Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 20 de enero de 2016

JAMES MATTHEWS. VOCES DE LA TRINCHERA

Hola, buenas tardes. Sed bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad desde el que cada miércoles os ofrecemos una recomendación de lectura que siempre escogemos con criterios de interés y calidad. Hoy continuamos con la breve serie que lleva ocupándonos todo el mes de enero y cuyo desencadenante fue la pasada festividad de Reyes y la inveterada tradición a ella asociada de la escritura de cartas a sus Majestades de Oriente. Es, pues, el género epistolar, un miércoles más, y con esa leve excusa de las cartas infantiles a los Magos, el protagonista de nuestra sección con un tercer libro centrado en el universo de la correspondencia, tras Postdata de Simon Garfield y Cartas memorables de Shaun Usher, de los que os hablé en las dos primeras entregas del ciclo. Se trata en esta ocasión de Voces de la trinchera, una conmovedora recopilación de cartas escritas desde el frente en la guerra civil española, seleccionadas, estudiadas y presentadas con un sustancioso análisis introductorio por el joven historiador británico James Matthews. El libro, con un entusiasta prólogo del ejemplar profesor José Álvarez Junco, que recién jubilado de su cátedra de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales en la Complutense aún sigue ejerciendo su magisterio en periódicos, revistas, seminarios y publicaciones varias, vio la luz en Alianza Editorial el pasado 2015.
 
James Matthews es un doctor en Historia de España por la Universidad de Oxford interesado en su carrera profesional en la investigación de nuestra guerra, a la que se ha acercado desde ángulos inusuales o no demasiado frecuentados, de los que son buena muestra tanto su anterior libro, espléndido como el que ahora os presento, Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la guerra civil 1936-1939, que también ofreció hace un par de años la propia Alianza Editorial, como este Voces de la trinchera de subtítulo muy descriptivo: Cartas de combatientes republicanos en la guerra civil española.
 
Debe señalarse, de entrada, que la recopilación de cartas que Matthews presenta es forzosamente limitada y parcial, escasa y muy restrictiva, pese a lo cual resulta extraordinariamente elocuente y reveladora, valiosa y representativa. Por razones obvias no resulta fácil contar con un corpus extenso y sistematizado que permita el estudio ordenado y coherente de la correspondencia -de doble sentido- entre combatientes en el frente y familiares y amigos en la retaguardia, no solo en la guerra española sino en casi ninguna otra contienda (aunque sí hay estimables y significativas colecciones de cartas de los militares franceses en la primera guerra mundial o de los soldados indios luchando en los ejércitos británicos en la segunda).
 
Las cartas desde el frente se pierden en la intimidad y el recuerdo silencioso de las familias -que destruyeron muchas, en el caso de los perdedores republicanos, a los que se ciñe el estudio, para evitar posibles ulteriores represalias- y solo reaparecen, con cuentagotas, a partir de hallazgos personales de hijos o nietos que las rescatan de baúles desvencijados, de desvanes polvorientos, de arrumbadas pilas de apolillados documentos, de cajones desportillados. Del mismo modo, las recibidas por los soldados y que sirvieron para sostener su ánimo en las trincheras ante los espantos bélicos mueren muchas veces con ellos y solo excepciones aisladas sobreviven a la devastadora destrucción de los combates, recuperadas entre miembros destrozados o cadáveres en descomposición. Tal dificultad se hace, además, especialmente acusada en el caso de la guerra de España, pues a las causas mencionadas se añade la deficiente escolarización de una población que a finales de los años treinta del pasado siglo presentaba aún elevadas tasas de analfabetismo.
 
La primera restricción del libro es, pues, el inevitablemente reducido universo de misivas que maneja, un universo que se circunscribe a un no demasiado importante contingente -numerosos centenares, confiesa el autor (cuando solo en septiembre de 1937 las Estafetas republicanas del Ejército del Centro, el más nutrido, registraron el envío de casi 3,2 millones de cartas y el recibo de más de 2,9 millones)- de extractos de cartas -casi nunca íntegras- custodiados actualmente en distintos archivos civiles y militares.
 
Además -nuevas limitaciones-, se trata exclusivamente de cartas de soldados republicanos del Ejército de Andalucía, y escritas en el corto segmento de tiempo comprendido entre julio de 1938 y marzo de 1939 (con el frente del sur casi inactivo en esas fechas). Todas ellas fueron objeto de censura por los servicios especializados del Correo de Campaña del Ejército Popular, que impidieron su libre circulación y cuyos miembros transcribieron a máquina en documentos oficiales (causa última de que hayan llegado hasta nosotros, incautadas, catalogadas y conservadas luego en los archivos franquistas, singularmente en el Archivo General Militar de Ávila) aquellos fragmentos de los textos originales que al juicio siempre algo paranoico de los estrictos censores pudieran contener información sensible para los intereses republicanos, bien porque comprometieran el buen fin de las operaciones militares, bien porque contuvieran datos que pudieran facilitar la determinación de las posiciones de las tropas, bien, en fin, porque las noticias que los milicianos transmitían a sus familiares en la retaguardia contribuyeran, con sus quejas y sus objeciones, con su hastío y su desánimo, a minar la moral y a desmotivar tanto a quienes lejos de los campos de batalla penaban las consecuencias de la guerra como también, a partir del recíproco flujo de noticias hacia el frente, a los mismos soldados.
 
Partiendo de la base de que la mayor parte de los corresponsales eran reclutas forzosos, obligados pues a incorporarse a la guerra al margen de sus convicciones, a menudo muy tibias en relación con los elevados y grandilocuentes ideales de sus superiores, la selección de cartas que presenta Matthews es altamente representativa, pese a su escaso número, del auténtico sentir popular, nada elitista ni ideologizado, y en ellas podemos leer las reflexiones y los sentimientos, las preocupaciones y los lamentos, los deseos y los afanes, las protestas, los reproches y las denuncias de centenares de individuos del común, pobres hombres a los que las inexplicables fuerzas del destino arrancaron de su plácido hábitat natural para depositarlos en las inhóspitas zanjas del frente, en las que consumían sus tristes días enfrentados a un enemigo en el que podían reconocer a sus semejantes y muchas veces a sus propios paisanos y vecinos.
 
La guerra aparece así, en estos textos, desprovista de sus fanfarrias y heroísmos, de su pomposidad y sus enfáticas declaraciones, de su altisonante nobleza y su poesía siempre algo engañosa. Escuchamos la voz de sencillos seres humanos que nos dejan una visión muy prosaica del fratricida enfrentamiento: el aburrimiento de los interminables días sin apenas faena, el tedio de las trincheras, la incomodidad de la vida castrense, lo insólito de algún disparo perdido o un bombardeo lejano, el descontento por el maltrato que reciben de los oficiales, el cansancio, el sufrimiento por las pésimas condiciones de vida -el hambre y la sed, el frío y la precariedad del calzado y el vestido-, las protestas por lo discriminatorio del trato que recibe la mayoría de los soldados frente al dispensado a favoritos y enchufados, el escepticismo ante las proclamas políticas, el desapego frente a la ideología (con notables excepciones de combatientes en cuyas cartas -divulgadas entonces por la censura por su carácter ejemplarizante y propagandístico- aflora la retórica oficial antifascista), la añoranza de la vida civil y, en definitiva, el unánime deseo de que acabe la guerra.
 
Las cartas se presentan organizadas por bloques temáticos que reflejan los distintos ejes de contenido sobre los que giran, aunque estos, obviamente, se repiten de unas a otras. Y así, tras un capítulo introductorio en el que se perfilan la estructura y las pautas seguidas en la elaboración del libro, en Los censores y la censura encontramos textos en los que los corresponsales, sabedores de que sus misivas son objeto de control, despotrican contra los censores que se apropian de los cigarrillos que les envían sus familiares; también fragmentos en los que la redacción extraña o la inclusión de abreviaturas aparentemente ininteligibles llevan al inspector de turno a desconfiar de las auténticas intenciones del remitente; escritos en los que un soldado se ríe del funcionario más que probable lector de su carta por no haber sido capaz de descifrar los juegos de palabras con los que, en clave, transmitía información a los suyos; epístolas trufadas de todo tipo de trampas, mensajes deslizados subrepticiamente debajo del sello, notas meramente esbozadas en la cara interior del sobre, avisos ocultos intercalados entre las frases o ingenuos “experimentos” con tinta simpática.
 
En la siguiente sección del libro, Condiciones materiales en el frente, aparecen cartas repletas de denuestos sobre el pésimo rancho y la escasez de agua, la impuntualidad en el cobro de los haberes, la precariedad en la vestimenta, el calzado y el equipamiento militar. En Experiencias de guerra se transcriben fragmentos que recogen acciones enemigas (como la surrealista que se describe, en redacción desmañada -otro rasgo significativo de la humilde condición de los corresponsales-, en la carta que dejo como cierre a esta reseña), irónicas descripciones de incidentes bélicos (el macuto se me quedó con los fascistas porque les hemos dado una panzada de correr, pero nosotros hemos corrido más que ellos porque íbamos delante y ya te puedes figurar la panzada de correr que les hemos dado y cómo nos habremos visto para tener que dejarnos los macutos y los zapatos), escenas de la vida cotidiana en las trincheras -la lluvia, la higiene, las pulgas, el hambre-, noticias sobre el reclutamiento, previsiones sobre las quintas que van a ser movilizadas… Moral decaída incluye cartas consideradas sospechosas por la censura al referirse a rumores sobre el final de la guerra, denuncias sobre chanchullos en la concesión de permisos o en el reparto de alimentos, agresivas lamentaciones por la injusta atribución de destinos peligrosos, constatación de paralizadoras diferencias políticas entre los combatientes, críticas a oficiales y comisarios corruptos.
 
El capítulo sexto, Faltas graves de indisciplina, recoge abundantes ejemplos de cartas censuradas porque en ellas se da cuenta de episodios -muy frecuentes, contra lo que pudiera parecer- de confraternización entre soldados de ambos bandos -abrazos amigables, comidas conjuntas, charlas y cánticos en común (no te puedes figurar lo que nos divertimos por aquí por la noche con los fascistas, que les decimos “paisano, cántate una copla” y hay uno que canta muy bien y aquí con nosotros también hay unos que cantan muy bien y toda la noche estamos hablando), intercambios “comerciales” (Luis va a cambiar papel por tabaco, porque ellos tienen tabaco y no tienen papel y nosotros tenemos papel y no tenemos tabaco), treguas acordadas al margen de la oficialidad-,  intentos de deserción propios o informaciones y rumores sobre compañeros que se pasan a las fuerzas enemigas, y, en general, de variados supuestos de indisciplina. Contacto con la retaguardia muestra textos en los que emerge la vida familiar, de la que se da noticia en las misivas recibidas por los soldados, las penurias de los parientes que permanecen en su muy apretada cotidianeidad en la vida civil, los problemas relativos a las cosechas, las siembras y las siegas en los campos forzosamente abandonados por los combatientes, las crueles y vengativas represalias en sus pueblos dominados ahora por las autoridades fascistas, las conmovedoras historias de novias y esposas, cargadas de añoranza y deseo, de esperanza y también, cómo no, de recelo, las reclamaciones sobre permisos no concedidos y la ilusionada confianza en los que quizá puedan llegar a otorgarse, permitiendo así un siempre breve aunque soñado contacto con madres, esposas e hijos a los que desde hace meses se ha dejado de ver.
 
Por último, en Antifascismo ejemplar se nos ofrecen cartas en las que el ánimo de los soldados, su compromiso político, su comunión con los valores republicanos, su fidelidad ideológica a los postulados del Gobierno legalmente constituido y atacado por los golpistas de Franco, la pertinencia de sus convicciones en relación a los fines que pretenden preservar los censores llevan a estos a difundirlas por su valor ejemplarizante y su potencia movilizadora.
 
Algunos de los fragmentos recogidos se acompañan del juicio somero del censor en el que, en expresiones contundentes, se resaltan las razones de la “poda” llevada a cabo sobre la misiva original. Ofensas y críticas hacia los censores, redacción tendenciosa o desmoralizadora para la retaguardia, bulos de poca importancia, baja moral, hechos que afectan al Comisariado, inducción a la deserción, derrotismo, desafección, dudas sobre el antifascismo del remitente, quejas contra los superiores, conversaciones y tratos con el enemigo faccioso, hechos atentatorios contra la disciplina, transmisión de datos de tipo militar, indiscreción, uso indebido de información relevante o, incluso, espionaje o sabotaje, son algunos de los rigurosos dictámenes con los que los estrictos funcionarios de los Servicios de inteligencia republicanos impiden la circulación de una carta, ponen sobre aviso a los comisarios para que tomen las medidas oportunas o alertan a las autoridades (en ocasiones hasta el Jefe del Ejército o el correspondiente Gobernador civil) del “peligro” que entrañan las opiniones vertidas por algún corresponsal.
 
La recopilación de textos se acompaña de documentos variados: mapas que ilustran las etapas principales de la campaña de Andalucía, la cronología del frente en esa región, la Orden de batalla del ejército andaluz, unas extensas y muy reveladoras Instrucciones para los Gabinetes de Censura del Ejército de Andalucía, algunos significativos escritos de la Jefatura de la Censura de dicho ejército, una veintena larga de conmovedoras fotografías de la guerra y, por último, una muy completa bibliografía.
 
Os dejo, para complementar mi reseña sobre el interesante y emotivo libro, con una canción de la guerra, un clásico ya, bien conocido, que alude a esta singular experiencia de las cartas desde el frente, objeto de estudio de la obra de James Matthews. Si me quieres escribir, en la voz de Quico Pi de la Serra y Carme Canela.
 
 
Antonia, en la otra carta no te explicaba nada de por qué me habían metido en la Prisión Militar, en esta te lo explico todo para que estés tranquila. Antonia, entramos dos compañías infiltradas por una vaguada donde estaban los fascistas para sorprenderlos por detrás, pero como era de noche se disolvió la compañía donde yo iba, por hacer varios disparos los fascistas. Yo pude reunir algunos hombres y fuimos a hacer de madrugada una exploración yendo yo a la cabeza de todos, donde fuimos sorprendidos por el enemigo y fui hecho prisionero. Cuando a un compañero fueron a agredirle con el arma blanca para matarle, y yo al ver eso y no tener con qué defenderme, antes de ser prisionero con vida, quise suicidarme tirándome desde la altura del cerro al barranco, donde me hicieron infinidad de tiros y bombas de mano, donde perdí el conocimiento, que al llegar abajo lo recobré. Encontrándome solo porque me habían dejado allí, pero luego me fui solo al puesto de mando, donde el Comandante accidental me amenazó queriéndome matar sin pedirme ninguna explicación. Me hizo marchar sin poder por una barrera de fuego donde habían caído varios heridos, y yo, como estaba, que no podía andar de la caída del cerro. Me dolía todo el cuerpo y tuve que ir en busca de los míos, pero como estaban en lo alto de una montaña, la cual no pude subir, me quedé allí para ver si podía reponerme a media falda de la montaña vigilando la carretera por si traía refuerzo el enemigo. Cuando mandaron al repliegue, replegué yo también, aunque de noche y por no poder andar fui detenido en el P.C. [Puesto de Comando] de mando y luego después en el vivac donde en Colomera estuve detenido, llevándome después en un auto a Jaén, donde me encuentro ahora.
 

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