Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 10 de noviembre de 2010


PAUL AUSTER. BROOKLYN FOLLIES

Hola, buenas días si nos estáis escuchando en miércoles, buenas tardes para quienes lo hagáis en viernes. En cualquier caso, bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Hoy quiero presentaros una estupenda novela de Paul Auster. Brooklyn Follies es su título y se publicó en 2006 por la editorial Anagrama.

Paul Auster es un escritor formidable. Hay en él un rasgo que a mí como lector, más allá de juicios académicos, me entusiasma y es su capacidad para contar historias que atrapan. Todas sus novelas, y Brooklyn Follies no es la excepción, están llenas de pequeños relatos que se mezclan, de narraciones aparentemente autónomas que se imbrican, de historias que se entrecruzan, formando un tapiz, una especie de red, en la que el lector queda enganchado desde las primeras páginas.

Pero Paul Auster no sólo es un extraordinario narrador, tiene, además, por así decirlo, una visión del mundo. En sus novelas hay siempre un acercamiento a las grandes cuestiones que preocupan al hombre actual. De hecho, el jurado que le concedió el premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2006, resaltó en su obra “la renovación literaria de varios géneros (narrativa, poesía, ensayo, guión), su exploración de nuevos ámbitos de la realidad con una visión actual, su atento seguimiento de los problemas de nuestro tiempo y su capacidad para captar la atención del público joven”.

El protagonista de la novela de Auster es un anciano judío que vive en el Brooklyn en nuestros días, recuperado de un cáncer de pulmón y decidido a morir tranquilo alejado del fragor del mundo, escribiendo lo que el denomina ‘El libro del desvarío humano’. El reencuentro con un sobrino al que hace años que no ve, la aparición de la niña Lucy y el contacto con muchos personajes más que aparecen en su vida le hacen cambiar la perspectiva de su existencia y pasar de su inicial desánimo a la ilusión esperanzada. Pero, más allá de esta leve trama argumental, en la novela hay infinidad de historias, de digresiones, de, como siempre en Auster, metaficción, de relatos de vidas humanas, inusualmente optimistas y felices.

Voy a leeros un largo fragmento de Brooklyn Follies, con el que despediremos el espacio por hoy. No me importa minimizar el peso de mis comentarios reduciéndolos a lo esencial -hoy, ni siquiera eso- con tal de que podáis escuchar una historia como la que ahora os leeré que no sólo es magnífica en sí misma, sino que, a mi juicio, resulta central en la novela e incluso, en cierto modo, concentra el espíritu que guía toda la obra de su autor. Os pongo en antecedentes para una mejor comprensión del texto: Kafka está en Berlín en el otoño de 1923, primavera de 1924. Está gravemente enfermo. Tiene sus días contados y los pasa con Dora, la única mujer con la que vivirá jamás. En un momento de la novela, y como uno más de los muchos desvíos de la obra, aparecerá esta historia que Kafka vive en esa época berlinesa de su enfermedad.

Como cierre musical de la emisión, y teniendo en cuenta el título del libro y el barrio en el que se desenvuelve la obra entera y aun la vida de Paul Auster, os ofrezco Brooklyn, un pequeño clásico de Steely Dan.

Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva. Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. Tu muñeca ha salido de viaje, le dice. ¿Y tú cómo lo sabes?, le pregunta la niña. Porque me ha escrito una carta, responde Kafka. La niña parece recelosa. ¿Tienes ahí la carta?, pregunta ella. No, lo siento, dice él, me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo. Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe que pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?

Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve cómo se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.

Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.

Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.

Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar en un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.



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