Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 14 de septiembre de 2016

JOSÉ ANTONIO MARINA. DESPERTAD AL DIPLODOCUS
 
Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad de Salamanca en el que cada miércoles os ofrezco una propuesta de lectura, no siempre estrictamente literaria, con la intención de orientaros, siempre según mi particular punto de vista, en el inabarcable universo de la edición bibliográfica y de recomendaros un libro que a mi humilde juicio pueda tocar vuestra sensibilidad, estimular vuestra inteligencia, despertar vuestras emociones o, en el peor de los casos, entretener vuestro tiempo con una diversión de calidad.
 
En esta nuestra segunda cita de septiembre continuamos con la breve serie que abrimos hace siete días y que aprovecha el comienzo del curso académico en los distintos niveles de enseñanza para presentaros libros relativos al fenómeno de la educación, uno de los asuntos más cruciales en estos momentos de cambio -en la tecnología y en todas sus “derivadas”- y cuyo desarrollo condicionará la evolución del mundo entero -y hasta, enfáticamente, el del ser humano- en las próximas décadas. El título del que esta tarde quiero hablaros es Despertad al diplodocus, la por ahora última obra del prolífico y ubicuo profesor español José Antonio Marina, que vio la luz en la Editorial Ariel a finales del pasado 2015 con el muy sugestivo subtítulo de Una conspiración educativa para transformar la escuela… y todo lo demás.
 
José Antonio Marina fue, originariamente, catedrático de Filosofía en Institutos de Secundaria. Desde hace más de veinticinco años, sin embargo, y tras la extraordinaria recepción de sus libros Elogio y refutación del ingenio y Teoría de la inteligencia creadora (dos textos esenciales en una obra que cuenta con decenas de publicaciones) y la multiplicación de premios (el Anagrama y el Nacional de ensayo, entre los más sobresalientes), abandonó la docencia directa centrándose en su labor de investigador, escritor, conferenciante, editor e impulsor de infinidad de iniciativas que, moviéndose en terrenos tan dispares como la psicología, la neurociencia, la lingüística, la organización empresarial, la religión o la política, se vinculan, de un modo u otro, al tema que hoy nos ocupa, la educación. Es, pues, un reconocido experto en la materia, hasta el punto que, como sin duda sabréis, pues el dato ocupó las páginas de los periódicos y tuvo una importante presencia en los medios de comunicación, elaboró y redactó -a propuesta del PP, en una iniciativa a la que no es descartable que acaben sumándose el resto de los partidos- un Libro Blanco para la reforma de la educación en España (con muchos puntos en común, como es natural, con el texto del que ahora os hablo) que aspira a ser el documento base en el que se fundamente el necesario “Pacto de Estado” que modernice definitivamente el maltrecho escenario de nuestra achacosa educación.
 
El libro parte de la noción -de significado inequívoco- de “conspiración” para, desde su significado más optimista y rebosante de vitalidad, sostener sus tesis. Ya desde la cita inicial que abre la obra -en la que se explica el sentido etimológico del término (conspirar es “respirar juntos”, estar de acuerdo, convocar, unirse varias personas para conseguir algo)- queda clara la voluntad movilizadora del autor, que llama a un proceso colectivo de transformación de la educación, a una revolución generalizada, apasionada y entusiasta, que implique, en una complicidad irradiante, a la sociedad entera -y hablamos, en este caso, de España (aunque el análisis es global y sería aplicable en otros ámbitos e incluso otras culturas diferentes a los nuestros)-, un movimiento efervescente, una ebullición social que despierte de una vez al metafórico diplodocus del título, el anquilosado sistema de enseñanza de nuestro país que, como tantos otros en estos convulsos tiempos, se halla en estado de emergencia educativa.
 
Con una apelación previa -algo enfática e impostada, pero clarificadora y necesaria- al aprendizaje de “humanidad” en que consiste en último término la educación, una idea que se trae a colación a propósito de la desgraciada imagen del pequeño Aylan Kurdi, varado en la playa, su indefenso cuerpecito sin vida multiplicado en todos los noticiarios del mundo, Marina nos ofrece -con su habitual y multidisciplinar profusión de estudios, referencias, datos y estadísticas para argumentar y justificar sus planteamientos, y tocado por un leve aunque, a mi juicio, muy perceptible y enojoso narcisismo- los ejes programáticos de un proyecto para renovar radicalmente la escuela española en solo cinco años, en la conciencia de que solo desde el progreso educativo puede encararse la evolución cultural. Para ello es necesario -arguye- pasar de la consideración del “sistema educativo”, un concepto restringido y a la postre cerrado, al de “sociedad del aprendizaje”, una idea abierta que implica a toda la comunidad. Y es que, aprovechando una vez más el para él recurrente -pues lo menciona en casi todas sus obras- proverbio africano “para educar a un niño hace falta la tribu entera”, el autor defiende esa ya referida movilización educativa de la sociedad, en la convicción de que el contexto en que vivimos forma parte de nuestra inteligencia, razón por la que nos interesa vivir en sociedades más inteligentes (pues ello incrementará la capacidad individual). Un corolario natural de esta idea es que, en consecuencia, solo lograremos el cambio en la educación si cambiamos la sociedad y esta solo lo hará, cerrando el bucle, si mejora la educación. Y otra conclusión -también sostenida con reiteración en otras de sus obras- es que la transformación que se proclama para la educación sería -debería ser- extrapolable, con pautas similares y en un proceso de ida y vuelta, a las empresas, las organizaciones, las administraciones públicas o la sanidad.
 
Antes de entrar a analizar las claves y los agentes de este proyecto global -la escuela, la familia, la ciudad, la empresa y el Estado-, Marina introduce un capítulo previo en el que indica cómo orientarse en ese proceso de cambio. De este modo, sienta las bases que permitan establecer hacia dónde ir, el objetivo final, el horizonte de esta transformación. Defiende así la importancia de una nueva ciencia -más poderosa y “abarcadora” que la psicología, la antropología o la pedagogía, y que en cierto modo las contiene, supera a todas ellas-, la de la evolución cultural y del progreso educativo. Repasando y sistematizando las diversas concepciones de la inteligencia, y distinguiendo en ella dos planos fundamentales, la inteligencia generadora y la ejecutiva, con interesantes análisis de la inteligencia individual y la compartida o social, así como de las posibilidades que ofrecen los cada vez más acelerados avances en inteligencia artificial, acaba por delimitar los fines últimos de la educación pretendida: el fomento -en al menos el 90% de los alumnos- de destrezas que favorezcan la consecución de la felicidad individual y la felicidad objetiva. Y esas destrezas acabarían por configurar, en el análisis que nos presenta, la llamada autorregulación o autogestión, entendida como la capacidad de dirigir los propios procesos psíquicos de acuerdo con metas elegidas. A este respecto, es especialmente revelador el recuerdo que hace Marina de las trascendentales aportaciones de James Heckman, premio Nobel de Economía, que no solo ha demostrado que la influencia de la inversión en educación infantil es la que más beneficio económico “devuelve” a los países, sino que la clave de esas tan positivas repercusiones no está tanto en el aumento de los contenidos como en el desarrollo en los niños -y por tanto, a la postre, en las personas- de hábitos de tenacidad, esfuerzo y entusiasmo, los por él llamados non cognitive skills, que el Instituto de Educación de la Universidad de Londres amplía aludiendo a motivación, perseverancia, autocontrol, metacognición, relaciones sociales, resiliencia y capacidad para enfrentarse a los problemas, y que el propio Marina reformula en términos de gestión de la propia energía mental, gestión de la acción, gestión de la memoria y gestión del pensamiento. Todas estas capacidades se constituirían así en el referente final de una enseñanza que debiera buscar la educación de esa cualidad de autorregulación (Marina prefiere autogestión) de las personas.
 
En la segunda mitad de la obra se analizan, en capítulos independientes, los cinco grandes motores del cambio, como los denomina el autor, ya referidos: la escuela, la familia, la ciudad, la empresa y el Estado, en un esquema casi totalmente coincidente con el de Ken Robinson, comentado aquí la semana pasada. Me detendré especialmente -el tiempo es limitado y apremia- en algunos de los planteamientos para la renovación de la escuela recogidos en el libro.

José Antonio Marina parte del hecho, a mi juicio indiscutible, de que la docencia tiene que ser -va a ser- una profesión de elite, noción acorde con la importancia de la educación de cara el desarrollo de las sociedades en el mundo que viene. Ello supondrá, en consecuencia, que los educadores han de ser profesionales excelentes, extraordinariamente cualificados, pues todo cambio educativo los ha de tener como protagonistas principales. Así, subraya el dato -que proporciona la consultora McKinsey- según el cual los países que año tras año encabezan las listas de los mejores niveles educativos, como Finlandia, Singapur o Corea del Sur, seleccionan al 100% de sus docentes entre el tercio superior -el de mejor rendimiento académico- de sus estudiantes universitarios. En Estados Unidos la cifra baja al 23%, desplomándose, entre los profesores en barrios pobres, a solo el 14%. Sin datos objetivos en España, la realidad es más cercana a la estadounidense, pues resulta evidente que los mejores expedientes no recalan en los claustros de profesores y eligen otros destinos profesionales más prestigiosos y mejor remunerados. Es por ello necesaria una transformación que implique, de entrada, a la profesión docente, pues aun aceptando que hay infinidad de profesores implicados en experiencias renovadoras -y en el libro se ponen interesantes ejemplos de ello, siendo fascinante, al menos a priori, la puesta en marcha por los jesuitas, Horizonte 2020, que pretende reformar de manera sustancial la enseñanza en sus colegios-, existe en muchos casos un cierto conformismo o complacencia o abierta resistencia al cambio (el 97% de los profesores españoles creen, con una autosuficiencia sorprendente, que están suficientemente formados para el ejercicio de su profesión, según el estudio TALIS, de la OCDE). En este sentido, en el capítulo se presentan interesantes reflexiones acerca de la exigencia de una mejora en el sistema de acceso y la formación del profesorado (lo que implicará una renovación sustancial de las universidades y en particular de las Facultades de Educación); de la necesidad de evaluación de los profesores (práctica que deberá acabar por imponerse, superando los hábitos de secretismo en las aulas que aún imperan entre nuestro cuerpo docente); del fomento del trabajo en equipo y de las dinámicas colaborativas frente al individualismo actual; de la potenciación del liderazgo directivo; de la creación de comunidades de aprendizaje y redes educadoras con el barrio, con la ciudad, con el mundo cultural o empresarial; de la importancia de implicar y dar la voz al estudiante, entre otras pistas para un proyecto que habría de abocar en una estimulante transformación de los centros educativos.

Despertad al diplodocus se completa, siguiendo una lógica ascendente de complejidad, con capítulos centrados en la familia como elemento dinamizador del cambio educativo (con sugerentes apuntes acerca de la inteligencia de las familias, los distintos estilos educativos de los padres, la importancia de las relaciones con los progenitores en el desarrollo escolar y personal de los niños, la relevancia de la formación del carácter, la participación de los padres en los centros educativos, y hasta un “decálogo de actividades” en las que se concentraría lo esencial de los benéficos efectos que lleva consigo la implicación parental en la educación), el papel de la ciudad -magnífico ejemplo de inteligencia compartida- como fuente de creatividad, innovación y, en consecuencia, educación de sus ciudadanos (con abundantes ejemplos -Medellín, Gijón, Granollers, la red “Ciudades con Talento”, “La Ciudad de los Niños”, los PEC, “Proyectos Educativos de Ciudad”, Chicago, algunos distritos de Barcelona- de fecundas iniciativas en este sentido), la empresa como organización que aprende y enseña, que crea conocimiento (que incluye, entre otros estimables focos de análisis, una atractiva aportación en torno al talento) y, por último, el Estado (en el que se delimitan las funciones que estados y gobiernos deben asumir en la inevitable transformación de la enseñanza).

El libro finaliza con un epílogo en el que tras reiterar su esperanzador mensaje de movilización educativa se recuerdan algunos de los proyectos en los que la prodigiosa y versátil productividad de José Antonio Marina -y su “activismo educativo”- le llevan a comprometerse. Se trata de iniciativas que, al alcance de cualquier ciudadano a través de internet, pueden permitir su intervención y su participación en el imparable proceso de cambio en la enseñanza que el autor propugna y, racional e ilusionadamente, defiende.

La casa por el tejado, un estupendo tema de Fito y los Fitipaldis que contiene una profunda referencia al mundo de la escuela, complementa esta tarde mi reseña.

1 comentario:

Unknown dijo...

Resulta curioso cómo hoy en día la palabrería y el charlatanerismo, elevan a un "alguien" a la categoría de experto. He buscado y rebuscado las investigaciones del profesor Marina, poder conocer los datos de sus protocolos (muestra, variables tanto dependientes como independientes, valores estadísticos calculados y método estadístico de comparación y/o conclusión utilizado...y no he encontrado nada. Y sin embargo se le pretende dar el rango de "cientifico": aquel cuya palabra es "ley".
Como "solo" jugamos con la educación y no con la salud, nos permitimos el lujo de aceptar como valida,la "Hipótesis nula" antes de haberla contrastado; base fundamental de las ciencias que aplican la estadística (medicina por ejemplo) para aceptar y poner en práctica cualquier planteamiento, tesis, etc.