Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 22 de diciembre de 2010


JETTA CARLETON. CUATRO HERMANAS

Hola, buenos días para quienes nos sigáis en miércoles, buenas tardes para los asiduos de los viernes, sed bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Hoy quiero recomendaros una estupenda novela, muy interesante y repleta de motivos para la reflexión, pero también muy bella, rezumando sensibilidad y emoción por todos sus costados. Se trata de la única obra publicada por Jetta Carleton, una escritora norteamericana, nacida en 1913 y fallecida en 1999, de la que yo, sinceramente, no había oído hablar hasta que la aparición de esta magnífica Cuatro hermanas, que así se llama la novela, en la ejemplar editorial Libros del Asteroide, me la descubrió, muy afortunadamente, pues he disfrutado mucho leyendo su particular propuesta literaria. Es curioso, permitidme una reflexión preliminar antes de hablaros de la obra, cómo muchas veces la parafernalia que rodea al libro, la información que sobre él tenemos, previa a su lectura, motiva, sugiere, y hasta condiciona esta lectura. Las críticas literarias leídas, las reseñas ojeadas, los comentarios de amigos o conocidos, pero también la editorial en la que se presenta, e incluso el formato del libro, la atracción que provoca su portada, la textura de sus páginas, la tipografía más o menos amable, pueden ser fundamentales a la hora de decidirnos por un libro de entre la maraña apenas discernible que puebla las librerías.

En cualquier caso, la modélica trayectoria editorial de Libros del Asteroide asegura, casi siempre, la satisfacción que nos asaltará nada más adentrarnos en uno de sus libros... así me sucede con frecuencia y así ha ocurrido también en el caso de este Cuatro hermanas de Jetta Carleton publicado, en traducción de María Teresa Gispert, a finales del pasado 2009.

La novela narra, en distintos tiempos y espacios, aunque con un escenario principal, la casa familiar en una granja en las afueras de Renfro, un pequeño pueblo de Misuri, la vida, a lo largo de cincuenta años, de una familia, la que integran Matthew Soames, un inquieto maestro en una aldea rural; su mujer, Callie, casi analfabeta y que comparte su vida con su marido desde que ambos eran muy jóvenes; y sus cuatro hijas, las cuatro hermanas del título: Jessica, la mayor, que, independiente y decidida, abandona el hogar familiar muy joven; Leonie, muy responsable, entregada al cuidado de sus padres y algo reprimida en su oscura y limitada existencia rural; Mathy, alocada y rebelde, muy viva e inquieta, atrevida y alegre, que huye también, en brazos de un joven aviador, del escenario familiar; y por fin, Marie Jo, la pequeña, con una menor presencia directa en la novela, pese a que narra en primera persona alguno de sus capítulos, y cuyo discreto segundo plano en la trama tiene que ver, a mi juicio, con que quizá representa un trasunto de la autora (siendo la propia trayectoria vital de ésta, dejando atrás la plácida y sin embargo insulsa vida de familia, también en Misuri, para dedicarse a la publicidad en la costa este de los Estados Unidos, bastante semejante a la peripecia de la protagonista, que abandona la granja para trabajar como periodista en Nueva York). De este modo, pienso, la escritora ha querido preservar su función de mera observadora de las muy profundas relaciones familiares, como si relegándose a este papel casi inapreciable, casi desapercibido, ella pudiera desempeñar mejor su más alta tarea de testigo y notario de esa fecunda y emotiva historia de familia.

Pero lo esencial del libro, más allá de la descripción de estas vidas, por otro lado tan comunes, es su capacidad para describir con gran delicadeza y sensibilidad las emociones, los recuerdos, las pasiones, los sufrimientos, los amores, las desilusiones, el cariño, los celos, los rencores, los desengaños, las alegrías, también las trivialidades de la cotidianidad de los distintos miembros de esa familia que, por extensión, se convierten en representativos de los de todos nosotros. Además, la belleza de las descripciones de la naturaleza, el encanto con el que se mencionan los detalles, hasta los más nimios, de esas existencias por otro lado nada memorables, al contrario, muy comunes, pero sobre todo, el primor, podríamos decir, con el que se relatan los estados de ánimo íntimos de los protagonistas, hacen que la lectura del libro resulte una delicia. Fijaos en este fragmento, en el que la madre, Callie, el personaje con más fuerza, a mi juicio, el más conmovedor también, reflexiona sobre la cada vez más esporádica visita de sus hijas: Salió afuera y bajó por el sendero deteniéndose junto al ahumadero para contar los capullos de las damas de noche. Al cabo de un par de días estarían a punto de florecer. Eran unas flores tan hermosas y duraban tan poco tiempo... Eran casi como la visita de las niñas, algo que se esperaba con ilusión todo el año, luego llegaba, se disfrutaba mucho con ello, y por fin terminaba en un santiamén. Tal vez tenía que ser así. Ella pensaba que le gustaría tenerlas en casa siempre, pero quizá en realidad no lo deseaba. Cada cosa tiene su tiempo. Si sus hijas estuvieran siempre allí, no podría esperar su llegada con ilusión.

Las damas de noche del texto, que están también en el título original inglés del libro, esa especie de enredaderas con sus flores que se abren al anochecer y cuya hermosura dura unos segundos, son un motivo clave en la novela, una metáfora de la fugacidad de la existencia, de lo pasajero de la belleza y de las cosas buenas de la vida. A ellas alude también el texto, muy significativo, muy descriptivo, precioso, con el que cierro por hoy mi reseña. No dejéis de leer esta maravilla, Cuatro hermanas, de Jetta Carleton, que edita Libros del Asteroide.

La canción con la que despedimos hoy la emisión, es Waiting around to die, una preciosidad escrita por el gran Townes Van Zandt e interpretada por el grupo canadiense The Be Good Tanyas. Hasta la semana próxima.


Con el rabillo del ojo percibí un movimiento. Me volví rápidamente. La enredadera permanecía inmóvil, pero yo sabía que aquello estaba empezando. Llamé a los demás. Cruzaron el patio corriendo y mi madre cogió la silla plegable, donde se sentó para contemplar el espectáculo. Papá se puso en cuclillas a su lado. Poco a poco, dejamos de hablar. El silencio se hizo intenso. En cualquier instante las flores empezarían a abrirse.

-¡Allí! ¿Dónde? No, me parece que todavía no.

Reanudamos la espera. Pronto, en seguida, temblaría un tallo, un leve estremecimiento sacudiría la enredadera y alguna hoja se crisparía. No, eran imaginaciones. Pero sí, ¡se movía! Un ligero espasmo contrajo el largo capullo. Primero lentamente, luego más aprisa, y por fin el verde capullo se abrió dejando entrever los bordes blancos de la flor, que ascendía en espiral y ensanchaba sus pétalos, hasta que apareció perfecta y pura, guardando en su cáliz una diminuta gota de rocío.

-¡Oh, mirad! ¡Allí hay otra! ¡Tres... cuatro!

En la enredadera irrumpió la vida y los capullos estallaron lanzando su extravagante belleza a la brisa del anochecer.

-Veintidós, veintitrés, veinticuatro... ¡veinticuatro! ¡Tenías razón, mamá! Nunca había visto tantas de una vez. Es un buen año. ¡Qué bonitas son! Y se van tan deprisa... ¡Pero ahora son tan hermosas!

Las pródigas flores se abrían y se estiraban como la seda de las sombrillas. Al anochecer brillarían débilmente, fláccidas y amarillentas, como guantes viejos después de un baile. Pero ahora no. Ahora las flores resaltaban blancas en la oscura enredadera y llenaban el aire con el perfume dulce y ligeramente amargo de su primer y último aliento.

Nos quedamos un rato esperando a que se abriera algún otro capullo tardío. Pero eso había sido todo por esa noche. La representación había terminado. Volvimos a casa sonriéndonos unos a otros, sintiéndonos más alegres, como renovados. El florecimiento de las damas de noche era una especie de milagro y, como todos los milagros auténticos, tenía el poder de sanar.




miércoles, 15 de diciembre de 2010


JOSÉ MARÍA EÇA DE QUEIROZ. LOS MAIA


Hola, buenos días, buenas tardes. Un miércoles o un viernes más, en Todos los libros un libro, sale a vuestro encuentro en Radio Universidad de Salamanca la literatura, con una propuesta de lectura que espero pueda interesaros. Hoy os traigo un clásico, un tipo de libro que, por un desafortunado y continuado olvido por mi parte, no hace acto de presencia habitualmente en nuestra sección, demasiado ceñida, por desgracia, en numerosas ocasiones, a un presente inmediato y exigente, a una actualidad devoradora que nos hace olvidar que hay grandes obras de la literatura que pese a haber sido escritas hace dos, tres, cinco o incluso más siglos, continúan proporcionando reveladoras claves de nuestra existencia, que constituyen por lo tanto una inapreciable fuente de conocimiento y sabiduría y cuya lectura sigue ofreciéndonos innumerables motivos de disfrute y de placer. Prometo reincidir con más frecuencia en los clásicos en posteriores entregas de Todos los libros un libro.

El de hoy es un libro voluminoso y extraordinario, una excepcional novela, escrita en el siglo XIX por el portugués Eça de Queirós, Los Maia, su obra maestra indiscutible y una de las cimas de la literatura portuguesa de todos los tiempos. Camoens, Pessoa y Eça de Queirós son, probablemente, los tres grandes de nombres de la historia literaria de nuestro país vecino. El libro, publicado en 2001 en una edición primorosa por la editorial Pretextos, cuenta con un ilustrativo prólogo, una esmerada traducción y unas esclarecedoras notas de Jorge Gimeno.

Los Maia cuenta la historia de la progresiva decadencia de una gran familia portuguesa de ese nombre a lo largo de los siglos, aunque lo esencial de la novela se centra en las tres últimas generaciones, encarnadas en don Afonso, don Pedro y don Carlos da Maia. Es la vida de este último, sobre todo los acontecimientos que se producen en torno al año 1875, la que ocupa un lugar predominante en el texto, aunque como os digo, las referencias al pasado, incluso remoto, de la saga familiar, son constantes. Carlos da Maia forma parte de una familia de la alta burguesía, rozando la aristocracia, en el Portugal del siglo XIX. En él vemos reflejados todos los logros y todas las miserias de su clase, todas las costumbres, todos los hábitos, todos los tics de ese segmento social, ocioso y culto, refinado y snob, irresponsable y estéril, innovador y diletante, que, en la época, ve resquebrajarse su mundo, sus modos de vida, en una sociedad que cambia, que abandona paulatinamente una organización casi feudal y se adentra con timidez en un moderno siglo XX que ya se anticipa en el horizonte. Todo parece morir en este desgraciado país, dice uno de los personajes. La historia de amor entre don Carlos da Maia y doña María Castro Neves, una historia que se acomoda y desarrolla con brillantez todas las pautas de las grandes novelas decimonónicas, Anna Karenina y Madame Bovary están obviamente presentes en el texto, aunque sea de modo inconsciente, esa magnífica e intensa historia de amor que arrasadoramente inunda gran parte de las páginas de la obra, permite además, gracias al magistral talento del autor, constituirse en soporte de la historia de todo Portugal y por extensión, en un plano todavía superior, en el relato de las grandes preocupaciones de la existencia humana. Como toda obra maestra, y Los Maia sin duda lo es, el texto de abre a múltiples lecturas, y si los que lo leyeron en el 1888 de su publicación pudieron encontrar en él referencias actualísimas a episodios y personajes de la época, ciento veinte años más tarde el libro continúa vigente por esa capacidad de recrear la condición humana con solvencia y precisión y acierto, y sobre todo con extraordinaria belleza e inmensa calidad literaria.

Porque, y este hecho debe ser destacado, más allá de la potencia expresiva de la historia narrada o de la capacidad su autor de evocar todo un mundo en sus palabras, los aspectos meramente literarios de Los Maia son también dignos de mención. El estilo portentoso, que hace fluir la narración de un modo elegante y ligero, de tal modo que las casi novecientas páginas del libro se nos pasan en un suspiro; el voluntario afán, muy logrado, de superación de todos los ‘ismos’: psicologismo, realismo, naturalismo, romanticismo, que impregnaban la novela de la época; la profundidad, la hondura, la riqueza de matices con los que se presenta a los personajes; el muy acertado retrato de todas las clases sociales, de todos los ambientes, con un lenguaje adecuado a cada caso, recogiendo fielmente las distintas variantes del habla de cada sector social. Encontraréis un breve pero muy penetrante e iluminador análisis de todos estos aspectos destacados de la obra en el magnífico prólogo de Jorge Gimeno, que yo os recomiendo leer tras haber acabado el libro, y no antes.

En fin, una obra espléndida, inagotable, muy fecunda, llena de enseñanzas todavía vigentes sobre el alma humana y que, además, y sobre todo, se lee con extraordinarios placer y agrado. Reservad unas cuantas semanas de vuestras vidas para este monumental libro, Los Maia, del portugués Eça de Queirós y publicado por Pre-Textos, no os arrepentiréis de la experiencia. Os dejo ya con un fragmento del libro, tras el que sonará O sonho, una estupenda canción de Madredeus, uno de los máximos exponentes de la música portuguesa. Hasta la semana próxima.

De repente Sintra se le antojó intolerablemente desierta y triste. La faltaron fuerzas para volver al palacio, para salir de allí. Quitándose los guantes, dando vueltas alrededor de la mesa del comedor, en la que se marchitaban los ramos de la víspera, sintió un deseo desesperado de lanzarse al galope hacia Lisboa, de plantarse en el Hotel Central, de invadir su habitación, de verla y saciar los ojos en ella... ¡Porque nada le irritaba tanto como no poder encontrar, en la apretura de Lisboa, donde uno se iba dando codazos con todo el mundo, a aquella mujer a la que buscaba desesperadamente! Hacía dos semanas que recorría el Aterro como un perro vagabundo. Había peregrinado ridículamente de teatro en teatro. ¡Incluso una mañana de domingo la había buscado por las iglesias! Pero no había vuelto a verla. Se había enterado de que estaba en Sintra, y hasta Sintra se había llegado, pero nada. Ella se había cruzado con él una tarde, bella como una diosa caída del cielo sobre el Aterro, le había dedicado una de sus miradas negras, y después había desaparecido, se había evaporado, como si hubiera regresado a los cielos, de ahora en adelante invisible y sobrenatural. Y allí se había quedado él, con aquella mirada en el corazón, que perturbaba todo su ser, orientando sordamente sus pensamientos, sus deseos, su curiosidad, toda su vida interior, hacia una adorable desconocida de la que no sabía sino que era alta y rubia y que tenía una perrita escocesa... ¡Es lo que sucede con las estrellas fugaces! No son de una esencia diferente ni contienen más luz que las demás, pero al pasar veloces y desvanecerse, el deslumbramiento que originan es mayor y más duradero.


miércoles, 8 de diciembre de 2010


JAVIER GOMÁ. EJEMPLARIDAD PÚBLICA

Hola, buenos días, buenas tardes. Permitidme que antes de presentaros mi recomendación de hoy os haga una confidencia. He dudado mucho sobre si el libro del que esta mañana quiero hablaros era el más adecuado para un consejo radiofónico destinado, por definición, a un público indiscriminado y general y por tanto no específicamente versado en cuestiones literarias o culturales, no especialmente provisto de unos referentes académicos, de un lenguaje científico, de un método de análisis particularmente elevado. Y me he vuelto a plantear la pregunta central sobre la que se construye mi presencia aquí, en Radio Universidad, todas las mañanas de los miércoles: ¿cuál es el propósito último de Todos los libros un libro? ¿Presentar libros por los que cualquiera, al margen de su formación, al margen de sus intereses, al margen de su cultura, al margen de su capacidad, pueda disfrutar? Sin duda. ¿Sugerir textos que sólo los iniciados, las personas dotadas de un determinado y suficiente bagaje intelectual, los universitarios, por ejemplo, puedan valorar? No tanto. Es verdad que estamos en Radio Universidad, que el perfil del destinatario natural de estas emisiones es el de un joven universitario. Yo mismo lo soy, universitario quiero decir, joven ya no; soy profesor, es cierto, y por ello, quizá (y reparad en que ofrezco mi reflexión con toda la prudencia y todas las cautelas posibles), los libros que a mí me gustan puedan necesitar (y yo, por costumbre, por rutina, no sea del todo consciente de ello) una cierta experiencia lectora, una especial predisposición, un entramado previo de conocimientos, de saberes, de prácticas y hábitos intelectuales. Pero, sobre todo, más que nada, soy un lector común, alguien a quien le entusiasma leer y por ello creo, sinceramente, que aquellos libros con los que yo disfruto pueden también provocar idénticos efectos en cualquiera que posea sensibilidad, inquietud y voluntad suficientes. En cualquier caso, lo cierto es que la elección de mi propuesta de hoy me ha planteado problemas, porque siendo un libro magnífico, el ensayo más sugestivo, más intelectualmente provocador, más apasionante, mejor escrito de los que he leído en muchos años, es también un texto de lectura ardua y difícil, repleto de citas y referencias filosóficas, un texto complejo y a veces abstruso, que obliga a un avance demorado y exigente, lento e intrincado, que exige relecturas continuas, que requiere pausas reflexivas que permitan digerir las atrevidas propuestas, los laberínticos razonamientos, los enrevesados lazos argumentales del autor, para, al término de tan arduo proceso, acabar aprendiendo y disfrutando enormemente... y digo bien, disfrute, placer, entusiasmo contagioso son algunas de las benéficas consecuencias que provoca la lectura de este Ejemplaridad pública, el libro del que por fin me decido a hablaros.

Ejemplaridad pública es un ensayo filosófico debido a la pluma, espléndida pluma, a la excelente escritura, diáfana, de gran riqueza léxica, a la magnífica literatura en suma, de Javier Gomá, licenciado en Filología Clásica y en Derecho, doctor en Filosofía, Letrado del Consejo de Estado en excedencia, y actualmente Director de la Fundación Juan March, un cerebro privilegiado, un pensador extremadamente inteligente, una inteligencia, una mente, una lucidez, un pensamiento creativo como pocas veces me ha sido dado reconocer en un escritor. Y esa brillantez del autor impregna todas y cada una de las páginas del libro, caracterizadas, más allá de la muy interesante propuesta que contiene el texto, por un extraordinario resplandor, podríamos decir, que emana de sus reflexiones, que se encadenan con una subyugante limpidez argumental, con un depurado preciosismo en la expresión, un preciosismo con sentido, debo decir, nada más alejado de la prosa barroca y vacua de tantos discursos, no sólo los políticos, también los literarios y los filosóficos.

La tesis básica que sostiene Javier Gomá en este magnífico ensayo podría formularse en pocas palabras como un intento de construir un espacio público habitable, una república virtuosa, una democracia cívica y moralmente estimable en un mundo en el que la liberación del yo que se ha venido produciendo desde el romanticismo hasta nuestros días, impide todo tipo de constricción, de exigencia impositiva, de coacción siquiera benévola. La sociedad en la que vivimos es una sociedad emancipada, el ser humano se ha desprendido de todas las referencias externas constrictivas, ya no hay maestros, ni teorías, ni dogmas, ni concepciones globales del mundo, no hay autoridad, no hay religión, no hay ideologías que atemperen el libre fluir de nuestras personalidades desatadas, no hay, pues, justificación externa, inmutable y trascendente, que sustente nuestros actos, que los dirija, los frene, los encauce. Y ese individuo que fundamenta en sí mismo, sin ninguna instancia exterior moderadora, toda su vida, construye con su desprejuiciado deambular vital una sociedad de egoístas, de personalidades excéntricas, originales, desinhibidas, vulgares, desprovistas de toda pauta o referencia moral más allá de sus propias apetencias, más allá de su libertad tan difícilmente conquistada en tanto derecho y, sin embargo, tan malgastada en su utilización. ¿Cómo conseguir que los seres humanos de nuestras sociedades occidentales, acostumbrados ya, definitiva e irremisiblemente, por fortuna, a esa libertad, acepten en uso de esa misma libertad imponerse restricciones voluntarias a su ejercicio, en el afán de instaurar un orden democrático más igualitario, más justo, más humano?

Y ahí es donde surge la noción de ejemplaridad, la piedra angular del libro de Gomá: el individuo que asume un estilo de vida privada ejemplar es también, por ello, un ejemplo público y la fuerza de ese ejemplo puede cambiar las costumbres sociales de un modo no autoritario, no por la fuerza de la coacción, sino por el estimulante influjo de la persuasión. Ser ejemplar, cuidar la casa y el oficio con la diligencia debida, la que en el Derecho clásico se condensaba en expresiones como la propia del buen padre de familia, la del honrado comerciante, es decir, aceptar voluntariamente no dejarse llevar hasta el extremo por la pulsión liberadora de la propia personalidad, sino, antes al contrario, consentir de buen grado limitaciones a esa libertad como fórmula idónea para el más feliz encuentro entre individuo y sociedad, es la clave de la propuesta de este libro extraordinario que, como es obvio, no agota sus planteamientos en mensajes reduccionistas, sino que se abre a multitud de ideas renovadoras y fecundas.

Por ello no debéis dejar de leerlo, más allá del aviso, superando el aviso acerca de su dificultad que os he hecho al comenzar esta reseña. Javier Gomá, Ejemplaridad pública, editorial Taurus. Para cerrar musicalmente la emisión he elegido, el himno Heroes, de David Bowie, porque su estribillo, todos podemos ser héroes, al menos por un día, condensa de modo sucinto y significativo uno de los rasgos esenciales de esa sociedad actual que Javier Gomá tan bien analiza. Pasad una buena semana. Adiós.

Una teoría de la ejemplaridad pública de base igualitaria se opone al presupuesto, hoy corriente, que reserva el monopolio de lo público a una elite de políticos profesionales y a determinadas celebridades, los cuales son consideradas personas públicas por ocupar un lugar en el espacio público, tener una voz o un nombre conocidos en la opinión pública o disfrutar de alguna notoriedad pública aireada por los medios de comunicación social. Para una teoría igualitaria, esta suposición no es admisible; para ella, por el contrario, todo yo es potencial y vocacionalmente persona pública en la medida en que, sosteniendo una casa y ejerciendo un oficio, se abre a lo público de la polis. Contemplamos a ese yo cotidiano -ese cabeza de familia responsable y profesional competente- que envejece cumpliendo con su deber sin extravagancias y retorna cada día a su casa al final de una jornada monótona y previsible pero útil para la colectividad genérica de la polis, y en ese yo del montón, de una ejemplaridad sin relieve, se nos revela un tipo eminente de persona pública.



miércoles, 1 de diciembre de 2010


RAYMOND CARVER. TODOS NOSOTROS


Hola, muy buenos días, muy buenas tardes. Bienvenidos otra semana más a Todos los libros un libro. Aquí estamos, en Radio Universidad de Salamanca fieles a nuestra doble cita, miércoles y viernes, con todos vosotros para ofreceros una nueva recomendación literaria que pueda avivar vuestro interés por la lectura.

Hoy quiero hablaros de un libro de poesía, de un deslumbrante libro de poesía. Se llama Todos nosotros y es una recopilación de poemas de Raymond Carver que incluye sus cuatro libros publicados, tres en vida y uno póstumo. Todos nosotros vio la luz por iniciativa de la editorial Bartleby que también ha publicado algunas otras obras suyas.

Raymond Carver es -lo escribió acertadamente Ana María Moix- uno de los grandes maestros del relato breve del siglo XX. Es, por otro lado, un escritor -fue un escritor, pues murió en 1988- bastante conocido en España. A finales de los 80 y principios de los 90 se publicaron sus colecciones de relatos, y luego sus primeros libros de poesía, con un extraordinario éxito. Hace unos meses la editorial Anagrama, responsable de la edición en España de casi toda su prosa, recuperaba Principiantes, la versión originaria y sin correcciones de una de sus colecciones de relatos más destacadas, la exitosa De qué hablamos cuando hablamos de amor. Era uno de los más destacados exponentes, por no decir la cabeza visible, de un movimiento, the dirty realism, el realismo sucio, esencial en la reciente historia literaria de Estados Unidos e inspirador de numerosos escritores en todo el mundo y, claro está, también en nuestro país. La expresión realismo sucio no alude a zafiedad, basura o narraciones soeces. La crítica identificó con este término una forma de narrar historias de gente corriente, de personajes grises a los que no les sucede nada extraordinario, con un lenguaje premeditadamente sencillo. Se encuadra dentro de lo que se ha dado en llamar también el minimalismo: utilizar los mínimos recursos para contar historias cotidianas sin añadir apenas figuras retóricas, huyendo de las moralejas y dejando las historias sin cerrar. Se trata de mostrar algo que son como fotografías de un momento cualquiera, no especialmente significativo, pero sí revelador, de la vida de gentes comunes. Fotografías que nos muestran mundos grises, rutinarios, desesperanzados, ausentes de heroísmos, pero que reflejan la verdadera naturaleza del ser humano.

Los cuentos de Carver, por los que adquirió su fama, se mueven dentro de estas coordenadas al igual que los poemas que ahora os presento. Son poemas narrativos, transparentes, que cuentan historias. Son descriptivos, no hacen juicios de valor, insisto, son como fotografías neutras que no contienen una toma de postura sobre la realidad que reflejan, sino que se limitan a mostrarla y a dejar que las emociones, las reflexiones, las valoraciones las haga el lector.

Son poemas autobiográficos, reflejan las preocupaciones, los conflictos, la tristeza, los afanes, la desesperación, la sordidez, las escasas alegrías de la vida de su autor. Raymond Carver tuvo una vida dura: alcohólico, inestable profesional y emocionalmente, bancarrotas varias, problemas familiares, va dando tumbos entre un empleo ocasional y otro. La estampa típica del fracaso que tanto nos han mostrado las películas norteamericanas. A finales de 1976, comienzos de 1977, es hospitalizado por sus problemas con el alcohol. Los médicos le dieron seis meses de vida. Se separó de su mujer. Entonces conoce a la poeta Tess Gallagher, con la que vivirá, al fin feliz, los últimos diez años de su vida, esos diez años que el propio escritor califica de propina en uno de sus poemas postreros.

Voy a leeros un poema de 1985, Mi muerte, para mi gusto espléndido, que seguro os va a emocionar. Para cerrar la emisión, Tom Waits, un Tom Waits con el que Carver comparte bastantes rasgos estilísticos, cada uno en su respectivo universo. Ruby’s arms es la conmovedora maravilla con la que nos despedimos por hoy. Hasta dentro de siete días. Adiós.

Mi muerte

Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, '¡ven rápido, se está yendo!'
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante

para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán de la mano y me dirán 'Valor'
y 'Todo va a ir bien'.
Y tienen razón. Todo va a ir bien.

Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
'Sí, te escucho. Te entiendo'.
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
'También yo te quiero. Sé feliz'.
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.

Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.

Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.