Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 16 de febrero de 2011


MANUEL HIDALGO Y AMPARO SERRANO DE HARO. OTRO FINAL

Bienvenidos a Todos los libros un libro, como siempre, los miércoles a esta misma hora y los viernes en redifusión a las cinco y media de la tarde en la sintonía de Radio Universidad de Salamanca. Hoy, el comentario sobre la obra cuya lectura quiero aconsejaros será más sucinto de lo habitual, porque tengo interés en leeros un texto del libro que es más extenso de lo acostumbrado. Os señalo brevemente algunas de las notas más destacadas de mi recomendación de esta tarde y os dejo con ese largo fragmento. Hoy os traigo una colección de relatos de autores diversos. Su título es Otro final, ha sido publicado por 451 Editores y la selección de los cuentos así como el esclarecedor prólogo que abre el libro son debidos a Manuel Hidalgo y Amparo Serrano de Haro que, escritores ellos mismos, también aportan un relato al conjunto.

Como apunta su título, Otro final recoge cuentos en los que los autores imaginan un final diferente para grandes películas de la historia del cine. Quince conocidos escritores actuales, Vicente Molina Foix, Eduardo Mendicutti, Pedro Sorela, Andrés Trapiello, Luis Antonio de Villena, Pedro Zarraluki, Lourdes Ventura, entre otros, se situan en la imagen postrera de algunos grandes clásicos del cine, Casablanca, Doctor Zhivago, Psicosis, Bienvenido Míster Marshall, Con faldas y a lo loco, Blade Runner o El tercer hombre, por citar algunos títulos muy conocidos, y a partir de esa secuencia final desarrollan su relato, llevándonos, con la fuerza de su imaginación y de su ingenio, de la mano de su libertad creadora, a otras vidas, las que hubieran podido tener los personajes de las películas si el desenlace previsible, el archisabido, el que los atrapa para siempre entre los fotogramas del celuloide, el que se repite inexorable cada vez que vemos las cintas, hubiera sido otro distinto.

Y así, Norman Bates, el protagonista de Psicosis, sale de la cárcel quince años después de sus crímenes y rehace su vida; Jack Lemmon, disfrazado de mujer en Con faldas y a lo loco, desanimado por el 'nadie es perfecto' final de su enamorado millonario, acaba casándose con él; el incesto provocado por la censura en Mogambo extiende su influencia sobre dos hermanos en el Madrid de los cincuenta; Isabel, la protagonista de Calle Mayor, no es abandonada por su miserable amante, sino que, abuela ya, cuenta a su nieta lo realmente ocurrido. Y así, hasta quince sorprendentes desarrollos de unas tramas que todos conocemos bien pero en las que la inventiva y la pericia literaria de sus autores acaba por descubrir nuevas y sugestivas posibilidades.

Os dejo con un fragmento del libro en el que Pedro Sorela fantasea sobre un hipotético desenlace de Doctor Zhivago en el que éste, años después de su intenso amor, descubre a Lara desde un tranvía y no muere de la impresión que este fugaz reencuentro le causa sino que acaba accediendo a su antigua amante e instalándose con ella ni más ni menos que en la Barcelona actual. A través del texto podréis haceros una idea del enfoque general del libro, de este Otro final publicado por Ediciones 451 que hoy os recomiendo. Como cierre de la emisión de hoy, una canción de cine, conocidísima y preciosa. Bruce Springsteen con sus Streets of Philadelphia. Hasta dentro de siete días.

Exiliados en el exilio

O sea que se fueron a Barcelona, que les encantó gracias a
El mayor espectáculo del mundo y Dio come ti amo, películas que se filmaron allí, igual que La condesa descalza, no muy lejos remontando la Costa Brava. Pero eso es lo que pasa con los grandes escenarios, que van adormeciendo poco a poco los sentimientos. No los de Yuri, volcado en su poesía y en la medicina -oficios ambos vocacionales y para toda la vida-, pero sí los de Lara, que en Barcelona no tenía otra cosa que hacer que esperar a Zhivago, en una pequeña casita de Sarriá, y ocasionalmente ir a mirar escaparates que, como se sabe, en Barcelona los diseña Satanás. Y todo esto viendo cómo su piel iba cediendo al acoso del tiempo, la misma piel que, cuando ella tenía diecisiete años, un día trastornó a Víctor Komarovsky, el poderoso amante de su madre, y terminó provocando que esta se intentase suicidar.

Lo cual explica que, antes de que fuese demasiado tarde, Me voy, le dijo un día a Zhivago, sin apenas creer que le pudiese estar diciendo eso, pero diciéndoselo de todas formas. Aun así, igual que a los diecisiete años no había tenido el valor de reconocérselo a su madre, tampoco tuvo el valor de decírselo a su gran amor a los cuarenta o cuarenta y cinco, una edad, en todo caso, que ya no se precisa. Se iba otra vez con Víctor Komarovsky, reaparecido en Barcelona para comenzar los trabajos de desembarco de la Internacional de la Construcción en el Mediterráneo Sur, y rico, mucho más rico que nunca, con el yate más obsceno de toda la Costa del Sol. Le prometía además que le ayudaría a encontrar a su hija, la que había perdido en las angustias de la guerra.

Un final un poco triste, cierto, pero piénsese que la Barcelona de la época no tenía nieve, ni casas de campo congeladas, ni mesas de roble sobre las que escribir poemas, ni lobos y aullidos que le den a la noche un aire de grandeza, todas ellas cosas que necesitan los grandes amores. En Barcelona lo que hay son elegantes avenidas, y liceos de ópera, y turistas, y eso mata cualquier epopeya. Cómo sería que, sin ni siquiera resistencia, los nativos ya comenzaban a aceptar andar con bermudas y chancletas en verano.

Además Zhivago seguía siendo poeta y médico vocacional y humanista, y eso queda muy bien en las historias cortas y en las guerras pero, noche tras noche, tanto poema puede resultar muy cansado. Sobre todo si tiene que competir con la televisión y el fútbol, que es lo que ve todo el mundo.

Ya entonces Zhivago había comenzado a perder su futuro. De hecho ahí sigue: no puede volver a Rusia porque en Rusia han olvidado a sus exiliados y no quieren saber nada de ellos. Igual que en España. Y en Barcelona ya no le dejan ejercer porque nunca aprendió catalán, entre enfermos y poemas no tuvo tiempo, y ahora es un requisito para poder atender a los pacientes, incluso si son marroquíes, polacos y pakistaníes, como es, o era, el caso de Zhivago en un centro sanitario de Hospitalet. Está, pues, exiliado en el exilio, y para eso no hay asilos previstos, ni siquiera en las películas.

Y tampoco puede recurrir al escritor Boris Pasternak, que tanto les ayudó en los momentos decisivos de sus vidas, porque Pasternak está muerto. Además, el prestigio de los escritores y de los libros ha disminuido mucho y ya no es lo que era. Ni en Rusia.

O sea, que a lo mejor no fue una buena idea la de Lara de reanimarlo sobre aquella acera, después de que Zhivago bajase del tranvía, con el corazón desbocado por volverla a ver.



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