Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 28 de marzo de 2018

FRANÇOISE FRENKEL. UNA LIBRERÍA EN BERLÍN

Hola, buenas tardes. Bienvenidos una semana más a Todos los libros un libro. Hoy, el ya veterano espacio de literatura en Radio Universidad de Salamanca os acerca una obra interesante, de lectura muy instructiva aunque a mi juicio algo fría, sobre un tema bien conocido y del que aquí ya os hemos presentado infinidad de aproximaciones. Se trata de Una librería en Berlín, el relato en primera persona en el que Françoise Frenkel, una ciudadana judía de origen polaco, desconocida para mí en tanto escritora, da cuenta de su experiencia como librera en Berlín a principios de los años veinte del pasado siglo y, sobre todo, de su trágica huida por Alemania, Francia y Suiza, escapando de la agobiante opresión del nazismo entre 1939 y 1943. El título escogido para la aparición del libro en España no es el original, mucho más significativo respecto a su contenido: Rien où poser sa tête (“ningún sitio donde descansar la cabeza”), siendo además algo equívoco y pudiendo inducir a la confusión, pues la presencia de la librería berlinesa referida ocupa apenas treinta de las casi trescientas páginas del volumen. Una librería en Berlín fue publicado en 2017 por la editorial Seix Barral en traducción de Adolfo García Ortega, excelente escritor él mismo (hace años presenté en este espacio El mapa de la vida, una magnífica novela) y muy interesado, en sus libros y sus traducciones, por las dramáticas vicisitudes vividas por los judíos en el terrible siglo XX. El texto viene precedido de un clarificador prefacio de Patrick Modiano, otro escritor (también reseñado en esta página) “obsesionado” con la segunda guerra mundial, en particular con los escenarios y personajes de la ocupación de Francia por las tropas hitlerianas, y se cierra con un muy necesario dosier final, que incluye documentación variada sobre la protagonista del libro y sobre algunos de los detalles de los que se habla en él. De este curioso dosier adjunto os comentaré más adelante algunos detalles relevantes.

La mayor parte de las obras literarias centradas en los trágicos episodios vividos por las víctimas -sobre todo judías- de la barbarie nazi en el período que va desde la ascensión al poder de Hitler hasta el fin de la Segunda guerra mundial, tanto las que se plantean a partir de una base autobiográfica y casi documental como las que adoptan abiertamente la forma de un relato de ficción, suelen presentar a los personajes en sus vidas anteriores a su deportación a los siniestros campos de concentración y exterminio o bien una vez incorporados a ellos. En el primero de los casos, las narraciones se centran en el clima de terror que progresivamente va tomando cuerpo en la Alemania -y en el resto de los países invadidos- dominada por el nacionalsocialismo, en las amenazas a los judíos, en las sospechas y vejaciones, en la humillante exposición pública, en la infamante exigencia de portar la estrella de David en sus ropas, en las ofensas y agresiones inicialmente esporádicas, luego constantes, en los ataques y linchamientos, en la expulsión de sus trabajos, la destrucción de sus negocios y el vacío social y profesional, en el ambiente irrespirable, los registros, los saqueos y las confiscaciones, en la enajenación de sus bienes, el racionamiento y la degradación, en el confinamiento en guetos y, por fin, en la exacerbación de los pogromos con su detención y su cruel conducción a los campos, cientos de miles de personas hacinadas e indefensas en los inhumanos trenes de la muerte. Una segunda vertiente -muy nutrida y copiosa, y de extraordinario valor “moral”- entre los libros que registran ese infausto momento histórico lo constituyen aquellos que describen las penalidades sufridas por sus protagonistas en los centros de internamiento y exterminio, en las diversas variantes del horror y la atrocidad, de la bestialidad y la locura sobre las que se articulaba la existencia en lugares como Auschwitz, Birkenau, Treblinka, Dachau, Buchenwald o Mauthausen. (Aprovecho, una vez más, para recordaros la inexcusable visita a la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos que puede verse hasta el próximo 17 de junio en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid).

Mucho menos a menudo nos encontramos con libros que se centren en la descripción de la huida, en la dura cotidianidad de quienes, vislumbrando el peligro escondido en los ominosos indicios que ofrecían las primeras acciones perpetradas por las desenfrenadas huestes de las tropas de asalto o las juventudes hitlerianas o desesperados ante la desaparición de sus conocidos, allegados o parientes, deciden escapar, dejando atrás pertenencias y amistades, familia y propiedades -la existencia entera-, para salvar la vida y en busca de seguridad y, sobre todo, libertad. En el caso de la literatura de expresión francesa, a la que pertenece la autora que hoy nos ocupa, es bien cierto que existen algunos ejemplos notables de esta “tendencia”, pues el propio Patrick Modiano sí ha basado una parte sustancial de su obra en referir el día a día en la Francia ocupada, pero sus novelas reflejan más la “normalidad” que la fuga, en la medida en que en ellas la amenaza nazi es más difusa, está en el ambiente, claro -las calles de las ciudades asisten al paso triunfal de los invasores alemanes-, pero no acosa directamente a los personajes, que se desenvuelven en su existencia habitual condicionados por la presencia de la guerra pero no presionados o agredidos o violentados brutalmente por ella. Suite francesa, la obra maestra de Irène Némirovsky, que aprovecho para recomendaros apasionadamente, un libro que tiene más de un punto en común con el que hoy os presento, sí se centra en el sufriente itinerario de la retirada y dispersión, angustiosa y desesperada, de miles de familias que abandonan un París bombardeado para escapar de sus más que probables verdugos. Sin embargo, la novela de Némirovsky, a años luz (a su favor) en calidad literaria de Una librería en Berlín, no se limita, como lo hace ésta, a la mera descripción casi notarial de las peripecias de los desplazados, sino que tiene más altura, más profundidad, más dimensiones en definitiva, constituyendo un espléndido y vivo testimonio de la sociedad francesa y del estado del mundo en su época, así como una profunda indagación en la condición humana.

En cambio, como digo, la historia que se nos cuenta en Una librería en Berlín es, sin despreciar el enorme valor que supone como muestra -una más- de la feroz e inhumana irracionalidad a la que puede llegar nuestra especie, es más trivial, más “ligera”, más “rutinaria” -y espero que los adjetivos no suenen frívolos en este contexto-, o al menos ésa ha sido mi percepción durante su lectura.

Frymeta Idesa Frenkel, que se hará llamar Françoise Frenkel, nace en 1889 en Polonia. Estudiante de Letras en la Sorbona realiza sus prácticas en una librería parisina. En 1921 se instala con su marido, Simon Raichenstein (del que, muy sorprendentemente, no aparece ni una sola referencia, por pequeña o indirecta que fuese, en el libro), en Berlín, en donde ambos fundan La Maison du Livre, la primera librería especializada en literatura francesa de la capital alemana. Las primeras intimidantes sombras que enturbian la normalidad de la vida de los judíos llevan al exilio al marido, mientras Françoise permanece en Berlín al frente de su establecimiento (Yo amaba a mi librería como una mujer ama, con verdadero amor, será la declaración más entusiasta sobre su oficio -y a mí y ya me parece algo retórica y, en el fondo, vacua-, aparte de alguna mención superficial a escritores y títulos favoritos) hasta julio del 39 en que la declaración de guerra la obliga a dejar Alemania y huir a París. La crónica de esos largos años -en ese momento nuestra protagonista tiene ya cincuenta- ocupa, como ya he señalado, una treintena de páginas, mientras el núcleo principal del libro se detiene en las sucesivas etapas de un cada vez más penoso peregrinaje en pos de una liberación que la mujer acabará encontrando en junio de 1943 cuando, tras al menos tres intentos fallidos, logra cruzar a Suiza y alcanzar la salvación. Su marido, en cambio -pero esta información no la conocemos por el relato de Françoise-, acabará deportado a Auschwitz y morirá en el campo. El lector de Una librería en Berlín seguirá a su autora por mil y una peripecias, de Berlín a París y, desde la capital gala, a Aviñón, Vichy, de nuevo Aviñón, Niza, algún lugar perdido de las montañas prealpinas, Grenoble, Annecy, Saint-Julien, otra vez Annecy y por último el tranquilizador país helvético tras cruzar abruptamente la frontera desde la región de Saboya. En su arriesgado itinerario, en el que utilizará distintos medios de transporte (trenes, autobuses, camiones, burros, sin excluir las muchas caminatas a pie), Françoise -que parece gozar de una holgada condición económica, pues se aloja, al menos los primeros años de su periplo, en hotelitos de una cierta calidad- se asienta en sus diferentes destinos siempre a la expectativa de alguna benéfica novedad (El fondo subyacente de aquella experiencia era la espera, escribe), se adapta en ellos, mientras no llegan las buenas noticias, a una relativamente despreocupada normalidad y entra en contacto con gentes variadas, amigos, conocidos, acogedoras familias que la albergan, lugareños afables o siniestros que la ayudarán a escapar cuando la placidez de su refugio se ve en peligro por una nueva aproximación de los temidos invasores... Su relato recrea puntualmente las diferentes situaciones por las que transcurre su escapada, en la que son frecuentes los cambios de domicilio, en condiciones cada vez más austeras, punteándolas con reflexiones personales en las que comenta los pormenores de su errante vida, añora a sus seres queridos y los tranquilos días del pasado, emite juicios sobre las personas que encuentra, desliza algún pensamiento más o menos filosófico e introduce algún pasaje poético o tocado de un cierto lirismo. Desde el punto de vista literario, pues, el libro no me dice mucho; es, incluso, a mi juicio, algo simple, muy llano y elemental, sin demasiados aspectos sobresalientes o de una especial relevancia: la narración algo desapasionada y sin la intensidad ni el dramatismo ni la emoción, al menos desde mi percepción lectora, que las duras vivencias experimentadas conllevan, de una mujer con posibles que ve cómo su vida se desmorona y se ve obligada a abandonar cuanto tiene y adaptarse a muy difíciles circunstancias, pero siempre de un modo privilegiado frente al sufrimiento y la indefensión que debieron padecer muchos de los perseguidos en aquellos días, gentes del común a la postre no tan favorecidos por la fortuna como sin duda lo fue, pese a sus desgracias, Françoise Frenkel. Quizá sea este hecho el que motive que al lector le resulte difícil sentirse del todo identificado con la protagonista del relato en sus tristes contingencias.

La edición española se completa, como he anticipado, con un muy ilustrativo dosier final que incluye una sucinta cronología, algunas pruebas documentales -fotografías, recibos, facturas, testimonios notariales, declaración juradas, escritos oficiales, artículos de prensa, dedicatorias, páginas de listines telefónicos- de los hechos narrados en el texto, así como de la inusitada y azarosa trayectoria del libro original, “desaparecido” durante décadas tras su publicación en 1945 y “recuperado” por azar en un tenderete de un rastro hace menos de un lustro.

En fin, una lectura, pese a todo, interesante, la de esta Una librería en Berlín de Françoise Frenkel que esta tarde os recomiendo. Como acompañamiento musical a mi reseña os dejo a Yves Montand poniendo su voz a un bellísimo poema, Barbara, de Jacques Prévert, algo posterior -1946- a la acción narrada en el libro, pero lleno de referencias a la brutalidad de la guerra entonces recién terminada (Oh Barbara/Qué gilipollez la guerra/Qué habrá sido de ti/Bajo esta lluvia de hierro/De fuego de acero de sangre/Y aquel que te estrechaba en sus brazos/Cariñosamente/Estará muerto desaparecido o quizá viva).


Cuando pienso en los últimos años tan atormentados de mi estancia en Berlín, de nuevo veo ante mí una cadena de hechos alucinantes: los primeros desfiles silenciosos de los futuros camisas pardas; el proceso que siguió al incendio de Reichstag, típica muestra del proceder nacionalsocialista; la rápida transformación de los niños alemanes en larvas excitadas de las Juventudes Hitlerianas; el aspecto masculino de las chicas rubias de ojos azules que desfilaban con zancadas tan bruscas que hacían vibrar los escaparates y temblar los libros que había en los expositores como un sombrío presentimiento; la visita de una madre alemana que lloraba por su hijo, quien acababa de ser felicitado delante de toda la clase y puesto como ejemplo por haberla denunciado por sus opiniones antinazis; o esa otra madre, esta judía, que, con el corazón lleno de dolor, me contó que se había encontrado en la calle con su hijo, de padre cristiano, y como iba acompañado de camaradas hitlerianos hizo como que no la conocía; la creciente desolación de todas las madres ante el desafecto de sus hijos arrancados del hogar familiar; la influencia de los jefes de edificio que se metían en la vida de los inquilinos, los delataban ante los tribunales de comportamiento, dislocaban los lazos del matrimonio, de la amistad, del cariño, del amor; las personas desposeídas primero de sus trabajos y de sus funciones, luego de su fortuna y finalmente de sus derechos cívicos y humanos; la huida de los perseguidos hacia las fronteras; los entierros de los desesperados que se habían arrojado a las ruedas del tren o por las ventanas; la desaparición definitiva en los campos de concentración; el regreso de algunos clientes después de largas ausencias, mentes finas y lúcidas -con la cabeza rasurada como condenados a trabajos forzados, mirando al infinito, desquiciados, temblándoles las manos- que se habían convertido en unos viejos en tan pocos meses.
Recuerdo la aparición de un jefe con cara de robot, cara en la que el odio y el orgullo estaban tan profundamente marcados que en ella había muerto todo sentimiento de amor, de amistad, de bondad, de piedad…
Y alrededor de ese jefe, con voz histérica, una muchedumbre hechizada capaz de toda violencia y de todo asesinato.
Visión del nacimiento de ese monstruoso y siempre creciente termitero humano que se extendía rápidamente por todo el país con un siniestro chirrido metálico, termitero de un incalculable potencial de fuerzas colectivas. 



Françoise Frenkel. Una librería en Berlín

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