Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de enero de 2016

 
LUIS MORALES. UN AMOR COMO ÉSTE
 
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a una nueva emisión de Todos los libros un libro, el espacio de sugerencias de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Nuestra propuesta de hoy cierra la breve serie de libros, recomendados en los cuatro miércoles de enero, centrados en el género epistolar. Y si en las tres semanas precedentes os ofrecía, respectivamente, un interesante ensayo, una ambiciosa muestra documental y un emotivo trabajo de investigación histórica sobre las cartas, esta tarde os presento una novela que gira también sobre el mismo tema, aunque debo aclarar ya desde el principio que la aseveración según la cual Un amor como éste, el libro del que a continuación voy a hablaros, es en realidad y sin ningún asomo de duda una obra de ficción literaria es más que dudosa.

Un amor como éste, escrito por Luis Morales y presentado en 2015 por la editorial Funambulista, gira sobre la durante muchos años casi ignota, aunque cada vez más conocida, relación entre el gran poeta portugués Fernando Pessoa y la única mujer -al margen de su madre o su hermana- con la que mantuvo algún tipo de vínculo que pudiéramos llamar sentimental o cercano al amor, Ofélia Queiroz. A partir de la correspondencia entre ambos, de la cual con el paso del tiempo van apareciendo o dándose a conocer un mayor número de cartas, el autor, un entusiasta experto en el universo pessoano, nos muestra las vertientes más íntimas y profundas, más recónditas y ocultas, también más humanas y entrañables, de la personalidad del genial escritor lisboeta.

La dimensión literaria de Fernando Pessoa ha sido suficientemente estudiada y es bien conocida. A pesar de no haber visto publicada en vida la mayor parte de su obra, su figura se ha engrandecido desde su muerte, hasta el punto de ser considerado uno de los poetas más importantes de la historia de la literatura universal. Su legado, archivado en la Biblioteca Nacional de Lisboa en 105 cajas que contienen 45.000 imágenes, 27.543 documentos y 343 sobres, no deja de crecer con la aparición de cientos de nuevos papeles y algunos cada vez más esporádicos hallazgos, mientras se multiplican los libros, las tesis doctorales, los estudios y las publicaciones sobre su ingente obra propia y también sobre la firmada por sus heterónimos (hasta 127 distintos ha identificado, al parecer, Cavalcanti, su biógrafo brasileño, según Luis Morales, más allá de los universalmente reconocidos, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro o Bernardo Soares).

Del mismo modo, la dimensión externa (llamémosla así) de su vida ha sido también investigada y analizada al detalle. Cinco grandes biografías, la del portugués Joâo Gaspar Simôes, la del americano Richard Zenith, la muy reciente del mencionado José Paulo Cavalcanti, y las dos que yo devoré con pasión en su momento, en 1988 la del español Ángel Crespo (La vida plural de Fernando Pessoa) y en 1999 la del francés Robert Bréchon (Extraño extranjero), han rastreado prácticamente todos los resquicios de su por otro lado nada excepcional existencia pública. La temprana muerte de su padre, su infancia en Sudáfrica tras la nueva boda de su madre con un militar que ejercía como cónsul de Portugal en Durban, su vuelta a Lisboa, su vida discreta como oscuro oficinista entregado a la traducción comercial en diversas empresas, su vocación poética, sus colaboraciones en revistas literarias, sus amistades entre escritores y poetas, su febril ritmo creativo, su limitada reclusión en la capital lusa, su ignorada vida sentimental, su soledad y aislamiento, su propensión al alcohol, su temprana muerte -precisamente a causa de un cirrosis hepática- a los cuarenta y siete años, todos esos extremos de su biografía son bien conocidos y, como digo, han sido exhaustivamente explorados hasta el punto de que nada quedaba -al parecer- sin escrutar de su anodino paso -el personal, no el literario- por el mundo.

Eran, sin embargo, los aspectos más íntimos de su personalidad, los relacionados, precisamente, con su trayectoria sentimental, con su inexistente -en apariencia- vida amorosa, los todavía inaccesibles para los investigadores y expertos y, consiguientemente, para el público en general. En 1978 habían visto la luz cuarenta y ocho cartas de Fernando Pessoa a una entonces desconocida Ofélia Queiroz, hecho que permitió que se avanzasen hipótesis y especulaciones acerca de la presencia de una mujer -que habría sido su único amor- en la vida del tímido, triste y algo excéntrico poeta. Pero no fue hasta 1996 cuando, tras la muerte de Ofélia en 1991 y más tarde de sus más directos familiares, y el consiguiente permiso de sus herederos para publicar la correspondencia de la joven, aflora y llega a desvelarse en su justa medida esta faceta oculta de la compleja vida del siempre melancólico Pessoa. Divulgadas primero en escaso número, apareciendo nuevas muestras más abundantes en 2012, es por fin en 2013 cuando conocemos la totalidad de las cartas de Ofélia, 298 escritos (inéditos en español hasta Un amor como éste) que nos permiten conocer los pormenores de su enamorada relación.

Y este contacto epistolar que se extiende durante más de diez años (la primera carta es de 1 de marzo de 1920; la última, de 25 de diciembre de 1932) es el fundamento sobre el que Luis Morales construye una novela (soy novelista, y no biógrafo, ni investigador, confiesa) en la que con una extraordinaria base real hecha de los muchos datos conocidos de las biografías de ambos protagonistas, de las numerosas cartas transcritas en su integridad, de las frecuentes citas de poemas o fragmentos de la obra pessoana, sobre todo del prodigioso e imprescindible Libro del desasosiego (tan amplia la muestra, tan intensa la presencia de los hechos, las palabras y los datos documentados, que no parece haber en el libro otra cosa que esa “realidad”, más allá de la explícita fabulación del Epílogo del libro) rellena, reconstruye, imagina, racionaliza, especula, versiona, literaturiza, novela las vidas de los dos amantes unidos por un amor como éste, tan excepcional, tan singular, tan hermoso y tan triste.

Porque, en efecto, la relación entre un huidizo Fernando y una entregada Ofélia es muy triste, y nos deja a los lectores con un poso de intensa melancolía. Ambos se habían conocido en octubre de 1919 en las oficinas de la Baixa lisboeta donde ella entró a trabajar como secretaria y él se desempeñaba como traductor de correspondencia comercial. Al poco tiempo iniciaron una relación amorosa nunca oficializada, hecha de fugaces encuentros, inocentes paseos, muy infrecuentes efusiones físicas, inexistente contacto sexual y numerosas cartas, que se prolongó en una primera instancia hasta noviembre de 1920, retomándose, tras nueve años de separación, en el verano de 1929, para ir languideciendo progresivamente por el desinterés de Pessoa hasta finalizar definitivamente en enero de 1930, aunque el contacto, muy esporádico y accidental ya, se mantendría hasta la muerte del poeta a finales de noviembre de 1935, hace ahora poco más de ochenta años.

Los pormenores de la inusual relación, del extraño contacto cotidiano entre ambos jóvenes (ella tiene 19 años y él 31 cuando se conocen), los aspectos más íntimos de su trato reflejados en las cartas nos muestran los rasgos de sencillez y candorosa ilusión que suelen acompañar las ingenuas manifestaciones sentimentales de dos enamorados primerizos, aunque también -casi desde el principio, pero sobre todo en los coletazos finales de su “noviazgo”- rezuman la pesadumbre, la desolación, la nostalgia -la saudade-, la amargura y el desconsuelo tan característicos de la personalidad y la obra de Pessoa.

Leyendo las muchas cartas que Morales nos transcribe (y en particular la que os dejo como complemento final a esta reseña) nos acercamos, por un lado, a una dimensión inusitada de la figura de Fernando Pessoa (tan reconocible en su perfil público -el sombrero, el traje oscuro, la corbata de lazo, la mirada miope tras los lentes-, ese que lo identifica con la triste imagen del hombre solitario y anónimo, austero y distante, serio, reprimido y hasta asexuado, repitiendo sus rituales consabidos y asépticos, la oficina, la febril escritura, la parada en el café -siempre el mismo- para la cita con el aguardiente y las charlas con los pocos amigos, la habitación alquilada), pues muchas de ellas están llenas de ternura, de sensibilidad, de dulzura; afloran numerosos rasgos infantiles, se multiplican las emotivas expresiones amorosas, los besos y las caricias -casi únicamente epistolares-, las quejas y los reproches por nimiedades, el ansia del otro, los diminutivos cariñosísimos, los apodos entrañables (Ofelinha, bebé, bebecito, niniña pequeña, avispita, mi querido amor), todo lo hermoso y lo ridículo (pero, ya se sabe, solo quien nunca ha escrito cartas de amor es realmente ridículo), la desprejuiciada banalidad, lo sublime y lo trivial que entraña cualquier relación entre un hombre y una mujer, cualquier amor común, atemporal y universal, con las mismas grandezas y miserias, con los mismos condicionantes biológicos y psicológicos que el de cualquier individuo, aunque no sea un genio de la literatura.

Pero, a la vez, por entre estas muestras de genuina e imperfecta “normalidad”, por entre esos deseos reprimidos, esas efusiones inocentes que despiertan en él la candidez y la amorosa entrega de Ofélia, esa vulnerabilidad que humaniza -por una vez- su figura siempre tan racional, tan lúcida, tan inteligente, tan fría (hace frío en todo cuanto pienso, escribió; y esa es la cita con la que Morales abre el libro) poco a poco van imponiéndose la fortaleza de una vocación literaria que exige dedicación exclusiva a la obra, la espera, las dilaciones, el perpetuo postergar, la falta de compromiso, la misantropía, la inadaptación, la dificultad para el amor, la fatiga de ser amado, la insoportable exigencia de cumplir con las expectativas de otra persona, la compleja sexualidad, las tendencias depresivas, la neurosis, el consumo compulsivo de tabaco y alcohol, la autodestrucción, todas esas manifestaciones de la profunda incapacidad para la vida (Soy los alrededores de una ciudad inexistente, el prohibido comentario a un libro que nunca se escribió. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no sé querer. Soy una figura de novela aún no escrita, existiendo en el aire y deshecha sin haber existido entre los sueños de quien no supo completarme) del atormentado genio portugués. Y así, esa posibilidad de una existencia normal que el amor de Ofélia significa y lleva consigo, va poco a poco difuminándose hasta alejarse y perderse, condenando irremisiblemente a la soledad al desgraciado Fernando (Ofélia, en cambio, llegará a casarse, felizmente, años más tarde).

Un amor como éste nos deja, más allá de la inmensa y controvertida figura de Pessoa, el retrato espléndido de una Ofélia Queiroz magnífica en su amor desinteresado e imposible, en su cariñosa dedicación, en su espera decepcionante y sin embargo ilusionada (Yo no te considero un hombre normal, y como tal no espero de ti banalidades o futilidades. Si a veces me lamento, es por lo mucho que te quiero, y no sé decirte que quedé contenta por no haberte hablado, o no haber recibido noticias tuyas. Yo no sé querer así. No es de extrañar que queriéndote mucho, sienta gran pena por no habernos visto. Pero tu carta de hoy me hizo bien, ahora esperaré con más resignación. Porque yo esperaré a Fernandinho el tiempo que sea necesario), en su determinación, en su voluntad, en su admirable templanza, en, a la postre, su resignación final.

Estimable libro este que recrea el apasionado y difícil amor de Ofélia Queiroz y Fernando Pessoa y que os recomiendo con entusiasmo. Aprovecho para proponeros también la lectura de un delicioso librito de Jesús Marchamalo, de título Pessoa, gafas y pajarita, que con espléndidas ilustraciones de Antonio Santos acaba de publicar la editorial Nørdica en diciembre de 2015. Se trata de una muy breve estampa del escritor -treinta escuetas páginas en formato mínimo que cabe en una mano- que recoge, en unas sucintas y cariñosas pinceladas, lo esencial de su biografía, incluyendo, claro está, el sustancial episodio de su amor con Ofélia.

Un soir à Lima, una serenata romántica de Félix Godefroid que la madre del escritor interpretaba al piano durante la infancia de este en Durban y que dio título a uno de sus poemas, aparece mencionada en el libro y, por ello, os la dejo como despedida en la interpretación de Phillip Sear.


Ofelinha pequeña:

Como no quiero que digas que no te he escrito, por no haberte efectivamente escrito, estoy escribiendo. No será una línea, como prometí, pero tampoco muchas. Estoy enfermo, debido principalmente a una serie de preocupaciones y disputas que tuve ayer. Si no quieres creer que estoy enfermo, evidentemente no lo creerás. Pero te pido el favor de que no me digas que no te lo crees. Bastante tengo con estar enfermo; no es necesario que, además, se dude de ello, o bien se venga a pedirme cuentas sobre mi estado de salud, como si dependiese de mi voluntad, o tuviese yo la obligación de rendir cuentas de lo que sea.

Lo que te he dicho de ir a Cascais (Cascais quiere decir un lugar cualquiera fuera de Lisboa, pero cerca, y puede querer decir Sintra o Caxias) es rigurosamente verdad: verdad, por lo menos, en cuanto a la intención. He alcanzado la edad en que se tiene el pleno dominio de las cualidades propias, y la inteligencia ha conseguido la fuerza y la destreza que puede alcanzar. Es pues la ocasión de realizar mi obra literaria, completando algunas cosas, agrupando otras, escribiendo otras más que están por escribir. Para realizar esa obra, necesito sosiego y cierto aislamiento. No puedo, desgraciadamente, abandonar las oficinas donde trabajo (no puedo, claro está, porque no tengo ingresos), pero puedo, reservando para mis servicios en esas oficinas dos días de la semana (miércoles y sábados), tener míos y para mí los cinco días restantes. Ahí entra en juego la célebre historia de Cascais.

Toda mi vida futura depende de que pueda yo o no hacer esto, y en breve. Por lo demás, mi vida gira en torno a mi obra literaria –por buena o mala que sea o pueda ser-. Todo lo demás en la vida tiene para mí un interés secundario: hay cosas, naturalmente, que me complacería tener, otras que tanto da que vengan o que no vengan. Es preciso que todos los que lidian conmigo se convenzan de que soy así, y que exigirme los sentimientos, ciertamente muy dignos, de un hombre vulgar y banal, es exigirme que tenga los ojos azules y el cabello rubio. Y tratarme como si yo fuese otra persona no es la mejor manera de conservar mi afecto. Es preferible tratar así a quien sea así, y en ese caso ello supone “dirigirse a otra persona”, o cualquier frase parecida.

Quiero mucho -realmente mucho- a Ofelinha. Aprecio mucho, muchísimo, su índole y su carácter. Si me caso, no me casaré si no es contigo. Queda por saber si el casamiento, o el hogar (o como quiera que lo quieran llamar) son cosas que se concilian con mi vida de pensamiento. Lo dudo. Por ahora, y en breve, quiero organizar esa vida de pensamiento y trabajo míos. Si no consigo organizarla, está claro que nunca pensaré siquiera en la idea de casarme. Si la organizo en términos tales veo que el casamiento habría de ser un estorbo, está claro que no me casaré. Mas es probable que no sea así. El futuro -y es un futuro próximo- lo dirá.

Pues aquí va esto, y, por casualidad, es la verdad.

Adiós, Ofelinha. Duerme y come, y no pierdas ni un gramo.

Tu muy entregado     

Fernando

29/9/1929

Domingo


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