Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 31 de octubre de 2012

ANDRÉ GORZ. CARTA A D. HISTORIA DE UN AMOR

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad de Salamanca en el que cada semana os ofrecemos una propuesta de lectura que pueda resultaros de vuestro interés y de vuestro agrado. Hoy os traigo un pequeño libro, un pequeño gran libro. En su reducida extensión, en sus breves cien páginas de formato recortado, recogidas en un precioso volumen que cabe en una mano, salen a nuestro encuentro, sin embargo, infinidad de sensaciones, se nos ofrecen multitud de motivos de reflexión, nos embargan muy variados sentimientos, pues el libro, el diminuto libro, tiene en sí la potencia generadora de toda obra maestra, la capacidad de conmover, de emocionar, de crear mundos, de perturbar, de cambiar -no exagero- nuestras vidas. Se trata de Carta a D. Historia de un amor, su autor es André Gorz y ha sido publicado por la editorial Paidós, en su colección El arco de Ulises, en traducción de Jordi Terré.

André Gorz era -y digo era porque falleció en 2007 en circunstancias que tienen mucho que ver con el libro que ahora os presento- un filósofo y periodista judío nacido en Viena pero radicado en Francia durante gran parte de su vida. Marxista por formación y convicción, fue cofundador del prestigioso semanario Le Nouvel Observateur, de inspiración socialdemócrata, conoció a Jean Paul Sartre, a Simone de Beauvoir, a los grandes pensadores e intelectuales de la época, fue él mismo un referente ideológico en los jóvenes rebeldes de varias generaciones, la del 68 incluida. Divulgador de las corrientes de pensamiento más avanzadas y progresistas de su tiempo, construyó, a su vez, su propia obra teórica, con una orientación claramente libertaria y radical que le llevó a desembocar, a finales de los años setenta del pasado siglo, en el ámbito de la ecología como modo de lucha política.

En septiembre de 2007, Gorz, de 84 años, y su esposa Dorine, de 82, se suicidaron en su domicilio de Vosnon. Ella estaba aquejada de una terrible enfermedad degenerativa, que la torturó durante los últimos veinticinco años de su vida y que se había visto agravada por un cáncer. Ambos, unidos por un amor cimentado durante casi sesenta años de vida en común, habían decidido que ninguno de ellos sobreviviría al otro. Carta a D. Historia de un amor es el relato, en primera persona, en la voz del propio André Gorz, de esta poderosísima, intensa y emotiva historia amorosa. Pocos meses antes de morir, el filósofo escribe esta carta a su mujer en la que repasa su vida juntos, desde aquel lejano 23 de octubre de 1947 en que se encontraron, y en la que narra, con el telón de fondo de su evolución y trayectoria intelectuales, las vicisitudes, los claroscuros de su apasionado y fecundo y romántico y conmovedor amor.

Debo confesaros que el personaje del autor, de este André Gorz excesivamente analítico y racional, frío y metódico, a mí me ha resultado desagradable, un hombre aparentemente algo insensible, dominado por la fidelidad espartana a unas ideas, por el control férreo de las emociones y por el sometimiento de éstas al dictado de la siempre algo inhumana -por exigente y rigorista- razón. Pero cuando con ochenta y dos años, en el momento de la verdad de su vida, podríamos decir, recapitula y cae en la cuenta de que, más allá de las teorías, más allá de las convicciones, más allá de la sujeción estricta a unos principios bastante dogmáticos, su mujer, esta Dorine brillante y atractiva, inteligente y bella, que ha estado a su lado durante seis décadas, ha sido, es, lo más importante de su vida, cuando eso ocurre, el personaje cobra una nueva dimensión y nos damos cuenta de que esta carta, esta conmovedora y sensible y tristísima carta, que leemos casi siempre al borde de las lágrimas, lo salva, lo humaniza, lo hace admirable, mucho más que todas las aportaciones teóricas por las que, supuestamente, pasará a la historia del pensamiento occidental.

Leed esta sobrecogedora Carta a D. Historia de un amor, de André Gorz, publicada por Paidós. Son apenas cien brevísimas páginas, pero la impresión que dejará en vuestras vidas, no lo dudéis, será enternecedora e imborrable. Os dejo ya con un par de fragmentos de la obra, uno con el que se abre la carta y otro que le pone término. Espero poder transmitiros con ellos parte de la mucha intensidad de un texto magnífico, una verdadera obra maestra. La larga pieza musical que acompaña esta entrada es la interpretación que hace Kathleen Ferrier de Frauenliebe und leben (El amor y la vida de una mujer), la obra Robert Schumann sobre un ciclo de poemas, escritos en 1830, de Adelbert von Chamisso, y que se cita en ese texto final que pone cierre a la emisión.


Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. De nuevo siento en mi pecho un vacío devorador que sólo colma el calor de tu cuerpo abrazado al mío. Tengo que repetirte con sencillez estas pequeñas cosas antes de abordar los problemas que desde hace poco me atormentan. ¿Por qué estás tan poco presente en lo que he escrito si nuestra unión ha sido lo más importante de mi vida? ¿Por qué en mi obra principal presenté una imagen falsa de ti que te desfigura? Ese libro debía mostrar que mi compromiso contigo constituyó la inflexión decisiva que me ha permitido querer vivir. ¿Por qué, entonces, elude tratar la maravillosa historia de amor que habíamos empezado a vivir siete años atrás? ¿Por qué no dije lo que me fascinó de ti?

Recién acabas de cumplir ochenta y dos años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Hace poco volví a enamorarme de ti una vez más y llevo de nuevo en mí un vacío devorador que sólo sacia tu cuerpo apretado contra el mío. Por la noche veo a veces la silueta de un hombre que, en una carretera vacía y en un paisaje desierto, camina detrás de un coche fúnebre. Es a ti a quien lleva esa carroza. No quiero asistir a tu incineración; no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Oigo la voz de Kathleen Ferrier que canta Die Welt ist leer. Ich bin Nicht lebend mehr. [El mundo está vacío, no deseo vivir más], y me despierto. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos.


miércoles, 24 de octubre de 2012

MARIE NDIAYE. TRES MUJERES FUERTES

Hola, buenos días. Sed bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, fiel a su cita con todos vosotros y fiel también a nuestra voluntad de recomendaros un libro cada semana con la intención de facilitaros la elección en el pobladísimo universo de las novedades editoriales. Hoy os traigo una novela de una escritora de origen africano, aunque nacida y residente en Francia. Se trata de Marie NDiaye, premio Goncourt en 2009 por este Tres mujeres fuertes del que esta mañana quiero hablaros. El libro, publicado por la editorial Acantilado, aparece en castellano en la traducción de José Ramón Monreal.
 
En las últimas décadas, literaturas como la inglesa, la norteamericana y también la francesa han visto aflorar entre las filas de sus practicantes infinidad de excelentes escritores surgidos, en primera o como mucho segunda generación, de ámbitos geográficos ajenos a la respectiva metrópoli. Estamos ante casos, es evidente, de sociedades plurales, mestizas, cosmopolitas, fieles reflejos de la universalidad, del carácter global del mundo en el que nos movemos en este comienzo de siglo. Kazuo Ishiguro, Vikram Seth, Hanif Kureishi o Zadie Smith en Inglaterra, Jhumpa Labari, Óscar Hijuelos o Junot Díaz, en Estados Unidos, o Assia Djebar, Amin Malouf o Calixthe Beyala en Francia, son algunas muestras muy destacadas de la excelente literatura que las antiguas colonias europeas están dando al mundo a través de escritores que pese a estar radicados en Londres o Miami, París o Nueva York, no abandonan sus raíces, no se alejan de sus culturas de procedencia y, muy al contrario, las recrean en sus obras, enriqueciendo el acervo literario de sus lenguas y, en definitiva, el de la literatura universal.
 
A esta misma tradición multicultural ya consolidada en medio mundo pertenece Marie NDiaye. De padre senegalés y madre francesa, se trata de una escritora bien asentada en nuestro país vecino en el que ha publicado numerosas obras de teatro así como bastantes novelas, pese a su relativa juventud, poco más de cuarenta años. Tres mujeres fuertes es, creo, su único libro publicado en España. La novela presenta, en otros tantos capítulos, tres historias aparentemente autónomas, pues sus personajes principales, las tres mujeres del título, no tienen en principio ningún punto en común, al menos de una manera ostensible. Son, por tanto, relatos bien diferentes entre sí, en los que se narran peripecias vitales muy distintas, aunque punteados por algunos muy sutiles rasgos que les dan continuidad y que, a la postre, proporcionan a la obra una unicidad que es la que permite que la tratemos como un todo indiscernible y la podamos presentar bajo la rúbrica de novela. Por de pronto, las protagonistas directas de los capítulos primero y tercero, y también de un modo más lateral la de la segunda historia, son mujeres africanas. Mujeres que viven una cierta forma de extrañamiento, de expatriación, podríamos decir, que se mueven a caballo de los dos mundos a los que pertenece también la autora, la modernidad de la metrópoli y las costumbres en muchos casos ancladas en el pasado de sus pueblos de origen.
 
Pero más allá de esa confluencia en unas comunes raíces africanas, las respectivas vidas de las tres mujeres son, como os digo, muy distintas. Hay, sin embargo, en las tres historias, y ésta es ya una característica estrictamente literaria, que tiene que ver con los recursos narrativos de la autora, ciertos nexos casi imperceptibles: un nombre vinculado a uno de las relatos que aparece fugazmente en otro; un personaje principal en un capítulo que se desliza, de modo oscuro, como mero figurante, en otro; algún lazo ligero, levísimo, del que apenas somos conscientes pero que nos hace evocar en cada existencia narrada las otras dos, y que conecta una vida con las demás. Hay también un cierto aire mágico en las narraciones, algunos elementos tenuemente esotéricos, oníricos, que apuntan a la tradición africana, aves ominosas, árboles de poderosa presencia, con una exhalación que resulta casi humana, hay también ciertas impalpables muestras, apenas perceptibles, de la religiosidad pagana, del rico mundo de creencias sagradas que acompaña a los ciudadanos africanos.
 
En la primera historia la protagonista es Norah, una mujer joven que vive en París con su pareja y con las dos hijas que aportan ambos, una cada uno, de anteriores relaciones. Norah viaja a Senegal atendiendo la urgente llamada de su padre, y en su deambular por el hogar familiar va hilando sus reflexiones en torno a su propia vida, a su trato con su hija y su pareja, pero sobre todo, es la figura de ese padre, autoritario, intransigente, frío, inhumano, despótico, que somete a su familia a una tiranía asfixiante, el objeto principal de sus meditaciones.
 
En el segundo relato, la mujer, Fanta, sólo se muestra de un modo tangencial, indirecto, porque la voz que habla es la de su marido, un profesor francés, blanco, que se ve sumido en un delirio psicológico como consecuencia de la pérdida de su trabajo que le lleva a enfrentarse al mundo menospreciando a su mujer africana.
 
Por último, en la tercera historia, la más escalofriante y conmovedora, a mi juicio, y de la que he extraído el fragmento con el que os dejaré al término de mi reseña, el hilo del relato se anuda en torno a Khady Demba, una pobre mujer que sufre incontables desventuras, padecimientos sin límite e innumerables vejaciones, desde su inicialmente plácida vida conyugal en tierras senegalesas hasta, tras la muerte de su marido, la huida desesperada en busca del paraíso de Europa, del espejismo de Europa, que se muestra, tentador e inaccesible, tras las espinosas alambradas que protegen el paso del estrecho de Gibraltar.
 
En las tres mujeres hay orgullo, hay resistencia a la humillación, hay rebelión frente a un destino injusto. Su lucha, su noble lucha, denuncia el racismo, la discriminación al inmigrante de nuestras sociedades supuestamente libres y democráticas. Pero en ellas hay, sobre todo, y a ello alude el título de la novela, fortaleza, dignidad, autoestima, esperanza, pese a la dificultad e incluso la hostilidad que les manifiesta la existencia.
 
Debéis leer este Tres mujeres fuertes de Marie NDiaye, publicado por la editorial Acantilado, un libro intenso y ejemplar, con un último capítulo, pese a su crudeza, auténticamente memorable. Os dejo ya con un fragmento terrible pero muy significativo de esa última historia del libro. Antes, y como resulta exigible dada las peculiaridades de la obra, música africana: Kumu neexul, interpretada -cómo no- por una mujer africana, senegalesa, Viviane N’Dour, hermana del genial Youssou.
 
 
Caminaron largo rato, en silencio, a través del bosque y luego por unos terrenos pedregosos por los que Khady varias veces trastabilló y se cayó, y volvió a levantarse y a ocupar su sitio en el grupo, ella, que se sentía que no era más que un ínfimo desplazamiento de aire, una sutileza glacial de la atmósfera, tenía tanto frío, tanto, en todo el cuerpo.
 
Por fin llegaron a una zona desierta iluminada por unas luces blancas como un resplandor lunar llevado a la incandescencia, y Khady percibió la verja de la que todos hablaban.
 
Y unos perros se pusieron a ladrar a medida que ellos avanzaban y resonaban detonaciones que se perdían en el cielo y Khady oyó: Disparan al aire, enunciado por una voz que la ansiedad volvía estridente, desigual, luego la misma voz quizá lanzó el grito convenido, una sola interjección, y todo el mundo echó a correr hacia delante.
 
También ella corría, con la boca abierta pero incapaz de inspirar, los ojos fijos, la garganta obturada, y ya la verja estaba allí y ella apoyaba su escalera en ella, y hela aquí que subía barrote tras barrote hasta que, alcanzado el último, se agarraba a la verja.
 
Y podía oír en torno a sí el percutir de las balas y gritos de dolor y de pavor, sin saber si también ella gritaba o si era el martilleo de la sangre en su cráneo el que la rodeaba de ese quejido continuo, y quería seguir subiendo y se acordaba de que un chico le había dicho que no había que dejar de subir nunca, nunca antes de haber ganado lo alto de la verja, pero las alambradas de espino arrancaban la piel de sus manos y de sus pies y ahora podía oírse gritar y sentir chorrear la sangre por sus brazos, sus hombros, diciéndose nunca dejar de subir, nunca, repitiendo las palabras sin comprenderlas ya y luego abandonando, cediendo, cayendo hacia atrás y pensando en ese momento que lo propio de Kadhy Demba, menos que un soplo, apenas un movimiento del aire, era ciertamente no tocar tierra, flotar eternamente, inconsútil, demasiado volátil para estrellarse jamás, en la claridad cegadora y glacial de los proyectores.
 
Soy yo, Khady Demba, pensaba de nuevo en el momento en que su cráneo golpeó contra el suelo y en el que, con los ojos abiertos de par en par, veía planear lentamente por encima de la verja un ave de largas alas grises. Soy yo, Khady Demba, pensó en el deslumbramiento de esa revelación, sabiendo que era esa ave y que el ave lo sabía.

miércoles, 17 de octubre de 2012

ATIQ RAHIMI. LA PIEDRA DE LA PACIENCIA

Hola, buenos días. ¿Os acordáis de Cinco horas con Mario? Como sabéis, con ese título el vallisoletano Miguel Delibes publicó en 1966 una magnífica novela que logró un merecido reconocimiento y que se convirtió pocos años después en lectura obligada en la asignatura de Lengua y Literatura en todos los planes de estudios de nuestro país, formando parte desde entonces del acervo cultural de varias generaciones. En 1979, la novela llegó a los escenarios, en una adaptación teatral, y la actriz Lola Herrera recorrió España en infinidad de representaciones que se prolongaron durante diez años. A principios de los ochenta Josefina Molina rodó una película, Función de noche, que tenía a la propia Lola Herrera y a las implicaciones que sobre su vida personal tuvo la obra como motivo central y que obtuvo un extraordinario éxito. De modo que durante treinta años, el libro, por una u otra vía, ha llegado a todos los españoles, y resulta difícil que haya alguno de vosotros que no recuerde aquella historia de la mujer de clase media que durante las cinco horas que se mencionan en el título vela el cadáver de su marido recién fallecido y aprovecha, entre los recuerdos de su vida con el difunto, para hacer una especie de ajuste de cuentas moral con él, vertiendo, en un monólogo implacable, emotivo y a veces desgarrador, numerosos reproches y críticas por su comportamiento cuando vivía, convirtiéndose su soliloquio liberador en una metáfora de la época de cambio que vivía España en esos días.
 
En fin, sirva este largo preámbulo para presentaros el libro que hoy quiero recomendaros, una suerte de Cinco horas con Mario, con el que como veréis dentro de unos momentos guarda muchas concomitancias, con la gran diferencia de que se trata de una novela de un autor afgano y ambientada en la devastada geografía de Afganistán. Espero que no os parezca demasiado forzado el paralelismo que me ha parecido encontrar entre ambas obras, una semejanza en la que he pensado -que, os aseguro, me ha asaltado- a lo largo de toda la lectura de este La piedra de la paciencia del que quiero hablaros. La piedra de la paciencia, o Sangue sabur, como reza su subtítulo, se debe a la pluma de Atiq Rahimi, nacido en Kabul en 1962, pero que vive en Francia en donde ha publicado su novela, galardonada en 2008 en el país vecino con el prestigioso premio Goncourt. La editorial Siruela presentó el libro en España en traducción del francés de Elena García-Aranda. A comienzos de este verano Atiq Rahimi ha visto publicada, también en Siruela, su última novela, Maldito sea Dostoievski, que, también ambientada en su país natal, parece tan interesante como el libro que ahora os aconsejo.
 
En algún lugar de Afganistán, en una habitación vacía, despojada, con tan sólo unos cuantos muebles austeros, algunas alfombras gastadas, yace durante semanas, sobre un colchón mugriento, un hombre que agoniza con una bala alojada en su nuca. En un estado vegetativo, inmóvil, el hombre, un fanático guerrero islamista, permanece impasible, a la espera de la muerte, en la compañía de su mujer que lo cuida en esos sus últimos momentos. Con un fondo sonoro de disparos y explosiones, con la presencia continua de carros de combate, de soldados, algunos de los cuales llegan a adentrarse en el desolado reducto de la pareja, la mujer desgrana, al igual que la protagonista de Delibes, sus quejas, sus deseos incumplidos, sus frustraciones, el eterno lamento de las mujeres por la incomprensión, la falta de amor y el egoísmo de los hombres. Repleta de amor, también de culpabilidad; rezumando deseo y cariño, también despecho; envolviendo el enjuto cuerpo agonizante de su hombre en dulzura y caricias, en cuidados y besos, pero también en lágrimas e insultos, el discurso bellísimo, poético, lleno de vida y sensibilidad, de la mujer representa la siempre postergada voz de todo el sexo femenino ante su injusta esclavitud de siglos, una voz noble, verdadera, humana, que se alza en esta novela magnífica frente a todos los fanatismos, todas las opresiones, todas las injusticias.
 
En el libro se intercalan dos voces, la del narrador, en tercera persona, y la primera de la propia mujer, logrando en esa imbricación de puntos de vista un efecto de intensidad que enriquece la obra, una intensidad que espero pueda trasladaros en la lectura de un fragmento muy revelador con el que cerraré mi reseña de esta mañana, ya que como veréis no resulta fácil diferenciar ambas voces con los únicos recursos vocales (algo, por otro lado, elemental si el texto, como ahora ocurre, se presenta por escrito).
 
En fin, leed esta impresionante La piedra de la paciencia, Sangue sabur en su subtítulo, que ha escrito el afgano Atiq Rahimi y que publica Siruela. Como complemento musical a mi recomendación de lectura y reconociendo mi profundo desconocimiento de la música afgana os dejo, en cambio, una pieza espléndida de un músico de Pakistán, un país tan cercano a Afganistán, y tan vinculado a sus conflictos. Se trata del legendario Nusrat Fateh Alí Khan y su memorable ya, una especie de himno, Mustt mustt. Hasta la semana que viene.
 
 
 
Regresa para llenar la bolsa de suero. Ahora, finalmente comprendo lo que decía tu padre sobre una piedra sagrada. Era al final de su vida. Tú estabas ausente, te habías ido a la guerra una vez más. Hace algunos meses, justo antes de que recibieses este disparo, tu padre estaba enfermo; sólo me tenía a mí para ocuparse de él. Estaba obsesionado con una piedra mágica, una piedra negra. Hablaba de ella sin parar, ¿cómo la llamaba, a esa piedra? Busca la palabra. A los amigos que venían a visitarle, siempre les pedía que le llevasen esa piedra, una piedra negra, preciosa. Introduce el tubo en la garganta del hombre. Sabes, una piedra que pones delante de ti, ante la cual te lamentas de todas tus desgracias, todos tus sufrimientos, todos tus dolores, todas tus miserias, a la que confías todo lo que llevas en el corazón y que no te atreves a confesar a los demás. Regula el gotero. Tú le hablas, le hablas, y la piedra te escucha, absorbe todas tus palabras, tus secretos, hasta que un buen día explota, se hace pedazos. Limpia y humedece los ojos al hombre. Y ese día quedas liberado de todos tus sufrimientos, de todas tus penas, ¿cómo se llama la piedra? Antes de recoger su velo, le vienen las palabras. ¡Sangue sabur! Se sobresalta. Ése es el nombre de la piedra. Sangue sabur, la piedra de la paciencia, la piedra mágica. Se acuclilla al lado del hombre. Sí, tú, tú eres mi sangue sabur. Le roza el rostro delicadamente, como si realmente estuviese tocando una piedra preciosa. Voy a contártelo todo, mi sangue sabur, todo. Hasta que me deshaga de mis sufrimientos, de mis desgracias, hasta que tú, tú... Calla el resto, lo deja a la imaginación del hombre.

miércoles, 10 de octubre de 2012

IÑAKI URIARTE. DIARIOS

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Esta semana quiero proponeros la lectura de un par de libritos, breves pero muy enjundiosos, que constituyen los dos primeros tomos de los diarios de Iñaki Uriarte, un vasco muy singular, de penetrante inteligencia, lúcido, sociable pero asocial, dotado de un profundo sentido del humor, divertidísimo, gran lector, furibundo crítico de los lugares comunes, irónico, una rara avis en el panorama literario, político, social de nuestro país, si es que él mismo, en su radical independencia, pudiera aceptar su presencia en algún tipo de clasificación. Tanto el primer tomo, Diarios, 1999-2003, como el segundo, Diarios, 2004-2007, han sido publicados recientemente, en 2010 y 2011 respectivamente, por la riojana editorial Pepitas de Calabaza. Os confieso que espero con auténtica impaciencia las nuevas entregas de estos excepcionales cuadernos de un personaje genial, capaz, en cada frase, de hacernos pensar, reír, aprender, preguntarnos por nuestra propia vida, filosofar, conocer, iluminarnos, sentir, crecer... logros todos absolutamente ajenos a los modestos propósitos del autor, cuya sencillez, cuya ausencia de pretensiones, cuya huída de planteamientos “nobles” o elevados, resultan ostensibles -como veremos- a lo largo de sus escritos.
 
Iñaki Uriarte nació en 1946 en Nueva York, a los nueve meses justos de que sus padres, vascos de toda la vida, nacionalistas notoriamente enfrentados a Franco, gente acaudalada y de orden, pasaran allí su luna de miel, en la que concibieron -ni más ni menos que en el Waldorf Astoria- a su retoño. Siendo muy niño los padres se trasladaron a San Sebastián e Iñaki, estudiante en Deusto y conservando la nacionalidad estadounidense -mantenida por huir de la mili, en un rasgo típico de la personalidad desapegada del autor-, acabó por instalarse en Bilbao en donde reside en la actualidad.
 
He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa, me han robado, he padecido una inundación y una sequía, me he estrellado en un coche. Fui amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los asesinos en su propio jardín. También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Todo esto me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos. Así, sin especial énfasis, sin darse importancia -algo tan ajeno a la mayor parte de quienes se mueven en el mundo de la literatura, el arte o el pensamiento, siempre dispuestos a utilizar cualquier anécdota menor, banal, de sus anodinas vidas para construirse una personalidad literaria- describe su curiosa existencia nuestro invitado de hoy. Una vida “pacífica y sin sobresaltos” caracterizada por un principio inamovible: no trabajar. Al terminar la Universidad Uriarte proclama, rotundo: yo no me vuelvo a levantar a las ocho de la mañana en la vida, y decide no trabajar en aquello para lo que supuestamente estaba preparado, economista o abogado. He seguido -dice en otra ocasión- el lema de mayo del 68: Ne travaillez jamais. Confiesa abiertamente encarar su vida con una cierta seguridad de rico: Yo siempre conté con que mis padres me proporcionarían comida, casa y algo de dinero en un caso de apuro. Me parecía que era su deber y no un capricho mío, y declara también estar orgulloso de no haber perdido su tiempo en ocupaciones absurdas, tan indispensables para el resto de los mortales: A nada de lo que he hecho después de la única semana que trabajé en serio en mi vida para ganar dinero (de pinche de cocina en Londres; put the potatoes in the machine, era el sonsonete con el que le aturdía su jefe hasta que al cortarse un dedo, a poco de ingresar en el trabajo, abandonó su puesto), le puedo llamar en serio trabajar. Algunas tardes en la Biblioteca del Carmen en Barcelona, ciertas noches en el servicio de documentación del periódico Pueblo de Madrid, ocasionales actividades de redactor de enciclopedias, no son consideradas propiamente laborales por nuestro lúcido perezoso. Nunca he tenido un salario, ni horarios, ni he estado en nómina. Nunca he sido un ciudadano de la sociedad política capitalista. Y eso ha tenido muchas ventajas y algunos inconvenientes. Vivo de la renta de un piso heredado, alguna ayuda de la familia y el trabajo de crítico literario en El Correo.
 
En consonancia con este propósito elemental pero inflexible, Uriarte vive en Bilbao, donde todo está a mano, en Toni Etxea, el edificio familiar de varias plantas, alguno de cuyos pisos arrienda, con su mujer, María, profesora de Instituto, casi igual a él (pienso que ya no tenemos opiniones individuales) aunque a la vez afortunada y a veces sorprendentemente diferente, y el adorado gato Borges (Dios hizo a los gatos para que los hombres puedan acariciar a los tigres) tan indiferente a los placeres del mundo como su dueño: No quiere ver a nadie salvo a nosotros -dice del muy sosegado animal-. Se parece a mí.
 
Diabético, adicto al tabaquismo y fiel a la Real Sociedad, hace suya la libertad del Quijote, a la que siempre aspiró y que en buena parte ha logrado: un poco de dinero, un pedazo de pan, una rentita que te libere de amos, jefes y demás pelmazos. Carente de sueños, de afanes, de ambiciones, de fines, de metas, Iñaki Uriarte se “limita” a vivir, se levanta cuando quiere, pasea, se encuentra con amigos, viaja de vez en cuando -de modo reiterado, en otro rasgo de rareza, a Benidorm, siendo inefables las páginas que dedica a glosar las ventajas de la en apariencia nada atractiva localidad mediterránea-, se ocupa en actividades elementales pero intensamente satisfactorias: Otro acto mínimo que casi no es un acto, de los que a mí me gustan: tomar el sol, o también: ¿Qué has hecho hoy? Fumar.
 
Por supuesto lee, claro, mucho y bien, lecturas enjundiosas y muy atractivas, ensayos biográficos y diarios mejor que novelas. Se me acumulan los libros por leer como si fueran recados por hacer. Se me amontonan. Me abruman, dice. Pero incluso su “quietud existencial” -me gusta el tiempo lento, no presionado por ninguna urgencia, casi diría que al borde del aburrimiento- puede resistir la ansiedad, las exigencias, que a los devotos impone la pasión por la lectura. Así recuerda -y retiene como referencia aplicable a su vida- a su tía Mariángeles la cual, cuando se agobiaba, apuntaba con mucho cuidado en un papel una lista con todo lo que tenía que hacer... y luego la rompía. De referencias y citas varias de estas lecturas están llenas estas páginas, en las que nos encontramos, entre otros muchos, a Schopenhauer, Nietzsche, Séneca, Baudelaire, Borges, Proust, Kafka, Kant, Steiner, Tolstoi y, sobre todo, su admirado Montaigne, cuyos Ensayos -con los que estos Diarios guardan tantos paralelismos- son su permanente libro de cabecera. También, en otro plano, sigue a Sánchez Ferlosio, Muñoz Molina, Atxaga, Vila-Matas.
 
Y, obviamente, en esta vida de ocio (aunque no tanto; dice su sobrina María: el tío Iñaki no hace nada pero no tiene tiempo para nada) hay espacio para la escritura. Relativamente tarde, a partir de sus cincuenta y dos años de plácida existencia, empieza a tomar apuntes en un cuaderno y a pasarlos luego al ordenador. Sin someterse -en consonancia con sus relajados ideales de vida- a imposición alguna, y a razón de unos descansados diez folios por mes, comienza a recopilar pensamientos, comentarios sobre libros, breves relatos de encuentros con amigos y conocidos, glosas a acontecimientos de la realidad tales como declaraciones de políticos, noticias de prensa o pequeños incidentes de la vida cotidiana, retazos de memoria, anécdotas, intuiciones, fogonazos intelectuales, divagaciones, ironías, aforismos, disquisiciones varias sobre política, educación, viajes, conformando el resultado final el autorretrato emotivo y vivísimo de un tipo estrafalario, inteligente, difícil de tratar -como él mismo indica a propósito de Mi vida, escrito en 1576 por Girolamo Cardamo. Hay, además, más menciones explícitas a otros textos autobiográficos y diarísticos de índole similar a sus propios escritos, en los que se reconoce, y que os pueden permitir situar su propia producción literaria. Además del ya mencionado Montaigne, Uriarte cita el estudio que hace Foucault de los Hypomnemata, los cuadernos de escritura o anotaciones que se generalizaron durante la época de Platón, que constituían instrumentos para construir una relación permanente con uno mismo, y eran usados como libros para la vida, como guías de conducta, conteniendo citas, fragmentos de trabajo, ejemplos o acciones de las cuales uno había sido testigo o que había leído o escuchado en otra parte o que habían sido pensados por uno mismo. Textos que eran una memoria material de cosas leídas, escuchadas o pensadas, que se ofrecían como un tesoro acumulado para la relectura o futuras meditaciones, un resumen de tesis susceptibles de ser utilizadas para la constitución del yo. Todo ello es, sin duda y sin cambiar ni una coma, aplicable a estos Diarios.
 
El propio autor reflexiona constantemente sobre el sentido y el carácter de su escritura: Estos apuntes son como un juguete, como esos trenes eléctricos que algunos adultos instalan en una habitación entera. Me parecen páginas juveniles de alguien con una mente sin cuajar, desordenada, inmadura. De alguien del que me reiré con benevolencia en el futuro, cuando me haga mayor. E igualmente: No está claro por qué o para qué escribo estas páginas. Para calmar los nervios, para leerme más adelante, mañana mismo o dentro de diez años. Para que no sólo queden fotos mías sino también algo de lo que pensé. Para que persistan en una balda de Toni Etxea, por si a alguien le interesa en un día lejano echarles un vistazo. Para enseñárselas a algún amigo. Porque me entretiene mucho hacerlo. Porque es como un gran tren de juguete que me he montado en este cuarto, al que voy añadiendo piezas. Porque un día miré para atrás y vi que no me acordaba de nada y desde entonces decidí guardar algo, como quien acumula monedas en una hucha. Y también: escribo para intentar circunscribir un mundo que con la edad se me va haciendo cada vez mayor. Cada día tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incomprensible.
 
Como se deduce de estas palabras, y de acuerdo con el propio temperamento del autor, no hay nada de sublime y sí mucho de normalidad, de sencillez, de ausencia de afectación y solemnidad en estos diarios escritos aspirando a lo que en el Renacimiento llamaban en italiano sprezzatura. Ese efecto de aparente desatención, ausencia de esfuerzo, escasa preocupación por las apariencias e incluso casi desdén al escribir. Una naturalidad algo desaliñada que en el fondo es el mayor artificio. Y así nos encontramos con unos textos redactados no ya como se escribe una carta a la familia, tal y como recomendaba Josep Pla, otro diarista eminente, citado por Uriarte, sino como si las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo, apostilla el autor.
 
El pensamiento que aflora tras las anotaciones de estos Diarios es fragmentario, Uriarte huye de desarrollar las ideas, de crear sistemas, de formar un cuerpo teórico, como si tuviera miedo, impaciencia, pereza, incapacidad para la lentitud. No sé quién ha dicho que escribir es hablar sin ser interrumpido. Pero yo me interrumpo de continuo a mí mismo. Hablo a trompicones y escribo de la misma manera. Es, también, contradictorio: ser de una pieza, coherente, con personalidad propia... tonterías. A veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor. Cita, consecuentemente, a Machado: Nunca estoy más cerca de pensar una cosa que cuando he escrito lo contrario. La libérrima existencia del personaje, sin el sometimiento a las rigideces del orden laboral, se traduce en un cierto caos en sus lecturas y, por tanto, en su escritura, que salta -sin ataduras- de un tema a otro sin estructura definida, sin hilo argumental nítido, más allá del acontecer de la propia vida. El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa, para que surja de inmediato otra cosa que también me interesa y me desvíe. Así soy, incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial. Y en consecuencia: Si mi cabeza fuera una ciudad, no tendría ningún edificio que llegara más arriba del primero o segundo piso. Estaría llena de portales, escalinatas de acceso, montones de ladrillo y cemento seco, cascotes. Ni un amago de calle urbanizada, alguna tienda de campaña para pasar el rato, ni un sólo jardín decente, una planta por aquí o por allá, bastantes geranios, que resisten porque casi no necesitan riego. Sería como una ciudad bombardeada, pero eso sí, considerablemente extensa, lo que aumentaría la impresión de catástrofe.
 
Y desde esta libertad formal, desde esta ausencia de sistemática, huyendo de toda tentación de construir un pensamiento ordenado, Uriarte escribe también con absoluta libertad de fondo, sin casarse con nadie y contra todo. Pese a que su personalidad no es especialmente fogosa ni combativa -no me quejo mucho, desconfío poco de la gente, tengo fe en el progreso y tiendo a ver las cosas buenas antes que las malas-, y aunque se mueve, por lo tanto, en un tono tranquilo y relajado, no especialmente agresivo, en sus escritos hay meditados y muy serios y a la vez desternillantes aldabonazos contra el ejercicio físico, contra la exaltación de la voluntad (tener voluntad es estar haciendo todo el rato cosas que no te apetece hacer), contra los valores del esfuerzo y el sacrificio (ante la gente que repite el tópico de “a mí nadie me ha regalado nunca nada. Si estoy aquí es porque me he pasado la vida luchando y trabajando”, contesta: Pues yo estoy aquí y no he trabajado en la puta vida), contra los grandes propósitos (a veces al principio de un viaje me acomete un sentimiento de culpa por no estar haciendo algo para mejorar el mundo. Al segundo día de viaje se evapora), contra el feminismo (mientras no desaparezcan las joyerías habrá que mantener un poco en cuestión todo eso del feminismo), contra la muchedumbre insulsa (uno de los secretos del placer estético que produce la naturaleza es que no hay gente), contra la cultura banalizada (he estado en tantos museos donde lo más excitante que he visto ha sido el culo de alguna visitante...), contra el hecho de traer niños al mundo, contra los mayores (a partir de cierta edad la gente empieza a tener teorías para todo), contra el aceptado fanatismo partidista (no consiento que una discrepancia política rompa una relación personal), contra la imposición del euskera, contra cualquier nacionalismo (ni abertzale, que me suena a burro, ni constitucionalista, que me suena a catedrático. Tertium datur), contra España (una semana lejos de España es un reconstituyente de primera). Todo cuanto suene a solemne, a convención, a principio indiscutible, a, como he señalado, lugar común unánimemente aceptado, pasa por el filtro crítico de Uriarte, que de modo permanente hace gala -expresión incorrecta dado el caso, pues nada más alejado de las galas, de los oropeles, del narcisismo, del pavonearse, que estos libros, escritos como en sordina, en voz baja, muy tenuemente, como para pasar desapercibido- de una inteligencia lúcida y nada acomodaticia, muy independiente y atractiva, deslumbrante.
 
¿Cómo vivir?, ésa es la gran pregunta. Y está mal planteada. Es como preguntar: ¿existe una única buena manera de pasar la tarde? He aquí una muestra más, muy significativa, del tono -profundo, penetrante, irónico, inteligente- que impregna estos Diarios de Iñaki Uriarte que publica la editorial Pepitas de Calabaza. No deberíais dejar de leerlos, pues son formidables, una magnífica fuente de reflexión y placer, de intensidad y alegría, de lucidez y sentido del humor.
 
Para completar musicalmente mi recomendación os dejo I want you, de un Bob Dylan cuya obra no atrae especialmente al autor, aunque la escucha de sus canciones -confiesa- sí puede hacerle llorar, por cuanto la música del de Minessota constituyó la banda sonora de su juventud y al escucharla, lo que imaginábamos y decíamos y hacíamos entonces, regresa a mi cerebro y a mi corazón. Una I want you que tan significativa ha sido para mí (la escuché, arrobado, por primera vez en... ¡¡¡1972!!!), siendo todavía esencial y muy relevante en mi vida. Aquí aparece entre apasionadas, entrañables, emotivas y muy románticas imágenes de I’m not there, la película de Todd Haynes sobre el legendario músico. Con ella me despido hasta dentro de siete días.
 
 
Una vez escribí para el periódico:
“La observación es de Nietzsche: Se aprende antes a escribir con grandilocuencia que con sencillez. Ello incumbe a la moral. Es fácil señalar unos cuantos defectos morales que empujan a ser grandilocuente. El primero es la falta de aplicación. A quien escribe con descuido se le llena la página de expresiones que tal vez fueron elocuentes en su origen pero que hoy soy tópicos grandilocuentes. Otros enemigos de la escritura sencilla son la vanidad y el miedo. Quien escribe para publicar y ser leído tiende a adornar o proteger sus pensamientos con grandes palabras. Y esto de las grandes palabras hay que entenderlo literalmente. Gracias a un artilugio del ordenador, veo que el tamaño medio de los vocablos de los Puntos de vista que publico a veces en El Correo es de 4,6 letras. Las mismas teclas aseguran que el tamaño medio de los que empleo en otros textos que escribo y guardo en privado, sin pensar en su publicación, es de 4,3 letras. He aquí un 0,3 de grandilocuencia añadida del que podría corregirme. Por ejemplo, siendo más fiel al consejo dado una vez por Valéry a un aprendiz de escritor: Entre dos palabras semejantes, escriba usted la más corta. Todo un precepto ético.”

miércoles, 3 de octubre de 2012

LYNDA GRATTON. PREPÁRATE: EL FUTURO DEL TRABAJO YA ESTÁ AQUÍ


Me parece fascinante tener la posibilidad de planear las siguientes décadas de nuestra vida laboral. Se están produciendo fuerzas que en el transcurso de las próximas décadas acabarán con los viejos supuestos sobre el trabajo como lo concebimos tradicionalmente. Se derrumbarán en todo el mundo las viejas jerarquías; nociones como la del trabajo de nueve de la mañana a cinco de la tarde estarán sometidas a grandes presiones, y aquellos que en el pasado eran los menos favorecidos tendrán la oportunidad de formar parte de la reserva global de talento. Las próximas décadas serán beneficiosas en un sentido pero perjudiciales en otro. En el pasado las pautas habituales del trabajo podían resultarnos limitantes y frustrantes pero nos aportaban cierto grado de previsibilidad. El horario de nueve a cinco nos podía parecer irritante e inflexible pero por lo menos era un horario fijo y no un bombardeo continuo de trabajo las veinticuatro horas del día. Crear nuevas oportunidades de trabajo para la gente de la mayoría de las regiones del mundo tiene enormes beneficios pero también pone una presión enorme en aquellos que han nacido en regiones que previamente habían sido las más privilegiadas.
 
Nuestro mundo está cambiando a un ritmo sorprendente, y desaparecerán muchas de las creencias acerca de lo que es el trabajo y cómo debe realizarse. Por otra parte, habrá mayores oportunidades y más opciones. Esta apertura a la posibilidad de elegir entre diversas opciones creará el espacio que nos permitirá escribir el guión de nuestra carrera profesional que le dé sentido a nuestra vida y nos proporciones satisfacción.
 
Sin embargo, ello conlleva la necesidad de elegir activamente, de ser capaces de vivir las consecuencias de estas elecciones y asumir los compromisos correspondientes. La ventaja del trabajo tradicional residía en que contábamos con la seguridad de la relación padre-hijo. Podíamos dejar en manos de la corporación las grandes decisiones acerca de nuestra vida laboral. La relación de adulto a adulto hacia la que nos dirigimos es más sana y más capaz de dotar de significado a nuestra vida laboral. Sin embargo, también nos exige que adoptemos una actitud más responsable, decidida y activa para hacer uso de las elecciones que están a nuestro alcance. Requiere que reflexionemos y tomemos las decisiones pertinentes respecto a lo que queremos llegar a ser.
 
Es necesario pensar en las fuerzas y en las historias, en cómo vamos a conformar una vida laboral que podamos disfrutar y tenga significado, y si tenemos hijos, en qué consejos les daremos. Así es como empezó mi propio viaje al futuro, pensando en cómo aconsejaría a mis propios hijos acerca del futuro de sus vidas laborales.
 
Hola, buenos días. Con este sugerente texto, muy interesante en sí mismo y muy representativo, además, de lo esencial del libro del que procede, comienza hoy Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura en Radio Universidad de Salamanca. Se trata de un fragmento de Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí, un altamente recomendable volumen escrito por Lynda Gratton y publicado hace unos meses por la Editorial Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores en traducción de Marisa Abdala. Lynda Gratton, especialista en temas vinculados al ámbito de las empresas, es catedrática en la prestigiosa London Business School y una indiscutible autoridad mundial en cuestiones relativas al funcionamiento de las organizaciones, asunto sobre el que no sólo ha investigado y escrito con rigor y asiduidad sino que, en relación con las dimensiones más innovadoras de la evolución del mundo empresarial, ha puesto en marcha y participa activamente en algunas originales y fecundas iniciativas internacionales, como el Consejo Consultivo sobre el Capital Humano del Gobierno de Singapur o el Hot Spots Movement. Y es precisamente una de estas creativas propuestas, un grupo interdisciplinar y plurinacional -una especie de “comité de sabios”-, el "Consorcio para la investigación del futuro del trabajo", el germen del libro que ahora os recomiendo entusiasmado.
 
El mundo está cambiando, he ahí la realidad indiscutible -y por lo demás obvia, a estas alturas del siglo- de la que parte el estudio de la profesora británica. Los rasgos más destacados de este cambio -fugacidad, rapidez, fragmentación, movilidad, inmediatez, complejidad, incertidumbre, ambigüedad, impredictibilidad- están modificando no ya el panorama externo de nuestras vidas -la comunicación y el transporte, el ocio y la educación, los modos de producción y el consumo, la participación y la representación políticas, la configuración de los centros de poder- sino también nuestros modos íntimos de pensar, de sentir, de divertirnos, e incluso -si se me admite la leve exageración- de soñar o amar o emocionarnos. A caballo de ambos territorios, el social y el individual, el trabajo no sólo no permanece ajeno a esos cambios sino que es un espacio en el que se vivirán -se están viviendo- con especial intensidad esas transformaciones de un futuro que forma parte ya de nuestras vidas cotidianas. Descubrí, dice la autora con respecto a esas modificaciones previsibles en el mundo laboral, que muchas de las pautas habituales de los últimos veinte años -horario de nueve de la mañana a cinco de la tarde, trabajar para una sola empresa, pasar tiempo con la familia, tener los fines de semana libres, trabajar con gente a la que conocemos bien- estaban empezando a desaparecer. Y lo que viene a sustituirlas es mucho menos conocido y comprensible, incluso demasiado difuso para poder captarlo.
 
Consciente de la dificultad -diabólica, en sus propias palabras- de predecir el futuro del trabajo, a pesar de la ingente cantidad de información que sobre el tema había acumulado en su trayectoria profesional de los últimos treinta años Lynda Gratton decide, en 2009, crear el mencionado Consorcio de investigación con el fin de acceder a ideas y conocimientos de expertos procedentes de todas partes del mundo. El Consorcio es un grupo de investigación que reúne a más de doscientos directivos, académicos y participantes varios pertenecientes a grandes compañías multinacionales como Nokia, el banco sudafricano Absa, el Tata Consulting Group de la India, la compañía SingTel de Singapur, la ONG Save the Children y tantas otras. Las actividades del Consorcio comenzaron en noviembre de 2009. A partir de una descripción inicial de las cinco fuerzas -de las que luego os hablaré- que previsiblemente tendrán un impacto mayor en los modos de trabajar en los próximos veinte años y de las situaciones particulares vinculadas a cada una de esas fuerzas que configurarán el panorama laboral del futuro, se pidió a los expertos que integraban el proyecto que “construyeran” la línea argumental de un día de la vida laboral -ya no sólo ideas abstractas o teóricas- de los ciudadanos del mundo en 2025. Se les reclamó, pues, que elaboraran una serie de relatos protagonizados por personajes supuestos -de todas partes del mundo, de diversas profesiones, con circunstancias personales y profesionales muy diferentes- pero que encarnarían de un modo concreto y en detalle la realidad del trabajo en esa fecha. Y así, a través de estas “historias” singulares, el grupo pudo disponer de una serie de tramas, ficticias pero verosímiles e incluso probables, que reflejan la visión del trabajo futuro por parte de distintos especialistas. Sobre la base de estos “relatos sobre el futuro”, partiendo de los hechos concretos -inventados pero, insisto, plausibles en tanto que resultan de la extrapolación de las “pistas” que ofrece el presente- los investigadores recopilaron a continuación durante meses infinidad de ideas provenientes de sus respectivos entornos ubicados en más de treinta países. Trabajando juntos virtualmente a través de un portal de internet elaborado minuciosamente al efecto, discutiendo a distancia en seminarios mensuales online, reuniéndose una vez al año a medida que el Consorcio evolucionaba hacia grupos más globales y diversificados, el equipo investigador utiliza esas versiones de la vida laboral en el futuro -en ocasiones disímiles, aunque casi siempre complementarias- para diseñar una suerte de esquema sistematizado que pudiera arrojar luz sobre el escenario laboral que se espera para las próximas décadas. Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí es el fruto de esa investigación, el fascinante análisis, estructurado y presentado con coherencia y rigor académicos y científicos, de la previsible realidad laboral que veremos en los próximos quince o veinte años.
 
Lynda Gratton analiza de entrada los tres cambios básicos, las premisas elementales que tendremos que postular, que redefinir, para elaborar una vida laboral valiosa y significativa para las próximas dos décadas. Por un lado, y partiendo de la base de que, a su juicio, los conocimientos generales van a dejar de tener valor, la autora defiende la necesidad de lo que llama conocimiento serial, un conjunto de habilidades y competencias que combinan tanto una fuerte especialización en un área de conocimiento determinada, como la posesión de saberes profundos en otros ámbitos, en otras disciplinas diferentes, pero también la capacidad de reinvención personal y profesional o la polivalencia profesional. En segundo lugar, y cuestionando de inicio la actual vigencia del individualismo y la competitividad como única base para crear vidas laborales exitosas, prevé un futuro en el que, por el contrario, serán la conectividad, la colaboración o el uso de las redes sociales los fenómenos que desempeñarán un papel cada vez más crucial. Por último, frente a los actuales valores del consumo y la cantidad como fines principales de nuestra organización económica y social, y por ello también como referentes en el trabajo para la mayor parte de las personas, Gratton apunta la necesidad de centrarnos en una vida -no sólo la productiva- que privilegie la calidad de las experiencias, el equilibrio y la búsqueda de lo esencial en nuestras existencias.
 
Sobre la base de estos cambios generales, en el libro se plantean las cinco fuerzas dominantes que modificarán de manera sustancial nuestras vidas en los próximos años: la vinculada a la tecnología, la que tiene que ver con la globalización, la relativa a la demografía, la llamada fuerza de la sociedad -que enlaza con los valores y el clima social- y la derivada de los recursos energéticos. Con respecto a cada una de estas pautas generales, globales, la investigación de la profesora Gratton y su equipo detecta los hechos concretos que tendrán repercusión sobre el futuro del trabajo, hasta conformar treinta y dos “piezas”, en la nomenclatura de la autora, decisivas en la configuración de nuestro porvenir laboral. Así, y en relación con la tecnología, se apuntan, entre otras, el aumento exponencial de la capacidad tecnológica, el hecho de que cinco mil millones de personas estarán conectadas entre sí en todo el mundo, la ubicuidad de la Nube como infraestructura global generalizada, la progresiva digitalización de los conocimientos, el auge de asistentes cognitivos, el gradual reemplazo de los puestos de trabajo por robots o diversos tipos de máquinas. A propósito de la segunda fuerza, la globalización, los hechos concretos que se resaltan -de nuevo en un resumen apresurado- son el fenómeno 24/7 (actividad laboral veinticuatro horas al día, siete días a la semana, en un mundo global sin calendario ni horarios), el peso de las economías emergentes, la innovación frugal, el carácter urbano de la mayor parte del mundo, las continuas burbujas y caídas, con frecuentes alternativas entre etapas de expansión y otras de crisis. En lo que tiene que ver con la tercera fuerza, la demográfica, se anticipan como altamente significativos el aumento de la longevidad y de la emigración global, el empobrecimiento de importantes capas de la generación de baby boomers, nacidos entre 1947 y 1964, junto con la cada vez mayor ascendencia de la generación Y, venidos al mundo entre 1980 y 1995. La fuerza de la sociedad, cuarta de las vertientes analizadas, dibujará un escenario para 2025, si se cumplen las previsiones del estudio, caracterizado por los cambios en las familias, el incremento de la presencia social de las mujeres con poder, el equilibrio en el rol masculino, la desconfianza creciente en las instituciones, la disminución de la felicidad o el aumento del ocio pasivo, como “piezas” más destacadas. Por último, la fuerza conectada a los recursos energéticos operará de tal manera que se elevarán los precios de la energía y habrá constantes desplazamientos de la población por los desastres medioambientales mientras surgirá e irá desarrollándose una cultura de la sostenibilidad.
 
Todas estas previsiones pueden conducir, según las tesis de la profesora Gratton a varios futuros distintos, que en esencia se reducen a dos. El primero, un futuro por defecto, supondría, de darse, que el camino que nuestras sociedades puedan seguir en los próximos años conduzca a una realidad en la que prevalecerían los aspectos negativos derivados de todos estos cambios: la fragmentación, la exclusión, el aislamiento, el narcisismo, la soledad, la infelicidad, las diferencias. Por otro lado, y esta es la optimista apuesta de la investigadora, cabe un futuro elaborado en el que, teniendo en cuenta estos previsibles escenarios que se han descrito, nos anticipemos a ellos y entre todos seamos capaces de configurar un nuevo panorama laboral, que aproveche las innegables ventajas que encierra cada una de esas fuerzas analizadas para mayor satisfacción y felicidad de los trabajadores y los ciudadanos del mundo entero. En este sentido, el de la posibilidad de un futuro esperanzador, el libro se cierra -la parte ensayística, “discursiva” del libro, pues tras ella hay infinidad de notas, una amplísima bibliografía y un extenso índice onomástico en el apéndice final- con una serie de indicaciones dirigidas a los niños, los empresarios y los gobiernos, en las que la autora, consciente de que el porvenir lo construimos todos nosotros, cada uno en nuestra particular parcela, incluye algunas recomendaciones y consejos que puedan encaminarnos en el camino correcto.
 
En fin, como tantas otras veces no hay tiempo para ofrecer una aproximación más detallada al libro recomendado. Creedme, este Prepárate: el futuro del trabajo ya está aquí es muy interesante, hace reflexionar, permite que nos planteemos nuestro porvenir personal y profesional y, en definitiva, está lleno de ideas sugestivas sobre el trabajo y la vida que previsiblemente nos espera en las próximas décadas. Os dejo, como correlato musical a mi reseña con una sugerencia musical, una canción que habla también del trabajo, de los trabajadores, en este caso, de la última mitad del siglo pasado. Working class hero, el clásico de John Lennon. Hasta dentro de siete días.