Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 22 de enero de 2020

EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN. GEOGRAFÍAS Y PAISAJES DE TINTÍN

Hola, buenas tardes. Bienvenidos, una semana más, a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Esta tarde quiero ofreceros una propuesta relativamente vinculada al calendario, anclada, pues -aunque ya os digo que de un modo algo forzado-, a estos primeros días de 2020. Y es que en enero, exactamente el 10 de enero de 1929, vio la luz por primera vez el hoy universalmente reconocido personaje de Tintín, que apareció, en ese su debut “literario”, en las páginas de Le petit vingtième, el suplemento dominical infantil del periódico belga, de inspiración católica, Le Vingtième siécle. Durante un tiempo el joven reportero se mostraría a través de esas colaboraciones esporádicas, publicadas por entregas en dicho medio periodístico, y no sería hasta unos meses después, en un 1930 del que ahora se cumplen noventa redondos años, cuando sus aventuras se reunirían en un primer volumen, Tintín en el país de los soviets, que inauguraría, bien que de un modo tímido y aún imperfecto, su larga y fecunda carrera. Es por ello que he considerado oportuno que este comienzo de año opere como una suerte de bisagra entre dos efemérides nonagenarias, la del nacimiento “absoluto” en 1919 y la de, un año después, la “puesta de largo” formal (por llamarla así) de la imperecedera creación de Hergé, recomendándoos un librito, Geografías y paisajes de Tintín, escrito por Eduardo Martínez de Pisón y publicado hace pocos meses por la Editorial Fórcola, que se acerca al imaginario tintinesco desde una perspectiva, como veréis, bien realista.

Quiero recordar antes que hace ya más de ocho años, en una de las primeras emisiones de Todos los libros un libro en Radio Universidad, os había hablado de algunos de los más relevantes títulos que constituyen la inagotable bibliografía sobre Tintín; libros excelentes, indispensables incluso para conocer en profundidad el rico mundo del popular aventurero belga. Es el caso de Tintín, el sueño y la realidad, escrito por experto Michael Farr, publicado, en una excepcional edición, por la editorial Zendrera. En el mismo sello podemos encontrar otros formidables álbumes de Michael Farr como son Las aventuras de Hergé o Tintín y Cía.. Esencial es también Tintín-Hergé. Una vida del siglo XX, el espléndido y ya canónico trabajo de Fernando Castillo, aparecido por primera vez en 2004 en la editorial Páginas de espuma, con el título El siglo de Tintín y reeditado en una versión ampliada por esta Fórcola que da a la luz también el libro del que hoy quiero hablaros. Hay, además, un sinnúmero de acercamientos a aspectos específicos de los cuentos de Tintín, con publicaciones sobre los muchos automóviles que aparecen en las diferentes historietas, o, con un enfoque similar, otras que “repertorian” los también muy frecuentes aviones, todos con su correlato “real”. Yo he disfrutado mucho, y con esto cierro este breve preámbulo, de un divertidísimo catálogo de los desopilantes insultos que profiere el capitán Haddock en sus numerosos arrebatos de ira a lo largo de los casi veinte episodios en los que él interviene (El ilustre Haddock es su algo desconcertante título).

Eduardo Martínez de Pisón, autor de este Geografías y paisajes de Tintín que hoy os traigo es, en sí mismo, un personaje muy notable, que podría aparecer sin desdoro en cualquiera de las aventuras de Tintín (lo puedo imaginar en el Tibet, trepando a los helados riscos del Himalaya, acompañando al muchacho en su búsqueda de Tchang; podría formar parte también de la expedición del Sirius, departiendo amigablemente en cubierta con Porfirio Bolero y Calamares, de la Universidad de Salamanca, y con el resto de científicos que protagonizan La estrella misteriosa). Y es que Martínez de Pisón es, con ochenta y tres años recién cumplidos, mucho más que Catedrático emérito de Geografía de la Universidad Autónoma madrileña y consecuentemente “responsable” de una destacadísima carrera académica e intelectual con centenares de publicaciones de referencia en los dominios de su especialización, la Geografía Física y la Geografía urbana. Premio Nacional de Medio Ambiente, entre otros galardones, su temprana preocupación por la defensa de naturaleza y sus muchos logros en este terreno (dirige, por ejemplo, el “Instituto del Paisaje” de la Fundación Duques de Soria y es miembro de los Patronatos de distintos Parques nacionales), lo han convertido en un referente del compromiso cultural con la geografía, la montaña y, en general, el ecologismo. Y por si fuera poco, Pisón es también, desde hace casi setenta años, un consumado alpinista. Sus escapadas y expediciones (y los estudios e investigaciones consiguientes) no tienen nada que envidiar a las de su admirado Tintín, con reiterados viajes al Himalaya, la Antártida y el Polo Norte, Alaska o Groenlandia (es experto en Glaciología), las Montañas Rocosas y las de Asia Central, Perú o Siberia.

Todo este bagaje de experiencia y cultura del sabio profesor aflora en Geografías y paisajes de Tintín, que con el explícito subtítulo de Viajes, lugares y dibujos nos ofrece un exhaustivo recorrido por la obra mayor de Hergé -incluso por sus antecedentes e influencias (la desbordante erudición de Eduardo Martínez de Pisón no conoce fronteras)-, analizada, con rigor y amenidad, con profundidad y entusiasmo, desde la perspectiva de los espacios urbanos y, sobre todo, naturales, en los que se desenvuelve. El libro cuenta con una muy atractiva portada de José Luis Povo, miembro destacado -como nos lo presenta el autor- de la asociación tintinófila madrileña ¡Mil Rayos! La mesa de trabajo de Tintín es una magnífica ilustración, que recoge los principales referentes viajeros del personaje y que constituye, por ello, una muy conveniente puerta de entrada al apasionante estudio que encierra el libro.

Tintín es un depósito de información geográfica, afirma, categórico y acertado, Martínez de Pisón, al comienzo de la obra, dejando así claro el desencadenante que justifica el propósito de su libro. Y de modo aún más nítido, todavía en las primeras páginas, menciona las conclusiones de una ponencia de Carmen García Calatayud (Geografía y mapas en los cómics de Tintín), presentada en el marco de la Jornada de Cartografía de la Biblioteca Nacional de España celebrada en noviembre de 2017, en la que se demostraba que Hergé utilizó la cartografía apropiada a las aventuras y recorridos de su héroe por el mundo, de modo que se puede ubicar a Tintín siempre en un mapa y hasta confeccionar un atlas de sus historias. Partiendo de esas premisas, Pisón sostiene que un repaso de tales andanzas por África, Asia, Europa, América y Oceanía permite extraer de modo explícito información geomorfológica, hidrográfica, biogeográfica y cultural del entorno de las peripecias de los personajes.

El libro está organizado en cuatro secciones bien diferenciadas. En la primera, El planeta Tintín, se nos presenta al personaje, se rastrean sus antecedentes, sus influencias y, singularmente, sus repercusiones en algunos dibujantes españoles de principios y mediados del siglo pasado; también conocemos la estrecha relación entre el autor, las historietas del intrépido periodista y la editorial Fórcola, que ha acogido algunos de los últimos libros del catedrático; se incorpora igualmente un breve excurso sobre la línea clara, esa muy popular tendencia del diseño gráfico (En Tintín, un camión es un camión. Perdón: es un Chevrolet 1947, cita el autor a Pierre Sterckx, un estudioso de la obra tintinesca). Pero lo esencial de este apartado lo constituye el capítulo titulado Geografías de Tintín. En él hay ya un primer elenco de las perspectivas de la “ciencia geográfica” desde las que pueden “leerse” los cuentos: la biogeografía, el territorio, los transportes, las ciudades, el interior del mar, el turismo, las islas, los insultos geográficos, etc.; pero hay ramificaciones que tocan a la historia, el psicoanálisis, el arte, la ciencia. En una prueba palpable del minucioso conocimiento que Pisón tiene de los álbumes de Tintín, se enumeran las distintas especies animales presentes en las historietas (ciento doce), los tipos de árboles expresamente especificados (tres: abedul, manzano y álamo), las clases de arboledas (sabanas, bosques galería, cejas de montaña, insulares, europeas, etc.), los medios de locomoción utilizados por el protagonista o sus acompañantes (barcos, aviones, trenes, autos, motos, helicópteros, submarinos, carretas), las ciudades que visita (Bruselas -obviamente-, Chicago, Shanghái, Ginebra, Moscú, Katmandú, la inventada Tapiocápolis, entre otras), los países (incluso imaginarios: Syldavia o Borduria), los elementos marinos que aparecen (batiscafos, barcos, puertos, infinidad de islas -el archipiélago Hergé-, algas, medusas, anémonas, estrellas de mar, tiburones), los cursos de agua dulce (ríos, torrentes, rápidos, cascadas), los pueblos, las fuentes, las fronteras, en una imposible antología de “presencias” que contribuyen a la magistral ambientación realista de los cuentos y que suponen uno de los motivos del indudable atractivo que tienen para el lector (y en particular para el que es, además, experto en Geografía) los libros protagonizados por el eternamente joven aventurero.

La segunda sección del libro, Tintín dibujado, se centra en los aspectos gráficos, “artísticos”, de la obra de Hergé. Hay un análisis muy interesante sobre los rasgos principales de lo que el autor denomina el “estilo Tintín”, con atinados comentarios sobre el proceso de elaboración, las técnicas de impresión y edición, los colores, el dibujo, las secuencias, la paginación, las viñetas, los bocadillos, el tamaño de la página, el grado de elaboración de los detalles, el uso del contorno y la sombra, los argumentos y el guión, la fluidez de la historia, la acción, la expresión, las escenas, los personajes, los espacios, las situaciones y los diálogos, los objetos, las dinámicas, los apuntes, los bocetos. Hay también un pormenorizado estudio sobre Bécassine, la protagonista de unos relatos juveniles franceses, obra de J. P. Pinchon, publicados en el país vecino desde 1905, con los que la creación de Hergé (que reconocía haberse inspirado en ellos) muestra muchas concomitancias (la ingenuidad, el humor y, especialmente, la gracia del dibujo, su ágil secuencia, su calidad de página, la brillantez del color, su legibilidad, los personajes arquetípicos y los suaves paisajes). Y destacan también, para cerrar esta parte del libro, unas páginas en las que de modo somero se apunta la presencia del paisaje en las historietas de otros héroes del cómic, con menciones a Flash Gordon, Tarzán, El Príncipe Valiente, Spirou, Marsupilami, Astérix, Corto Maltés, el Teniente Blueberry, Cuttlas, los personajes de Walt Disney o los más locales Pieds-Nickelés.

El núcleo central del ensayo de Martínez de Pisón, que ocupa más de la mitad de su texto, lo constituye su tercera parte, encabezada por una rúbrica inequívoca: Vuelta al mundo. El ciclo de viajes de Tintín. En ella acompañamos al reportero en su dilatado periplo a lo largo de veinticuatro álbumes en un recorrido que se organiza en cuatro etapas. Un primer trayecto por Europa, África, América y Asia; un segundo tramo centrado en los viajes de la preguerra, la paz en la guerra y la posguerra; una tercera expedición que nos lleva a la Luna; y, por fin, una etapa final que va de Moulinsart a Moulinsart (el castillo que acabará por pertenecer a Haddock tras las aventuras de El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo, y que desde ese momento será la residencia y el cuartel general de Tintín) pasando por Tapiocápolis. A lo largo cada uno de los pasos del amplio camino el autor se detiene en los diferentes libros, comentando sus particularidades y esbozando algunos de los planteamientos geográficos que integrarán luego la sección cuarta de su texto.

Así, en primer lugar, seguimos a Tintín en su viaje a Rusia en el álbum, ya mencionado, Tintín en el país de los soviets, cargado de connotaciones propagandistas de burdo panfleto político. Pese a que en sus peripecias el debutante periodista parte de Bélgica, pasa por Alemania, recorre Rusia y vuelve por Berlín a Bruselas, Martínez de Pisón constata la imposibilidad de reflejar, siquiera mínimamente, la vastedad geográfica de un enorme territorio de más de veintidós millones de kilómetros cuadrados, con costas a varios mares (Báltico, Ártico, Pacífico, Negro, Caspio o Aral), infinidad de montañas relevantes (Cárpatos, Cáucaso, Pamir, Altai, Urales), volcanes como los de Kamtchatka y Kuriles, llanuras interminables, regiones frías y secas, apreciables depresiones, tundras, taigas, desiertos, oasis, ríos y tantos otros elementos del paisaje geográfico. Es por ello que conceptúa la visita del personaje al vasto país soviético, en lo referido a su disciplina académica, como una mera muestra que no podía ir más allá de un relámpago.

África aparece en la segunda aventura de la serie, Tintín en el Congo, de 1931, en la que las múltiples fieras, la inmensa pradera tropical (y apenas, sorprendentemente, la selva ecuatorial), la vegetación abierta, el caudaloso río lleno de peligros y una infantilizada población local, ambientan convincentemente la historia. En 1932 el chico viaja (Tintín en América) a una Chicago controlada por los gánsteres de Al Capone. En su lucha contra la Mafia, Tintín se “apropia” de los mitos y la iconografía de la conquista del Oeste -con los indios y los vaqueros, los pistoleros, la exuberante naturaleza, libre y salvaje, los espacios sin límites, primordiales- que comparte con la visión, más moderna, de la ciudad que crece, los rascacielos, las tramas urbanas, la población que aumenta, los conflictos, las bandas del crimen organizado, el entorno del cine y la novela negros.

El vínculo geográfico es explícito en la siguiente entrega, Los cigarros del faraón, de 1934. Un barco trasladará a Tintín a Port-Said, y su largo itinerario posterior, que acabará por llevarlo a la China de El loto azul, el libro de 1936, obligará a Hergé a incluir una viñeta ilustrativa de las etapas de su viaje: el canal de Suez, Adén, Bombay, Colombo, Singapur, Hong Kong y Shánghai. El decidido muchacho recalará en Hispanoamérica en su aventura de 1937, La oreja rota, plagada de referencias históricas, culturales, etnográficas, y, claro está, también relativas a la geografía.

En el siguiente capítulo de la sección se comentan La isla Negra (1938) y El cetro de Ottokar (1939), que se desarrollan en Escocia y los dos inventados países balcánicos Syldavia y Borduria, respectivamente, dentro del apartado “Preguerra”, que el autor “sazona” con ejemplos de los numerosos hilos que conectan las historietas con la convulsa realidad de la Europa de la época. La rúbrica “Guerra” acoge otros cuatro títulos: El cangrejo de las pinzas de oro (1941), con el “descubrimiento” del capitán Haddock y la notoria recreación del desierto africano, entre otros motivos de interés; La estrella misteriosa, que en 1942 desplaza la acción al Ártico, en un cuento con muchas connotaciones científicas; y la aventura en dos volúmenes de El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo (con la primera aparición del profesor Tornasol), de 1942 y 1943, respectivamente. En todos ellos, la muy dolorosa presencia de la brutal contienda asolando al mundo lleva a Hergé a “evadirse” en escenarios ajenos a la terrible realidad y entregarse a relatos que fascinan por la intensidad de la acción, por la intriga, por -en el doble ejemplo final mencionado- el atractivo de la derivación histórica. Las siete bolas de cristal apareció, en entregas periódicas, en 1943 y 1944, pero debió interrumpirse a causa de la guerra. Acabaría por publicarse, íntegro, en 1948, como primera parte de una historia que concluiría en 1949, con El templo del sol, que nos lleva de nuevo a la Hispanoamérica de La oreja rota, esta vez a Perú y sus paisajes andinos. En “Posguerra” se glosan las circunstancias de creación de Tintín en el país del oro negro, de 1950, con un entorno geográfico bien definido y con muy evidentes nexos, de nuevo, con la situación política y económica mundial.

El siguiente capítulo de esta parte nos pone en contacto con la empresa lunar de Tintín a través de dos tebeos memorables, Objetivo: la Luna, de 1953, y Aterrizaje en la Luna, publicado un año después. Relaciona Pisón ambos episodios con la fecunda tradición cultural -Verne, Meliés, Fritz Lang, Poe, H.G.Wells, y antes Cyrano o Luciano de Samósata- relativa a los viajes a nuestro magnético satélite. Estudia también algunos aspectos de la orografía o el paisaje, también los muchos referentes astronómicos, deteniéndose de un modo magistral en el análisis de la excelencia de los detalles técnicos de ambos álbumes: el uso del color, la disposición, la estructura y el tamaño de sus viñetas, ciertos “alardes” técnicos muy sugestivos, y, sobre todo, la minuciosa descripción de la porción de Tierra que se ve desde la Luna en los dibujos en los que el cohete surca la inmensidad del espacio en los primeros momentos tras su lanzamiento; la paciente indagación del autor reconoce Italia, los Alpes, los montes Dináricos, el mar Adriático y el Tirreno, Sicilia, Túnez y el norte de África, el Ródano, el Pirineo, el bajo Ebro, las islas Baleares, Eslovenia y Croacia, la República Checa, los Cárpatos, los montes Beksides…

La sección se cierra con un último capítulo en el que se comentan las correrías de Tintín a partir de su establecimiento en Moulinsart, que funciona ya -la madurez del eterno jovenzuelo se traduce en una cierta “estabilidad”- como base de operaciones de sus andanzas. Con la habitual agudeza del autor en el rastreo de detalles geográficos de los cuentos, se examinan El asunto Tornasol, de 1956, con su fidedigna “fotografía” de la Europa del telón de acero; Stock de coque, de 1958, y su denuncia del racismo, sus vínculos con hechos reales de la época, su “visita” a Petra, y con la prodigiosa representación del mar; Tintín en el Tibet, ya en 1960, en donde la querencia de Martínez de Pisón por la cordillera asiática le lleva a recrearse en la revisión del tratamiento artístico y geográfico de la región en el libro (los elementos relativos al alpinismo y la alta montaña, los riscos, la nieve, los sherpas, los monasterios tibetanos a partir del chorten budista, los apacibles lamas, Katmandú y Nepal, con un jugoso apartado referido al yeti, el Abominable Hombre de las Nieves -así lo escribe, respetuoso, con imponentes mayúsculas-, del que repasa, retrotrayéndose a la cultura clásica, su mito primordial, asociado a titanes, gigantes y cíclopes); Las joyas de la Castafiore, de 1963, se desarrolla íntegramente en el castillo de Haddock y, por ello, su escasa variedad geográfica lleva a nuestro sabio catedrático a afirmar, con un tono de alivio en su voz, que si todo hubiera sido [en el resto de los cuentos] así no habría habido posibilidad ni necesidad de escribir un libro sobre los paisajes de Tintín; Vuelo 714 para Sidney, de 1968, con un entorno insular volcánico, y Tíntín y los Pícaros, ya muy tardío, de 1976, con su contraste de ciudad y selva en el retorno del héroe a Sudamérica, cierran el análisis que incluye sendas menciones episódicas a Tintín y el Arte-Alfa, que, inacabado, se editaría en 1986, y a Tintín en el lago de los tiburones, una desafortunada película de 1973 que poco tiene que ver con la creación “hergeniana” pero que a Pisón le interesa vagamente por ciertas representaciones artísticas del paisaje, en particular una ola que le recuerda muy convincentemente la clásica de Hokusai.

La postrera sección del libro, Tintín en sus paisajes, es un completo repertorio de los escenarios geográficos de los álbumes comentados en el apartado anterior examinándolos con profundidad en sus manifestaciones -diversas, plurales, creativas, muy prolíficas- de índole geográfica. La enumeración, exhaustiva, repasa los fondos paisajísticos de las veinticuatro portadas de los cuentos; contabiliza los distintos tipos de espacios “naturales” de los libros (ciudades en 19 de ellos, campo en 15, mares en 12, bosques en 10, montañas en 9, ríos en 6, desiertos también en 6, islas en 4, y volcanes, parques, puertos); su ubicación cartográfica, en una diagonal que corta el mapa sobre un eje noroeste-sudeste que enlaza Escocia con las islas Célebes; la multiplicidad de los “marcos” marinos con su profusión de océanos, olas superficiales y fondos casi inaccesibles, islas y costas, flora y fauna, distintos tipos de barcos; la descripción de montañas, volcanes, llanuras y colinas, desiertos y bosques, ríos y lagos representados en las historietas; las apreciaciones sobre los entornos urbanos y la geografía humana, ciudades, jardines, campos y pueblos, con menciones a detalles arquitectónicos; el comentario detallado, de nuevo, de los paisajes lunares.

El texto se cierra con una “conversación con el lector”, escrita en tono cercano y amable, de la que os dejo un fragmento al término de esta reseña. La obra incorpora además algunos documentos adicionales de sobresaliente interés, como un mapamundi con la localización aproximada de los paisajes de Tintín; un tabla sintética de los lugares en el ciclo de viajes del periodista, que recoge un esquema de la geografía dibujada por Hergé, en el que se incluye el título de cada tebeo presentado por orden cronológico de aparición, la parte del mundo en la que se desarrolla cada aventura, los países, reales o inventados, en los que transcurre la acción en cada cuento, y una sucinta nota con los tipos de paisajes que constituyen el escenario físico en cada caso; un índice de los álbumes de Las aventuras de Tintín; y, por fin, otro copioso índice, éste onomástico, con cerca de doscientas cincuenta referencias de nombres -escritores, personajes públicos, políticos, actores o científicos- citados en el libro.

En fin, no dejéis de leer este interesante estudio de Eduardo Martínez de Pisón y, sobre todo, no dejéis de acercaros una y otra vez -o por primera y seguro que gozosa ocasión si aún no lo habéis hecho-, al siempre estimulante universo de Tintín, uno de los grandes hitos culturales -y no exagero- del siglo XX.

Tintín in Tibet, una triste y muy bella canción de Mount Eerie en la que Phil Elverum, factótum del grupo, evoca con nostalgia a Geneviève, su amada muerta, rememorando los días de su primer enamoramiento y recordando una tierna escena en la que ambos hacían el amor en una furgoneta tras leer el cómic de Hergé, acompaña musicalmente esta reseña. La letra de la canción, que os aconsejo que consultéis, establece un paralelismo, intenso y dramático, entre la agonía de la chica, ansiando impotente un poco de aire en sus últimos momentos, y la asfixiante falta de oxígeno de las cumbres del Himalaya que aparecen en el cuento. Un tema estremecedor y muy emotivo. 


En general, hay que ver a Tintín en línea con la tradición de los libros de viajes europeos. Como una pieza bastante peculiar, claro está, en ese ciclo cultural, pero que es necesario tener en cuenta para extraer los completos significados de ambos. Sobre esos viajes se construyó y se divulgó la geografía universal moderna, sin duda hasta el siglo XX. Y aún, en mi opinión, el viaje sigue constituyendo una fuente directa y a veces imprescindible de conocimiento geográfico. Siempre que me refiero a la divulgación de estas nociones entre la infancia recuerdo como ejemplo extremo una colección de varias decenas de cromos hacia el cambio de siglo entre el XIX y el XX que representaban en acertados dibujos coloreados a una pareja de niños europeos dando la vuelta al mundo. Se distribuían al parecer en tabletas de chocolate con el afán de completar la alimentación física con la cultural. Terminada la colección, se suponía que los compradores habían pasado ya a la edad madura (gracias proporcionalmente al chocolate y a la geografía). Ella iba con sombrilla roja y él con salacot blanco, ambos con aire de exploradores británicos, y aparecían saltando de los paisajes de Nueva York a los de Ceilán, Liverpool, Atenas, Benarés, Escocia, Australia, China, etc., hasta completar la serie, que hoy ofrece un testimonio gráfico de época bastante raro e instructivo. Parecían tener un pretintinesco. Porque el Tintín viajero nace en esta misma corriente de placer y enseñanza por el mundo que presenta tantas facetas, aunque al margen de cualquier utilitarismo, cobrando vida y corriendo aventuras con su propio argumento y su recta personalidad. Y su mismo formato de presentación, el cómic, es otro elemento básico de nuestra cultura gráfica; así señala García Martín el placer para la mirada que “transmitían los códices iluminados por los monjes copistas y las estampas idílicas de los libros de horas. Las historias sagradas y las portadas románicas y ‘los cómics’ policromados de los retablos góticos”. Y añade, en este mismo sentido, “las Biblias románicas y otros tebeos medievales”. 

Pero nada sería igual si este cómic no destacara por su encanto muy especial, por la sencilla genialidad de las historias y de sus imágenes. Las claves de este encanto son obligadamente las textuales (en general implícitas salvo en los diálogos) de sus guiones e historias de viajes y aventuras, y brillan en cada dibujo de personajes, lugares, exotismos, actitudes, expresiones, dinamismos, objetos, de modo que el deleite del lector no se basa solo en seguir velozmente la aventura paso a paso o tira a tira, sino en detenerse a paladear cada viñeta, cada dibujo, cada secuencia -o sus agrupaciones, pues es muy sugestivo su encadenamiento-, el recrearse en la peculiar creatividad gráfica de su autor. En Tintín hay una versión activa, jovial e inteligente del mundo y la calidad en su representación de un estilo propio, depurado y divertido.




Eduardo Martínez de Pisón. Geografías y paisajes de Tintín

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