Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 19 de julio de 2017

JANE AUSTEN. ORGULLO Y PREJUICIO

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a una nueva emisión, la penúltima por este curso 2016/2017, de Todos los libros un libro. Como sabéis nuestros seguidores más habituales, en este mes de julio estamos proponiéndoos algunas lecturas que por su extensión o por su capacidad de abrirse a otros libros o a películas o a distintas manifestaciones artísticas relacionadas, y que por ello también debemos -y sobre todo queremos- conocer, requieren una considerable dedicación en tiempo, algo que quizá solo cabe en estos meses veraniegos, en los que coinciden las jornadas interminables y una holganza vacacional, que ahora, cuando apenas da comienzo, parece que no vaya a tener fin.

Este es sin duda el caso de mi propuesta de hoy, aunque, como veréis, resulta absurdo hablar de ella en singular. Porque esta tarde no os aconsejo la lectura de un libro sino una muy amplia variedad de ellos, complementada, además, con varias películas y hasta alguna serie televisiva. En realidad, lo que ahora os propongo es una invitación -una incitación- a adentraros en una experiencia global: una completa y feliz inmersión en lo que podemos denominar el “universo Jane Austen”.

Y es que Jane Austen, la ya clásica escritora británica, murió hace ahora doscientos años, el 18 de julio de 1817, en Winchester, capital del muy inglés condado de Hampshire, y este aniversario, celebrado en todos los medios en nuestro país (y obviamente en el suyo), es la excusa perfecta para plantearos mis apasionados consejos de lectura de su obra y de otras adyacentes.

Fundamentalmente quiero centrar el espacio en Orgullo y prejuicio, una de las grandes novelas de Austen, cuya relectura ha sido para mí una de las vivencias más felices en estos últimos meses. Luego, y siempre con el mismo motivo principal, os hablaré también de algunas secuelas actuales del libro, más o menos interesantes, en particular La muerte llega a Pemberley, de la escritora policiaca P.D. James; Sin compromiso, de Curtis Sittenfeld; o la insólita Orgullo y prejuicio y zombis, escrita por Seth Grahame-Smith. También son muy estimables la película, con el mismo título del libro, dirigida en 2005 por Joe Wright, con una Keira Knightley muy joven y brillante (en todos los sentidos, sobre todo el de esplendorosa), y la magnífica serie de la BBC, también bajo la rúbrica de la obra original, presentada en tres capítulos en 1995, con Jennifer Ehle y Colin Firth en los dos papeles principales.

Pero el que el eje central de mi reseña sea la formidable historia de las deliciosas hermanas Bennett no impide, antes al contrario, que amplíe mi propuesta a otras novelas magníficas de Jane Austen que yo no había leído hasta hace pocas semanas, como Sentido y sensibilidad, Mansfield Park, Persuasión o Emma, muchas de ellas con su más que digna traslación cinematográfica. Se trata, como podéis deducir de esta somera enumeración, de una enardecida llamada por mi parte para que abandonéis durante algunas semanas todas vuestras obligaciones -si es que en este período de asueto mantenéis viva alguna- para pasar a convivir en cuerpo y alma con los personajes de las obras mencionadas compartiendo sus peripecias en las impresionantes mansiones georgianas y los apacibles paisajes de la campiña inglesa en los que se desenvuelven sus tramas. Si os decidís a hacerlo, os recomiendo igualmente la indispensable página Jane Austen en castellano, completísima y repleta de información interesante. Excelente también, e inabarcable, Hablando de Jane Austen.

Pero vayamos de entrada con Orgullo y prejuicio, la más popular, quizá, de las novelas de nuestra invitada de hoy. El libro cuenta con varias ediciones en castellano, con formatos y traducciones diversas (son significativas y llaman la atención las discrepancias, a propósito de las muchas versiones al castellano de la obra, en las diversas formulaciones de la muy famosa frase inicial de la novela: Es una verdad universalmente aceptada que todo soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa, que se recrea de unos libros a otros con una generosa variedad de interpretaciones). Yo os recomiendo la publicada en 2009 por Alba Editorial, en su colección Clásica Maior, una edición primorosa, bellísima, con una traducción impecable desde el punto de vista del profano, complementada con enjundiosas notas, de Marta Salís (hay un interesante trabajo de una experta, la profesora Nieves Jiménez Carra, de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, acerca de las traducciones de Orgullo y prejuicio, que incluye un interesante análisis del modo en que se han vertido al castellano algunos términos de frecuente aparición en la obra de Jane Austen: abilities, accomplishments, manners y mind). El texto utilizado para la traducción es el de la primera edición de la obra, que vio la luz de forma anónima en 1813. Las ilustraciones, magníficas, que se entreveran en las páginas del libro y encabezan los distintos capítulos, son las de Hugh Thompson para la edición de 1894.

El hogar de los Bennet, una propiedad en Hertfordshire que por diversas consideraciones legales deberá pasar a manos ajenas tras la muerte del padre de familia, y por el que revolotean sus cinco jóvenes y casaderas hijas (Jane, Elizabeth -Lizzy-, Mary, Kitty y Lydia), se ve sacudido por la noticia, con la que se abre el libro, de que un rico y agraciado hombre soltero, el Sr. Bingley, ha alquilado una mansión vecina, la finca Netherfield. La Sra. Bennet ve en el acontecimiento la ocasión para que alguna de sus hijas pueda lograr una buena boda que resuelva tanto su propia vida como la del resto de la familia. Bingley aparecerá con sus hermanas y con un amigo, el Sr. Darcy, también atractivo e igualmente poseedor de una considerable fortuna, que despertará junto a su compañero el interés de las chicas. Enseguida se suceden los actos sociales -bailes, almuerzos, visitas, paseos- en cuyo curso aflorará la atracción recíproca entre el joven Bingley y la mayor de las jóvenes Bennet, la muy bella Jane. Por el contrario, el contacto entre Darcy y Elizabeth nace marcado desde muy pronto por los malentendidos -y aun más, la antipatía, la animadversión y la franca hostilidad- que provocan simultáneamente el carácter aparentemente orgulloso del varón, cuyos comentarios humillan a la chica, y las reticencias y prejuicios que ésta alberga sobre él a partir de la información que recibe de otras personas y que corroboran esa personalidad arrogante, altiva, proclive al desprecio y la altanería de un joven que desde el primer momento parece dejar claro que las notorias diferencias de clase con la familia Bennet lo enojan e irritan, lo aburren y alejan del inconveniente trato con sus miembros. Las otras hermanas, la muy seria Mary y las infantiles y frívolas Kitty y Lydia, tienen una menor presencia en el libro, aunque un controvertido comportamiento de esta última sí incidirá en la línea central de la trama. Un hilo argumental que se desarrollará dándonos cuenta de las vicisitudes por las que atraviesan las dos relaciones principales, singularmente la de Lizzy y Darcy, con sus vaivenes, lances, incidencias, idas y vueltas, acercamientos y separaciones, aproximaciones y rechazos, esperanzas y deseos, tropiezos y errores, hasta llegar a una conclusión que pese a ser previsible y bien conocida no voy a divulgar.

Pero como tantas otras veces nos encontramos en las obras maestras de la literatura, no es el desarrollo de la historia que se nos cuenta -su contenido: estamos, en el fondo, ante una magnífica novela de amor- lo esencial del libro, sino su estilo, la tensión narrativa que le imprime su autora y también la capacidad de ésta para la indagación en la psicología de sus personajes; su perspicacia y talento para la observación del comportamiento humano; la multiplicidad de temas que subyacen al relato; el talento de Jane Austen para ofrecer una precisa radiografía social de una época y de un ambiente, el de las clases media y alta en la sociedad rural de su tiempo, que aparecen descritos de un modo nítido aunque indirecto a través de los bailes, las visitas entre familias, las cartas y los mensajes, las invitaciones y los almuerzos, los pequeños detalles que marcan las diferencias de clase, las costumbres domésticas y, sobre todo, las ceremonias y los protocolos, los valores y rituales, las formalidades y la liturgia -también sus expectativas y sus afanes- del matrimonio, la institución que ocupa un lugar central en todas sus novelas (casarse había sido siempre su objetivo; era la única forma respetable de que una joven educada y de escasa fortuna se asegurara el porvenir y, aunque no garantizara su felicidad, era el mejor modo de no pasar privaciones).

En particular, y sin poder ahondar más en el asunto, destaca por encima de todos el personaje de Elizabeth, una chica inteligente, romántica sin caer en el empalago y racional, con personalidad propia, dotada de un ingenio vivísimo y una lengua afilada, valiente y atrevida, respondona e inconformista, por todo ello adelantada a su tiempo y en consecuencia muy moderna, hasta feminista avant la lettre, por esa su negativa a someterse a los dictados de las conveniencias y las formalidades sociales, por su radical insistencia en pensar por sí misma, por su lúcida obstinación en rechazar el papel que la época exige de una joven dama de su clase. Una figura literaria inolvidable.

Toda esta amplia variedad de referencias, significados e interpretaciones a los que se abre el libro no admite de ninguna manera una fidedigna traslación al cine, siempre más -forzosamente- reduccionista. Hay, al parecer, más de sesenta adaptaciones o desarrollos o recreaciones cinematográficas de las obras de Jane Austen, de las que yo quiero hablaros ahora de dos. En primer lugar, me ha interesado Orgullo y prejuicio, una película de 2005 dirigida por Joe Wright que cuenta con un reparto formidable, en el que destacan dos grandes nombres de la escena británica, la siempre solvente Brenda Blethyn en el papel de la Sra. Bennet y Judi Dench, que brilla en una aparición secundaria de lujo. También son reseñables, desde otra perspectiva más “mundana”, Carey Mulligan, en su primera presencia en un film en el rol de Kitty, una de las hermanas pequeñas, y la guapísima -y casi solo eso- Rosamund Pike como Jane Bennet, iluminando las escenas en que aparece. Y por encima de todos ellos, un como casi siempre genial Donald Sutherland, recreando al sarcástico, escéptico y socarrón Sr. Bennet, en una interpretación conmovedora en algunos momentos, como la conversación final con su hija Lizzy. Además, y, sobre todo, destaca una jovencísima y entonces aun por hacer Keira Knightley de la que su irresistible atractivo -y no hablo solo del físico- nos impide apartar los ojos de la pantalla.

La película, vista inmediatamente después de la lectura del libro, transmite una sensación de rapidez y aceleración tales que uno duda de si será posible la cabal comprensión de la historia por un espectador que no la conociera previamente en su versión literaria. Los brillantes planos secuencia, los laberínticos movimientos de cámara, las elipsis continuas, la sucesión de episodios que hacen avanzar la acción en sus elementos principales sin distracciones ni tiempos muertos, contrastan con la lentitud, la premiosidad, la detallada presentación de los personajes, la detenida exposición de sentimientos, el concienzudo análisis de los comportamientos que afloran en el libro. Sin embargo, la cinta resulta entrañable, deliciosas las hermanas, amable la madre, magníficos los actores secundarios (salvo el a mi juicio ostensible fallo de casting en la elección del actor que encarna a Bingley), reseñables las soluciones técnicas, sobresaliente la fotografía de exteriores, de una formidable pulcritud -como es costumbre en el cine británico- el mobiliario y la decoración, el vestuario y la ambientación (sorprende, por cuanto “inventa” lo que en el libro solo se apunta, el naturalismo en la recreación de la propiedad de los Bennet, las vacas, los cerdos, el lodo de los patios, la modestia del entorno, los muchos rasgos que subrayan la desigualdad de clase de la familia con sus acaudalados vecinos).

Y aún más apreciable que la película es la serie que, en seis capítulos, ofreció la BBC en 1995. Dirigida por Simon Langton, estamos ante cinco horas -aquí sí que la fidelidad al libro es más ostensible, la larga duración de la cinta permite disfrutar de los tiempos lentos, de la intensa indagación en las interioridades de los distintos caracteres, de la demorada recreación de los distintos episodios de la novela- de magnífica televisión -o cine, qué importa el medio- con, de nuevo, el acostumbrado rigor británico en la dirección artística, unos más que solventes actores, empezando por el extraordinario elenco de secundarios y terminando por un muy joven y algo excesivamente hierático Colin Firth, y, por último, una ejemplar traslación a la pantalla del rico universo de la obra literaria. Todas esas cualidades proporcionaron a la serie numerosos premios, sobre todo técnicos, aunque Jennifer Ehle, estupenda en su rol de Elizabeth Bennet, también consiguió el prestigioso BAFTA a mejor actriz.

Ya sin tiempo para más, un breve apunte para comentaros otros libros relacionados con Orgullo y prejuicio y para aconsejaros fervientemente el resto de la obra de Jane Austen. En La muerte llega a Pemberley, que publica Bruguera, escrita por la reconocida escritora de novela policíaca P.D. James, la acción comienza en 1803, seis años después del final del libro en el que se inspira. Elizabeth y Darcy, casados y con dos hijos, viven felices en la inmensa mansión de los Darcy en Pemberley. En la víspera de un baile de gala en la casa, el asesinato de un oficial en un bosque cercano desencadena la trama policial. El libro, deudor de la admiración de su autora por la literatura de Jane Austen, mantiene, más allá de los pormenores “criminales”, una línea de continuidad con la “obra-madre” -en el estilo, en el lenguaje, en la ambientación, en los principales rasgos y el carácter de los personajes-, resultando así una novela entretenida e interesante, que se lee con agrado como una suerte de prolongación de la novela principal y que representa, pues, en definitiva, un logro literario -ese “ensamblaje” de obra clásica y novela detectivesca- más que digno.

En Sin compromiso, novela de Curtis Sittenfeld de éxito en Estados Unidos y publicada hace unos meses en España por Siruela, nos encontramos con los personajes de Orgullo y prejuicio aunque reencarnados en modernos profesionales urbanos en Cincinnati. El lema con el que la editorial publicita el libro: “Un delicioso encuentro entre Orgullo y prejuicio y Sexo en Nueva York” resulta decisivo para no arriesgarse a perder el tiempo entre sus páginas.

Una tercera “secuela” -más bien una obra autónoma que traslada a nuestros días parte de las preocupaciones, pero no los personajes ni los escenarios, latentes en Orgullo y prejuicio- es La trama nupcial, una espléndida novela, esta sí muy recomendable- de Jeffrey Eugenides. De ella os hablé aquí hace un par de años.

Por último, la crítica ha valorado también la insólita Orgullo y prejuicio y zombis, escrita por Seth Grahame-Smith y publicada hace unos años por Umbriel. Se trata, al parecer (pues pese a las entusiastas valoraciones no la he leído por no encajar demasiado en mis preferencias), de una recreación del universo del clásico desde una perspectiva gore, repleta de cadáveres putrefactos, muertos vivientes, canibalismo, guerreras ninja, violencias varias y sangre por doquier. La visión irónica que impregna el libro se manifiesta desde el principio en la peculiar interpretación del ya mencionado inicio de la novela: Es una verdad universalmente reconocida que un zombi que tiene cerebro necesita más cerebros. Hay también, creo, versión cinematográfica.

Por último, quiero destacar también algunas otras novelas de Jane Austen, en algunos casos de tanta calidad como Orgullo y prejuicio y de lectura igualmente arrebatadora y placentera. Yo conozco -y he disfrutado- Juicio y sentimiento, Mansfield Park y Emma, teniendo pendiente de lectura Persuasión, todas en Alba Editorial y todas compartiendo parecidos referentes estilísticos y literarios y similares preocupaciones y temáticas. Volveré sobre alguna de ellas en otras reseñas el curso próximo.

De casi todas hay también adaptaciones fílmicas, entre las que destacan Sentido y sensibilidad (la traducción para el cine de Juicio y sentimiento), que dirigió en 1995 Ang Lee, con Emma Thompson, Kate Winslet, Hugh Grant y el recientemente fallecido y siempre espléndido Alan Rickman; y, menos interesante, Emma, con Gwyneth Paltrow en el papel protagonista a las órdenes de Douglas McGrath, en una película de 1996.

En fin, la lista de ramificaciones literarias y cinematográficas de la obra de Jane Austen es interminable y la propia imposibilidad de abarcarlas todas me lleva a cerrar aquí esta reseña. Os dejo, pues, con una aproximación más, ésta musical, al universo de la escritora inglesa. La cantante neozelandesa Holly Cristina nos habla de su experiencia como lectora de Jane Austen en una canción del mismo título.


A pesar de todas las preguntas que hizo la señora Bennet, ayudada por sus cinco hijas, no sonsacó a su marido una descripción convincente del señor Bingley. Las cinco le atacaron de diversos modos: con preguntas directas, con suposiciones ingeniosas y con vagas conjeturas; pero él logró eludir el asedio, y ellas no tuvieron más remedio que contentarse con la información de segunda mano de su vecina lady Lucas. Las palabras de ésta fueron muy elogiosas. Sir William estaba encantado con el nuevo inquilino de Netherfield. Era muy joven, y extraordinariamente apuesto y amable, y, por si fuera poco, pensaba asistir a la próxima fiesta con un numeroso grupo de amigos. ¡Las noticias no podían ser mejores! La afición al baile era en cierto modo un primer paso hacia el amor; y más de una joven abrigó la esperanza de conquistar el corazón del señor Bingley.

—Si pudiera ver a una de mis hijas felizmente instalada en Netherfield —dijo la señora Bennet a su marido—, y a las otras cuatro igual de bien casadas, todos mis deseos se verían colmados.

A los pocos días el señor Bingley devolvió la visita al señor Bennet, y pasó diez minutos con él en su biblioteca. Había ido con la ilusión de ver a sus hijas, pues había oído hablar de su belleza; pero sólo vio al padre. Las jóvenes fueron algo más afortunadas, ya que, desde una ventana del piso superior, tuvieron ocasión de comprobar que el nuevo vecino vestía una casaca azul y montaba un caballo negro.

No tardaron en enviarle una invitación para cenar; y la señora Bennet había elegido ya los platos que le permitirían lucirse como ama de casa cuando llegó una respuesta que lo demoró todo. El señor Bingley tenía que trasladarse a Londres al día siguiente, por lo que, lamentándolo profundamente, etcétera, no podía aceptar la amable invitación. La señora Bennet se quedó muy desconcertada. Era incapaz de imaginar qué asunto podía llevar al joven a la ciudad nada más instalarse en Hertfordshire; y empezó a temer que se pasara la vida yendo de un lugar a otro, sin hacer lo que debía: fijar su residencia en Netherfield. Lady Lucas consiguió tranquilizarla un poco al sugerir que tal vez viajara a Londres en busca del grupo de amigos que le acompañarían al baile; y no tardó en circular el rumor de que el señor Bingley asistiría con doce damas y siete caballeros. A las jóvenes les disgustó aquel número tan elevado de señoras; pero se consolaron al oír la víspera del festejo que sólo habían llegado de Londres seis mujeres: sus cinco hermanas y una prima. Y, cuando el grupo entró finalmente en el salón de baile, lo componían únicamente cinco personas: el señor Bingley, sus dos hermanas, el marido de la mayor y otro caballero.

El señor Bingley era un joven apuesto y distinguido; tenía un rostro muy agradable, y maneras sencillas y afables. Sus hermanas vestían con auténtica elegancia, a la última moda. Su cuñado el señor Hurst, que de caballero tenía sólo la apariencia, pasó casi inadvertido, pero su amigo, el señor Darcy, llamó en seguida la atención de los presentes por su elevada estatura, hermosas facciones y porte aristocrático; y porque a los cinco minutos de su llegada corrió el rumor de que tenía una renta de diez mil libras anuales. Los caballeros reconocieron su atractivo, y las damas dijeron que era más guapo que el señor Bingley, y todo el mundo le contempló con admiración durante la primera mitad de la velada, hasta que sus modales indignaron a todos y dieron un vuelco a su popularidad; pues se hizo patente que era un hombre orgulloso, que se sentía superior a los demás y no se contentaba con nada. Y ni siquiera su extensa heredad de Derbyshire impidió que le consideraran una persona desagradable y antipática, indigna de ser comparada con su amigo.

El señor Bingley no tardó en conocer a todos los vecinos ilustres allí congregados; era un joven alegre y expansivo, bailó todas las piezas, lamentó que la reunión terminara tan pronto, y prometió organizar un baile en Netherfield. Semejantes cualidades hablan por sí mismas. ¡Qué contraste entre él y su amigo! El señor Darcy se limitó a bailar una vez con la señora Hurst y otra con la señorita Bingley, no quiso que le presentaran a ninguna dama, y pasó el resto de la velada dando vueltas por el salón y hablando de vez en cuando con algún miembro de su grupo. Todos se formaron la misma opinión de él. Era el hombre más orgulloso y desagradable del mundo, y ojalá no volviera a aparecer por allí. Entre sus críticos más feroces estaba la señora Bennet, que, además de censurar su conducta en líneas generales, se sentía indignada por el hecho de que hubiera desairado a una de sus hijas.

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