Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 13 de mayo de 2020

JORGE CARRIÓN. CONTRA AMAZON

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el programa de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca, un espacio radiofónico que, desde hace semanas, se ha visto desnaturalizado, perdida su condición de emisión a través de las ondas, a causa del infausto coronavirus y sus dramáticas consecuencias en todos los ámbitos. Son ya cuatro meses, si sumamos los dos primeros, de baja médica personal, a los dos que llevamos ya de confinamiento obligado, en los que me he tenido que limitar a dejaros aquí la transcripción escrita de mis comentarios, sin su correlato en audio, sin la conversación radiada en que consistía el programa en los últimos años. 

Esta anomalía -en el fondo poco relevante, pues mi pretensión de poneros en contacto con libros interesantes se cumple (al menos por mi parte) sea cual sea el medio en que se lleve a cabo, radiado o escrito- afecta también a la excusa -la “percha”, en lenguaje periodístico- que justifica mis propuestas literarias que llevo dejándoos aquí a partir de Semana Santa. Con las excepciones de la reseña de hace siete días, “provocada” por el aniversario del nacimiento de James Mathhew Barrie, padre de Peter Pan, y de la de hace quince, Los túneles del paraíso, de Luciano G. Egido, centrada en el mundo laboral por la proximidad al día del Trabajo de la entonces previsible emisión, la oportunidad de la celebración del Día del libro, el 23 de abril, y de la Feria del libro, que debiera haber tenido lugar en estos días de mayo, eventos a la postre frustrados por la epidemia, me había hecho elegir para estas fechas obras relacionadas con la lectura, las librerías y los libros. Ese fue el caso de La librería ambulante y La librería encantada, ambos de Christopher Morley, Mi maravillosa librería, de Petra Hartlieb, y El infinito en un junco, el excepcional ensayo de Irene Vallejo, todos reseñados en las dos primeras entregas del mes de abril. 

Y ese será también el motivo de que hoy, cuando las calles salmantinas y las de media España debieran estar repletas de libros, os presente aquí un breve y sustancioso librito, Contra Amazon, de un escritor, Jorge Carrión, que ya había aparecido en nuestro espacio, con su obra mayor, Librerías, y que vuelve a ocuparse, en el breve volumen publicado en septiembre de 2019 por la editorial Galaxia Gutemberg, de su particular “obsesión” -sana obsesión- libresca. (Como programa "recuperado" de esta semana os ofrezco otro relativo a los libros: el que hace un par de años tuvo por protagonista a Miguel Albero y su muy singular Roba este libro).

Jorge Carrión, doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, prolífico escritor con numerosos ensayos, novelas y libros de viaje en su haber pese a su relativa juventud, ha recorrido el mundo entero movido -imagino que aparte de por otras razones personales- por su apasionada búsqueda de librerías, que rastrea, visita, estudia, analiza y comenta en sus publicaciones. Considerado una referencia mundial en el tema, a partir del mencionado Librerías, que se ha traducido a infinidad de lenguas, recoge, en Contra Amazon, además del panfleto/manifiesto que le da título y que luego comentaré, cerca de una veintena de crónicas, entrevistas, artículos y ensayos breves, todos ellos con la lectura, las librerías y las bibliotecas como motivo central, que habían visto la luz con anterioridad en diferentes medios: El País, la edición en español de The New York Times, Altaïr Magazine, Letras Libres, JotDown o Revista de Libros, entre otros. 

Contra Amazon. Siete razones/un manifiesto, el primero y esencial de los textos del libro, también su desencadenante, fue publicado por primera vez, online, en abril de 2017 en Jot Down Magazine. La contundencia de su discurso en contra de la “amenaza” que la política del enorme monstruo tentacular supone para las librerías, una estrategia de mercadotecnia, logística y distribución que ha alterado -⁠y a menudo ha violentado⁠- (…) las relaciones tradicionales entre los lectores y los libros, caló hondo entre miles de libreros -pero no solo- en todo el mundo, de manera que la intensa “peripecia existencial” del escrito en estos tres años transcurridos desde su publicación, resumida por su autor en el prólogo del libro, resulta fascinante. Así, en un primer momento Jot Down imprimió varios centenares de pósteres con el texto y los distribuyó entre numerosas librerías españolas. Constata Carrión que en muchas de ellas -librerías de trinchera y de futuro- aún se expone, combativo y bien visible, en espacios privilegiados de los locales. La repercusión del memorándum saltó de escala cuando en noviembre de ese mismo 2017 se tradujo al inglés apareciendo a la vez en la web Literary Hub y en el formato convencional en papel, como precioso librito artesanal, cosido a mano, que una editorial canadiense, Biblioasis, regaló a libreros y periodistas con ocasión de la campaña de difusión en Norteamérica de la versión inglesa de Librerías (Bookshops). El folletito -apenas tres mil palabras en escasas y apretadas veinte páginas- alcanzó una enorme resonancia mundial, con una extraordinaria difusión en distintos idiomas (cita el autor por todo ejemplo el portugués, con su traducción para La Folha de São Paulo). En mayo de 2018, el fenómeno, ya globalizado -da reparo escribir “viralizado” en estos días tristes-, suscitó la atención de Publishers Weekly, referencia indiscutible para editores, libreros, bibliotecarios y agentes literarios, momento en el que surge la idea -plasmada en la obra que ahora tenemos entre manos- de ofrecer el texto bajo la forma de libro que, como se ha dicho, recoge íntegro el manifiesto, en cuyo comentario quiero detenerme especialmente, y dos decenas de escritos adicionales conectados -en algunos casos de modo indirecto y algo forzado- con la idea sustancial de la que la rotunda declaración de principios hace bandera. 

En su texto Carrión esgrime siete razones de peso para oponerse al gigante americano. Porque no quiero ser cómplice de una expropiación simbólica, la primera de ellas, se basa en el rechazo a la inevitable política expansionista de la omnipresente firma, a partir de los ejemplos de una editorial/librería emblemática de Barcelona, Gustavo Gili, cuyo edificio, parte del paisaje arquitectónico moderno de la capital catalana, ha sido ocupado recientemente por una gran central de operaciones de Amazon, y de otras muchas librerías, desaparecidas en la uniformizadora depredación del escenario urbano a cargo de las grandes firmas del agresivo capitalismo contemporáneo (¿qué va a pasar, a este respecto, con el mundo después del coronavirus?, ¿seremos capaces de reformular las dimensiones de nuestro crecimiento?, y caso de lograr un consenso general en ese sentido, ¿será ello posible?). Pero Amazon, sostiene el autor, no solo expropia locales, territorios, espacios físicos, el proceso de “incautación” que lleva a cabo es, sobre todo, simbólico, desvirtuando el valor cultural del libro al equipararlo al de cualquier mercancía más. 

El segundo apartado del “argumentario”, Porque todos somos cíborgs, pero no robots, constata la progresiva robotización del trabajo de los empleados de Amazon, las inhumanas condiciones laborales de quienes no se han visto aún sustituidos por una máquina, una explotación inducida por unos procesos que privilegian hasta límites insospechados la rapidez, la eficiencia, la celeridad. Pero donde ese reemplazo -seres humanos por algoritmos- resulta especialmente peligroso es en las prescripciones, las reseñas, las recomendaciones, las propuestas de lectura que hacen anónimos y ciegos “manuales” informáticos preprogramados, y que uniformizan los gustos y las opciones de lectura, limitando, de un modo sutil -y paradójico, pues parecen alentar la capacidad de elección del “consumidor”- nuestra libertad. Sostiene Carrión en un momento del libro: uno de los motivos por los que no sigo leyendo en mi iPad es por eso, porque hay en los gestos, en los subrayados, en lo táctil, en la textura, una serie de estímulos a la memoria que no existen en lo digital (o que conmigo no funcionan: yo leo para recordar y para pensar, no para evadirme, necesito esa memoria de la lectura.)

En su tercer “considerando”, Porque rechazo la hipocresía, Carrión critica a la omnipresente firma pues, sosteniendo, a su juicio, una política de libertad y contraria a la censura -lo que la lleva a no eliminar de sus catálogos textos pronazis, negacionistas del Holocausto o defensores de la pedofilia-, posterga la difusión y la distribución de los libros que no encajan en sus “valores”, fomentando las de los que sí lo hacen: Una macroestructura que decide la visibilidad, el acceso, la influencia: que está moldeando nuestro futuro

Amazon, Google y Facebook, afirma, combativo y algo apocalíptico, el ensayista, comparten la voluntad imperialista de conquistar el planeta, defendiendo el acceso ilimitado a la información, a la comunicación y a los bienes de consumo, al mismo tiempo que hacen firmar a sus empleados contratos de confidencialidad, pergeñan complejas estrategias para no pagar impuestos en los países donde se radican y construyen un estado paralelo, transversal, global, con sus propias reglas y leyes, con su propia burocracia y jerarquía, con sus propios policías. Y con sus propios servicios de inteligencia y con sus propios laboratorios ultrasecretos. Unos modos de proceder que justifican la cuarta tesis contra su imparable y dañina influencia: Porque no quiero ser cómplice del neoimperio

El dispositivo Kindle, creación de Amazon, “sabe” en qué momento cada usuario abandona una novela, en qué libros llega hasta el final, cuándo hace pausas en su lectura, en qué pasajes avanza rápidamente, a qué ritmo lee, qué frases subraya, qué términos consulta en el diccionario o cuándo acude a la Wikipedia a ampliar su información sobre algún concepto mencionado en el libro. Al modo en que Google o Facebook disponen, porque “voluntariamente” se los cedemos, de todos nuestros datos, Amazon conoce, pues, lo sustancial de los hábitos lectores de sus clientes. A partir de la inmensa base de datos que proporciona toda la información recabada de los millones de lectores en el mundo entero, puede personalizar, condicionándolas, sus sugerencias e, incluso -está ocurriendo- dirigir la política de publicaciones o, en una terrorífica y siniestra anticipación de su indisimulado propósito de eficacia comercial, recomendar a los autores que escriban sus libros “ad hoc”, para acomodarse a las pautas de lectura identificadas por estos eficientísimos robots. En cambio, y por fortuna, cuando leemos en papel, resulta imposible ese aparentemente inocuo pero inquietante trasvase de datos a una corporación invisible. Cuando lees un libro en papel la energía y los datos que emites a través de tus ojos y tus dedos son sólo tuyos, y ello constituye la quinta razón del lúcido desahogo de Carrión: Porque no quiero que me espíen mientras leo

El mundo en que nos movemos -de cuyo espíritu, acelerado y fugaz, frenético y urgente, Amazon es un símbolo paradigmático- es un mundo de presente, de inmediatez, de satisfacción instantánea de nuestros deseos, de nuestras necesidades -¿lo quieres?, lo tienes, es, con una u otra fórmula, el motivo recurrente de la publicidad de tantas marcas, en una pauta que condiciona nuestro consumo y, lo que es peor, conforma nuestra personalidad-. Deberíamos oponernos a Amazon, siguiendo el sexto postulado del manifiesto, Porque defiendo la lentitud acelerada, la relativa proximidad, por la necesidad de recuperar la tranquilidad y el sosiego, los pausados ritmos de la vida “auténtica”, la serenidad y la paciencia, la apacible degustación de los placeres, el tiempo dilatado, la espera demorada, la tolerancia frente a una moderada frustración, la diferida satisfacción del deseo: El deseo debe durar. Hay que ir a la librería; buscar el libro; encontrarlo; hojearlo; decidir si el deseo tenía razón de ser; tal vez abandonar ese libro y desear el deseo de otro; hasta encontrarlo; o no; no estaba; lo encargo; llegará en veinticuatro horas; o en 72; podré echarle un vistazo; lo compraré finalmente; tal vez lo lea, tal vez no; tal vez deje que el deseo se congele durante días, semanas, meses o años; ahí estará, en el lugar que le corresponde en la estantería correspondiente, y siempre recordaré en qué librería lo compré y cuándo

Es obvio, claro está, que ya no podemos vivir sin internet, sin redes, sin tecnología, sin hiperconexión -¿de verdad no se puede?-, no se puede vivir sin Google, sin Facebook, sin Amazon, los tres tenores de la globalización. Pero, precisamente por ello -Porque no soy ingenuo, como reza el título de la última proposición del manifiesto-, porque buscamos información en Google, porque nos relacionamos en Facebook, porque compramos en Amazon, sí, compramos series y películas y artilugios electrónicos y hasta jabón desinfectante en estos tiempos aciagos, es por lo que conviene mantenerse alerta, exagerar los gestos de resistencia activa, incluso aunque sepamos que, quizá, no tienen -no tendrán a corto plazo- más valor que el testimonial. Acudir a las librerías es uno de ellos, y no poco importante. Pasear entre las estanterías, rebuscar en sus anaqueles, abrirse al azaroso encuentro con el libro desconocido, ignorado, no previsto, intercambiar opiniones con el librero, con los parroquianos, dejarse recomendar lecturas por algún cliente con el que hemos coincidido sin preverlo, caer en la tentación de volver a casa con más libros de los que podremos leer, vencer ese impulso y seleccionar con un criterio más sutil, tras un escrutinio más riguroso, lo que nos parece que “está escrito para nosotros”, vivir en las librerías, vivir las librerías, vivir. 

El resto de Contra Amazon contiene, como ya se ha señalado, una muestra de textos misceláneos de distinto origen, propósito y condición, de variable interés también, aunque todos con la literatura, las librerías, las bibliotecas y, en definitiva, los libros como norte, que Jorge Carrión ha ido publicando en distintos medios entre diciembre de 2013, el más antiguo de los seleccionados, y junio de 2019, el más reciente. Bastantes de los ellos pueden encontrarse, con libre acceso, en internet. 

Las mejores librerías del mundo no son las que tú crees, que abre la serie, parte de una mención sobre la librería Readings de Melbourne, para analizar el fenómeno de las listas y reflexionar sobre cuáles son los criterios que llevan a una librería a alcanzar la relevancia local, nacional o, como es el caso de la australiana, internacional. Viaje al final de la luz. Caminando por Londres con Iain Sinclair, que obtuvo el premio Mañé y Flaquer de periodismo de viajes 2017, relata una jornada pasada por el autor en compañía del escritor y cineasta galés, experto en psicogeografía, en la que ambos hablan de la obra de este, un voluminoso corpus que tiene a la capital británica como centro -un Londres que Sinclair conoce hasta en sus lugares más recónditos-, mientras pasean en un itinerario del que, cómo no, las librerías constituyen un hito principal. En Las bibliotecas más importantes del mundo el lector conoce algunas singulares experiencias de bibliotecas que destacan por su especial influencia en su entorno o por su capacidad transformadora de las vidas de aquellos a quienes se dirigen. Es el caso de la biblioteca del futuro, la grandiosa Oodi, de Helsinki, inaugurada en 2018, con sus 100.000 volúmenes y, sobre todo, con sus amplias zonas de lectura en silencio, con su profusión de ámbitos de información, formación y encuentros, con sus aulas, lugares de reunión, espacios familiares, zonas de recreo y restauración. O las ejemplares Bibliotecas Móviles por la Paz, en Colombia, veinte módulos instalados en puntos clave del país para trabajar por la alfabetización y por la reconciliación en comunidades especialmente atormentadas por la guerra. O la hondureña iniciativa del departamento de Lempira, y sus doscientas mochilas viajeras, que recorren los pueblos ofreciendo a los niños lecturas seleccionadas y estimulando a la vez su creatividad con la propuesta de escritura de cuentos e historias, en una experiencia formidable contra la pobreza, la marginación o la violencia. Borges antes y después de Borges, visita el Cimetière des Rois de Ginebra, en el que está enterrado -en una tumba kitsch: nadie entiende ese homenaje póstumo de María Kodama, escrito en caracteres incomprensibles y en tipografía de saga nórdica, estridente como un gaitero escocés en este paisaje armónico y sobrio de coro gregoriano, en malévolo dictamen del Carrión- el escritor argentino, del que se recrean su estancia juvenil en Mallorca -Palma, Valldemosa, Deià- y su viaje postrero a la ciudad suiza, a donde quiso ir a morir, en un recorrido repleto de referencias a escritores y libros. 

La reestructuración de su propia casa por motivos felices, familiares, presumiblemente el nacimiento de un hijo, lleva al escritor a repasar la relación con los libros en su vida, en un capítulo, Desarticulo mi biblioteca, con un triple anclaje en otros tantos momentos de su trayectoria personal: la primera biblioteca de sus trece años, la experiencia lectora en la universidad y, por fin, la nueva ordenación de sus libros, tras el cambio familiar, con las constantes visitas a Ikea y con, obviamente, jugosos comentarios sobre literatura. 

El francés David B., al parecer uno de los nombres mayores del cómic contemporáneo, para mí desconocido, protagoniza Las librerías mitológicas de David B, una reseña en la que saluda la aparición de Los sucesos de la noche, una obra que, en dos tomos, nos lleva a un París de librerías de viejo y puentes criminales, de despachos de policías y apartamentos donde se cometen asesinatos salvajes, en el que, como puede suponerse, las librerías tienen un papel destacado. Del Little Havana a Miamizuela analiza el auge del español en Florida, con un apetitoso -en todos los sentidos- periplo por el plural Miami hispano -plagado de venezolanos, cubanos, colombianos-, con una interesante cala en la literatura en nuestro idioma -¿nuestro?-, a partir de un libro, Viaje. One way. Antología de narradores de Miami, que alberga escritores procedentes de toda Latinoamérica, y de una librería, Altamira, la única que vende exclusivamente libros en español en la ciudad (su dueño cuenta una anécdota curiosa y significativa: Para que veas cómo son los hábitos, incluso de los latinos, te cuento que nuestro mejor cliente nos llama cada tres lunes para darnos una lista de los libros que querrá tres lunes más tarde, y nos envía un cheque; no lo conocemos, vive a cuatro cuadras, pero nunca le hemos visto la cara: un día le dijimos que podíamos ir personalmente a llevárselos, y nos dijo que no le diéramos problemas, que lo prefería por correo). Mi Buenos Aires libresco es una larga y muy interesante entrevista a Alberto Manguel que apareció en Jot Down Magazine, cuando el argentino-canadiense era aún Director de la Biblioteca Nacional de Argentina, cargo al que renunciaría algunas semanas después en medio de la polémica (de la que no sale muy favorecido si nos fiamos de la versión que de ella ofrece la Wikipedia, en una entrada de redacción muy nítidamente parcial y sesgada). De la conversación, que recorre la viajera vida del escritor, editor, traductor y sabio bibliófilo, he entresacado un sugerente fragmento en el que el discípulo de Borges, quien también fuera Director de la Biblioteca bonaerense, habla de su relación con su maestro. 

Por Ese interrogante que llamamos librería pasan, en un itinerario breve pero sustancioso, nombres como Strand, Marks & Co, Antígona, Gotham Book Mart, Renacimiento, Laie, La Central, Eterna Cadencia, Maruzen, Booklover’s Corner, Robafaves, El Pensativo, City Lights, Shakespeare and Co, El Virrey, Altaïr, Ulysse, Pandora, Fondo de Cultura Económica, The Book Lounge, The Hill of Content, Clásica y Moderna, Stanfords, Bertrand, Green Apple Books o Luces de la Ciudad, algunas de las librerías que han marcado la trayectoria personal del autor y, sin subjetividades ni particularismos, algunas de las más destacadas librerías del mundo. Bibliotecas de ficción se detiene en tres bibliotecas “ficticias”, la de Alonso Quijano, en el Quijote, con el donoso escrutinio que en ella hicieron el cura y el barbero; la del capitán Nemo en el Nautilus, en Veinte mil leguas de viaje submarino, de Verne; y la borgeana, inacabable y terrorífica biblioteca de Babel. 

Jorge Carrión visita, en Los perros de Capri, Villa Malaparte, la mansión que fue del controvertido escritor Curzio Malaparte, en un bello y aislado promontorio sobre el mar de la ciudad italiana. Se trata de un reportaje que desborda referencias culturales (y el verbo alude, a mi juicio convenientemente, a una suerte de algo cargante exceso), que se abre a múltiples hilos literarios y cinematográficos, que se puebla de ecos y voces y resonancias, en un estilo, muy “vila-matas”, de una por momentos soporífera intelectualidad (lo que no impide la abrupta irrupción, chirriante y casi ofensiva, de un “desandé mis pasos”). En defensa de las librerías, de título explícito, constituye un nuevo alegato a favor de las pequeñas librerías de autor y de sus denodados aunque a menudo estériles esfuerzos por combatir al poderoso Amazon y su dominio basado en invencibles terabytes. Luigi Amara, un ensayista y editor mexicano, agudo y chispeante, centra el antepenúltimo capítulo de libro, Librerías de viejo versus librerías de nuevo, en el que se transcribe un estimulante y divertido diálogo, mantenido a través del correo electrónico con el propio Carrión, en el que asistimos a una apasionada confrontación entre ambos -el mexicano a favor de las librerías de segunda mano, el español que prefiere el orden y el ordenador al caos, el polvo y esa impotencia que transpiran las librerías de viejo- que se resuelve en unas páginas llenas de humor y erudición. 

El antepenúltimo capítulo del libro es un “refrito” de dos publicaciones anteriores, ¿Dónde acaba el papel y empieza la pantalla? Viaje a Seúl entre signos de interrogación, aparecido en Altaïr Magazine en marzo de 2019, y Las bibliotecas experimentales de Seúl, que vio la luz en CCCB Lab el 4 de diciembre de 2018. A los alicientes consustanciales a su fascinante ejercicio de turismo cultural por la capital de Corea del Sur Carrión añade el interés que deriva de su entrevista con Han Kang, autora de la interesante y muy premiada novela La vegetariana, que yo comenté aquí hace un par de años (Si tuviera que decidir un canon de la novela del siglo XXI con solamente diez títulos, uno de ellos sería La vegetariana, en enfática, y a mi juicio algo exagerada sentencia del escritor). La nota se completa con un intento de responder a una pregunta esencial -¿Cómo será la librería del futuro?- a partir de un también apasionante paseo por algunas sugestivas propuestas de librerías innovadoras que se abren a dimensiones que van mucho más allá de la consabida oferta de libros: librería y pósteres en un centro comercial hecho con contenedores de barcos; librería y sucursal bancaria; librería y tienda de ropa; librería y aeropuerto. Cuatro respuestas a la misma pregunta, en una ciudad que parece encontrarse en la próxima década de la humanidad

Un idéntico afán anticipatorio -el futuro, presente en el Japón más avanzado- inspira Las librerías se reinventan en Tokio, en donde la pasión investigadora del escritor nos pone en contacto con Bunkitsu, la primera librería del mundo que cobra por entrar; Morioka Shoten, que responde al lema A single room with a single book (Un único local con un único libro), y que pone a la venta una sola obra cada semana; Bookshop Traveller, la librería colmena, que alquila su espacio, dividido en treinta “celdillas” a distintos libreros para que ellos lo organicen a su gusto y expongan sus libros conforme a su personal criterio; Tsutaya, con diversos locales, de dimensiones impresionantes, dedicados monográficamente a libros de arte, fotografía, ilustración, manga (pero también a sus “complementos”, lápices, material de pintura, cuadernos, plumas) o de cocina, ofreciendo libros gastronómicos junto a utensilios, vajillas, botellas de vino o botes de mermelada; iniciativas que pueden parecer extravagantes pero que quizá apunten en la dirección en que debe caminar una actividad que, al margen de su indudable valor cultural, debe sostenerse cómo negocio: Se trata de singularizarse. De buscar opciones nuevas, porque las fórmulas tradicionales son las responsables de que cierren librerías a diario. (El omnipresente coronavirus ofrece, en este terreno, un nuevo motivo para la reflexión: ¿cuántas librerías van a desaparecer al no poder asumir los costes derivados de los catastróficos efectos económicos de la pandemia?, ¿qué va a ocurrir con el “consumo” cultural, y consiguientemente, con su oferta?). 

Por fin, Contra la bibliofilia, un nuevo alegato en pro de la lectura y de la pasión libresca, en el que se defiende, partiendo de la “historia” bibliográfica de la Biblia, el genuino amor por los libros -por todos los libros, de segunda mano, de bolsillo, de viejo, novedades- frente al refinamiento elitista del bibliófilo, encandilado, tan sólo, por las primeras ediciones o los volúmenes más o menos exóticos: No concibo la posibilidad de que haya en mi biblioteca libros que no pueda subrayar. Doblar la esquina de la página. Prestar. Apilar. Llevar a clase. Leer en el metro o en el café. Incluso: perder. Para mí eso es la bibliofilia: el amor crítico y compartido por los libros, por su historia y por sus historias, por su lenguaje, por su capacidad de penetración intelectual, psicológica, moral, espiritual. Por eso no entiendo la otra bibliofilia, la del coleccionismo de ejemplares únicos, delicados y caros. Libros que debes consultar con guantes de tela; que no le puedes dejar a un amigo, y que tienes que esconder como los tesoros que son (mientras uno dice para sus adentros, la cara deformada por la avaricia: «Mi tesoro…»)

En fin, no dejéis de leer este Contra Amazon, de Jorge Carrión un modesto ero muy apreciable sustitutivo -si es que lo hay- del hoy imposible placer de pasearse por entre los stands de una Feria del libro, postergada indefinidamente a causa del omnipresente mal que nos acecha. Os dejo ahora con una canción, Love in the library, de Jimmy Buffett, que alude directamente, el título es explícito, al universo de las bibliotecas.


Yo trabajaba en la librería Pigmalion, donde vendíamos libros en inglés y alemán, a la edad de quince, dieciséis, diecisiete años. Iba al colegio por las tardes. Y Borges venía a comprar sus libros ahí, y un día me pidió que fuera a su casa a leerle, como a tantas otras personas. Yo ya sabía que quería vivir entre libros, sabía que el mundo me era revelado a través de los libros y que luego el mundo confirmaba o daba una versión imperfecta de lo que los libros me habían revelado. Lo que hizo Borges fue darme dos enseñanzas fundamentales. La primera es que no me preocupase por las expectativas del mundo de los adultos, que querían que fuese médico, ingeniero o abogado -⁠vengo de una familia de abogados⁠- y que aceptase mi destino entre los libros. La segunda se refiere a la escritura. Borges quería que le leyese unos cuentos que le parecían casi perfectos, sobre todo de Kipling, pero también de Chesterton y Stevenson, porque quería revisitarlos antes de ponerse a escribir de nuevo cuentos. Él dejó de escribir cuando se quedó ciego, y diez años después, a mediados de los años sesenta, quiso volver a escribir. Quería ver cómo estaban fabricados. Recordemos que para Borges hay una palabra importante, el vocablo con el cual los anglosajones nombraban al poeta, el hacedor, the maker. Para Borges la escritura era un trabajo manual, de ingeniería, entonces él anatomizaba el texto, paraba mi lectura después de una frase o dos para observar cómo se combinaban las palabras, qué palabras habían sido elegidas, qué tiempo verbal se usaba, cómo se reflejaba una frase en la otra. Esa segunda enseñanza, una enseñanza relacionada con la escritura, fue que para escribir hay que conocer el arte. Los ingleses tienen la palabra craft, la artesanía de un texto. Hasta entonces yo había pensado que la literatura era emocional, filosófica, aventurera. Borges me enseñó a preocuparme por cómo ese texto fue construido antes de comunicar la emoción. Como si mi relación hasta entonces con las personas fuera a través de lo que decían, de su aspecto físico, y de pronto me dijesen: no, no, fíjate en cómo respiran, en cómo caminan, cuál es la estructura de sus huesos. 



Miguel Albero. Roba este libro

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