Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 25 de abril de 2012

ANN-MARIE MCDONALD. ASÍ VUELA EL CUERVO

Hola, buenos días. Sed bienvenidos, como todos los miércoles, a Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad de Salamanca desde el que cada semana os ofrecemos una nueva recomendación de lectura con la intención de facilitaros una elección literaria de calidad. Me mueve la pretensión de proporcionaros una pista fiable que pueda resultaros de utilidad a la hora de adquirir un libro y que os permita desenvolveros con un cierto criterio entre el maremágnum de publicaciones con las que nos asaltan las librerías, los suplementos culturales de los periódicos, la televisión.

La sugerencia de hoy es, sin lugar a dudas, excelente y podéis confiar en que, si os decidís a hacerme caso, no os vais a arrepentir. Hoy, por decirlo así, y más allá de mi propio juicio personal, juego sobre seguro, porque se trata de una auténtica obra maestra, ensalzada por la crítica y valorada en todos los ámbitos en que ha sido juzgada. Se trata de Así vuela el cuervo, una majestuosa novela, de amplísima extensión, 1.020 páginas, escrita por la canadiense Ann-Marie MacDonald y publicada el pasado 2007 por la editorial Lumen, en traducción de Gemma Rovira.

Dejadme que os haga un comentario preliminar sobre el volumen del libro, su inusual y aparentemente desmesurada extensión. Es evidente que para embarcarse en la lectura de una novela de más de mil páginas hay que disponer, en primer lugar, de un tiempo suficiente; si tras mi recomendación os lanzáis a encarar la aventura de adentraros en sus páginas, pues de una auténtica aventura se trata, y muy placentera, por cierto, debéis estar preparados para contar con la compañía de este libro durante algunas semanas. Pero no es, tan sólo, una cuestión de tiempo: necesitaréis, además, hacer un acto de voluntad; en estos tiempos de fugacidad, de ligereza, de superficialidad, de rechazo al esfuerzo, en estos tiempos que privilegian el resumen apresurado, la síntesis frugal, la lectura en diagonal y esquemática, aceptar la convivencia con los personajes de un libro de un modo demorado y tranquilo, constante y reposado, estable y duradero, reflexivo, sosegado y profundo, es tarea que entraña una dificultad inicial de la que debéis ser conscientes antes de enfrentarla. Ahora bien, una vez así dispuestos, pertrechados de tiempo y voluntad, rodeados de bastantes horas libres y provistos de intención y deseo, de ganas e ilusión, sabed que os vais a encontrar una auténtica joya, una maravilla, una historia que os subyugará, que no querréis abandonar tras su lectura, que sentiréis perder al terminarla, una historia que os deparará muchos momentos placenteros, una historia que os conmoverá, que os hará reflexionar, una historia con la que aprenderéis, con la que os emocionaréis, con la que viviréis algunas semanas con esa plenitud que sólo da la literatura…; una historia que se entrelazará en vuestras existencias, de tal modo que, a su término, echaréis de menos a Madeleine McCarthy, su protagonista, a la que extrañaréis, como lo he hecho yo, al no encontrarla a vuestro lado, después de mil intensísimas páginas.

Así vuela el cuervo puede inscribirse, quizá -y reparad en mis dudas-, en el género policiaco o detectivesco. En efecto, en la primera página de la novela se nos muestra un cadáver, se nos habla de un asesinato, y cuando llegamos al término de la novela, mil páginas después, se nos desvelan las claves de esa muerte violenta. En ese sentido, y en tanto a lo largo del libro se mantiene la intriga, se avanza en la pesquisa de la autoría del crimen, estaríamos ante una narración que respeta algunas de las convenciones del género. Pero esto es así sólo en apariencia, porque hasta la página quinientas los protagonistas no descubren el asesinato que se ha anticipado al comienzo, por lo que al menos esas primeras quinientas páginas son también otra cosa, algo más que la acomodación del escenario, la presentación del entorno en el que se producirá el delito.

Más allá de ese asesinato, o en torno o en paralelo a él, Así vuela el cuervo cuenta, a grandes rasgos, la historia, en los primeros años de la década de los sesenta del pasado siglo, de una ejemplar familia canadiense, los McCarthy; una familia modélica, de anuncio paradigmático del american way of life -pese a no ser estadounidense-, compuesta por Jack, el padre, un comandante de las fuerzas aéreas, semirretirado en la Academia militar de Centralia, tras un desgraciado accidente ocurrido en la retaguardia de la Segunda Guerra Mundial; su mujer Mimi, una guapa enfermera acadiana, de la Canadá francófona, entregada con convicción a su papel de eficiente ama de casa; sus dos hijos, Mike, el mayorcito, de doce años, en el que despunta ya el prototipo de joven sano y feliz que nos han pintado el cine y la publicidad de la época, el chico deportista y responsable, el emblema de esa Norteamérica inmediatamente posterior a la victoria frente al nazismo, esa Norteamérica optimista, conquistadora del mundo, la Norteamérica del baby boom, la de la exaltación de la juventud, la de la chispa de la vida, la que encarna el espíritu jovial y entusiasta de la Coca-Cola, la de los Kennedy, la del aterrizaje en la Luna; y por fin, Madeleine, la pequeña Madeleine, ocho años, personaje principal del libro, desde cuyos ojos observamos cómo ese idílico panorama, esa familia feliz sin mácula, esa sociedad inocente y atrevida, ese mundo renacido y esperanzado tras el horror bélico, esa Norteamérica expansiva y segura de sí, empiezan a oscurecerse, a ensombrecerse, a mostrar la inquietante cara oculta de tanta placidez. Y así, en paralelo y en distintos planos, perfectamente entrelazados, asistimos al resquebrajamiento de esos universos modélicos: la crisis de los misiles, las amenazas de la guerra fría, el espionaje espacial, Vietnam, que cuestionan el proyecto de la sociedad de Estados Unidos y, por extensión, también la de Canadá; del mismo modo, en el pequeño universo de Centralia, los abusos sexuales de que son objeto algunas niñas y que perturban trágicamente la modesta cotidianidad de unas vidas aparentemente felices; igualmente, en un plano más corto, la arcádica estabilidad de la familia McCarthy deja atisbar algunos elementos de crisis conyugal a partir de ciertos secretos, de algunos pequeños silencios, de inevitables malentendidos; por último, la existencia toda de Madeleine, su personalidad naciente, la forja de su carácter se ven afectados por los terribles sucesos ocurridos en Centralia en aquellos días de 1962 y 1963.

Novela muy rica, pues, que admite lecturas muy diversas, de diferente complejidad. Novela torrencial también, de escritura muy fluida, que apasiona y arrebata, no deberíais perderos esta Así vuela el cuervo, escrita por Ann-Marie MacDonald y publicada por la editorial Lumen, de la que quiero ofreceros ahora un fragmento esencial, las primeras frases con las que empieza el libro.

Como correlato musical de mi recomendación de hoy os dejo con una canción perteneciente a la banda sonora de una película espléndida, un ácido ataque al estilo de vida americano y una feroz y muy lúcida crítica a la imagen aparentemente perfecta de la familia media americana, American beauty. Se trata de una pieza que lleva el mismo título que el film, una inquietante música, compuesta por Thomas Newman, que suena en una secuencia fundamental, algo enigmática y preciosa de la película. Hasta la semana que viene.


Los pájaros fueron testigos del asesinato. Abajo, entre la hierba que acababa de brotar, destacaban las diminutas campanillas blancas de los lirios de los valles. Era un día soleado. Crujidos de ramitas, primeros indicios de la primavera, olor a tierra de primavera. Abril. Un riachuelo discurría por el bosque cercano, produciendo un refrescante sonido (a finales de verano estaría seco, pero de momento susurraba entre la sombra de los árboles). En las ramas más altas de un olmo, allí era donde estaban los pájaros, posados entre los abundantes brotes plegados y superpuestos como pañuelos por estrenar.
El asesinato ocurrió cerca de un lugar que los niños llamaban Rock Bass. En un prado que había en la linde del bosque. Un espacio apisonado, como si alguien hubiera hecho allí una merienda. Los cuervos vieron lo que pasó. Había otros pájaros en las altas ramas y ellos también lo vieron, pero los cuervos son diferentes. A ellos les intriga. Lo que vieron otros pájaros fue una serie de movimientos. Los cuervos vieron el asesinato. Un vestido de algodón azul claro. Completamente quieto.
Desde lo alto del árbol, los cuervos observaban la pulsera de dijes que destellaba en la muñeca de la víctima. Era mejor esperar. La plata los atraía, pero era mejor esperar.

miércoles, 18 de abril de 2012

VIKRAM SETH. DOS VIDAS

Hola, buenos días. Sed bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el pequeño espacio literario de Radio Universidad de Salamanca, desde el cual os hacemos llegar, cada miércoles, una nueva recomendación de lectura. Hoy os traigo un libro singular que, pese a estar publicado en una colección que alberga casi exclusivamente ficción, sobre todo novelas -la serie Panorama de narrativas de la editorial Anagrama-, no pertenece a este género, sino que se desenvuelve en un territorio híbrido, a caballo de la biografía, la recreación histórica o, incluso, la autobiografía. Se trata de Dos vidas, su autor es el indio Vikram Seth y vio la luz, como digo en la editorial Anagrama, en el año 2006.

En agosto de 1969, Vikram Seth abandonó su Calcuta natal, en donde había nacido sólo diecisiete años antes, y recaló en Londres con la intención de cursar el bachillerato superior en Tornbridge, un internado que lo iba a acoger, becado, debido a las excelentes notas que había sacado en sus estudios en la India. El joven Vikram ya conocía Inglaterra, pues en dos ocasiones anteriores, aunque muy pequeño y por escasos días, había visitado la cuna del Imperio Británico. Sus recuerdos, por ello, eran casi inexistentes, y los que perduraban, extraordinariamente vagos. En esta tercera visita, las cosas iban a ser diferentes, pues le esperaban varios años de contacto con la realidad inglesa, en particular la londinense. En Londres, viviría con un tío abuelo suyo, hermano de su abuelo materno, el doctor Shanti, y su mujer, la tía Henny, una judía alemana que había logrado huir del terror nazi en 1939 y se había instalado en la capital británica.

En la primera parte de Dos vidas, Vikram Seth cuenta cómo se produjo el encuentro con sus tíos abuelos, cómo se desarrolló la convivencia con ellos en aquellos años y cómo sus personalidades, lo peculiar de la relación entre ellos dos, la sospecha de un sugestivo pasado oculto, lo llevaron a interesarse progresivamente por sus existencias, por unas trayectorias vitales que él imaginaba fascinantes y envueltas en oscuros secretos, hasta el punto de concebir la idea de escribir una biografía paralela de sus dos vidas.

A partir de este comienzo, en las restantes secciones del libro, Vikram Seth relata la vida de sus dos parientes. La de su tío abuelo Shanti, sobre la base de las frecuentes conversaciones con él: su abandono de la India natal, sus estudios en Alemania -en donde conocerá a una joven Henny- e Inglaterra, su inicios profesionales como Doctor en Odontología, su participación en la Segunda Guerra Mundial, sus destinos en Egipto e Italia, la pérdida de un brazo en una acción bélica en Monte Cassino, su vuelta a Londres, la reanudación de su carrera profesional, aparentemente limitada por su invalidez, el reencuentro y la muy tardía boda con Henny, sus amigos, sus relaciones familiares, sus preocupaciones, sus manías, su acomodada vida, su enfermedad, su decadencia, su muerte. Vikram repasa también la vida de su muy hermética tía abuela Henny, en este caso a partir del encuentro fortuito, tras su muerte, que ocurriría nueve años antes que la de su marido, de un baúl repleto de cartas y documentos, que le permitirán reconstruir la terrible experiencia vital de esta mujer en el Berlín de los años treinta, la inicial placidez de la vida juvenil, su amor por Hans, la desenfadada felicidad de las amistades de juventud, pero, pronto, también, el avance imparable del horror nazi, la progresiva repercusión del delirio hitleriano en la vida de la comunidad judía berlinesa, las ambivalentes reacciones de los vecinos, de los conocidos, de los amigos, ante la asesina irracionalidad nacionalsocialista, su afortunada huída a Inglaterra, abandonando a su madre y a su única hermana, que no sobrevivirían a los campos de concentración, su reencuentro en Londres, años después, con Shanti, su matrimonio y su vida en común.

Sobre el entramado formado por el relato de estas dos vidas, Vikram Seth, toma, además, distancia y relata también el acontecer del mundo en el siglo XX. Dice el autor, en un momento del libro: Mi lente, en su mayor parte, se ha acercado con su zoom a mis dos personajes. Pero de vez en cuando se ha abierto en un gran angular y ha abarcado la historia del siglo que habitaron. Es cierto que los siglos son unidades arbitrarias -determinadas, entre otras cosas, por la fecha mal calculada del fundador de una religión y el número de dedos de nuestras manos-, pero como otorgamos a estas unidades una trascendencia espuria, esa trascendencia acaba siendo verdadera. Las vidas de Shanti y Henny abarcan casi por entero una de esas unidades arbitrarias, el siglo XX. Los dos nacieron en 1908; Henny murió en 1989, Shanti en 1998. Muchas de las grandes corrientes y movimientos del siglo se reflejan en los sucesos de sus vidas, y en los de sus amigos y parientes: el Raj, el movimiento por la libertad de la India, la India posterior a la Independencia; el Tercer Reich; la Segunda Guerra Mundial; la Alemania de posguerra, incluyendo la división de Berlín, el bloqueo y el puente aéreo; la emigración de los judíos de Alemania en los años treinta (algunos amigos de Henny acabaron yéndose a Shangai, Sudáfrica y California); el Holocausto; Israel y Palestina; la política, la economía y la sociedad inglesas. Muchos poderosos ‘ismos’ -el imperialismo, el nazismo, el antisemitismo, el racismo, el conservadurismo, el liberalismo, el socialismo, el comunismo, el totalitarismo- recorrieron (y a veces maltrataron) sus vidas o las de sus familias y amigos. Me pareció que el dibujo de esas vidas individuales aceptaba el complemento de algunas miradas fugaces a su siglo, aun cuando esas miradas estuvieran influenciadas por las opiniones, quizá dogmáticas, del autor. De hecho, la lente se ha vuelto hacia el que sujeta la cámara, pues este libro, además de una biografía, es también una autobiografía.

Dejadme que os haga una última mención a la traducción, la enojosa traducción de Damián Alou, y os dejo con una cita del libro que refleja, creo, la esencia de la relación entre estas dos personas, estas dos vidas extraordinarias. Enojosa, molesta la traducción de Damián Alou, trufada de catalanismos (‘venir’ por ‘ir’), construcciones imposibles en castellano (‘fue cuando […] que’), errores de colegial (el reiterado uso de la expresión de motu propio, en vez del cabal motu proprio), y, sobre todo, por lo que complica la lectura, desconcertantes contradicciones cronológicas (que, ciertamente pueden ser debidas a una defectuosa corrección de errores por parte de la editorial, o incluso a despistes del propio autor), como dar por fecha de nacimiento del tío Shanti el año 1918, con lo que la incorporación de éste a sus estudios de odontología en Berlín en 1931, narrada páginas después, resulta absolutamente extravagante; o la afirmación, sostenida en otro momento del libro, de que Shanti, tendría, en febrero de 1940, treinta y tres años, cuando pocas líneas atrás se ha insistido en su nacimiento el ocho del ocho de mil novecientos ocho…

Leed, no obstante, este magnífico Dos vidas de Vikram Seth, publicado por una esta vez poco rigurosa editorial Anagrama, seguro que os va a interesar. Como cierre musical a mi recomendación de esta mañana, un singular grupo de la India, aunque abierto a planteamientos multiculturales. Se trata de Raghu Dixit y su estupenda canción No man will ever love you, like i do.


Una vez, mientras volvían en avión de sus vacaciones en Suiza, Shanti le sugirió: ¿No sería bonito que el avión se estrellara y muriéramos juntos? Pero Henny le contestó: Yo no quiero morir. No dijo que le diera miedo la muerte. Me parece que su respuesta procede más de una sensación de satisfacción o incluso de felicidad conseguida con esfuerzo, consecuencia, en gran medida, de la seguridad de contar con el amor de Shanti.
En lo más profundo del corazón de Henny había cosas que ella nunca le reveló. Estaba el mundo en el que Shanti había nacido y se había educado, que ella decidió no conocer. Había muchas cosas que no comprendían el uno del otro. No eran almas gemelas. La suya era una camaradería basada en la confianza mutua más que en las confidencias.
Compartían una fe en las aptitudes, el carácter y el amor del otro. Es posible que no fuera una pasión correspondida, pero sí se preocuparon el uno del otro, mucho y hasta el último momento. Ante el acoso de la vida, aislados en el mundo, fueron el uno para el otro un refugio fuerte y seguro.
¿Hay algo perfecto? En un mundo con tanto sufrimiento, aislamiento e indiferencia, hay que dar gracias de que algo sea lo bastante bueno.


miércoles, 11 de abril de 2012

LEONIE SWANN. LAS OVEJAS DE GLENNKILL

Hola, buenos días. Esta semana, en Todos los libros un libro, quiero presentaros una novela perteneciente a un género que aparece con relativa frecuencia en esta sección en la que cada miércoles os ofrecemos una propuesta, una sugerencia de lectura. Hoy os traigo una novela policíaca, una muy interesante novela de intriga detectivesca, aunque con unos rasgos peculiares que la hacen singular, originalísima y, por ello, además de por su calidad, altamente recomendable, sobre todo en estos días que para algunos son aún vacacionales, unos días en los que se agradece una lectura entretenida, relativamente ligera y amena. Se trata de Las ovejas de Glennkill, escrita por la debutante Leonie Swann, una novela que se ha convertido en un extraordinario éxito de ventas en Alemania, país del que procede su autora y en donde vendió un millón de ejemplares solamente en esa lengua. La enorme repercusión popular del libro ha propiciado su versión cinematográfica que ya se halla en proceso de desarrollo. Del mismo modo, en estos días ve la luz en nuestras librerías ¡Qué viene el lobo!, la continuación, con la misma temática e idénticas protagonistas, del título original. El primer libro de la serie, del que quiero hablaros hoy pues no he podido leer aún el segundo, lo editó en España en 2007, con la traducción de María José Díez y Diego Friera, la editorial Salamandra que lleva tiempo manteniendo una política de publicaciones muy seria y coherente, con una oferta no demasiado abundante pero siempre rigurosa y de calidad.

En un prado cercano a la pequeña aldea de Glennkill, un pueblito tranquilo y pintoresco de la verde Irlanda, aparece un buen día, inopinadamente, el cadáver de George Glenn, un pastor que yace, trágica y salvajemente atravesado por una pala, en la hierba de una colina cercana a la caravana en la que habita y a los pastos en los que sus ovejas desarrollan su aparentemente insulsa existencia de rumiantes. A partir de este macabro acontecimiento inicial se desencadena el proceso de indagación, búsqueda y descubrimiento del culpable o de los culpables, pues todo apunta a un asesinato: se desatan los rumores y las especulaciones, surgen los primeros sospechosos, se analizan las pruebas, se estudian los indicios, se dilucidan los motivos, se contrastan coartadas, se plantean hipótesis, en definitiva, se desenvuelve el itinerario típico de la investigación de un crimen. Lo novedoso en la novela que os comento es que el papel del detective inquisitivo, del indagador curioso, del sagaz investigador, lo desempeña el propio rebaño del pastor George; serán las ovejas -desde cuya perspectiva se narra la novela, en un enfoque, como digo, muy original y ciertamente insólito- las que intentarán desentrañar el misterio, el doloroso enigma de la muerte de su pastor. Al parecer, la autora, Leonie Swann, gestó el libro en París, en donde había vivido durante una época y donde sintió añoranza de la vida rural y de las ovejas que conoció en un viaje a Irlanda.

Al optar por narrar la historia desde el punto de vista de las ovejas, Leonie Swann asume un difícil compromiso, un reto complejo que, a mi juicio, supera con creces: trasladar al lector las reflexiones, la sensibilidad, las percepciones, las claves del comportamiento, los criterios de análisis, la “personalidad” -permitidme esta licencia- de las ovejas. El rebaño pone en juego todas sus armas en la pesquisa del crimen: su elemental pensamiento ovino, su poderoso instinto animal, su intenso olfato, sus rutinarias costumbres de seres irracionales, pero también su profundo conocimiento del universo humano, derivado no sólo de su secular contacto con los ‘rebaños’ de personas -como ellas dicen- sino de un hecho también especialísimo y que es otro de los logros de la novela. George, el pastor, mientras vivía, tenía la costumbre, muy apreciada por sus ovejas, de leerles regularmente novelas románticas, tratados de enfermedades del ganado, cuentos de hadas. De esas lecturas extraen las investigadoras las claves -muchas veces erróneas, deformadas por la narración literaria- de su comprensión de los seres humanos.

La novela, más allá de este planteamiento peculiar y novedoso, tiene otros aciertos. Singularmente su prosa ágil, su fresco modo de contar, que nos transporta con facilidad a la mente de los ovinos. También, y de modo muy destacado, su humor. Las ovejas de Glennkill es un libro entrañable, desenfadado, lleno de ironía. Hay, incluso, una especia de parodia, o más bien de cita, de homenaje, a las novelas detectivescas de Agatha Christie. La oveja que encabeza la investigación, la más aguda e ingeniosa detective del rebaño se llama Miss Maple, en una clara referencia a la Miss Marple de la Christie. Además, de un modo preliminar aparece, como en tantos otros relatos de este género, un listado de dramatis personae, en este caso, obviamente, dramatis oves, es decir de los nombres de los principales personajes, de las principales ovejas que protagonizarán la historia, con una breve reseña de sus rasgos más significativos que permitan su identificación a lo largo del texto. Así, os encontraréis, incluso antes de que se plantee la trama, con Melmoth, Maude, Mopple The Whale, Othello o Sara… algunos de los protagonistas de este libro divertido e interesante, aunque sencillo y sin más pretensiones.

Miss Maple y sus compañeras vuelven a ser las protagonistas de ¡Que viene el lobo!, la segunda novela de la serie en la que se narra un nuevo caso en el que se ve envuelto el curioso rebaño de ovejas detectives. Al parecer, tal y como señala la nota editorial, las ovejas abandonan las verdes praderas de Irlanda y viajan al continente. Una vez allí, se instalan al abrigo de un remoto castillo francés, a primera vista un paraje ideal que, sin embargo, pronto se verá perturbado por acontecimientos misteriosos.

En fin, estamos ante un libro, este Las ovejas de Glennkill, menor, no se trata de alta literatura; pero tras su ligereza, tras su falta de pretensiones se encierra una historia amable que puede ofreceros, en estos últimos días de vacaciones, unas horas de entretenimiento y disfrute.

Ovejas, también, en el vídeo que cierra esta entrada. Un clásico, Sheep, de Pink Floyd, con treinta y cinco años a sus espaldas. Espero que os guste. Hasta la semana que viene.


El sol lucía alto en el cielo, y el mar no traía viento alguno. Las únicas que parecían indiferentes al calor eran las moscas, que zumbaban infatigables alrededor del hocico de las ovejas y se les metían en las orejas. Ello ofreció un pretexto incluso a las más escépticas para reunirse como si nada bajo las frescas ramas del árbol de la sombra, donde Melmoth se recostó sobre un blando colchón de hojarasca y contó su historia. Hasta el cordero de invierno llegó a asomarse por el tronco y, como las ovejas se sentían demasiado apáticas para ahuyentarlo, se quedó.
Así fue como ese inmaculado día de verano todas las ovejas de George se quedaron heladas. Melmoth habló como las ovejas nunca habían oído hablar, no sólo con palabras, sino con el viento en la lana y el corazón tembloroso, de manera que las ovejas no tardaron en correr con él por la oscuridad.
En las historias de Melmoth hacía un frío glacial.



miércoles, 4 de abril de 2012

ALBERTO DENTI DI PIRAJNO. MEDICINA PARA SERPIENTES

Hola, buenos días. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Hoy abro este espacio de recomendaciones literarias en Radio Universidad de Salamanca con una pregunta retórica, aunque en la radio casi todas lo son, no esperan respuesta, vosotros estáis en vuestras casas o en vuestros trabajos o en una cafetería o en un taxi y yo aquí en los estudios, por lo que, ¿cómo iban a llegarme vuestras contestaciones? En fin... Mi pregunta, la falsa pregunta con la que quiero despertar vuestra curiosidad acerca de la sugerencia de lectura que esta gris mañana cuasi vacacional quiero haceros es la siguiente: ¿qué interés puede tener para vosotros un libro que vio la luz hace casi sesenta años, de un autor desconocido y sin obra literaria alguna a sus espaldas, publicado por una editorial minúscula y minoritaria, y que, para más inri, no pertenece a ningún género literario definido? Pues bien, eso es lo que os ofrezco esta mañana, una rareza, podríamos decir, un libro del que no me extrañaría nada que no hubiérais oído hablar en vuestra vida y que, sin embargo es una maravilla, una pequeña joya que ha llegado a mis manos por azar, un libro formidable que he leído y que he disfrutado de tal manera que no quiero que podáis pasaros sin él. Se trata de Medicina para serpientes, su autor es el aristócrata italiano Alberto Denti di Pirajno, y lo publicó, en versión castellana de Paloma Alonso Alberti, la muy estimable editorial coruñesa Ediciones del Viento.

Alberto Denti, duque de Pirajno, fue un médico italiano que en 1924, acompañado de su amigo el duque de Aosta, partió a las regiones del África Occidental dominadas por Italia, para ejercer la medicina entre la población indígena de la Tripolitania, la colonia italiana en el noreste africano. Su conocimiento de la realidad local, junto a circunstancias de índole política, lo llevaron a aceptar tareas administrativas en Libia, Eritrea, Etiopía y Somalia, en donde, sin abandonar su labor como médico, va asumiendo progresivamente mayores responsabilidades políticas, bajo el mandato de un gobierno, el fascista de Mussolini, embarcado en la segunda guerra mundial. Su presencia en los territorios africanos se prolongará durante más de veinte años y finalizará con la detención del para entonces ya notable y significado gobernador de Trípoli, que rinde sus armas a las fuerzas británicas en 1943, para ser confinado por los aliados en un campo de concentración keniano hasta el fin de la guerra.

Al margen de las discutibles opiniones políticas y de las sesgadas interpretaciones ideológicas, que en muy escasa medida aparecen sutilmente y sin interferir en el relato en algún episodio aislado de las últimas páginas del libro, éste es magnífico, repleto de anécdotas descritas con un agudísimo sentido del humor, de historias narradas con una admirable capacidad para entender la realidad de las gentes y los lugares que el autor conoce, para captar y transmitir la atmósfera y el color locales. Porque eso es, sobre todo, este Medicina para serpientes, una colección de estampas africanas, un agradabilísimo y muy atractivo anecdotario, plagado de cómicos sucedidos, de peripecias jocosas, de historietas divertidas y pintorescas, de pequeños lances de la sorprendente vida cotidiana de un hombre blanco que, a principios del siglo pasado, ejerce su profesión con generosa entrega y considerable sabiduría científica en distintos pero siempre modestos dispensarios médicos en unas tierras africanas aún impregnadas de comportamientos ancestrales, ignorancia mágica, irracionales prácticas tribales y manifestaciones legendarias de una absurda e incomprensible concepción de lo sagrado. Alberto Denti describe, con una inteligente perspicacia y una muy notable capacidad de observación, ritos religiosos y costumbres atávicas, mitos y leyendas tradicionales, relatos fantásticos y comportamientos y hábitos de vida llamativos, ceremonias de iniciación y bodas interminables y magníficas, encantamientos y sortilegios varios, un animalario riquísimo, unos paisajes deslumbrantes y, sobre todo, un extraordinario y curiosísimo paisanaje. Por el libro pasan decenas de individuos singulares muy exóticos y llamativos, que se nos hacen casi siempre entrañables gracias a la cercanía y la comprensión que emanan de la pluma del autor: temibles guerreros del desierto, vistosos aborígenes representantes de mil y una etnia a cual más insólita, curanderos delirantes, prostitutas bellísimas, barberos, cazadores, caravaneros, reyezuelos locales, ajadas alcahuetas de burdel, inocentes niñas convertidas repentinamente en jóvenes esposas por el dictado de absurdas y crueles tradiciones, ancianas dotadas de una sabiduría de siglos, imanes musulmanes, rabinos, religiosos de múltiples creencias... y cientos de extravagantes especímenes más. La profusión de historias es desbordante: la de Fusuda, encantadora de escorpiones; la del pequeño huérfano y el arcángel Gabriel; la de Hagg Belgassem, el brujo que cura imponiendo las manos; la del joven guerrero que pide la mano de su amada al médico italiano, pues éste, al salvarla de la segura muerte, le ha dado otra vez la vida, es, pues, su nuevo padre; la de Yemberié, el fiel ordenanza del doctor, siempre preocupado por la supuesta indefensión de su amo ante las amenazas de la peligrosa vida africana; la del Hagg Ahmed y la serpiente en el estómago; la de Burghesa, el escurridizo mercader de sombras; la de Neguestí, la leona emperadora... y todas ellas, o su mayor parte al menos, reales, vividas auténticamente por Alberto Denti en su inolvidable experiencia africana.

En fin, resulta imposible abarcar siquiera mínimamente la cantidad de elementos de interés en este libro encantador y, si el adejtivo no resultara excesivo -aunque me atrevo-, magistral. Os recomiendo vivamente su lectura, un lectura gozosa, fluida, vivísima, alegre y feliz. Os dejo con un significativo fragmento del libro y, como cierre musical al espacio de hoy, con música etíope de una cantante espléndida, la excepcional Aster Aweke interpretando Kabu, una joya preciosa y delicadísima.


Cuando venía al ambulatorio, Selima vestía con llamativa elegancia, luciendo una armonía de colorido que tenía el encanto de la policromía de algunos pájaros tropicales. Llevaba un par de pantalones color celeste con dibujos en un azul más intenso, sirwal abombados recogidos en los tobillos con unos aros dorados, y sobre la camisa inmaculada, una casaca de terciopelo verde con bordados de plata que le llegaba hasta las rodillas. Pero todos los adornos quedaban escondidos por un holy, un manto de rayas rosas y amarillas que la cubría de la cabeza a los pies. Una sombra de colorete en los pómulos matizaba la piel ámbar de sus mejillas.
Su abuela me contó que recurría a todo tipo de estratagemas para que su madre le prestase el collar de monedas de oro y le permitiese rociarse con su perfume. Tenía miedo del médico cristiano y no quería quedar mal.
Cuando entraba en el ambulatorio, Selima se detenía compungida en el umbral, y hacía una reverencia acompasada, a la que yo respondía con gran seriedad invitándola a subirse a la camilla, mientras sacaba del esterilizador las piezas de la jeringa y les quitaba la tira de gasa en la que estaban envueltas.
Mientras tanto, la pequeña turca se quitaba el manto y se subía a la camilla. Después de haberse desabrochado dignamente los pantalones, se libraba de las babuchas sacudiendo los pies, como si fuera un pájaro agitando las alas. La negra que la acompañaba intentaba ayudarla, pero Selima con el aire altivo e intolerante de una sultana aburrida murmuraba: Jallini ya tamba; déjame en paz, tonta.
Cuando me acercaba a la camilla, la sultana, tumbada sobre el vientre, exhibía, entre los bordes de la casaca y el ribete plateado de la cintura de los pantalones bajados, un minúsculo triángulo de piel que enrojecía cuando lo desinfectaba con el éter. Cuando la aguja penetraba en su carne y la jeringa se vaciaba, ni un solo músculo de su cuerpo temblaba. Sólo los piececillos desnudos se arrugaban con una convulsión que engañaba al dolor.
En cuanto terminaba de lavar la jeringa, Selima, completamente vestida, me aparecía delante toda envuelta en las rayas amarillas y rosas del holy. Que Dios te dé paz, oh padre mío. Que Dios te bendiga, princesa.
Después de mi último saludo ceremonioso, la niña en el umbral de la habitación volvía la cabeza sobre el hombro y, cubriéndose la cara con un borde del manto, murmuraba entre dientes una de esas frases con las cuales las mujeres aduladas frenan el entusiasmo de un admirador demasiado audaz. La sierva se tapaba la boca con la mano, y después de lanzarme una sonrisa radiante de orgullo, alcanzaba deprisa a su extraordinaria ama, que con paso altanero, caminaba tiesa por la vereda, entre tienda y tienda, evitando las piedras con paso de danza.