Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 25 de mayo de 2011


MARIO VARGAS LLOSA. EL SUEÑO DEL CELTA

Hola, buenos días. Hoy Todos los libros un libro cumple una función redundante, acaso por ello banal y estéril, y, en consecuencia, quizá yo no hubiera debido elegir este libro para hablar en la radio de él. Porque, ¿hay alguien entre quienes ahora amablemente me escuchan que no haya leído, visto, comentado hasta la saciedad alguna referencia, alguna mención, alguna nota más o menos publicitaria sobre la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, El sueño del celta, publicada el noviembre pasado por la editorial Alfaguara? Los medios de comunicación, los periódicos, los suplementos, literarios o no, los dominicales, los telediarios, los programas de libros y hasta los del corazón se han hecho eco de la exuberante edición de la obra del peruano, que debe ir ya por el medio millón de ejemplares, y ello sobre todo tras la concesión del Premio Nobel de Literatura a quien con oportunismo patrioteril no se ha dudado en considerar enfática y orgullosamente español, dada la doble nacionalidad del escritor. A estas alturas, pues, la mayor parte de vosotros conocéis la obra, sabéis cuáles son sus temas principales, estáis familiarizados con la vida y milagros de Roger Casement, el diplomático irlandés de vida legendaria al que Vargas Llosa ha convertido en personaje principal de su novela, casi todos habéis oído hablar del Congo belga y de las atrocidades perpetradas en aquel vasto país por el brutal colonialismo de Leopoldo II, a muchos les suena ya la región del Putumayo en el Amazonas, escenario de los abusos, las violaciones, las inhumanas torturas que llevaban a cabo sobre los indígenas las compañías caucheras; incluso, aunque este tercer eje de la novela no ha sido tan divulgado, bastantes de vosotros ya os habéis aproximado a las interioridades de los conflictos nacionalistas en la Irlanda de principios del siglo pasado. En cierto modo muchos de vosotros ya habéis leído la novela, incluso, me atrevería a decir, quienes no lo han hecho real y materialmente, tantos son los fragmentos reproducidos, tantos los reportajes, tantas las entrevistas, tanta la información sobre este El sueño del celta, best-seller antes, casi, de ser publicado. ¿Qué puedo decir yo, pues, en esta breve reseña que evite las repeticiones inútiles, que añada algo de interés para vosotros y que pueda haceros contemplar la obra desde otro ángulo aún no mostrado? Seré sincero, en las decenas de referencias que han estado a mi alcance en estos meses, en la prensa y en la televisión, en revistas, en la radio, en blogs y páginas de Internet, todo ha sido dicho y escrito, de modo que acepto mi condición de mero replicante, de modesto reseñista sin apenas originalidad. Vayamos, pues, con algunos rasgos del libro que merece la pena destacar, haciendo abstracción de lo que haya sido contado ya.

De entrada, quizá el único elemento que no he visto reflejado en ni uno solo de los comentarios, ni siquiera en las críticas sobre la novela, es la constatación de un cierto descuido, una aparente dejadez, un cierto desaliño formal que, sobre todo en las cien primeras páginas resulta a mi juicio, bastante molesto y, en cualquier caso, impropio de un escritor de este calibre. Tengo la impresión, quizá equivocada -¿quién soy yo para objetar la obra de un Premio Nobel de Literatura?-, que la editorial hubiese querido aprovechar el tirón del galardón sueco y hubiera entregado al público con demasiada premura un texto necesitado, probablemente, de un último repaso y de algunos retoques. Por ejemplo, al menos en tres ocasiones, el peruano usa el vocablo ‘polizonte’ para referirse a lo que a todas luces es un polizón. Una consulta apresurada al Diccionario panhispánico de dudas, por comprobar si el error no era tal y sí solo un coloquialismo sudamericano, nos confirma que el término despectivo que en el habla coloquial se usa para referirse a un policía, no debe confundirse -la conminación es del diccionario- con polizón, viajero clandestino de un barco o un avión, que es el sentido que Vargas Llosa quiere darle en las tres ocasiones detectadas. Pero hay más, hay, siempre en mi modesta apreciación, comas mal puestas, concordancias erróneas, incluso anacolutos y frases sin sentido. Fijaos en este texto de la página 35: Entonces, tuvo el primer ataque de malaria. Nada comparado a lo que fue el segundo y, sobre todo, tres años después -1887- y, sobre todo, ese tercero de 1902. También se usa algunas veces el término ‘material’ para referirse a un conjunto de documentos que sirven de base a un trabajo intelectual, acepción admitida por la Academia, pero a mi inseguro juicio, de uso bastante improbable con ese sentido en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX, contexto en el que aparece en la novela. Y así, algunos ejemplos más. En fin, nada demasiado serio, nada siquiera sospechoso de ligereza en un escritor de la talla del peruano; sí, por el contrario, una práctica imperdonable en una editorial que dice defender la calidad y aun la excelencia literarias.

Por lo demás, el libro es formidable, o más exactamente -y espero que no apreciéis hoy en mí una excesiva meticulosidad desmitificadora de la enorme figura de Vargas Llosa- lo que resulta formidable y apasionante es la vida de este Roger Casement, que el escritor aprovecha para construir su obra. Amante desde niño de la aventura, viajero en el Congo y en la Amazonía, apasionado defensor de la noble causa de la liberación de los africanos y los indígenas de la asesina e inmoral codicia del colonialismo, redactor de sendos informes sobre ambas regiones en los que de manera valiente denunciaba las atrocidades contempladas en sus viajes, diplomático por todo el mundo y Sir en su controvertida Inglaterra, patriota irlandés en lucha contra la sin embargo, pese a la admiración, opresora Gran Bretaña, hasta el punto de pactar con la Alemania enemiga, en plena primera guerra mundial, con tal de favorecer las ansias de independencia de su Eire mítico, redactor de unos diarios en parte inventados -esa es la tesis de Vargas Llosa- en los que aflora su condición de oscuro homosexual, reprimido y torturado, probablemente pederasta, con infinidad de escarceos y escabrosas aventuras sexuales en urinarios y baños públicos, con marineros y soldados, con curtidos prostitutos y con bellos jóvenes en sus viajes. Pero, sobre todo, Casement era, o así aparece en la novela, gracias a la maestría del autor, un ser humano contradictorio y complejo, riguroso y excesivo, irreprochablemente ético en su trato con la inhumanidad en África y Sudamérica, pero profundamente inmoral en sus opciones privadas y políticas, un héroe ejemplar y un traidor despreciable, manifestación modélica del ciudadano armado de coraje intelectual y cívico, pero a la vez condenado a muerte, y finalmente ejecutado, por sus torpes y despreciables maniobras durante la guerra, profundamente lúcido en su denuncia de los excesos coloniales, pero insensato hasta el delirio en obsesión irlandesa.

Un libro estimable, pues, como no podía ser menos en un escritor como Mario Vargas Llosa, aunque a mi juicio, algo plano, sin la fuerza, sin la creatividad, sin la innovación, sin el riesgo de Conversación en la Catedral o La casa verde o La guerra del fin del mundo. Un libro con mucho de Roger Casement y no tanto de Vargas Llosa; un libro estupendo, no obstante, con cuya lectura aprendemos y nos deleitamos mucho, y que, por ello, os recomiendo.

Como música de cierre, y teniendo en cuenta que el Putumayo geográfico de la novela de Vargas Llosa da nombre también a un excepcional sello discográfico especializado en lo que se ha dado en llamar ‘músicas del mundo’ os ofrezco una canción extraída de uno de sus múltiples discos. Se trata de Mon amour, ma cherie, de los malienses Amadou y Mariam con la colaboración de Johnny Marr. Hasta la semana próxima.

Cuando estaba en Liverpool, donde sus primos, Roger vencía a veces su timidez e interrogaba al tío Edward sobre el África, un continente cuya sola mención le llenaba la cabeza de bosques, fieras, aventuras y hombres intrépidos. Gracias la tío Edward Bannister oyó hablar por primera vez del doctor David Livingstone, el médico y evangelista escocés que desde hacía años exploraba el continente africano, recorriendo ríos como el Zambezi y el Shire, bautizando montañas, parajes desconocidos y llevando el cristianismo a las tribus de salvajes. Había sido el primer europeo en cruzar África de costa a costa, el primero en recorrer el desierto de Kalahari y se había convertido en el héroe más popular del Imperio británico. Roger soñaba con él, leía los folletos que describían sus proezas y ansiaba formar parte de sus expediciones, enfrentar a su lado los peligros, ayudarlo a llevar la religión cristiana a esos paganos que no habían salido de la Edad de Piedra. Cuando el doctor Livingstone, buscando las fuentes del Nilo, desapareció tragado por las selvas africanas, Roger tenía dos años. Cuando, en 1872, otro aventurero y explorador legendario, Henry Morton Stanley, periodista de origen galés empleado por un periódico de Nueva York, emergió de la jungla anunciando al mundo que había encontrado vivo al doctor Livingstone, estaba por cumplir ocho. El niño vivió la novelesca historia con asombro y envidia. Y cuando, un año más tarde, se supo que el doctor Livingstone, que nunca quiso abandonar el suelo africano ni volver a Inglaterra, falleció, Roger sintió que había perdido a un familiar muy querido. De grande, él también sería explorador, como esos titanes, Livingstone y Stanley, que estaban extendiendo las fronteras de Occidente y viviendo unas vidas tan extraordinarias.



miércoles, 18 de mayo de 2011

REBECCA WEST. EL REGRESO DEL SOLDADO

Hola, buenos días. Aquí estamos como todos los miércoles en Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Hoy os traigo una novelita, un texto muy breve, aunque intenso y magistral, una pequeña maravilla cuya publicación ha sido saludada con alborozo por los especialistas, una joya que pese a haber sido escrita ni más ni menos que en 1918 (aunque su autora revisó el texto en 1980, tres años antes de su muerte) no ha visto la luz en nuestro país hasta el pasado 2008. Se trata de El regreso del soldado, la obra maestra de escritora Cecily Isabel Fairfield, conocida en el mundo literario como Rebecca West. Rebecca West nació en Irlanda en 1892 y falleció en Londres en 1983. El libro lo publica la editorial Herce en traducción de Laura Vidal.

El regreso del soldado parte de una anécdota muy simple, casi trivial, podríamos decir, pero que permite a su autora construir, con un tan sencillo germen, una historia llena de evocaciones, que induce a la reflexión sobre el amor, la identidad, las convenciones sociales, la autenticidad, la importancia de las apariencias, los prejuicios de clase, la belleza real y la inventada, y, en definitiva, el sentido último de la vida.

La novela se abre con una conversación entre Kitty, refinada, elegante y algo snob esposa de Chris Baldry, y la prima de éste, Jenny. Ambas viven en una inmensa y hermosísima mansión en el campo desde la que la mirada abarca kilómetros de pastos esmeralda, húmedos y brillantes al pie de unas lustrosas colinas, azules por la distancia y los bosques distantes. Más cerca se aprecian la agradable correción del césped y del cedro del Líbano, cuyas ramas son como la oscuridad hecha materia, y la amenazadora aspereza de los pinos más altos del bosque que se extiende hacia el sur desde el estanque hasta los pies de la colina, sus ramas desnudas de una textura tupida de tonos castaños y púrpuras, tal y como se describe en un fragmento del texto. La belleza, el sosiego, la tranquilidad del lugar, perteneciente a la adinerada familia Baldry, contrastan con el mundo que discurre fuera de él. La primera guerra mundial, la Gran Guerra, destroza vidas a unos cientos de kilómetros, en las húmedas trincheras de los campos de Francia, y en ellas, Chris Baldry lucha por su patria mientras su esposa y su prima esperan su regreso acomodando el idílico entorno de manera que el joven pueda reencontrarse a su vuelta con el esplendor de la vida en la campiña inglesa: el brillo multicolor de las maderas barnizadas, el acogedor abrazo de los sillones tapizados, de las pesadas cortinas, de las cálidas telas que recubren las paredes, la luz tenue de los candelabros, el agradable calor de la confortable chimenea, el frescor de los frondosos rincones del jardín, la desbordante luminosidad de los capullos de rosa, las azaleas resplandecientes, los dorados helechos, los oscuros macizos de rododendros, las garzas sobrevolando los sauces, el afable cariño de sus perros, de sus caballos favoritos, y, sobre todo, el amor incondicional de su mujer y la admiración y el cariño fraternos de su prima.

Sin embargo, toda esta placidez va a quedar truncada a las primeras de cambio cuando en Baldry Court se presenta la señora Gray, de soltera Margaret Allington. Margaret es una mujer desaliñada y muy poco agraciada, que comparece pobremente vestida con ropas baratas y algo desastradas en la lujosa mansión de los Baldry. Su aspecto era terrible, estaba repulsivamente rebozada en abandono y pobreza, como un guante caro que ha caído bajo una cama en un hotel y tras permanecer allí un día o dos resulta repugnante cuando la criada lo rescata del polvo y las pelusas, relata la narradora, la prima Jenny, desde cuya perspectiva se cuenta la historia. La ahora señora Gray, que había estado enamorada de Chris Baldry, un amor correspondido por éste, hace quince años, lleva consigo un telegrama del propio capitán Baldry, dirigido a ella desde un hospital francés. Al parecer, según señalan el telegrama y una carta adicional más íntima remitida de modo personal a Margaret, la explosión de un obús ha afectado a Chris provocándole una pérdida de memoria, de tal manera que todo su ser, su mente, sus afectos, sus recuerdos, se retrotraen quince años atrás. Así, en su cerebro afectado por la explosión, se siente un joven de veintiún años y no un adulto de treinta y seis. Además, no reconoce en Kitty a su mujer y sí, en cambio, experimenta como algo vivo el amor que hacía tres lustros sintiera hacia Margaret.

Pocos días después de esta sorprendente aparición, Chris es repatriado y tras su llegada a su antiguo hogar, su amnesia, en efecto, le hace ignorar su matrimonio con Kitty, le permite identificar a su prima Jenny tan sólo como un mero recuerdo de su pasado, le lleva a desconocer los principales cambios ocurridos en el personal y la fisonomía de la mansión y, sobre todo, le hace seguir experimentando por Margaret un amor verdadero e intenso, genuino y pleno, como si su juventud aún floreciera, como si no pudiera ver en ella a esa mujer ajada y vulgar, de feas manos -las manos, un motivo recurrente en el libro-, y sí únicamente a la dulce joven de su pasado, como si su boda con Kitty nunca hubiera tenido lugar, como si la guerra no hubiera perturbado su vida.

A partir de estos hechos, que se desarrollan en las primeras páginas del relato, de modo que desvelándolos no os descubro nada sustancial de él, nada que no esté recogido en la solapa del libro e incomode su lectura, se inicia el núcleo principal de la novela, en el que, de un modo muy sensible y hermoso, se encierra su más poderoso mensaje. Porque la reacción que la desmemoria de Chris provoca en su mujer y en su prima, el profundo rechazo de aquella y la progresiva comprensión de esta ante el hecho de que un amor de juventud, valiente, irreflexivo, sincero, pueda prevalecer pese a las diferencias de clase y educación, pese a la ostensible ausencia de belleza en la burda Margaret actual, esa reacción de perplejidad, de desconcierto, pone de relieve algunas importantes cuestiones que afectan de un modo esencial a nuestras existencias como seres humanos. ¿Somos capaces de reconocer, en una existencia casi siempre artificiosa y mediocre, entre los oropeles de un mundo ficticio que nos construimos sin querer, la más auténtica verdad de nuestra vida? ¿Podemos identificar en la más que probable vulgaridad de nuestras opciones vitales, en las domesticadas rutinas, en los hábitos cobardes, la más profunda dimensión de nuestra existencia? ¿Rodeados por la fealdad de nuestra sociedad consumista y falsa, por la mentirosa apariencia de las cosas, estamos en condiciones de captar la belleza del mundo, de ser sensibles ante los logros del espíritu, de apreciar los valores profundos, de ponderar con generosidad lo que merece la pena?

De todo ello habla este El regreso del soldado. Y lo hace con una prosa bellísima, conmovedora, sencilla pero no simple, llena de encanto y emoción, que encierra, más allá de su superficie más o menos convencional, mucho sentimiento, mucha verdad, mucha vida.

Os recomiendo vivamente el libro. Leedlo y disfrutadlo, no os arrepentiréis. Y otro soldado, éste del amor, Soldier of love, de Sade, protagoniza nuestra pequeña aportación musical por esta semana. Hasta dentro de siete días.


Ella había alisado la lona con sus feas manos de manera que él se sintiera confortable cuando por fin, somnoliento, se quedó dormido sobre un costado. Yacía allí con la placidez confiada de un niño que descansa, las manos distendidas y la cabeza echada hacia atrás dejando ver la garganta, indefensa. Ahora que dormía y su semblante estaba vacío de todo pensamiento era posible admirar cuán verdaderamente hermoso era. Y ella, con su cara solemnemente vigilante, sonrosada por el aire frío del río que llegaba con el atardecer colándose entre los dorados helechos, estaba sentada junto a él, mirándole.

A menudo he visto personas en actitudes como aquélla en la campiña que queda fuera de nuestra propiedad, en los días festivos. Las más de las veces el hombre sostiene un pañuelo sobre su cara para protegerse del sol, mientras la mujer, inclinada a su lado, examina la maleza para asegurarse de que sus hijos no se hacen daño mientras juegan. En ocasiones he tenido la impresión de que aquello tenía un significado especial. Es como cuando uno se adentra en el frescor húmedo y fragante de una iglesia católica y contempla a los fieles arrodillados, sus cuerpos rígidamente inclinados, reacios y abandonados a un tiempo, como representando la voluntad que inevitablemente se doblega ante un propósito que es más grande que el individuo. O como cuando uno ve bajo cualquier cielo una madre con su hijo en brazos y algo parecido a una espada te atraviesa el corazón y te dices:
Si la humanidad se olvida de gestos como éstos entonces es que ha llegado el fin del mundo.


miércoles, 11 de mayo de 2011

AMALIA IGLESIAS (editora). POETAS EN BLANCO Y NEGRO

Hola, buenos días. Os damos la bienvenida una semana más a Todos los libros un libro, nuestra habitual recomendación de lectura que os proponemos desde la sintonía de Radio Universidad. Hoy el libro seleccionado pertenece al dominio de la poesía, un territorio que no goza de demasiada atención en los medios de comunicación. Uno tiene la impresión de que la prensa, la televisión, la radio son considerados, por una especie de acuerdo implícito universal, vehículos para que en ellos fluya la realidad ‘real’, podríamos decir, para las noticias, para la política, para los sucesos, para todos los aspectos ‘externos’ al alma humana, para, como decía La Codorniz, aquel semanario satírico que sólo los mayores de cuarenta años recordarán, ‘los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’, en frase de Juan de Mairena, el entrañable profesor de retórica machadiano.

Y así, nuestros telediarios, las tertulias radiofónicas, las páginas de los periódicos, se pueblan de guerras y muertes, de atentados y violencia, de tediosas reuniones políticas e insulsas soflamas partidarias, de lemas predigeridos e intelectualmente vacuos, de declaraciones altisonantes y casi siempre inanes, de las mil y una variedades de los interminables deportes, e incluso, cuando, en esos medios aflora el mundo de la cultura, su aparición es superficial, pues se nos da cuenta de una inauguración, de un estreno, de una publicación, jamás (salvo en algún ámbito muy especializado) se lee un poema, se reflexiona sobre un fragmento literario, se escucha con sosiego una pieza musical.

¿Y por qué debe ser así? ¿Es que acaso no necesitamos alimento espiritual?, ¿acaso no estamos abiertos, día a día, a la emoción, a las palabras conmovedoras, acaso no nos tocan los grandes temas de la existencia humana, el amor y la muerte, el paso del tiempo y el destino, la pérdida y el dolor, la felicidad y su imposible búsqueda, la decadencia y la exaltación, el entusiasmo y la pasión, el fracaso y la alegría? Vivimos una rutina programada, muy mal programada, en realidad, por groseros mercaderes muy limitados intelectual y espiritualmente. La gente se acostumbra a lo que le ponen delante, y así tendemos a creer que la realidad es eso que nos muestra la televisión o los periódicos… y no es así, no lo es para muchas personas, no lo es para todos aquellos para los que los sentimientos, la intimidad, los sueños, los anhelos, la poesía, en fin, resultan más reales que el último intercambio de insultos entre políticos o la enésima reedición del partido del siglo.

En fin, afortunadamente existen reductos, incluso en esos medios, en los que hay espacio para la vida auténtica y el libro que hoy os presento refleja uno de esos espacios privilegiados y admirables. Se trata de Poetas en blanco y negro, y es una edición a cargo de Amalia Iglesias, poeta ella misma, y que vio la luz a finales de 2006 publicado por Abada Editores.

Os cuento la génesis del libro, que explica su propósito y su sentido últimos. El catorce de septiembre de 2001, el suplemento cultural del periódico ABC, que entonces se llamaba Blanco y Negro Cultural y más adelante cambió su nombre por ABCD las Artes y las Letras, denominación esta última que subsiste en la actualidad, comenzó a publicar una sección de creación poética, a cargo de la mencionada Amalia Iglesias, con la intención, insólita en este mundo de griterío y superficialidad que os comentaba en mi introducción, de ofrecer en un periódico una muestra variada de la poesía que se estaba haciendo, que se hace hoy día, en nuestro país, pero también en Hispanoamérica y Portugal. Y así, desde entonces, cada semana ha ido apareciendo en el suplemento un poema inédito de un poeta portugués o hispanoamericano o, por supuesto, español (y en este caso, escrito en cualquiera de las lenguas con vida, tradición y arraigo literarios en España: el castellano, claro, pero también el euskera, el gallego o el catalán). Junto al poema se ofrecía, se sigue ofreciendo, la sección sigue activa, una escueta ficha biobibliográfica y un breve apunte sobre el estilo del poeta seleccionado.

Pues bien, en la primavera de 2006, cuatro años después, la editorial Abada reunió los casi doscientos cincuenta poemas publicados hasta entonces, manteniendo la estructura original, con la reseña y los comentarios estilísticos, en el libro que hoy os comento.

Amalia Iglesias señala en la introducción que Poetas en blanco y negro no es una antología. Quiere decir con ello que no pretende reflejar un canon o una escuela o una singular tendencia estética, un coincidente compromiso literario, o una determinada generación poética, ni una perspectiva particular, o un criterio estilístico aglutinador. Todas las antologías son, por esta voluntad taxonómica restrictiva, reduccionistas, limitan la visión al centrarla sobre un foco necesariamente estrecho. La editora prefiere y reclama para el libro el término muestra, de modo que si os decidís a comprar y leer el libro que hoy os estoy presentando os encontraréis con eso, con una muestra amplísima, con una recopilación de voces poéticas dispersas que refleja el heterogéneo panorama de la poesía de nuestro tiempo en el entorno cultural del que formamos parte. Poetas en blanco y negro es, pues, un excelente modo de acceder a la obra de una significativa representación de los poetas de nuestra contemporaneidad; unos poetas que, dejadme recordároslo, no escriben para iniciados, para especialistas, sino que aspiran a ser degustados, disfrutados por el mayor número posible de destinatarios, no olvidéis que se trata de poemas inicialmente publicados en la prensa, en una prensa general y no literaria.

Me disculparéis si termino mi reseña sin citar ningún nombre de los casi doscientos cincuenta poetas recogidos, baste con decir que en Poetas en blanco y negro están todos (o casi todos) los que significan algo en el ‘mundo poético’, todos los estilos, todos los movimientos. Como señala la propia Amalia Iglesias en su comentario introductorio, en este Parnaso tan poblado hay espacio para todos. Disfrutad de este Poetas en blanco y negro publicado por Abada Editores. Estoy seguro de que entre sus páginas vais a encontrar sin duda versos que os van a interesar y conmover, a entretener y apasionar y emocionar.

Quiero, como cierre, leeros uno de los poemas seleccionados. Se titula Los días inminentes y su autor es el melancólico, el elegíaco Eloy Sánchez Rosillo. Tras él, la música de otro poeta, Leonard Cohen y su magnífica Famous blue raincoat. Hasta la semana próxima.

Los días inminentes

Yo, que nunca he pensado en el mañana,
que no sentí jamás preocupación ninguna
por lo que habría de venir,
me veo ahora meditando a veces
-con inquietud que alcanza
hasta el desasosiego- en el futuro.
Mas no me acucia la entelequia absurda
del porvenir remoto,
sino los días que ya llegan,
los que están casi a punto
de llamar a mi puerta con impaciente aldaba. Y observo atentamente
el semblante que muestran cuando aparecen. Busco
indicios en sus gestos que me digan
cómo habrán de tratarme, qué me traen. Todo pende
de un hilo en el precario
lugar de mi vivir en el que estoy. Y un día, cualquier día,
puede ser un día más, razonable, pacífico,
y puede ser también
un golpe inopinado que nos lance de súbito
a la intemperie hostil de lo desconocido
o al gran silencio de lo irremediable. Mueve el viento con fuerza
las frondas del presente. Y una sombra enigmática
nos quita las migajas de luz que deja el tiempo
en nuestras pobres manos.


miércoles, 4 de mayo de 2011

FRANCIS PISANI Y DOMINIQUE PIOTET. LA ALQUIMIA DE LAS MULTITUDES

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro. Hoy os traigo un texto divulgativo, un esclarecedor ensayo, absolutamente arrebatador, y de lectura indispensable si estáis interesados (y deberíais estarlo) por el muy atractivo mundo de Internet y, en general, de las tecnologías de la información y la comunicación que en este comienzo del siglo XXI están cambiando el mundo e, incluso, me atrevo a afirmar, la concepción de la vida y hasta la mente del hombre. El libro del que os hablo se titula La alquimia de las multitudes, sus autores son Francis Pisani y Dominique Piotet, y ha sido publicado, en difícil y meritoria traducción de Alicia Capel, por la editorial Paidós hace un par de años, a principios de 2009. El libro, que cuenta con un iluminador prólogo de Tomás Delclós, subdirector de El País, responsable de Ciberp@ís, el suplemento de tecnología e informática del diario madrileño, lleva el muy significativo subtítulo de Cómo la web está cambiando el mundo, con lo que ya podéis, tan sólo a partir de esa frase, haceros una idea de la temática última de la obra.

Francis Pisani es bloguero (espero que a estas alturas la denominación no os resulte desconocida o insólita) especialista en nuevas tecnologías en la versión electrónica de Le Monde. Su blog, Transnets.net, que escribe desde San Francisco, es uno de los más influyentes de Francia. Sus crónicas aparecen en los mejores periódicos de Europa y de América Latina. Además, imparte clases y colabora de forma regular como consultor. Es columnista de Ciberp@ís, el citado suplemento de tecnología de El País, y de Reforma en México. Su muy interesante blog, por si queréis consultarlo, aparece traducido al español en Soitu.es.

Dominique Piotet dirige la filial americana de l’Atelier, una entidad dedicada a las nuevas tecnologías de BNP Paribas (Atelier-us.com). Asesora a las grandes empresas en su estrategia en internet. Participa en el programa de radio L’Atelier numérique, en BFM, y escribe habitualmente una crónica en La Tribune, un periódico financiero francés.

Ambos son, pues, grandes expertos en el novedoso mundo en el que la red ha introducido nuestras existencias y extraordinarios conocedores también de los enormes cambios de todo tipo, intelectuales, políticos, sociales, culturales, vitales que ha provocado Internet en los últimos veinte años, así como de las repercusiones que el dominio de la web está produciendo en el presente y que llevará consigo sin duda en un futuro ya inminente.

En el libro se analizan, con profusión de citas, de referencias, de ejemplos tomados de la realidad (virtual o convencional), bastantes de esos cambios y de esas repercusiones de internet, en territorios tan distintos como la educación, los medios de comunicación, las empresas, el comercio, la innovación, el ocio, el consumo, el trabajo, las relaciones personales y tantos otros. ¿Qué va a pasar con las clases convencionales, cuando cualquier alumno, con un ordenador y a un solo click de ratón, puede acceder a más información que la que su profesor puede suministrarle en años? ¿Cuál será el futuro de la prensa escrita en un mundo en el que las noticias son colgadas en Internet por sus protagonistas a los pocos minutos de ocurrir el acontecimiento, con fotografías y vídeos hechos con el teléfono móvil, con infinidad de comentarios y opiniones de multitud de personas en todo el orbe, y con réplicas e interacciones y análisis espontáneos, pero también profundos y reposados, de los hechos? ¿Cómo será el modelo de negocios en un siglo en el que ya un porcentaje alto de las compras se hace en la red, en el que la oferta y la demanda muchas veces coinciden en el espacio virtual, para comprar una entrada a un concierto, reservar un hotel, programar un viaje, adquirir un libro o un disco? ¿Y qué será de los estilos tradicionales de relaciones laborales, con el patrón controlando al trabajador, los sindicatos cerca de éste en el ámbito del trabajo, cuando el cada vez mayor ancho de banda, la mejora de las tecnologías están propiciando ya el auge del teletrabajo, la actividad laboral a distancia? ¿Y el ocio y las relaciones personales de los jóvenes, y de los no tan jóvenes, cómo va a desarrollarse, contaminado, por decirlo así, como lo está ya, por las descargas de música y de películas, por las conversaciones, por los chats, por Twiter, por los intercambios personales en la red?

Y así, Google, los blogs, la Wikipedia, las páginas de descargas, la 'nube', Twenti, Facebook, Myspace, YouTube, Ebay, el Messenger, Flickr, Amazon.com, las redes sociales, los webactores, Internet en el móvil, la empresa en red, los periódicos digitales, los modelos de negocios en la web, la democratización de la política que permiten las nuevas tecnologías, con Obama como ejemplo paradigmático, son algunos, sólo algunos, de los protagonistas de un libro fascinante, que podríamos calificar de adelantado a su tiempo, que podríamos denominar ensayo de anticipación si no fuera porque, en todas estas cuestiones, el futuro ya está aquí. No dejéis de leerlo, es estimulante y adictivo, enseña y entretiene, interesa y hace reflexionar y, sobre todo, nos abre nuevos caminos tanto en el terreno del pensamiento como en el de la acción más inmediata. Os dejo con un esclarecedor fragmento del libro, en el que se concentra una de sus tesis principales. La alquimia de las multitudes. Francis Pisani y Dominique Piotet. Editorial Paidós. Para acompañar musicalmente nuestra reseña de hoy, una canción que habla del futuro que viene. Se trata de Clint Eastwood, del grupo Gorillaz. Espero que os guste. Hasta la semana que viene.

¿Qué tenemos que saber y comprender de la web, de internet, de las redes y de los medios de comunicación en este comienzo del siglo XXI? ¿Qué herramientas, qué lógicas, qué maneras de pensar y de organizarse deben dominar los hombres y las mujeres de hoy, los jóvenes y los mayores, para sentirse a gusto, para que su participación sea lo más rica posible?

¿Tiene esta pregunta sentido o, como piensan algunos, sólo hay que esperar a que se mueran los viejos pesados del papel y de la pluma de oca para alcanzar, por fin una suerte de nirvana digital?

Acechados por un desequilibrio creciente, creemos, al contrario, que hay que añadir la educación a esa capacidad de enfrentamiento generacional entre nativos e inmigrantes digitales.

A finales del siglo XIX, bastaba con hablar de alfabetización. En la actualidad, este término ya no es suficiente por tres sencillas razones: nuestros medios de expresión son multimedia y no pasan sólo por las letras y el abecedario, sino que también debemos conocer las herramientas que podemos usar, las aplicaciones y los aparatos; la
web nos ha abierto un mundo nuevo, y es importante entender su lógica. El esfuerzo debe realizarse, por consiguiente, tanto en la práctica como en la cultura. Atañe a la recepción de la información, a la expresión, a la utilización de las herramientas y a la lógica del sistema en cuestión. Requiere, además, el aprendizaje sistemático del pensamiento crítico para discernir mejor de qué se trata, a qué estamos expuestos y el sentido de lo que circula y de lo que emitimos.

La brecha es grande. Mucha gente aún no tiene acceso a este medio o se niega, a veces por miedo, a utilizarlo, aun cuando saldría beneficiada de ello. Un gran número de los que tienen acceso a él cree que lo utiliza correctamente, pero sólo aprovecha una pequeña parte de todo lo que podría serle útil. Muchos carecen de los conocimientos generales que permiten hablar de una cultura digital, y por ello se frenan.