncies a tu cultura por nada en el mundo. La razón de que riñamos y peleemos en África, incluso hoy, es porque a los líderes africanos les gusta demasiado el poder. Lo que tendríamos que hacer es unirnos. La unidad es el poder. Ahora hay muchos de nosotros en el extranjero, que se marcharon hace tiempo. No tienen dónde caerse muertos y no pueden hacer nada. Nunca volverán a ver a sus familias. Sígueme, si quieres. Lloro por África. Si la esperanza no está rota y la verdad no está perdida, encontraremos la energía en la unidad. Voy a llorar otra vez, porque África debe estar unida.

Hasta la semana que viene.


Cuando Dios creó la Tierra, nos hizo primero a nosotros, los monyjang. Sí, el primer hombre fue un monyjang, y lo hizo más alto y más fuerte que a cualquier otra persona sobre la faz de la Tierra.
Sí, Dios hizo a los monyjang altos y fuertes, y hermosas a sus mujeres, más hermosas que a cualquier otra criatura de la Tierra.
Y cuando Dios hubo terminado, y los monyjang estaban en la Tierra esperando instrucciones, Dios preguntó al hombre: Ahora que estás aquí, en la tierra más sagrada y fértil que tengo, puedo concederte una cosa más. Puedo concederte esta criatura, llamada vaca… Si, Dios enseñó al hombre la idea de ganado, y el ganado era magnífico. Era la réplica exacta de los deseos de los monyjang. Los hombres y las mujeres dieron gracias a Dios por ese gran regalo, porque sabían que el ganado les daría leche y carne y les reportaría toda clase de prosperidad.
Pero Dios no había terminado. Dijo: Podéis quedaros con el regalo del ganado, o bien podéis tener el Qué. Pero, ¿qué es el Qué? Esa era la cuestión. De manera que el primer hombre levantó la cabeza hacia Dios y pregunto qué era eso, qué era el Qué. ¿Qué es el Qué?, preguntó el primer hombre. Y Dios le dijo: No puedo decírtelo. Pero tienes que elegir. Tienes que elegir entre el ganado y el Qué.
Ahora bien, el hombre y la mujer podían ver el ganado con sus propios ojos, y sabían que el ganado les proporcionaría la posibilidad de comer y vivir con gran satisfacción. Vieron que el ganado era la creación más perfecta de Dios y que poseía parte de la esencia de Dios. Sabían que vivirían en paz con el ganado, y que si lo ayudaban a comer y a beber, este a su vez les daría leche, se multiplicaría con los años y mantendría felices y sanos a los monyjang. De manera que el primer hombre y la primera mujer comprendieron que serían tontos si dejaban escapar el ganado a cambio de la idea de qué. Así que el hombre escogió el ganado. Y Dios ha demostrado que fue la decisión acertada. Dios estaba poniéndole a prueba. Le ponía a prueba para ver si podía apreciar lo que le había sido concedido, si era capaz de valorar aquel botín que tenía delante en lugar de cambiarlo por lo desconocido. Y como el primer hombre fue capaz de hacerlo, Dios nos ha permitido prosperar. Los monyjang viven y crecen y el ganado vive y crece.

miércoles, 13 de julio de 2011

HERBERT ROSENDORFER. CARTAS A LA ANTIGUA CHINA

Hola, buenos días. Esta semana os traigo un libro divertidísimo con el que os aseguro pasaréis unas cuantas horas muy entretenidas, además de extraordinariamente instructivas, y que os permitirán reflexionar relajadamente, en este verano caluroso, acerca de la vida en este mundo nuestro algo desquiciado y que no parece saber adónde va, envueltos todos en una carrera desenfrenada carente de sentido. Comprenderéis, pues, por mis palabras que se trata de un libro que bajo la apariencia ligera de un divertimento admite, tras esa frescura superficial, una lectura bastante más seria y profunda. Pero vayamos con los datos, no vaya a ser que en este mi entusiasmo inicial se me olvide proporcionaros su referencia. La novela, pues de una novela os hablo, se titula Cartas a la antigua China, su autor es el para mí desconocido Herbert Rosendorfer, alemán de 1934, y fue publicada en un ya lejano 2004 por la editorial El Acantilado en traducción de Roberto Bravo de la Varga.

El protagonista principal del libro es el indigno, impuro pero inocente mandarín Kao-tai, Kuan de la cuarta clase superior, esposo de dos sobrinas de su Sublime Majestad, que todo lo ilumina con su esplendor, la recientemente desaparecida Chiang-fu, cuarta mujer favorita de nuestro dichoso señor, el Hijo del Cielo, así como prefecto de la Corporación de Poetas Imperiales ‘Veintinueve paredes de roca cubiertas de musgo’, que de este ceremonioso modo es como se presenta este personaje que en la China del siglo X de nuestra era y como consecuencia de sus avanzadas investigaciones, realiza un viaje en el tiempo en el que, por algún error de apreciación en los cálculos realizados, acaba en la Munich de finales de los ochenta, antes de la caída del muro de Berlín. Mil años, pues, de diferencia y, sobre todo, dos realidades, la del primer milenio en el Imperio oriental y la alemana de nuestro tiempo, absolutamente distintas para el peculiar viajero, que creía desplazarse al futuro de su país y que de un modo inopinado se encuentra en un territorio, ante unos individuos, frente a un paisaje, e inmerso en unas costumbres radicalmente opuestas a las propias y, consecuentemente, imposibles de digerir y asimilar. De manera que a la perplejidad que ‘naturalmente’ puede provocar el hecho de ser transportados diez siglos en el tiempo agregadle el desajuste que sin duda debe suponer el salir al encuentro de nuestros supuestos descendientes (obviamente chinos) y toparse con unos rubios, altos, fuertes y vociferantes teutones.

La sola descripción de la trama argumental apunta ya a la primera línea de interés de la novela, esa fecunda vena humorística que os mencionaba en mi presentación. Kao-tai, durante los ocho meses de su periplo (así está pensado el dispositivo que permite la traslación: con el tiempo de viaje tasado), entre un 10 de julio y el siguiente 24 de febrero de nuestro calendario, escribe a Dji-gu, su amigo y partícipe pasivo en el experimento, que permanece en China, mil años antes, a la espera de las noticias del viajero, escribe, digo, un total de treinta y siete cartas en las que da cuenta a su compatriota y ¿contemporáneo? de los resultados de la experiencia. Su relato, en este primer eje temático al que me refiero, es la narración de esa perplejidad, del desconcierto, casi siempre hilarante, que provoca en el entusiasta mandarín la confrontación con un mundo que no puede entender. El universo de los narizotas, como denomina a los seres que se encuentra al ‘aterrizar’, es, simplemente, absurdo a sus ojos y por ello no le queda más remedio que verse obligado a explicarlo a partir de sus propios referentes. Y así, por la novela desfilan las sorprendentes descripciones de los coches (grandes animales, demonios encendidos que avanzan a la velocidad del rayo), las bicicletas (vehículos artísticos que inexplicablemente no vuelcan), los trajes (horribles forros con mangas), los tenedores (instrumentos de hierro laminado que impiden comer con las manos), los cigarrillos y los puros (cilindros que se queman lentamente y que probablemente constituyen una ofrenda de humo), los retretes (una especie de fuente con un vaso de porcelana), el champán (Kao-tai disfruta sobre todo del Moet-Shang-dong, en su peculiar traducción al chino) y tantas otras manifestaciones de nuestra normal vida cotidiana, sorprendente, sin embargo, para alguien tan desubicado en nuestro mundo como el bueno del mandarín. Resulta desopilante su desconcierto ante el absurdo de una Tierra redonda y no plana, el sonido encerrado en los discos de vinilo (platos de música), el milagro de la televisión (la máquina para ver a distancia), las cámaras fotográficas (cajitas de pintar cuadros), pero también las pastillas, la labor de los jueces y abogados, los médicos y los políticos, los aviones, la celebración de la navidad, los museos, la escuela, los libros y hasta un bote neumático (que por capricho y desconocedor de su utilidad acaba comprando). Y esa traslación de un universo a otro la hace Kao-tai con la particular dotación simbólica de la lengua china, de modo que menciona a su interlocutor al compositor We-to-weng, los vehículos Ko-tse, la región alemana de Wa-wie-la, el sabio Sho Peng-ha-wer, la bebida Ko-kao-la-koa; incluso le hace partícipe de que a una mujer enorme, un auténtica mole de sebo, se la llame, en la jerga de los bárbaros, ‘pequeña señora’, su muy libre traducción de 'señorita'. ¡Que entienda a los narizotas quien quiera!

Pero por detrás de esta visión sonriente del mundo contemporáneo aflora de manera continua en el libro el negativo juicio que a este visitante del pasado le provoca nuestro delirante modo de vida. El autor aprovecha así la correspondencia del mandarín para emitir su pesimista diagnóstico sobre las sociedades de nuestro tiempo, esta humanidad insensata que camina hacia su autodestrucción. Kao-tai observa con tristeza lo que para él es su futuro: nuestra profunda soledad, la irrefrenable prisa de las gentes, la ridícula creencia en el progreso, la radical carencia de sentido, la falta de moral, la grisura de nuestra vida triste, el terrible devenir del universo, el incierto futuro de la especie humana.

La conjunción de esos dos frentes, la chocante descripción de nuestras costumbres hecha desde fuera y el severo dictamen sobre nuestros males, junto con el humor que rebosa cada página hacen de la lectura de este Cartas a la antigua China de Herbert Rosendorfer publicado por El Acantilado, una experiencia altamente recomendable. Un libro valioso, pues, y muy interesante que no deberíais dejar de leer y que sin duda resultará una estimulante y muy grata compañía para estos días de solaz veraniego. Para complementar la lectura, música china, obviamente. Se trata de The Guo Brothers, unos excelentes músicos ‘descubiertos’ para el mundo occidental gracias a la genial y anticipadora labor de Peter Gabriel en su sello Real World. La pieza que os ofrezco, extraída de Yuan, su primer álbum, de 1990, en los estudios británicos, se titula Evening song. La delicadeza del sonido de la flauta tradicional china nos traslada al mundo que nuestro Kao-tai añora. Hasta la semana que viene.

El viaje en sí mismo transcurrió sin dificultades y fue cosa de un instante. Nuestros numerosos experimentos merecieron la pena. Después de abrazarte en aquel pequeño puente sobre el Canal de las Campanas Azules -que habíamos escogido y calculado por ser el punto más idóneo- y poner en marcha todo lo que era preciso, fue como si una fuerza invisible me elevase a las alturas, a la vez que daba vueltas como impulsado por un torbellino. Vi resplandecer tu vestidura roja un momento, luego se hizo la noche. Un instante después me encontraba sentado, naturalmente algo mareado, sobre el mismo puente del Canal de las Campanas Azules; pero todo era distinto. Ni un solo edificio, ni un muro, ni una piedra de lo que acababa de ver hacía un momento existía ya. Un ruido atroz me cogió por sorpresa. Estaba sentado en el suelo junto a mi bolsa de viaje a la que me aferraba compulsivamente. Vi árboles. Era -es- verano como hace mil años. Un sol extraño brillaba sobre este mundo, que es tan singular, tan totalmente incomprensible, que al principio no percibí nada en absoluto. Estaba sentado allí, me aferraba a mi bolsa de viaje y, si hubiera podido, habría regresado de nuevo inmediatamente. Pero tú sabes que no se puede. Mi primer pensamiento fue: ¿Sentirá Shiao-shiao nostalgia de mí? Habré de esperar hasta que la pueda acariciar de nuevo. Ella tendrá que esperar.
El puente sobre el que desperté o al que llegué era totalmente distinto del puente en el que te dejé. Ciertamente, todavía se tiende sobre el Canal de las Campanas Azules, pero ya no es de madera, sino de piedra, además de una muy toscamente labrada y colocada con evidente desidia. Todo ‘aquí’ está hecho con desidia. Pensé: Es una suerte que después de mil años, estos sigan teniendo un puente en el mismo lugar. Bien habría podido ser que, después de que el antiguo puente de madera se pudriera o simplemente se derrumbara, hubiesen levantado el nuevo puente algo más arriba o abajo. Entonces me hubiera caído al agua, lo que naturalmente habría sido desagradable, pero no peligroso, ya que, después de tanto tiempo, el Canal de las Campanas Azules ya no es tan profundo como tú lo conoces, aunque por otra parte está extremadamente sucio. Suciedad y ruido... Eso es lo que domina la vida aquí. Suciedad y ruido es el abismo en el que desemboca nuestro futuro.


miércoles, 6 de julio de 2011

ABRAHAM VERGHESE. HIJOS DEL ANCHO MUNDO

Hola, buenos días. Hoy os traigo una novela de lectura arrebatadora, absorbente, una de las que más me han gustado de las que he leído en los últimos meses, que me ha emocionado y conmovido y entretenido e interesado y enseñado y proporcionado algunas horas, muchas horas, porque el libro es voluminoso, de placer y de auténtico entusiasmo apasionado a lo largo del verano pasado. Se trata de Hijos del ancho mundo, una novela escrita por el etíope Abraham Verghese publicada por la al parecer casi infalible, dada la calidad de todas sus propuestas, Editorial Salamandra. El texto original, escrito en inglés, está traducido por José Manuel Álvarez Flórez y presenta en sus 636 intensísimas páginas algunas faltas de ortografía menores aunque deberían haberse evitado, y un número algo más apreciable de errores, entre los que destaca la reiterada confusión en la denominación de uno de los personajes, que llamándose Shiva, con h intercalada, aparece a veces sin ella, a veces denominado Shava, sin que ello suponga una mayor repercusión en la comprensión del libro pues el contexto nos permite suponer su personalidad auténtica y avanzar en la, como digo, muy agradable lectura.

Hijos del ancho mundo es un libro inabarcable y, por tanto, de imposible resumen en una breve reseña como esta que os ofrezco cada semana. Me limitaré pues a proporcionaros una sucinta sinopsis de su argumento, esbozaros algunos de los múltiples puntos de interés del libro y dejaros con un fragmento extraído de sus páginas en el que queda reflejada, aunque también de modo pálido y parcial, una de las muchas y diversas vertientes de la obra.

En 1954, la hermana Mary Joseph Praise, una joven monja nacida en Madrás, en la India, y que desarrolla su vocación realizando labores de atención a los desamparados, deja su país natal y llega a Etiopía, al llamado Hospital Missing, para colaborar como enfermera en la noble misión que llevan a cabo los ejemplares profesionales que en él trabajan, la cura de los paupérrimos enfermos africanos. De una manera al parecer sorprendente la virginal hermana da a luz dos varones gemelos, Marion y Shiva, que parecen ser hijos del genial y abnegado cirujano del hospital, el doctor Thomas Stone, pero tal circunstancia resulta imposible de corroborar, pues la madre muere en el parto y el presunto padre desaparece de la clínica y del país, esfumándose durante décadas de la vida de sus hijos, en cierto sentido huérfanos al nacer.

La novela narra la vida de esos dos niños, acogidos con cariño y devoción por otros dos médicos del hospital, la ginecóloga Hema y el clínico y a la postre también cirujano Ghosh, que acaban creando una familia con los niños, y a los que estos reconocen como a sus auténticos progenitores. Gran parte del libro se desarrolla en el microcosmos del entrañable hospital Missing, en el que ambos chavales crecen y en donde, rodeados por el afecto y la dedicación de los suyos, ven nacer su vocación como médicos, cirujano Marion, que es la voz narrativa del libro, y ginecólogo y obstetra Shiva, complementario y sin embargo tan distinto de su gemelo.

Estamos, pues, ante una novela en la que la medicina ocupa un lugar preponderante, no en vano su autor ejerce con éxito y reconocimiento profesional esa actividad en Estados Unidos. Las descripciones de la vida en el hospital, las peripecias vividas en los quirófanos, las dolencias de los pobres pacientes, los detalles de las operaciones que se describen de modo minucioso y atinado, desempeñan un papel principal en el libro, pero la narración es tan viva, tan precisa, tan apasionante que en ningún momento este hecho, que pudiera resultar un lastre para cualquier lector medio, se constituye en un freno y bien al contrario, resulta uno de los grandes alicientes de la obra. Se trata, claro está, de un libro que disfrutarán sobre todo los profesionales de la medicina, pero en tanto que lo que en él se muestra es una vertiente extraordinariamente humana, una visión afable, cercana, cariñosa, comprometida, entregada del quehacer médico cualquier persona con sensibilidad disfrutará de esas páginas.

Pero es que, además, en el libro hay muchos otros puntos de interés: la indagación en los misterios y exigencias de la paternidad, pues Marion, que cuenta su vida retrospectivamente, desde sus cincuenta años, no renuncia a encontrar al doctor Stone, a todas luces su padre desaparecido, en una aventura apasionante que dura cinco décadas; las siempre intrincadas cuestiones relativas a la identidad, la búsqueda de las raíces, el rastreo de los orígenes de cada uno de nosotros, a través de historias de las familias de la hermana Mary Jo y de Thomas Stone; la ambientación, muy vívida, de las calles y las gentes de Adis Abeba, de la que el texto con el que me despediré por hoy es una muy buena muestra; la formidable galería de personajes secundarios, que se desenvuelven en el mágico ámbito del hospital Missing, el fiel Gebrew y la infortunada Rosina, la desgraciada Genet y el talentoso farmacéutico Adam, la abnegada enfermera jefe y Almaz y la bella Tsige; y está también la historia de Etiopía, los convulsos acontecimientos sociales, políticos y militares que padece el país durante cincuenta años; e interesa igualmente la diversidad de escenarios, descritos con precisión: la India asiática y la Etiopía africana, sobre todo, pero también Boston y Nueva York, en donde Marion comienza su carrera médica. Y por encima de todo ello, de todas estas historias, están los sentimientos que impregnan el libro de forma inolvidable: amor, cariño, dulzura, amistad, ternura, y todo lo que no puede contarse: olores, ambientes, sensaciones, colores, evocaciones, miradas, pálpitos, estremecimientos, anhelos... para conformar una obra, como os digo, conmovedora que no deberíais dejar de leer. Una lectura muy apropiada, además, para estas largas jornadas veraniegas que para muchos están exentas de obligaciones.

Os dejo con un espléndido fragmento del libro y con una formidable canción de una estupenda cantante etíope, Gigi Shibabaw, con su voz única interpretando Ethiopia, una pieza magnética, envolvente, una maravilla.


Lucía una espléndida tarde soleada en Adis Abeba y Hema olvidó que llegaba al hospital con más de dos días de retraso. A aquella altitud la luz era muy distinta de la de Madrás y bañaba cuanto se dignaba iluminar, en vez de reflejarse deslumbrante en todas las superficies. No había el menor indicio de lluvia en la brisa, aunque la situación podía cambiar en cualquier momento. Le llegó el olor leñoso y medicinal a eucalipto, un aroma que nunca serviría para un perfume pero resultaba tonificante en el aire. Captó también el olor a incienso, que todas las casas echaban en la cocina de carbón. Se alegró de estar viva y de vuelta en Adis Abeba, pero la embargó una desconcertante añoranza, un anhelo insatisfecho e indefinible.
Con el final de las lluvias habían proliferado los puestos improvisados en que se vendían pimientos rojos y verdes, limones y maíz tostado. Un hombre llevaba un cordero que balaba a modo de capa al cuello, lo que le hacía esforzarse por divisar el camino. Una mujer vendía hojas de eucalipto, que se empleaban como combustible para preparar inyera, alimento parecido a una hojuela, o torta de tef, el cereal tradicional. Más adelante, vio a una niña que echaba la masa en una enorme plancha apoyada en tres ladrillos sobre el fuego. Cuando la torta estaba hecha, se retiraba como un mantel, se doblaba tres veces y se guardaba en un cesto.
Una anciana vestida de negro se paró para ayudar a una madre a colgarse el niño a la espalda en un hatillo hecho con el shama, el manto de algodón blanco que usaban hombres y mujeres.
Un individuo con las piernas atrofiadas avanzaba a duras penas por la sucia acera balanceando los brazos. Con sendos tacos de madera provistos de asa se apoyaba en el suelo para impulsarse. Se desplazaba sorprendentemente bien calle abajo y recordaba una letra eme.
Una reata de mulas sobrecargadas de leña pasaron trotando con expresión dócil y beatífica, teniendo en cuenta los palos que iba propinándoles el descalzo propietario que corría con ellas. El taxista hacía sonar la bocina, pero el coche sólo conseguía arrastrarse como otro animal sobrecargado.
Los adelantó un camión cargado de corderos, tan apretujados que los pobres animales apenas podían pestañear. Eran criaturas afortunadas, pues por lo menos se las transportaba al matadero, dado que en vísperas del Meskel, la fiesta que celebra el hallazgo de la cruz de Cristo, llegaban a la capital enormes rebaños de bestias que se tambaleaban agotadas y apenas si sobrevivían a aquella marcha hacia la mesa del festín. Después de la celebración, no se oían ni se veían corderos, pero entonces aparecían los comerciantes en pieles, que recorrían calles y callejas gritando ¡Pieles de cordero, quién tiene! La gente los llamaba desde sus casas y, después de cierto regateo, los comerciantes acababan echándose otra piel sobre las que llevaban al hombro y reanudaban el pregón.