Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 10 de febrero de 2016

JEAN-LUC HENNIG. BREVE HISTORIA DEL CULO

Hola, buenas tardes. Empiezo mi comentario semanal algo tímidamente porque debo confesaros que me da cierto reparo hablaros del libro que hoy os traigo. Uno es ya mayorcito, vosotros, la amable audiencia de Todos los libros un libro, sois adultos, curados de espanto y probablemente capaces de digerir sin escándalo alguno los temas más escabrosos. No cabe tal término, escabroso, para calificar el motivo central del libro de esta tarde, sí en cambio delicado, potencialmente conflictivo, para algunos quizá desagradable, e incluso habrá quien considere afectada su sensibilidad, para todos disculpas anticipadas… Y sin embargo, pese a que mi razón me indica tajantemente que nada hay de prohibido en mi propuesta de esta semana, en estos días previos a la emisión en los que elaboraba mi reseña, incluso ahora mismo, en el momento en que me enfrento al micrófono, siento una cierta aprensión y no acabo de decidirme del todo a presentaros esta Breve historia del culo, el curioso e interesante ensayo del escritor, profesor y periodista francés Jean-Luc Hennig, que se publicó hace unos años en España, en la editorial Principal de los Libros, en traducción de José Miguel González Marcén. Y si, venciendo mis temores algo infantiles, me tenéis aquí recomendándoos el libro es porque, en realidad, se trata de un texto estimable, lleno de erudición y humor, de muy vitalista sabiduría y considerables dosis de benévola provocación.
 
Aunque debo señalar igualmente que me he acogido a la cercanía del Carnaval para “disfrazar” mi recomendación en estos días en los que precisamente la provocación y lo inconveniente, lo excesivo y lo inapropiado, lo irreverente y lo prohibido, lo políticamente incorrecto, también lo soez y lo escatológico, lo indecente, lo desagradable y lo obsceno encuentran su acomodo “natural”. Un planteamiento, este de la transgresión y la procacidad, que, aviso para navegantes, tendrá su continuación dentro de siete días en otro consejo de lectura del mismo modo algo ajeno a las convenciones más “respetables”.    
 
Jean-Luc Hennig ha escrito una treintena de libros con temáticas siempre algo estrafalarias y llamativas. Rastreo en Internet y encuentro un Diccionario literario y erótico de las frutas y las legumbres, un Pequeño inventario exótico de la letra Z, una Erótica del vino, o El Tupinambo y otras maravillas, siendo este último un extraño tubérculo que encabeza un libro sobre las secretas atracciones de las plantas. Ninguno de ellos parece traducido en España, pero la sola enumeración de sus sugerentes títulos remite a un universo singular y extravagante, culto y a la vez poco convencional, provocador y estimulante, calificaciones todas muy convenientes también para esta Breve historia del culo que hoy os aconsejo.
 
Dividido en treinta y tres capítulos breves, presentados por orden alfabético en su francés original, en el libro se rastrea la presencia del trasero en infinidad de manifestaciones artísticas, literarias y, en general, culturales. Esa destacada protuberancia en la que la espalda pierde su noble nombre aparece así en el cine, con referencias, entre otros, al obsesivo Fellini y al escabroso Walerian Borowczyck, que tanto predicamento tenía en mi juventud, entre los directores que se han recreado en sus películas en la intensa fascinación de los culos, y con Mae West, Brigitte Bardot o Marilyn Monroe entre las más relevantes encarnaduras de esa fascinación. También hay numerosas calas en la fotografía, con Mapplethorpe o Man Ray o Yoko Ono o Andy Warhol como ejemplos destacados. Se ofrece igualmente una desbordante profusión de citas relativas al universo de la pintura, con centenares de menciones de pintores clásicos y contemporáneos, El Bosco (cuyo inminente quinto centenario quiero celebrar aquí dentro de unos meses), Leonardo, Boticcelli, Courbet, Toulouse-Lautrec -imposible el resumen-, Rubens, Delacroix, Gauguin, por supuesto Ingres (¡qué maravilla la exposición que aún podéis ver en el Museo del Prado!), también Klee y Grosz, o Dalí y Picasso, por citar ejempos españoles; y Tamara de Lempicka, Keith Haring y Joseph Beuys o Jeff Koons y el inevitable Botero entre los más modernos. Y todo ello sin mencionar la antigüedad clásica, las esculturas de autoría tantas veces desconocida de Antínoo o Heracles, la Venus magnífica de Praxíteles, los efebos anónimos, los luchadores griegos; incluso, más atrás en el tiempo, la Venus de Willendorf, o la mujer sin cabeza de Sireuil, o la Venus de Kostineki, con sus nalgas hipertrofiadas y su rotunda ostentación de la fecundidad. Por desgracia, la edición carece de ilustraciones y su presencia se echa en falta, obligando al lector a acudir a Google de continuo para comprobar directamente los pormenores de cada una de las muchas obras comentadas.
 
Pero es, sobre todo, el ámbito de la literatura, que el autor conoce de un modo extraordinario, en el que la riqueza de referencias del estupendo volumen se pone de manifiesto de un modo más ostensible. Por el libro desfilan -y de nuevo resulta inabordable la tarea de dar cuenta siquiera mínimamente de lo que la obra ofrece- en una amalgama fascinante, imbricando pasado y presente en un continuo ir y venir en el tiempo, Verlaine, Proust y Desmond Morris, Rabelais, Paul Valery y Gombrowicz, Pierre Loti y Bataille, Gómez de la Serna y Alberto Moravia, Apollinaire y Plutarco, Michel Tournier y Joyce. Y, por encima de todos, el divino marqués, Sade, cuya obra repleta de excesos se analiza con multitud de ejemplos muchas veces escandalosos y siempre atrevidos.
 
Son de reseñar también los diferentes enfoques, los frentes desde los que se estudia esta tan a menudo vergonzosa parte de nuestra anatomía. El baño, bailarín, las tres gracias, el bañador, cirugía, curvas, son algunos de los títulos, significativos por sí solos, de los capítulos del libro. Y también, perdonadme esta incursión en la procacidad escatológica, agujero, raja, azotes, besar. Hay extensas y curiosísimas digresiones sobre los muchos, y tantas veces vulgares, nombres del culo, sobre sus diferentes tamaños, sobre los culos y sus curvas y los culos palo, sobre los culos del burdel y los de la sodomía, sobre los libertinos y los de las odaliscas, sobre los publicitarios y los de nuestros antepasados primates, a los que por cierto se refiere el fragmento del libro con el que cerraré por hoy mi reseña. Hay, en fin, infinidad de culos en esta sorprendente publicación: el acogedor culo cálido tras la ducha y el culo frío, helador y poco atractivo; el fétido culo del diablo y el mágico culo de ciertos ritos y exorcismos medievales que se pasaba por las puertas de las casas para conjurar los poderes malignos; los culos ideales, su rotunda perfección, su blancura y abundancia, su firmeza, su redondez, su frescura descritas con exhaustiva minuciosidad en tratados varios, y, por el contrario, los culos fofos, apergaminados, caídos, repugnantes y gastados por el vicio, los sucios trapos ondulantes, los culos desgarrados que parecen papel de envolver, los viejos glúteos arrugados como las ubres de una vieja vaca, los tiernos culos infantiles, los de los efebos, los culos bailarines... y tantos otros.
 
Y no penséis, y con esta última reflexión termino mi comentario de hoy, que tras la anterior enumeración se esconde un universo sucio o grosero, un texto zafio y burdo, chabacano y soez. Nada de eso encontraréis en esta Breve historia del culo, del francés Jean-Luc Hennig, publicado por Principal de los libros; hay por el contrario en el libro, como os digo, una abundante y rica cultura, una muy sana erudición, un formidable y positivo humor. Leedlo, pues, os lo recomiendo vivamente, aun siendo consciente de las limitaciones que la propia temática del libro impone a la hora de captar lectores.
 
Como acompañamiento musical a mi reseña os dejo, escogida entre la amplia variedad de canciones que hablan del culo -casi todas tórridos y algo primarios panegíricos surgidos de ámbitos estilísticos muy alejados de mis preferencias: el hip-hop, el dance, el rap-, con Shake your booty, el gran clásico de KC & The Sunshine Band... ¡¡¡A ver si os atrevéis a desatender la perentoria conminación del bueno de Harry Wayne Casey (KC), el inexplicablemente blanco líder del grupo!!!
 
 
El culo data de la más remota antigüedad. Apareció cuando a los hombres se les ocurrió alzarse sobre sus patas traseras y sostenerse así. Fue un momento capital de nuestra evolución, ya que los músculos glúteos se desarrollaron entonces de un modo considerable. De las 193 especies vivientes de primates, solamente la especie humana posee unas nalgas hemisféricas que son permanentemente salientes, aunque algunos hayan podido argüir que ese tipo de nalgas se encuentran también en las llamas de los Andes (que, dicho sea de paso, no son primates). En cualquier caso, comparados con los humanos, los chimpancés se han descrito como monos de culo plano, lo que más bien es lo contrario de lo que consideramos un culo. Así pues, el nacimiento del culo coincide con la posición erguida y la marcha bípeda, lo que, según Yves Coppens, se remontaría a tres o cuatro millones de años (precisamente la época dorada del Australopitecus afarensis, que vivía en Etiopía y Tanzania).
 
El acontecimiento, explica Yves Coppens, habría tenido lugar en la época de desecación climática que siguió a la elevación de la región del Rift africano, una gran zanja jalonada de volcanes que discurre desde Yibuti hasta el lago Malawi y a lo largo de la cual África comenzó a partirse en dos. Al oeste, el África intertropical siguió siendo una zona húmeda y conservó sus selvas y sus monos arborícolas. Al este, la región se secó, la sabana reemplazó a la selva y los hombres corrieron sobre la tierra. A su vez, sus manos quedaron libres y se modificó el acoplamiento del cerebro con la columna vertebral, lo cual permitió el desarrollo cerebral. Retengamos esta interesante idea: en cierta forma, el culo del hombre tendría su origen en la erupción de su cerebro. Más recientemente, se ha postulado otra hipótesis: el australopiteco no sería más que un gran mono cuyo desarrollo se vio perturbado y frenado por la mutación de un gen. El agujero occipital que une el cerebro a la columna vertebral seguiría fijado a la base del cráneo (como ocurre con los chimpancés cuando son pequeños). Los músculos habrían modelado entonces las formas óseas y la pelvis se habría redondeado. Lo cierto es que no porque el hombre se hubiera erguido su culo se parecía al nuestro. Hizo falta todavía mucho tiempo para pasar de un culo velludo y realmente poco vistoso a un culo desnudo, suave y liso como el que amamos.
 

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