Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 22 de diciembre de 2010


JETTA CARLETON. CUATRO HERMANAS

Hola, buenos días para quienes nos sigáis en miércoles, buenas tardes para los asiduos de los viernes, sed bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Hoy quiero recomendaros una estupenda novela, muy interesante y repleta de motivos para la reflexión, pero también muy bella, rezumando sensibilidad y emoción por todos sus costados. Se trata de la única obra publicada por Jetta Carleton, una escritora norteamericana, nacida en 1913 y fallecida en 1999, de la que yo, sinceramente, no había oído hablar hasta que la aparición de esta magnífica Cuatro hermanas, que así se llama la novela, en la ejemplar editorial Libros del Asteroide, me la descubrió, muy afortunadamente, pues he disfrutado mucho leyendo su particular propuesta literaria. Es curioso, permitidme una reflexión preliminar antes de hablaros de la obra, cómo muchas veces la parafernalia que rodea al libro, la información que sobre él tenemos, previa a su lectura, motiva, sugiere, y hasta condiciona esta lectura. Las críticas literarias leídas, las reseñas ojeadas, los comentarios de amigos o conocidos, pero también la editorial en la que se presenta, e incluso el formato del libro, la atracción que provoca su portada, la textura de sus páginas, la tipografía más o menos amable, pueden ser fundamentales a la hora de decidirnos por un libro de entre la maraña apenas discernible que puebla las librerías.

En cualquier caso, la modélica trayectoria editorial de Libros del Asteroide asegura, casi siempre, la satisfacción que nos asaltará nada más adentrarnos en uno de sus libros... así me sucede con frecuencia y así ha ocurrido también en el caso de este Cuatro hermanas de Jetta Carleton publicado, en traducción de María Teresa Gispert, a finales del pasado 2009.

La novela narra, en distintos tiempos y espacios, aunque con un escenario principal, la casa familiar en una granja en las afueras de Renfro, un pequeño pueblo de Misuri, la vida, a lo largo de cincuenta años, de una familia, la que integran Matthew Soames, un inquieto maestro en una aldea rural; su mujer, Callie, casi analfabeta y que comparte su vida con su marido desde que ambos eran muy jóvenes; y sus cuatro hijas, las cuatro hermanas del título: Jessica, la mayor, que, independiente y decidida, abandona el hogar familiar muy joven; Leonie, muy responsable, entregada al cuidado de sus padres y algo reprimida en su oscura y limitada existencia rural; Mathy, alocada y rebelde, muy viva e inquieta, atrevida y alegre, que huye también, en brazos de un joven aviador, del escenario familiar; y por fin, Marie Jo, la pequeña, con una menor presencia directa en la novela, pese a que narra en primera persona alguno de sus capítulos, y cuyo discreto segundo plano en la trama tiene que ver, a mi juicio, con que quizá representa un trasunto de la autora (siendo la propia trayectoria vital de ésta, dejando atrás la plácida y sin embargo insulsa vida de familia, también en Misuri, para dedicarse a la publicidad en la costa este de los Estados Unidos, bastante semejante a la peripecia de la protagonista, que abandona la granja para trabajar como periodista en Nueva York). De este modo, pienso, la escritora ha querido preservar su función de mera observadora de las muy profundas relaciones familiares, como si relegándose a este papel casi inapreciable, casi desapercibido, ella pudiera desempeñar mejor su más alta tarea de testigo y notario de esa fecunda y emotiva historia de familia.

Pero lo esencial del libro, más allá de la descripción de estas vidas, por otro lado tan comunes, es su capacidad para describir con gran delicadeza y sensibilidad las emociones, los recuerdos, las pasiones, los sufrimientos, los amores, las desilusiones, el cariño, los celos, los rencores, los desengaños, las alegrías, también las trivialidades de la cotidianidad de los distintos miembros de esa familia que, por extensión, se convierten en representativos de los de todos nosotros. Además, la belleza de las descripciones de la naturaleza, el encanto con el que se mencionan los detalles, hasta los más nimios, de esas existencias por otro lado nada memorables, al contrario, muy comunes, pero sobre todo, el primor, podríamos decir, con el que se relatan los estados de ánimo íntimos de los protagonistas, hacen que la lectura del libro resulte una delicia. Fijaos en este fragmento, en el que la madre, Callie, el personaje con más fuerza, a mi juicio, el más conmovedor también, reflexiona sobre la cada vez más esporádica visita de sus hijas: Salió afuera y bajó por el sendero deteniéndose junto al ahumadero para contar los capullos de las damas de noche. Al cabo de un par de días estarían a punto de florecer. Eran unas flores tan hermosas y duraban tan poco tiempo... Eran casi como la visita de las niñas, algo que se esperaba con ilusión todo el año, luego llegaba, se disfrutaba mucho con ello, y por fin terminaba en un santiamén. Tal vez tenía que ser así. Ella pensaba que le gustaría tenerlas en casa siempre, pero quizá en realidad no lo deseaba. Cada cosa tiene su tiempo. Si sus hijas estuvieran siempre allí, no podría esperar su llegada con ilusión.

Las damas de noche del texto, que están también en el título original inglés del libro, esa especie de enredaderas con sus flores que se abren al anochecer y cuya hermosura dura unos segundos, son un motivo clave en la novela, una metáfora de la fugacidad de la existencia, de lo pasajero de la belleza y de las cosas buenas de la vida. A ellas alude también el texto, muy significativo, muy descriptivo, precioso, con el que cierro por hoy mi reseña. No dejéis de leer esta maravilla, Cuatro hermanas, de Jetta Carleton, que edita Libros del Asteroide.

La canción con la que despedimos hoy la emisión, es Waiting around to die, una preciosidad escrita por el gran Townes Van Zandt e interpretada por el grupo canadiense The Be Good Tanyas. Hasta la semana próxima.


Con el rabillo del ojo percibí un movimiento. Me volví rápidamente. La enredadera permanecía inmóvil, pero yo sabía que aquello estaba empezando. Llamé a los demás. Cruzaron el patio corriendo y mi madre cogió la silla plegable, donde se sentó para contemplar el espectáculo. Papá se puso en cuclillas a su lado. Poco a poco, dejamos de hablar. El silencio se hizo intenso. En cualquier instante las flores empezarían a abrirse.

-¡Allí! ¿Dónde? No, me parece que todavía no.

Reanudamos la espera. Pronto, en seguida, temblaría un tallo, un leve estremecimiento sacudiría la enredadera y alguna hoja se crisparía. No, eran imaginaciones. Pero sí, ¡se movía! Un ligero espasmo contrajo el largo capullo. Primero lentamente, luego más aprisa, y por fin el verde capullo se abrió dejando entrever los bordes blancos de la flor, que ascendía en espiral y ensanchaba sus pétalos, hasta que apareció perfecta y pura, guardando en su cáliz una diminuta gota de rocío.

-¡Oh, mirad! ¡Allí hay otra! ¡Tres... cuatro!

En la enredadera irrumpió la vida y los capullos estallaron lanzando su extravagante belleza a la brisa del anochecer.

-Veintidós, veintitrés, veinticuatro... ¡veinticuatro! ¡Tenías razón, mamá! Nunca había visto tantas de una vez. Es un buen año. ¡Qué bonitas son! Y se van tan deprisa... ¡Pero ahora son tan hermosas!

Las pródigas flores se abrían y se estiraban como la seda de las sombrillas. Al anochecer brillarían débilmente, fláccidas y amarillentas, como guantes viejos después de un baile. Pero ahora no. Ahora las flores resaltaban blancas en la oscura enredadera y llenaban el aire con el perfume dulce y ligeramente amargo de su primer y último aliento.

Nos quedamos un rato esperando a que se abriera algún otro capullo tardío. Pero eso había sido todo por esa noche. La representación había terminado. Volvimos a casa sonriéndonos unos a otros, sintiéndonos más alegres, como renovados. El florecimiento de las damas de noche era una especie de milagro y, como todos los milagros auténticos, tenía el poder de sanar.




miércoles, 15 de diciembre de 2010


JOSÉ MARÍA EÇA DE QUEIROZ. LOS MAIA


Hola, buenos días, buenas tardes. Un miércoles o un viernes más, en Todos los libros un libro, sale a vuestro encuentro en Radio Universidad de Salamanca la literatura, con una propuesta de lectura que espero pueda interesaros. Hoy os traigo un clásico, un tipo de libro que, por un desafortunado y continuado olvido por mi parte, no hace acto de presencia habitualmente en nuestra sección, demasiado ceñida, por desgracia, en numerosas ocasiones, a un presente inmediato y exigente, a una actualidad devoradora que nos hace olvidar que hay grandes obras de la literatura que pese a haber sido escritas hace dos, tres, cinco o incluso más siglos, continúan proporcionando reveladoras claves de nuestra existencia, que constituyen por lo tanto una inapreciable fuente de conocimiento y sabiduría y cuya lectura sigue ofreciéndonos innumerables motivos de disfrute y de placer. Prometo reincidir con más frecuencia en los clásicos en posteriores entregas de Todos los libros un libro.

El de hoy es un libro voluminoso y extraordinario, una excepcional novela, escrita en el siglo XIX por el portugués Eça de Queirós, Los Maia, su obra maestra indiscutible y una de las cimas de la literatura portuguesa de todos los tiempos. Camoens, Pessoa y Eça de Queirós son, probablemente, los tres grandes de nombres de la historia literaria de nuestro país vecino. El libro, publicado en 2001 en una edición primorosa por la editorial Pretextos, cuenta con un ilustrativo prólogo, una esmerada traducción y unas esclarecedoras notas de Jorge Gimeno.

Los Maia cuenta la historia de la progresiva decadencia de una gran familia portuguesa de ese nombre a lo largo de los siglos, aunque lo esencial de la novela se centra en las tres últimas generaciones, encarnadas en don Afonso, don Pedro y don Carlos da Maia. Es la vida de este último, sobre todo los acontecimientos que se producen en torno al año 1875, la que ocupa un lugar predominante en el texto, aunque como os digo, las referencias al pasado, incluso remoto, de la saga familiar, son constantes. Carlos da Maia forma parte de una familia de la alta burguesía, rozando la aristocracia, en el Portugal del siglo XIX. En él vemos reflejados todos los logros y todas las miserias de su clase, todas las costumbres, todos los hábitos, todos los tics de ese segmento social, ocioso y culto, refinado y snob, irresponsable y estéril, innovador y diletante, que, en la época, ve resquebrajarse su mundo, sus modos de vida, en una sociedad que cambia, que abandona paulatinamente una organización casi feudal y se adentra con timidez en un moderno siglo XX que ya se anticipa en el horizonte. Todo parece morir en este desgraciado país, dice uno de los personajes. La historia de amor entre don Carlos da Maia y doña María Castro Neves, una historia que se acomoda y desarrolla con brillantez todas las pautas de las grandes novelas decimonónicas, Anna Karenina y Madame Bovary están obviamente presentes en el texto, aunque sea de modo inconsciente, esa magnífica e intensa historia de amor que arrasadoramente inunda gran parte de las páginas de la obra, permite además, gracias al magistral talento del autor, constituirse en soporte de la historia de todo Portugal y por extensión, en un plano todavía superior, en el relato de las grandes preocupaciones de la existencia humana. Como toda obra maestra, y Los Maia sin duda lo es, el texto de abre a múltiples lecturas, y si los que lo leyeron en el 1888 de su publicación pudieron encontrar en él referencias actualísimas a episodios y personajes de la época, ciento veinte años más tarde el libro continúa vigente por esa capacidad de recrear la condición humana con solvencia y precisión y acierto, y sobre todo con extraordinaria belleza e inmensa calidad literaria.

Porque, y este hecho debe ser destacado, más allá de la potencia expresiva de la historia narrada o de la capacidad su autor de evocar todo un mundo en sus palabras, los aspectos meramente literarios de Los Maia son también dignos de mención. El estilo portentoso, que hace fluir la narración de un modo elegante y ligero, de tal modo que las casi novecientas páginas del libro se nos pasan en un suspiro; el voluntario afán, muy logrado, de superación de todos los ‘ismos’: psicologismo, realismo, naturalismo, romanticismo, que impregnaban la novela de la época; la profundidad, la hondura, la riqueza de matices con los que se presenta a los personajes; el muy acertado retrato de todas las clases sociales, de todos los ambientes, con un lenguaje adecuado a cada caso, recogiendo fielmente las distintas variantes del habla de cada sector social. Encontraréis un breve pero muy penetrante e iluminador análisis de todos estos aspectos destacados de la obra en el magnífico prólogo de Jorge Gimeno, que yo os recomiendo leer tras haber acabado el libro, y no antes.

En fin, una obra espléndida, inagotable, muy fecunda, llena de enseñanzas todavía vigentes sobre el alma humana y que, además, y sobre todo, se lee con extraordinarios placer y agrado. Reservad unas cuantas semanas de vuestras vidas para este monumental libro, Los Maia, del portugués Eça de Queirós y publicado por Pre-Textos, no os arrepentiréis de la experiencia. Os dejo ya con un fragmento del libro, tras el que sonará O sonho, una estupenda canción de Madredeus, uno de los máximos exponentes de la música portuguesa. Hasta la semana próxima.

De repente Sintra se le antojó intolerablemente desierta y triste. La faltaron fuerzas para volver al palacio, para salir de allí. Quitándose los guantes, dando vueltas alrededor de la mesa del comedor, en la que se marchitaban los ramos de la víspera, sintió un deseo desesperado de lanzarse al galope hacia Lisboa, de plantarse en el Hotel Central, de invadir su habitación, de verla y saciar los ojos en ella... ¡Porque nada le irritaba tanto como no poder encontrar, en la apretura de Lisboa, donde uno se iba dando codazos con todo el mundo, a aquella mujer a la que buscaba desesperadamente! Hacía dos semanas que recorría el Aterro como un perro vagabundo. Había peregrinado ridículamente de teatro en teatro. ¡Incluso una mañana de domingo la había buscado por las iglesias! Pero no había vuelto a verla. Se había enterado de que estaba en Sintra, y hasta Sintra se había llegado, pero nada. Ella se había cruzado con él una tarde, bella como una diosa caída del cielo sobre el Aterro, le había dedicado una de sus miradas negras, y después había desaparecido, se había evaporado, como si hubiera regresado a los cielos, de ahora en adelante invisible y sobrenatural. Y allí se había quedado él, con aquella mirada en el corazón, que perturbaba todo su ser, orientando sordamente sus pensamientos, sus deseos, su curiosidad, toda su vida interior, hacia una adorable desconocida de la que no sabía sino que era alta y rubia y que tenía una perrita escocesa... ¡Es lo que sucede con las estrellas fugaces! No son de una esencia diferente ni contienen más luz que las demás, pero al pasar veloces y desvanecerse, el deslumbramiento que originan es mayor y más duradero.


miércoles, 8 de diciembre de 2010


JAVIER GOMÁ. EJEMPLARIDAD PÚBLICA

Hola, buenos días, buenas tardes. Permitidme que antes de presentaros mi recomendación de hoy os haga una confidencia. He dudado mucho sobre si el libro del que esta mañana quiero hablaros era el más adecuado para un consejo radiofónico destinado, por definición, a un público indiscriminado y general y por tanto no específicamente versado en cuestiones literarias o culturales, no especialmente provisto de unos referentes académicos, de un lenguaje científico, de un método de análisis particularmente elevado. Y me he vuelto a plantear la pregunta central sobre la que se construye mi presencia aquí, en Radio Universidad, todas las mañanas de los miércoles: ¿cuál es el propósito último de Todos los libros un libro? ¿Presentar libros por los que cualquiera, al margen de su formación, al margen de sus intereses, al margen de su cultura, al margen de su capacidad, pueda disfrutar? Sin duda. ¿Sugerir textos que sólo los iniciados, las personas dotadas de un determinado y suficiente bagaje intelectual, los universitarios, por ejemplo, puedan valorar? No tanto. Es verdad que estamos en Radio Universidad, que el perfil del destinatario natural de estas emisiones es el de un joven universitario. Yo mismo lo soy, universitario quiero decir, joven ya no; soy profesor, es cierto, y por ello, quizá (y reparad en que ofrezco mi reflexión con toda la prudencia y todas las cautelas posibles), los libros que a mí me gustan puedan necesitar (y yo, por costumbre, por rutina, no sea del todo consciente de ello) una cierta experiencia lectora, una especial predisposición, un entramado previo de conocimientos, de saberes, de prácticas y hábitos intelectuales. Pero, sobre todo, más que nada, soy un lector común, alguien a quien le entusiasma leer y por ello creo, sinceramente, que aquellos libros con los que yo disfruto pueden también provocar idénticos efectos en cualquiera que posea sensibilidad, inquietud y voluntad suficientes. En cualquier caso, lo cierto es que la elección de mi propuesta de hoy me ha planteado problemas, porque siendo un libro magnífico, el ensayo más sugestivo, más intelectualmente provocador, más apasionante, mejor escrito de los que he leído en muchos años, es también un texto de lectura ardua y difícil, repleto de citas y referencias filosóficas, un texto complejo y a veces abstruso, que obliga a un avance demorado y exigente, lento e intrincado, que exige relecturas continuas, que requiere pausas reflexivas que permitan digerir las atrevidas propuestas, los laberínticos razonamientos, los enrevesados lazos argumentales del autor, para, al término de tan arduo proceso, acabar aprendiendo y disfrutando enormemente... y digo bien, disfrute, placer, entusiasmo contagioso son algunas de las benéficas consecuencias que provoca la lectura de este Ejemplaridad pública, el libro del que por fin me decido a hablaros.

Ejemplaridad pública es un ensayo filosófico debido a la pluma, espléndida pluma, a la excelente escritura, diáfana, de gran riqueza léxica, a la magnífica literatura en suma, de Javier Gomá, licenciado en Filología Clásica y en Derecho, doctor en Filosofía, Letrado del Consejo de Estado en excedencia, y actualmente Director de la Fundación Juan March, un cerebro privilegiado, un pensador extremadamente inteligente, una inteligencia, una mente, una lucidez, un pensamiento creativo como pocas veces me ha sido dado reconocer en un escritor. Y esa brillantez del autor impregna todas y cada una de las páginas del libro, caracterizadas, más allá de la muy interesante propuesta que contiene el texto, por un extraordinario resplandor, podríamos decir, que emana de sus reflexiones, que se encadenan con una subyugante limpidez argumental, con un depurado preciosismo en la expresión, un preciosismo con sentido, debo decir, nada más alejado de la prosa barroca y vacua de tantos discursos, no sólo los políticos, también los literarios y los filosóficos.

La tesis básica que sostiene Javier Gomá en este magnífico ensayo podría formularse en pocas palabras como un intento de construir un espacio público habitable, una república virtuosa, una democracia cívica y moralmente estimable en un mundo en el que la liberación del yo que se ha venido produciendo desde el romanticismo hasta nuestros días, impide todo tipo de constricción, de exigencia impositiva, de coacción siquiera benévola. La sociedad en la que vivimos es una sociedad emancipada, el ser humano se ha desprendido de todas las referencias externas constrictivas, ya no hay maestros, ni teorías, ni dogmas, ni concepciones globales del mundo, no hay autoridad, no hay religión, no hay ideologías que atemperen el libre fluir de nuestras personalidades desatadas, no hay, pues, justificación externa, inmutable y trascendente, que sustente nuestros actos, que los dirija, los frene, los encauce. Y ese individuo que fundamenta en sí mismo, sin ninguna instancia exterior moderadora, toda su vida, construye con su desprejuiciado deambular vital una sociedad de egoístas, de personalidades excéntricas, originales, desinhibidas, vulgares, desprovistas de toda pauta o referencia moral más allá de sus propias apetencias, más allá de su libertad tan difícilmente conquistada en tanto derecho y, sin embargo, tan malgastada en su utilización. ¿Cómo conseguir que los seres humanos de nuestras sociedades occidentales, acostumbrados ya, definitiva e irremisiblemente, por fortuna, a esa libertad, acepten en uso de esa misma libertad imponerse restricciones voluntarias a su ejercicio, en el afán de instaurar un orden democrático más igualitario, más justo, más humano?

Y ahí es donde surge la noción de ejemplaridad, la piedra angular del libro de Gomá: el individuo que asume un estilo de vida privada ejemplar es también, por ello, un ejemplo público y la fuerza de ese ejemplo puede cambiar las costumbres sociales de un modo no autoritario, no por la fuerza de la coacción, sino por el estimulante influjo de la persuasión. Ser ejemplar, cuidar la casa y el oficio con la diligencia debida, la que en el Derecho clásico se condensaba en expresiones como la propia del buen padre de familia, la del honrado comerciante, es decir, aceptar voluntariamente no dejarse llevar hasta el extremo por la pulsión liberadora de la propia personalidad, sino, antes al contrario, consentir de buen grado limitaciones a esa libertad como fórmula idónea para el más feliz encuentro entre individuo y sociedad, es la clave de la propuesta de este libro extraordinario que, como es obvio, no agota sus planteamientos en mensajes reduccionistas, sino que se abre a multitud de ideas renovadoras y fecundas.

Por ello no debéis dejar de leerlo, más allá del aviso, superando el aviso acerca de su dificultad que os he hecho al comenzar esta reseña. Javier Gomá, Ejemplaridad pública, editorial Taurus. Para cerrar musicalmente la emisión he elegido, el himno Heroes, de David Bowie, porque su estribillo, todos podemos ser héroes, al menos por un día, condensa de modo sucinto y significativo uno de los rasgos esenciales de esa sociedad actual que Javier Gomá tan bien analiza. Pasad una buena semana. Adiós.

Una teoría de la ejemplaridad pública de base igualitaria se opone al presupuesto, hoy corriente, que reserva el monopolio de lo público a una elite de políticos profesionales y a determinadas celebridades, los cuales son consideradas personas públicas por ocupar un lugar en el espacio público, tener una voz o un nombre conocidos en la opinión pública o disfrutar de alguna notoriedad pública aireada por los medios de comunicación social. Para una teoría igualitaria, esta suposición no es admisible; para ella, por el contrario, todo yo es potencial y vocacionalmente persona pública en la medida en que, sosteniendo una casa y ejerciendo un oficio, se abre a lo público de la polis. Contemplamos a ese yo cotidiano -ese cabeza de familia responsable y profesional competente- que envejece cumpliendo con su deber sin extravagancias y retorna cada día a su casa al final de una jornada monótona y previsible pero útil para la colectividad genérica de la polis, y en ese yo del montón, de una ejemplaridad sin relieve, se nos revela un tipo eminente de persona pública.



miércoles, 1 de diciembre de 2010


RAYMOND CARVER. TODOS NOSOTROS


Hola, muy buenos días, muy buenas tardes. Bienvenidos otra semana más a Todos los libros un libro. Aquí estamos, en Radio Universidad de Salamanca fieles a nuestra doble cita, miércoles y viernes, con todos vosotros para ofreceros una nueva recomendación literaria que pueda avivar vuestro interés por la lectura.

Hoy quiero hablaros de un libro de poesía, de un deslumbrante libro de poesía. Se llama Todos nosotros y es una recopilación de poemas de Raymond Carver que incluye sus cuatro libros publicados, tres en vida y uno póstumo. Todos nosotros vio la luz por iniciativa de la editorial Bartleby que también ha publicado algunas otras obras suyas.

Raymond Carver es -lo escribió acertadamente Ana María Moix- uno de los grandes maestros del relato breve del siglo XX. Es, por otro lado, un escritor -fue un escritor, pues murió en 1988- bastante conocido en España. A finales de los 80 y principios de los 90 se publicaron sus colecciones de relatos, y luego sus primeros libros de poesía, con un extraordinario éxito. Hace unos meses la editorial Anagrama, responsable de la edición en España de casi toda su prosa, recuperaba Principiantes, la versión originaria y sin correcciones de una de sus colecciones de relatos más destacadas, la exitosa De qué hablamos cuando hablamos de amor. Era uno de los más destacados exponentes, por no decir la cabeza visible, de un movimiento, the dirty realism, el realismo sucio, esencial en la reciente historia literaria de Estados Unidos e inspirador de numerosos escritores en todo el mundo y, claro está, también en nuestro país. La expresión realismo sucio no alude a zafiedad, basura o narraciones soeces. La crítica identificó con este término una forma de narrar historias de gente corriente, de personajes grises a los que no les sucede nada extraordinario, con un lenguaje premeditadamente sencillo. Se encuadra dentro de lo que se ha dado en llamar también el minimalismo: utilizar los mínimos recursos para contar historias cotidianas sin añadir apenas figuras retóricas, huyendo de las moralejas y dejando las historias sin cerrar. Se trata de mostrar algo que son como fotografías de un momento cualquiera, no especialmente significativo, pero sí revelador, de la vida de gentes comunes. Fotografías que nos muestran mundos grises, rutinarios, desesperanzados, ausentes de heroísmos, pero que reflejan la verdadera naturaleza del ser humano.

Los cuentos de Carver, por los que adquirió su fama, se mueven dentro de estas coordenadas al igual que los poemas que ahora os presento. Son poemas narrativos, transparentes, que cuentan historias. Son descriptivos, no hacen juicios de valor, insisto, son como fotografías neutras que no contienen una toma de postura sobre la realidad que reflejan, sino que se limitan a mostrarla y a dejar que las emociones, las reflexiones, las valoraciones las haga el lector.

Son poemas autobiográficos, reflejan las preocupaciones, los conflictos, la tristeza, los afanes, la desesperación, la sordidez, las escasas alegrías de la vida de su autor. Raymond Carver tuvo una vida dura: alcohólico, inestable profesional y emocionalmente, bancarrotas varias, problemas familiares, va dando tumbos entre un empleo ocasional y otro. La estampa típica del fracaso que tanto nos han mostrado las películas norteamericanas. A finales de 1976, comienzos de 1977, es hospitalizado por sus problemas con el alcohol. Los médicos le dieron seis meses de vida. Se separó de su mujer. Entonces conoce a la poeta Tess Gallagher, con la que vivirá, al fin feliz, los últimos diez años de su vida, esos diez años que el propio escritor califica de propina en uno de sus poemas postreros.

Voy a leeros un poema de 1985, Mi muerte, para mi gusto espléndido, que seguro os va a emocionar. Para cerrar la emisión, Tom Waits, un Tom Waits con el que Carver comparte bastantes rasgos estilísticos, cada uno en su respectivo universo. Ruby’s arms es la conmovedora maravilla con la que nos despedimos por hoy. Hasta dentro de siete días. Adiós.

Mi muerte

Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, '¡ven rápido, se está yendo!'
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante

para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán de la mano y me dirán 'Valor'
y 'Todo va a ir bien'.
Y tienen razón. Todo va a ir bien.

Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
'Sí, te escucho. Te entiendo'.
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
'También yo te quiero. Sé feliz'.
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.

Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.

Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.



miércoles, 24 de noviembre de 2010


FERNANDO ARAMBURU. LOS PECES DE LA AMARGURA

Hola, buenas días oyentes de los miércoles, buenas tardes, seguidores de los viernes. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, ese modesto intento que hacemos aquí, en Radio Universidad de Salamanca, por ofreceros semanalmente una sugerencia de lectura que pueda ser de vuestro agrado.

Hoy os traigo un colección de cuentos que seguro va a interesaros. Se trata de Los peces de la amargura, su autor es Fernando Aramburu y lo publicó la Editorial Tusquets en 2006.

Fernando Aramburu, nacido en San Sebastián, aunque residente en Alemania, es un escritor ya ciertamente consolidado en el panorama de la literatura española actual. Desde su debut en 1997 con el magnífico y muy premiado Fuegos con limón hasta hoy ha publicado cerca de una decena de obras entre colecciones de cuentos, novelas e incluso relatos infantiles, pero es quizá, este Los peces de la amargura el libro que más repercusión ha tenido fuera de los estrechos límites de los círculos literarios.

Pese a que el País Vasco ya había aparecido, con una presencia más o menos destacada, en la obra de Fernando Aramburu, es en esta recopilación de cuentos donde las calles, los paisajes y sobre todo la gente, los ciudadanos de su tierra de origen desempeñan un papel esencial. Y si hablo de ciudadanos es porque Los peces de la amargura, más allá de una excelente colección de relatos, es también una obra con un enorme valor cívico, es una propuesta literaria con una, a mi juicio, manifiesta voluntad de intervenir en la vida pública, en el debate social o, si no a intervenir, si al menos a mostrar las consecuencias humanas del mal llamado ‘problema vasco’; un problema que fundamentalmente es el que genera la persistencia enloquecida del terrorismo etarra.

Me gustaría que quedara claro a nuestros oyentes, no obstante, que Los peces de la amargura es una obra literaria; no es un documento, no es un alegato político, no es un ensayo que crítica la locura y el terror de ETA, no es, ni mucho menos, un panfleto a favor de las víctimas del terrorismo, aunque, claro está, hay denuncia de los crímenes, y de los silencios y de las complicidades que los permiten, y hay también homenaje a quien sufre la violencia etnicista de la banda. Pero que nadie espere una crónica periodística al uso. Estamos ante literatura con mayúsculas; el lector que se enfrente con estos cuentos va a encontrarse, ante todo, una sobresaliente calidad literaria. Y así quiero llamaros la atención sobre la aparente sencillez de la escritura de Fernando Aramburu, su sobriedad narrativa -no hay grandes dramatismos en los relatos-, la modestia de sus recursos estilísticos, el dominio de las técnicas de escritor para conseguir una naturalidad, una proximidad que nos conmueva. Y os puedo asegurar que en casi todos los relatos trasluce la emoción, y la mayor parte de ellos yo los he leído con un nudo en el estómago.

Todos los cuentos que se presentan en el libro tienen como protagonistas a ciudadanos anónimos, a personas de la calle, a gentes comunes, a seres normales, pero cuya vida cotidiana, su ordinaria rutina, que es la misma que la de cualquiera de nosotros, se ha visto perturbada de un modo trágico por la barbarie terrorista. Son historias que parten de perspectivas diversas, aunque unidas por el hilo conductor de la violencia. Y así, asistimos a las vivencias de un padre cuya existencia queda afectada para siempre por la invalidez de su hija tras un atentado, a la huída triste y resignada de la mujer de un policía que abandona su pueblo por el acoso del que es objeto, al fastidio cobarde y egoísta de un matrimonio ‘equidistante’ por los efectos que sobre ellos tiene el hostigamiento a un vecino, al suicidio de un hombre por la mera sospecha, inducida por el entorno terrorista, de colaboración con el ‘enemigo español’, a las amenazas cínicas de la madre de un etarra encarcelado, o a la vida destrozada de un joven, marcado desde niño por el asesinato de su padre, cuando ambos se encaminaban al cine.

Es precisamente un estremecedor fragmento de esta última historia el que quiero leeros para despedir la sección por hoy. Leed este libro de Fernando Aramburu y, además de disfrutar de unos placenteros momentos de lectura, sin duda aprenderéis más sobre la vida y sobre la, perdonad el tópico, heroica resistencia de muchos ciudadanos anónimos frente a la violencia del terror.

Música vasca también, como complemento a mi recomendación de esta tarde. El acordeonista Kepa Junquera con la pieza que da nombre a un álbum de hace unos años, Hiri.


Faltaría cosa de diez minutos para el comienzo de la película. Ya habíamos sacado las entradas. Y es que vivíamos en las afueras y siempre era un lío encontrar aparcamiento. Cuando íbamos al cine, salíamos de casa con bastante adelanto para no tener después que apresurarnos. A mí, como tantas otras veces, me entró capricho de beber horchata. Yo es que sin mi horchata no iba a ninguna parte. Por esa razón veníamos los dos andando de aquel puente, pues al otro lado del río había, ahora no lo sé, una tienda de helados donde servían horchata. Te la sacaban con un cazo de unos cántaros de metal. Me gustaba mucho. Blanca, fresca, dulce, una delicia que desde entonces no he vuelto a probar. Mi padre no me negaba nada, con que allá fuimos.

A la vuelta vi que de un jardín que hay detrás de este hotel salieron dos individuos. En esos momentos, un niño de nueve años, ¿qué va a pensar? Imagino que los asesinos tendrían el portal de nuestra vivienda vigilado. Ellos o sus cómplices. Apenas hora y media antes habíamos decidido ir al cine. Y el caso es que mi madre estuvo a punto de acompañarnos. Imagínate, me podía haber quedado huérfano del todo.

Mi padre no se percató de que nos seguían. Me estaba explicando algo sobre los peces del río y sobre una caña de pescar que le habían regalado de joven. Cruzamos la carretera, y al llegar a este lugar un ruido a la espalda golpeó mi atención. No te sabría decir si fue un carraspeo, una tos o una palabrota. Lo único que sé de cierto es que me volví. Uno de los dos individuos nos había dado alcance. Tenía una pistola en la mano. A mi padre le faltó tiempo para volverse. Ya con el primer disparo se desplomó.

-¿Y qué hiciste mientras tu padre recibía los disparos?, dije, y al preguntárselo me mordí el labio para no dejarme arrastrar por la emoción. Ver a mi padre caído fue un golpe duro para mí. Cuando, además, me di cuenta de que echaba sangre ya no lo pude aguantar y clavé la mirada enfrente, en la pared del Victoria Eugenia. Esperaba que el tipo de la pistola se marchase para que mi padre se pudiera levantar. Fíjate lo que son las cosas, me preocupaba que nos perdiéramos el comienzo de la película.




miércoles, 17 de noviembre de 2010

GUSTAVO MARTÍN GARZO. TODAS LAS MADRES DEL MUNDO

Hola, buenas días o buenas tardes, según el día de la semana en que me escuchéis. Bienvenidos. Os saludo una semana más desde aquí, desde Todos los libros un libro, desde donde todos los miércoles a las diez de la mañana o los viernes a las cinco y media de la tarde os ofrezco mi peculiar recomendación literaria.

Hoy quiero presentaros un librito encantador, muy tierno y lleno de dulzura. Se trata de Todas las madres del mundo, lo publica la editorial Lumen y su autor es el vallisoletano Gustavo Martín Garzo. El libro es una reedición del que vio la luz en el año 2003 en la editorial RqueR, entonces con el título de Pequeño manual de las madres del mundo, y que como os digo ahora reaparece en una nueva edición más cuidada y con ligeras modificaciones.

No voy a contaros nada de Gustavo Martín Garzo, aparte de por nuestras habituales premuras de tiempo, porque es, además, un escritor y un personaje suficientemente conocido, en especial en Salamanca, en donde ha estado infinidad de veces dando conferencias, presentando sus ya muchos libros y firmándolos en distintas Ferias.

Si quiero hablaros, en cambio, brevemente de este libro; si querría ofreceros, al menos, unas ligeras pinceladas que ayuden a esbozar una idea general sobre esta especialísima propuesta literaria de Martín Garzo. El libro consiste en la descripción, llena de ironía y humor, de poesía y sensibilidad, de alegría y felicidad, de cincuenta tipos de madres (cincuenta y nueve en la primitiva edición). Son relatos brevísimos, de una o dos páginas de extensión como máximo, escritos a partir del encargo de un cuento que una ONG le hizo al escritor y que éste fue haciendo crecer hasta que aquel pequeño esbozo original se convirtiera en el volumen que hoy comentamos.

Martín Garzo confiesa haber escrito el libro para que las madres sean felices leyéndolo. O, mejor dicho, para que prolonguen con su lectura la felicidad que sienten junto a sus niños y disipen, con un poco de humor e ironía, el miedo de verlos crecer. Y ciertamente la lectura del texto es siempre gozosa, pasamos sus páginas con una sonrisa en la boca, asistiendo con agrado a la tierna imaginación que despliega el escritor vallisoletano en sus retratos maternales.

Las descripciones de estas distintas tipologías de madres (las madres vampiro, las imprudentes, las que se infantilizan, las madres dadivosas, las desconfiadas, las madres canguro, las madres pájaro, entre otras) se mueven entre la fantasía, ese terreno de los cuentos y las leyendas que tanto gusta a Martín Garzo, y la más prosaica cotidianidad, a la que siempre se observa con un sentido realista que, de tan pegado al mundo práctico, a veces acaba pareciendo también, imaginativo y ficticio, como podréis observar en el cuento que he seleccionado para leeros hoy.

Pero en general, los brevísimos retratos ofrecen una muestra variada de los distintos aspectos, tantas veces ambiguos o abiertamente contradictorios, de las personalidades maternas: las vacilaciones, la ternura, la tristeza, las dudas, el amor, la dulzura, las aprensiones y los miedos, los afanes y las esperanzas, las preocupaciones, los sufrimientos, el encantamiento, la entrega, y tantas otras manifestaciones habituales de las relaciones entre las madres y sus hijos. Y así, por ejemplo, las madres pez, al carecer de brazos o tentáculos, no pueden agarrar a sus hijos, no son capaces de experimentar la deliciosa intimidad de un abrazo, sufren el desapego de sus vástagos y envidian a las madres humanas por la posibilidad que estas tienen de acceder a un mundo de estremecimientos y dulzuras que a ellas les están vedadas; o las madres maestras, que ya inmediatamente después del parto no se permiten el pensar en los deleites que el contacto con sus hijos les reportaría a ambos y empiezan a urdir una espesa trama de exigencias y obligaciones creadas con el afán de educar convenientemente a sus pequeños, o las madres extraterrestres, obsesionadas porque sus hijitos no muestren a otros niños sus extraordinarias facultades, a las que se entregan en secreto en los sótanos de sus casas: volar sobre las ramas más altas de los árboles, andar sobre el agua, tocar el fuego sin quemarse.

He elegido para mi lectura final de hoy el primero de los tipos de madres que Martín Garzo nos ofrece, el de las madres trapecistas. Espero que a través de su escucha podáis haceros una idea certera de cuál es el amable tono del libro, de su inocencia, de su encanto, de su extraordinaria belleza.

Para ilustrar musicalmente la emisión os dejo un clásico de Paul Simon, muy apropiado al tema tratado, Mother and child reunion, publicado en 1972.

Lo primero que pensaban las madres trapecistas cuando por fin tenían a su bebé en los brazos era que había llegado el momento de abandonar su profesión. Una profesión ciertamente envidiable y hermosa, pero también bastante insensata, que las forzaba a asumir riesgos poco compatibles con aquella nueva responsabilidad, ya que atender a un recién nacido durante las primeras semanas de vida era una de las cosas más absorbentes y llenas de incertidumbre que existían. De modo que, a su regreso del hospital, anunciaban a bombo y platillo en el circo su propósito de retirarse. Sus compañeros, especialmente los más experimentados, asentían con la cabeza, aun sabiendo, por otros casos como ése, que no deberían tomarse demasiado en serio esa decisión. Es difícil haber probado el aire del trapecio y olvidarse de él. Era como una droga, porque allí arriba, en el trapecio, parecías tener algo de lo que los demás no sabían nada. Y en efecto, pasados esos primeros meses de atenciones y dulces sobresaltos en que los cuidados de aquel bebé ocupaban todo su tiempo, las trapecistas volvían una tarde a dejarse caer por el circo, y unos días después, como el que no quiere la cosa, estaban de nuevo colgadas en el trapecio. Y, aunque durante las primeras semanas se mostraran demasiado cautas, rehuyendo los números más arriesgados, muy pronto sólo vivían para descubrir esas nuevas formas de hacer posible lo que no lo parece, que es la eterna búsqueda del trapecio. Y poco a poco sus ojos y su piel volvían a adquirir ese brillo incomparable, en todo semejante al que se produce al hacer el amor, que era la causa de su indiscutible poder sobre los hombres. Como si allí arriba, junto a la carpa, llegaran a vivir una vida distinta, una vida que nada tenía que ver con aquella que llevaban en el suelo, ni estaba sujeta a las mismas obligaciones o leyes, y en la que incluso llegaban a olvidarse de sus propios nombres y sus propias familias. Tal vez por eso, cuando regresaban a sus casas y volvían a encontrarse con sus bebés, las embargaba un sentimiento de culpabilidad que las llevaba a hacer todo lo posible para mantenerlos apartados de aquel mundo lleno de riesgos y de estricta amoralidad que era el mundo vertiginoso del trapecio. Se volvían entonces extremadamente protectoras y les llevaban a colegios de frailes y monjas, tratando de que el día de mañana se inclinaran por alguna de esas profesiones -médicos, maestros, ingenieros de caminos o técnicos de telecomunicaciones- que quieren para sus hijos e hijas los padres y madres normales. Nada que tuviera que ver con aquel mundo de locos maravillosos, de criaturas extrañas y de dulces perversidades, que era el mundo del circo. Pero también esto duraba sólo un tiempo y, sin duda, el día más feliz de la vida de las madres trapecistas era aquel en que, al entrar en la habitación de su hijita para darle las buenas noches, se la encontraban dormida con toda naturalidad en lo alto del armario.



miércoles, 10 de noviembre de 2010


PAUL AUSTER. BROOKLYN FOLLIES

Hola, buenas días si nos estáis escuchando en miércoles, buenas tardes para quienes lo hagáis en viernes. En cualquier caso, bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Hoy quiero presentaros una estupenda novela de Paul Auster. Brooklyn Follies es su título y se publicó en 2006 por la editorial Anagrama.

Paul Auster es un escritor formidable. Hay en él un rasgo que a mí como lector, más allá de juicios académicos, me entusiasma y es su capacidad para contar historias que atrapan. Todas sus novelas, y Brooklyn Follies no es la excepción, están llenas de pequeños relatos que se mezclan, de narraciones aparentemente autónomas que se imbrican, de historias que se entrecruzan, formando un tapiz, una especie de red, en la que el lector queda enganchado desde las primeras páginas.

Pero Paul Auster no sólo es un extraordinario narrador, tiene, además, por así decirlo, una visión del mundo. En sus novelas hay siempre un acercamiento a las grandes cuestiones que preocupan al hombre actual. De hecho, el jurado que le concedió el premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2006, resaltó en su obra “la renovación literaria de varios géneros (narrativa, poesía, ensayo, guión), su exploración de nuevos ámbitos de la realidad con una visión actual, su atento seguimiento de los problemas de nuestro tiempo y su capacidad para captar la atención del público joven”.

El protagonista de la novela de Auster es un anciano judío que vive en el Brooklyn en nuestros días, recuperado de un cáncer de pulmón y decidido a morir tranquilo alejado del fragor del mundo, escribiendo lo que el denomina ‘El libro del desvarío humano’. El reencuentro con un sobrino al que hace años que no ve, la aparición de la niña Lucy y el contacto con muchos personajes más que aparecen en su vida le hacen cambiar la perspectiva de su existencia y pasar de su inicial desánimo a la ilusión esperanzada. Pero, más allá de esta leve trama argumental, en la novela hay infinidad de historias, de digresiones, de, como siempre en Auster, metaficción, de relatos de vidas humanas, inusualmente optimistas y felices.

Voy a leeros un largo fragmento de Brooklyn Follies, con el que despediremos el espacio por hoy. No me importa minimizar el peso de mis comentarios reduciéndolos a lo esencial -hoy, ni siquiera eso- con tal de que podáis escuchar una historia como la que ahora os leeré que no sólo es magnífica en sí misma, sino que, a mi juicio, resulta central en la novela e incluso, en cierto modo, concentra el espíritu que guía toda la obra de su autor. Os pongo en antecedentes para una mejor comprensión del texto: Kafka está en Berlín en el otoño de 1923, primavera de 1924. Está gravemente enfermo. Tiene sus días contados y los pasa con Dora, la única mujer con la que vivirá jamás. En un momento de la novela, y como uno más de los muchos desvíos de la obra, aparecerá esta historia que Kafka vive en esa época berlinesa de su enfermedad.

Como cierre musical de la emisión, y teniendo en cuenta el título del libro y el barrio en el que se desenvuelve la obra entera y aun la vida de Paul Auster, os ofrezco Brooklyn, un pequeño clásico de Steely Dan.

Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. Tu muñeca ha salido de viaje, le dice. ¿Y tú cómo lo sabes?, le pregunta la niña. Porque me ha escrito una carta, responde Kafka. La niña parece recelosa. ¿Tienes ahí la carta?, pregunta ella. No, lo siento, dice él, me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo. Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe que pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?

Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.

Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.

Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar en un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.



miércoles, 3 de noviembre de 2010

JULIO CORTÁZAR. CUENTOS COMPLETOS

Hola, buenos días o buenas tardes si nos seguís en la redifusión de los viernes. Bienvenidos a Todos los libros un libro. Hoy empezamos, plenamente, de verdad, con nuestro espacio, la semana pasada me limité a contaros los rasgos generales del programa, no se trató, en realidad más que de un anticipo; pero hoy no, hoy voy a presentar el primer libro de los muchos que, semana a semana, os iré ofreciendo, aquí, en Radio Universidad de Salamanca.

Y como estamos ante un programa inaugural, he elegido un libro que puede servir como ejemplo paradigmático, como muestra representativa de lo que va a ser nuestra emisión a lo largo de las próximas semanas. Se trata de los Cuentos completos de Julio Cortázar, aparecidos por primera vez en 1994, reunidos en dos tomos por la Editorial Alfaguara, aunque su extraordinario éxito comercial ha provocado una sucesión constante de reediciones posteriores, estando además publicados bajo otros formatos, en antologías varias, en ediciones de bolsillo, en concreto en Alianza Editorial.

Quiero aclararos de entrada, muy brevemente -ya sabéis que sólo disponemos de diez minutos, música incluida-, algunas razones por las que he escogido esta obra para empezar la presente temporada de Todos los libros un libro. En primer lugar, y tal como os conté hace siete días, porque a Julio Cortázar debemos el título de nuestro programa. Uno de los cuentos que recoge la colección que hoy os presento, uno de los más conocidos y mejores cuentos de Cortázar, se llama Todos los fuegos el fuego, un título al que de manera obvia y sin ningún tipo de disimulo remite nuestro Todos los libros un libro.

Además, los cuentos del genial escritor argentino son especialmente radiofónicos, y algunos de ellos han sido objeto de emisiones a través de este medio en ámbitos muy distintos y países diversos. Y ya veréis, permitidme que me atreva a este pronóstico inmodesto, cómo el relato que hoy voy a leeros va a interesaros y va a “sonar” muy bien aquí a través de las ondas.

Pero es que además Julio Cortázar es una gran figura de la literatura del siglo XX, un escritor de una calidad excelente, y sobre todo uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos de todos los tiempos; es, por lo tanto, un referente literario de primer orden, que va a suponer, sin duda, una muy apropiada, una magnífica puerta de entrada a nuestras emisiones.

Y como este espacio, este Todos los libros un libro es muy corto y no tengo tiempo para casi nada, y como, además, siempre prefiero que hable el texto de referencia más que la torpe voz de este presentador, paso a leeros un cuento muy breve de Julio Cortázar contenido en esta colección de sus Cuentos Completos, publicados por Editorial Alfaguara. Continuidad de los parques se llama el cuento, y contiene gran parte de los rasgos característicos de los relatos cortazarianos: la idea de excepcionalidad, es decir, de una cierta suspensión de la realidad provocada por la inmersión que hace el autor, y que su maestría es capaz de inducir en el lector, en un territorio inicialmente conocido, pero transformado a través de la narración en un espacio distinto, con tintes oníricos y surreales; la noción de apertura, de proyección de la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que trasciende la anécdota o la historia relatada; la concentración, la capacidad de condensar en pocas páginas toneladas de significatividad, por decirlo así, a partir de hechos triviales o rutinariamente cotidianos: el simple acto de ponerse un jersey, el habitual regalo de un reloj de pulsera, el descenso diario a las entrañas del metro se convierten en los cuentos de Cortázar en atisbos de la esencia misma de la condición humana; la intensidad, la eliminación de los elementos superfluos; el humor muy sutil pero omnipresente; el misterio, la sorpresa, el giro final inesperado y revelador, la esclarecedora vuelta de tuerca que desconcierta e ilumina, que casi siempre provoca un choque intelectual y, por ello, nos abre la conciencia.

En fin, siento que este comentario sobre la obra cuentística de Cortázar deba acabar así, de un modo tan escueto y superficial, pero quiero dejaros íntegro Continuidad de los parques, su espléndido cuento incluido en los dos tomos de Cuentos completos publicados por Alfaguara. Con él nos despedimos hasta la semana que viene, no sin antes mencionar que tras la lectura del relato escucharéis Fine and mellow, una maravilla de Lester Young y Billie Holiday, tan queridos del escritor argentino. Hasta dentro de siete días.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.

Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.

Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir.

Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Apostilla sólo para el blog (recordad que el texto precedente es la transcripción literal de mis palabras en la radio, sin retoques posteriores; no tengo tiempo para reelaboraciones): siempre he pensado en Magritte y en el cuadro que acompaña esta entrada, La condición humana, como el correlato pictórico de Continuidad de los parques. Espero que disfrutéis de ambos.



miércoles, 27 de octubre de 2010


PRESENTACIÓN


Hola, buenos días. Bienvenidos a Todos los libros un libro, un nuevo programa en Radio Universidad de Salamanca que inicia su andadura hoy mismo, en este comienzo de curso 2010-2011. Soy Alberto San Segundo y voy a estar con vosotros todos los miércoles a las diez de la mañana y en redifusión todos los viernes a las cinco y media de la tarde. Todos los libros un libro será, como de manera obvia apunta su título, un programa de literatura, de críticas literarias. No obstante, antes de presentaros el esquema y el planteamiento sobre los que girará la emisión, debo hacer algunas puntualizaciones previas. Acabo de señalar, en mis palabras precedentes, que se trata de un nuevo programa y que su motivo central sería la literatura, y ambas afirmaciones requieren alguna aclaración preliminar.

En primer lugar, se trata, en efecto, de un nuevo programa, pero sólo desde la perspectiva de la radio universitaria. Desde hace cinco años vengo presentando, con este mismo título, una emisión similar en Onda Cero Salamanca, que no abandonaré, pero que a partir de ahora pasará a emitirse simultáneamente aquí, en el 89.0 de las ondas o en www.usal.es/radiouni. Sin embargo, voy a mantener un muy pequeño elemento diferenciador entre ambas emisiones. Quiero recuperar aquí bastantes de los programas que ya han ido saliendo al aire en la emisora privada desde hace un lustro. Con ello, aparte de indicar que no habrá coincidencias entre ambos programas, pues el que ahora comienza mantendrá un ‘desajuste’ de algunos años con el de Onda Cero, ya que iré intercalando emisiones antiguas con algunas más actuales, quiero subrayar sobre todo que mi voluntad no es hablar de libros urgido por la más inmediata actualidad; no es esa mi intención, ni lo fue -ni lo sigue siendo tampoco- en Onda Cero. Mis ocupaciones profesionales me impiden disponer de tiempo para sumarme a la vorágine de novedades que inundan nuestras librerías, con 90.000 nuevos títulos sólo en 2009. Pero es que, además, estoy por principio en contra de esa reverencia absurda que profesamos, todos y en muchos ámbitos, no sólo el literario, a la dictadura de lo novedoso, al falaz prestigio de lo último, ya sea el tramposo brillo del más reciente modelo de teléfono móvil, el engañoso encanto del modernísimo y reluciente televisor de plasma, o la compulsiva y en definitiva estéril necesidad de ‘estar al día’ en literatura, en cine, en música. Detesto, aunque lo padezca, ese estúpido consumismo que si es, a mi juicio, pernicioso en otras esferas de la vida, es simplemente ridículo en cuestiones relativas al espíritu, a la creación humana, a la emoción, a la inteligencia, a los deseos, a los sueños, a los anhelos y las frustraciones, a las esperanzas y las aspiraciones, a los afanes de los hombres -y de todo ello hablamos cuando hablamos de literatura. Al diablo con las novedades, pues, comencemos por extirpar esta pasión mórbida por lo nuevo, como escribía Javier Gomá recientemente en un artículo en El País. Si me seguís semanalmente, podréis escuchar mis recomendaciones de libros editados uno, dos, cinco, diez y hasta veinte años atrás (y ello sin incluir las infrecuentes, aunque notables, referencias a los clásicos). Libros, todos, que he leído personalmente y que, en mayor o menor medida, por uno u otro motivo, han tocado mi sensibilidad, me han emocionado, han provocado mi reflexión, me han conmovido, me han interesado más allá de su presencia en las aceleradas listas de libros más vendidos, caracterizadas inexorablemente por su fugaz y en último término irrelevante existencia.

Por otro lado, y por seguir el hilo de mi imprecisa presentación, debo aclarar el uso de los términos ‘literatura’ o ‘críticas literarias’ para referirme a mis intervenciones en Todos los libros un libro. En una ciudad con varias decenas de catedráticos de literatura, entre Universidad y Secundaria, presentarse, siendo profano en estas lides, como crítico literario sería, desde mi punto de vista, un atrevimiento. No soy filólogo, carezco totalmente de ‘aparato’ científico, infraestructura metodológica, criterios -académicos o no- rigurosos y sólidos para analizar una obra literaria. Mi formación personal está, a priori, alejada de la literatura. Soy Licenciado en Derecho, doy clase de disciplinas vinculadas a la formación laboral y también a la docencia, la educación y la formación de profesores. Soy, en relación a los libros, tan sólo un lector, y ni siquiera un buen lector. Julio Cortázar, con aquella distinción que tanto irritó al feminismo menos inteligente y más romo, hablaba, y acepto que la nomenclatura pueda ser desafortunada, de lectores-macho, aquellos que investigan y ahondan en un texto, que se adentran en él, lo analizan, lo desmenuzan, lo recrean, dialogan de modo activo con el autor, y lectores-hembra, pasivos y dóciles, que se embeben en las historias narradas, que constituyen un húmedo y fértil terreno para que crezca en él la semilla de la narración, que se dejan penetrar por el libro sin ofrecerle demasiada resistencia, que fluyen ciegamente al compás del texto. Pues bien, yo soy un lector-hembra, un mal lector según la lógica cortazariana, nada dotado, por lo tanto, para críticas, análisis, investigaciones o sesudos comentarios. Es por ello que prefiero hablar de reseñas, mejor que de críticas, para referirme a mis recomendaciones semanales en Todos los libros un libro.

El planteamiento es, pues, sencillo. Leo un libro, me gusta, me entusiasma (tiendo a ser benévolo en mis apreciaciones) y vengo aquí a contaros el porqué de ese entusiasmo. Hablaré de los personajes, de la trama, a veces del autor, comentaré su argumento, mencionaré los aspectos del libro que a mi juicio han resultado más relevantes y, sobre todo, intentaré convenceros, con pasión y vehemencia, de las maravillas de las que he disfrutado con su lectura. En consecuencia, y como ya he señalado, nunca hablaré de un libro no leído, tampoco de uno que no me haya interesado siquiera mínimamente.

Mis comentarios serán forzosamente breves, el programa durará exactamente diez minutos, en los que se incluirá siempre la lectura de un fragmento del libro reseñado que tenga interés en sí mismo y que, a la vez, dé cuenta del espíritu esencial de la obra, permita a quien me escuche hacerse una idea cabal, más allá de mis propios comentarios, del libro cuya lectura quiera aconsejar. Además, cada semana, mi recomendación se cerrará con una pieza musical relacionada, de modo frontal y directo o más lateral y alusivo, con el libro presentado. Así, hoy mismo sonará la que será nuestra sintonía de introducción y despedida, Mensagem de amor, una preciosa melodía del brasileño Lucas Santana que en un pasaje, y en el seno de una canción de amor, alude a la conveniencia o, por contra, la inutilidad de la lectura.

Despido ya esta emisión introductoria con dos últimos comentarios. El primero tiene que ver con el título, de claras reminiscencias cortazarianas, imagino que los más letraheridos de vosotros lo habréis apreciado. Julio Cortázar tiene un cuento titulado Todos los fuegos el fuego. Él ha estado en el origen de la denominación del programa. Todos los libros un libro, un libro que representa a todos, toda esa biblioteca infinita que nos rodea, todo ese inmenso e inaccesible universo, mostrado cada semana a través de un libro concreto y particular que, en cierto modo, encierra el alma humana.

Por último, quiero señalar la existencia de un blog del programa -éste que ahora leéis- en el que iré depositando semanalmente las reseñas y las canciones emitidas. Confío en que os apetezca frecuentarlo: todosloslibrosunlibro.blogspot.com. Y aquí termino por hoy. Pasad una buena semana. Hasta el miércoles próximo.