Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 26 de octubre de 2011


MICHAEL FARR. TINTÍN. EL SUEÑO Y LA REALIDAD

FERNANDO CASTILLO. TINTÍN-HERGÉ. UNA VIDA DEL SIGLO XX


Hola, buenos días. Hoy en esta edición de Todos los libros un libro quiero recomendaros una lectura que lleva a otras muchas, un texto que se abre a varios más. Unos libros que, por otra parte, vienen a nuestra sección, además de por su interés intrínseco, por razones de oportunidad. Como seguro ya sabéis, pues resulta imposible sustraerse a la influencia de los medios de comunicación y a las campañas publicitarias que en ellos se albergan, en estas fechas se estrena en nuestro país la versión cinematográfica de las aventuras de Tintín dirigida por Steven Spielberg y Peter Jackson, la primera película de lo que parece será una trilogía con el protagonismo del eternamente joven periodista belga. De tal manera que, con la excusa de esa nueva aparición en el cine del chico del flequillo rebelde -las anteriores más bien banales y decepcionantes-, quiero recomendaros algunos libros pertenecientes a la ya muy extensa bibliografía en torno a Tintín, una bibliografía consumida -más aun: devorada con fruición- por la inmensa secta tintinófila, a la cual, sin excesos pero también sin disimulo, me adscribo.

Y es que a mí, permitidme una confidencia, me entusiasma Tintín, siempre me ha gustado, desde que era un chaval y mi padre me compraba sus álbumes regularmente para premiar mis esfuerzos escolares (y dejadme deciros que hay veintitrés álbumes de Tintín, y que los leí todos en mi infancia, por lo que más allá de la broma, disculpad mi inmodestia, podéis deducir lo exitoso de mi primer currículo académico). En fin, los cuentos de Tintín han sido para mí un referente estético -y hasta, si me apuráis, ético- desde aquellos tiempos en los que aún no sabía lo que ética y estética significarían en mi vida. Y por ello, ya de adulto, he seguido releyéndolos, disfrutando de sus aventuras y deleitándome en la maravilla de sus dibujos, la genial línea clara que no sólo es un rasgo estilístico distintivo del autor, sino que ha dado pie a una tendencia esencial en el mundo del cómic, con repercusiones en la literatura y, si exagero algo, hasta en la vida. Pero no sólo sigo gozando con sus fantásticas historias propiciadoras de placeres siempre inagotables, sino que, como buen devoto del personaje, leo también todo lo que se va publicando sobre él, e incluso me compro gadgets varios, bolígrafos, calendarios, cuadernos, toda suerte de bibelots tintinianos. En fin... la infancia nunca del todo olvidada...

Hace cuatro años, con ocasión del centenario de Hergé, el controvertido creador del personaje, ya presenté en la versión del programa que se emite en Onda Cero una primera sugerencia relacionada con el mundo de Tintín, un libro absolutamente indispensable para los amantes del cómic, que se centra en ambas figuras, la de Tintín y la de su creador Hergé, y que resulta, además, por sí mismo, más allá de mis palabras, una extraordinaria invitación a la lectura de la serie completa de tebeos con el joven periodista belga como protagonista. Se trata de Tintín. El sueño y la realidad, su autor es el experto Michael Farr, y fue publicado, en una excepcional edición, bellísima y repleta de ilustraciones, por la editorial Zendrera, en traducción de Teresa Artigas. En él, Farr se adentraba en la ingente documentación conservada en los archivos de Hergé para encontrar el correlato ‘real’ de las historias, las tramas, los personajes, la ambientación, el mobiliario, las vestimentas, y una infinidad más de detalles de los cuentos del joven belga. Y es que Hergé era un perfeccionista. En cada uno de sus álbumes, salvo en los muy primeros, elaborados de un modo más superficial, invertía mucho tiempo. Y gran parte de ese tiempo lo empleaba en documentarse de un modo exhaustivo, rozando casi la obsesión. Hergé acumulaba revistas, postales, catálogos de muebles, recortes de periódicos, fotografías varias, pasquines, folletos, impresos, cualquier documento que pudiera servirle en un futuro como referencia para ilustrar sus historias. Y así, los coches de los cuentos están fielmente representados a partir de los modelos originales, las lanchas fuera borda y los barcos reproducen la publicidad recogida en los salones náuticos, los vestidos eran copiados de revistas de moda de la época, las cámaras fotográficas se basaban en anuncios de Leica, las armas duplicaban los modelos encontrados en catálogos especializados, las casas que aparecen en la aventura de La Isla Negra son el correlato ‘ficticio’ de fotografías de viviendas rurales escocesas. Y los correajes de la ropa militar, y las marcas de los neumáticos en las arenas del desierto, y las flechas de los indios americanos, y la botella del whisky que consume habitualmente el Capitán Haddock, y el emisor de ultrasonidos que inventa Tornasol, y la propia figura de éste, y el fetiche con la oreja rota, y la vestimenta de Abdallah, y el mono narigón de Vuelo 714 para Sydney, y las joyas de la Castafiore… todos, absolutamente todos los detalles de cada una de las historietas tienen una base real, y ese referente, esa ingente cantidad de documentación en la que se basó Hergé, fue conservada por él, como una urraca ladrona, la gazza ladra de otro de sus cuentos, en sus desmesurados archivos. Michael Farr, periodista como Tintín, investiga, apasionado, en esos archivos, y el resultado de su profunda pesquisa es esta magnífica obra, este fantástico Tintín. El sueño y la realidad. Con profusión de ilustraciones, escogidas con excelente criterio de entre ambos mundos, el real de la documentación original de los archivos de Hergé y el de la ficción de los cuentos de Tintín, aparecen, analizados cuento a cuento, aventura a aventura, infinidad de esos pequeños detalles que pueblan las excelentes historias del joven reportero y que le dan ese carácter singular y universal que ha sido reconocido en el mundo entero desde hace más de ochenta años.

Desde ese 2007 en que vio la luz Tintín. El sueño y la realidad, la propia editorial Zendrera ha ofrecido algunos otros extraordinarios álbumes de Michael Farr, en esta idéntica línea de investigación exhaustiva. Tintín y Cía. es un análisis, pleno de erudición e inteligencia y desbordante de información, sobre media docena de los principales protagonistas de los diversos episodios de la serie, con sus orígenes, sus referentes históricos o literarios y numerosos datos interesantes y sugestivos sobre todos ellos. Las aventuras de Hergé explora la poliédrica personalidad del escritor y dibujante, su interés por el arte moderno, por los descubrimientos científicos, por la actualidad internacional, por la filosofía y las religiones orientales, aspectos todos de la cultura del siglo XX que han servido de inequívoca inspiración a gran parte de las aventuras de Tintín.

Desde otra óptica, pero igualmente sugerente, hace unos meses se ha presentado Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX, un documentadísimo y muy voluminoso trabajo de Fernando Castillo, publicado por Ediciones Fórcola. El libro ya había visto la luz en 2004, en la editorial Páginas de espuma, con el título El siglo de Tintín, pero la actual edición, que mantiene el núcleo esencial de aquella, ha sido mejorada en lo formal y es más completa desde el punto de vista del contenido, con dos capítulos adicionales centrados respectivamente en Tintín y el Arte-Alfa, la inacabada y última aventura de Tintín, que no había sido tratada en la primera edición, y en los apócrifos tintinianos, que han proliferado, con distinta intención y relativamente poco acierto, desde la muerte de Hergé. Así, y para sorpresa quizá de los no iniciados, existen unos militantes Tintín en el Líbano o Tintín en Irak, Tintín contra el patriarcado o Tintín en Tiananmen, cuyos inequívocos títulos dan buena cuenta de la intencionalidad descaradamente política de sus irreverentes propuestas. Además, el libro cuenta con un entusiasta prólogo del poeta Luis Alberto de Cuenca, conocido tintinófilo, con algunas fotografías del experto Bernard Plossu, y con unos interesantes anexos, entre los que hallamos un índice cronológico de los álbumes, un exhaustivo catálogo de los más de trescientos personajes que pueblan los distintos episodios de la serie, una selecta bibliografía que incluye lo más sustancial de la literatura dedicada a Hergé y su personaje, y un más sólito y convencional índice onomástico general, pero que en este caso resulta muy revelador, pues da cuenta de la variedad de referencias hacia las que se abre la obra de Hergé.

Pues bien, con estas novedosas y sugestivas incorporaciones, Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX, repasa los principales acontecimientos del siglo pasado a través de las peripecias del joven reportero, resaltando el evidente paralelismo entre los diversos episodios de cada una de las aventuras y el acontecer del mundo en los cincuenta años, desde 1929 a 1976, en los que fueron publicados los veintitrés álbumes -veinticuatro si contamos el inacabado- del formidable personaje. Y este análisis, que revela en su autor a un excelente investigador histórico así como a un devoto seguidor de Tintín, miembro excelso de la fervorosa secta a la que antes me referí, se hace desde una toma de postura ideológica, podríamos decir. Frente a quienes, desde una reduccionista -y asincrónica- óptica políticamente correcta, han criticado la obra de Hergé por su abierto anticomunismo, por sus supuestas connotaciones filonazis, por su connivencia con el colonialismo occidental en África (¡¡¡ha prosperado, incluso, en estos meses pasados, una denuncia en los juzgados por ese al parecer inequívoco racismo retrospectivo de las aventuras africanas del periodista!!!), por una pretendida homosexualidad reprimida y nunca explicitada de Tintín, por la presunta preterición de la mujer en los tebeos, Castillo se alza en defensor del personaje desde esa misma lógica progresista que lo ataca. Tintín encarna así, para el autor, lo mejor de los valores que inspiran la sociedad europea. Tintín aplica, en el lúcido análisis de Fernando Castillo, una poética de los derechos humanos, desplegados en el repudio del autoritarismo y en la defensa del oprimido y las minorías, acudiendo a razones que están en el derecho natural y sin recurrir a posturas ideológicas o religiosas, algo en verdad difícil en el siglo del compromiso y de la intolerancia. Y aún en palabras más tajantes: Tintín es un héroe que resume la épica de los cantares de gesta medievales y la filantropía que se acuña en la Ilustración, lo que subraya su carácter. No es difícil descubrir en el personaje creado por Hergé, recalca Castillo, los valores de la Caballería medieval, cuyos principios arrancan de la cultura clásica -en concreto del estoicismo y el platonismo- y del cristianismo, así como de aquellos que surgen de lo mejor de la Revolución Francesa, de los principios de 1789 que impregnarán la sociedad europea desde su proclamación. Con estos valores, los de los derechos humanos, la filantropía y la libertad, Tintín, de la mano de Hergé, atraviesa los años centrales del siglo XX.

En fin, debo finalizar ya mi larga reseña de hoy, y lo haré con una cita cinéfila recogida también en el libro. En La souffle au coeur, Un soplo en el corazón, la bella película del director francés Louis Malle, Laurent Chevalier, el adolescente protagonista, recibe de uno de sus hermanos mayores unos libros de regalo para hacer más llevadera su enfermedad, con un comentario que es todo un tratado de aproximación a la obra de Hergé: Toma, Proust para entretenerte y Tintín para instruirte.

Instruios pues -el entretenimiento está asegurado-, con la obra entera de Tintín y con algunas de sus excelentes glosas, en particular este Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX, de Fernando Castillo que publica Fórcola. También con Tintín. El sueño y la realidad de Michael Farr editado por Zendrera y del que os dejo un interesante fragmento como despedida por hoy. Como acompañamiento musical al universo tintinesco, he debido esforzarme, pero estoy satisfecho de mi búsqueda. Os dejo el célebre Un bel di vedremo de la ópera Madame Butterfly de Puccini, que un ya enloquecido Filemón Ciclón canturrea en su versión francesa (Sur la mer calmée) en Los cigarros del Faraón. Aquí, la intérprete es María Callas. Hasta la semana que viene.

Georges Remi, alias Hergé, era un ilustrador superdotado. Tenía la imaginación fecunda y viva de un niño, y una curiosidad insaciable. Hubiera podido hacer una carrera de periodista en Le Vingtième Siècle, un periódico católico belga, pero pronto destacó por su talento de ilustrador. Encargado de ilustrar varias secciones del periódico, se le confió la responsabilidad del suplemento infantil de los jueves Le petit vingtième. El primer número salió de la imprenta el 1 de noviembre de 1928. Para alimentar sus páginas, y siguiendo el ejemplo de los americanos -aunque en Europa era una novedad-, creó un tebeo en el que, según sus propios términos, las palabras saldrían directamente de la boca de los personajes. Así pues, el 10 de enero de 1929 Le petit vingtième presentó a un reportero llamado Tintín, enviado a Moscú para resaltar los defectos del bolchevismo, Las circunstancias llevaron a Hergé a imaginar a un reportero en lugar de ser él mismo quien hiciera los reportajes. La celebridad de su personaje iba a eclipsar la de todos sus colegas periodistas. Tintín fue a todos los lugares en los que ocurría algo a lo largo y ancho del mundo. Hergé, por su parte, se contentó con ser un viajero pasivo -aunque extraordinariamente bien informado- hasta que, varias décadas más tarde, cuando Tintín estaba casi llegando al final de sus aventuras, Hergé se fue de viaje alrededor del mundo.

Los múltiples niveles de lectura constituían otra característica de la obra de Hergé, la clave de su éxito. Creando un personaje que interesaba tanto a los niños como a los adultos, aunque por distintas razones, Hergé logró un golpe maestro. Decía que Tintín se dirigía a “todos los jóvenes de siete a setenta años”. En realidad, siempre ha tenido un gran público, que abarca desde los niños que aprenden a leer hasta los tintinófilos de edad avanzada. Cada uno encuentra su propio nivel de comprensión y de análisis. El éxito, además, se alimenta a sí mismo: los niños se convierten en adultos, que a su vez tiene hijos, y así se mantiene el mito. A los jóvenes les seduce la aventura, la comedia, la farsa. Los adultos ven, además, una sátira política, una parodia de la realidad, juegos de palabras, un arte de la anticipación. Los tintinólogos han leído y releído los álbumes en innumerables ocasiones, y siempre descubren algo nuevo. Las aventuras de Tintín, a imagen de su héroe, son inagotables.

miércoles, 19 de octubre de 2011


SOFI OKSANEN. PURGA 

Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Hoy os traigo una novela de una escritora finlandesa, un universo, éste de las letras finesas, ciertamente desconocido para mí e imagino que también para el gran público. Os confieso de entrada que, casi por principio, soy abiertamente reacio a estos movimientos de modas multitudinarias y forzosamente pasajeras que de modo repentino aparecen, se mantienen y aun abruman con sus propuestas unidireccionales durante un tiempo, para diluirse luego sin que quede a su prescindible paso más que un tenue rastro en dos o tres, no más, manifestaciones singulares y con poso, capaces de dejar, ellas sí, frente al resto del aluvión indiferenciado y muchas veces insustancial de sus semejantes, una huella perdurable. Cuando, además, el fenómeno se produce en el terreno de la literatura, en el que casi nunca cantidad es sinónimo de calidad, mi indiferencia y hasta mi rechazo son aun mayores. Desde hace algunos años, de un modo más notorio y agobiante desde la fulgurante aparición de la exitosa trilogía Millenium de Stieg Larsson, el mercado literario se ha visto inundado de mil y una ofertas de literatura nórdica, sobre todo policiaca. Aprovechando el impulso provocado por la sonora irrupción en el mundo entero de las peripecias del periodista Mikael Blomkvist y la disfuncional y muy atractiva humanamente Lisbeth Salander, los expositores de cualquier librería, así nos hallemos en el pueblo más remoto del orbe, nos muestran decenas de obras por las que pululan policías islandeses solitarios (valga la redundancia), implacables asesinos suecos, inconcebibles conflictos existenciales padecidos por taciturnos noruegos, complejas tramas de drogas, explotación sexual, asesinatos y tráfico de armas en la eterna noche ártica, oscuros crímenes en la nieve, discúlpeseme en este caso el oxímoron, en definitiva, gélidos retratos del vacío vital que define la otra cara del milagroso y aparentemente modélico estado del bienestar escandinavo. Y, habiendo leído y disfrutado, con un cierto interés, aunque también con razonable distancia, la obra de Larsson, he aborrecido, sin embargo, todas esas secuelas redundantes, aún siendo consciente de que entre ellas pudiera encontrarse -es más que probable- alguna joya que no debiera desecharse junto con la mucha ganga innecesaria. Y hete aquí, sin embargo, que, pese a esos antecedentes personales, aparece este Purga, de la finlandesa Sofi Oksanen, y sin saber por qué (quizá sí, quizá la razón sea su presentación por la espléndida y muy querida por mí Editorial Salamandra) me encuentro abriendo sus páginas, interesándome por la historia, tímidamente al principio, de manera apasionada después, devorando sus capítulos a partir del segundo o tercero, y, en definitiva, gozando de una novela excepcional, muy dura, muy intensa, pero también muy estimable y sobresaliente. Premiada profusamente en su país y en toda Europa, Purga se ofrece en castellano en la traducción del finlandés llevada a cabo por Tuula Marjatta Ahola Rissanen y Tomás Gonzalez Ahola.

Dejadme resaltaros dos de los aspectos a mi juicio más destacados de esta estupenda novela, pues el corto espacio de tiempo del que dispongo no me permite un comentario más profundo. Serán, creo, sin embargo suficientes para daros cuenta de manera entusiasta de sus logros y para despertar en vosotros el deseo de leerla. En primer lugar, es la trama, curiosa, singular, muy interesante, llena de ramificaciones y planos y frentes diversos, con múltiples connotaciones, históricas, políticas, humanas, existenciales, lo que fascina en Purga; una trama compleja, densa, que se desarrolla a lo largo de casi sesenta años, los que van desde 1936 a 1992, en diversos escenarios, algunos meramente episódicos, circunstanciales, como Berlín o Vladivostok, y otros esenciales como es el caso de Estonia, una república báltica de la que además conocemos distintas formas de organización política a lo largo del libro: nacionalista y autónoma, sufriendo el terror estalinista, sojuzgada por el ejército nazi, uncida más tarde al yugo soviético, definitivamente independiente en el presente del libro, en ese 1992 desde el que se reconstruye la historia.

Una historia que se desarrolla a partir de un encuentro aparentemente fortuito entre dos mujeres, la anciana Aliide que, abandonada del mundo y sobre todo de sí misma, asocial, huraña, desgreñada y algo demente, rodeada de moscas y suciedad (las moscas un motivo recurrente de la novela), termina sus días sola y aislada en su casa en un bosque del oeste de Estonia, con sus recuerdos y sus miedos, sus obsesiones y sus culpas; y, por otro lado, la joven Zara, golpeada por la vida, secuestrada por una mafia dedicada a la trata de blancas, de desoladora existencia, reducida ésta, sin horizonte vital alguno, a cumplir las exigencias de su explotadores, forzada a entregarse de continuo a asquerosos cuerpos ajenos, a embrutecidos clientes borrachos, sólo capaz de evadirse de su impotente miseria merced a las drogas y al alcohol, envejecida prematuramente, y pese a ello, con la energía suficiente, la poderosa fuerza de la desesperación, para escapar de sus inhumanos torturadores y acabar convertida en un bulto cubierto de barro, harapiento y sucio, en el grisáceo jardín de la perdida casa de la anciana con la que, más allá de las reticencias iniciales, terminará sintiendo algo similar, quizá, al calor humano.

Pero, además, y aquí me detengo en el segundo aspecto notable del libro, la narración de ese encuentro y de su evolución se realiza a través de una estructura compleja y eficacísima que nos lleva, con continuos saltos en el tiempo, a reconstruir la historia de la anciana Aliide, su juventud junto a su hermana Ingel, el sufrimiento de su vida con la guerra y las sucesivas ocupaciones de su país por ejércitos enemigos, las humillaciones, las traiciones, las pérdidas, el terrible y secreto drama personal que la novela nos irá revelando hasta mostrarnos un vínculo oculto, y que por tanto no os descubriré, entre las dos mujeres protagonistas. Y si hablo de estructura eficacísima es porque ese mosaico construido con retazos de historias, con fragmentos de vidas que surcan tiempos y espacios distintos, nos va mostrando gradualmente, de un modo apasionante, la realidad última de esas dos vidas. Asistimos así a una narración intensísima, subyugante, que pese a la aparente complejidad inicial, en la que las diversas voces y los diferentes momentos en los que se desarrolla la acción pueden inducir a una ligera confusión, enseguida se convierte en arrebatadora y adictiva por la fluidez de la escritura.

Debéis leer esta magnífica Purga, de Sofi Oksanen publicada por Salamandra. Podréis objetarme que siempre finalizo así mis reseñas y que ese deber a cuyo cumplimiento intento induciros y hasta conminaros no puede ser tan exigente ni todos los libros que os recomiendo tan indispensables. Pero pensad que no os hablo de imperativos morales, sino de placer. E inmenso placer es el que he sentido leyendo esta formidable novela. Creedme, no deberíais dejar de leerla. Os dejo, antes de despedirme hasta la semana próxima, una referencia musical también nórdica y algo gélida -en todos los sentidos- como quiere el tópico. La islandesa Bjork y su All is full of love. Hasta dentro de siete días. Adiós.

Las hermanas acababan de dar una vuelta completa al cementerio cuchicheando y parando de vez en cuando para charlar con algún conocido, cuando de pronto el vestido de seda de Aliide de enganchó en la balaustrada de hierro de una tumba y se agachó para soltarlo. Entonces vio a un hombre junto a la tumba de los alemanes, al lado del muro de piedra; los sauces, el musgo del muro iluminado por el sol, una risa límpida. El hombre estaba con alguien y se reía; se agachó para atarse el cordón de un zapato sin dejar de charlar y volviendo la cara hacia su amigo, y se incorporó con la misma soltura con que se había agachado. Aliide se olvidó del vestido y se levantó sin darse cuenta de que no había liberado el dobladillo. El sonido de la seda al rasgarse la hizo volver en sí y soltó la tela, sacudiéndose las partículas de óxido de las manos. Gracias a Dios, el desgarro era pequeño. Tal vez ni se notase. Tal vez aquel hombre no lo notase. Se alisó el pelo sin siquiera sentir la mano. Mírame. Se mordisqueó los labios para que se le enrojecieran. Podrían dar la vuelta con naturalidad y volver a pasar por delante del muro. Mira hacia aquí.

Mírame a mí. El hombre se volvió hacia ellas y dejó de hablar justo cuando Ingel se daba la vuelta para ver qué retenía a su hermana, y en ese instante el sol alcanzó la corona de su cabello y... ¡No, no! ¡Mírame a mí! ... Ingel irguió el cuello, lo hacía a menudo, y parecía un cisne, levantó la barbilla y se miraron el uno al otro, el hombre e Ingel. Aliide supo entonces que él nunca se fijaría en ella, al ver cómo se interrumpía, cómo inmovilizaba la mano que acababa de sacar una pitillera del bolsillo, cómo se quedaba mirando fijamente a Ingel sin continuar la frase, y cómo la tapa de la pitillera brillaba en su mano igual que un cuchillo. Ingel se acercó a Aliide, la mirada fija del hombre, la piel resplandeciente desde los hombros hasta el hoyuelo de la clavícula como una invitación. Sin siquiera mirar a su hermana, Ingel la agarró de la mano y la condujo hacia el muro donde el hombre permanecía inmóvil. Incluso su amigo se había percatado de que no estaba escuchándolo y de que la mano con la pitillera se había parado a la altura de la cintura. También vio que Ingel arrastraba a Aliide de la mano, aunque ésta intentaba resistirse a cada paso, buscando en las lápidas o en alguna raíz un apoyo al que agarrarse. Los tacones se le hundían en el mantillo una y otra vez, pero el terreno era resbaladizo, las raíces cedían, los abetos se apartaban, la hierba se deslizaba, las piedras rodaban antes sus pies e incluso una mosca voló hasta su boca, pero Aliide no era capaz de espantarla tosiendo, porque Ingel no quería parar, tenía que seguir, tiraba y tiraba y el sendero estaba despejado y conducía directamente a aquel muro de piedra. Aliide reparó en la expresión ausente del hombre, una expresión que indicaba que ya no estaba en aquel momento ni en aquel lugar, y percibió los pasos ansiosos de su hermana y la fuerte presión de sus dedos. El pulso de Ingel latía contra su mano, al mismo tiempo que su rostro se desembarazaba de todas las expresiones viejas y familiares, que volaban hacia atrás para estrellarse contra la cara de Aliide; se pegaban a sus mejillas como jirones mojados y salados, algunas incluso la atravesaban como fantasmas del pasado. Los hoyuelos de las mejillas de Ingel al reírse aquella mañana con su hermana se ajaron y alejaron de su cara. Al llegar al muro, Ingel se había convertido en una extraña, una nueva Ingel, alguien que ya no le contaría sus secretos sólo a Aliide, que ya no iría al parque a beber agua Seltzer con ella, sino con otro. Una nueva Ingel que pertenecería a otra persona, sus pensamientos y su risa serían de otro, aquel a quien ella misma hubiese querido pertenecer. Aquel cuya piel habría querido oler, cuyo calor habría querido mezclar con el suyo. A aquel qye debería haber mirado a Aliide, haberla visto, haberse quedado petrificado al verla mientras sacaba la pitillera del bolsillo. Pero fue a Ingel a quien el destello de aquella pitillera de latón separó de la vida de Aliide con su cuchillo de luz.

miércoles, 12 de octubre de 2011



ELIZABETH STROUT. OLIVE KITTERIDGE

Hola, buenos días, bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el programa de sugerencias de lectura en Radio Universidad de Salamanca. Hoy quiero recomendaros un libro avalado por un premio literario, un prestigioso premio literario norteamericano, el Pulitzer, y por otro nacional, el Llibreter, que conceden los libreros catalanes y que se ha consolidado desde hace algunos años por el acierto y la calidad de sus propuestas. Como seguro sabéis, en nuestro país, en el mundo entero en realidad, pero de forma muy acentuada en España, se multiplican los galardones literarios de los que se fallan centenares cada año, insisto, sólo dentro de nuestras fronteras. En muchos casos, se trata de distinciones de escasísima relevancia y muy menor repercusión; en otros, en bastantes de los más notorios, la concesión del premio no es otra cosa que una estrategia más de mercadotecnia, y el nombre del ganador se pacta de antemano, en una operación descarnadamente mercantil, en los despachos de los altos responsables de las editoriales; algunos, no obstante, conservan su prestigio y las obras galardonadas suelen cumplir con las más estrictas exigencias de calidad y, en ocasiones, incluso abren caminos o apuntan vías literarias innovadoras. Es el caso del libro que hoy os traigo, una novela formidable y de un extraordinario interés. Se trata de Olive Kitteridge, su autora es la norteamericana Elizabeth Strout y ha sido publicada por El Aleph Editores en traducción de Rosa Pérez Pérez en el pasado 2010. Se reedita ahora, además, Amy & Isabelle, una obra anterior.

Por de pronto, debo aclararos que Olive Kitteridge es una novela, pese a que una primera impresión sobre ella pudiera quizá confundiros. Dividida en trece capítulos aparentemente autónomos, trece relatos con protagonistas diferentes, con tiempos y ubicaciones geográficas diversos, con historias distintas, sólo la presencia en todos ellos de un personaje principal, la Olive Kitteridge que da título a la novela, proporciona continuidad al libro y nos revela, a su término, que a lo que hemos asistido durante su lectura presuntamente fragmentaria es al relato de una vida, la de su protagonista, y que la maestría de la autora es la que ha permitido a partir de estas narraciones parciales, de estas teselas incompletas, componer un mosaico que, poco a poco y de modo indirecto, refleja la personalidad, los sueños, los deseos, el odio, la amargura, la sensibilidad, la soledad, el dolor del alma de ese atractivo y muy humano pero a la vez desagradable y profundamente antipático personaje. Éste es, pues, insisto, uno de los grandes logros del libro, su estructura, esta extraordinaria capacidad de Elizabeth Strout para hacer un retrato impresionista, casi, de esta singular mujer, a través no sólo de situaciones y vivencias narradas en primera persona por ella misma, sino también merced a su presencia, a veces episódica, en una sola línea, dentro de los capítulos que dan cuenta de la vida de sus vecinos. Si os decidís a leer la novela os sorprenderá gratamente también cómo esta vida se relata en muchos casos sin hacer énfasis en grandes acontecimientos, en momentos decisivos de esa existencia, aunque los hay, claro está, y muy significativos y reveladores. Sin embargo, muy al contrario, lo que percibiréis es un gusto por los detalles, algunas conversaciones, la descripción de ciertas rutinas, una mirada, determinadas evocaciones, una pincelada fugaz, un recuerdo, dos palabras. El libro es, en este sentido, una apoteosis de la elipsis, que a mí me ha recordado a otra autora de la que en ocasiones os he hablado y a la que Elizabeth Strout cita como una de sus favoritas, Alice Munro: esa facilidad para decir sin decir, para que sean las ausencias, los silencios, lo no narrado lo que hable, lo que acabe configurando la fotografía, podríamos decir, poderosísima, fascinante, emotiva, de una mujer.

Es difícil resumir la personalidad de Olive Kitteridge, pues la profundidad y la capacidad de penetración psicológica de su creadora son tales que cualquier aproximación que yo os haga ahora resultaría un pálido reflejo de la complejidad y la riqueza de matices con los que aparece en el libro. Fijaos en esta muestra especialísima de lo que os hablo, este pequeño párrafo enternecedor y literariamente insuperable: Jamás había tenido un amigo tan leal, tan bueno, como su marido. Y, no obstante, de pie detrás de su hijo, esperando a que cambiara el semáforo, recordó que, durante su vida en común, hubo veces en que sintió una soledad tan honda que en una ocasión, no hacía tantos años, mientras se empastaba una muela, la dulzura con que el dentista le había vuelto la barbilla con sus suaves dedos le había parecido una atención de una ternura casi insoportable, y había tragado saliva, mientras se le escapaba un gemido de nostalgia y se le llenaban los ojos de lágrimas. En fin, he ahí el tono de la novela, un breve fragmento a mi juicio suficiente para decidir leer el libro, para correr con urgencia a la librería más cercana en su procura.

Ante esa palpable imposibilidad por mi parte de dar cuenta, siquiera de un modo tenue, de la inmensidad de este libro magnífico, dejadme que os diga tan sólo, para terminar, que Olive Kitteridge es una maestra, ya retirada (aunque en alguna de las historias la vemos aún ejercer), que vive en Crosby, un pequeño pueblo de Maine en Nueva Inglaterra. Su marido, Henry, es un hombre paciente, el personaje más humanamente atractivo de la novela, un buen hombre que soporta en silencio el amargo sufrimiento, los padecimientos a los que lo somete el abrupto egoísmo de su mujer, una mujer a la que, pese a todo, ama. Y en torno a ellos hay decenas de personajes más, se trata de una novela coral, por ella pasan infinidad de vecinos del pueblo, con sus pequeños afanes, con sus deseos cotidianos, con sus traiciones y sus lealtades, con sus amores, sus esperanzas vanas, sus sueños incumplidos, con su miedo a la muerte. Porque la muerte está muy presente en el libro, la sombra del suicidio, el aterrador paso del tiempo, pero también la compasión, la bondad, las múltiples facetas, en fin, de la condición humana.

No desaprovechéis la ocasión de leer Olive Kitteridge, escrita por Elizabeth Strout y publicada por El Aleph, de la que a continuación voy a presentaros otro fragmento muy hermoso. Para cerrar musicalmente el espacio de hoy, como siempre una canción, de búsqueda complicada por la difícil vinculación con la novela. De modo que he optado por la solución sencilla y os ofrezco una pieza de Patty Griffin, originaria de Maine, escenario del libro, con el título de Top of the world. Hasta la semana que viene.

El otoño siguiente, Jim O’Casey dejó su empleo en la academia y comenzó a enseñar en el mismo instituto que Olive, el instituto al que iba Cristopher, el hijo de ésta, y todas las mañanas, porque le venía de paso, los llevaba en coche a los dos y los traía de vuelta a casa. Olive tenía cuarenta y cuatro años y él cincuenta y tres. Por entonces ella se consideraba casi vieja, pero, naturalmente, no lo era. Era alta y el peso que acompañaba a la menopausia sólo había comenzado a presagiarse, con lo cual, a sus cuarenta y cuatro años, era una mujer alta y recia. Y, sin una sola señal de advertencia, como un enorme camión silencioso que hubiera aparecido de improviso a sus espaldas mientras paseaba por una carretera secundaria, Olive Kitteridge se había visto arrollada por la fuerza del amor.
-Si te pidiera que te fueras conmigo, ¿lo harías? Él habló en voz baja, mientras almorzaban en su despacho.
-, dijo ella.
Él la observó mientras comía la manzana que siempre tomaba para almorzar, nada más.
-¿Irías a tu casa esta noche y se lo dirías a Henry?
-, dijo ella.
Era como planear un asesinato.
-Quizá sea mejor que no te lo haya pedido.
-Sí.
No se habían besado nunca, ni tocado siquiera, sólo habían pasado uno muy cerca del otro cuando entraban en el despacho de Jim, un minúsculo cubículo contiguo a la biblioteca -evitaban la sala de profesores-. Pero, después, de que él le dijo eso aquel día, ella vivió con una suerte de horror y un anhelo que a veces se le hacía insoportable. Pero la gente soporta las cosas.
Había noches en que no se dormía hasta la mañana; en que el cielo clareaba y los pájaros cantaban, y su cuerpo yacía aflojado en la cama y -pese al miedo y pavor que la embargaban- ella no podía detener aquella insensata felicidad. Después de una noche así, un sábado, se había quedado despierta e inquieta en la cama y luego se había dormido de golpe; un sueño tan profundo que, cuando sonó el teléfono junto a su cama, no sabía dónde estaba. Y entonces oyó que cogían el teléfono, y a Henry diciendo, en voz baja: Ollie, ha pasado una cosa espantosa. Jim O’Casey se salió de la carretera anoche y se empotró contra un árbol. Está en cuidados intensivos en Hanover. No saben si saldrá de esta.
Murió aquella misma tarde y Olive supuso que su mujer estaría a su lado.

miércoles, 5 de octubre de 2011

JED RUBENFELD. LA INTERPRETACIÓN DEL ASESINATO

Hola, buenos días. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Como todos los miércoles os invitamos desde aquí, desde Radio Universidad de Salamanca, a leer un libro con nosotros, un libro que siempre escojo con criterios de calidad, un libro que creo que pueda interesaros, entreteneros, enseñaros, divertiros, apasionaros, emocionaros; en definitiva… un libro con el que podáis disfrutar. Hoy quiero presentaros una estupenda novela que tiene ya cuatro o cinco años, pero ya sabéis que dar cuenta de la inmediata actualidad no es uno de los fines de esta sección; La interpretación del asesinato es su título. Su autor, el primerizo en este género aunque reconocido escritor de temas jurídicos, el norteamericano Jed Rubenfeld. La novela ha sido publicada por la editorial Anagrama en traducción de Jaime Zulaika, al que una vez más -y pese a ser un excelente traductor- debemos desde aquí, y muy modestamente, hacer alguna ligera reconvención, aunque quizá no sea él el responsable y sí la editorial: en la página 80 de la novela aparece un hay del verbo haber, cuando se quiere decir ahí, en la 309 una concordancia mal resuelta: una de las puntas del cuello de la camisa disparado hacia arriba, y así, en fin, algunas otras deficiencias menores que, aunque chirrían en un traductor y una editorial que se suponen rigurosos, no perturban -más que esporádicamente- la lectura feliz del texto.

Y una lectura feliz y extraordinariamente agradable es la que se desarrolla a medida que avanzamos en las páginas de esta envolvente La interpretación del asesinato. Se trata de una novela policíaca, pero no de una intriga detectivesca al uso. Por ejemplo, los personajes principales no son siempre los que habitualmente nos encontramos cuando penetramos en una novela de este género. Baste con decir, para que os hagáis cargo de lo novedoso de esta propuesta literaria, que Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, es uno de los protagonistas principales de la obra, y que sus perspicaces deducciones, deudoras de su innovador método científico, resultan esenciales y contribuyen al avance de la investigación de los crímenes. Porque, claro, hay crímenes y criminales, y policías y periodistas, y detectives y forenses y damas de la alta sociedad, y potentados sin escrúpulos, y peligrosos dementes, y chicas de vida fácil, y hasta chinos siniestros y algunos otros motivos comunes del género, pero hay más, hay mucho más, y, sobre todo, lo que hay está contado a partir de un planteamiento singular y muy sugestivo. Rubenfeld no se limita a una historia principal, no se constriñe a las rígidas fronteras de un relato lineal sino que enriquece la narración y obsequia al lector con múltiples tramas paralelas y aun concurrentes, con infinidad de matices, con una gran variedad de planos, de enfoques, con perspectivas que se abren, que se solapan, que se entremezclan, que distorsionan la realidad, hasta el punto de que nunca sabemos cuál de las sucesivas versiones que se nos ofrecen es cierta, cuál la definitiva, cuál la verdad. Pero será mejor que os anticipe algunos detalles de esa trama huidiza, envolvente y fascinante más allá de tanto preámbulo abstracto.

El 29 de agosto de 1909 Sigmund Freud, acompañado de algunos de sus discípulos, singularmente los conocidos Ferenczy y Jung, llega a Nueva York para dar unas conferencias en una universidad local. Simultáneamente a su arribada a la metrópoli norteamericana se producen una serie de sorprendentes asesinatos de jóvenes aristócratas locales, si es que en un mundo tan nuevo como el norteamericano, carente de pasado, podemos hablar de aristocracia, los blasones históricos sustituidos por el brillo del dinero. A partir de aquí se desarrolla la pesquisa, la indagación, la búsqueda del autor o los autores de los crímenes. El viejo coroner Charles Huger, funcionario del ayuntamiento encargado de la investigación en las causas por muertes violentas, el novato detective Littlemore, sagaz y voluntarioso, el alcalde de Nueva York, el muy influyente George McClellan, que quiere asegurarse su reelección al frente de la ciudad, y, sobre todo, el doctor Stratham Younger, licenciado en Harvard y seguidor de Freud, implicado en el caso por ser el psicoanalista de una joven víctima de una tentativa de asesinato; todos ellos se lanzan al descubrimiento del culpable e intentan desentrañar la autoría de los crímenes en un relato que a cada página ofrece nuevos alicientes, descubrimientos insospechados, alternativas desconcertantes.

Y envolviendo esta trama básica, una infinidad de detalles que enriquecen la novela. La recreación magnífica del Nueva York de principios del siglo XX, sus edificios emblemáticos, que se levantan entonces, sus puentes, sus majestuosos hoteles, el Balmoral y el Waldorf Astoria; los grandes nombres que encumbraron la ciudad en la cima del mundo, los Rotschild y los Vanderbilt, los Astor y los Roosevelt; la dura vida de los miles de inmigrantes que inundan la ciudad desde todas las partes del mundo, las inhumanas condiciones de trabajo de quienes construyeron ese sueño. Pero como os digo hay más, hay mucho más. Están las teorías psicoanalíticas, muy documentadas, que Jung, Ferenczy, y sobre todo el propio Freud, exponen con naturalidad, y que hacen avanzar la trama y nos ayudan en la investigación, en la interpretación del asesinato. Y hay citas literarias, y están las disputas intelectuales entre las diversas ‘capillitas’ de la iglesia freudiana, y hay una historia de amor, y está también, y resulta esencial en el libro, por lo que debéis disculparme por haberla dejado para el final, la presencia de Shakespeare y su Hamlet, objeto de muy variadas especulaciones.

En fin, no hay tiempo para más. Estupenda novela esta La interpretación del asesinato de Jed Rubenfeld, publicada por la editorial Anagrama. Espero que os decidáis a disfrutarla. Os dejo como siempre con un fragmento del libro, en particular su muy sugestivo comienzo. Tras él, una canción relacionada con el escenario último de la obra, Frontier psychiatrist, del grupo The Avalanches.


No hay misterio en la felicidad. Los hombres infelices son todos parecidos. Alguna herida de hace mucho tiempo, algún deseo denegado, algún golpe al orgullo, algún incipiente destello de amor sofocado por el desdén -o peor aún, por la indiferencia-, se aferra a ellos, o ellos a lo que les hizo daño, y así viven cada día en un sudario de ayeres. El hombre feliz no mira hacia atrás. Vive en el presente.

Y ahí está el problema. El presente nunca puede darnos una cosa: sentido. Los caminos de la felicidad y del sentido no son los mismos. Para encontrar la felicidad, un hombre sólo necesita vivir en el instante; sólo necesita vivir para el instante. Pero si quiere sentido -el sentido de sus sueños, de sus secretos, de su vida-, deberá rehabitar el pasado, por oscuro que fuere, y vivir para el futuro, por incierto que sea. Así, la naturaleza pone a bailar delante de nuestros ojos la felicidad y el sentido, y se limita a urgirnos a que elijamos una de las dos cosas.

En cuanto a mí, siempre he elegido el sentido. Lo cual, supongo, explicaría cómo di en esperar aquel domingo por la tarde del 29 de agosto de 1909, entre la turba sofocante del puerto de Hoboken, la llegada del barco George Washington, de la Nordeustche Lloyd, que había zarpado de Bremen y que traía hasta nuestras costas al hombre que yo más deseaba conocer en el mundo.