ADOLFO GARCÍA ORTEGA. EL MAPA DE LA VIDA
Hola, buenos días. En estas fechas de recuerdos amargos, en los que la evocación, presente en todos los medios de comunicación, de los trágicos acontecimientos de los que hace unos días se cumplieron ocho años se hace presente por doquier, yo he querido también sumarme a esa triste mirada sobre el atentado del once de marzo recomendándoos un libro, una magnífica novela, que tiene como núcleo central de su trama el brutal y salvaje asesinato múltiple que destrozó Madrid y conmovió a España entera y hasta al mundo en 2004. Empiezan a surgir ahora, estos últimos años, como ocurriera en la literatura norteamericana tras su infausto once de septiembre, algunos libros, no sólo documentales o históricos o ensayísticos o de investigación, sino de ficción, novelas, en los que la presencia del impactante suceso ocupa un lugar destacado; libros, incluso, cuya propuesta literaria se construye íntegramente en torno a dichos hechos y a sus repercusiones sobre las vidas de los personajes de las correspondientes narraciones literarias. Así ocurre, de modo muy relevante, en El mapa de la vida, una novela publicada por el vallisoletano Adolfo García Ortega, que ha visto la luz en la editorial Seix Barral en septiembre de 2009.
Dejadme hacer, antes de comenzar con los comentarios sobre el libro, un breve apunte sobre la enloquecida celeridad con la que se mueve el mercado editorial español. Mi ritmo de lectura no es precisamente lento, al cabo de un año puedo alcanzar una cifra que oscila entre cien y ciento cincuenta libros, de los que hago aproximadamente unas cincuenta reseñas inmediatamente después de las correspondientes lecturas, pero ante un asombroso mecanismo de producción de novedades como es nuestro sector editorial, que ofrece al público 70.000 nuevos títulos cada año, ¿cómo poder mantenerme permanente actualizado, cómo dar cuenta con puntualidad de las obras que me han interesado, cómo no acabar por ser devorado por esa inclemente y enloquecida y febril y disparatada maquinaria? Viene ello a cuento de que aún no he podido -hasta hoy- presentar el libro del que quiero hablaros y ya está en los anaqueles de las librerías una nueva novela de Adolfo García Ortega, de título Pasajero K y también excelente, que, quizá, si hay suerte, podré aconsejaros dentro de un par de años. En fin, aceptemos estas irremediables limitaciones y vayamos ya con mi propuesta de esta semana.
Dejadme hacer, antes de comenzar con los comentarios sobre el libro, un breve apunte sobre la enloquecida celeridad con la que se mueve el mercado editorial español. Mi ritmo de lectura no es precisamente lento, al cabo de un año puedo alcanzar una cifra que oscila entre cien y ciento cincuenta libros, de los que hago aproximadamente unas cincuenta reseñas inmediatamente después de las correspondientes lecturas, pero ante un asombroso mecanismo de producción de novedades como es nuestro sector editorial, que ofrece al público 70.000 nuevos títulos cada año, ¿cómo poder mantenerme permanente actualizado, cómo dar cuenta con puntualidad de las obras que me han interesado, cómo no acabar por ser devorado por esa inclemente y enloquecida y febril y disparatada maquinaria? Viene ello a cuento de que aún no he podido -hasta hoy- presentar el libro del que quiero hablaros y ya está en los anaqueles de las librerías una nueva novela de Adolfo García Ortega, de título Pasajero K y también excelente, que, quizá, si hay suerte, podré aconsejaros dentro de un par de años. En fin, aceptemos estas irremediables limitaciones y vayamos ya con mi propuesta de esta semana.
El mapa de la vida es una novela compleja, que se mueve en muchos planos distintos, con tramas y personajes y momentos históricos y escenarios geográficos y estilos y hasta géneros muy diversos, en una especie de mosaico literario muy rico, muy atractivo, con narraciones que se complementan, con historias interconectadas, con líneas de relato que se expanden en diferentes direcciones hasta conformar un mapa final, el mapa de la vida, una ambiciosa reproducción cartográfica de la existencia humana.
La base argumental de la novela gira sobre la historia de Gabriel y Ada. Ambos, sin conocerse entre sí, resultan heridos de modo grave en los trenes fatídicos. Meses después, los azares de la vida provocan su encuentro (el azar y sus veleidades ocupan un lugar destacado en la novela, lo que pudo ser y no fue, lo improbable finalmente ocurrido, las trampas, los misterios, el destino que nos aporta la fortuna). Gabriel y Ada, heridos, dolientes, marcados por el atentado, se conocen e, inesperada e irremisiblemente, se enamoran y viven una apasionada e intensísima historia de amor, impregnada por la tragedia de la que ambos proceden, renacidos. La peripecia amorosa de los protagonistas se describe en su vertiente más cotidiana y común: los problemas laborales de Gabriel, diseñador de montañas rusas, la relación con su anterior pareja, las investigaciones de Ada sobre el Renacimiento, del que es experta, sus investigaciones sobre Giotto, el divorcio de su marido Santiago, el trato con sus hijos, los amigos, los nuevos proyectos, el día a día, los paseos por Madrid (la ciudad, otro verdadero personaje principal, un Madrid recreado con amor, con su globalizada complejidad, con su desbordante fluir de gentes, en una celebración de su carácter mestizo, de territorio acogedor). Pero hay también una dimensión espiritual, podríamos llamar, menos realista, más metafísica: Gabriel es un ángel que sobrevuela las vidas, la propia y las ajenas, y penetra en los pensamientos y conoce las causas y prevé los efectos y adivina lo que ocurrirá o lo que nunca llegó a producirse. Y su condición angélica, que Ada conoce desde casi el principio de su relación, permea la novela con naturalidad, de modo que la fantasía de García Ortega, muy útil para transmitirnos sus preocupaciones, su visión del mundo, se integra en el relato sin distorsionarlo.
Y ese giro estilístico, que quizá podréis considerar forzado, no es el único, pues en la narración aparecen otras figuras etéreas, a medio camino de lo real y lo angélico, como Sayyd, el ángel malo, el terrorista ‘durmiente’, un médico egipcio que reside en España y que bajo su apariencia de normalidad encubre a un rígido islamista, de una feroz irracionalidad, dispuesto a la muerte en nombre de su causa santa y que sirve a Adolfo García Ortega para mostrar los entresijos de la mente irracional del terrorista fanatizado.
Pero no es sólo este juego novedoso y atrevido entre la descripción realista y las derivaciones más o menos filosóficas la única singularidad de la novela. Como os digo, hay en ella muchas subtramas e historias paralelas de enorme interés en sí mismas y de una gran eficacia en la construcción de la obra. La descarnada y terrible descripción de las torturas sufridas por un preso de Guantánamo; la narración, ambientada en la Florencia del siglo XIV, de la construcción del campanile de la ciudad toscana, una metáfora, la elevación de la torre, de los tantas veces absurdos propósitos humanos; el relato del sueño que el pintor Giotto concibe de un artilugio que le permitiera volar, otra metáfora de la búsqueda de lo imposible; la historia de la joven Miriam, casada con el viejo Josef, que se dirige a Belén para tener a su hijo, un relato lleno de evocaciones conocidas, pero con sutiles y llamativas diferencias en relación a la historia convencional; y, sobre todo, intercalada en distintos momentos del texto, la presencia de las víctimas del atentado, sus vidas, sus deseos, sus aspiraciones, sus proyectos frustrados, sus anhelos, sus expectativas, sus dolorosas e inesperadas e inexplicables muertes.
Os recomiendo vivamente este El mapa de la vida de Adolfo García Ortega que publica Seix Barral; es, ante todo, una formidable novela, que nos atrae e interesa a lo largo de sus casi quinientas cincuenta páginas, pero es también, y ello la hace doblemente atractiva, una muy tierna y emotiva celebración de la vida y del amor, de la esperanza y de la belleza. Como ilustración musical del libro, he buscado una canción preciosa, Moudja, de una cantante árabe, la argelina Souad Massi, para enfatizar así el hecho, por lo demás obvio, de que, salvo algunos terroristas fanáticos, los pueblos árabes cobijan gentes pacíficas, amantes del arte y la cultura y la música y la belleza. Espero que os guste. Hasta la semana que viene.
Un hombre, por primera y única vez, llora de madrugada en una cama ahora vacía; fue una cama que compartió con su mujer y que se le ha hecho demasiado grande e incómoda; llora como lloraba de niño, como ya no pensaba que podría llorar nunca de mayor; llora sin consuelo posible ni resistencia por su parte. No acertaba a saber qué sentía tras la ausencia de su mujer, sólo empezaba a experimentar claros síntomas de una inconmensurable tristeza, la arrasadora desesperación, cuando en medio del insomnio que a veces le ataca por sorpresa (le sucedía que abría los ojos fatalmente después de una hora de sueño profundo y ya no volvía a dormirse en toda la noche) se ha puesto a llorar con amargura. Su mujer hace meses que se ha ido; no aguantaba la vida a su lado; se enamoró de otro; salió de un trauma, casi fallece en una desgracia colectiva y su cuerpo se desgarró para siempre, también su alma. La secuencia de hechos es ésa, está clara.
El mapa de la vida siempre se le aparece como una operación que realizar. Eso fue lo que pasó tras los atentados. Pero él no supo ver nada de eso, siempre con el horizonte estrecho por delante y la incapacidad para dar respuestas emocionales; no la comprendió, no hubo una palabra entre ambos que contuviera la ternura necesaria o el arrepentimiento necesario para iniciar la vida de nuevo, no estuvo a su altura.
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