Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 23 de marzo de 2011


JAMES SALTER. LA ÚLTIMA NOCHE

Hola, buenos días. Os saludamos un miércoles más desde Todos los libros un libro, hoy con una propuesta de lectura que, estoy convencido, va a apasionaros. Esta semana quiero presentaros un libro de relatos. Su título es La última noche, su autor el norteamericano James Salter y está publicado por la Editorial Salamandra en traducción de Luis Murillo.

La última noche es uno de los libros más impresionantes que he leído en los últimos meses. Contiene diez cuentos extraordinarios, algunos magistrales, en los que, más allá de la anécdota o el hilo argumental de cada relato, no demasiado importantes y de los que luego os hablaré, se muestran las relaciones íntimas, los sentimientos, las emociones más auténticas de un puñado de personas normales, comunes, corrientes y, precisamente por ello, universales en lo que tienen de coincidente con cualquiera de nosotros. En todos los relatos de James Salter afloran las principales preocupaciones de su autor, que son, como digo, los temas recurrentes en la vida de cualquier ser humano: las relaciones entre sexos, el paso del tiempo, la soledad, el amor, la melancolía que provocan los sueños perdidos, el desengaño, la traición, el éxito y su correlato inevitable, el fracaso, el sexo, los recuerdos de un pasado feliz y quizá inventado, las trampas de la memoria… la dificultad de vivir, en suma. Os recomiendo también otra fantástica colección, Anochecer, publicada por Muchnik Editores, y sus novelas, como En solitario, magnífica, editada por El Aleph, o su peculiar autobiografía, Quemar los días, también en Salamandra. De algunos de ellos volveré a hablaros en posteriores ediciones de Todos los libros un libro.

James Salter tiene un escritura que podríamos calificar de limpia, despojada de aparente artificio, que se lee con facilidad y placer; la suya es una prosa nítida y certera como un bisturí, que con muy pocos recursos, con una gran economía de medios, sin agotar las situaciones, tan sólo sugiriendo, descubriendo un instante detenido de la vida de sus personajes, nos dice más sobre ellos y sus vidas que cualquier tratado psicológico. Sus cuentos se hallan poblados de personajes apenas entrevistos, mostrados a través de difuminados jirones de recuerdos, con más zonas de sombra que destellos porque, como dice el propio Salter, escribir de alguien con detalle es destruirlo, agotarlo. Pero esos meros apuntes externos sobre los personajes, esa superficie supuestamente detenida es sólo en apariencia de una soberana placidez pues descubrimos, enseguida, que ese lago en perfecta calma es en realidad -como señala el también escritor Rodrigo Fresán- mucho más profundo de lo que en principio pensábamos.

Y como digo, las historias, los argumentos de los cuentos son casi irrelevantes. Por ejemplo, en el primer cuento del libro, Cometa, Phil, recientemente casado con Adele, rememora en el curso de una cena con amigos y casi a regañadientes su primera separación matrimonial, cuando abandonó a su mujer y huyó con la joven profesora de sus hijos. Pero sólo leyendo el cuento se puede trascender lo trivial de la anécdota, sólo acompañando a Phil tras la cena al porche exterior de su casa, observando a su lado el paso del cometa, sintiendo con él sus emociones más íntimas: Lo había hecho todo mal, se daba cuenta, mal y a destiempo, había echado a pique su vida, sólo así se puede disfrutar de la intensidad de un relato formidable.

O en otro de los relatos, Palm Court, en el que el reencuentro, veinte años más tarde, de dos antiguos amantes, Arthur y Noreen, revela la imposibilidad de reconstruir nuestros sueños rotos, lo terrible de unas vidas condenadas a la desesperanza y la infelicidad. Cuenta Arthur tras el fracaso de la imposible cita: Pensó en el amor que había llenado la gran habitación central de su vida y en que no volvería a conocer a nadie como ella. No supo qué le embargaba, pero en medio de la calle se echó a llorar.

Y esa idea de que lo importante ocurre por debajo, más allá de la anécdota relatada se manifiesta en el último cuento del libro, que le da título, La última noche, en el que Walter y su mujer, Marit, aquejada de una grave enfermedad en su fase terminal, deciden que sea él el que facilite el tránsito de su esposa para evitarle el dolor y el deterioro, en una ceremonia a la que asistirá como invitada una amiga de ambos, con un desenlace sorprendente por lo inesperado. Pero la trama es sólo una excusa, una excelente y bien narrada excusa, para rememorar su vida juntos, el sentido de sus existencias, sus dudas, sus temores, las traiciones, el miedo a la muerte, los estragos del tiempo y tantos otros temas que aparecen apuntados, tenuemente sugeridos, casi ocultos, apenas atisbados en una frase, un adjetivo, un retazo de conversación, un gesto, un esbozo de descripción.

Voy a leeros un fragmento muy breve de este último cuento para que, de un modo imperfecto, claro, pero espero que evocador, podáis haceros una idea de la atmósfera del libro. Tras él y como despedida hasta el miércoles próximo, una canción que habla también de soledades, de miedos, Marlene on the wall, de Suzanne Vega. Pasad una buena semana. Adiós.

Él apenas respiraba. Esperó, pero ella no dijo nada más. Casi sin dar crédito a lo que estaba haciendo, introdujo la aguja -no costó nada- y procedió a inyectar el contenido de la jeringuilla. La oyó suspirar. Tenía los ojos cerrados cuando se tumbó con expresión apacible. Había subido a bordo. Dios mío, pensó él. Dios mío. La habia conocido cuando ella tenía veintipocos años, las piernas largas y el alma inocente. Ahora la había deslizado bajo el flujo del tiempo, como en un sepelio marino. Su mano aún estaba caliente. Se la llevó a los labios. Luego subió la colcha para taparle las piernas. La casa estaba increíblemente serena. El silencio se había adueñado de ella, el silencio de un acto fatídico. No oyó que soplara viento. Bajo lentamente la escalera. Le sobrevino una sensación de alivio, de tremendo alivio y tristeza. Fuera, las monumentales nubes azules llenaban la noche. Se quedó allí de pie unos minutos…



3 comentarios:

Anónimo dijo...

A estas horas de un sábado de copas encuentro esta entrada. En fin... ¿Qué decir de este libro y de este autor? Sobre todo, de este libro. Leedlo, regaladlo, prestadlo!!!

Y sí, me encantan estos cuentos o relatos o lo que sean...

Y no, no creo que Arthur 'llorara' la imposibilidad de 'reconstruir' sueños rotos. Para nada, no creo que sintiera eso.

Y no sé si lo importante ocurre debajo o encima de la anécdota, o si la prosa es 'espartana' o no. A mí, todo lo que cuenta y cómo lo cuenta me emociona. Tanto, que lo he leído muchísimas veces. En orden lineal, alterado, buscado, al azar... estableciendo paralelismos (quién no ha tenido un amor que ha ocupado la habitación central...?, queriendo vivir esas historias, soñando a nuestro amante de tal manera... Ayyyy!!!

En fin, me encanta esta recomendación.

Anónimo dijo...

Para anónimo de copas

Ese amor permanece en el lugar central de la habitación mientras lleva la MASCARA.Luego la pierde y es cuando defrauda porque vemos su verdadero rostro.Se cae la venda de nuestros ojos y se convierte en una despreciable MOTA de polvo

Anónimo dijo...

Nuevamente, disiento.
Es normal, cada uno vivimos nuestras lecturas directas del texto, o de los comentarios (lecturas diferidas y, por tanto, ya filtradas por otra persona)de diferente manera. Y bueno, a veces abren interpretaciones ni siquiera percibidas... enriquecedoras...

Pero no es el caso.
Además, no es el amor el que ocupa el lugar central de la habitación... Es todo él el que ha ocupado la 'habitación central' de una vida, de la de Arthur...

Todo, insisto, desde mi 'parecer'...