Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de abril de 2011

IAN McEWAN. SÁBADO

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad en el que cada semana os ofrecemos una propuesta de lectura en la que pretendemos guiarnos exclusivamente por criterios de calidad. Hoy también os traigo una novela, el género más habitual en nuestro programa, y una novela magnífica, que a mí me ha deparado muchos momentos de placer y felicidad, de conocimiento y diversión, de reflexión y sensibilidad. Se trata de Sábado, la antepenúltima novela del inglés Ian McEwan, traducida por Jaime Zulaika. Las dos más recientes, On Chesil Beach, y Solar, ya están publicadas, ambas en la editorial Anagrama, son también espléndidas y pienso hablaros de ellas en ediciones posteriores de nuestro espacio.

Henry Perowne es un hombre feliz. Es un reconocido neurocirujano y está casado con Rosalind, una abogada de un importante periódico. Ambos disfrutan de su trabajo, se quieren y quieren a sus hijos, un prometedor músico y una joven poeta. Es sábado, 15 de febrero de 2003, el día de las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak. Henry se despierta, va hacia la ventana de su dormitorio y ve un avión en llamas que sobrevuela Londres a muy baja altura. Henry teme un accidente terrible, un ataque terrorista. Más tarde, escuchando la radio, sabrá que se trata de un aterrizaje forzoso. Y Henry volverá a dormir, y hará el amor con su mujer, y se irá luego a su partida de squash semanal. Pero la visión nocturna no ha sido sino el presagio de la realidad azarosa que irrumpirá en la plácida burbuja de su vida tan armoniosa...

He aquí el resumen apresurado que la editorial Anagrama nos ofrece de Sábado, aunque esta sinopsis reducida no nos da más que una pálida muestra de lo que es el libro. La novela nos contará con minuciosidad y precisión casi científicas ese sábado, ese día completo de Henry. Sin embargo, no es lo externo, no son los actos, los acontecimientos, los incidentes que vive, siendo importantes, generando curiosidad e intriga, lo que nos acabará interesando de la vida del doctor Perowne, sino sus reflexiones, su monólogo interior, el discurrir de su pensamiento, sus reflexiones sobre cuestiones morales, políticas, estéticas, existenciales.

Sábado está influida, como quizá habréis podido deducir a partir de la síntesis de su argumento, por los atentados del 11 de septiembre, al igual que tantas otras excelentes novelas que se han escrito desde entonces. La sombra del avión que sobrevuela Londres a punto de estrellarse es más que una mera referencia a la tragedia de Nueva York, es un recordatorio del escenario en el que se mueve el mundo actual, de los riesgos que lo amenazan, de la complejidad que lo perturba. También la guerra de Irak está presente en la novela, a través de las manifestaciones que el protagonista encuentra en su deambular por Londres. Pero estas citas con la actualidad, con la historia, con la vida de nuestras sociedades desarrolladas en este aún incipiente y convulso siglo veintiuno, nos llevarán al interior del alma del personaje, que es el interior del alma de cualquiera de nosotros. Historia, pues, y sociología, y documento, y reflexión y crónica de una época… pero también sensibilidad y emoción, el sentir íntimo de un ser humano ante las preguntas importantes de la existencia: el paso del tiempo, el miedo a la muerte, la salvación por la poesía y la literatura, la memoria, la libertad, el amor y la pareja, la familia y los hijos…

Os dejo ya con un fragmento de Sábado, con el comienzo de la novela, con lo que será el desencadenante de la trama entera del libro. Seguid mi consejo, leed Sábado, una novela formidable de Ian McEwan, otra más, publicada por la editorial Anagrama.

Con excelente música despediremos por hoy nuestra sección. La contundente Saturday morning, del siempre inquietante Mark Oliver Everett al frente de Eels.

Al despertar, horas antes del alba, Henry Perowne, neurocirujano, descubre que ya está en danza, aparta las mantas de su postura sedente y se levanta. No sabe con certeza el momento exacto en que ha despertado, pero tampoco le importa. Nunca ha hecho algo así, pero no se alarma y ni siquiera se sorprende un poco, porque el movimiento de sus miembros es ágil y placentero y nota una fuerza insólita en la espalda y las piernas. De pie y desnudo junto a la cama -siempre duerme desnudo- siente su plena estatura, la respiración paciente de su mujer y el aire invernal del dormitorio en la piel. Lo cual también es una sensación placentera. El reloj de la mesilla marca las tres cuarenta. No sabe qué está haciendo levantado: no necesita aliviar la vejiga, no le perturba un sueño, tampoco un elemento del día anterior ni el estado del mundo. Es como si, ahí en la oscuridad, saliendo de la nada se hubiese materializado entero, completo, sin impedimentos. No está cansado, a pesar de la hora o de los trabajos de la víspera, ni le turba la conciencia ningún caso reciente. De hecho, está despabilado, tiene la mente en blanco y le embarga un júbilo inexplicable. Sin una decisión tomada, sin que le mueva un propósito, se dirige hacia la más cercana de las tres ventanas del dormitorio y siente su paso tan fácil y liviano que sospecha al instante que está soñando o sonámbulo. Si es así, sufrirá una decepción. Los sueños no le interesan; que esto sea real es una posibilidad más enjundiosa. Y sabe seguro que es totalmente él mismo, y sabe que está despierto; conoce la diferencia entre esto y despertar, conocer las fronteras es la esencia de la cordura.



miércoles, 20 de abril de 2011


PHILIP HOARE. LEVIATÁN O LA BALLENA

Hola, bienvenidos a Todos los libros un libro, que hoy os trae una recomendación de lectura que no será radiada, pues al interrumpirse las emisiones de Radio Universidad durante las vacaciones de Semana Santa, estas palabras sólo verán la luz en nuestro blog. Dejadme que hoy empiece mi reseña de una manera entusiasta y entregada. Y es que el libro del que quiero hablaros es absolutamente apasionante, yo lo he leído en algunas intensísimas jornadas de las pasadas vacaciones navideñas y os puedo asegurar que su lectura me ha deparado bastantes horas, unos cuantos días y, en conjunto, una semana de auténticas satisfacción y felicidad. Se trata de Leviatán o la ballena, un deslumbrante ensayo del británico Philip Hoare publicado por la editorial El Ático de los libros. La obra ha sido acogida con entusiasmo unánime de crítica y público en el Reino Unido, en donde ha recibido el premio de la BBC al mejor libro de ‘no ficción’ del año 2009. Se presenta en España avalado por las recomendaciones incondicionales y siempre muy fiables -al menos para mí- de Antonio Muñoz Molina y Fernando Savater, que se declaran rendidos admiradores del libro. Cierto es que, probablemente, ambos cosmopolitas escritores habrán podido degustar el texto en su versión original inglesa porque, en un sentido contrario a todo lo que os he referido hasta el momento, debo indicaros que la edición española es absolutamente deplorable, con una traducción de Joan Eloi Roca, repleta de faltas de ortografía (de las que nadie está exento, pero son decenas), de múltiples fallos de concordancia, de sinsentidos varios, de infinidad de errores tipográficos, además de alguna desafortunada elección en la traducción. En torno a cien de estos desajustes he podido registrar en las cerca de quinientas páginas del texto, lo cual convierte una lectura de por sí enormemente interesante y placentera en una pequeña tortura, asaltado el lector a cada poco por alguna barbaridad perpetrada por el deficiente traductor que es, además, el editor, el principal responsable y uno de los inspiradores, con su propia mujer, de la editorial El ático de los libros, por otro lado un sello a seguir, altamente recomendable, con una política de publicaciones muy interesante y atractiva. Por ello mismo resulta aun más lamentable tener que ocupar parte de mi reseña en constatar este tipo de errores, reveladores de una injustificable desidia en la traducción pero sobre todo indicativos de una absoluta ligereza por parte del responsable de la edición -algo paradójico, pues el libro en sí, como mero objeto, es bellísimo, con estupendas fotografías y un formato muy manejable y agradable. Sirvan algunas muestras del desastre a modo de ejemplo: los términos cuando, como, y cual se acentúan sistemáticamente de modo incorrecto y se adornan con tilde cuando debieran carecer de ella, viéndose privados del acento en las ocasiones en que les sería indispensable; el vocablo aparte aparece en varias ocasiones dividido en dos, a, parte, y el fallo vuelve a repetirse en aposta; la palabra jirafa se escribe con una irritante g; diagnóstico aparece sin tilde... y eso que no menciono los signos ortográficos descabalados, las admiraciones que se cierran sin haber sido abiertas, las frases en condicional que acaban sin formular la condición... e infinidad de frases en las que, por la omisión de alguna palabra o la repetición de otra, el sentido desaparece por completo, obligando a una nueva lectura, airado ya el lector, en busca del significado oculto de tanto anacoluto. En fin... y sin embargo, como os decía, el libro es magnífico y su lectura, pese a los constantes encontronazos con los muchos disparates de la edición, extraordinariamente sugestiva y deslumbrante.

Philip Hoare es, desde niño y a partir de una visita infantil a un museo y el encuentro en él con una maqueta gigante de ballena azul, un amante apasionado de las ballenas y consagra su libro a narrar esa pasión, a hacernos partícipes, y más aún, a contagiarnos de ella. Y lo admirable en él, y ése es el gran logro del libro, es que no siendo necesariamente el lector, no al menos en mi caso, no ya alguien devoto del mundo cetáceo, sino ni siquiera alguien mínimamente interesado por el universo animal, consigue trasladarnos su pasión y hacernos vivir, absolutamente entregados, la fascinante existencia de unos seres en los que, antes de abrir el libro, apenas habíamos reparado. Y uno acaba por entender así, gracias a la maestría del autor, el encanto y la atracción que estas bestias fabulosas y como venidas de otro mundo pueden ejercer sobre la imaginación y la fantasía de los niños, o sobre la capacidad fabulatoria de generaciones y generaciones de individuos en todas las partes del mundo, despertada y avivada esa capacidad por el prodigio inexplicable de estos animales mitológicos.

Esta ballena legendaria aparece descrita y estudiada en todos sus posibles enfoques, el autobiográfico, relativo a la vinculación vital del escritor con el mundo de los cetáceos, el científico, el literario, el documental, el religioso, el histórico, el sociológico, el político, el filosófico... Quiero decir con ello que en el libro se nos ofrece todo lo que hay que saber sobre las ballenas, sea cual sea el punto de vista desde el que se analice la existencia de ese enorme, misterioso, mítico y aun casi desconocido animal. El libro es un prodigio de erudición, de amena erudición, con datos, cifras, curiosidades varias que van surgiendo capítulo a capítulo y que agotan hasta el más mínimo reducto de la vida de los cetáceos. Y así, conocemos sus orígenes, cincuenta millones de años atrás, sus características físicas, con inteligentes y entretenidísimas informaciones acerca de su portentosa anatomía, de su descomunal esqueleto, de las interioridades de sus órganos insólitos, de sus muy variados rasgos externos, de la multiplicidad de tipos de aletas y orificios respiratorios, de sus dentaduras poderosas o, por el contrario, de la ausencia de dientes y de la aparición en su lugar de las llamativas barbas. Conocemos también su biología, el funcionamiento de su organismo, las complejas y sutiles maniobras respiratorias, la circulación de su sangre, las estrategias de buceo y flotación, el prodigio de su enorme e inteligente cerebro, su milagrosa capacidad de orientación, sus ojillos limitados y en cierto sentido ciegos, sus, por el contrario, formidables capacidades auditivas, su versatilidad hidrodinámica, sus costumbres sexuales y reproductoras, su longevidad desmesurada. Se nos ofrece también el relato pormenorizado de las distintas peculiaridades de las principales clases de estos mamíferos y otros semejantes, y así por el libro desfilan cachalotes y rorcuales, tiburones y orcas, narvales y delfines, ballenas enanas, ballenas bacalao, ballenas jorobadas, la ballena azul, la ballena blanca, ballenas beluga y ballenas piloto, la ballena franca de Vizcaya, la gris del Pacífico, la de Groenlandia y tantas otras (incluso alguna desconocida inventada en la deficiente traducción), en una fauna admirable y siempre sorprendente.

Otro aspecto remarcable del ensayo tiene que ver con los lugares físicos en los que las ballenas se manifiestan. El autor viaja a Cape Cod y New Bedford en Estados Unidos, visita las costas del Mar del norte británico, los acantilados de las Azores, los territorios, en fin, surcados por estos seres fabulosos. Sobrevuela sus manadas en avión, se acerca a ellos en barcas, nadando incluso, los contempla, los admira, los fotografía, llega a acariciarlos. Pero, además de su experiencia directa, de primera mano, nos ofrece la historia de todos estos lugares, espacios emblemáticos durante siglos de la persecución y la caza de las ballenas. Son apasionantes las recreaciones de las distintas épocas, sobre todo a partir del siglo XVI, en las que se registra la obsesión del hombre por las ballenas: los museos navales, las diversas modalidades de los barcos, los botes, las chalupas, los instrumentos de la caza, arpones y ganchos, picas y lanzas, los antiguos pabellones de despiece, los toneles para el aceite, los puertos de los que zarpaban y a los que arribaba la flota ballenera, las factorías humeantes, las refinerías en funcionamiento permanente, los periódicos de la época, con referencias al tráfico marítimo, con anuncios para la captación de marineros, con las tarifas de los productos obtenidos en las expediciones.

Y éste es precisamente otro de los ejes muy atractivos en el libro: el que tiene que ver con la codicia humana y sus consecuencias, con el insensato afán del hombre por disfrutar de los réditos económicos que el comercio de la ballena y sus derivados proporciona, con el avaricioso negocio en torno a los múltiples aprovechamientos del animal. Un provecho que ha tenido muchas manifestaciones a lo largo de los siglos: la propia carne de ballena, cocinada en las poblaciones costeras del universo ballenero, en variadas recetas de alguna de las cuales se da cuenta en un capítulo del libro; su grasa inacabable, que proveyó al mundo de aceite a lo largo de siglos, un aceite que iluminó la vida de las ciudades de todo el orbe; el mágico esperma, pilar fundamental de la industria cosmética y farmacéutica; el codiciado y romántico ámbar gris, pagado a precio de oro y utilizado para múltiples y sorprendentes fines.

Y un lugar central del libro, permeando todas sus páginas, lo ocupa la literatura, desde Moby Dick, la obra maestra de Melville, que aparece una y otra vez como un correlato literario de la historia narrada, más bien como un hilo conductor que anuda los distintos capítulos, hasta cualquier referencia -directa o indirecta- a las ballenas en otros escritores, Thomas Hobbes, Nathaniel Hawthorne, Henry Thoreau, sobre todo, pero también Daniel Defoe, Edgar Allan Poe, Bram Stoker, Henry James, George Orwell o Ray Bradbury, que integran una extensa bibliografía final.

Pero hay, además, decenas de otras muy interesantes aproximaciones al tema principal como, por ejemplo, la descripción de la singular organización social de los cachalotes; los análisis sobre su condición de metáfora proteica: su caza emblema de la lucha contra el mal, del mito fundacional de los Estados Unidos, de la superación y el esfuerzo, unas ballenas que se constituyen en símbolo, en su libre deambular por las aguas, del poder indiscriminado de la naturaleza, naciones sin Estado, el gran Leviatán de Thomas Hobbes; las connotaciones religiosas, el vínculo atávico con un legendario diluvio universal y el origen terrestre de la creación; su trascendencia en el desarrollo y el progreso de nuestras sociedades, su papel esencial en las transformaciones mundiales, en el movimiento de poblaciones enteras, en las cambiantes esferas de influencias políticas y sociales; las curiosidades de sus apariciones en el cine, con Moby Dick, la obra maestra de John Huston, ocupando un papel preponderante; su despiadada captura, su sangriento y brutal exterminio: la población de cetáceos del mundo ha sido cazada, arponeada, aplastada, dinamitada incluso, consumida de una forma implacable que ningún otro recurso vivo en el planeta tuvo que sufrir (sirvan un par de cifras: trescientos mil cetáceos mueren al año, atrapados por redes de pesca, trescientas sesenta mil ballenas azules murieron en el siglo XX, destrozadas por misiles, innoble forma de caza, sin rastro alguno del heroísmo valiente de los marinos de los siglos anteriores).

Pero más allá de todas estas curiosas e inteligentes miradas sobre la vida de las ballenas, lo que resulta deslumbrante en el libro es el estilo arrebatador, la fluidez del relato, el encantamiento que producen en el lector unas páginas que se leen como una apasionante novela, la variedad de historias sorprendentes, los datos insólitos, las anécdotas llamativas y asombrosas, como la del marinero encontrado vivo en el interior de una ballena, la de las inusitadas penetraciones múltiples que las ballenas francas permiten a los machos en el acto del amor, la de la atracción del presidente Kennedy por los cetáceos, hasta el punto de hacerse enterrar con un diente de ballena en el féretro y tantas otras...

En fin, no dejéis de hacerlo, no dejéis de leer este Leviatán o la ballena, escrito por Philip Hoare y publicado por El Ático de los libros. No os arrepentiréis. Cierro ya la reseña con una referencia musical ineludible, la militante Wind on the water, de David Crosby y Graham Nash, acompañados esta vez -una más- por Stephen Stills. Hasta la próxima semana.

Nada representa la vida en una escala tan descomunal. Ver una ballena no es como ver un gorrión en un árbol de la ciudad o un gato cruzando la calle. No se puede comparar ni siquiera a ver una jirafa juguetear por la sabana africana, guiñando sus glamurosos ojos a causa del polvo. Las ballenas existen más allá de lo normal, más allá de lo que esperamos en nuestras vidas cotidianas. Casi son más geográficas que animales; si no se movieran, sería difícil creer que están vivas. En su tamaño -en su misma construcción- son antídotos a nuestras existencias vividas inflexiblemente en ciudades. Quizá por eso me afectó tanto verlas en ese momento de mi vida. Estaba preparado para ver las ballenas, para creer en ellas. Había ido allí en busca de algo, y lo había encontrado.

Allí había un animal próximo a mí como criatura -que compartía conmigo corazón y pulmones y mis cualidades de mamífero- pero que al mismo tiempo estaba dotado de un aspecto físico sobrenatural. Las ballenas son señales palpables de la vida oceánica que no podemos ver; sin ellas, a nuestros ojos, el mar bien podría estar vacío. Y sin embargo, son totalmente mutables, hechas del material de los sueños porque existen en otro mundo, porque su aspecto es lo que sentimos cuando flotamos en nuestros sueños. Quizá, si no proyectáramos nuestras ideas sobre ellas, no serían más que otra especie, otra parte de la creación divina (aunque, por supuesto, alguien podría decir que eso es en sí mismo otra proyección). Sin embargo, imbuimos a las ballenas con la improbabilidad de su continua existencia, y de la nuestra. Somos terrestres, animales de tierra, y dependemos de nuestros limitados sentidos. Las ballenas desafían la gravedad, ocupan otras dimensiones, viven en un medio que nos sobrecogería y que excede con mucho nuestros dominios continentales. Son alienígenas que aparecen en las tablas Linneo, siguen campos magnéticos invisibles, ven a través del sonido y escuchan a través de sus cuerpos. Se mueven por un mundo del que nada sabemos. Son animales de antes de la Caída, inocentes de todo pecado.



miércoles, 13 de abril de 2011

HIROMI KAWAKAMI. EL CIELO ES AZUL, LA TIERRA BLANCA

Hola, buenos días. En estos días en los que Japón ha ocupado, de manera desgraciada, las portadas de todos los periódicos del mundo; cuando, en Salamanca, no hace aún un mes de la celebración en la Casa de Japón de su habitual e interesantísima semana festivo cultural, Todos los libros un libro quiere sumarse a este espíritu nipón que aflora por muy distintos espacios de la realidad con una recomendación de literatura japonesa. Y digo una recomendación, y en realidad digo mal, porque son tres los libros de los que hoy quiero hablaros. En los tres casos se trata de novelas, en los tres el amor, con distintas variantes, está presente como tema central de cada libro, y los tres han conocido además un extraordinario éxito de ventas en su país de origen y en algún caso, lo que es más sorprendente, también en el nuestro, en donde se suceden las reediciones de una manera no del todo fácil de comprender al tratarse de libros en los que la realidad descrita, las costumbres a las que hacen referencia, pero sobre todo la atmósfera, el estilo, los modos de entender la existencia se encuentran bastante alejados de los nuestros, pero en fin, ya se sabe que la literatura, cuando es buena, tiene la capacidad de traspasar fronteras, de alzarse sobre las diferencias geográficas y culturales.

Pero vayamos ya con los libros. En primer lugar la que para mí es la obra más literariamente interesante de las tres. Se trata de El cielo es azul, la tierra blanca, su autora es Hiromi Kawakami y la presentó la muy selecta Editorial Acantilado en el pasado 2009 en traducción de Marina Bornas Montaña. La obra había alcanzado, antes de su llegada a España, los más reputados premios literarios japoneses y fue igualmente llevada al cine con éxito. Su trayectoria en nuestro país es también muy destacada y se multiplican las ediciones con una extraordinaria aceptación de público y crítica. El libro cuenta, con la delicadeza y la sencillez, con la sensualidad y la sutileza consustanciales al poético mundo japonés, una singular historia de amor entre una mujer solitaria y su viejo maestro de la infancia al que, muchos años después de la etapa escolar, encuentra por casualidad en un bar. Lo más relevante de la obra es, quizá, que la historia va avanzando a través de los encuentros que ambos tienen en bares y restaurantes, y es la proverbial capacidad japonesa para el tratamiento indirecto y la alusión, muy presentes en la escritura de Kawakami, la que permite mostrar con extraordinaria belleza la evolución de su relación.

El segundo libro, también muy interesante, se titula La fórmula preferida del profesor, escrita por Yoko Ogawa, otra novelista muy conocida en Japón, acumula sucesivas ediciones en nuestro país, yo tengo noticia ya de, al menos, la décima, y se publicó en 2008 por la estupenda Editorial Funambulista en traducción de Yoshiko Sugiyama y Héctor Jiménez Ferrer. El libro se cierra con un entusiasta postfacio de León González Soto, profesor de matemáticas de la Universidad de Alcalá. En la novela se narra la relación que se establece entre un genial profesor de matemáticas, que perdió la memoria tras un accidente de tráfico, lo que le impide recordar más allá de ochenta minutos, con su asistenta, una madre soltera, y el hijo de ésta, el pequeño Root. La limitación del viejo profesor no impide sin embargo que pueda aflorar su ternura y que sea capaz de transmitir su saber matemático con sentimiento y emoción. En un contexto común, marcado por los avatares domésticos de la asistenta y por la afición al béisbol del niño y el anciano, surge el cariño recíproco entre éste y el chaval y su madre, y así, entre preparación de comidas, cuidados médicos, tareas escolares, partidos de béisbol en la radio, el anciano es capaz de comunicar su amor, su pasión por los números a partir de los pequeños acontecimientos de esta existencia trivial.

La última referencia de esta semana, resulta ser, al decir de la editorial Alfaguara, que lo presenta en España, la novela japonesa más leída de todos los tiempos. Se titula Un grito de amor desde el centro del mundo. Su autor es Kyoichi Katayama (ya está en las librerías su más reciente obra, El año de Saeko, que aún no he leído) y se publicó en 2008 en versión española de Lourdes Porta, la ejemplar traductora al castellano de la obra del genial Haruki Murakami. Se trata de una especie de Love story a la japonesa protagonizada por adolescentes que, como suele ocurrir con los fenómenos culturales masivos en el país del sol naciente, ha crecido en medios muy diversos y complementarios: versión cinematográfica, serie de televisión e incluso cómic manga. Entre dos jóvenes nace en principio una mera pero inquebrantable amistad que se acaba convirtiendo luego en una pasión enloquecida. Su arrebatado amor durará toda su vida e irá aún más allá de la muerte.

Os dejo, precisamente, con un fragmento de esta última novela, un texto en el que aflora, de un modo a mi juicio preciso y elegante, la japonesidad del libro; un texto, por ello, muy significativo para captar la esencia de unas novelas que, con sus ostensibles diferencias, tienen en común el que además del alma del ser humano universal, sus sentimientos más íntimos y por lo tanto más comunes, reflejan, a la vez, lo más singular del modo de entender el mundo de la cultura nipona. Para cerrar la sección, y después del texto leído, música japonesa una vez más. Hoy os ofrezco a un conocidísimo pianista, Ryuichi Sakamoto, que además de su carrera musical en el mundo del pop y la electrónica, ha compuesto muchas piezas para el cine. La que sonará dentro de un rato es Bibo no aozora, muy apropiada como ambientación sonora para los libros recomendados. Espero que os guste. Hasta la semana próxima.

La luz de cien, doscientas luciérnagas parpadeaba sin descanso entre la hierba y los arbustos. Una que estaba posada en una hoja alzó el vuelo, seguida por dos o tres más, y volvió a ocultarse entre la hierba. Aunque eran muchas, su vuelo era silencioso. A veces parecía que el enjambre entero de luciérnagas flotara en el viento.

Apaga la luz, dijo Aki. Ahora Aki y yo estábamos envueltos en las mismas tinieblas que ellas. Una luciérnaga se separó de sus compañeras y voló hacia nosotros. Se aproximó despacio, con su tenue luz. Se quedó un instante suspendida en el aire junto al sobradillo de la ventana. Acerqué la mano, con la palma vuelta hacia arriba. Entonces, la luciérnaga retrocedió un poco, precavida, y se posó en una hoja, en la punta de una de las ramas que penetraban en el edificio y se quedó allí, inmóvil. Nosotros esperamos. Poco después volvió a alzar el vuelo, empezó a dar vueltas despacio alrededor de Aki y, al final, como un copo de nieve que cae, se posó suavemente en su hombro. Fue como si la luciérnaga la hubiese elegido a ella. Y brilló dos o tres veces como si enviara alguna señal. Miramos la luciérnaga, conteniendo la respiración. Tras brillar unas cuantas veces, abandonó el hombro de Aki. Ahora se dirigió, sin vacilar, como cuando había venido, en línea recta hacia los hierbajos de la colina, junto a sus compañeras. Yo la seguí con la mirada, aguzando la vista. Se reunió con el enjambre. Se mezcló con sus compañeras y, pronto, se perdió de vista confundida entre la multitud de pequeñas luces.


miércoles, 6 de abril de 2011

ALICE MUNRO. LA VISTA DESDE CASTLE ROCK

Hola, buenos días. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Un miércoles más estamos con vosotros para ofreceros una recomendación de lectura que creo que puede agradaros. Hoy os traigo un libro de una magnífica escritora que ha escrito muchas obras extraordinarias aunque hasta ahora todavía no hubiera aparecido en nuestro programa. Se llama Alice Munro, es canadiense y el libro que quiero presentaros, uno de los últimos de los suyos aparecido en España, es La vista desde Castle Rock que, traducido por Isabel Ferrer y Carlos Milla, ha publicado la editorial RBA.

Alice Munro es, fundamentalmente, una escritora de cuentos, os recomiendo, aparte de la obra que hoy voy a comentaros, algunas de sus mejores colecciones de relatos: Escapada, Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, o el último editado en nuestro país, Demasiada felicidad. En ellos escuchamos siempre la voz de unos personajes, a menudo mujeres, aparentemente convencionales, sencillos en su normalidad, pero dotados de una profundidad, de una complejidad que la escritora canadiense refleja con mano maestra. Alice Munro había pasado más o menos desapercibida en nuestro panorama editorial pese a que ha sido citada en más de una ocasión como candidata al Premio Nobel y pese a que en nuestro país ya había cuentos suyos traducidos desde los años ochenta, hasta que Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Vicente Molina Foix y otros conocidos e influyentes escritores se han ocupado de ella y la han recomendado desde diferentes tribunas literarias. Javier Marías, incluso, la promovió para un premio de su singular Reino de Redonda, al que la canadiense pertenece con todos los honores desde 2005 con el sugestivo título de Duquesa de Ontario. Ontario es el territorio en el que se desarrolla la mayor parte de su obra y en ella aparece como un espacio casi mítico, equivalente al Yoknapatawpha de Faulkner, o al Santa María de Onetti, por citar sólo dos de los más conocidos paisajes inventados por la literatura.

Este La vista desde Castle Rock es un libro algo especial dentro de la literatura de Alice Munro, pese a que, en su peculiaridad, conserva la mayor parte de los rasgos que definen su narrativa. Es especial porque se trata de una colección de relatos con una componente profundamente autobiográfica, algo no habitual en el resto de la obra de la autora canadiense. A través de una serie de cuentos con personajes diversos, pero unidos por un evidente hilo conductor, Alice Munro rastrea los orígenes de su familia, los Laidlaw, desde su vida en Escocia, en el valle de Ettrick, a finales del siglo XVIII, hasta la Canadá actual. A partir de la documentación manejada, en el caso de las generaciones pretéritas de la familia, y de su propia experiencia y sus recuerdos y una memoria prodigiosa, que ella misma reconoce, para fundamentar las vivencias más recientes, la autora construye una formidable sinfonía de historias en las que, mezclando realidad y ficción, historia e invención, la verdad de la vida y la verdad, quizá mayor, de la literatura, se nos ofrecen algunos momentos de las existencias de unos seres nada excepcionales, ni modélicos, ni arquetípicos, sino personas normales, como vosotros y como yo, aunque mostrados, gracias a la pericia de la escritora, en sus emociones más auténticas, en sus sentimientos más íntimos, en sus preocupaciones más genuinas.

Y es en esa presentación de los resquicios más profundos del alma común en donde afloran las características más destacadas de la obra cuentística de Alice Munro, habituales en la mayor parte de sus relatos y presentes también en este La vista desde Castle Rock. Veo la vida como piezas separadas que no acaban de encajar entre sí, ha declarado en alguna ocasión Alice Munro. Y esto es lo que leemos en sus cuentos: fragmentos de vidas, episodios aislados, momentos aparentemente anodinos en la existencia de sus personajes, situaciones que se muestran de un modo inconexo, con saltos en el tiempo, con vacíos, con elipsis que el lector debe rellenar… pero es en lo no dicho, en lo sólo sugerido, en el retazo de una personalidad que se esboza, en el sentimiento que de manera sutil se apunta, en la pincelada ligera, en el leve trazo con los que una emoción tan sólo se insinúa, es en todos esos pequeños detalles que configuran su estilo en donde reside la maestría de Alice Munro, porque es a través de esas tenues manifestaciones, a través de la sugestión de los silencios, de los finales inconclusos, como conocemos la verdad de sus personajes, sobre todo de sus mujeres, a las que de manera tan formidable retrata.

Y a propósito de personajes de poderosa construcción no me resisto a transcribiros para terminar unas bellísimas palabras de Antonio Muñoz Molina sobre las mujeres de Alice Munro, unas mujeres que, según el académico andaluz, huyen de pronto, desertan, se entregan a aventuras eróticas que saben insensatas pero a las que no quieren renunciar, abandonan a sus familias y renuncian a la respetabilidad social y a la solidez económica para instalarse en ciudades lejanas, en baratos apartamentos alquilados. Obtienen trabajos mediocres, escriben cartas, resisten a cuerpo limpio el cerco de la soledad y el desasosiego de la culpa. No son víctimas del abuso físico, cargadas de razones, o mujeres de una altura intelectual o de romanticismo que sus romos maridos no aceptan ni entienden. No son exactamente buenas, ni positivas, a la manera de esas heroínas como de realismo socialista soviético que abundan en la literatura considerada canónicamente de mujeres. Sus maridos las aman y les tienen respeto, pero ellas no están interesadas en el respeto ni en el amor de sus maridos, y les son infieles con mala conciencia, pero también con perfecta convicción, con una distancia fría que es la misma que a veces dedican a sus hijos. Cuidan a esposos o a padres enfermos, cumpliendo antiguas deudas de ternura, y a la vez sienten la molestia inmensa de esa obligación, y desearían salir huyendo de ella.

Leed este La vista desde Castle Rock, publicado por RBA y adentraos con él en el fascinante universo de Alice Munro. Estoy seguro de que no os vais a sentir decepcionados y querréis seguir leyendo toda su obra. Para acompañar a estas mujeres de los relatos de Alice Munro, os ofrezco, tras la lectura de un fragmento significativo del libro, una canción sobre los celos femeninos, Jealousy, de Natalie Merchant. Hasta la semana que viene.

Las ovejas se apiñan a mi alrededor. Desde que las esquilaron en verano, ha vuelto a crecerles la lana, pero aún no la tiene muy larga. Justo después del esquileo, de lejos presentan un asombroso parecido con las cabras, y ni siquiera entonces se las ve suaves y pesadas. Les sobresalen los huesos de las caderas, tiene las frentes protuberantes. Les hablo un tanto cohibida mientras extiendo el heno. Echo avena en el largo pesebre. Conozco a gente que piensa que éste es un trabajo reparador y que posee una dignidad característica, pero yo lo conozco desde que nací y tengo una opinión distinta. El tiempo y el espacio pueden estrecharse en torno a mí; es muy fácil que me asalte la sensación de que nunca me he marchado, de que me he quedado aquí toda la vida. Como si mi vida adulta fuera una especie de sueño que nunca se hizo realidad. No me veo como Harry e Irma, quienes en cierto modo han florecido en esta vida, ni como mi padre, que se ha acomodado a ella, sino más bien como uno de esos inadaptados, cautivos, casi inútiles, célibes, oxidados, que deberían haberse ido pero no lo hicieron, no pudieron y ahora no encajan en ningún lugar. Estoy pensando en un hombre que dejó morir sus vacas de hambre un invierno después de la muerte de su madre, no porque lo paralizase el dolor, sino porque no podía tomarse la molestia de salir al establo a darles de comer, ni había nadie para recordarle que debía hacerlo. Eso es algo que puedo creer, que puedo imaginar. Me veo a mí misma como una hija de mediana edad que cumplió su deber, se quedó en casa, pensando que algún día llegaría su oportunidad, hasta que despertó y supo que nunca llegaría. Ahora lee toda la noche y no atiende la puerta y, en un esquivo estado de trance, sale a esparcir heno para las ovejas.