Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 16 de septiembre de 2015

ROBERTO CASATI. ELOGIO DEL PAPEL

Hola, buenas tardes. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Esta tarde mi propuesta se centra en un ensayo que, contra lo que dicta el prejuicio sobre el género, no incurre en oscuras y tediosas divagaciones abstractas ni en excesos eruditos -pese a que se fundamenta en una sólida base teórica de la que el autor presenta numerosas muestras a lo largo de la obra- sino que, además de aportar infinidad de argumentos para la reflexión y para un debate especialmente pertinente en este siglo de avance imparable de la tecnología (tema subyacente del libro), es un texto apasionante, muy claro y sencillo, que se lee con interés y facilidad constituyendo un vivo ejemplo del “instruir deleitando” horaciano.
 
Elogio del papel, el librito -poco más de doscientas páginas- del italiano Roberto Casati, investigador del prestigioso CNRS (Centro Nacional para la Investigación Científica, en su traducción al español), es la obra a la que me refiero. Publicado este 2015 por la Editorial Ariel en traducción de Jorge Paredes, el libro cuenta con un significativo subtítulo, Contra el colonialismo digital, muy explícito de su planteamiento beligerante y sus intenciones combativas frente a algunos lugares comunes que la ”doctrina” imperante en nuestros días a propósito de la digitalización, la tecnología electrónica y la introducción de los ingenios técnicos en nuestra existencia da por consabidos, aceptados y, lo que es peor, indiscutibles.
 
Debo señalar de entrada que Casati no es un apocalíptico contrario al progreso ni un anacrónico ludita (No soy ludista. No soy alérgico a lo digital en general, señala) que se opone frontalmente a cualquier forma de avance tecnológico, bien al contrario, utilizo -afirma- las nuevas tecnologías con mucha frecuencia, e incluso diría que me resultan indispensables para muchas de mis actividades. Diseño itinerarios académicos a partir de las nuevas tecnologías. Así que no es lo digital ni a las nuevas tecnologías a lo que me opongo. Me opongo al colonialismo digital. Es, pues, esta condición “neutral” del autor, opuesta a una postura sesgada y apriorística de cerrazón ante las innovaciones, una circunstancia que permite valorar con más imparcialidad, al margen de prejuicios y anteojeras intelectuales o ideológicos, la validez de sus tesis. Desde ese punto de partida, exento de condicionantes reduccionistas, Roberto Casati formula su propósito -en el largo fragmento que os ofrezco a continuación- con nitidez y convicción: El colonialismo digital es una ideología que se resume en un principio muy simple, un condicional: “Si puedes, debes”. Si es posible hacer que una cosa o una actividad migren al ámbito digital, entonces debe migrar. Los colonos digitales utilizan los medios para introducir las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestra vida, de la lectura al juego, de la enseñanza al asesoramiento y a la toma de decisiones, de la comunicación a la planificación, de la construcción de objetos al análisis médico. La tesis colonialista es asumida por los colonos que valoran la simplicidad: está absolutamente generalizada, dado que se aplica indistintamente a cualquier objeto o a cualquier actividad. Quien se opone a la colonización digital se encuentra enseguida enmarcado en la categoría de los ludistas, de los destructores de las máquinas, de todos aquellos que no saben vivir en su época. Para los colonos no debería ni siquiera ser objeto de debate. De hecho, al negar una tesis condicional, se adopta necesariamente una posición más frágil, más abierta a la negación. Quien se opone al colonialismo no dice, por tanto, que las cosas o las actividades no digitales no deban experimentar jamás una migración digital: invoca el principio de precaución. Dice únicamente que la migración no es una obligación que derivaría de la simple posibilidad de migrar, sino que debe ir acompañada, porque, por sí sola, tiende a volverse demasiado invasora. No basta con mostrar que un libro electrónico funciona para imponer el libro electrónico como soporte universal de la lectura y del estudio en la escuela. El anticolonialista no es un ludista, ni está en contra de lo digital. Decir que se está en contra de lo digital no tiene, en realidad, ningún sentido; sería como decir que se está en contra de la electricidad. Oponerse al colonialismo es otra cosa, porque el colonialismo es una ideología. Oponerse al colonialismo lingüístico no significa ser enemigo de una lengua. Es posible no tener nada en contra de España y rechazar al mismo tiempo el colonialismo español.
 
Aceptada esta premisa y su rotundo corolario: El colonialismo digital no sólo amenaza nuestros derechos, sino que plantea problemas muy graves de preservación de nuestra integridad como personas capaces de conocer, aprender y desarrollarse, Casati presenta sus tesis en cinco grandes capítulos en torno a los cuales se organiza su Elogio del papel: El triunfo del libro, El libro y la escuela, El mito del nativo digital, El argumento colonialista y el mito del rastro y, por último, Resistir, ser creativo, todos muy “sustanciosos”, inteligentes y estimulantes.
 
En el primero de ellos, y a partir del análisis del cambio de “ecosistema” que la revolución digital supone, Casati sostiene -como hemos visto- que no todo debe mutar y ser objeto de una radical inmersión en el mundo digital; así por ejemplo, hay razones suficientes -y el autor las presenta con convicción en su texto- para admitir la casi absoluta desaparición de la fotografía convencional en beneficio de la digital, pero son también innumerables -y de todas ellas da cuenta el capítulo- las que aconsejan que el voto electrónico no acabe por generalizarse. Y en el mismo sentido, son muchos más -y mucho más importantes- los argumentos que sostendrían la conveniencia y aun la necesidad de la lectura en papel frente a la realizada sobre un soporte electrónico. El aislamiento cognitivo que la lectura sobre un libro supone, cuestión vinculada al esencial problema de la atención -amenazada por las múltiples “tentaciones”, las ingentes posibilidades de distracción que incorporan los dispositivos digitales-; las singulares y difícilmente sustituibles características físicas, ergonómicas y sociales de los libros tradicionales; la linealidad del libro -frente a la seductora hipertextualidad- y la incorporación en él de argumentos “estables”, en unas páginas que se cierran en sí mismas -lo que obliga a precisar la escritura y exige en el lector el examen, el análisis y la comprensión profunda de los pensamientos expuestos; incluso cuestiones aparentemente menores como el peso del libro o el espacio que ocupa, la permanente conciencia en el lector del número de páginas leídas y de las que aún quedan por leer, los movimientos del ojo cuando avanza sobre un documento escrito, las posibilidades de volver atrás en el texto fijando así en la memoria lo que la facilidad de acceso al libro digital deja en el limbo de una consulta ulterior, o el hecho de que el libro no informe al editor -a diferencia de los artilugios técnicos- de los hábitos de lectura, son algunas de las indudables ventajas de la lectura en papel que Casati justifica en este primer apartado con apoyo en muy variadas fuentes: artículos científicos en diversas disciplinas (Historia, Filosofía, Psicología, Neurociencia, Sociología, Tecnología), anuncios publicitarios, abundantes estadísticas...
 
En el capítulo segundo, el autor lleva su “lucha” al territorio de la escuela por entender, con indudable razón, que es en el ámbito educativo donde se dilucida el futuro no sólo de la lectura sino hasta el del ser humano. Ante una generalizada cultura del zapping -con su actualizado correlato, el multitasking- en la que la captación superficial del interés es el único objetivo de quien pretende “comunicar” -oral, visual, iconográficamente- en cualquier dominio de la vida pública, la escuela debe enseñar a leer en profundidad, con pausa y minuciosidad, practicando el análisis y ejerciendo el razonamiento. La inmediatez, la fugacidad, la rapidez, la superficialidad, la vistosidad que los medios electrónicos proporcionan, sin ser desechadas pues encierran determinados valores intrínsecos, deben quedar fuera de la escuela -sostiene Casati- pues el colonialismo digital dominante ya impone tales modos de acercamiento a la realidad en el mundo exterior a la institución escolar. Enseñar a procesar la información y no sólo a recibirla, privilegiar un tiempo y un espacio para la reflexión sosegada y rigurosa, hacer nacer y crecer en los jóvenes el amor por los libros, cultivar el conocimiento sólido, auténtico, más allá de la fascinante atracción -siempre algo engañosa- de iPads y dispositivos similares, son algunas de las funciones que la lectura escolar -en papel y no en pantallas, obviamente- debe inexcusablemente desempeñar, y que aconsejarían una urgente institucionalización -arriesgada e innovadora- de la práctica lectora en el interior de las escuelas e institutos.
 
El mito del nativo digital, el capítulo central y más extenso del libro, es también el que recoge las argumentaciones más atrevidas por contrariar de un modo más tajante las ideas que sobre el tema dominan en la actualidad. Cuestionando con contundencia la ya canónica taxonomía de Mark Prensky, que distinguió en un inaugural artículo de 2001 entre nativos e inmigrantes digitales, Casati niega el núcleo central de dicha separación al señalar que no cabe una frontera rígida -que con frecuencia se ha formulado en términos maximalistas, que hablarían de mutación antropológica- entre ambos mundos, el de quienes han nacido en una realidad dominada por internet y sus múltiples derivaciones y el de quienes, procedentes de generaciones anteriores, se habrían visto -nos habríamos visto- obligados a adaptarse, a “mutar” desde nuestro anacrónico y limitado universo analógico al actual e incuestionable “paraíso” digital. Muy al contrario, el autor señala que tal diferencia es puramente superficial y sólo válida para referirse a una cuestión meramente cronológica -haber nacido antes o después de internet- sin derivaciones cognitivas, intelectuales, antropológicas o pedagógicas trascendentes. La facilidad y la soltura con la que la mayor parte de los así llamados inmigrantes digitales manejamos y nos ponemos al día frente a las cada vez más aceleradas innovaciones técnicas, revelan que nada hay, en esencia, en estos instrumentos, que altere o modifique la inteligencia humana, y que son, en cambio, su machacona omnipresencia, su reiterada utilización, la insensata obligatoriedad de su uso, la recalcitrante persistencia de los hábitos digitales en todos los ámbitos de la vida, las que pueden provocar cambios significativos -y no todos positivos- en nuestras capacidades. Y, en este sentido, vuelve a ser la escuela uno de los espacios privilegiados para plantear el debate acerca de si las aportaciones -sin duda extraordinariamente importantes- del fenómeno digital justifican la monopolística invasión de las tecnologías en todos los ámbitos de nuestra vida. Siendo en este punto en donde, de nuevo, Casati se manifiesta más concluyente y persuasivo en contra de la introducción masiva e indiscriminada en las aulas de ordenadores personales, tabletas y artilugios varios. La enseñanza individualizada, los docentes competentes y motivados, el desarrollo explícito del espíritu crítico, una buena organización de las tareas, entre otros factores, contribuyen de manera más decisiva a la mejora de los resultados escolares que la por otro lado conveniente -si es moderada y bien planificada- incorporación del ordenador, los móviles, y el resto de aplicaciones y dispositivos electrónicos, al desarrollo de las clases (algo que el propio autor hace, utilizando el correo electrónico, los cursos MOOC, el uso inteligente y crítico de la Wikipedia en su experiencia docente; una prueba más de la ausencia de reduccionismos fundamentalistas en su propuesta).
 
Y en este mismo ámbito, son categóricas, convincentes y muy bien fundamentadas sus objeciones frente al auge de la multitarea, el célebre multitasking. Utilizando un ejemplo elemental, pero muy esclarecedor, el de la tarta Sacher, Casati presenta un demoledor balance entre pros y contras que lleva consigo el abuso tecnológico en nuestra cotidianeidad y, sobre todo, en nuestra formación. Asentada la idea de que la tecnología digital no supone el amanecer de una nueva especie o de una nueva forma de inteligencia, y probada también -hay numerosos y solventes estudios sobre el tema- la tesis de que el magnetismo cognitivo de las pantallas y de los dispositivos electrónicos no constituye una forma de “esclavitud” equiparable a la dependencia del alcohol y los estupefacientes, similar a la que ya se achaca al consumo de videojuegos, el cual parece acaparar todo el tiempo libre de los adolescentes y hacer disminuir el tiempo dedicado a otras actividades, el filósofo se plantea el porqué de la fascinación que ejercen las pantallas, por ver si habría que dejarse llevar o combatir o siquiera tolerar esos efectos de encantamiento digital y las supuestas ventajas que conllevaría la dispersión a la que inducen. Merece la pena transcribir íntegra la ejemplar respuesta del autor: Si quieres que tus hijos se coman la ensalada, lo último que debes hacer es servirla después de cuatro porciones de tarta Sacher, o ponerla en la mesa rodeada de cuatro raciones apetitosas; en ese contexto, decirle a los niños “cómete la ensalada” o “es importante que te comas la ensalada porque es buena para la salud” no sirve de nada y entra en contradicción con esa presentación absurda (por el design alimentario).
No somos nativos Sacher y no somos dependientes de la Sacher. Simplemente sucede que nuestra especie ha evolucionado en un entorno pobre en azúcares y grasas y que nuestro organismo conserva la huella de esa antigua escasez, la cual se manifiesta en su predilección por los bombones, los fritos y la tarta Sacher. Por esa razón, cada vez que tenemos que elegir entre ensalada o tarta Sacher tenemos que luchar contra la Sacher y no contra la ensalada. (Pensemos hasta qué punto sería absurdo decir: “Haz un régimen estricto: renuncia a la ensalada y come sólo dulces”). No existen nuevas formas de inteligencia; no hay nuevas oleadas de drogadictos o alcohólicos electrónicos, sino únicamente individuos perfectamente normales enfrentados a decisiones absolutamente condicionadas por la forma en que se presentan las alternativas, por ejemplo entre un texto un poco arduo y el enésimo vídeo de un gato que pinta.
En el modelo de la tarta Sacher, los supuestos “nativos digitales” son puestos de nuevo en su sitio: lejos de ser portadores de nuevos beneficios cognitivos cautivadores, manifiestan en realidad una involución hacia las formas de cognición presimbólicas, en las cuales el esfuerzo cognitivo se delega en la máquina puesta en marcha para operaciones sencillas e “intuitivas” (separar los dedos para ampliar una foto, mirar pasivamente un vídeo, etc.).
He insistido en decir “cada vez”: dado que no se trata de una adicción a la tarta Sacher y que no hay un síndrome de abstinencia de la tarta Sacher (...), el problema se plantea cada vez que nos enfrentamos a la alternativa “Sacher o ensalada”. Dicho de otro modo, no se plantea de manera abstracta, sino en un contexto determinado. Esto sugiere la solución del problema: basta con no plantear una alternativa entre lo que queremos que coman o lean nuestros hijos y lo que la evolución ha hecho que su organismo prefiera (grasas, azúcares e imágenes coloridas en movimiento): Hay que trabajar sobre el contexto, sobre el design de la situación en el interior de la cual se presenta la lectura.
 
En fin, y sin tiempo ya para demorarme demasiado, en el penúltimo capítulo se analizan los riesgos del -sobre todo en relación a los cada vez más repetidos cantos en pro de la excelencia del voto electrónico- casi imborrable rastro que deja nuestro paso en redes sociales, plataformas digitales y, en general, “territorios” de internet, caracterizados por una “trazabilidad”, una transparencia y una desmaterialización absolutas que -paradójicamente, pues internet se presenta como el reino de la libertad más radical- impondrían límites en el libre ejercicio la voluntad, singularmente en relación al sufragio activo. Por último, en el capítulo postrero, Resistir siendo creativo, Casati aporta numerosas pruebas -singularmente el arriba mencionado uso crítico de la Wikipedia, pero también las tutorías a distancia por sms, el reciclaje de los blogs para contribuir al aprendizaje, la limitación del uso de dispositivos en las clases, la desactivación transitoria de las conexiones a internet en la escuela, la creación en ella de espacios de silencio y concentración, la libertad concedida a los niños en los centros para interrumpir en cualquier momento cualquier actividad para leer, el préstamo masivo de libros, la lectura en alta voz en tiempo lectivo, las búsquedas que alteren los sistemas de recomendaciones de Google y otros buscadores, la utilización de estrategias de consulta en la red elegidas al azar, confundiendo así nuestras huellas digitales, la desactivación de las opciones por defecto, que recomiendan una y otra vez las mismas páginas, reduciendo efectivamente nuestra capacidad de elegir, y tantas otras- para potenciar la lectura, utilizar convenientemente, de manera inteligente y fecunda, este tipo de tecnologías que propenden al colonialismo fuertemente invasivo y oponerse así a su poderoso y devorador influjo.
 
Como correlato musical amable al discurso de Roberto Casati -y como irónica muestra, también, de la fuerte penetración de la tecnología en todos los ámbitos- os dejo una canción de Juan Luis Guerra, Mi PC, repleta de referencias al mundo digital.


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