Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 28 de octubre de 2015

EDGAR LEE MASTERS. ANTOLOGÍA DE SPOON RIVER

Hola, buenas tardes. Un miércoles más, como todas las semanas, sale a vuestro encuentro Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad. La obra que quiero proponeros esta tarde viene a nuestra sección por una doble razón de oportunidad. En primer lugar porque este 2015 se han cumplido cien años de su publicación originaria y avanzado ya como está el año no quería que llegara a su fin sin su recordatorio y mi entusiasta propuesta de su lectura. Por otro lado, y siendo los “habitantes” de un cementerio los por así decirlo protagonistas del libro, la próxima celebración del Día de difuntos supone una excusa más que oportuna para vincular la obra a estas fechas.
 
Mi sugerencia de esta tarde es, quizá algunos de vosotros habéis podido intuirlo, Antología de Spoon River, la obra maestra, el clásico indiscutible de Edgar Lee Masters. De entre las distintas ediciones que han visto la luz en España, yo he manejado dos: una, más clásica y “ortodoxa”, que publicó en 1993, primero, y en sucesivas ediciones revisadas después, en 2004 y 2007, la editorial Cátedra, en una muy documentada presentación, con cincuenta páginas de análisis introductorio, una completa bibliografía y numerosas, ilustrativas e imprescindibles notas del profesor, novelista, poeta y ensayista Jesús López Pacheco, que fue responsable también de la traducción, conjuntamente con su hijo Fabio L. Lázaro; y una segunda, más reciente -en todos los sentidos también más “actual”-, que presentó en 2012 la editorial Bartleby con traducción, prólogo y notas de Jaime Priede. Cualquiera de ellas es altamente recomendable, aunque “mi” Spoon River será siempre, inevitablemente, el primero de los libros citados, por ser el que leí inicialmente; aun admitiendo que algunas de las opciones elegidas en la traducción de Jaime Priede “suenan” más frescas, más fluidas, más “naturales” a nuestros oídos. Os aconsejo también, y encarecidamente, la lectura de los mencionados estudios preliminares de López Pacheco y Priede, respectivamente; proporcionan infinidad de claves que contribuyen a la mejor inteligibilidad y por consiguiente al mayor disfrute del texto, sitúan en su tiempo al autor y su obra de una manera muy conveniente y oportuna para el lector y aportan mucha otra información valiosa para conocer los antecedentes y las repercusiones del ya entonces exitoso y hoy universalmente conocido libro. Una versión abreviada del prólogo de Jaime Priede para la edición de Bartleby, presentada con el título de Murmullos de Spoon River en un artículo en la asturiana revista El Cuaderno, incluida en un número de la segunda quincena de noviembre de 2012, aparece al término de esta reseña como complemento a mis palabras. Igualmente, y cerrando esta introducción, aunque en otro plano mucho más modesto, me permito sugeriros la escucha de un par de emisiones de mi otro programa en Radio Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes. En las ediciones de los dos últimos lunes, que podéis escuchar íntegras en el blog del programa, se presentan una veintena de los más de doscientos cincuenta poemas que integran esta Antología de Spoon River de la que ahora quiero hablaros con fervor.
 
Y es que, en efecto, el libro que os presento es un poemario, un tanto singular, muy cercano a la prosa -el verso libre, el léxico, que oscila desde el coloquial al forense, desde el romántico al científico- pero, en definitiva, un conjunto de poemas (y no una antología en sentido estricto, como luego veremos, pese a la aparente obviedad de su título). Edgar Lee Masters da voz, en su recopilación, a cerca de doscientos cincuenta personajes, todos ellos, menos uno, originarios de Spoon River, un pueblo ficticio, fruto de la libre creación de su autor, aun cuando sus coordenadas imaginarias lo vinculen a la realidad del poeta, que vivió su adolescencia en Illinois, en un pueblo llamado Lewiston, bañado por el río Spoon. Quienes hablan son hombres y mujeres que ya han fallecido y permanecen enterrados en el cementerio local, en La colina, The hill, que da título al primer poema de la serie. En realidad, lo que leemos en el libro son los epitafios de estos ciudadanos, el texto -el breve texto- que figura en sus lápidas mortuorias y en el que los hablantes se presentan, muestran aspectos significativos de su existencia, desvelan secretos que habían permanecido ocultos, se rebelan contra la visión convencional o consabida de sus personalidades, confiesan sus miserias o las de sus conciudadanos, acusan o se vengan de manera póstuma de quienes les han dañado o perjudicado en vida, gritan, suspiran, protestan, ironizan, se indignan, dialogan entre sí, insultan, denuncian, profieren alegatos o refutan lo que consideran enfoques subjetivos y parciales de sus vecinos. Escuchamos, pues, las voces de los muertos dirigidas a nosotros, los aún vivos, y al resto de los pobladores de Spoon River, y en ellas, en la libertad que deriva de lo inexorable de su acabada condición, detectamos los diversos registros de la inteligencia, la sentimentalidad y la emoción humanas, lo que convierte a Antología de Spoon River en un microcosmos -y ese, el llamémosle metafísico, es uno de sus más fecundos niveles de lectura, y quizá el mayor de sus destacados logros- que refleja la esencia de la naturaleza humana: la rabia, el sarcasmo, la ternura, la pesadumbre, el lamento, la amargura, el amor, la desesperación, la nostalgia, el dolor, la esperanza, la impotencia, la melancolía, la denuncia, el odio, los celos, la tristeza...
 
Edgar Lee Masters fue un abogado laboralista en Chicago -los principales detalles de su vida y su obra pueden ser leídos, como he dicho, en los prólogos de las dos ediciones españolas referidas- que en su experiencia profesional había conocido muchos casos conflictivos que llegaron a los tribunales y que le pusieron en contacto con todo tipo de gentes, tanto individuos sencillos, del común, como prebostes y potentados cuyos privilegios se sustentaban sobre el sufrimiento de la mayor parte de sus conciudadanos. Muchos de ellos aparecerán luego en sus poemas, publicados por entregas en la prensa antes de acabar “antologizados” en un libro. Además, las frecuentes remembranzas que de su pasado en Lewiston hacía con su anciana madre le proporcionaban también “material” para su obra, con historias e individuos que, convenientemente modificados, pasaban a poblar su lírico camposanto. Masters era también frecuentador del cementerio de su pueblo y de los de los alrededores y allí -y en los documentos oficiales del estado de Illinois, que también manejaba- encontraba extraños nombres y datos singulares de las biografías en las lápidas de los muertos, que también eran alterados o combinados para dotar luego de “realismo” a las vidas de sus protagonistas. Con todos estos referentes, Lee Masters conforma un fresco de ese pueblo inventado que está ya entre las grandes creaciones de territorios ficticios de la historia de la literatura: el Macondo de García Márquez, el Comala de Juan Rulfo, el Yoknapatawpha de Faulkner, la Santa María de Onetti o, por qué no, la Mágina de nuestro Muñoz Molina, entre otros.
 
Los poemas, que se leen como una novela, con sus interrelaciones, las historias que se imbrican y se completan, sus personajes reiterados, que se citan en distintos epitafios precisando y enriqueciendo el perfil de los difuntos, encuentran su inspiración en la Antología griega, más exactamente la Antología Palatina, pues Masters, como hace notar el profesor López Pacheco en su estudio, contaba con una sólida formación en lenguas clásicas y conocía bien los epigramas que la conformaban. Rebosantes de humanidad -en sus vertientes más positivas y también en las más acerbas-, como se ha dicho, los poemas son excelentes y, en consonancia con esa tradición clásica, la mayor parte de ellos giran en torno al tópico literario del Ubi sunt, junto a algunos otros motivos en los que quiero detenerme antes de despedir mi comentario.
 
Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere, ¿dónde están los que en el mundo, antes de nosotros, han sido?, ¿dónde ha quedado la vida que rebosaban, su alegría y sus placeres, sus afanes y sus deseos, sus preocupaciones y su ilusión? ¿De qué ha servido tanto esfuerzo, tanta dedicación, tanto ahínco, tanta voluntad, borrados todos, irremediablemente, por la guadaña igualatoria de la muerte? Este tema medieval, con honda raigambre en el mundo latino, que aparecerá también en nuestro ámbito en las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, es una de las claves de la Antología de Spoon River, pues detrás de la mayor parte de los parlamentos de las almas difuntas subyace la reflexión -a veces no formulada como tal sino tan sólo presente como emoción entre líneas, escondida en el tono triste de las palabras del muerto- acerca de la inutilidad de la vida, de la fugacidad de nuestro paso por el mundo, del inexorable transcurso del tiempo, de lo superfluo de nuestros anhelos y pretensiones, de la inevitable soberanía de la muerte que a todos nos iguala, ricos y pobres, desdichados y favorecidos por la fortuna, seres anónimos o individuos que dejan un fulgurante rastro en su existencia terrenal. Este “lugar común” aparece con diversos matices, en formulaciones variadas, con acentos distintos según las diferentes disertaciones de los hablantes: la irrisoria ridiculez de la hueca retórica, de las falsas crónicas de las lápidas, la imposibilidad de vencer al ogro monstruoso de la vida, el profundo desconocimiento de lo que hacen los vientos y las fuerzas invisibles que rigen la vida, el amargo reproche a Dios por haber creado un sol para al día siguiente tener gusanos deslizándose por entre sus dedos, la despreocupada ligereza con la que vivimos nuestro tiempo y de la que sólo cabe lamentarse cuando la muerte nos alcanza (Ahora lo sé), y tantos otros ejemplos.
 
Pero junto a este motivo clásico, que conforma lo que he llamado hace unas líneas la vertiente metafísica del libro, aparecen otros destacados que se desenvuelven en planos más “realistas”. Antología de Spoon River es también una furibunda denuncia de la corrupción del poder, de la venalidad de los políticos, del clasismo y la injusticia de quienes mandan, personificados en la figura de Thomas Rhodes, el máximo emblema de las fuerzas vivas locales en el poemario -aludido en sus palabras por muchos de sus conciudadanos y responsable él mismo de un cínico parlamento-, pero también la huella de la injusticia, los abusos, los privilegios y los atropellos, puede verse en abogados inmorales, presidentes de bancos ávidos de dinero, pastores de la Iglesia, reverendos y predicadores, a cual más fariseo, miembros de asociaciones reaccionarias (El Club de la Pureza Social), directores de periódicos, propietarios de fábricas y millonarios, alcaldes y jueces federales, funcionarios comprados, receptores de sobornos, evasores de impuestos, perpetradores de injusticias, capitostes de toda condición, los que ganamos y atesoramos el oro. Contra todos ellos escribe también su libro Edgar Lee Masters, que opta por el bando de los desfavorecidos, de los desheredados, de los fracasados, de los simples, de los perdedores, de los humildes, en otra de sus dimensiones notables, la política y social, que emparenta su obra a la de Walt Whitman o a la del Steinbeck de Las uvas de la ira, con las que mantiene muy claras concomitancias.
 
Y está también el enfoque histórico, pues en muchos de los versos se nos da cuenta de episodios emblemáticos de la corta vida de Estados Unidos: la guerra de la Independencia, la de Secesión, sus distintos presidentes, singularmente Abraham Lincoln, los ideales románticos de libertad, la defensa de la igualdad y los valores democráticos, la aspiración algo ilusoria de la felicidad, todos esos referentes de lo mejor de la cultura y la tradición liberal estadounidense. Y no debe olvidarse, y ya el tiempo me impide desarrollar más mis criterios, la faceta sociológica, pues el Spoon River de Masters es fotografía fiel de un pueblo cualquiera -y de ahí su añadido valor universal- de la Norteamérica rural de principios del siglo XX.
 
En fin, leed y disfrutad de los poemas de la Antología de Spoon River, una obra maestra de la literatura universal que he querido traer a Todos los libros un libro cuando se acaba este 2015 en el que se cumple el centenario de su publicación. Os dejo con una interpretación musical en italiano de The hill, el primer poema del libro. La Antología de Spoon River ha tenido desde hace años una magnífica recepción en Italia, con traducciones desde los primeros años cuarenta. La collina suena ahora en la voz de Fabrizio de André.
 
Murmullos de Spoon River. Jaime Priede

En la primavera del año 1914 aparece el embrión de este libro en una revista literaria de San Luis, Misuri. El nuevo Congreso empezaba a lanzar las leyes de la New Freedom. Eran tiempos propicios para la ciencia avanzada y una renacida libertad moral se expandía por las principales ciudades. Edgar Lee Masters, un conocido abogado laboralista local, se implicaba activamente en la lucha por esas nuevas libertades. Por encargo de su sindicato, defendía diariamente ante el tribunal a las camareras en huelga, procesadas por reclamar en sus hoteles y restaurantes el derecho a un día libre semanal. Un fin de semana de esa misma primavera había recibido la visita de su madre. Dieron largos paseos alzando la vista al endeble andamiaje que se perdía en las alturas mientras evocaban las pequeñas cosas de un pueblo con olor a establo llamado Lewistown. "Era domingo y tras dejarla en el tren de la Calle 53, volví andando a casa intensa, extrañamente pensativo. La campana de la iglesia estaba tocando, pero la primavera flotaba en el aire. Fui a mi cuarto e inmediatamente escribí La colina y dos o tres de los poemas de Spoon River Anthology.

La primera edición en libro de Spoon River Anthology tiene lugar en Nueva York, un año después, en 1915. En 1940 iba ya por las setenta ediciones. Ha sido traducido a una veintena de lenguas y se han hecho versiones en teatro y ópera. Spoon River Antologhy ha sido, hasta el momento, el único libro de poesía que ha alcanzado la categoría de bestseller en Estados Unidos. Su autor logró situarse en la pole del ranking literario, pasando a la historia como una de las figuras centrales del movimiento llamado renacimiento de Chicago. Poco después se lo reconocería también como pionero de la revolt from the village, que pronto se extendería a la narrativa.

De todos modos, Edgar Lee Masters confiesa en su autobiografía no saber muy bien lo que estaba haciendo cuando escribió este libro. Lo que hacía, probablemente, era divertirse, sin mayores ambiciones. Inventaba personajes a partir de los nombres que leía en las lápidas de los cementerios; elaboraba luego monólogos de esos personajes desde el más allá que ajustaban cuentas y decían lo que no resultaba políticamente correcto decir en vida; jugaba entonces con diferentes registros de voces… Sin proponérselo, animado por el resultado, poco a poco va dando forma al retrato de una sociedad rural, la suya, en el que no escatima detalles y resonancias que adviertan de su corrupción y su doble código moral. Masters disfrutó inventándose un microcosmos que se ajustaba como un guante a la realidad de las cerradas comunidades campesinas de su entorno. Sin embargo, la utilización del verso libre, las acusaciones de prosaísmo, de vulgaridad, de obsesión por los temas sexuales y de inmoralidad general no se lo pusieron fácil a un libro que, a pesar de ello, supo beneficiarse del escándalo como factor publicitario entre la sociedad puritana de su tiempo. Masters se las sabía todas por entonces. Pasaba ya de los cuarenta y tenía una amplia experiencia laboral como abogado a pie de calle.

Para lograr una mayor libertad de acción y con ella una mayor eficacia de su realismo, Masters se inventa una población con unas coordinadas verificables. Traza la cartografía de una comunidad inspirada en la mezcla de dos poblaciones situadas al sureste de Chicago, ya en la zona de las grandes praderas. Pasó su infancia en Petersburg, a orillas del río Sangamon, y su adolescencia en Lewistown, cuarenta millas más al norte, cerca del río Spoon. En ellas, todo el mundo conoce a todo el mundo. Todos saben de las ramificaciones ocultas de las familias, de las oscuras relaciones sentimentales, de los éxitos y fracasos que la fortuna reparte sin miramientos por cada granja. Ambas aparecen fusionadas en una sola comunidad, y tal fusión provoca una especie de estrabismo que resulta caricaturesco, divertido y a la vez profundamente crítico. No obstante, su ficticia selección de voces admite una lectura de mayor alcance. Su particular microcosmos acaba por reflejar la realidad social de un país entero.

Spoon River Anthology comienza con un plano general de «La Colina» y continúa con un travelling de primeros planos resueltos en forma de flashback. Este primer poema recrea el tópico ubi sunt, pregunta retórica a la que Masters da respuesta a través de una segunda voz que le hace perder al tópico su vocación ascética para situarse en un contexto más terrenal, alejado de la perspectiva clásica. Extrae los nombres de distintos cementerios de la zona, combinando nombres de pila de unos con apellidos de otros, sirviéndose también de los archivos del estado de Illinois, utilizando en algún caso nombres reales y nombres de personajes históricos con ligeras variaciones en el apellido. Este sistema combinatorio no obedece a ningún plan previo, lo que hace el abogado es improvisar, dar rienda suelta a la imaginación con las cosas que se va encontrando en las lápidas.

Edgar Lee Masters, como deja de manifiesto en Spoon River Anthology, siempre sintió simpatía por los hombres y las mujeres que se complican la vida, que suben tan pronto como bajan, que mantienen entre sí relaciones destructivas, víctimas de sus propias ambiciones, deseos e impulsos. Incluyéndose a sí mismo en el último epitafio, ellos son los protagonistas del libro de poesía más leído de todos los tiempos en Estados Unidos.

Spoon River Anthology: cada uno ve la vida a su manera. Y a eso es a lo que llamamos vida.

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